miércoles, 11 de mayo de 2016

Depresión

La depresión no es un pozo negro, ni un manto oscuro que te cubre. Ni siquiera es gris. Ojalá lo fuera. 

La depresión es una luz blanca que borra cualquier contorno, cualquier silueta. Es una luz que hace desaparecer todos los colores, todas las sombras, en un inmenso charco blanco del que no se ve el final. 

Es una luz que no te deja ver nada. Te ciega, te taladra la cabeza y, en ella, solo puedes andar tambaleándote con los ojos entrecerrados. Lo que de verdad quieres hacer, lo que necesitas, es cerrar los ojos y no ver esa luz. Quieres esconderte, alejarte de ella, que no te alumbre, que no te vea, quieres que te deje descansar. Pero no hay donde cobijarse. La depresión es un foco en la cara del que no puedes escapar. Te persigue y no hay dónde esconderse. Da igual que te quedes parado o que corras lo más lejos que puedas... la luz no se apaga. 

Es una luz que te traspasa y te obliga a ver, a ser consciente cada minuto de tu sufrimiento, tu desesperación y tu angustia. No te deja descansar nunca. 

Cuando tienes una depresión, tu mejor (ja) momento es por la noche, es la hora del día, justo antes de meterte en la cama, en la que sientes un cierto alivio por haber sobrevivido a otro día que por la mañana al despertarte te parecía insalvable y en el que, además, quieres creer  te queda un día menos de dolor, de sufrimiento. A ese ligero descanso se suma la certeza de que por lo menos, durante unas cuantas horas, 3, 4 con mucha suerte, podrás descansar. La depresión es una maestra de la tortura, te aprieta y te aprieta, pero sabe que te tiene que dejar descansar un poco, hacer que te confíes, que te relajes para hacerte más vulnerable. Por la noche, la luz se apaga, se retira y puedes dormir, hacerte un ovillo, refugiarte en tu propia oscuridad y descansar. Por unas horas podrás fingir que no te duele el alma, la vida, podrás no verte y que los demás no te vean. Oscuridad que acoge, cerrar los ojos, relajarte al fin.  

No te confías... sabes que es una tregua, no el final de la batalla. Pero cada noche confías en no despertarte a las 4 horas aterrorizada. Confías en que esa noche sea distinta, quieres creer que a la mañana siguiente no querrás morirte. Pero nunca hay ese mañana, nunca dura tanto la tregua. Abres los ojos y ves la luz gris, avanzando poco a poco por el suelo de tu cuarto hacia tu cama. Cierras los ojos, te quedas muy quieta, esperando que no te vea, que pase de largo, que te deje descansar... pero no hay escapatoria. 

Vuelve a caer sobre ti, a cegarte y al levantarte, porque te tienes que levantar, a tu alrededor solo hay, otra vez, un inmenso espacio yermo en el que estás sola, un mundo cegador en el que tú no ves nada pero todo el mundo te ve a ti. 

Cuando empiezas a curarte, lo primero que notas es que ya no tienes el ceño fruncido todo el día,  te relajas un poco y empiezas a distinguir siluetas, contornos y sombras. Poco a poco, tan lentamente que siempre tienes miedo de que ese alivio que sientes sea una nueva estratagema de la depresión para que te confíes, la luz se va apagando, pasa de ser fría a ser cálida y todo va recuperando su color y su forma. Puedes ver a los demás... sabías que estaban ahí pero no podías verlos. 

Hace dos años toqué fondo... o eso me creía yo. Poco después descubrí que el fondo estaba mucho más profundo y que la luz llegaba hasta allí con toda su fuerza. 

He querido escribir esto porque no se me olvida, porque no quiero olvidarlo. Escribirlo es, para mí, la mejor manera de fijarlo para siempre. Me siento como si estuviera descolgando todas estas sensaciones de las paredes mi cabeza y guardándolas en cajas perfectamente etiquetadas y ordenadas. No voy a olvidarlo, en mis paredes mentales queda el cerco de esas experiencias y las veré todos los días, pero, a partir de hoy, cuando quiera saber qué era lo que tenía ahí expuesto, podré venir aquí, sacar este post y leerlo. Porque no quiero que se me olvide la luz. 

lunes, 9 de mayo de 2016

Primos

Los primos son unos parientes curiosos. ¿Qué tienes en común con ellos? Que tus padres son hermanos y compartes unos abuelos comunes que en algún momento, más pronto que tarde, desaparecen de nuestra vida. 

