jueves, 27 de octubre de 2016

Hablemos de series

Ayer, tras casi un año de visionado en meses pares, las princezaz y yo terminamos de ver Friends. Para ellas era su primera vez, para mí mi primera vez del tirón. He descubierto que algunos capítulos me los sabía casi de memoria, algunos nos los recordaba y unos pocos se me habían pasado en su momento. 

Revisionar Friends con las niñas ha sido una experiencia estupenda aunque se lo propuse con algo de miedo. Pensé que lo mismo no había aguantado bien o que aburría o que no les haría gracia pero yo la he disfrutado mucho y ellas ayer estaban al borde de las lágrimas. Por primera vez en su vida están teniendo ese síndrome de abstinencia que uno siente tras leer un buen libro, ver una buena peli o sumergirse durante semanas o meses, en su caso, en una buena serie.

–Mamá ¿Y ahora qué? ¿qué vamos a ver?
–Da igual lo que elijas mamá, nada será como Friends.  

Tienen razón, nada será como Friends pero vamos a ver otras cosas bastante chulas. 

Vamos a empezar con Strange Things. Yo ya la ví el verano pasado y aunque no me fascinó, sé que a ellas les va a gustar. ¿Recomiendo Strange Things? Vamos a ver, es una serie graciosa, entretenida y muy tramposa. Está pensada para que gente como yo, de cuarenta palos, reconozca la estética de su adolescencia y se pase un par de capítulos diciendo: eso es los goonies, y eso es ET, y aquello Encuentros en la Tercera Fase y yo tenía una parka igual y unos vaqueros de cuello vuelto como esos que me sentaban de angustia. Al mismo tiempo, si tienes hijos, te sirve para llevarlos a pasear al parque temático de tu infancia pero sin que se aburran. La trama de malos, extraterrestres, adolescentes, amoríos y seres misteriosos en bosques que dan mucho susto les encanta. Y a mí me gusta saber que van a pasar miedo porque me encanta que se acojonen. 

¿Hay que ver Strange things? 

Sí si tienes hijos. 
Sí, si tu vida pasa por una época de muchas horas en el sofá pensando que quizás deberías salir a dar una vuelta y relacionarte con gente en 3D. Mientras decides si sales o no y si te compensa ducharte y quitarte la sudadera mugrienta, ver Strange Things es una buena opción. 

Después vamos a sumergirnos en Gilmore Girls una de las series más maravillosas y más inteligentes que se han hecho nunca. El que crea que es una serie de tías que salga ahora mismo de este post, cierre la puerta y no vuelva más. The Gilmore Girls es un prodigio de guión y de creación de personajes absurdos, encantadores y ellos con O muy muy atractivos. Además, hay tantas referencias culturetas a cine y libros que después de cada capítulo se puede hacer un pedido a Amazon. Sé que a laz princezaz les va a encantar y yo estoy deseando volver a verla. 

¿Qué más he visto y recomiendo?

Love. Serie de Netflix, 10 episodios de media hora. Es una serie de parejas y amoríos. Con un feo gafotas y narizotas que nada más verlo te hace pensar "vaya, podían haber puesto un protagonista guapo" y al segundo capítulo te lo quieres llevar a casa. 

¿Recomiendo Love? 

Sí si quieres ver algo falsamente intrascendente y no quedarte dormido en el sofá.
Sí si estás soltero y te quieres sentir super identificado con el rollo mensajes, mirar si alguien esta conectado, redactar un wasap de 3 palabras 14 veces y arrepentirte al instante siguiente y todo ese tipo de cosas.

Si la soltería te queda lejísimos y miras con cierta pena a la gente que queda mil veces y que no pretende encontrar a un padre para sus hijos... entonces Love no es para ti. 

Narcos. Esta va de narcotraficantes y de policía americana y de política colombiana. Es una serie entretenida con capítulos fascinantes y otros que hacen bola. Sirve para pasar el rato y repasar la historia del narcotráfico en Sudamérica y Colombia y darse cuenta de que no conviene que la moda masculina de los años 70 vuelva a nuestras calles. 

¿La recomiendo? 

Sí, es una serie con la que si eres un vago y jamás en tu vida has leído las páginas de internacional del periódico es posible que aprendas algo sobre narcotráfico y Sudamerica. 

Yo confieso que he abortado misión en la segunda temporada. No tengo más ganas de ver bigotes y la historia de Pablo Escobar me la sé. Además, me crispa la voz en off. 

River. 6 episodios. Un policía inglés, tristón y taciturno. Un caso que se va resolviendo. Sus compañeros, sus jefes, la niebla y la lluvia inglesa. No es Happy Valley ni Fargo ni Canción Triste de Hill Street pero tiene un poco de todo. 

¿La recomiendo? Sí, si quieres ver una serie original con un policía de esos que se te mete dentro. Sí si te gusta Wallander aunque tampoco es Wallander. 

No, si eres de los que quieres persecuciones, tiros y mucha espectacularidad. Y no te gusta la amargura. 

La última recomendación de hoy es Horace & Pete. Esto son palabras mayores. Louis C.K, Steve Buscemi, Alan Alda que está para que le den un Premio Nobel, Eddie Falco y Jessica Lange. Si todo esto no os parece suficiente, os diré que la serie es un bar que recuerda vagamente a Cheers y tiene unos diálogos tan alucinantes que te quedas boquiabierto frente a la televisión. Cada capítulo tiene una duración diferente, son 10 y se puede ver aquí. (pagando, claro)

Es con muchísima diferencia la mejor serie que se puede ver ahora mismo.

