sábado, 31 de diciembre de 2016

Lecturas encadenadas. Diciembre

Acaba diciembre y con él un año de lecturas encadenadas. Cuarenta y nueve libros han pasado por mis manos este año: catorce escritos por mujeres, seis en castellano, diez ensayos y diez cómics. He repetido a Oz, a Ford y la Ferrante  de la que creo que no acabaré su tetratología porque «francamente querida, me importa un bledo».

Vamos con los cuatro últimos del año.

Por último el corazón, de Margaret Atwood. Vaya por delante que soy muy fan de Margaret Atwood, me parece una narradora fabulosa con un estilo muy personal y que consigue siempre sorprender en cada una de sus novelas. Ésta  concretamente es un locurón. Comienza con un tono sombrío, realista, retratando a una pareja, Stan y Charmaine, que han pasado de ser clase media con trabajo, casa y un futuro a vivir en un coche debido a la crisis económica que todos tan bien conocemos. Desde esa situación desesperada y gris acaban embarcados en un proyecto experimental que consiste en entrar a vivir en una ciudad ficticia. A partir de ese cambio, de ese giro argumental que no te esperas, le dices a Margaret "hazme tuya" y te dejas llevar por el camino que ella te va marcando y que tiene mil giros inesperados que te dejan desconcertado. El nivel de locura argumental, humor ácido y surrealismo llega a un punto en el que te encuentras en medio de escenas que podrían ser de  ¨Resacón en Las Vegas¨ y te ríes igual que con esa película y te ríes más aún porque eres consciente de que Atwood se lo ha pasado en grande escribiendo esta novela.
«–Hice la tesis de doctorado sobre El paraíso perdido.

¿El Paraíso qué? Lo único que a Stan le vino a la cabeza fue la página web de un club nocturno de Australia que había visto una vez en la red, mientras buscaba porno suave, pero ese sitio llevaba años cerrado. Quería preguntarle si la HBO había hecho alguna miniserie con ese libro libro o algo así, por si acaso la había visto, pero no lo hizo porque cuanta menos ignorancia demostrara, mejor. Ella ya lo trataba como si fuera un cocker spaniel con una lesión cerebral y lo hacía con una mezcla de diversión y desdén».
«Hay personas a las que le gusta lanzar objetos, como vasos de agua o piedras, pero pintarse las uñas es mucho más positivo. En su opinión, si la adoptara más líderes mundiales habría menos sufrimiento en el mundo».  
Morir en primavera de Ralf Rothmann.  Este año he leído poco sobre uno de mis temas favoritos, la II Guerra Mundial y casi cerrar el año con este libro sobre los últimos días de la guerra me ha hecho añorar mis lecturas sobre este tema. Morir en primavera cuenta la historia de dos jovencísimos amigos alemanes, ordeñadores en una granja, que son reclutados casi a la fuerza y enviados al frente de Polonia cuando la guerra ya está perdida, cuando el sacrificio de vidas es aún más inútil, absurdo e innecesario.

El protagonista, Walter, consigue librarse de la primera línea por tener carnet de conducir pero asiste a terribles acciones por parte de sus compañeros. Es curioso como a pesar de que toda la novela tiene un cierto todo de disculpa o de "también hubo muchos que fueron obligados", Rothman solo enseña atrocidades cometidas por los alemanes. Lo más conmovedor de la historia es la ternura y, en cierto modo, la pureza que Walter parece conseguir mantener en medio de todo el infierno. Observar como cree que podrá salir indemne de la guerra, ser feliz y tener una vida normal es tristísimo. Lo peor es que sabemos que no lo consigue, que durante toda su vida arrastrará el desgarro causado por esos meses de guerra. Él no lo sabe, pero se irá convirtiendo poco a poco en piedra, de dentro hacia fuera. El pequeño núcleo endurecido que surge en su interior cuando está en el frente y que le sirve para sobrevivir irá creciendo poco a poco cuando vuelva a casa y sea consciente de que ahora ya no hay nada que esperar, que su futuro ya no existe y que en lo que consiste su vida es en ese ahora desesperanzado. El núcleo de piedra va creciendo y creciendo hasta convertirle en piedra. El libro también refleja muy bien como las consecuencias de las vivencias de una guerra no solo afectan a los implicados sino también a sus familias y a sus hijos. Sobre esto he leído hace poco un artículo en el New Yorker  y hay un documental en Netflix sobre los hijos de los nazis muy impactante también.

