Llamadme vieja, llamadme retrógrada, llamadme absurda pero no soporto los restaurantes modernos y cuquis, esos restaurantes con grandes ventanales, espacios amplios y decoración blanca que sirve igual para venderte una limpieza dental, un gintonic de diseño, ropa de algodón 100% ecológico o una experiencia gastronómica. Esos restaurantes en lo que todo es ridículo.
1.- Conseguir mesa. No se te ocurra pasar por la puerta y asomarte a pedir mesa. Te miraran como si fueras una piltrafa humana que no merece ni comer en el felpudo de la puerta. «¿Tiene reserva?» te escupen como si te estuvieran preguntando: «¿se ha duchado esta mañana?» Podrían decirte directamente: «No, no hay mesa» pero no, prefieren dejarte claro que en ese restaurante no hay espacio para la espontaneidad, todo está medido y tú sobras.
Si has decidido reservar, los pasos a seguir y la información a proporcionar es más o menos la misma que para sacarte un billete de avión a Estados Unidos.Después tienes que re confirmar veinte cinco veces que sí, que quieres la mesa. Los que más me sacan de quicio son los que el día de la reserva te mandan un sms, un whasap y un correo para asegurarse de que sí, que vas a ir. Además te amenazan poco menos que con la siete plagas del Apocalipsis si osas a no aparecer. Ahora mismo, en Madrid, creo que es menos peligroso dejar de pagar una letra de la hipoteca que saltarse una reserva en un restaurante moderno.
2- La entrada. Llegar a un restaurante moderno y cuqui es como viajar en el tiempo al Antiguo Régimen y no me refiero a 1950, hablo de la Edad Media. En un restaurante moderno hay una pirámide de poder con distintos estamentos. En la cumbre de la pirámide está el dueño al que casi nunca se le ve pero que siempre sale en los suplementos culturales y en los periódicos diciendo gilipolleces como «en nuestros restaurantes somos una gran familia» que se parece muchísimo a «todo con el pueblo pero sin el pueblo». Por debajo están el o los encargados de sala. Se les reconoce porque llevan pinganillo. ¿Para qué? Para nada, para hacerse los interesantes y para que quede claro que ellos no son eso tan antiguo como un maitre. Ellos no están allí para darte un servicio, para que tú estés a gusto, ellos están allí para controlarte, para vigilarte a ti y a los camareros que sois la plebe. Los jefes de sala con sus americanas ceñiditas y sus pantalones strech son los aristócratas. ¿Qué hacen? Nadie lo sabe pero ahí están. Después está la chusma, los camareros que van y vienen cargando con los platos, tomando las comandas en modernísimos cacharros electrónicos que seguro que controlan los tiempos y los pasos que dan. Es fundamental que el camarero de a pie no pare de moverse de un lado a otro. Fijaos bien. Yo creo que si se paran un momento los eliminan. Hay un estamento aún más bajo que son los trabajadores de la cocina. Nadie los ve pero están ahí, estos sí llevan uniforme: los visten de negro para que parezcan modernos y a veces los ves si bordeas el restaurante fuera de los horarios de comidas porque los dejan salir a fumar a la acera.
3.- El guardián de la puerta. Puede ser un el o puede ser un ella. Su función es hacerte de dudar de la vida. Te mira con tanta suspicacia que a pesar de haber reservado, confirmado y reconfirmado, cuando dices «Tenía una reserva a mi nombre» estás convencido de que va a mirar el ordenador, va a sonreírte mientras te dice «lo siento» y apretará un botón que abrirá el suelo y te tragará.
Cuando finalmente dice «Bienvenidos» estás tan aliviado por haber salvado la vida que la comida ya te da igual.
4.- El atrezzo. ¿Sillas cada una de su padre y de su madre porque somos modernos? Bien pero que sean cómodas. Potros de tortura fuera por muy pinterest que sean. ¿Qué les pasa a los restaurante modernos con los manteles? ¿Por qué se niegan a usarlos? Es una auténtica marranada no usar mantel. Sí, cuando llegas los cubiertos están sobre la servilleta pero ¿qué hago con ellos cuando me pongo la servilleta en el regazo? ¿Dejarlos encima de la mesa? Encima de esa mesa que seguro que ha limpiado una bayeta que ha pasado por otras mesas limpiando restos de otra gente. No soy escrupulosa pero los manteles tienen su sentido. ¿Los queréis modernos? Bien, tejerlos con restos de plásticos para salvar tortugas o con las colchas de vuestras abuelas, pero ¡poned manteles! ¿Y las fuentes? Sinceramente dedican más tiempo a sorprender con las fuentes que a pensar en la comida. Me imagino las tormentas de ideas:
-¿Qué ponemos de postre?
-Da igual pero sirvámoslos en sartencitas pequeñas.
-Pero si son fríos.
-Da igual, son cuquis y sorprendentes.
-Vale, ¿y los tacos?
-En un tronco cortado con los tacos encajados en los cortes.
-¿Estás de coña?
-Para nada, soy moderno y sorprendo.
-¿Y la cuenta?
-¡Oh! ¿la llevamos en un bote de chuches que parezca antiguo aunque lo hemos encargado en China en el que haya que desenroscar la tapa y abrir la cuenta como si fuera un mapa del tesoro? *
-Hecho.
Y así con todo. Un festival de recipientes ridículos a los que tú te empeñas en buscar un sentido hasta que te das cuenta que tienen el mismo sentido que las pelucas empolvadas del siglo XVIII.
5.- «¿Lo tenéis claro, chicos?» « ¿Ya sabéis lo que queréis?» Perdona, ¿te conozco? ¿Somos amigos? ¿Nos hemos visto antes? El colegueo me incomoda, no puedo evitarlo.
6- Los baños. Los hay de dos tipos, aquellos en los que han invertido todo lo que se han ahorrado en manteles y los que quieren recuperar la estética de los urinarios del salvaje oeste. En ambos casos la luz está demás. Todo lo que fuera son "espacios luminosos que invitan a relajarse disfrutando de nuestra carta y nuestros tés de selección" se convierte, en los baños, en "adivina si esa sombra que ves en el espejo es tu cara y encuentra el soporte del papel al tacto".
Por último pero no menos importante, no están pensados para gente que come, que va a un restaurante a comer y no a posar. «Eso va a ser mucha comida» me dijeron ayer en un restaurante muy cuqui de Madrid. Y adivina qué, no lo fue porque las raciones son de jugar a las cocinitas. Para compensar tanta tontería cené judías pintas con arroz en un plato sopero de los de toda la vida sobre un mantel de cuadros en una silla comodísima.
*Esto de la cuenta no lo he visto pero dadles tiempo. El resto está basado en hechos reales.