viernes, 30 de octubre de 2015

¿Fabulosos a cualquier edad? Me opongo

¿Fabulosos a cualquier edad? No, no y no. Me niego, me opongo y dejo de respirar. No he llegado a los 42 años para que ahora me vengan diciendo que a cualquier edad se está fabuloso. Eso es totalmente falso. 

Para empezar y para dejar claro el concepto: nadie es fabuloso. Si eres un superhéroe de los años 50 o una mascota animada de algún alimento supervitaminado de los 70, tienes alguna posibilidad de ser fabuloso como estado absoluto pero también llevas capa, calzas y un antifaz. Creo que no compensa ser el fabuloso hombre de hierro si nadie te reconoce y llevas esas pintas. 

Segundo punto. No se es fabuloso, se está fabuloso. La “fabulosidad” no es un estado que se tiene o no se tiene, sino que se alcanza con el tiempo, la personalidad, mucho valor, unas gotas de "me da igual todo" y una travesía de sufrimiento, trabajo y esfuerzo tanto profesional como personal. Esto no tendría ni que decirlo, pero no tiene nada que ver con el aspecto físico. Se puede ser una pasita y estar fabulosa, o un desastre estilístico y desprender “fabulosidad”.


Así empieza mi columna de opinión en Harper´s Bazaar que podéis seguir leyendo pinchando aquí. 

Pinchad malditos, pinchad aunque solo sea para comprobar como, una vez más, mi famosa máxima se vuelve a cumplir. 

- ¿Escribir para una revista de mujeres? ¿Yo? Ni de coña. 
- Te doy un tema y escribe lo que quieras, como quieras y cuanto quieras.
- ¿Seguro?
- Seguro. El tema esta vez es "fabulosas a cualquier edad" puedes hablar sobre cremas, cirugías, moda, estar en forma.
- Yo de eso no sé nada y además no estoy de acuerdo.
- ¡Estupendo! Escribe.

¿Cómo iba a decir que no? 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Enamórate de alguien que...


Enamórate de alguien que lleve reloj, que aprecie el tiempo que pasáis juntos y sepa qué hacer con él cuando no lo estéis. 

Enamórate de alguien que sepa estar tirado en un sofá, en la playa, en el campo o en la cama disfrutando de no hacer nada. Alguien que no se aburra, que sepa estar solo en silencio acompañado. 

Enamórate de alguien que sepa andar descalzo y que te caliente los pies en la cama sin protestar... o bueno, que proteste solo un poco. 

Enamórate de alguien que sepa algo que tú no sabes, que te lo cuente entusiasmado y te lo descubra. Alguien que se entusiasme por lo que tú sabes. 

Enamórate de alguien que te deje dormir y sepa despertarte. Alguien que no se quede todas las mantas. Alguien que aprecie el placer de meterse en una cama bien hecha... y deshacerla. 

Enamórate de quien sepa hablar contigo de lo que te pasa cuando no tienes ganas de hablar. 

Enamórate de alguien al que le guste desayunar, sepa hacer tortilla de patata, unte las tostadas mientras están calientes y en un restaurante no sepa qué pedir porque le apetece todo. 

Enamórate de alguien que nunca diga "me da igual". 

Enamórate de alguien al que le gusten los bocadillos y sepa abrir una botella de vino. 

Enamórate de alguien con el que encajes en el sofá en un arabesco de piernas y brazos para dejar pasar las horas de un domingo de pelis, mantas, siesta y vaguería. 

Enamórate de alguien que te revuelva el pelo o te acaricie la calva. 

Enamórate de alguien al que siempre le molen tus besos. Alguien que sepa diferenciar un beso de por fin, uno de amor verdadero y uno de lujuria, y los valore todos. Alguien de quien te flipen sus besos. 

Enamórate de alguien con el valor para decirte que te quiere cuando toque y el valor para decirte que ya no te quiere si se acaba. Alguien que no dé premios de consolación. 

Enamórate de alguien que tus amigos puedan querer, alguien con el que puedan bromear; y hacer pandilla contra ti para picarte. Alguien que, a su vez, tenga amigos a los que esté deseando presentarte. 

Enamórate de alguien que te recuerde todo lo que conoces, que te haga sentir "casa" y a la vez no se parezca a nadie que hayas conocido antes y te descubra nuevos mundos. 

Enamórate de alguien que te quiera y se deje querer. Alguien con amigos y con una vida sin ti. Alguien para reír juntos, alguien con empatía pero al que no des pena. 

Enamórate de alguien que reconozca tu olor. 

Enamórate de alguien a quien esta lista le parezca una chorrada y luego piense... "molaría".


lunes, 26 de octubre de 2015

Tenía que haber...