¿La recomiendo? Sí. Muchísimo. Pero no es bonita ni feliz. Hace reír pero se te congela la sonrisa y raspa y duele. Es maravillosa. 

He visto más cosas pero por hoy ya está bien. 


lunes, 24 de octubre de 2016

Cuatro cosas que me gusta ver hacer a un hombre.


1.- Tocar la armónica. No me gusta físicamente Bob Dylan y, hasta hace unos días, no podía escuchar a Quique González sin pensar en suicidarme quemándome a lo bonzo pero, hace unos días,  vi un vídeo de Quique González y cuando ya estaba prendiendo la cerilla para empezar a quemarme el pelo, se puso a tocar la armónica. Me quedé maravillada. Ver tocar la armónica a un hombre me fascina. Desconozco el motivo y, de hecho, esta fascinación solo la siento con la armónica. Un hombre que toca la guitarra, el piano o la flauta no me dice absolutamente nada pero dale una armónica y te interpreto a una rata en el Flautista de Hamelín. Me da igual que el tío sea Bruce, Glenn, Bob o Quique González, me gusta un hombre con armónica. 

2.- Que nade bonito. Bonito. No me dice nada un tío que nada rápido o potente, no. Me gusta mirar a uno que lo haga bonito, que se deslice como si no le costara. Des li zar se. En una de las piscinas que frecuento hay un tío que fuera del agua me es completamente indiferente. No muy alto, achaparrado, con coleta y un microbañador azul marino. Vestido ni le vería, pero se mete en el agua y me quedo embobada. Le veo nadar y se me pone la piel de gallina de lo bonito que nada. El otro día descubrí que tiene un amigo y que cuando coinciden en la piscina, se meten en la misma calle a nadar a la vez. Los llaman "las bailarinas" y podría pasarme horas mirándoles. 

3.- Mirar la hora en el reloj de la muñeca. Me fascina. Me encanta ese gesto de agitar la muñeca, levantarse el jersey o la camisa (si llevan) y mirar la hora. Si es con correa metálica que suena, mejor. Lamentablemente en algún momento de un pasado cercano la mayoría de los hombres han decidido que llevar reloj no es cool. Las excusas van desde las más prosaicas del "me molesta, me roza, tengo 3 años y me pica" a las más intensas "paso de llevar reloj, estoy fuera de horarios". Buuu buuu buuuu. Y no, no me vale que mire la hora en el móvil. 

4.- Que planche bien. Agarrar la plancha y golpear con ella la ropa no es planchar.  Me da igual que un hombre limpie (quiero decir que es su casa y su suciedad y él verá) y no me emociona sobremanera que cocine. De hecho un hombre cocinando me aburre, me pongo a leer mientras prepara lo que sea. Con un hombre planchando de verdad no me concentro en ninguna otra cosa. El tío de la tintorería de mi barrio puede dar fe de esto, creo que hasta me mira raro. Confieso que no tengo claro si me gusta por el hecho en sí o por la rareza de encontrar a alguno que lo haga. Estoy pensando que no sé si debería catalogar esto como una fantasía. 

Me gustan los hombres. No todos, la verdad es que no me gusta casi ninguno pero me gusta ver a un hombre hacer estas cosas. Y no, no me gustan igual en una mujer. Y no, que me guste ver a un hombre hacer estas cosas no quiere decir para nada que quiera un rollo, un lío o una boda en Malibú. 

No quiero nada, sólo verle hacer esas cosas. 


miércoles, 19 de octubre de 2016

Richard Ford y yo


"La mujer con la que estás tiene que interesarte mucho, debes tener ganas de descubrirla."

Cuando leí esta entrevista a Richard Ford en 2013, ya llevaba 4 años enamorada de sus libros. Al terminar la  entrevista me enamoré de él. 

Richard Ford está en Oviedo y yo no y me da rabia. Es una rabia absurda porque probablemente si estuviera en Oviedo tampoco podría verle ni muchos menos hablar con él o sencillamente idolatrarle de cerca que es lo que me gustaría hacer. Digo probablemente porque mis contactos asturianos no paran de decirme que Oviedo es un pueblo, insinuando que si hubiera ido a visitarles en vez de estar haciendo lo que estoy haciendo en medio de los páramos de Mordor tendría posibilidades de tomarme unos vinos con Ford (no soy muy fan de la sidra). 

Que Ford esté en Oviedo y yo no, me da rabia pero, por otro lado, me alegro mucho de su Premio Princesa de Asturias. Con los escritores que me gusta soy como los hooligans del fútbol. No llego a decir "hemos ganado" pero me entusiasmo. ¿Por qué? Pues porque sí, porque me encanta Ford, porque el premio significa que estará por aquí, que dará entrevistas, que dirá cosas interesantes que yo podré leer y esparcir a los cuatro vientos con el entusiasmo desbordante que me caracteriza cuando algo o alguien me gusta muchísimo. Y Ford me gusta muchísimo, muchísimo.   

Cuándo llegué a sus libros hace siete años era otra persona diferente de la que soy ahora. No, diferente no, era una etapa anterior a la persona que soy ahora. Por aquel entonces todavía leía suplementos culturales y recortaba reseñas de libros Así fue como llegué a él y al Periodista deportivo. Conocí a Frank Bascombe y en lo que escribí sobre él me veo joven, despreocupada, dicharacheramente ligera y sin fondo. Todo lo que pensé en aquel verano sobre el personaje de Bascombe lo mantengo, lo que no sabía es que yo iba a ser Bascombe en los años siguientes. O, quizás, si lo sabía... lo intuía pero no quería verlo. Quizás. 

