
Ser padre es una tarea que te sobrepasa todos los días.
No es como un curro nuevo, que es nuevo un día, dos, un mes y luego le coges el truco y tiene menos misterio que verse crecer las uñas de los pies. No, ser padre es nuevo todos los días, cada puñetero día hay algo nuevo agazapado para darte una colleja y decirte: aha... ¿a qué creías que lo tenías contralado? Pues no.
Normalmente y por principios, no leo revistas de padres, ni leo blogs de madres, ni consejos de pediatras, especialistas en comportamiento familiar, coach sobre relaciones parentales ni nada de eso. No me gustan y lo que es peor, si alguna vez caigo en la tentación, acabo con unos niveles de hostilidad en sangre que casi me hacen combustionar.
Tampoco suelo atender a conversaciones sobre el “hecho de ser padres” normalmente pontificadas por gente sin hijos. Si, ese tipo de conversaciones que se escuchan cuando en el banco de al lado hay una madre diciéndole a su hijo: me da igual que llores, he dicho que no y es que no y es porque yo lo digo. Todo esto dicho en un tono...cercano al grito.
Esa gente sin hijos suele decir: qué poca paciencia, a los niños no hay que gritarles...es mejor hacerles entender.
Cuando escucho esas cosas, sentaría a esa gente a hablar con un ficus y que trataran de convencer al ficus de que sacara flores de margarita. A lo mejor así entenderían el nivel de frustración que se puede alcanzar ejerciendo la paternidad.
En un mundo ideal de luz y de color y muy parecido a los anuncios de la tele, tu nevera siempre tiene comida apetitosa y que no engorda, discutes con tu pareja en un tono civilizado, hablas con tu jefe sobre tu valía profesional y él no solo no se descojona en tu cara si no que te da la razón y te sube el sueldo, tu coche siempre está limpio, siempre vas conjuntado, tu casa siempre está ordenada y nunca jamás pierdes la paciencia con tus hijos.
En el mundo real, lo que de verdad ocurre es que muchas más veces de las que te gustaría, te encuentras gritando, con la paciencia agotada y completamente desbordado por el comportamiento de tus hijos.
Sí, claro, no debería ser así, porque tú eres adulto y ellos pequeños.
No debería ser así porque tú sabes que no está bien gritar y ellos son pequeños.
No debería ser así porque ellos no deberían pagar por tu cansancio, tu frustración, tu dolor de ovarios, tu cabreo con el jefe, la discusión con tu pareja o la ola de pena atroz que te está arrasando.
No es como un curro nuevo, que es nuevo un día, dos, un mes y luego le coges el truco y tiene menos misterio que verse crecer las uñas de los pies. No, ser padre es nuevo todos los días, cada puñetero día hay algo nuevo agazapado para darte una colleja y decirte: aha... ¿a qué creías que lo tenías contralado? Pues no.
Normalmente y por principios, no leo revistas de padres, ni leo blogs de madres, ni consejos de pediatras, especialistas en comportamiento familiar, coach sobre relaciones parentales ni nada de eso. No me gustan y lo que es peor, si alguna vez caigo en la tentación, acabo con unos niveles de hostilidad en sangre que casi me hacen combustionar.
Tampoco suelo atender a conversaciones sobre el “hecho de ser padres” normalmente pontificadas por gente sin hijos. Si, ese tipo de conversaciones que se escuchan cuando en el banco de al lado hay una madre diciéndole a su hijo: me da igual que llores, he dicho que no y es que no y es porque yo lo digo. Todo esto dicho en un tono...cercano al grito.
Esa gente sin hijos suele decir: qué poca paciencia, a los niños no hay que gritarles...es mejor hacerles entender.
Cuando escucho esas cosas, sentaría a esa gente a hablar con un ficus y que trataran de convencer al ficus de que sacara flores de margarita. A lo mejor así entenderían el nivel de frustración que se puede alcanzar ejerciendo la paternidad.
En un mundo ideal de luz y de color y muy parecido a los anuncios de la tele, tu nevera siempre tiene comida apetitosa y que no engorda, discutes con tu pareja en un tono civilizado, hablas con tu jefe sobre tu valía profesional y él no solo no se descojona en tu cara si no que te da la razón y te sube el sueldo, tu coche siempre está limpio, siempre vas conjuntado, tu casa siempre está ordenada y nunca jamás pierdes la paciencia con tus hijos.
En el mundo real, lo que de verdad ocurre es que muchas más veces de las que te gustaría, te encuentras gritando, con la paciencia agotada y completamente desbordado por el comportamiento de tus hijos.
Sí, claro, no debería ser así, porque tú eres adulto y ellos pequeños.
No debería ser así porque tú sabes que no está bien gritar y ellos son pequeños.
No debería ser así porque ellos no deberían pagar por tu cansancio, tu frustración, tu dolor de ovarios, tu cabreo con el jefe, la discusión con tu pareja o la ola de pena atroz que te está arrasando.

Pero las cosas no son como deberían y tú no eres un superhombre. Estas cansado, harto, triste y hasta los cojones de ese día…y resulta que tus retoños ese día han decidido consciente o inconscientemente, comprobar hasta donde puedes aguantar.
Y aguantas, y respiras, y suspiras…y piensas que no lo hacen aposta y que no tienen la culpa.
E intentas razonar…mirad hijos...de verdad...he dicho que no puede ser y no puede ser. Y no me hagáis repetirlo más. Y contra todo pronóstico consigues utilizar un tono de voz controlado y que no asuste.
Y siguen. Porque ellos están menos cansados, tiene mucho más aguante y son capaces de sacarte de quicio mucho más rápido que la peor combinación letal de gente que se te ocurra, esto es: tele operador, tu madre y tu jefe.
Y vuelves a respirar. Y a suspirar, y lo intentas otra vez. Y sabes que no funcionará, pero inconscientemente estás imbuido de ese “puto mundo ideal de la paternidad” donde no se grita, no se chilla y la paciencia cuelga de las lámparas de tu casa…así que vas a ello otra vez:
A ver por favor, como tengo que decirlo…vamos a llevarnos bien. Estoy cansada y no quiero discutir...ya lo hemos hablado.
Y al final de este camino tannnn frustrante, lo que queda es:
HE DICHO QUE NO. Y ES QUE NO. Y YA ESTÁ Y ES ASÍ PORQUE LO DIGO YO Y PUNTO. Y SI NO OS GUSTA ME DA IGUAL, Y AHORA A CALLAR Y COMO OIGA UNA PALABRA MÁS OS MANDO A LA CAMA HASTA MAÑANA.
Y funciona.
Puede que las lágrimas rueden por la cara de tus churumbeles, pero no pasa nada. Gracias a Dios, estás inmunizado y además sabes que son sus lágrimas o las tuyas…y si ven las tuyas sí que te has caído con todo el equipo.
Después viene el rato en el que pasas por una serie de sensaciones.
1.- descubres que tus padres te gritaban con razón.
2.- piensas que tus padres te gritaban poco para lo cabrón que eras.
3.- piensas que gritas más que tus padres, ergo tienes menos paciencia, ergo eres peor padre.
4.- quieres más a tus padres.
5.- te juras a ti mismo...que mañana...tendrás más paciencia e intentarás no llegar a la fase de porque yo lo digo.
6.- deseas que todos esos de “con los niños hay que hablar”, “no hay que hacerles pagar tus frustraciones”, “ es importante tener paciencia”, se reproduzcan. La venganza sienta tannn bien.