Conozco gente con más primos de los que puede memorizar y gente que no tiene ninguno. Yo tengo un número manejable de ellos, 11. Creo que yo sola doy más guerra que todos ellos juntos. Bueno, no lo creo... lo sé. 

Somos un grupo variopinto. Con el mayor me llevo un año y la pequeña tiene 11, llegó de Rusia cuando yo ya tenía a las dos princezaz. Es más prima de mis hijas que mía. Con ella, todos nos sentimos un poco tíos y ella con nosotros se siente en una reunión de chiflados. 

Nuestra última reunión de chiflados fue el sábado. Habíamos fijado la fecha hacía tiempo, cuando nos juntamos en otra de las citas sagradas de mi familia, el día de Reyes. Aquel día, mi primo “Chubi” y yo nos atufamos un mágnum de vino blanco a medias, nos pusimos de mote "Miss Harrison" y "Miss Marple" y convocamos la comida en su casa para cuatro meses después aprovechando la llegada desde Buenos Aires de nuestro primo R. 

Mi primo "Chuvi" (un pasado remoto y ligeramente relacionado con Starwars tiene la culpa de este mote pero eso es otra historia) tiene la misma edad que yo, nos casamos casi a la vez, tenemos hijas de la misma edad y nos separamos casi al mismo tiempo. Él es rubio, juega al fútbol y es jefe. Yo no, pero nos reímos hasta llorar cuando nos juntamos porque los dos tenemos un sentido del humor tan ácido que nos corroemos. A nuestros cuarenta y tantos hemos descubierto que nuestro amor por el vino blanco nos une más que compartir un apellido. Aquella mítica noche, apestando a barrica de roble envejecido, organizamos la comida. 

Organizar es un decir. Mandamos la fecha al grupo de wasap que compartimos los 11 primos con móvil y marcamos la fecha en el calendario. Eso fue todo... hasta la semana pasada en que tuve que poner orden y disfrazarme de Mary Poppins y el Capitan Furilo y empezar a repartir tareas: tú compras la carne, tú recoges a la prima de 11 años (María que no habla es su mote... pero esta es otra historia), tú compras chuches para las copas, tú la bebida y que no falte vino blanco. Hora de la cita, 13:30

Moli, ¿no sería mejor a las 14?
Pareces nuevo Nobita (este es otro mote y sí... es otra historia). Si quedamos a las 14, llegamos a las 14:30 y la barbacoa y blablablá.
Vale, vale... visto así. 

Los primeros llegaron a las 14:15. Nobita hizo su aparición estelar una hora tarde tras una noche de "electro cumbia". ¡Siempre tengo razón!, pero no sé qué es la electro cumbia y prefiero mi feliz ignorancia. 

Comida, bebida, una barbacoa en llamas que siempre es un buen tema de conversación, un millón de anécdotas, fresas, chocolate, ¡leche condensada! y chuches. 11 primos sentados alrededor de una mesa contando majaderías y riéndonos como si no hubiera mañana. 

¿Nos hacemos fotos haciendo el tonto?
—¿Quieres decir como siempre?
—Si, tú sal con la escoba barriendo... ¡no, espera, la escoba para Moli, que se la ponga entre las piernas y vuele...!
—Muy gracioso Pobrehermano Mayor, muy gracioso. 

Debió serlo porque todos se descojonaron. 

Sentada a la mesa con mi bebida (vino blanco, tinto y Gin tonic por riguroso maridaje con la comida) pensé que no podíamos ser más distintos. ¿Qué tengo que ver yo con mi primo Jimmy, de 29 años? ¿Y con mi primo Ramón que se piró a hacer las Américas y decidió quedarse a vivir en Buenos Aires? ¿Y con Alf que anda por Canadá? Por no hablar de mi prima de 11 años, que me mira como si fuera una vieja loca... porque para ella soy una vieja loca. 