Cuando leí casi seguido El Día de la Independencia, en la vida de Frank habían pasado siete años (ja, toma coincidencia) pero en la mía solo un par de semanas. Doblé esquinas y anoté citas, entre ellas una que ahora retrata exactamente como me siento como madre. 
“Así pues, lo peor de ser padre es mi sino: ser adulto No hablo el lenguaje adecuado, no me enfrento a los mismos temores y contingencias y oportunidad perdidas; mi sino es saber muchas cosas y sin embargo, tener que estar parado, como un farol con la luz encendida esperando que mi hijo vea el resplandor y se decida a acercarse al calor y la luz que le ofrece calladamente”.
Eso soy ahora y lo seré más en el futuro, soy una luz a la que espero mis hijas se acerquen cuando necesiten algo pero la mayor parte del tiempo sé que preferirán seguir la oscuridad hasta donde las lleve que es lo que hemos hecho todos.
"De alguna manera, quien sabe por qué, tus decisiones un día dan un vuelvo y pierdes tu dominio de las cosas. Y un día te despiertas y te encuentras en la situación en la juraste que jamás te encontrarías, y ya no sabes que es para ti lo más importante en este mundo. Y después de eso, todo ha acabado."
Esta frase estaba en Acción de gracias que leí en junio de 2010. Tras terminarlo apunté "las cosas pasan despacio, el protagonista sigue haciendo y diciendo cosas que no comparto y otras que son directamente tontas, pero entiendo porqué se siente impulsado a hacerlas. No siempre hacemos cosas inteligentes." 

Un millón de veces he pensado en esto, en como hacemos cosas tontas o directamente estúpidas sin ser capaces de evitarlas, cosas que muchas veces nos hacen daño a nosotros mismos y que pasado el tiempo recordamos y pensamos ¿como pude ser tan cretino? Creo que la clave para seguir viviendo o la clave para darte cuenta de que ya eres una persona más o menos madura es aceptar esas cosas y decir "pues sí, aquella cretina era yo". 

A Ford le debo haberme descubierto los relatos de Cheever, a Raymond Carver y a Ann Beatie. Le debo la mejor definición que he leído nunca sobre la sensación de ser un mierda y  le debo la mejor definición que he leído nunca sobre lo que es la censura:
“La verdadera censura- que de eso estamos hablando, al fin y al cabo- no es únicamente un ataque personal que dice “no puede decir eso”, sino un ataque que, insidiosamente dice “no puedes oír eso, no puedes saber eso, no puedes pensar eso”. Es un impulso que se encarga de alimentar la apatía moral de todos nosotros”.
Le debo la inspiración para un post precioso sobre mi padre y le debo el hecho de que cada vez que leo algo suyo, un libro, una entrevista o una reseña de las memorias de Springsteen encuentro algo que alimenta mis ganas de seguir descubriéndole. 

Leed a Richard Ford, malditos. 

lunes, 17 de octubre de 2016

Desnudos para llamar la atención

"También pensé que si posar así y hablar de este tema puede hacer ver a una sola mujer, una, que las revisiones anuales son obligatorias, me siento más que pagada".

No lo entiendo, no consigo entenderlo. Llevo desde el sábado dando vueltas a cómo es posible que ver a Marta Sánchez desnuda mueva a alguien, a una mujer, a ir al médico. Me encantaría entenderlo, me encantaría saber qué proceso mental han seguido ella, y el periodista del artículo, y el jefe de sección y la directora de la revista donde las fotografías y la entrevista se han publicado para considerar que era buena idea publicar fotografías de una cantante desnuda para llamar la atención sobre el cáncer. 

Me encantaría entenderlo, me encantaría saberlo porque la otra opción que se me ocurre es tan espantosa que no quiero contemplarla. 

No quiero pensar que cuando estamos tratando de que las mujeres no sean /seamos un puro objeto y lo primero que se vea /valore /considere de nosotras sea nuestro cuerpo, las tetas y el culo una revista hecha en su mayoría por mujeres y destinada a mujeres haya decidido que publicar fotos en bolas es algo conveniente, necesario y sobre todo justificable. 

No quiero pensar que no hubiera nadie en esa revista y en su entorno que dijera "Vamos a ver, si queremos hablar sobre el cáncer de mama que es un tema interesante y necesario NO ES NECESARIO SACAR A NADIE EN BOLAS, hablemos con médicos, pacientes, investigadores, científicas, familiares. Contemos testimonios, avances científicos, tratamientos.Demos datos". 

No quiero pensar que efectivamente hubiera alguien que dijera todo eso y que alguien con más poder y menos escrúpulos dijera "Si claro, pero eso no da clics. ¿Qué queremos? ¿Hacer algo interesante, necesario y adecuado o conseguir clics y viralidad? Si podemos poner un desnudo en portada lo ponemos y para que no nos coman lo justificamos con el cáncer y ya está".

"Marta Sánchez se desnuda contra el cáncer de mama". 

No. No se desnuda contra nada. Lo hace porque le apetece y porque es una manera de llamar la atención que supongo le conviene a ella y estoy convencida de que le conviene a la revista. 

Me parece increíble, indignante y me hierve la sangre al comprobar que en octubre de 2016 a un medio de comunicación lo único que se le ocurre para llamar la atención sobre el cáncer es una portada con una mujer desnuda. 