«El silencio, el rechazo absoluto a hablar, especialmente sobre los muertos, es un vacío que tarde o temprano la vida termina llenando por su cuenta con la verdad». 

Volveremos de Noemí López Trujillo y Estefanía S. Vasconcellos. A este libro llegué por twitter. No soy capaz de recordar  ni que tuit nos unió a Noemí y a mí, ni como uno de los protagonistas, Ernesto Filardi llegó a mi vida también a través del maravilloso mundo de twitter. Fui a la presentación del libro en uno de mis sitios favoritos de Madrid, Tipos Infames y me traje a casa un ejemplar dedicado.

Noemí y Estefania figuran como autoras y, desde luego, lo son pero no son visibles en el libro. No se las ve y no se las oye aunque estén detrás de cada uno de los testimonios que aparecen en el libro. Ellas han hecho las preguntas, han pensado el enfoque y han creado el ambiente para que todos  y cada uno de los españoles que se fueron del país por una u otra razón se sientan lo suficientemente cómodos como para reflexionar y pensar sobre ellos, sus vidas, sus razones, sus sentimientos, sus penas, sus rabias, sus sensaciones, sus añoranzas y sus esperanzas.

Todos ellos se marchan sin saber y cuando hablan con Noemí y Fanny reflexionan sobre cosas a las que en su día a día no dedican tiempo, bien porque no lo tienen, bien porque no quieren pensarlo o bien porque es demasiado doloroso: ¿por qué me fui? ¿estoy mejor? ¿estoy peor? ¿estaría mejor si volviera? ¿me equivoqué? ¿podré volver? ¿quiero volver? ¿qué pasa si no vuelvo?

Leerles me ha dado ganas de abrazarlos a todos.

He terminado el año con un grande Raymond Carver y su libro de relatos ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Carver es un maestro pero es solo para valientes. Ninguno de sus relatos es cómodo porque todos son como asomarte a espiar a tus vecinos, escuchar la conversación del camarero del bar dónde te tomas el café o enterarte del secreto más patético de tu compañero de trabajo. Son relatos en los que no pasa nada pero pasa todo. En casi todos aparecen parejas o familias en las que una mínima anécdota, un hecho insignificante le sirve a Carver para meter al lector en medio de esas vidas y asistir a esos instantes de su existencia como un espectador invisible. Los relatos de Carver se te quedan pegados en los dedos, en los ojos y en los pensamientos y según vas avanzando en ellos te encuentras pensando de repente en qué habrá sido del niño que hace novillos para volver a casa con un pez que ha pescado en el río y con el que intenta evitar la pelea de sus padres o qué le ocurre a la pareja que comparte cena en un restaurante cuando sale de allí enfadada con el maitre. O qué fue de la pareja que vivió unos meses en la casa al fondo del callejón y que nunca cambió el nombre del buzón. O ¿qué hizo el padre de familia, del cuento que da título al libro y que es el que cierra el volumen, al despertarse?

Me maravilla como Carver en tres líneas te mete en la situación, los personajes y el ambiente.

«Había estado leyéndole cosas de Rilke, un poeta que él admiraba, cuando ella se quedó dormida con la cabeza sobre su almohada. Le gustaba leer en alto, y leía bien: una voz segura que ora se hacía grave y sombría, ora se alzaba o se inflamaba. Cuando leía nunca apartaba la vista de la página, y sólo se detenía para alargar la mano hasta la mesilla a coger un cigarrillo. Era una voz rica que la sumía en sueños de caravanas que partían de ciudades amuralladas, y de hombres barbados con largas túnicas. Lo había escuchado durante unos minutos, y había cerrado los ojos y se había dormido». 
Cuando llegas al final quieres volver a empezar para volver a disfrutarlos e intentar, de alguna manera estúpida, saber qué ha pasado con esas personas, que no personajes. Ese es el nivel de vida de los relatos de Carver. Hay que leer a Carver aunque ya advierto que es devastador para la autoestima si tienes cualquier tipo de pretensión de escribir algo en tu vida que merezca la pena.

Pues con esto y doce lacasitos que tomaré a las doce de la noche, hasta los primeros encadenados del 2017.



sábado, 24 de diciembre de 2016

El año en que fui peligrosamente feliz


–¿Cómo te has sentido en el 2016?
–Feliz

Llevo días dándole vueltas a esto y no tengo otra respuesta. El 2016 para mí ha sido un año feliz. No se trata de lo que he hecho, de lo que me ha pasado, los libros que he leído, la gente que he conocido, los amigos reencontrados, las conversaciones que he tenido, los besos que he dado, los abrazos que he recibido, los viajes que he hecho, el vino que me he bebido, lo que he escrito, las risas que me he echado, lo que he pensado, bailado, cantado, discutido o compartido sino de cómo me he sentido y, la conclusión es que, he sido feliz.