Chuvi, que sepas que tu foto de Linkedin es de mucha vergüenza ajena.
Joder Moli, perdón Miss Harrison, no perdonas una.
Pero ¿cómo es la foto? Enseñadla.
Pues mirad, parece el vendedor del mes en Fotocasa por haber vendido un local comercial en un polígono.
No puedes ser más cabrona. 

No sé qué tenemos en común, ni siquiera sé si tenemos algo ni si quiero saberlo. Me basta con saber que somos familia, que tenemos unos recuerdos compartidos, unos lugares que nos pertenecen a todos y que tenemos la inmensa suerte de que nuestros padres, los que nos hacen ser familia, siguen con nosotros. Me basta saber que nos acordamos los unos de los otros y que nos alegramos de los éxitos de los demás. 

Me basta con sentir que cuando nos reunimos, las risas van a estar asegurada, me voy a encontrar en "casa" y no voy a querer estar en ningún otro sitio más que con ellos. Aunque se metan conmigo. 

A mis primos, con cariño y olor a barrica.

*Más sobre la Molifamilia. 

viernes, 6 de mayo de 2016

Un día en Madrid

9:30 de la mañana y otra vez llego tarde. Bueno, si no hay mucho atasco, si encuentro parking rápido, si me pillan todos los semáforos de La Castellana en verde, tengo una mínima posibilidad de no volver a llegar tarde. Me juro a mí misma que la próxima vez saldré con más tiempo.

En cada semáforo, mientras de fondo escucho una tertulia política absurda, me fijo en la gente que cruza la calle, en los otros conductores, en los edificios. Hubo un tiempo en que la parte norte de la Castellana era mi hábitat, cada día pasaba cuatro veces por esa zona. De tanto pasar dejé de verla, de fijarme. Ahora, esta zona, y de hecho todo Madrid en día laborable, me resulta tan ajeno, tan extraño, que lo miro todo como si fuera guiri.

Toda mi vida he vivido en Madrid pero llevo 16 años levantándome y yendo a trabajar a 100 km de aquí. Hasta este año era rarísimo que estuviera un día laborable en Madrid y por eso, ahora, los días que tengo reuniones, veo la ciudad desde un punto de vista nuevo. Todo esto lo pienso al salir del parking en Colón. Salgo a la calle y veo la bandera gigante, los coches, la escultura de Botero, ¿una rana gigante? ¿Cuándo han puesto esta rana? ¿Es nueva? ¿Lleva mucho tiempo?

Cruzo la calle. Génova, la Castellana entera y voy al hotel dónde he quedado para una reunión. Miro a la gente con la que me cruzo. Gente que corre, que no mira la calle por dónde va, que no me ve. Van pendientes de su teléfono o hablando con los cascos puestos. Ellos, muchos con mochilas. Ellas con un confusionismo estilístico propio del día. En 50 metros de acera me cruzo con dos chicas en sandalias, dos con cazadora de cuero, otra con botas y una con paraguas.

La reunión es con un desconocido que no he visto nunca pero que de manera inexplicable me reconoce en 10 segundos. Lleva mochila. Pido un café con leche y cuando me lo traen es tan espeso que casi tengo que cortarlo con cuchillo. Mi interlocutor devora las galletitas de acompañamiento.

Al salir de la reunión, descubro que tengo un rato libre antes del siguiente compromiso. Decido dar una vuelta, paso por debajo de la rana, me cruzo con unos cuantos niños uniformados de rojo que deben ser de algún tipo de excursión escolar y con gente tan elegantemente vestida que me sorprende. Realmente, en Madrid la gente se arregla para ir a trabajar.

Me doy cuenta de que estoy caminando como si fuera turista, como si no estuviera trabajando, como si todo fuera nuevo, como si no viviera aquí.  Me llama la atención la gente desayunando en las terrazas, gente que ha salido del curro para tomarse algo a media mañana, gente que corre de un lado a otro, sin fijarse en nada, sin verme. Gente que para taxis, que se baja de autobuses, que se mete en el metro. Muchísima gente en bici.

