
—Voy a organizar esta caja de libros. A ver qué tiramos y qué nos quedamos.
—Estupendo.
Los hijos del héroe es lo primero que me encuentro. Un libro que ni me suena, que juraría no haber visto en mi vida. Una ilustración muy de "A dónde vas Alfonso XIII" ilumina la portada. En la primera página nos informan de que son cuentos para niños con "ilustraciones en color y en negro" y descubro que la edición es de 1935. ¿De quién sería este libro? ¿De mi abuela?
«Noche era aquella de tristeza en casa de Doña Paquita. Sus dos hijos, Carlos y José, partían al amanecer para lugares lejanos. Gran salto iban a dar: desde Tudela, en Navarra, a las colonias del Perú, en América»
Me muero de la risa con este comienzo de cuento infantil de hace casi cien años. Según paso las páginas y veo las ilustraciones, me doy cuenta de que no tengo ni idea de cómo eran los niños de hace cien años, quizás esto les resultara emocionante. Y truculento, en las ilustraciones siguientes que nos cuentan la historia de Carlos y José, aparecen muertos a mansalva y hasta un general rebanándole el cráneo a un "insurgento". ¿Cuántos niños de ahora mismo saben lo que es un insurgento?
Descubro que Los hijos del héroe es un libro de relatos. El siguiente se llama Un corazón como hay pocos con el que me echo unas risas tremendas. La protagonista es una huérfana rica que vive "rodeada de sus criados" y que se llama María del Carmen. Imagino a Harry Potter y a su amiga Mari Carmen en Griffindor y es obvio que los nombres pasan de moda. Descubro que Mari Carmen es condesita y tiene tierras así que su primo la engatusa, la engaña y Mari Carmen al enterarse cae "tronchada como un lirio" y muere. No me lo invento, la última frase del cuento es «María del Carmen había muerto». El siguiente cuento se llama El consejo del mendigo y no entiendo muy bien de qué va, sale un ex banquero y luego una chica que lleva un velo que se parece muy sospechosamente a un pañuelo palestino y que dice que va a Calatayud «con diez mil duros en valores». En la última ilustración se postra ante ella un tal Bautista que resulta ser su hermano.
Decididamente este libro tengo que guardarlo y leerlo con calma, intuyo que me va a dar grandes alegrías. Sigo rebuscando y encuentro una edición, de 1933, de La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, y una de El viaje de Gulliver al país de los gigantes de 1942 con una rana gigante y muy asquerosa en la portada acosando al pobre Gulliver que lleva pelucón blanco. No tengo ni idea de quién serían estos libros.
Historia moderna y contemporánea. Parece muy antiguo pero en la portada, en una combinación un poco kitsch aparecen galeones medievales y un avión a propulsión. Busco el año, la edición y lo que me encuentro es, en la última página, la firma de mi padre niño: Jesús Ribera. Ya tenía la letra que yo reconozco. Éste a guardar, por supuesto.

El Corcel Negro. No me lo puedo creer, no sé las veces que leí este libro. La portada con el abuelo abrazando al niño, el caballo negro. Me gustó tanto que cuando hice un intento de escribir un diario, lo llamé así "El corcel negro". Mi hermana lo encontró, lo leyó porque eso es lo que hacen las hermanas pequeñas y luego vino con toda su mala leche a reírse de mí. «Así que el corcel negro». Arranqué todas las hojas y las tiré; del diario no del libro. Encuentro una edición de Heidi de Bruguera. Me río a carcajadas al encontrarme a una Heidi rubia, con pecas que corre a los brazos del abuelo que lleva una elegante chaqueta cruzada de color rojo intenso. ¡cuanto daño han hecho los dibujos japoneses!
Cuando la gente dice Julio Verne, en mi cabeza salta un resorte que contesta El rayo verde. Y aquí está, en mi manos ahora mismo, Famosas novelas de Bruguera. En la portada está la Heidi rubia y el abuelo y Pedro y un oso pero ahí, entre el resto de las famosas novelas sé que está "El rayo verde". Busco la página y ahí está, tal cual, la ilustración que me persigue desde hace treinta años en la que el protagonista patilludo besa a la chica en el momento justo en que el rayo verde ilumina el horizonte. Todavía, hoy, con cuarenta y cuatro años cuando veo una puesta de sol busco el rayo verde.

—¿Cuántos han salido para tirar?
—Ninguno.