viernes, 31 de diciembre de 2021

Así está bien

 «The more perfect you try to become, the more vulnerable you generally are» (Morgan Hausel) 

Parar. Hacer todo más despacio, como si tuviera ciento treinta años o fuera un niño de seis caminando por la calle, pasando la mano por la pared y parándome cada tres metros para mirar algo que me llama la atención. Ir tan despacio como Turbón, mi perro, que nunca tiene prisa, siempre cree que se ha perdido algo y que lo que haya delante ya llegará, para qué correr. 

Mi propósito para el año en que cumpliré cuarenta y nueve años es ir más despacio. Llego a este día con la sensación de que he terminado la carrera pero que el año que viene paso de apuntarme, que como reto bien pero que mejor me lo ahorro la próxima vez. Quiero dejar de exprimir los días embutiendo en ellos todo lo que pueda. Esta obligación de hacer muchas cosas me la impongo yo misma. Quiero llegar a todo lo que quiero aprender, a todo lo que quiero escuchar, a todo lo que quiero ver, a todo lo que quiero escribir, a todo lo que quiero organizar y a todo lo que quiero dormir y veo claramente que mi ambición excede con mucho mis posibilidades temporales. Por eso tengo que parar. Decir que no a las cosas. Cambiar la frase "a ver si puedo" por "así está bien". 

Así está bien. Me gusta como lema para el año. ¿Solo he leído un libro al mes? Así está bien. ¿Solo un episodio de podcast al día? Así está bien. ¿Escribir en el blog cuando pueda? Así está bien. 

Así está bien. 

En 2021 me he cambiado de trabajo, al trabajo de mis sueños. He dejado de conducir mil kilómetros a la semana y, ahora, uso tan poco el coche que se me olvida donde lo he aparcado. He aprendido que Gallinaufry significa batiburrillo en inglés y vi Madrid nevado como nunca en mi vida. Mi mejor amiga se presentó a las elecciones de la Comunidad de Madrid y lo hizo, y está haciendo fenomenal. Estuve en La Palma, otra vez, con mis hijas  y Juan. Fui a mi primera observación astronómica y sigo sin superar mi vértigo cósmico. Llevé a mis mejores amigos a Cicely para descansar, reencontrarnos y ser solo eso, mejores amigos. Aprendí que cuando te trasplantan un riñón no te quitan ninguno, te vas a casa con tres aunque uno no funcione. He paseado por El Retiro por la mañana, cuando los que corren ya se han ido y los que pasean no han llegado. He caminado por la Gran Vía más que en toda mi vida. He estado en Almagro, las lagunas de Ruidera y el castillo de Peñarroya. He ido tres veces a Cicely y todas he pensado en quedarme a vivir allí. Participé en un concurso de televisión en el que casi gano treinta mil euros y, lo mejor, nunca se llegó a emitir. O quizás sí y no me he enterado que también puede ser. Algunos de mis mejores amigos han empezado a cumplir cincuenta y María cumplió dieciocho. Clara está viviendo a nueve mil kilómetros y sorprendentemente, o quizá no tan sorprendentemente, no nos echamos de menos. Estoy más cerca de saber como es protagonizar un tutorial de you tube porque cada vez que hace tortilla en Seattle me llama para que la supervise. He estado dos veces en Valencia y he dado clases de podcasts. Grabé un video para una farmacéutica y mi editorial ha decidido reeditar Los días iguales. Dije adiós a Toledo con una alegría casi obscena. Se murió Nán y mi hermano Gonzalo se ha mudado a su nueva y preciosa casa. Recién llegados de la isla de Lesbos, comí higos rellenos preparados por la madre de mi adorable profesora de inglés. Me regalaron una sesión de fotos maravillosa. Volví a terapia y me cambié de banco. María empezó telecomunicaciones y yo pensé en apuntarme a yoga, pero se me pasó. Estuve en Aguamarga y estrené una nueva pluma. Murió Jaime Fontán y estuve en Barcelona. Volví a la trilogía de Antes de.. para verla con Clara. Le encantó. Me han reconocido tres veces por la calle. Me perdí la cena de Nochebuena. Vimos delfines y vomité en el barco. 