En el paseo de Recoletos está la Feria del Libro Antiguo. Demasiada tentación. Comienzo a pasear y me doy cuenta de que todos los clientes que andan, como yo, curioseando los lomos, subiéndose y bajándose las gafas, consultando listas y preguntando precios, son hombres. Hombres mayores, de más de 65 años, con el pelo blanco, chaquetas de puntos abrochadas y que, por cómo caminan, tienen toda la mañana para pasarla aquí. Muchos van solos, pero otros van en grupo.

—Te digo que eso se llamaba Economía de la empresa en la carrera.
—Pero, ¿cuándo? ¿Cuando estudiábamos nosotros?
—No, cuando dábamos clase. Cuando estudiábamos, ¿qué empresa había? 

A tres casetas de llegar al final... decido que ya está bien. Llevo un botín de 7 libros. Por un momento pienso en hacer cálculos de cuánto me he gastado en este inesperado paseo matutino... pero mando un mensaje de "aborten la misión" a mi cerebro y en su lugar cuelgo el cartel mental de "todos me han costado 6 euros". El tocho de Martín Caparrós que me ha costado 12 me sonríe desde el fondo de la bolsa. Decido ignorarlo.

De vuelta en el coche de camino a otra reunión me doy cuenta de que voy cantando y bailando. Me veo en el retrovisor y descubro al conductor del BMW de al lado descojonándose de mí. No estoy acostumbrada a tener coches cerca, normalmente voy por la autopista yo sola y nadie me ve cantar y hacer el memo en el coche.

¿El desconocido del BMW pensará que tengo pinta de loca? Quizás debería hacerme unas gafas de sol nuevas. Unas que me den un aspecto más "amable". Me encantan las mías, pero Juan dice que me dan aspecto agresivo, que con ellas tengo pinta de bajarme de un coche de policía americano con una fusta.

Sonrío. El desconocido sonríe. El semáforo se pone en verde y nos perdemos. Él al sitio dónde van los desconocidos con los que te cruzas y yo camino de otra reunión. Me alegro de no llevar calcetines.

Madrid está bonito, claro, nítido, casi a estrenar.

Madrid me sienta mal, no congeniamos... pero hay días, algunos, como ayer, en los que nos encontramos, pasamos el día juntas y nos llevamos bien. 


martes, 3 de mayo de 2016

Otra tarde en El Retiro


Una tarde preciosa con El Retiro petado de gente, vamos hablando de mil chorradas y pienso en las miles de veces que hemos venido, en carrito, en silla, en patinete, en bici. 

Hay una luz preciosa y mientras esquivamos turistas y parejas vamos hablando sobre patos y cisnes. Por un momento estoy tentada a contaros que los patos tienen el pene en forma de sacacorchos y que cuando practican sexo es a rosca...  una imagen perturbadora que decido no compartir todavía con vosotras. 

Me encanta el Palacio de Cristal. 
- Es un palacio de cristal como otro cualquiera-. Dice M que está en modo lo tengo todo visto.
- ¿Ah si? ¿Cuántos palacios de cristal en medio de un parque has visto, listilla? 
- Ninguno... pero no me gustan. 
- Bueno, pues a mí éste me encanta, me siento princesa cuando lo veo. 
- Mami, tú no eres más princesa porque no quieres-. Comenta C. 
- ¿Porque no llevo el pelo largo?
- Si y porque eres un desastre. 
- Pues lo siento, es la madre que te ha tocado. 
- ¿Sabes que ahora se llevan dos trenzas de raíz desde los lados de la cabeza?-. Me pregunta C cambiando de tema... o eso creo.
- Pues no, es un dato que desconocía completamente. Yo no sé hacer trenzas de raíz. 
- Ya, eres una madre un poco regular. 
- Mamá, ¿por qué no jugamos a inventarnos historias?-. Interviene M. 
- No, mejor vamos a jugar a que digáis 5 cosas que hago bien, que os gustan de mí. 
- Joooo... eso es un aburrimiento.- dice mi pequeño clon agitando su coleta. 
- No, nada de aburrimiento porque hay que pensarlo bien. No vale decir bobadas de "nos quieres mucho" y esas cosas que hacen todas las madres. Tienen que ser cinco cosas especiales de mi. 

