lunes, 4 de diciembre de 2017

Lecturas encadenadas. Noviembre

Noviembre ha sido un fraude. Nos ha escatimado el otoño. Poco frío, nada de lluvia, mucho trabajo y lectura a trompicones entre una casa y otra, entre una cama y otra, entre una corrección y otra corrección. Tres franceses, una joven inglesa y un periodista español enfurruñadísimo contra los franceses ha sido la cosecha del mes.  

Empecé el mes con Los colores de nuestros recuerdos de Michel Pastoureau, recomendado por Guillermo Altares en La Cultureta y comprado como auto regalo porque sí. 

Pastoureau es francés, gordito según dice él, medievalista y debió de ser un empollón en su época de colegio. Además de todo eso es historiador de los colores y un estupendo narrador de historietas. En este libro recorre los colores a través de sus recuerdos: el traje beige de Miterrand, el maillot amarillo del “Tour”, el verde administrativo de unas aulas que nunca se construyeron, el verde como su color favorito, las banderas, su odio por el oro y el dorado por el recuerdo de la abuela de un compañero. A través de anécdotas de su infancia y juventud enlaza historias y curiosidades sobre los colores haciendo que el lector reflexione sobre su propia experiencia al respecto, su percepción sobre ellos, sus gustos o su total indiferencia hacia el mundo cromático. Leyendo a Pastoureau te paras a pensar en los colores que te rodean en tu casa, los colores de la ropa en tu armario, los colores que jamás te has atrevido a ponerte, tu vocabulario para hablar sobre colores y la limitación lingüística que existe para ser capaces de expresar cómo es un color en realidad y qué nos transmite. Nos hace reflexionar sobre cómo es completamente imposible conocer, entender o incluso aproximarse a la percepción que otra persona tiene de un color.
Pastoureau es muy francés y muy digno, casi snob, pero tiene un sentido del humor muy inteligente y, sobre todo, no le da ningún miedo decir todo lo que piensa. En la época de la corrección y de "mejor me callo que seguro que me caen por todos lados" se agradece leer a alguien que sencillamente dice lo que piensa siendo lo que piensa muy interesante.

«Pero ¿siguen existiendo en nuestros días, en campo alguno, colores seductores? ¿Colores eróticos? ¿Colores que guarden algo de su misterio o de su simbología y que hayan conseguido escapar a las tretas y minucias del mercantilismo? Lo dudo mucho».

«Entre el quizá y el no del todo -¿no es ese el color de la vida misma?».

«Tienes que leer Portugal de
Cyril Pedrosa», «Tienes que leer Portugal, te va a encantar», «Toma, lee Portugal». Y a la tercera y dejando caer este tebeo enorme sobre mis rodillas, lo consiguió.


Portugal es un tebeo enorme, por tamaño, por sus dibujos, por los colores y porque se te queda dentro según vas leyendo. Quizá no lo notas conforme te introduces en la historia pero, poco a poco, el tempo, la nostalgia, el ritmo te entra por los dedos y va invadiéndote. No me gusta hablar de lo que cuentan los tebeos porque, aparte de destripar la historia, parecen dar más importancia a lo que se cuenta que a los dibujos y casi siempre, el cómo se cuenta, cómo está dibujado, los colores que se eligen, son igual de importantes. En el caso de Pedrosa son fundamentales. Pedrosa es envolvente, redondo, hipnotizador y acogedor. En mi cuaderno de lecturas he escrito sobre este tebeo: «los dibujos de Pedrosa son como mantas que te dan calor, que alegran una habitación aunque el día, en este caso la historia, sea triste. Son dibujos que hacen que las cosas duelan menos».


Mi siguiente lectura fue un clásico pendiente, un libro que no sé por qué no había leído aún. Bueno, sí lo sé: porque pensé que ya conocía la historia y que no merecía la pena. Por supuesto, estaba equivocada, muy equivocada. La novela que escribió Mary Shelley no se parece en nada a la idea preconcebida que todos tenemos de Frankenstein, nada. Comparten un monstruo creado por un hombre pero nada más.
Frankestein es una historia de venganza desesperada. Cuando no te queda nada bueno por lo que vivir, la ira, la venganza es un buen motor para seguir vivo incluso aunque no quieras. Si te quitan todo, hasta la esperanza, y te quedas solo, ¿qué te queda?