Así está bien.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Lecturas encadenadas. Diciembre

Se acaba el año en el que diciembre ha durado mil quinientos veintitrés días y con él las lecturas encadenadas del año. Cincuenta y tres libros han pasado por estos posts y por mi vida. No está ni bien ni mal, porque el tiempo que dedicas a leer no se mide en cuantos libros o páginas has leído sino en lo que lo has disfrutado. Es decir, el dato cuantitativo, los cincuenta y tres libros, no significa nada. Lamentablemente, el dato cualitativo, lo que he disfrutado la lectura, tengo la horrible sensación de que no ha sido bueno. No sé porqué pero durante todo el año he tenido la sensación de que no estaba eligiendo bien, he tenido bastantes decepciones y unas cuantas lecturas aburridísimas. Seguro que las he tenido memorables y, de hecho, recuerdo algunos libros como muy muy memorables: Una mujer de Annie Ernaux, El Gatopardo de Lampedusa, Ojos azules de Toni Morrison, El domingo de las madres de Graham Swift, Secretos de Mara Mahía, Ahora me rindo y eso es todo de Alvaro Enrigue, Hamnet y alguno más. No es un mal recuento pero no consigo quitarme ese regusto a que, como año lector, 2021 ha sido regulero. 

Al lío con el final de año. 

Llevada por esa sensación agridulce empecé el mes volviendo a lo seguro, Delibes. En una de esas librerias de segunda mano que ahora proliferan por Madrid encontré Mi idolatrado hijo Sisí, que me faltaba en mi colección. Por supuesto me gustó. Es una novela que no se parece a todas las demás del autor vallisoletano. El campo, la naturaleza apenas aparece. Es una novela de ciudad, de ricos, de mimados y privilegiados. Los desfavorecidos, los marginados, los pobres de El Camino, Las Ratas o Los Santos inocentes no aparecen...aunque están, por supuesto. Todos los personajes de la novela caen mal, caen gordos pero Delibes es un maestro y te lleva a esos ambientes: escuchas las pisadas en la madera, hueles los muebles oscuros, sientes la lana de los vestidos y la desconexión con la realidad de una clase privilegiada anclada en unos ideales absurdos y ridículos. Mi idolatrado hijo Sisí, además, debería darse como lectura obligatoria a todos los padres del mundo, a los de ahora, los del siglo XXI. Es una lectura más importante que aprender a dormir a tu bebé o a darle alimentación en trozos. Delibes muestra como creer que tener un hijo es la culminación, la guinda de tu vida es una concepción terriblemente errónea de lo que significa tener hijos. Uno puede tener la idea de que Delibes exagera en su retrato de unos padres que no viven más que para su hijo, que los miman en exceso, que tratan de evitarle cualquier frustración, pero esa idea, la de que exagera, se esfuma en cuanto levantas la vista de la página y miras a tu alrededor. ¡Cuántos padres y madres hay ahora mismo haciendo eso mismo! 

«He estado escuchando un podcast en inglés sobre libros y hablaba una señora, una tal Possy Simmons, que es escritora de tebeos. ¿La conoces?» Gracias a que pregunté por wasap, me ahorré la indignación de mi dealer de tebeos. Su respuesta fue una foto de todos los tebeos de Possy Simmons que atesora en su colección. De esa colección me prestó, Cassandra Darke un comic muy curioso porque su protagonista lo es. ¿Cuántos comics existen protagonizados por una señora de más de sesenta años, fea, gorda, antipática y, además, estafadora? Muy pocos, puede que solo uno. Cassandra es una galerista de arte, rica, divorciada, amargada que, llevada simplemente porque puede, decide estafar a ricos compradores. De ahí surge una trama policiaca, mezclada con la relación con su sobrina a la que trata como si le diera asco,  muy entretenida y resuelta como un buen thriller.  El dibujo de Simmons es curiosamente amable, lo que esperas de una señora respetable inglesa, y choca con lo cruento de la trama y la maldad de los personajes. Mientras lo leía pensaba que no me estaba gustando mucho pero, ahora, al reflexionar sobre él me doy cuenta de que sí, me gustó y, lo que es peor, me cayó bien Cassandra Darke. Quizás ocurra con ella, lo mismo que pasa cuando lees a Highsmith, sus malvados, empezando por Ripley, son terribles pero no puedes evitar sentir cierta simpatía por ellos. 

