jueves, 14 de julio de 2016

Para mis hijas: mis pensamientos feministas


Para mis hijas

Sois mujeres porque os ha tocado en una carambola genética. Podríais ser hombres por la misma carambola. 

Ser mujeres no os hace ni mejores ni peores ni especiales. Ser vosotras sí. Unos días os hace mejores, otros peores y otros especiales. 

Podéis casaros o no. Tener pareja o no. Haced lo que queráis. Siempre habrá alguien al que no le parezca bien o que saque conclusiones absolutamente idiotas y desacertadas sobre vuestra elección. Alguien que puede ser hombre o mujer. 

Tendréis parejas, creo que hombres pero no lo sé seguro, que os romperán el corazón. Eso no hace malos a todos los hombres. 

No hay juguetes de niños o de niñas. No hay trabajos de mujeres o de hombres. No hay películas, libros, artistas de hombres o de mujeres. Pero vivimos en un mundo machista, asquerosamente machista que, a veces, intentará haceros creer que sí existen. 

Lo que hace o dice un hombre puede pareceros maravilloso. Lo que hace o dice una mujer puede pareceros una estupidez suprema. Eso no os hace menos mujeres ni menos feministas. 

Depilaros y maquillaros no os hace mujeres oprimidas por los hombres y la sociedad. No hacerlo tampoco os convierte en líderes de la resistencia ni del Frente Popular de Judea. 

Valorad las ofensas en su justa medida. Si un hombre os mira las tetas por la calle y os dice algo ofendeos y defenderos... pero no lo pongáis a la altura de llevar burka, la ablación del clítoris, una violación o un asesinato machista. 

Un piropo puede ser un halago o un reconocimiento a algo que hacéis bien. Que os guste no significa que estéis oprimidas o seáis tontas. Por supuesto puede ser muy ofensivo, protestad. 

Ser madre no os hace más mujeres ni mejores personas. 

Ser madre es exactamente igual de valioso, especial e importante que ser padre. 

No ser madre no te hace más libre. 

Tener hijos es tan estupendo como no tenerlos. Y tan malo.

No tener hijos es tan estupendo como tenerlos. Y tan malo. 

Tened opinión. Cambiadla. No pasa nada.

Que nada os dé igual. Sentid, cabrearos, reíros, llorad, subid el tobogán, bajadlo. 

El consejo de un hombre puede ser interesante, necesario y valioso. O puede ser una gilipollez ofensiva. El de una mujer también. 

Trabajad para ser independientes. 

Pelead con los inútiles, da igual si son hombres o mujeres. La tontería está igualmente extendida entre unos y otros.
Hay hombres peligrosos. Huid de ellos.
Hay muchos hombres idiotas sin solución. Y hay muchos otros que nunca se han parado a pensar en si las cosas que hacen pueden ser ofensivas y machistas. De los primeros huid, a los segundos enseñadles. 

Hay mujeres tóxicas.

Hay muchos hombres machistas e idiotas. Las dos cosas van juntas. Hay muchos más que no lo son.

Un hombre puede defender y apoyar a las mujeres. Los hombres pueden ser feministas, de hecho deben serlo. 

No lleváis burka, podéis trabajar, tener hijos o no tenerlos, vivir solas o con pareja, tener mil parejas. Podéis denunciar, pelear, gritar cabreadas. No olvidéis que, a pesar de todo, sois privilegiadas. Hay otras que no tienen esa suerte... no lo olvidéis. Gastad fuerzas y energías en pelear por ellas más que en ofenderos porque os abren la puerta en un edificio.

Vais a hacer tonterías por amor, tonterías alucinantes que no creeríais. Las haréis porque estaréis en el planeta del amor, no porque los hombres os opriman.

El sexo es bueno. Usadlo  con criterio y protección. Disfrutadlo. Llevad condones siempre.

Podéis tener amigos hombres sin que sean vuestra pareja. De hecho espero que los tengáis...

Aunque viváis en pareja guardad siempre un espacio para vosotras.

Si algún día os encontráis diciendo "es que mi pareja no me deja" o "no le va a parecer bien"... replantearos esa relación.