Me gusta esto que dice Mary Shelley en el prólogo:

«Pensé y medité mucho en vano. Sentí esa desoladora incapacidad de invención que es la mayor desgracia de un escritor, cuando la triste Nada es la respuesta a todas nuestras vehementes invocaciones».

Y aunque he copiado muchísimos párrafos me quedo con este poema que Mary transcribe y que es de su marido, Percy B. Shelley. Para mí, transmite perfectamente cómo la alegría y la tristeza son estados vitales increíblemente frágiles y cómo se nos olvida continuamente.

«Dormimos, y un sueño es capaz de envenenar nuestro descanso.

Nos levantamos, y un pensamiento pasajero nos amarga el día.

Sentimos, imaginamos o razonamos; reímos , o lloramos, abrazamos pesares amados,

o apartamos nuestras cuitas;

no importa; porque sea alegría o pena,

el camino de su partida siempre está abierto.

El ayer del hombre jamás puede ser como su mañana;

¡nada puede durar, salvo la mutabilidad!»

Leed Frankestein porque os va a sorprender muchísimo, porque es una obra maestra, porque lo vais a disfrutar. De nada. 

El tercer autor francés del mes ha sido Guy de Maupassant y su cuento La pequeña Roque, editado exquisitamente  por Yacaré Libros y con ilustraciones de  Yolanda Mosquera.  Lo primero que tengo que decir es que, probablemente, si Maupassant quisiera escribir este cuento hoy en día, se lo pensaría muy mucho. Es una historia terrible que tiene como punto de partida la violación y asesinato de una niña de doce o trece años en un bosque. Es un relato terrible, un retrato del mal, de la impunidad, del abuso de poder y de los remordimientos. Y, además, sale un cartero. Todo es mejor con un cartero. Las ilustraciones en blanco y negro y grisalla crean, además, el ambiente adecuado para meterse en la historia, para horrorizarse y emocionarse. 

«Y sin mujer. Como no disponía de buena cena, ni de buen alojamiento, se ha procurado lo demás. Nadie se imagina la cantidad de hombres que andan por el mundo capaces de acometer, en un momento dado, un crimen». 

El último libro del mes lo compré en la Feria del Libro Viejo y de Ocasión en octubre. Meses oyendo hablar de Chaves Nogales en La Cultureta y meses de leer sobre lo buenísimo que era Chaves Nogales me llevaron a comprar La agonía de Francia. 

Chaves Nogales huye de España a causa de la Guerra Civil y se instala en Francia. En 1940 sabe que la Gestapo lo tiene fichado y huye de París. Primero a Burdeos y después a Inglaterra, donde morirá en 1944. En 1941 se publicó esta colección de ensayos o este pequeño librito en el que Chaves Nogales se despacha a gusto contra Francia y los franceses. Está muy cabreado con su país de acogida, enfurruñado hasta el infinito y el libro consiste en una retahíla de reproches: reparte para todo el mundo. Está enfadado con todos: con el gobierno, el ejército, los comunistas, los conservadores, los sindicatos, los pobres, los ricos, los que hacen como que no pasa nada, los que son alarmistas, las mujeres, los burgueses, los campesinos, los parisinos, los habitantes de las ciudades de provincias, la aristocracia, la policía... No deja títere con cabeza y se repite infinito.  Para él, la culpa de todo es de Francia. Es fascinante cómo apenas nombra a Hitler o a los nazis como culpables de la guerra que se ha declarado: todo lo que está ocurriendo, el desastre, la debacle es culpa de Francia. No conozco tanto a Chaves Nogales como para saber si esta inquina se debe a algo más que al terror que el desmoronamiento de todo lo que había conocido le provoca. 