Llegaba de trabajar, cansada y dormida. En el tren había leído lo justo, menos de lo que le hubiera gustado, porque se había ido adormilando por momentos. Enfiló el andén de salida, ni un alma por el pasillo, nadie en la cinta transportadora. Pensaba en salir a la calle coger el 14 y llegar a casa... su sofá, su sofá, su sofá. ¿Cómo podía estar tan cansada? 

¿El 14 o un taxi? El 14, pero al ver poca gente y muchos taxis parados se encaminó hacia allí. Tres en línea, un montón de coches blancos aparcados esperando. Lo sentía por el que tocara: era una carrera corta pero no era su problema. 

- ¿Cuál me toca?
- Ese. 

El taxista era cadavérico. Cadavérico de maldad, no de enfermedad. Diabólico. Debajo de una gorra calada hasta las cejas un ojos pequeños, malvados, idiotas, crueles. 

- ¡Cabronesssss! - gritó por la ventanilla a los otros taxistas al arrancar. 

Se tenía que haber bajado. 

El taxista salió de la estación y ella pensó que hubiera sido mejor el 14, que todavía estaba a tiempo, pero se acordó de que no llevaba monedas...

- ¿A que mola mi coche? Mi coche mola todo. Deportivo Leganesssss
- Ah si, bueno, no sé qué coche es. No me he fijado. 
- Es el mejor de la parada... Mola todo. Deportivo Leganesss. 
- ¿Qué coche es?
- Me lo han dejado, tiene un nombre raro, empieza por “s”. 
- Skoda. 

Se tenía que haber bajado. 

El ser maligno bajo la gorra enfiló la calle a la derecha, cogió un paquete de galletas del asiento del copiloto y lo abrió a tirones haciendo que un montón de migas salieran disparadas. Soltó el volante, bebió a morro de una botella de litro con un líquido que ella no pudo identificar. 

- Me cago en la puta con las galletas... ¿A que mola mi coche? 

Se tenía que haber bajado. 

Con el semáforo en verde, arrancó conduciendo como un maniaco, pegado al volante. De repente, levantó el culo del asiento.

- Vaya cuesco me he tirado. 

Se tenía que haber bajado. 

Se decidió. Ni un metro más con ese maníaco al volante. 

- Perdona, al salir del túnel échate a la derecha y me dejas ahí en ese semáforo. 
- Pero, ¿de qué vas tía? 
- Que te eches a la derecha y me dejes ahí. Voy de que o paras en ese semáforo o llamo a la policía. 
- Pero, ¡será hija de puta!
- Para ahora mismo. Ahí. 
- Aquí molestamos al autobús. Estamos en la parada.
- No es mi problema. Para el taxi. Y dame un recibo. 

Los ojos del mal la miraron por debajo de la gorra con auténtico asombro, no pudiendo creer que ella tuviera los huevos de, además, pedir un recibo. 

- Se me han acabado. 
- ¿Perdona?
- Que se me han acabado. 
- Mira eres el peor taxista que he cogido jamás en mi vida, el más maleducado, el más asqueroso y encima, ¿no tienes recibo?
- Es que pensé que me quedaban. 
- ¿Cuánto es? Ahí pone 6 euros... toma. 
- Son 9 por el suplemento de estación. 
- Por suplemento de estación no me queda nada para darte. 
- Serás zorra. 
- Dame mis vueltas. No voy a darte el billete antes de que me des la vueltas... no me fío de ti. 

Cogió sus vueltas y con el corazón a dos mil por hora salió del taxi pegando un portazo en el coche "molonnnn deportivo leganesssss". El portazo de su vida. Temblaba. 

Cuando ya caminaba para alejarse le oyó gritar un insulto y algo sobre su rabo. 

Se tenía que haber bajado. 
Los otros taxistas tenían que haberla avisado. Tenían que haber impedido que ese tío circulara con un coche, que nadie se subiera a ese coche. 

¿Cuántas carreras como la suya habría hecho ese día?

Tenía que haber apuntado la matrícula. 

Mierda de tío.

viernes, 23 de octubre de 2015

(Mi) motivo

Hace justamente un año pasaba mi mañana exactamente igual que la mañana anterior y la siguiente, esperando sencillamente a que el tiempo pasara, que pasara más deprisa, que se acabara. 

Llevaba los vaqueros mugrientos de estar en casa; ya no tenía botón y me los sujetaba con la cremallera y con las manos cuando me ponía de pie. Una camisa azul de hombre, enorme, y calcetines. Tras brujulear por la red, mirar el correo, mirar la pantalla, mirar el sofá, mirar el correo... pensé ¡No se me ocurre nada, no tengo nada que decir, ni que escribir! Miré el sofá otra vez, cerré la tapa del portátil y decidí que esa hora era un momento buenísimo para tumbarme y dejar pasar la mañana... y ojalá la tarde, la noche y los días hasta volver a tener los pies calientes y algo en la cabeza. 