Hablad la una con la otra.

Tened cuidado.

Sois chicas con suerte, disfrutadlo. 

martes, 12 de julio de 2016

Di No a la pajarita


—¿Vas a llevar corbata?

—No, yo paso de corbatas. Me aprietan el cuello, me agobian y no me gustan.
—Ajá
—Voy a llevar pajarita. 

"Voy a llevar pajarita", dice tan contento como si la pajarita se llevara alrededor de la muñeca, detrás de la oreja o en la punta del zapato. 

Pajarita No. Pajarita Go Home. 

No, no y no. 

Hombres del mundo, ¿quién os ha engañado para rescatar de algún baúl secreto, olvidado y oculto las "corbatas de lazo"? ¿Quién os ha engañado para haceros creer que la corbata es rancia y la pajarita cool? Y sobre todo ¿por qué os hacéis eso? 

Solo hay una ocasión en la que la pajarita es buena idea, solo hay un momento vital en el que llevar pajarita es la mejor elección, la única posible, el acierto seguro. 

—Hola, hemos venido a decirte que te hemos elegido para protagonizar la siguiente película de James Bond.
—¿Llevaré esmoquin?
—Por supuesto.

Ahí Sí. James Bond + esmoquin= pajarita. 

El resto del tiempo la pajarita es siempre MAL. ¿Qué dice la pajarita de ti?

Quiero ser original.

Lo he dicho cienes y cienes de veces, la originalidad mal entendida la carga el diablo y es el camino más rápido para hacer el ridículo. Además, llevar pajarita hace 20 años a lo mejor (lo dudo) era original, ahora vas a una boda o a un evento y hay cientos de tíos "originales". 

No soy nada sexy.

Conozco pocos hombres con la habilidad suficiente como para hacerse un nudo de corbata normal a la primera. En muchísimos trabajos ya no es obligatorio ir de traje y los hombres se han librado de llevar corbata, y la evolución humana los ha llevado a perder esa habilidad junto con otras, como orientarse sin navegador. 

Pocos son por tanto los que saben anudarse la corbata pero no conozco ninguno que sepa hacerse el nudo de la pajarita. Un tío con pajarita dice "tengo 10 años y llevo una goma debajo del cuello de la camisa". No pasa nada, no tiene mayor importancia, pero toda la supuesta prestancia que pueda tener una pajarita se pierde. 

Además, lo único medianamente sexy de una pajarita es la posibilidad de tirar de uno de los extremos del lazo y que quede colgando del cuello del hombre y, a partir de ahí, tirar del hilo... y lo que surja. Quitarle la goma alrededor del cuello es igual de sexy que una faja color carne. Cero. 

La señora, ¿qué quiere tomar?

Lo siento pero yo veo un tío con traje y pajarita y mi cerebro empieza a pensar en qué deseo beber o si el hombre está gordo en qué quiero del menú y en estar atenta por si me va a contar lo que hay fuera de carta. 

De un hombre con pajarita casi espero que se dirija a mí diciendo "un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo ¿qué puedo traerle?"

Sé bailar. 

Un hombre con pajarita por la misma razón por la que no quiere ser su padre ni un señor recién llegado de los 70 debería saber bailar. No quiere ser su padre, no quiere ser aburrido, no quiere ser como todos y, por tanto, sabe bailar. Y cuando digo saber bailar, no me refiero a contonearse espasmódicamente de una manera completamente arrítmica ni a brincar como un titi en celo con los brazos en alto, gritando. 

Saber bailar es saber bailar, es ser Fred Astarire o Gene Kelly o, por lo menos, Clint Eastwood en Los Puentes de Madison. Es deslizarse, tener ritmo, mover los pies y no pisarme.

Por todas estas razones un hombre con pajarita (si no eres James Bond) distrae. En vez de pensar en si me gusta o no me gusta, me atrae o no me atrae, mi mente se dispersa imaginándomelo delante de su armario abrochándose la goma y pensando “qué original soy”.

Voy a llevar pajarita ¿Qué te parece?
—Preferiría que no.


jueves, 7 de julio de 2016

Ensayo sobre la merienda



La merienda; no me puedo creer que no le haya dedicado un ensayo a esa maravillosa, excelsa, innecesaria y por tanto placentera comida. 