El último horror del año ha sido La buhardilla de Marlen Haushofer. Esta novela la compré en la Feria del Libro, en septiembre, y me la recomendaron en Tipos Infames. Por primera vez, en no sé cuantos años, ha salido mala una de sus recomendaciones. Alguno puede estar pensando ¿vas a despellejarla? Pues es que es tan aburrida, tan poco interesante, tan más de lo mismo que no da ni para despelleje. Es otra de esas novelas, puede que uno de las  primeras de ESAS novelas porque se publicó en 1969, en que la protagonista no tiene nombre y se dedica a deambular por si vida que le horroriza y le parece aburridísima (Querida, a ver si la aburrida vas a ser tú) pensando muchísimo y muy fuerte. La novela se estructura en los siete días de la semana y la protagonista nos va contando sus rutinas diarias y como, en esa semana en particular, su ir y venir por la vida sin sentido se ve transformado por la llegada de unos misteriosos sobres llenos de cuartillas escritas por ella muchos años antes. En esas cuartillas ella contaba como era su vida cuando estaba en una cabaña, en medio del bosque, custodiada por "El cazador" y separada de su familia porque le había pasado "algo" (nunca sabemos qué) que le había provocado una sordera momentánea. ¿No se entiende nada? Exacto. He leído página tras página esperando una explicación, una resolución a este ir y venir de pensamientos muy poco interesantes pero llegué al domingo final y nada. Sopor.  

Cuando he dicho que es uno de ESAS novelas, lo he dicho porque me ha recordado muchísimo a otro chasco de este año: Yo, mentira de Silvia Hidalgo en la que ocurría exactamente lo mismo: nada interesante. 

No podía quedarme con ese mal sabor de boca y para terminar el año he recurrido a otro acierto seguro y otro libro comprado en la Feria en septiembre: La vergüenza de Annie Ernaux.  Acierto. Acabo de comprar que en enero de este año leí Una mujer, asi que de alguna manera he empezado y terminado el año con esta autora francesa. Ernaux habla de cosas que nos atañen a todos. En Una mujer hablaba de nuestra incapacidad, la de todos, para conocer a nuestros padres, a nuestras madres en concreto y en La vergüenza retrata con maestría ese momento en la vida, el comienzo de la adolescencia, en que aparece en nuestra vida la vergüenza. Por supuesto que antes de los doce o trece años hemos sentido vergüenza, vergüenza por participar en una función, por saludar a un desconocido, por hablar con alguien, pero es cuando dejas la infancia atrás, o comienzas a dejarla atrás, cuando la vergüenza que sientes no es por lo que haces sino por lo que eres. Te da vergüenza ser quien eres, ser como eres, quienes son tus padres, como es tu casa, lo que tu gusta. Es un sentimiento que te llega por comparación, empezamos a fijarnos en lo que hay más allá de nuestro entorno y, como siempre, la hierba es más verde al otro lado de la valla. ¿Quién no recuerda haber ido a casa de amigos suyos del colegio y pensar que en esa casa todo era más bonito, se comía mejor y eran más felices? Es un sentimiento estúpido pero inevitable. Arnaux lo reconstruye maravillosamente bien partiendo de un hecho que para ella marcó la llegada de la vergüenza a su vida, un momento con el que comienza el libro: «Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde»  La época que retrata Ernaux no es la mía, es la de mi madre, pero eso da igual. Puedo reconocer la vida repartida entre el círculo escolar y el círculo familiar, las rutinas de los días de colegio y la de los días de vacaciones, las sensaciones entre otras niñas y las que tenías en tu familia y, también, el momento en que empiezas a sentir vergüenza, en el que la vergüenza te acompaña todo el tiempo y valoras cualquier opción, lo que vas a hacer, decir, sentir o ponerte, en función de cómo lo van a ver los demás. ¿Qué pensarán los demás de este vestido, de mi peinado, de como va mi madre, del coche de mi padre? Puedo reconocerme en ese sentimiento. Lo tenía olvidado desde la seguridad de mi edad actual pero leyendo a Ernaux, lo he recordado. 

«Siempre he deseado escribir libros de los que m sea imposible hablar a continuación, que hgan que la mirada ajena me resulte insostenible. Pero por mucha vergüenza que pueda producirme escribir un libro, nunca estará a la altura de la que experimenté cuando tenía doce años».

Leed a Annie Ernaux, os revolverá y encantará. 