Me tumbé y miré por la ventana. Enfrente de mi casa hay un edificio de viviendas pero está lo suficientemente lejos como para tener las cortinas abiertas y que nadie te vea; como mucho, pueden intuirme. Me tumbé y pensé en dejarlo, en dejar de escribir. 

A lo mejor no para siempre... solo un poco, lo suficiente para descansar. 

Jamás hasta ese día, a lo mejor hasta “esos” días, había pensado en dejarlo, pero “ese”, concretamente, pensé que no podía más, que por primera vez en 7 años era un esfuerzo y que, a lo mejor, no merecía la pena. 

Ping. Correo. Lo dejé estar. Me daba igual quién fuera o lo que fuera. Me daba igual. Seguí mirando por la ventana el tráfico en Doctor Esquerdo, la gente caminando, los autobuses. 

Al cabo de un rato miré el correo. 

"7 días sin publicar. Eso no pasaba desde agosto y tus veranos son casi de época de Franco con que se justifica. No hay más receta que subir la escalera, una tan poco apetecible como la que te adjunto. Lo peor es que se suben 7 peldaños y luego se bajan 2 sin motivo, mientras buscas eso, el motivo. Un abrazo". 

No esperaba ese mail. No esperaba nada. Me levanté del sofá, dejé de mirar la vida y escribí un post. 

Seguí escribiendo. He seguido escribiendo mientras subía esa escalera. No sé como he podido hacerlo. No tengo ni idea. No podía comer, ni dormir, ni hablar, ni casi salir de casa, pero de algún lugar recóndito conseguía sacar la inspiración, la concentración (a duras penas) y juntar fuerzas. No lo considero una heroicidad, ni creo que tenga ningún tipo de mérito especial. 

Era un esfuerzo, pero lo único que me reconfortaba. Tener una idea y conseguir escribirla. Llegar al final y leer el texto entero, y asombrarme al pensar que esas palabras habían salido de mi cabeza unos minutos antes. 

No podía con nada, pero de alguna manera sabía que si dejaba de escribir (aquí y en los mil sitios en los que este año han confiado en mí y no podía decir que no) me hundiría. 

El blog ha sido como el madero del náufrago. Tienes los brazos entumecidos de aferrarte a él, estás aterido, congelado, vives sin pensar en nada más que en no hundirte, no ahogarte; pero te duele tanto todo, estás tan agarrotada y tienes tanto frío que fantaseas con lo relajado que sería soltarte del madero, descansar los brazos, cambiar de postura y dejarte ir. Pero sabía que no podía, si lo soltaba me hundiría y me ahogaría. 

Gracias, Gonzalo. Tu mail fue el que me dijo "ehhh...no te sueltes que te ahogas"

No me pongo medallas, ni méritos ni nada. Me aferré a escribir hasta que me dolieron los brazos, llegué a la playa y salí caminando hasta llegar a la orilla. 

Sencillamente lo cuento. Cosas que (me) pasan me salvó la vida y eso son buenas noticias. 


miércoles, 21 de octubre de 2015

Ensayo sobre el microondas

El microondas es como vivir en pareja 

Hay gente que no vive en pareja porque no quiere, considera que es peligrosísimo para la salud, para su vida, que eso no es para ella y que mucho mejor cada uno en su casa y todos tan contentos. Lo mismo pasa con el microondas, hay gente que no quiere microondas, que no lo usa porque es peligroso para la salud y las ondas pueden matarlo. Me parece bien, es una opción tan buena como no tenerlo porque no te cabe, no te va con los electrodomésticos o cualquier otra chorrada... aunque más arriesgada. La buena noticia es que los efectos malvados de las ondas del microondas no les matarán en sus casas, la mala es que en los restaurantes, en el colegio de sus hijos y en otros mil sitios sí usan los microondas y sus ondas malvadas para calentar o cocinar comida que esas personas se comen... pero oye, cada uno se engaña con lo que quiere. 

El microondas es un electrodoméstico prometedor. Es como los novios. Los ves ahí colocados, flamantes y nuevos e imaginas una vida de amor y convivencia en la que todo sea armonía.  El primero que tienes (ya sea en un pasado remoto en casa de tu madre o en pasado menos remoto en tu propia casa) parece algo prometedor y lleno de posibilidades. Un mundo nuevo... Lo miras, te gusta y piensas "juntos vamos a hacer grandes cosas". No hace falta que sea el más caro ni el más brillante; es el tuyo, el que te ha hecho tilín y te gusta. 