Es acojonante que ni siquiera necesitemos a los hombres para cosificar a las mujeres, nos bastamos solitas para hacer esa estupidez y encima lo justificamos. Me parecería más honrado decir "mira, poso en bolas porque me encuentro divina" que "mira que comprometidos estamos... ponemos tetas en portada porque el cáncer nos importa". 

Porque no nos engañemos, el As pone tías en bolas en la contraportada para exactamente lo mismo que el Yo dona: llamar la atención. 

Ese es el nivel. 

Voy a seguir tratando de pensar como los participantes en este engendro porque de otra manera voy a acabar combustionando. 

viernes, 14 de octubre de 2016

Lo de Dylan y el Nobel

Y el Nobel es para Bob Dylan. 

Mi primera reacción fue de sorpresa y luego risas. Me imaginé a Murakami con los ojos fueras de las órbitas por la sorpresa. Le visualicé luego, levantándose lentamente del ordenador dónde se había sentado para seguir con fingida indiferencia y los dedos cruzados el fallo del jurado, y caminar hacia su ordenada estantería de vinilos y poco a poco ir cogiendo todos los discos de Dylan y tirarlos al suelo con rabia. Toda la rabia que un japonés tántrico y que habla a su gato puede soltar. 

Me vine arriba y le imaginé incluso cantando por Siniestro Total y pensando en Dylan "Te degollaré con un disco afilado... y bailaré sobre tu tumba". 

Mientras dejaba volar mi calenturienta imaginación y me echaba unas risas a costa de mi animadversión a Murakami, la red se incendió de opiniones sobre el Nobel. 

Están los que les parece maravilloso. Dylan es un rapsoda, la literatura empezó siendo cantada, los griegos tocaban el arpa, es un juglar... y yo solo pienso en Asuranceturix, el bardo de Asterix, y en lo ridículo que estaría Dylan con mallas.  

Están los que les parece horrible. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un guionista de televisión? ¿Un autor de comics?  Esto es una "afrenta" para todos los literatos del mundo, acabo de leer. Ole, una afrenta para todos... no solo para los que podrían ganar el Nobel sino para todos. Sospecho que el autor del artículo está sin respirar de la indignación y sospecho que mi adicción a Asterix es excesiva

Está el bando de los periodistas / especialistas culturales que los que les molesta es que la gente opine sobre el Premio y sobre Nobel. "No veo que los premios científicos se discutan tanto" o "Si no has leído y traducido todas las letras de Dylan tu opinión no es pertinente". Me troncho. A estos lo que les molesta es que les quiten su parcelita de lucimiento. Otros años podían tirarse el pisto o lucir su verdadero conocimiento (en algunos casos) sobre el premiado y eran consultados por medios y gente para dar su opinión sobre algo que casi nadie conocía. Este año su gozo en un pozo, todo el mundo puede opinar sobre Dylan porque todo el mundo le conoce. La superioridad intelectual ha perdido su semana grande de lucimiento. 

¿Qué me parece a mí? Pues la verdad es que me da igual. ¿Es Dylan literatura? Tengo mis dudas. Tengo una opinión más o menos autorizada (para el periodista de esta mañana) porque he escuchado mucho a Dylan, muchísimo, por elección personal y porque mi hermano tuvo una época de adicción absoluta en la que sólo se escuchaba a Dylan. Creo recordar que incluso tenía grabado en cintas Tdk varios programas especiales que José Ramón Pardo dedicó a toda su trayectoria musical. Algunas canciones de Dylan me gustan y otras no. A veces me parece un auténtico coñazo, otras veces me flipa y algunas veces me retrata.  

She takes just like a woman, yes, she does
She makes love just like a woman, yes, she does
And she aches just like a woman
But she breaks just like a little girl.


Tengo mis dudas sobre lo que el propio Dylan opina sobre sus escritos. "Yo ni siquiera considero escribir canciones, la canción está ahí en el aire, estaba allí antes de que yo cogiera el lápiz", dice en esta entrevista con 20 años y en la que está increíblemente "simpático".  "Yo nunca seré rico y famoso" dice con total inocencia.

¿Se merece el Nobel? Pues no lo sé pero es que además da igual. Los Premios Nobel son una organización privada que da unos galardones a quien le apetece en base a unos criterios que ellos saben y los demás no. Este año han decidido que a Dylan, pues estupendo.  A nivel de promoción y publicidad ha sido un golpe maestro.  

Personalmente hubiera dado saltos de alegría si el Premio se lo hubieran dado  por ejemplo a Philp Roth, Margaret Atwood o Richard Ford pero me alegro infinito de que no se lo hayan dado a Murakami. 

Por otra parte este premio me ha permitido decir una frase que jamás pensé que diría "Yo estuve con 15 años en un concierto de un Premio Nobel en el Palacio de los Deportes". Un concierto atroz, espantoso y muy coñazo en el que Dylan estuvo desagradable, antipático y roñoso. Tocó 50 minutos. 

¿Nobel a Dylan? Voy a decir que sí, que me parece bien, solo por las risas y la diversión que me ha proporcionado este momento. 

Eso sí, Murakami ha empezado a darme hasta penita, los del Nobel lo están masacrando. 

Haruki, ¿cuál es tu inspiración?
Los gatos, mi ego, la música americana, el folk...
Aha, pues mira le vamos a dar el Nobel a Dylan por "For having created new poetic expressions within the great American song traditition" que tanto te inspira.