Pues con este viaje al pasado del fin de la niñez, voz sexy provocada por la covid y un bizcocho, hasta los encadenados de enero que serán ya en un nuevo año, esperemos que bueno. 


lunes, 27 de diciembre de 2021

De voces y amores


En 1997, Arthur y Elaine Aron publicaron un artículo científico con treinta y seis preguntas que ayudan a crear intimidad con otra persona. Una especie, si queremos llamarlo así, de cuestionario para enamorarse. O no.  A mí las preguntas me parecen regulinchi de interés, las típicas preguntas que a todo el mundo le encanta contestar de sí mismo y le importa un pepino lo que el otro conteste ¿Qué es un día perfecto para ti? ¿Cuando fue la última vez que cantaste? ¿Y que cantaste a alguien? ¿De todas las personas de tu familia, que muerte lamentarías más? ¿Cuál es tu recuerdo más preciado? ¿Tu mayor logro? pero, dejando de lado este tema... sé que de este estudio tengo un vago recuerdo de haber leído algo en algún momento pero sin prestarle mucha atención hasta estos días. Y lo que me ha hecho prestarle más atención ha sido la escucha de un podcast, claro. 

En 2020, una chica americana llamada Yves (nombre falso), se quedó sin trabajo, la relación/no relación que tenía con un hombre fue languideciendo y se aburría. Dándole vueltas a los problemas "importantes" que la rodeaban pensó en como sería una aplicación de ligar, mejor dicho, de conocer gente que solo funcionara a través de la voz: no hay fotos, no hay nombres, no hay nada. Liz, que puede ser un poco un personaje de Sexo en Nueva York, se tomó el trabajo en serio. Leyó sobre como lograr intimidad con otra persona, llegó a las treinta y seis preguntas y se le encendió la luz del ¡Ajá! 

Trató de reclutar a cien solteros de entre veinticinco y cuarenta y cinco años que se crearan un perfil personal solo con mensajes de audio respondiendo a las treinta y seis preguntas de los Aron. Para empezar, reclutar cien solteros no fue fácil. Al contrario de lo que ocurre en las aplicaciones de ligar donde hay una abrumadora mayoría de hombres, en este experimento, la proporción que ella tenía era de cuatro mujeres por cada hombre. Una vez reclutada la muestra, montó una web (Yves tenía muchísimo tiempo libre y mucho empeño porque yo solo de la pereza de pensarlo me agoto), creo los perfiles de todos y después, tras escuchar los cien perfiles, los emparejó unos con otros. Sí, como en las antiguas agencias matrimoniales. 

El funcionamiento es el siguiente: Yves me manda un correo a mí y me dice "tu pareja es A" y me pasa un link donde está el perfil de esa persona con todos sus audios. Yo lo escucho todo o lo que quiero y decido si mando a esa persona un audio, siempre a través de Yves, y me quedo esperando a que me conteste o no. Y así durante cuatro semanas que es el límite del experimento. A mitad del experimento cada uno de los miembros de la pareja tiene una reunión con un coach que le hace preguntas del tipo «De 1 a 10 ¿qué grado de intimidad tienes con esa persona?» La gente dice 7 incluso 8, pero hay que recordar que además de tener ganas de enamorarse, estábamos en pandemia y mira, ahí tenías ganas de crear intimidad hasta con tu impresora. Al final, a las cuatro semanas, Yves les dice que va a charlar con ellos por teléfono y lo que ocurre es que hablan entre ellos dos, por sorpresa. Lo que pasa después no lo sé aún, me queda la mitad del podcast. 

Llevo tres episodios y está siendo una experiencia curiosa. Por un lado, escuchar a estas parejas conocerse solo por audios (uno al día) es como ver una comedia romántica que crees que ya sabes como terminará y, por otro, es como espiar. (Ellos saben que con los audios se hará un podcast, así que no es espiar) A ratos me encuentro pensando «míralos que monos» y en otros digo «pobres, lo que les queda por entender de todo esto» 

Los escucho enamorarse de una voz, proyectar, en lo que el otro les dice, lo que quieren que esa persona sea y suspiro. ¿Me he enamorado alguna vez solo de una voz? ¿De los hombres que me he enamorado, me hubiera enamorado si hubiera empezado por la voz? Llamo a A y le pregunto qué opina. «Yo me acuerdo perfectamente del primer día que hablamos por teléfono y como me sorprendió tu voz» Yo no me acuerdo hasta que él me lo recuerda y consigue activar un pequeño destello en mi memoria. Tengo mis dudas de que enamorarse por la voz sea mejor que enamorarse por el aspecto o a través de una app de ligar. Al final todo se reduce a la luz que proyectas sobre aquello que no sabes de la otra persona, una luz que es como un filtro de instagram, y que siempre es para embellecer y mejorar. 