Poco a poco, la realidad se impone y las "grandes cosas" se transforman en la rutina cotidiana de pequeños gestos que también mola mucho. Levantarte hecho un gremlin, llorando de sueño, llegar a la cocina, sacar la taza, echar el café, abrir la nevera para coger la leche... y después sin pensarlo, sin saberlo, pulsar el botón que abre la puerta, meter la taza y darle al botón. El sonido familiar de las ondas malignas llena tu cocina y tú te dedicas entonces a preparar el resto del desayuno o a contemplar el (in)finito de tu cocina con mirada de foca monje, esperando el "ping". La puerta se abre y entonces tu maravilloso compañero de rutina te devuelve el líquido asqueroso (si no habéis probado a beber café frío a las 6:30 de la mañana... no lo hagáis) convertido en el maná, en la poción mágica que te hará empezar a ser persona. 

Todo es rutina, todo funciona. Has abandonado los grandes proyectos y las grandes cosas y estás cómodo con tu microondas. Vas a otras casas, ves otros microondas. Algunos parecen más cutres, otros más sofisticados, algunos son preciosos y fantaseas sobre cómo quedarían en tu cocina, otros sabes que están completamente fuera de tus posibilidades y piensas que estás bien, que te gusta el tuyo y que no necesitas nada más.

Tu microondas no hace grandes cosas; a lo mejor sí, si lo cuidaras, mimaras y tuvieras detalles, pero no hay tiempo ni ganas. Estáis bien así. Calienta, pita y sacas lo que sea. Ya no tienes ni que mirarlo. Los números se han borrado, el cristal ya no es traslúcido, hay botones que no sabes (y puede que nunca supieras) para qué sirven... pero es tuyo y te gusta. 

La rutina en algún momento se estropea. El microondas empieza a fallar. Cosas impensables empiezan a ocurrir. Pita demasiado tarde y te abrasas, pita demasiado tarde y al sacar la taza el café sigue congelado. La rueda misteriosa que nadie controla pero que todo el mundo gira se atora. El botón de abrir la puerta se resiste y es necesario golpearlo con fuerza pero no demasiada, porque entonces se cabrea y lanza la tecla. No quieres verlo, te resistes. "No importa que de vez en cuando no caliente". "No importa que no vea los números". "¿Eso que hay ahí era el dibujo de una taza?", pero lo dejas pasar...

El momento final llega y empiezan las dudas. ¿Busco otro? ¿Uno mejor? ¿Uno más caro? ¿Uno más barato? Ya sabes que los grandes planes no se cumplirán y que con uno sencillo y que sea cumplidor tienes más que suficiente. Y vuelta a empezar. 

Conozco casos de gente que después de una primera experiencia traumática “no me tenía en consideración, la grasa del pollo que calentaba la comida aromatizaba mi café de la mañana” al dar sepultura a su microondas... y en un acto radical de ruptura con todo, arrancó el enchufe, le arrancó la puerta y lo convirtió en un especiero. 

También hay gente que tiene (tenemos) muchos microondas en nuestra vida y francamente es un follón.  Hay que recordar los usos y costumbres de todos, cuál necesita mimos previos, cuál es más de aquí te pillo aquí te mato, cuál es mejor no calentar demasiado porque se desborda, cuál es más bien lento y se toma su tiempo. Es fundamental conocerlos a todos y no equivocarse. Nada peor que poner excesivo tiempo en un microondas de calentamiento ultrarrápido para que tu comida entre en ebullición y el túper en el que la guardas se funda y ya no haya solución para esa relación. 

En fin, lo mismo lo mejor es no tener microondas. O uno de confianza. O muchos. O calentar la comida con carbón. O comer frío. O solo cosas crudas. O mejor, la dieta paleolítica. O sólo cosas que caigan de los árboles. 

Pero ¿qué hacemos con el café? 

viernes, 16 de octubre de 2015

Carta a mi yo de 1997

Hola Moli: 

Sí, es a ti. No mires hacia atrás, ya sé que no te identificas con ese nombre pero, aunque no te lo creas, dentro de unos años la mayor parte de la gente que te conoce te llamará así. No preguntes, es una larga historia. Al principio será raro pero luego te acostumbrarás, tampoco es tan extraño, muy poca gente te llama ahora por tu nombre. Siempre es con el apellido. 

Te escribo desde el futuro para decirte unas cuantas cosas, la mayoría inútiles pero a lo mejor te sirven. 

Primero de todo, Saca Pecho. Y no, no hablo metafóricamente, no se trata de que te comas el mundo y estés orgullosa de ti, que también. Saca pecho físicamente. Deja de caminar con los hombros como si llevaras unas bolas de plomo colgando y los nudillos te rozaran el suelo, y saca pecho. Lúcelo y no te preocupes por nada. (Bueno, cuando te quedes embarazada lo mismo es un pelín excesivo, la naturaleza es así de cabrona. Llorarás desconsoladamente por ello, pero luego se te pasará y lucirás canalillo. Empieza ya).

Cómprate un bikini YA. No esperes a los 27 para ponerte el primero. 

Sí, ese tío con el que te encuentras de vez en cuando, lleva camisas de cuadros y al que todos llaman por un mote ridículo tiene algo contigo. No está claro si él lo sabe o no, pero lo tiene. Y sí, será con el que te cases. Confía en tu instinto.