Además, me ha gustado ver cómo Chaves Nogales como periodista cometía errores, grandes errores de apreciación. No lo digo con alegría, pero me gusta comprobar que no es el dios del periodismo y la verdad que aparece retratado en muchas de las crónicas y reseñas que he leído sobre él. Se equivocaba como todos. 


«Si algo se demostraba era precisamente que la potencia destructora de la aviación es infinitamente menor de lo que se supone. Cuando se habla a tontas y locas, de la destrucción de París, Berlín o Londres por los bombardeos aéreos ¿se piensa seriamente en los miles y miles de aviones y de toneladas de explosivos que sería necesario emplear para conseguir resultados apreciables? Hoy por hoy, las masas de aviación que se pueden emplear, aún teniendo en cuenta el grado de intensificación de la producción a que últimamente se ha llegado, no permiten todavía aceptar que los efectos de sus destrucciones puedan ser decisivos en las grandes aglomeraciones».

Escribió esto en 1940 y Varsovia ya había sido arrasada por la aviación alemana en 1939. O no quería verlo o Polonia le pillaba muy lejos. En cualquier caso, si algo demostró la II Guerra Mundial fue la capacidad de la aviación para arrasar una ciudad.

Puede que le
otra oportunidad a Chaves Nogales, puede que busque otro de sus libros, uno en el que no esté tan enfadado, pero desde luego éste no se lo recomiendo a nadie. Todo lo demás que he leído este mes, lo recomiendo mucho y muy fuerte.

Y con esto y un bizcocho y otro tebeo de Pedrosa esperándome en la mesilla, hasta los encadenados de diciembre. 


jueves, 30 de noviembre de 2017

Pulse o diga uno


Marco. 

Pulse o diga los dígitos de su DNI omitiendo la letra. 

Pulso. 

Si llama usted por algo, pulse o diga uno. Si llama para que le hagamos perder el tiempo, pulse o diga dos.

Si aquello por lo que llama tiene que ver con esta lista infinita de cosas que vamos a enumerarle de manera confusa y con términos muy parecidos, pulse o diga uno. Si por el contrario aquello por lo que llama tiene que ver con esta otra lista infinita de opciones parecidísima a la anterior, diga o pulse dos. 

Si en este tercer "si" ya hemos conseguido que esté pensando en colgar porque es usted un blando, diga o pulse uno. Si, por el contrario, aquello por lo que llama le tiene tan indignado que ha decidido que va usted a aguantar como un campeón porque solo puede quedar uno como en los Inmortales y ha decidido ser usted, diga pulse o diga dos. 

Si se ha dado cuenta de que cambiamos aleatoriamente la combinación diga o pulse o pulse o diga, pulse o diga uno. Si ni siquiera nos escucha y está usted pulsando o diciendo sin pensar, diga o pulse dos. 

Si ya se ha aprendido de memoria la cuña de publicidad con la que le estamos taladrando el cerebro para que se descargue nuestra app, pulse o diga dos. Si está pensando en que si alguna vez tiene que hacer carrera como torturador está usted aprendiendo mucho de esta llamada, pulse o diga dos. 

Si se nota crecer el pelo, diga o pulse dos.
Si se ve crecer las uñas, diga o pulse uno. 

Si se ha dado cuenta del cambio de numeración anterior, diga o pulse uno.
Si está pensando que pasará si pulsa o dice cinco (por el culo te la...), diga o pulse dos. 

Si ya hemos conseguido que la cancioncita que tan cruelmente hemos versionado le vaya a provocar reflejos hostiles el resto de su vida como vulgar perro de Paulov, pulse o diga uno. Si involutariamente está moviendo el pie al compás en este mismo momento, diga o pulse dos.

Si tiene una contractura en el cuello/las manos o el hombro por sujetar el teléfono, diga o pulse uno. Si se está arrepintiendo de haber hecho esta llamada desde el fijo con cable y sueña con una cuña, diga o pulse dos. 

Si ya sospecha que no tenemos ninguna intención de atenderle, pulse o diga uno. Si está visualizando una sala enorme de teléfonos sonando, nadie atendiéndolos y una legión de personas como usted al otro lado, pulse o diga 2. 