Mientras le doy vueltas a esto, me siento a ver El jinete eléctrico en Filmin. Jane Fonda y Robert Redford también se enamoran. No por la voz, claro. Se enamoran porque no pueden ser más guapos y porque, en esta peli, los dos son listos, inteligentes y van caminando por los paisajes de Utah. (Ella con unas botas imposibles pero se lo perdonamos porque es Jane) ¿Cuántas veces te has enamorado con todo a favor, la belleza, la inteligencia, el paisaje, la ocasión, sin saber nada del otro y acabó terminando porque tenía que terminar? 

El Covid me ha dejado sin ganas de comer tostadas por la mañana y hoy hace sol. Necesito comedias románticas que acaben bien. Espero que en los episodios que me quedan todos terminen juntos, felices y comiendo perdices. 

domingo, 26 de diciembre de 2021

Así suena mi casa

Mi casa tiene dos zonas, una que da a la calle y otra que mira a un patio interior, digamos, del tamaño adecuado. Cada una tiene sus sonidos y esa banda sonora particular cambia dependiendo del día y de la época del año porque mi casa, también, tiene dos estaciones: la estación con el colegio abierto y la de vacaciones. 

Cuando no hay colegio, como hoy, la parte principal tiene un ruido como un leve rumor. Ahora mismo, mientras escribo esto sentada en mi sofá, oigo y veo los coches pasar por la calle principal. Tres carriles en un sentido y tres carriles en otro. Hay poco tráfico y como el asfalto está mojado, el ruido de los coches suena fresco, casi como si patinaran sobre hielo. De vez en cuando, durante tres o cuatro minutos no pasa ningún coche y se asienta entonces un silencio profundo que rebota en las fachadas de los edificios casi como si éstos dijeran: ey, aprovechemos ahora que no hay coches para pasarnos la pelota. En estos días de vacaciones, casi puedo acariciar el silencio total que se escucha por la noche o muy de madrugada. Me lo imagino como una pelota gigante de goma que se expande y se expande ocupando todo el espacio sonoro de mi barrio. Cuando llega el colegio y los días laborables, la pelota se va encogiendo, haciéndose más pequeña hasta quedar reducida a breves flashes de silencio o, mejor dicho, de menos ruido.  Veo algún peatón, pocos, los que hay tienen pinta de haber salido a airearse. Nadie va a ninguna parte, nadie tiene prisa. Veo muchos padres que han salido a ver si consiguen que a sus hijos el aire los calme. Pobres. Ahora que lo pienso, en las películas nuestros pasos siempre suenan, se escuchan y, sin embargo, para mí, desde mi sofá y a seis pisos de altura, los peatones caminan sin hacer ningún ruido. Ni siquiera en el silencio total soy capaz de escucharlos. Esto quiere decir algo seguro, pero no sé muy bien qué es. Hoy, de todos modos, hay pocos peatones porque no hay colegio.  Cuando hay clases tengo que salir del portal con cuidado para no ser atropellada por las hordas de madres, padres, niños, abuelos y mochilas que van en un sentido y en otro siempre con prisa, siempre llegando demasiado pronto o demasiado tarde. El colegio encoge la pelota del silencio al mínimo: gritos, coches aparcados en segunda fila, niños corriendo, grupos de padres sentados en los bares mientras sus hijos corren, la cola en la farmacia de la esquina y en la peluquería. Todos esos ruidos, ahora mismo, están apagados hasta el diez de enero. 

En la otra parte de la casa el silencio es permanente. Las ventanas de esas habitaciones y de la cocina dan a un patio blanco. Por esas ventanas el silencio es casi absoluto. De vez en cuando se escucha la maquinaria del ascensor. A veces, si coincide que estoy en esa parte de la casa en el momento apropiado, escucho el chirrido de  de las cuerdas de tender de alguna vecina. Es un sonido con una cadencia muy particular: chirrido, silencio mientras se tiende la prenda, nuevo chirrido, nuevo silencio, nuevo chirrido, y así, como un mensaje de morse hasta que termina la secuencia y el cambio y corto es la ventana cerrándose. A veces, también, se escuchan pájaros. Antes eran palomas pero conseguimos echarlas poniendo pinchos en todas las terrazas. Los domingos y los festivos, como en los bajos del edificio hay una iglesia, se escucha un coro de canciones de misa. Solo voces mayores, muy mayores. Los niños que van al colegio de al lado no van a esta iglesia, probablemente canten en otra o no vayan a ninguna. A mi yo de juventud, estar metida en la cama leyendo o vagueando y escuchar canciones de misa le hace muchísima gracia. Es como un sueño de niñez hecho realidad ¿te imaginas poder dormir durante la misa? Pues eso, tal cual hago yo. Algunas noches, como la pasada, cuando me despierto de madrugada escucho la lluvia golpeando las cuerdas de tender y las máquinas de aire acondicionado. Es un sonido que me da tranquilidad y me calma, enseguida vuelvo a dormirme. 