Ese por el que estás sufriendo y del que crees que no te desamorarás nunca es un cabrón con pintas. Déjate de "tengo un pálpito". El pálpito de "seguro que vuelve cuando yo ya pase" será verdad, pero cuando ocurra ya estarás a años luz. 

No seas tan impulsiva. Intenta morderte la lengua de vez en cuando; o mejor, todo el tiempo que puedas. Vas a intentar controlarlo más adelante y lo conseguirás a duras penas y en contadas ocasiones. Es una putada y no lleva, casi nunca, a nada bueno. No lo sabes todo ni lo sabrás nunca. 

¿Te acuerdas cuando te decían “a ver si se te pasa este pavón protestón que tienes”? Pues no se te va pasar. Tendrás 42 y serás una protesta con patas, un gremlin gruñón, y te hostilizarás con todo el planeta. Dirás unas palabrotas increíbles y soñaras con bazokas. Lo siento, no he conseguido desembarazarme del pavo. 

Por lo que más quieras, y esto debería escribírtelo en una carta como Doc a Marty, cuando tengas 37 no vayas, bajo ningún concepto, a un concierto de Burning en Reciclaje. NO VAYAS. No preguntes. Hazme caso. NO VAYAS. 

Una perla de sabiduría suprema: da igual que un hombre no sea especialmente inteligente, ni lo quieras para ser el padre de tus hijos, ni para vivir con él, ni para nada serio... el físico y el atractivo a veces son más que suficiente. Cuando estrenen una película que se llama 300, VE al cine, varias veces. Disfruta de tu epifanía.

Tienes los pies preciosos. Usa sandalias ya. No esperes a los 28. 

No tienes los brazos gordos. Ponte tirantes. 

Esto no te lo vas a creer pero con el tío de la camisa de cuadros y que va en bici a la escuela de montes vas a tener una hija con ojos azules. Por lo visto eso que te llevan diciendo toda la vida de que los ojos azules saltan una generación, es verdad. Tardarás 4 meses en creértelo una vez que nazca. Y después seguirás mirándola todos los días pensando que lo mismo le cambian. 

Otra cosa importante. Intenta no decir "Ni de coña haré esto". No puedo explicarte el mecanismo, pero cada vez que en tu vida digas "ni de coña", te acabarás encontrando haciendo eso de lo que renegabas. Di "cáspita, preferiría que no"... lo mismo funciona. ¿No te lo crees? Pues tengo pruebas, ahora mismo no comes piña y te parece asquerosa: "ni de coña como piña"... con 42 años desayunarás piña. Las buenas noticias son que sigues pensando que la gente que la echa a la pizza no es de fiar. 

Desconfía. Desconfía mucho y sobre todo, por lo que más quieras, el día que creas que puedes confiar del todo, completamente, en alguien... no se lo digas. Muérdete la lengua y no se lo digas. No es verdad, no puedes confiar en él. Cuando abras la boca para decir "no me das miedo", dile "es mi parada, me bajo. Mejor no volvemos a vernos". Hazme caso. 

¿Me dejo algo importante? Un par de cosas, estás a punto de llegar a Madrid de vuelta de tu viaje de celebración de fin de carrera. Has conseguido aprobar numismática y paleografía, y ante ti se abre el futuro. Tengo malas noticias: en mes y medio el futuro te va a dar una leche que te va cambiar la vida. 

No te preocupes, estarás bien. Muy bien. 

PD: 20 años después tendrás fotos exactamente igual que esta pero con más canas. Iguales no. Estarás, estaréis más guapos. 
PD: sigues sin probar los higos.


miércoles, 14 de octubre de 2015

¿Has dicho mindfulness?

No puedo más con la moda del Mindfulness como varita mágica para resolver problemas. El "mindfulness" ha venido a sustituir a la autoayuda en la moda de juguetes para adultos. Primero tuvimos la autoayuda, luego el coaching y ahora tenemos el mindfulness que por supuesto viene disfrazado con todo el kit de remedios milagrosos: unas gotitas de anglicismos, otras gotitas de sabiduría milenaria (budismo), un ligero barniz médico y unos cuantos expertos salidos de la nada que llevan (según ellos) una eternidad practicando estas técnicas milenarias. 

¿Tengo algo en contra de que la gente haga mindfullness o se concentre plenamente? No. Tampoco tengo nada en contra de que hagan el pino puente con doble rondanda para relajarse, se traguen 20 episodios de los simpsons o hagan cupcakes como para alimentar a media provincia. 

El fanático del contorsionismo, el adicto a la teleberza y la reposteréxica realizan todas esas actividades simplemente porque les gusta, les relaja o yo qué sé. 