¿A quién quiero engañar? Me encanta.


jueves, 13 de octubre de 2016

Jugando al despiste



La espera se hace interminable, la cola no avanza y me aburro esperando. Las niñas me están contando algo, no sé muy bien qué, cuyo hilo he perdido hace un rato. Inciso, hay mucha filosofía por ahí sobre lo interesante que es charlar con tus hijos y sí, muchas veces lo es; pero otras muchas, igual que pasa con otra gente, porque tus hijos son gente, las cosas que te cuentan son aburridas, muy aburridas. Esta historia ha empezado con algo como "hoy en clase de lengua, Fulanito ha dicho y entonces yo, que no he hecho nada..." y ahora ya va por Menganita y Fulanito y Zutanito y me he perdido. Fin del inciso. 

Me aburro y decido crear un poco de tensión.

–Chicas, me voy a hacer un tatuaje. 

El efecto es instantáneo. Me encanta. Se quedan petrificadas, me miran y hacen eso que me tanto me gusta y que yo no sé hacer: levantan una ceja. 

-Ja, sí, claro. Tú un tatuaje.Me troncho -dice C. 

M sigue con la ceja levantada y me clava su mirada azul.

Eso es imposible -dice muy seria.

–Bueno, pues no os lo creáis.
–Pero ¿cómo te vas a hacer tú un tatuaje?
–Pero ¿qué pasa? ¿Por qué no me lo voy a hacer?
–Porque los odias, nos has dicho siempre que no nos pueden gustar hombres que lleven tatuajes.
–Y lo mantengo. Ni tatuajes, ni camisetas de tirantes en restaurantes, ni anillos, ni pendientes, ni cadenas doradas ni, sobre todo, gorras de visera plana que hacen que cualquiera parezca imbécil. 
–¿Entonces? 
–Yo no soy un hombre que tenga que gustaros.
–¡Anda ya! Que no te lo vas a hacer.
–Vale, vale, pues nada. 

–Pero dinos que no te vas a hacer un libro.
–No
–Mamá, ¡ni una frase por Dios, que eso es muy hortera!
–No
-Ni un cuaderno ni una pluma.
–Que no.
–Y ni se te ocurra tu nombre en chino.
–Que nooooo. 

–Es mentira.
–Ajá. Vale, es mentira.
–¿Qué te vas a poner?
–Amor de madre hasta el infinito y más allá. 
–¡Mamá! ¡Nos estás tomando el pelo!
–¿Y si me pongo MAC? Las iniciales de las tres... sería precioso.
–Ni se te ocurra. 
–No te lo vas a hacer.
–Bueno, pues no os lo creáis. Cuando me lo haga no os lo voy a decir y no lo veréis.
–¿Te lo vas a hacer en el culo?
–¡No! 
–Entonces lo veremos. 

Por fin la cola avanza y consigo distraerlas sacando los mil cachivaches que hemos comprado en Ikea, tras algo que parecía una inteligente maniobra de distracción, conseguir apartar la conversación diaria de "necesitamos cada una un cuarto" a "compramos cosas para que redecoréis el que tenéis". La cantidad de cosas que llevo en el carro me hace percatarme de que, a lo mejor, no ha sido una maniobra tan inteligente. 

Ya en el coche de camino a casa, me doy cuenta de que mi plan para no aburrirme en la cola tampoco ha sido nada inteligente.

–Pero entonces mamá, ¿es en serio o no lo del tatuaje?
–No
–Sí es en serio... te lo noto.
–Pero ¿no decís que no tengo pinta de tatuarme nada?
–No, no tienes pinta y además los odias.
–Bueno, pues he cambiado de idea. ¿Os parece mal que cambie de idea?
–No pero ¡no sabemos si nos estás vacilando!
–Pensad lo que queráis. 

–Mamá, ¿sabes por qué cambias de idea?
–¿Por qué?
–Porque lees muchísimo. A veces, demasiado. 



martes, 11 de octubre de 2016

Lecturas encadenadas de septiembre. La Broma Infinita

Leer La Broma Infinita me llevó 55 días y anotar todas las esquinas dobladas, todos los párrafos subrayados, me ha llevado dos semanas casi completas. Copiar los párrafos que señalo mientras voy leyendo no es un mero ejercicio de copia, me sirve para repensar un libro, para hacerlo más mío y para intentar saber lo que quiero decir de él. En un futuro, cuando relea esos cuadernos, sé que en esos párrafos escogidos veré mi vida. 

Escribir sobre La Broma Infinita es complicado así que voy a hacerlo mal pero, en fin, espero que sirva para transmitir la experiencia que la lectura de sus más de 1000 páginas ha sido para mí en el verano de 2016. Vamos a intentarlo. 

Leer La Broma Infinita no se parece a leer ninguna otra cosa. 

No se puede recomendar a nadie La Broma Infinita, igual que no se puede recomendar a nadie una sesión de ayahuasca, una fiesta de LSD, tirarse en parapente o tener hijos. Es una experiencia que cada uno tiene que decidir si se arriesga a acometer o no y que no se va a parecer a nada que haya hecho antes ni tiene porqué parecerse a lo que otros han sentido.