Mientras llego al final de este post escucho a un vecino deshacerse de todo el vidrio de sus celebraciones familiares en el contenedor correspondiente. Es un sonido que siempre viene mal, siempre molesta, siempre llega a destiempo. 

Sigue lloviendo. El mejor momento para escuchar tu casa es cuando llueve, todo lo superfluo deja de sonar. 

sábado, 25 de diciembre de 2021

Feliz cumpleaños, papá

Mi padre hubiera cumplido hoy setenta y ocho años. Cuando naces el día de Navidad, aparte de acumulación de regalos en un par de días con la consiguiente acumulación de paquetes y la también inevitable falta de inspiración, te arriesgas a que tu nombre tenga algo navideño. A mi padre le tocó Jesús Esteban Antonio, un nombre absurdo que nos provocaba muchísimas risas, cada año, cuando lo recordábamos en mañanas como esta, la mañana de su cumpleaños. 

En la mañana de su cumpleaños, mi madre nos traía el desayuno a la cama. Aparecía en nuestros cuartos con una bandeja con el desayuno para cada uno: zumo de naranja recién exprimido, café con leche y tostadas. De niños nos parecía un lujo extremo y de adolescentes una tortura porque nos despertaba. Yo nunca digo que no a un desayuno pero mi hermana lo dejaba enfriar y morir y seguía durmiendo. 

En el día de su cumpleaños comíamos solo nosotros seis. Nos vestíamos elegantes, poníamos la mesa y antes de empezar mi padre abría sus regalos. Nunca fue un gran entusiasta de su cumpleaños. Yo siempre lo fui, del suyo y del de cualquiera que me importe. Le regalábamos corbatas, libros, zapatos, discos. No recuerdo que le hiciéramos dibujos. Ahora que lo pienso, ¿los niños de hace cuarenta años dibujábamos menos? Tras la comida no había sobremesa. Mi madre nos colocaba como en una cadena de montaje y empezábamos a preparar sandwiches, canapés, tartaletas y bandejas de navidad para la merienda. A media tarde toda la familia de mi padre y parte de la de mi madre aparecía en casa para celebrar su cumpleaños. Le daban regalos. Corbatas, libros, zapatos, discos. Él los recibía con una gran sonrisa que pronto aprendí a interpretar y que decía: antes de que se acabe el día olvidaré estos regalos. 

En algún momento dejamos de hacer esas meriendas, dejamos de celebrar oficialmente su cumpleaños y él pareció agradecerlo. La última vez que recuerdo una gran celebración fue cuando cumplió cincuenta años. Organizamos una fiesta sorpresa una semana antes de su cumpleaños. Ocho meses antes había tenido un infarto cerebral del que aún estaba recuperándose. Juntamos en casa, en Los Molinos, a sus amigos de la infancia, de la universidad, de la mili, de las motos, de Los Molinos y recuerdo su cara de felicidad circulando entre los grupitos y hablando con todo el mundo. Es el único cumpleaños en el que pareció ser feliz por cumplir, por estar. Supongo que los otros cuatro hasta que murió también los sintió así, como algo a celebrar, pero no los recuerdo. 

¿Qué estaría haciendo hoy mi padre para celebrar su cumpleaños? No lo sé pero creo que pasear por Los Molinos, cotillear en la cocina para ver que se prepara para la comida y brujulear mucho por internet. No sé si me hubiera llamado para ver como estamos. Me resulta dificilísimo imaginarme a mi padre llamándome por teléfono porque él habita en un pasado en el que vivíamos en la misma casa y no teníamos necesidad de hablar por teléfono. 

Feliz cumpleaños, papá. 

viernes, 24 de diciembre de 2021

Mi vida en mis pestañas

El correo del trabajo, el calendario del trabajo, mi mapa de tesoros en internet por el que brujuleo todos los días, un estudio sobre los podcasts de periódicos en Alemania, mi excel de podcasts, mi calendario particular donde apunto todos los episodios que escucho y los compromisos que no son laborales, mi correo particular lleno de newsletters,  mi página de pocket casts, una receta de caldo consistente, otra con sopa borsch y otra más con bizcocho de zanahoria sin gluten, whasap web (gracias, gracias, gracias por esta funcionalidad), una página de mónologos para audiciones en inglés en la que tengo seleccionado el mónologo de Jesse en Antes del amanecer cuando le pide a ella que se pasen toda la noche hablando o se arrepentirán toda la vida, la lista de reyes, twitter, el obituario que Tallón ha escrito sobre la Didion y el procesador de textos en el que escribo todos los posts. 