El problema de los adictos a concentrarse es que no contentos con tener un vicio relajante han decidido disfrazarlo de virtud y venderlo al planeta como la panacea para los problemas diarios. 

¿Que tienes estrés? Mindfulness.
¿Que quieres aumentar la autoconciencia? Mindfulness
¿Que tienes síntomas físicos y psicológicos del estrés? Mindfulness.
¿Que tienes el sistema inmunológico débil? Mindfulness.
¿Que tienes la tensión arterial un poco alta? Mindfulness.
¿Que tu niño va reguleras en el colegio? Mindfulness educativo.
¿Que el curro te estresa? Mindfulness ejecutivo.
¿Que tu relación de pareja fracasa? Mindfulness de pareja.

Cambia mindfulness por cupcakes y verás qué ridículo es todo.

Paparruchas. Todas. Y no lo digo yo, que lo digo, lo dice un estudio científico que llega a la conclusión de que la meditación tiene un efecto mínimo o nulo en rebajar el estrés, ayudar a curarse de una depresión o relajar. Las evidencias de que mejore el sistema inmunológico, te haga dormir, comer o tener mayor bienestar son inexistentes. 

Hacer mindfulness, concentrarte plenamente o prestar atención al momento presente no mejoran tu vida para nada. ¿Estoy diciendo que no haya que pensar? No, claro que no. Conviene dedicar un rato de vez en cuando a mirarse un poco, volverse del revés, y pensar con calma saliendo de las prisas diarias. Yo lo hago todos los días en el coche pero ni creo que eso vaya a solucionar todos mis problemas ni vendo motos.  Pensar, y cualquiera que lo haya hecho lo sabe, jode bastante. Pensar la solución a un problema laboral, darle vueltas a un conflicto en el curro no mejora en nada tu bienestar ni nada por el estilo. Solucionarlo es lo que relaja un huevo. 

Concentrarse en uno mismo, desgarrarse por dentro hasta conocerse tanto que te dé miedo no es para nada relajante, ni empatizante ni ninguna de esas majaderías. Jode bastante, aunque hay que hacerlo. 

Pensar y conocerse no es bonito, ni relajante, ni mejora tu vida, ni te hace dormir mejor. En realidad para  conocerte hay que ser muy valiente y tener los huevos de decir "vaya mierda de pavo que soy" o "menuda putada he hecho" o "cómo pude ser tan idiota". Y hay que tragarse eso, con todas las espinas, digerirlo y tirar para adelante. 

Con los problemas no hay que hacer bolitas de plastilina de tanto darle al mindfulness. La vida tiene mil aristas finas que raspan y rozan y desgarran y hay que arañarse y herirse con ellas. Dedicarse a transformarlas en bolitas suaves de plastilina para engañarse a uno mismo pensando que ya no pinchan es una memez, una infantilidad pasmosa y una irresponsabilidad. Esas bolitas tan monas de plastilina tienen dentro una bola de plomo. Prueba a tragarlas. 

Los problemas se pueden pensar en círculo eternamente, sentado con las piernas en cruz y haciendo ommmmm y creyéndote que estás en comunión con lo que sea. Pero cuando tengas agujetas en las piernas, estés afónico de hacer omm y se te haya quedado el culo helado el problema seguirá ahí. 

Lo que soluciona los problemas es pensarlos y después levantarte, cogerlos, despedazarlos e ir tragando los trozos  poco en poco para ir solucionándolos. 

¿Quieres hacer mindfulness? Por mi estupendo. Pero no me vendas motos. 

Y si quieres relajarte, ser consciente de ti mismo al 200 %, ser consciente del momento presente,  bajar tu tensión arterial y dormir como un bendito, nada como el sexo. 

Y eso sí que es una práctica milenaria, se llama follar. 


miércoles, 7 de octubre de 2015

Mankell y yo


Hace 12 años tenía 3 jerseys premamá que estaba deseando estrenar (aunque eran prestados), unos vaqueros de embarazada nuevos y unos billetes en coche-cama para ir a París.

Hace exactamente 12 años ya trabajaba en los libros de colores, en unas oficinas prestadas en un edificio prestado. Justo debajo había una librería a la que bajé, en una incursión desesperada, a comprarme un libro para el viaje a París. 

En medio del escaparate estaba "La quinta mujer", de Henning Mankell. Un tomo de bolsillo, blanco y azul, de la editorial Quinteto. Un libro gordo que decidí comprarme porque me duraría todo el viaje. 

No sabía quién era Mankell, ni de qué iba la historia ni, por supuesto, había oído hablar (porque todavía no había surgido) del "fenómeno de la novela negra nórdica". 

Empecé el libro esa misma noche en el tren. Me senté, le di al Ingeniero la copa de vino de cortesía que nos habían puesto y me sumergí en la vida de un comisario de policía sueco que vivía en una ciudad de la que jamás había oído hablar y que parecía no comer ni dormir jamás. 