Leer la Broma Infinita es como saltar al vacío, como lanzarte por las cataratas del Niágara metido en un tonel, esperando no solo llegar vivo al final, sobrevivir, sino disfrutarlo y salir a flote pensando "no sé cómo he llegado hasta aquí pero me ha molado muchísimo". Terminar y pensar que has disfrutado del susto, del salto, de las corrientes, de los remansos para coger aire y de los sprints. Te ha gustado tener que aguantar la respiración para bucear en las profundidades y también nadar con dulces brazadas por algunos tramos. 
"Mario, tú y yo somos misteriosos el uno para el otro. Nos miramos desde lados opuestos de esta diferencia inabordable que nos aflige. Dejemos el asunto en paz y pensémoslo". 
En La Broma Infinita lo reconoces todo pero, al principio, todo es  tan extraño que te revuelves mientras lees, casi miras a tu espalda, levantas la vista esperando que haya alguien espiándote o escrutando si eres capaz de entender lo que estás leyendo. Después, poco a poco, te acomodas a ese mundo como a una nueva casa, una nueva ciudad o un nuevo amante y luego te enamoras tanto que todo lo que suceda fuera de sus páginas y de sus líneas te da igual. 

La página 231 marca, para mí, el comienzo de ese disfrute absoluto... pasé de sentirme curiosa y miedosa a estar apabullada y deslumbrada. Enamorada hasta los huesos.  
"Que por más inteligente que te creas, eres siempre menos inteligente que eso."
"Que dormir puede ser una forma de escape emocional y con un esfuerzo sostenido se puede abusar de esa actividad."
"Que casi todo el mundo se masturba.Y parece ser que bastante.
Que el cliché `No sé quien soy’ resulta ser, por desgracia, algo más que un cliché." 
La Broma Infinita es apabullante. Apabullante como encontrarte a los pies de una gran montaña, frente a un desierto o cualquier otra cosa inabarcable y que parezca inalcanzable. 

La Broma Infinita también deslumbra. Lees y, en algunos trozos, no puedes creerte la lucidez que David Foster Wallace destila en sus páginas, la claridad mental que le hace formular ideas certeras, agudas, profundas y sabias de una manera que jamás se te habría ocurrido y que sabes que nunca más volverás a leer. Ideas que, una vez descifradas se te meten dentro y ya no te abandonarán. 

Ideas que te describen:
"ELLO también es solitario de un modo que no se puede expresar. No hay manera de que Kate Gompert pueda ni siquiera intentar que alguien entienda lo que es una depresión clínica, ni siquiera otra persona que también está clínicamente deprimida, porque una persona en este estado es incapaz de empatizar con ningún otro ser viviente. Esta Incapacidad anhedónica para Identificarse forma parte integral de Ello. Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona como independiente del dolor universal que lo digiere célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno". 
Leyendo La Broma Infinita te enfadas, te enfadas mucho porque crees que David Foster Wallace te está vacilando o te está tomando el pelo. Piensas que lo está haciendo a propósito para sacarte de quicio, para resultar extremadamente "raro" porque te estabas acomodando y eso no es lo que quiere él. Te enfadas y tres páginas más allá te encuentras riéndote a carcajadas porque has pillado el chiste, la gracia, porque has sido capaz de seguir su hilo de pensamiento. 
"¿Tú espías y traicionas a Suiza para tratar de mantener con vida a alguien con un gancho, fluido espinal, falta de cráneo y en coma irreversible? Y yo que pensaba que estaba perturbada. Me estás obligando a reorientar toda mi idea de la perturbación, tío". 
Reírme a carcajadas con esta frase porque es la conclusión a un diálogo absurdo entre un terrorista sin piernas por un juego adolescente con trenes y una depresiva clínica, alcohólica y drogadicta que se conocen en un bar y tienen una conversación surrealista que al principio no entiendes y al final acabas disfrutando como si tuvieras 3 años y estuvieras en una piscina de bolas. La gente que te ve desde fuera no entiende la diversión pero tú no puedes disfrutar más de lo que lo estás haciendo.  

¿De qué trata La Broma Infinita? No lo sé. Los años están patrocinados por marcas publicitarias y roedores gigantes que recorren la costa este de Estados Unidos y Canadá, ese país idílico, es un enemigo mortal. Hay terroristas en sillas de ruedas y espías con disfraces de mujer. Hay una conversación frente a un barranco en el desierto que dura 300 páginas y una extraña cinta de vídeo que provoca la muerte de todo aquel que la ve. Hay drogadictos de toda clase, putas, homosexuales, exalcohólicos, maltratadores, camellos y adictos al sexo. Hay familias, muchas. Madres y padres, hijos, hermanos, primos. Hay una academia de tenis que mi absurdo cerebro relacionaba con Hogwarts, niños prodigiosos del tenis, entrenadores que parecen sacados de las SS, túneles y partidas de Escatón. 20 páginas están dedicadas a la búsqueda de un misterioso ruido en un colchón y otras 20 a una sesión de adultos intentando conectar con su niño interior. Hay una emisora de radio en la que no se escucha nada y un adicto a la serie Mash. Está Netflix anticipado y una escena de lucha callejera narrada como la sucesión de planos de un script de una serie de televisión.


En La Broma Infinita hay de todo, está todo... hay tanto que según avanzas te vas dando cuenta de que no podrás guardarlo todo, no podrás acumularlo todo, que tus brazos no podrán abarcar todo lo que te ofrece David Foster Wallace y que tendrás que elegir con qué te quedas. 

Al llegar casi al final desarrollas dos sensaciones. Por un lado, desolación. Se está terminando y sabes que cuando lo termines será complicado y te llevará meses encontrar otra lectura; no ya a la altura, pero que por lo menos te sacuda. Por otro lado, quieres terminar cuanto antes. ¿Por qué? 