Alguien dijo, alguna vez, no se qué sobre que si miras el bolso de una mujer podrás conocerla. Mi bolso no dice de mí más que que soy una chapucera de primera categoría. Mis pestañas de navegación, sin embargo, me retratan por completo. En esas pestañas se resume mi vida; mi trabajo, mis aficiones, las pruebas de amor permanente que hago por mis hijas, mis debilidades y mi procrastinación. También están ahí, en esas pestañas, mi sueño de una vida, de un futuro en el que tenga tiempo para leer todo lo que me interesa, todo lo que quiero abarcar, todo por lo que tengo curiosidad. Y, como la vida te da sorpresas, a lo mejor esta semana me da tiempo a algo de eso. Como otros miles de personas, me toca quedarme encerrada en casa con mi hija. Se detiene el tiempo y los compromisos y vuelvo al chandal y las camisetas mugrientas. He hecho una compra monumental porque, como buenas seguidoras de las Gilmore Girls, sabemos que si hay bueneces en la nevera las penas son menos y nos disponemos a pasar una semana en amor y compañía separadas por una pared, dos mascarillas y acompañadas por nuestros libros, pelis y ordenadores. Por primera vez en sus dieciocho y en mis cuarenta y ocho años no vamos a cenar con su abuela, mi madre y toda nuestra familia materna. Mi madre está mohína, está un poco como si se acabara el mundo. «Están terminando con las navidades», me ha dicho esta mañana. Yo he estado un poco insensible porque me ha entrado la risa. Primero por la acusación ¿quién está acabando con las navidades? y segundo por el tono, parecía la condesa madre de Dowtown Abbey poniendo mohínes. Mi otra hija se me ha hecho indie en Seattle. Me manda fotos reveladas en papel en las que parece que vive en 1990, está descubriendo el encanto de lo analógico y lo que es más divertido, cree que me lo está descubriendo a mí. También es la primera navidad en la que no está con nosotras. 

Todo lo que me pasa hoy está en esas pestañas de mi navegador. El trabajo, el ocio, la Navidad en soledad, el anhelo de tiempo, mis amigos, mis hijas, mis locuras. Además, miro por la ventana y, por fin, llueve. Va a ser una buena Nochebuena. 

Feliz Navidad. Cuidaos y no comáis brocolí hoy.

PS: lo del monólogo lo explico. Mi hija, la indie, se presenta a unas pruebas para un musical en su instituto en Seattle y me ha pedido que le busque un monólogo que vaya a hacerle triunfar. 

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Podcasts encadenados. Lo mejor del año: divorcios, purpurina, asesinatos y muchas mujeres


Ahora que el New York Times, el Financial Times, Vulture, The Guardian y todos los grandes medios han sacado sus listas de mejores podcasts del año, llego yo con mi selección personal de estar por casa con los podcast que más me han gustado a lo largo del año. 

Como ya dije el año pasado esta es mi lista y la escribo como quiero. Hay cosas muy celebradas por ahí fuera que a mí no me gustan nada y por eso no salen por aquí. ¿Que a ti te gustan? Fenomenal, haz tu lista. Hay cosas en inglés y en español. Unos días pienso que ojalá controlar francés más de lo que lo controlo para poder escuchar también podcasts franceses pero luego se me pasa porque no doy abasto con lo que ya tengo. Algunos de los de esta lista ya salieron en podcast encadenados así que no voy a detenerme mucho en ellos, pincháis en el enlace y ¡alehop! allí os lleva. 

Vamos a empezar por el que más alegrías me ha dado. Con este podcast estoy como si fuera la madre del creador, Ian Coss y, al muchacho, no lo conozco de nada, de nada más que tres o cuatro mensajes de twitter. Su podcast es un trabajo pequeño, muy indie y muy alternativo que, sin embargo, ha conseguido colarse en todas las listas de grandes medios. Se llama Forever is a long time y es un podcast maravilloso en el que se reflexiona sobre el amor, el matrimonio, el divorcio y el porqué de las relaciones. ¿Cuánto dura una pareja? ¿Por qué se rompe? ¿Qué hace que se mantenga unida hasta que se rompe?  Lo escuché en agosto y me gustó tantísimo que no he parado de recomendarlo. Una joya. 