De aquel viaje a París recuerdo el buen tiempo, sujetarme los vaqueros con tirantes porque me empeñé en estrenarlos a pesar de no llenarlos. Recuerdo perderme en el Louvre, pasar 5 horas bajando, andando, de la Torre Eiffel y caminar con los brazos en alto para que el alien de 7 meses que llevaba dentro (y que resultó ser M) dejara de encajarse en mis costillas. Recuerdo nuestra habitación llena de terciopelos y cortinajes, y una bañera enorme que El Ingeniero llenaba cada noche para ver si yo conseguía relajarme. 

Recuerdo leer a Mankell en aquella bañera y en la cama enorme. Recuerdo el miedo y el horror por la historia que investigaba Wallander y recuerdo decirle al Ingeniero: tienes que leer esta novela, te va a encantar. 

Hace 2 días murió Henning Mankell y me dio una pena inmensa. Muchísima. Hacia años que no leía nada de él, pero sus libros, todos, los de Wallander y todos los demás, ocupan un lugar especial en nuestras estanterías. Después de “La quinta mujer”, compramos todos los demás, según iban saliendo o los íbamos encontrando. Los leímos en desorden, los compartimos, los regalamos. Hicimos que mis hermanos y mi madre los leyeran. 

En el año 2008 viajamos a Copenhague y todos, por unanimidad, decidimos que teníamos que cruzar por el Puente e ir Malmö. Era la primera vez que viajábamos al escenario de la vida de un personaje que había llenado nuestras horas de lecturas y también muchas de cháchara. 

Mankell ha muerto y tengo una sensación muy rara. Muy rara. Con Mankell viajé a Paris en coche cama y con uno de sus libros empecé mi primer cuaderno de lecturas en enero de 2006. Un cuaderno de lecturas que de alguna manera me llevó a empezar este blog. 

El lunes llegué a casa y fui sacando uno a uno todos sus libros de la estantería. En unos pone Moli, en otros pone El Ingeniero, todos con su fecha y el sitio donde lo compramos. Me alegré infinito de no leer en electrónico y ser una romántica del papel. Cada libro me recordó al momento en que lo leí. 

Después le mandé un mensaje al Ingeniero:

- Ha muerto Henning Mankell. 
- No jodas. 

Pues sí. 

lunes, 5 de octubre de 2015

Irene, te quiero

"Irene, te quiero. 13 de septiembre de 2012"

Todos los días veo este cartel. 

¿Quién es Irene? ¿Pasará por aquí cada día como yo o sólo pasó ese día, el 13 de septiembre de 2012? ¿Sabe que es ella? Irene no es María ni Carmen pero es posible que pasen muchas Irenes por esta carretera cada día. ¿Tendrá la seguridad de que ese mensaje es para ella? ¿Esa fecha marca un día especial? ¿Un día que no olvida o es el único que día que pasó por aquí? ¿Habrá olvidado que en una carretera a las afueras de Madrid hay una pintada que cada día recuerda a miles de conductores que hay alguien que la quiere o que la quería el día que hizo la pintada? 

"Irene, te quiero. 13 de septiembre de 2012"

¿Es una declaración de amor de un desconocido? ¿De un conocido que no se lo había dicho nunca? ¿Es el día que se casaron? ¿Por qué, si ese es el caso, no aparece el nombre de él o de ella? ¿El 13 de septiembre es una fecha que hará que Irene sepa que esa pintada es para ella? 

Sigo dándole vueltas. Puede que Irene pase cada día por aquí. Puede que el 13 de septiembre no sea una fecha especial, puede que el 14 fuera el primer día que ella lo vio. ¿Qué sintió? ¿Le dio un vuelco el corazón? ¿Tuvo dudas sobre si era ella? ¿Cómo se resuelven esas dudas? Llamas al otro y le dices "Quería preguntarte una cosa... ¿no habrás cometido la  locura de colgarte de un puente encima de la autopista para hacerme una nota de amor?". 

Dejo a Irene de lado y me pongo a pensar. Si yo me encontrara algo así por la autopista, ¿sabría que es para mí? No me llamo María ni Carmen pero tampoco Anastasia, Eleuteria o Crispina... así que de primeras pensaría que no es para mí. 

Bah, seguro que no es para mí. Y, además, conozco muchos tíos muy locos pero no tanto como para hacer esto. Y si alguno de ellos es capaz de hacerlo... o no me conoce o está loco rozando el peligro, así que mejor salgo huyendo y no me doy por aludida. 

De repente me veo a mi misma un día del verano de 1992. He ido en coche a casa de mi amiga Amaya a jugar a las cartas. Una tarde de piscina, cartas, charla y risas. Sin más. He metido el coche dentro del jardín. Mi Talbot Samba blanco con holgura de carrocería y que si pudiera hablar me avergonzaría seguro. 