La grandeza de la merienda reside en que jamás se hace por hambre. Se merienda por gula, por placer, por deseo, por llorar, por nervios, por olvidar, para desahogarte, por rabia o por las risas.  
Hay dos tipos de meriendas que no me interesan nada: 

-las meriendas infantiles, que son un coñazo. Las madres preparan meriendas porque las tardes con niños se hacen eternas y hay que buscar algo que hacer y porque están llenas del concepto "que mi niño coma sano". Eso convierte un placer culpable en una obligación saludable. Cuando el niño no quiere merendar lo que le dan, la madre se siente fatal por no ser capaz de conseguir que a su niño le apetezca una manzana en trozos y todo se convierte en un sinvivir.

-las meriendas de señoras mayores con rebeca y bolso en cafeterías. De esto no puedo hablar todavía, no soy una señora mayor y no llevo rebeca. Las veo con sus cafés y sus poleos y sus croissants cortados con cuchillo y tenedor, y tengo escalofríos. 

Tras la etapa infantil, y cuando tu madre decide que ya has alcanzado el desarrollo suficiente como para que le dé igual que comas o no, se abre una época de descontrol merendil. 

Hay gente, indocumentados sin criterio, que opta por dejar de merendar para siempre. Se les olvida que ese gran placer existe y saltan alegremente de la comida a la cena. Bueno, no tan alegremente, suelen ser gente triste, gris... insulsos. 

"Yo nunca meriendo" comentan con un orgullo que a mí me resulta inconcebible. 

Otra gente, infelices para siempre, caen en la trampa de las cinco comidas al día de todas las revistas de "siéntete guay comiendo alpiste y cosas con el mismo sabor que el corchopán" y no se saltan la merienda pero la convierten en una estación del Vía Crucis. Gente que merienda una loncha de pavo transparente, unos arándanos salvajes de la Conchinchina o un biscote ligero con semillas y una porción de queso fresco (algún día tendremos que hablar de cómo esa masa blanca consiguió que la llamáramos queso).  

Si estos dos grupos siguen creciendo es posible que las meriendas pasen a ser una especie en extinción, pero por ahora estamos a salvo de este desastre. 

Afortunadamente, todavía quedamos unos cuantos irreductibles que cultivamos el noble arte de la merienda. Resistimos y aunque hay días que no podemos merendar porque la vida no nos deja... mantenemos como podemos ese placer culpable aunque  hemos perdido protocolo, rutina y prestancia. 

Para empezar hemos perdido el horario. Las cinco y media es una hora absurda porque o has comido demasiado tarde y se te olvida que puedes volver a comer o estás trabajando o, en vacaciones, te estás echando la siesta. Merendamos en un rango de horario que va desde que te asalta la necesidad imperiosa de comer algo hasta el minuto antes de que lo que comas pase a considerarse "picar algo mientras preparo la cena". 

Las formas también las hemos perdido. De niño puedes sentarte en la cocina o comer en el parque y cuando llevas rebeca y el pelo blanco  te acomodas en tu mesita de Embassy. En los 70 años que separan ambos momentos pocas son las ocasiones en las que puedes sentarte en tu cocina a tomarte un vaso de leche con galletas untadas de nocilla o un bocadillo de queso o una tostada con tomate. La merienda se convierte en algo más parecido a una operación de guerrilla, un acto clandestino que realizas a medio camino entre un lugar y otro, entre una tarea y otra. Compras una palmera de chocolate y te la comes por la calle o en el coche, entras en la cocina y, de pie delante de la nevera, te zampas 4 quesitos y un puñado de picos o media tableta de chocolate y dos sobaos. 

Los merendadores, aún así, estamos perdiendo espacio público. La cena tempranera se está imponiendo, invadiendo el espacio de la merienda tardía y cada vez más gente te pregunta ¿merendar, pero qué dices? Menos mal que nosotros, los merendadores, cuando nos cruzamos por la calle con nuestras palmeras de chocolate compradas en una incursión rápida en una pastelería, nos reconocemos por el brillo de los ojos y por la alegría de nuestro caminar. 