Si su indignación ha llegado a provocarle, arcadas diga o pulse uno. Si quiere llorar de frustración, diga o pulse dos. 

Si, por fin, ha entendido el eufemismo "unos segundos", pulse o diga uno. Si ya no recuerda como era su vida antes de empezar esta llamada, pulse o diga dos. 

Soy Fulano Zutanez, ¿en qué puedo atenderle?

Si usted quiere, presa de un intenso síndrome de Estocolmo,  irse a vivir con el teleoperador que le está atendiendo porque por fin siente de nuevo el contacto humano, pulse o diga uno. Si no se fía y sospecha que es un androide, pulse o diga cuatro.  

Si usted pulsó o dijo dos en la opción anterior, ha perdido. No existía esa opción. Game over.  

miércoles, 29 de noviembre de 2017

No os salgáis de la ruta 66

Hoy hay tanta niebla que está justificado encender el antiniebla trasero. Apenas veo los pocos vehículos, casi todos furgonetas, que voy adelantando. Es la ruta 66 de La Mancha. Nadie para, nadie coge las salidas, nadie viene, no venimos aquí, solo atravesamos este paisaje que hoy está escondido. La niebla lo cubre todo pero yo sé que está ahí, al otro lado. Una inmensa llanura en la que no hay nada más que tierra seca, vides tronchadas y desolación. Es un paisaje por el que podría viajar el padre de La Carretera de Cormac McCarthy. No hay nada. He contado diez o doce casas, cortijos, caseríos abandonados. De algunos solo quedan un par de muros de adobe rojo profundo que parecen estar derritiéndose poco a poco. Otros, hechos de ladrillos, aguantan un poco más. En uno, ha crecido un árbol entre sus paredes. Algunos son enormes, y es probable que perdidos dónde no alcanza mi vista haya muchos más. Escucho City of Stars, de la banda sonora de Lalaland (Sí, a mí me gustó la peli), una canción dedicada a una ciudad llena de supuestas oportunidades. La Mancha no engaña, te deja claro que aquí no hay ninguna oportunidad ni la hubo nunca o esos cortijos, algunos enormes, estarían todavía habitados. 

De repente, la niebla se despega un poco del asfalto y una luz extraña permite ver unos cuantos metros de la carretera. Esta mañana parece un cuadro de Rothko: marrón oscuro, amarillo desesperante y blanco sucio de las nubes que corren paralelas al suelo. Aquí las nubes nunca se quedan, siempre pasan, "paralelas, vienen siguiéndome". Se me ocurre que esta autopista, con sus kilómetros y kilómetros de recta infinita le da un sentido a este inmenso espacio, una dirección, una salida de emergencia. Si permaneces en ella, si no te sales del camino conseguirás salir de aquí, llegar a algún sitio. Pienso en Griffin Dune en Un hombre lobo americano en Londres. No sé que hay a unos cientos de metros del asfalto pero soy capaz de imaginar amenazas tan aterradoras como un hombre lobo. ¿Cuánto tendría que caminar para dejar de ver la carretera y perder toda referencia de la salida de emergencia de este paisaje? 

De noche es también una ruta aterradora. Menos coches, oscuridad absoluta. La carretera iluminada es una cremallera, tengo que ir cerrándola a mi espalda para conseguir llegar a mi destino, ponerme a salvo, llegar a las luces, mientras a mi paso la oscuridad lo engulle todo. 

La niebla, la noche, la oscuridad hacen soportable esta desolación. Cruzar la ruta 66 manchega en verano es solo para valientes. Quieres llorar de tristeza, frunces el ceño detrás de las gafas de sol porque la luz es tan intensa que no quieres verla. No hay escapatoria, cae a plomo y no hay donde esconderse. Hoy, con la niebla, casi parecía querer acogerme, pero sé que es una trampa. 

No crucéis la ruta 66 y, si tenéis que hacerlo, no os salgáis nunca de ella.