Al volver al coche para irme en el salpicadero había un post it con su letra. Solo podía haber sido él pero aún así firmó la nota. 

"Te quiero"

Recuerdo el vuelco en el corazón, la sorpresa, la emoción y la incredulidad. ¿De verdad había venido, había entrado y me había dejado esa nota sin que yo le viera? Uno no lleva un post it en el bolsillo del bañador en julio. Fue algo premeditado. 

Tengo esa nota guardada y, cada vez que le veo, que me cruzo con él, me acuerdo de ese día y de esa emoción. 

Cosas del primer amor. De la primera vez que alguien me escribió Te quiero.

viernes, 2 de octubre de 2015

Regresión al pasado


Te invitan al estreno de la última peli de Amenabar.
Quieres ir vestida para la ocasión.
¿Qué haces?
Te vistes de adefesio que da terror, causa inquietud y provoca dudas en el espectador. Y, por supuesto, de negro riguroso para camuflarte con el photocall.

¿Qué tenemos? Despropósitos a gogó.

Empecemos por el look "Ejecutiva agresiva de mentira". Serio, sobrio y discreto... pero de mentira. Los pies de hermanastra de Cenicienta embutidos en esos zapatitos de adorno obviamente no son de ejecutiva. Para mí que responden más a algo como "Necesito mucho tacón porque estos pantalones me arrastran por el suelo y no tengo tiempo, ni sé coger un dobladillo. No  hay quién camine con estos zapatos pero ¡a quién le importa!"

Son unos zapatos curiosos, tienes que ir de puntillas para lograr ponértelos. Y seguro que lleva los dedos apiñados en la punta. Nada sexy.

Elena, Elena, Elena. Con lo fan que soy de ti y de lo guapa que eres. ¿Por qué te haces esto? ¿Por qué? Esa falda no le sienta bien a nadie, a nadie en todo el planeta. ¿Qué digo planeta? Ni en la galaxia. Es una apuesta de diseñadores borrachos a las 3 de la mañana. "Nos falta una falda. No se me ocurre nada. ¿Ponemos una cosa abullonada con la que no puedas sentarte, muy corta para que haga muslo columna hasta a las mejores piernas y en homenaje a mi abuela con el estampado de su sofá? No hay huevos"

Y eso es lo que llevas, una falda "no hay huevos" y unas sandalias de ir de puntillas pero con las alzas de Hermann Monster. Y no te creas que no me he dado cuenta de que no te has peinado.

Claudia Trisac va de triste. Tan de triste que "Tristeza" parece la flamenca de Whatsapp.

Silvia Abascal va de "Hola, soy tu madre y vengo de 1970 con el mono con el que fui a la boda de tu tío, de un bonito color verde "madre".

Ana Fernández con botines de pleno invierno a 26 grados en Madrid. Unos botines curiosos, son como la reinvención en macarra de las botas de Robin Hood. Son feos.

Marta, Marta, Marta. ¿En qué estabas pensando para vestirte de cueros? ¿Y esa chaqueta a lo Norma Duval con brilli brilli? ¿Y las sandalias? ¿Dónde acaba el pantalón y dónde empiezan las sandalias? ¿resbalaba mucho el cuero con la sudada que tuviste que pasar?

A Patricia Conde sencillamente no la veo...le pasa como al Gato de Alicia, sólo veo esa sonrisa tan natural. Como la del gato.

Norma va de "Hola, soy tu tía Puri y vengo también del pasado,  de la boda de tu tío. Los monos eran tendencia, eran muy modernos. El abuelo me regañó por marcar canalillo"

¡Hola, soy Belén Rueda y soy tan estilosa que me puedo poner cualquier cosa!

Que alguien le diga que no.

Elena Ballesteros viene también del pasado. De un pasado hortera de bolera y macarrilla de los 80. Con el pelo sin lavar, el pintalabios puesto en el coche al aparcar y los zapatos de Norma Duval.

¿Soy yo? o ¿Ana Locking es clavada a Ana Belén pero sin disimular la frente? Me da ternurita porque yo también tengo ganas de estrenar la ropa invierno. Claro que yo tengo criterio y, como en Madrid hace 27 grados, no me pongo abrigo, ni cueros, ni zapato de invierno. Pero, claro, yo no soy diseñadora.

Si Katia se quita el zapato y te lo tira, te mata. No digo más.

A Isabel Jiménez no sé qué le duele más: la falta de riego sangüíneo en las piernas o los botines "de corte asimétrico" del horror que lleva, y que tienen pinta de apretar y dejar rozaduras.

Marta Larralde como los toreros, de capote y oro.

Sara Sálamo va de la Sofia Vergara patria, pero de garrafón y también viene un poquito del pasado.

Y María Teresa de abuela rokera, con ganas también de estrenar la ropa de invierno.

Dudo mucho que la película cause más terror que esto.