En la página 1191 tienes la respuesta
"Quieres dejarlo porque empiezas a darte cuenta de que lo necesitas". 
Esta frase resume la sensación que tienes al caminar por La Broma Infinita. Empiezas con prevención, con curiosidad precavida, vas leyendo poco a poco y vas desarrollando cada vez más ansiedad, más ganas de más, de conocer y sumergirte en ella, porque leer la Broma Infinita es inmersión y no superficie, quieres ir cada vez más profundo hasta que te das cuenta de que tienes que terminar porque empiezas a necesitarlo. Eso le pasaba a un personaje en "Amor y letras" y no quieres convertirte en un loco que acarrea las 1000 páginas de un lado a otro. 

Lo terminas y días, semanas, después sigues pegado al libro, con las  historias estallando en tu piel como ampollas. Tienes mono y síndrome de abstinencia. Te descubres apartándote de la cara jirones de tela de araña en la que se enredan tus pensamientos ... y te das cuenta de que La Broma Infinita es una tela de araña en la que has caído y de la que nunca podrás escapar, te pasarás la vida atrapado en ella y por mucho que te alejes y corras... los hilos que te unen a ella jamás se romperán. 

Algo así es leer La Broma Infinita. 

P.S: También he leído "El viajero involuntario" pero... ¿a quién le importa?



sábado, 8 de octubre de 2016

Ella no sabe titular sus posts

Sábado por la mañana. El portátil en las rodillas, la ventana abierta de par en par, los pies fríos y un pijama de rayas. Brujulea por la red con calma, leyendo lo que no ha tenido tiempo de leer entre semana, disfrutando al saber que tiene horas para ir pinchando de enlace en enlace sin rumbo. Realmente no tiene horas, una voz interior le está susurrando cosas, "deberías vestirte, ponerte a escribir un rato, tienes cosas que hacer, encargos, tareas, compromisos", pero por ahora tolera sus murmullos sin sentirse culpable. 

Encuentra unos maravillosos dibujos de animales en un solo trazo y piensa que ojalá supiera dibujar, lee una artículo sobre John Le Carré y apunta otro libro más en su lista interminable, empieza a escribir un correo y lo borra "bah, no merece la pena".

Suena el teléfono en el piso de abajo. Es curioso como ese sonido ya ni sobresalta, ni provoca ningún movimiento. Da igual quién sea, si es importante llamará al móvil que tiene a su lado entre las sábanas. O lo cogerá su madre que anda zascandileando por abajo.

¿Sí? ¡Ah, hola M!

Su madre tiene tono de sorpresa al reconocer a la interlocutora.

Ella sigue tecleando y pensando que, a estas horas un sábado, solo puede ser una mala noticia. Es una amiga de Los Molinos, vive un par de calles más allá. En dos milisegundos ella piensa que habrá llamado porque ha muerto alguien, hay un incendio o una inundación... se frena y piensa que, a lo mejor, está siendo terriblemente dramática y que, a lo mejor, solo llama porque organiza una fiesta. M era muy de fiestas, organizaba unas fiestas geniales. 

Claro, te la paso ahora mismo. 

¿"Claro, te la paso"? Están solas en casa, ella  y su madre. ¿M quiere hablar con ella? ¿Por qué? Por un segundo piensa en encerrarse en el baño y esquivar la llamada. No le gusta hablar por teléfono, lo odia y...Su madre entra sigilosa apretando el teléfono contra el pecho y susurrando:

Moli, es M y quiere hablar contigo. 

–¿Hola?
–Hola. Solo llamaba para decirte que he leído "La calle que mide mi mundo" y me he emocionado hasta las lágrimas. Porque lo has contado muy bien, porque mis hijos tienen los mismos recuerdos que tú, porque escribes fenomenal y porque ha sido maravilloso leerte. Te había escrito un comentario enorme en word pero no consigo dejarte el comentario y al final he pensado "qué narices, la llamo y se lo digo de viva voz". Ha sido maravilloso. 
–Er...muchas gracias. Muchísimas gracias por llamarme y por leerme. No sé qué decir.
–No tienes que decir nada, ya lo has escrito todo. Sigue haciéndolo. 

Cuelga el teléfono. Mira por la ventana, sigue teniendo los pies fríos y va a llegar tarde a Correos, a nadar y al aperitivo. Siempre llega tarde pero hoy con razón, tiene que sentarse a escribir estas cosas que (le) pasan y que le dejan sin palabras. 


miércoles, 5 de octubre de 2016

Imperfecta

Brujuleo por la cocina, con los fogones como un circo de tres pistas. He llegado tarde de una absurda reunión del colegio y nuestro maravilloso horario de cena a la centroeuropea se me ha ido de las manos. Laz princezaz ya han venido tres veces a preguntarme  cuándo cenamos. Nada cambia, sigo siendo el ama de llaves. 

Por fin tengo la cena lista.

–Chicas, venid a cenar. Poned la mesa.

Deben tener hambre porque no tengo que gritar tres veces ni ir a buscarlas. De hecho aparecen tan rápido que me asusto.

 –Mamá, ¿tú te has sacado un moco alguna vez?
–¿Qué? 
–Que si alguna vez te has sacado un moco. Creo que está clara la pregunta.
–Muy graciosa. ¿A qué viene eso?
–Fulanita, una de mi clase dice que ella nunca. 
–Fulanita es una mentirosa. Se sacará mocos y se tirará pedos.
–Eso le he dicho yo y me ha dicho que te preguntara a ti. 
–Ajá.
–Contesta, no te hagas la loca. ¿Te has sacado alguna vez un moco?
–Claro.