Pronto los merendadores seremos clandestinos o no seremos y nos reconoceremos por los bigotes de leche (entera, por supuesto). 


martes, 5 de julio de 2016

Un viernes, un sábado y un domingo

"Escribir es seleccionar. Para empezar un escrito tienes que elegir una palabra y sólo una de entre un millón. Ahora sigue. ¿Cuál será tu siguiente palabra? Tu siguiente frase, párrafo, sección, capítulo. Tu siguiente hecho. Tú seleccionas lo que va y lo que se queda fuera".  (Anotación aparecida en mi cuaderno de procedencia desconocida)

Viernes. 

125 kilómetros con solo unas gotas de atasco en los túneles. Mi piscina favorita un año después. Es de agua salada y en ella entro en trance, a partir del tercer largo no sé si voy o vengo. Me pico un poco con el nadador de la calle de al lado que lleva un neopreno. Me destrozo los hombros nadando medio km con palas duras. ¿Será nadando con palas como Charlize Theron ha desarrollado esas espaldas? 

Salgo de nadar despeinada por dentro y por fuera y siendo la mejor versión de mí misma. ¿Quién decía el otro día que a Charlize le "sobraban" dos cm? A Charlize no le sobra nada. 

Una maleta para 3 meses. La historia de mi vida cuelga de las perchas: el vestido que me compré por 6 euros en un Carrefour hace 15 años, las dos faldas hippies que cada vez que me pongo me provocan borrachera, los pantalones cortos que me empeño en mantener a pesar de que tengo que sujetármelos con la mano porque se me caen... quizás debería ir a las rebajas. Quizá pero, ¿para qué? Guardo ropa pensando "esto para un día especial" y al final de temporada descubro que ningún día me ha parecido lo suficientemente especial como para ponerme ese vestido o camiseta y que el día más especial del verano me pilló con una camiseta guarrera y un bikini con gomas desgastadas. 

Me acuesto con la ventana abierta de par en par... huele a verano de taparme con la sábana. 

Sábado

Intento escribir en pijama en mi cuarto. Lo consigo a duras penas, probablemente porque no consigo concentrarme y porque hay 4 personas entrando y saliendo de mi habitación. Desisto y me voy a tomar el aperitivo con un casualidad cósmica que conocí por twitter y que después de 2 tortillas de patata, 15 croquetas, unos cuantos vermús, tintos de verano y un polo de poleo menta descubro que es casi un error de matrix porque a pesar de ser solo conocidas virtuales... resulta que conoce a todo mi entorno. 

Pasan trenes. 

Apenas conozco media docena de canciones pero me flipan. Ellos no son ni simpáticos ni empáticos. Por no ser, ni siquiera parecen de la misma banda: tocan sin mirarse, sin dirigirse la palabra, como si cada uno de ellos estuviera metido en una burbuja que los aislara de lo demás... pero me encanta el concierto. 

Soy la chica de amarillo en el concierto de Wilco.

Me acuesto con la ventana abierta... huele a verano de noches con calma. 

Domingo. 

Me despierto con un resto de algo incómodo pegado al sueño. Sin moverme intento pensar qué es. Flashes de una pesadilla con un hombre de rojo. Un sueño de esos de los que no consigo librarme, imágenes que se quedan atrapadas en mi memoria y saben amargas. 

Desayuno para olvidar. Pinto una valla para camuflarme. Es un trabajo manual en el que puedo parapetarme y que me permite pensar a la vez. 

Leo. 
"Sea como fuere, pocas veces conseguimos alcanzar tanta sabiduría. Pocas veces conseguimos mirar nuestra obra con verdadero amor. El amor verdadero por nuestra obra conserva siempre un ojo irónico y divertido; así como en nuestra vida toda pasión amorosa es imperfecta si no la ilumina una mirada divertida, aguda y penetrante del conocimiento". (Natalia Ginzburg)

Me baño. Bajo a la compra y el súper está cerrado. Siesteo, aunque sé que me sentará mal...

Por la ventana abierta de par en par... sale volando mi inspiración.