No, no he sido... soy feliz. 

Completa y sorprendentemente feliz. 

Llevo días pensándolo porque me resulta tan increíble y tan alucinante que casi no puedo creerlo. Rebusco en mi memoria, en mis pasillos mentales, en mi trastero de los recuerdos recientes, en los cajones dónde guardo los botones del dolor y nada de lo que encuentro es capaz de perturbar mi estado. 

No puedo creerlo. Sigo dándole vueltas.

Mi estado de felicidad  es como una esfera perfecta, pulida y brillante. Mi esfera y yo rodamos y rodamos cada día, unos más deprisa y otros más despacio. Unos sin parar y otros avanzando sólo unos pocos centímetros.Hay días que no nos movemos del sitio, miramos hacia atrás para ver lo que hemos avanzado y oteamos lo que nos queda. La esfera se hace más grande algunos días, con gente que conozco, con encuentros con amigos, con lecturas que me alucinan, botellas de vino que descorcho, canciones que suenan en mi coche, programas de radio que descubro, versos que aprendo a leer, risas con mis hijas, abrazos, besos y horas de sueño. Otros días, a mi esfera le saltan chispas, pierde alguna lasca o se deforma porque me levanto del revés, por gente que me hostiliza, por memeces que escucho o que leo, disfunciones en mi papel de madre o de hija, broncas laborales, absurdos bajones hormonales, granos en la nariz o la primavera. En esos días la esfera y yo no avanzamos, parecemos caer cuesta abajo o giramos sobre nosotras mismas pero no me importa porque sé que no vamos a rompernos y estallar en mil pedazos. 

Estoy a salvo. Me siento indestructiblemente feliz. 

Qué miedo, quizás debería emborracharme.  


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Passengers y el pene de los patos

He visto Passengers y mi conclusión es que es tan mala, tan mala que se vuelve buena. Sé que es una conclusión que sugiere que estaba borracha o dormida o inconsciente o que no tengo ni idea. A mí también me sorprende esta conclusión tan meta pero es así. 

Voy a destripar la película pero en un raro giro de los acontecimientos prometo que conocer el argumento no importa un pimiento para pasarlo en grande con esta película. 

Vamos a ello. Tenemos una nave enorme con pinta de sacacorchos viajando por el espacio. Inciso.- ¿sabéis que los patos tienen el pene como un sacacorchos y cuando encuentran pareja entran a rosca? Yo sí lo sé y quería compartir esta información tan perturbadora con todo el mundo. - Fin del inciso. 

El sacacorchos va por el espacio tan campante y feliz cuando, de manera absolutamente inesperada, se encuentra con una lluvia de rocas gigantes. Por supuesto el sacacorchos volador tiene un campo transparente muy chulo para que reboten pero, también muy sorprendenmente, llega un pedrolo demasiado grande que básicamente le hace a la nave un "explota, explota que tu culo explota". Pero poco, solo la puntita, lo justo para que el espectador en el minuto 1 ya sepa qué va a ocurrir. 

¿Qué hay dentro del sacacorchos gigante? Pues el interior es un cruce entre la nave de los gordos de Wall E y Cocoon. En una cápsula muy aséptica y vestido con unos calzoncillos muy antilujuria se despierta Jim. (DiCaprio en Titanic era Jack , lo digo por si alguien sospecha que la historia tiene algo que ver con lo de siempre. Jack, Jim, es lo mismo)

Jim (Chris Prat) es un hombre que en teoría debería ser guapo, atractivo y provocar pensamientos lujuriosos pero que en la práctica te deja tan fría como una caja de mantecados rancios. Es un tipo intrascendente, un sosainas con fachada. 

Jim se despierta y pone cara primero de susto, luego de sorpresa, luego de idiota y luego de cierta preocupación. Todo esto el espectador se lo imagina porque Pratt frunce y desfrunce el ceño sucesivamente, gesto que pasa por ser su único recurso interpretativo. 

Cuando el espectador ya se ha fumado tres puros, Jim se da cuenta de que "a lo mejor" algo va mal porque no ve ni un alma paseando por el sacacorchos. Le da un ataquito de histeria y se pone a correr sin ton ni son hasta que "casualmente" llega a un bar en el que hay un tipo lavando vasos. El espectador desea con muchísima fuerza poder beberse todo lo que hay en el bar mientras Jim se cae del guindo y se da cuenta de que el barman es un androide, cosa que el espectador que tiene conexiones neuronales sabe desde el primer momento. 

