
Y de repente STOP. Vamos hacia atrás. Tu hija no quiere comer, no es que no quiera comer es que para hacerle tragar una cucharada de puré hay que sujetarle entre tres, cantarle los cinco lobitos, distraerle bailando un rap, meterle la cuchara en una hábil maniobra y con un juego de manos que ni David Copperfield clavarle el chupete antes de que consiga escupir. Por supuesto antes de acometer esta tarea hay que forrar la habitación y a los participantes en plástico. Es un momento de comunicación materno filial idílico.
Poco a poco vas pensando que esto no es normal. No es normal que no coma, le das puré de pollo con acelgas, acelgas con ternera, ternera con pollo, zanahorias con patata, patata con acelgas y con pollo, pollo con ternera. Te haces una hoja de excel para intentar controlar las variables y saber qué coño quiere comer tu hija. Nada funciona y lo único que consigues es que cuando ves que se acerca la hora de la comida te den taquicardias.
Así que superando tus principios de no ir al médico a no ser que sea grave, decides ir y le dices al pediatra: mire, yo es que creo que es alérgica a algo. Primero te miran con cara de “ ya tenemos otra histérica” pero luego cuando le enseñas una foto de los sarpullidos en la cara de la niña decide que a lo mejor no eres una paranoica y te manda unos análisis.
BINGO. Han cantado BINGO. Tenemos en el cartón de M: huevo, patata cruda, ternera, lentejas, frutos secos, frutos rojos y pescado. Aparece superada la alergia a la leche, que parece el motivo por el cual la princesa no era muy fan de los biberones.
¿ Alergia alimentaria? Otra cosa nueva. No tienes ni puta idea y al principio te parece fácil, total, los bebes no comen merluza ni huevo frito. Esto está chupado. ¡ que pardillos éramos! Bienvenido al mundo de leer los ingredientes de todo lo que compras y ¡sorpresa! Miles de cosas llevan huevo o frutos secos u omega 3, así que estamos jodidos. La compra se convierte en una ginkana.
Y luego tenemos el tema de la “contaminación cruzada”. La primera vez que oyes hablar de eso piensas que es algo de lo de Greenpeace y no tiene nada que ver contigo, bastante lío tienes, que se ocupe Al Gore. Pero no..la contaminación cruzada está en tu casa y consiste en que si con un tenedor pinchas un rebozado con huevo y con ese mismo tenedor pinchas un trozo de pollo para M. a M. le saldrá una roncha como un campo de fútbol. Lo mismo pasa con los cacharros donde cocinas o con el aceite donde fríes. Un stress.
Te acostumbras. Y entonces nace C. y ya estás con la mosca tras la oreja e insistes en que le hagan los análisis. “ no tiene nada que ver que la hermana lo sea”, “ no tiene ningún síntoma”, “ es muy pequeña”…bla, bla bla.
BINGO. Tenemos alergia a la leche.
Festival de la imaginación culinaria, cocina sin leche, sin huevo y sin pescado. Festival del intercambio de cubertería, este cuchillo es de M no cortes la carne de C, ese vaso tiene leche de soja es de C., la sartén tiene restos de huevo, no pongas ahí la ternera. Poco a poco el ingeniero, la cuidadora y yo elaboramos una coreografía en la que todo encaja y no cometemos errores.
A los dos años, C. como va sobrada, supera su alergia. Ole, ole..damos saltos de alegría. M. supera la alergia a las lentejas, ya puede comer calamar, ya puede tomar ternera. Ole, ole, la vida es bella. La alergia al huevo son minucias, lo llevamos de puta madre, incluso nos dan un un punto para entrar en el colegio. Algo bueno tenía que tener.
Todo iba rodado. Todo estaba controlado. Ella sabía lo que podía comer, lo que no. Ella sabía que siempre hay que salir de casa con su inyección de adrenalina, ella sabía que si vamos a un restaurante sólo puede comer carne con patatas y todos lo llevábamos lo mejor que podíamos.
La vida nos sonreía hasta ayer que se confirmaron nuestras peores sospechas, M. ha dado positivo para celiaquía.
Ayer fuimos a comprarle comida especial, la buena noticia es que hay muchos productos para celiacos, la mala es que más de la mitad de ellos llevan huevo.
Estamos en éxtasis.