Nos sentamos a cenar y mientras la cháchara va de un lado a otro de la mesa y se quitan la palabra de la boca pienso que pronto las preguntas serán ¿alguna vez te has emborrachado? ¿Alguna vez mentiste a tus padres? ¿Alguna vez te escapaste? ¿Alguna vez hiciste algo que tus padres te habían prohibido? ¿Alguna vez tomaste drogas? ¿Alguna vez has mentido cuando eras mayor? ¿Alguna vez has hecho algo malo? 

A casi todo tendré que decirles que sí. Obvio. Podría mentirles, pero ¿para qué? No es que esté en contra de mentir a los hijos, de hecho creo que la mentira es muchas veces muy necesaria y no causa ningún mal pero mentirles sobre quién soy o cómo soy no iba a hacerles ningún bien a ellas ni a mí. 

Soy completamente imperfecta como persona y como madre. Me encantaría ser un saquito de virtudes maternales y derrochar amor y espíritu de sacrificio por mis hijas a cada segundo de mi existencia (bueno, a lo mejor no me encantaría) pero no lo soy. Muchas veces les digo que no me apetece hacer algo con ellas o escuchar su música o ver determinada película porque de verdad no me apetece. Otras veces sí, otras veces me apetece y lo hago encantada y, algunas, pocas... a pesar de no apetecerme lo hago por ellas. Y se lo digo: no me apetece nada pero voy a hacerlo por vosotras. 

No sé si está bien, mal, regular o da exactamente igual pero no quiero que piensen que soy maravillosa y estupenda. Sé, de hecho, que no lo piensan:

–Mamá, la gente cree que eres maja pero nosotras sabemos que no. 
–Mamá, mis amigas prefieren venir a nuestra casa porque dicen que tú no eres nada pesada pero no sé de dónde se han sacado esa idea. 

Mientras recogíamos la cena y preparábamos el desayuno del día siguiente, ellas hablaban sobre las veinte mil actividades extraescolares a las que quieren apuntarse y yo pensaba en el momento en que tenga que decirles, no en el que quiera decirles, que sí, que me emborraché, que hice cosas prohibidas, que mentí a mis padres y otro montón de cosas que ni son buenas, ni ejemplares y que probablemente lean en este blog algún día. 

¿Por qué voy a decírselo? Porque después de mucho pensarlo prefiero que descubran pronto (si es que no lo han descubierto ya) que no soy un buen ejemplo para un montón de cosas, prefiero que se acostumbren a verme imperfecta, que me vean tal cual... y bueno, luego ya veremos. 


lunes, 3 de octubre de 2016

Dejando atrás septiembre

El último tren del mes, la sexta vez que recorro este trayecto. Voy camino del sol, del atardecer soleado dejando atrás la lluvia, las nubes y el cielo gris que tanta ilusión me ha hecho ver esta mañana al levantarme en mi tercer hotel del mes. 

Esta vez he tenido suerte y nadie se sienta a mi lado. Al otro lado del pasillo, un par de jovenzuelos americanos, demasiado grandes para sus cuerpos y desmesurados para los asientos de RENFE, duermen plácidamente. Uno de ellos, con pinta de bebé grande y una melena rubio platino enmarañada en un moño, me tiene hipnotizada con su postura para dormir. Ha bajado la mesita y él es tan grande que creo que se le debe clavar en el ombligo, ha colocado encima la mochila y tras meter los brazos por las mangas de la camiseta ha apoyado la cabeza y ronca como un bebé. Lleva calcetines blancos metidos en unas zapatillas de loneta de colegial. Sus pies son pequeños para lo descomunal que es. 

Este mes he sido una mujer a una maleta pegada, he arrastrado mi ropa de un sitio a otro continuamente. No he dormido más de tres noches en la misma cama, la misma casa o la misma ciudad. He cenado cereales casi todas las noches y engullido ibuprofenos preventivos cuando cenaba otra cosa, siempre acompañada de vino. He ido al cine tres veces, terminado dos libros y  firmado un contrato. He tomado notas mentales y escritas en los sitios más extraños.  

¿Dónde estaba el día 1? Miro por la ventanilla y a pesar de que solo han sido treinta días me parece casi otra vida. Estoy agotada, exhausta, satisfecha pero fantaseando con un mes, con quince días de no hacer absolutamente nada, lejos de todo. 

Definitivamente la lluvia se ha quedado atrás, pega el sol entre Burgos y Valladolid, y todo está amarillo. Los americanos se aburren y resoplan. Tengo la sensación de tener el mes de octubre ante mí, con todas sus casillas en blanco, con horas para rutinas de madre, con tardes para pasar en casa cocinando y cenando como una persona normal y no como un personaje de serie americana. Un montón de días en los que cuando me despierte sabré en qué cama, en qué casa y en qué ciudad estoy durmiendo. En mi cama. Octubre va a ser mi estancia en la montaña mágica. 

Los americanos se bajan en Segovia. Dejo septiembre atrás. Lo he exprimido hasta la última gota, no he dejado nada por hacer y me imagino el mes como un amante exhausto que me dice "no puedo más" y se alegra de mi próxima ausencia, que aprovechará para recuperarse. 

El solterismo mola mucho pero es agotador... noviembre prepárate. Volveré con fuerzas renovadas.