El pobre Jim entonces se desespera más y hace "cosas". Recorre la nave, intenta entrar en la sala de control del sacacorchos, llevando un cinturón de herramientas bastante sexy debo decir, lee manuales y más cosas que no recuerdo. El robot, que se llama Arthur y en el tercer plano ya está harto de escuchar a Jim lamentarse, se saca de la manga un poco de filosofía a lo Coelho y le dice: chaval, disfruta la vida en el sacacorchos y no sufras.   

Dicho y hecho. Jimdeja su camarote de tercera clase, fuerza la puerta de una suite y empieza a darse la vida padre. Juega al basket virtualmente, juega al Just Dance, ve pelis... y se deja una barba a lo Tom Hanks en Náufrago. Un día, en un nuevo rulo por el sacacorchos ve una puerta que no había visto y dentro hay un par de trajes espaciales. No uno, ni media docena ni 300, solo dos. Los mira, los roza, los toca y se pone uno. Y con ese traje sale a darse un paseito por las afueras del sacacorchos. A mí esta parte de la peli me retrotrajo a mis 11 años y los orígenes de mi angustia cósmica. No me mola salir ahí a flotar en algo negro y oscuro y solitario. Que sí, que lleva cable pero ¿y si el cable se rompe en un giro totalmente inesperado de la trama? Pues eso, que no me mola. Por supuesto a Jim no se le rompe nada porque entonces se acabaría la película. Ahora que lo pienso, eso sí que sería inesperado. 

Sigamos. Jim se desespera y tal y Pascual y se da un rulo por las cápsulas con gente durmiendo en ropa interior poco sexy. De entre las 5.000 cápsulas, CASUALMENTE, se queda mirando a Aurora. Por si alguien no ha tenido infancia me gustaría señalar que Aurora se llama La Bella Durmiente. EJEM. Tocando unas teclitas aquí y allá y skalteando unos cuantos archivos, Jim  se entera de toda la vida de Aurora, que resulta ser escritora, cool, con sentido del humor, interesante, inteligente y además, es Jennifer Lawrence y, claro, el bueno deJim se enamora. 

Jim frunce el ceño, lo desfrunce, lo frunce otra vez, lo frunce hasta casi tocarse la nariz y con esto suponemos que está teniendo o bien retortijones incontrolables o dudas morales sobre si despertar o no a Aurora. 

El espectador se fuma otros 3 puros porque sabe de sobra que Jim va a hacer de príncipe y despertara a Aurora. 

La despierta. La mira. Corre para que ella no le vea. Ella pulula por la nave. Se encuentran casualmente. A ella le da un ataquito de histeria cuando se entera de que se ha despertado antes de tiempo. Hace las mismas cosas que Jim antes pero sin cinturon de herramientas sexy y al final va donde Arthur y decide que va a jugar al basket virtualmente y ver pelis y jugar al Just Dance. Aurora también nada con un bañador absurdo de rejilla. El espectador se pregunta si el bueno de Jimno sabe nadar o es que no había sido tan concienzudo en sus paseos por el sacacorchos y la piscina le había pasado desapercibida. O, a lo mejor, Prat se negó a llevar un bañador de rejilla, que también puede ser. 

Al grano que esto está quedando largo. De manera absolutamente inesperada y sorprendente, Jim y Aurora, se enamoran, chuscan y juegan a la pareja feliz. La escasa química que hay entre ellos hace que el espectador añore ver patos fornicando pero no hay suerte. El espectador tiene que asistir a conversaciones de profundidad insondable:

Dime Jim, ¿por qué te querías ir de la Tierra a establecerte en una colonia espacial?
—Porque en la tierra ya no arreglamos nada, solo lo sustituimos. Yo quiero arreglar cosas. 

Ole ahí, Many Manitas. 

¿Y tú Aurora? ¿Por qué dejas tu vida guay para irte de excursión espacial?
—Mi padre era guay, era escritor, decía cosas inteligentes y, de repente, se murió y yo quiero escribir cosas y que me lean y...

Ole ahí brasitas con ínfulas.  

Todo va bien durante medio minuto de película pero entonces llega Arthur, el robot camarero, y de manera casual y absurda (como toda la película) le dice a Aurora: ¡qué bien que Jack te despertó! 

