Sábado por la mañana. El portátil en las rodillas, la ventana abierta de par en par, los pies fríos y un pijama de rayas. Brujulea por la red con calma, leyendo lo que no ha tenido tiempo de leer entre semana, disfrutando al saber que tiene horas para ir pinchando de enlace en enlace sin rumbo. Realmente no tiene horas, una voz interior le está susurrando cosas, "deberías vestirte, ponerte a escribir un rato, tienes cosas que hacer, encargos, tareas, compromisos", pero por ahora tolera sus murmullos sin sentirse culpable.
Encuentra unos maravillosos dibujos de animales en un solo trazo y piensa que ojalá supiera dibujar, lee una artículo sobre John Le Carré y apunta otro libro más en su lista interminable, empieza a escribir un correo y lo borra "bah, no merece la pena".
Suena el teléfono en el piso de abajo. Es curioso como ese sonido ya ni sobresalta, ni provoca ningún movimiento. Da igual quién sea, si es importante llamará al móvil que tiene a su lado entre las sábanas. O lo cogerá su madre que anda zascandileando por abajo.
–¿Sí? ¡Ah, hola M!
Su madre tiene tono de sorpresa al reconocer a la interlocutora.
Ella sigue tecleando y pensando que, a estas horas un sábado, solo puede ser una mala noticia. Es una amiga de Los Molinos, vive un par de calles más allá. En dos milisegundos ella piensa que habrá llamado porque ha muerto alguien, hay un incendio o una inundación... se frena y piensa que, a lo mejor, está siendo terriblemente dramática y que, a lo mejor, solo llama porque organiza una fiesta. M era muy de fiestas, organizaba unas fiestas geniales.
–Claro, te la paso ahora mismo.
¿"Claro, te la paso"? Están solas en casa, ella y su madre. ¿M quiere hablar con ella? ¿Por qué? Por un segundo piensa en encerrarse en el baño y esquivar la llamada. No le gusta hablar por teléfono, lo odia y...Su madre entra sigilosa apretando el teléfono contra el pecho y susurrando:
–Moli, es M y quiere hablar contigo.
–¿Hola?
–Hola. Solo llamaba para decirte que he leído "La calle que mide mi mundo" y me he emocionado hasta las lágrimas. Porque lo has contado muy bien, porque mis hijos tienen los mismos recuerdos que tú, porque escribes fenomenal y porque ha sido maravilloso leerte. Te había escrito un comentario enorme en word pero no consigo dejarte el comentario y al final he pensado "qué narices, la llamo y se lo digo de viva voz". Ha sido maravilloso.
–Er...muchas gracias. Muchísimas gracias por llamarme y por leerme. No sé qué decir.
–No tienes que decir nada, ya lo has escrito todo. Sigue haciéndolo.
Cuelga el teléfono. Mira por la ventana, sigue teniendo los pies fríos y va a llegar tarde a Correos, a nadar y al aperitivo. Siempre llega tarde pero hoy con razón, tiene que sentarse a escribir estas cosas que (le) pasan y que le dejan sin palabras.