Se callan un rato mientras vamos camino del lago. 

- ¿Nos compras un helado?
- Si os ayuda a pensar, sí.
- ¡Claro que nos ayuda a pensar!

M se zampa un Magnum de fresa (sin gluten) y C, como si tuviera una regresión a los 5 años, se pinta toda la cara con un corneto de yogur. Nos sentamos. 

- ¡Spaghettis con verduras y langostinos!-. Grita C triunfante. 
- ¡Eso no vale! Eso es cocinar y lo hacen todas las madres. 
- ¡Judías pintas con arroz!-. Se suma M. 
- Que no, que las comidas no valen. 
- ¿Tarta de zanahoria sin gluten?-. Replica M poniendo ojitos
- Bueno, venga... pero spaghettis, judías pintas y tarta de zanahoria solo cuentan como una cosa. Os faltan cuatro. 
- Que escribes-. Dice M. 
- ¿Eso te gusta?
- Sí, me gusta cuando estás en casa sentada escribiendo historias y te miro y tienes un tic. Mueves la boca mientras escribes como si estuvieras contando la historia a la vez. 
- ¿Lees lo que escribo?-. Le pregunto.
- No. Casi nunca. Sólo cuando tú me dices que lo lea, pero a veces cuando se me ha olvidado llevar fotos para algún trabajo del cole, entro en tu blog a buscar allí las fotos. Eso mola, encontrarte en internet. 
- Bien, van dos cosas. C, pequeña bruja, ¿qué dices tú?
- Tus amigos. 
- ¿Mis amigos? 
- Si, me gusta que tus amigos sean míos también. Ir a sus casas aunque tú no vayas, poder contarles cosas que a ti no te cuento, reírnos de ti, meternos contigo, que me abracen. Me gustan tus amigos. 
- Vale, eso me gusta. Ya van tres cosas. ¿Qué más? 
- ¡Los Molinos!-. Grita M. 
- Sí mami. Los Molinos mola mucho y eso es tuyo porque vamos ahí por ti y nos gusta por ti y por tus amigos y por tu familia y vamos a ir siempre siempre. Así que Los Molinos aunque no seas tú, eres un poco tú o más. 
- Bien, eso me gusta también. Os falta una. 
- Ya son suficientes. 
- No, el juego eran 5 y falta una. A ver M, piensa un poco... y piensa bien... no vale decirme como el otro día "tienes papada". 
- Te lo has tomado fatal y, además, todo el mundo tiene papada. 
- Tú no.
- Yo soy joven. 
- ¿Y yo no?
- ¡Mamá, no me líes! Tú eres joven pero yo lo soy más. 
- Vale, vale... pero venga, os falta una cosa. 
- Yo tengo una ya, - dice C. 
- A ver... miedo me das. 
- A mi me gusta cuando llegas a casa, abres la puerta y gritas... ¡Hola princezas!
- Muy bien, ¿por qué te gusta?
- Porque cuando dices eso ya está todo bien. 
- Estupendo. Ya están las cinco cosas. ¿Veis como no era tan difícil? Vamos. 

Volvemos caminando. 

- Chicas, ¿cuando sea vieja me meteréis en una residencia?
- Si tú no quieres no-. Dice C.
- ¿Y me invitarás a tu casa?
- Sí, pero yo te invito y tú me dices que no puedes venir. 
- ¿Y eso?
- Porque es mejor. 
- Jajajaja... vale. ¿Y tú M, me invitarás?
- Pues no lo sé... ya veremos. Pero mami, se me ha ocurrido otra cosa que me gusta de ti. 
- A ver. 
- Me gusta como lees. 
- ¿Y eso?
- Porque lees muy dentro. Te pones a leer mientras desayunamos o en el sofá o en cualquier sitio y te miro y pienso, yo quiero leer así. 
- Eso es precioso, cariño. 
- Lo sé. 

De todas las veces que hemos venido al Retiro, como siempre, ésta es mi favorita.