En otro sorprendente giro de los acontecimientos Aurora no se lo toma nada bien. De hecho, se coge un cabreo bastante considerable y llega hasta pegarle una paliza a Jim. Jim frunce el ceño. 

Mientras andan enfurruñados evitándose en el sacacorchos, la nave empieza a fallar un poco más para que no te olvides del pedrusco del principio. Como es obvio que Aurora y Jim no se bastan por sí solos, de repente, se abre una puerta y aparece Lawrence Fishburne. ¿Por qué? ¿Cómo? Da igual, a quién le importa. A estas alturas de la película no vamos a ponernos pejigueros con los detalles de guión. 

Fishburne aparece para tres cosas:

1.-Decirles que hay algo que no va bien, que de hecho algo va fatal en una sala enorme y que lo encuentren. 
2.-Decirle a Aurora un par de perlas a lo Coelho que hagan que ella se desenfurruñe: "se estaba ahogando y cuando te estás ahogando te agarras a lo que sea, por eso te despertó".
3.-Darles su pulserita de acceso premium a todo el sacacorchos y morirse. 

A partir de la muerte del bueno de Fishburne la acción se dispara. El sacacorchos se apaga, ellos corren. El sacacorchos tiembla, ellos llegan a la sala enorme y en un plis plas encuentran el boquete del pedrusco y una sala en llamas que misteriosamente a ellos les parece inofensiva. Lo que tienen que arreglar no se arregla a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. ¡Mecachis! Jim va a tener que jugarse la vida desde fuera de la nave para poder salvar a Aurora y al sacacorchos. ¡Quién iba a sospecharlo! 

Jim se juega la vida a lo James Bond y a lo James Bond parece que se muere pero es solo la puntita. Aurora es una heroína y lo salva y llora. 

Se besan, ríen como pánfilos. 

Venga churri.- le dice Jack- que te duermo.
¿Y qué pasa contigo?
—Aquí solo cabe uno.
—Pero no volveré a verte. 

Elipsis de 88 años. Se abre una puerta, aparece Andy García con barbota y hay un jardín exuberante dentro del sacacorchos. 

Fin. 

Id a ver Passengers, es fabulosa.  

Nunca me agradeceréis lo suficiente haberos proporcionado la información sobre el pene de los patos.   

domingo, 18 de diciembre de 2016

Cuatro semanas para ser padre

Cuando nació nuestra primera hija, hace justo 13 años, El Ingeniero disfrutó de los 4 días de baja por nacimiento que le correspondían y de dos semanas de vacaciones que se había guardado para estar con ella y conmigo. Cuando nació nuestra segunda hija, en agosto de 2005, se reservó su mes de vacaciones para pegarlo a los 4 días que le correspondían y que como eran naturales y el nacimiento fue un viernes, fueron en realidad 1. 

Siempre he defendido que una medida que igualaría a hombres y mujeres a la hora de conseguir un trabajo o promocionar a un puesto mejor es la obligatoriedad de la baja de paternidad exactamente igual que la baja maternal. 12 semanas obligatorias de baja desde el día del nacimiento. Las otras 4 semanas podrían ser para cualquiera de los padres. 

Sinceramente no creo que viva para llegar a ver esta medida pero, mientras tanto, cualquier paso que se dé en esa dirección me parece fabuloso. Las 4 semanas que se han aprobado me parecen mejor que los 15 días que había antes y los 15 días me parecen un adelanto con respecto a los 4 días a los que tuvo derecho el padre de mis hijas. 

En mi ingenuidad creía que la ampliación a  4 semanas del permiso de paternidad sería una medida celebrada por todos, especialmente por los hombres que van a poder disfrutar de un tiempo valioso y de calidad con sus hijos recién nacidos y sus mujeres recién llegadas (o no) a la maternidad. Un tiempo de cambios e inquietudes en las que conviene estar juntos porque es una época dura. 

Pues no. Resulta que el viernes por la noche tuve que escuchar en la radio (me topé con ello por casualidad) frases como éstas que transcribo aquí (la transcripción completa está aquí y se puede escuchar aquí

"Pienso por ejemplo que sería fantástico, me parece muy bien que haya un permiso de paternidad pagado por el Estado por lo que el impacto sobre las empresas será menor lo que puede ser un impacto (sic) pero es que es tan poco tiempo. Un impacto sobre la carrera profesional no es comparable al que tiene sobre la carrera profesional de una mujer los nueve meses de embarazo y todo el tiempo que le dedica o le sustrae o se ve obligada a dedicar de su tarea para dedicarse al cuidado de los suyos, pero me parece un avance pero hay cosas más prácticas que podíamos hacer. Por ejemplo las guarderías 24 horas que tienen en Francia me parece una conquista y creo que realmente dotan de una gran flexibilidad. No todas las mujeres tienen horarios diurnos de trabajo, hay limpiadoras, personas que necesitan trabajar en turnos de noche, en turnos complicados y, a veces, esas personas necesitan un apoyo para que puedan tener hijos por si quieren tenerlos". 
"Hay un aspecto old fashion en las medidas, habría a lo mejor que pensar en cosas un poquito distintas".
"no creo que sea introduciendo penalización a la carrera profesional de los hombres..."
"lo que no puedes hacer es buscar la igualación por abajo evidentemente, lo que no puedes hacer es quitarle el skateboard a los que van más rápido".

Todo esto lo dijo un hombre, un hombre que hace unos meses opinaba que tener mujeres en los consejos de administración no sirve para nada porque o no aportan nada o si aportan algo es porque se comportan como hombres. Curiosamente en la intervención del otro día, metió una cuña sobre los consejos de administración porque parece que ahora sí le parece interesante que haya mujeres. Dudo mucho que haya cambiado de opinión, simplemente resultó que, en su minúsculo cerebro de  neanderthal,  la problemática de las mujeres consejeras había pasado a ser algo insignificante comparado con la debacle que para este hombre significa que los padres pasen 4 semanas con sus hijos recién nacidos. 

Para este señor, la baja paternal de 4 semanas es una penalización a la carrera profesional de los padres. Es una afirmación tan asquerosa, machista y retrógrada que, como dije en Twitter, me dieron ganas de vomitar. 

Irse de baja 4 semanas no penaliza nada. Son exactamente dos semanas más de "ausencia" que si te casas. Seguro que este tipo conoce hombres que se han casado varias veces y han disfrutado de sus quince días de asueto. Me encantaría saber porqué disfrutar de tu hijo durante 4 semanas te penaliza en el curro y sin embargo irte 15 días de vacaciones a una isla paradisiaca por haberte casado no. ¿A partir de cuantos días tu vida personal "penaliza"? O ¿es que las bajas por diversión no penalizan pero las de responsabilidad familiar sí? ¿cuidar a un bebé penaliza pero tomar daiquiris no? 

Hasta ahora mismo, esa penalización tan lamentable para el Sr. Muller solo afectaba a las mujeres. ¿Estaba él igual de horrorizado con esa medida tan "old fashion" o solo ha empezado a preocuparle cuando le afecta a él y a sus chicos?   Si 4 semanas le parece terrorífico para los hombres ¿qué le parecen 16 para las mujeres? ¿No será que, para él, que se penalice a las mujeres no importa absolutamente nada porque es de los que opina que las mujeres trabajamos para entretenernos hasta que tenemos la suerte de encontrar un hombre con el que reproducirnos y entonces ya nos da igual nuestro trabajo? ¿A cuantas mujeres ha penalizado este señor por irse de baja maternal? 

Tercero, ¿qué tipo de visión enfermiza, repugnante y minúscula de la vida familiar tiene este hombre, y tantos como él, para que pasar tiempo con sus hijos recién nacidos todo lo que le provoque es pensar en que le quitan el skate con el que va más deprisa en su trayectoria profesional? 

¿Cómo de minúsculo es este hombre para que contemple esta medida como una "igualación por abajo" en vez de una buena noticia para los hombres? 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para las mujeres porque son otra manifestación más de su machismo cavernícola y su desprecio absoluto hacia las mujeres que trabajan. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas también para los hombres. Conseguir poder pasar cuatro semanas con su pareja y su hijo recién nacido es un triunfo para todos esos padres para los que estar con su familia no es una "penalización" y saben cuando toca bajarse del skate por un ratito. 

Las palabras y opiniones del Sr. Muller son ofensivas para todos los padres y madres que prefieren días con sus hijos a guarderías 24 horas dónde aparcarlos. 

Las 4 semanas son una gran noticia, aunque a las mujeres nos vendría mejor si fueran obligatorias. Si todos, hombres y mujeres, al tener hijos disfrutáramos de los mismos derechos y tiempos para estar con ellos, tener hijos dejaría de ser un problema para el desarrollo de una carrera laboral.  

Estoy asqueada y cabreada. Me consuelo pensando en la cantidad de hombres, padres y no padres, que no piensan como éste elemento y que disfrutarán de esos días con sus familias.