No sé como jóvenes sois pero si tenéis recuerdos de los 80 probablemente tengan un velo de purpurina, lentejuelas, pantalones apretados para los señores y bigotones. Rollo Eva Nasarre meets Tom Selleck. Los 80 fueron el comienzo del culto al cuerpo y la cumbre de la horterez más extrema. Welcome to your fantasy de Natalia Petrzela es un viaje a esa época. La historiadora americana cuenta en este podcast de 9 episodios la historia de The Chippendales, el primer grupo de stripears masculino que hubo en el mundo. Un auténtico fenómeno de masas que conquistó el mundo, los medios, la moda, las noticias, la publicidad antes de deslizarse a toda velocidad por la pendiente del desastre hasta quedar reducido a un exponente de horterez máxima. ¿A quién le interesa esta historia? A todo el mundo. En la creación del grupo está presente la avaricia, el comienzo de la visión del colectivo de las mujeres como un grupo de consumo aparte susceptible a la publicidad y la influencia de la televisión en la concepción del espectáculo. La historia está plagada de villanos muy villanos, guapos de los 80 que cuando los buscas ahora te dan un poco de grimilla, mujeres que chilla, por supuesto y avaricia, lujuria y sexo, drogas y rock and roll. Welcome to your fantasy es el retrato de una época, de un momento en nuestra historia que creemos superado pero que está en la base de nuestro consumo cultural, de nuestra visión del espectáculo y de una cierta liberación de la mujer al hablar de sexo. Llenaos de purpurina y disfrutad.  

Cuando alguien se suicida la historia no es la muerte ni las razones que llevaron a esa persona (un sufrimiento inimaginable para el que no lo sufre) a quitarse la vida. La historia de un suicidio es lo que viene después: las preguntas, el vacío, el recuerdo, la pérdida de una certeza vital que hace que el mundo se tambalee y, a veces, se derrumba para los queda, la necesidad de entender, el intento por mantener, de alguna manera, a esa persona viva. Finn and the bell es justamente eso, la historia de lo que ocurrió después de que Finn, un chaval de 17 años, se quitara la vida. Sé que estáis pensando «paso, paso, paso de esta historia» pero no la dejéis pasar. La host de Rumblestrip, el podcast al que pertenece este episodio, Erica Heilman tiene una sensibilidad delicadísima a la hora de llevarnos al pueblo de Finn, a conocer a su madre, a sus amigos. Escuché este episodio paseando una mañana por El Retiro, de camino al trabajo, y acabé llorando. Con Erica paseé por el pueblo, sentí la niebla, la tristeza, las dudas, la mínima alegría al recordar a Finn. Finn y la campana es una pequeña joya que no debéis perderos. 

Vamos con algo en español antes de que abandonéis esta lista refunfuñando porque solo recomiendo en inglés. El extraordinario es una nueva productora de podcasts, creada por Mar Abad y Marcus H, que a pesar de llevar solo un año en marcha parece que llevan más por todo lo que les ha cundido. En esta lista se ha hecho un hueco merecidísimo, el último proyecto de la factoría, La historia es ayer.  Este podcast trata sobre los objetos con los que construimos nuestras vidas, las cosas que nos rodean, a las que nos apegamos o que desechamos y qué dicen esos objetos sobre nosotros o nuestro pasado.  ¿Qué historia cuentan las cintas VHS? ¿Qué hay en los canales de Amsterdam? ¿Por qué la moda de tirarlo todo y dejar nuestras casas como un plató de televisión? En La historia es ayer, Marcus H a través de una narración cuidadísima y muy medida en la que no falta ni sobra nada, acompaña los conocimientos técnicos del arqueólogo Alfredo González Ruibal a lo largo de seis episodios maravillosos. No os lo perdáis. Además, este podcast, como en las pelis de grandes estudios, los créditos vienen con extras y sorpresas. 

Más en español. Canónicas de Podium Podcast con Laura Fernández es otra de esas joyas en español que creo que deben ser escuchadas. Primero de todo por su calidad, después porque en España tenemos grandísimos podcasts conversacionales pero muy muy pocos narrativos y, por último, porque Laura Martínez ha conseguido acercarse a un tema tan manido como Jack El Destripador desde un lugar absolutamente nuevo. Canónicas es la historia de las mujeres a las que el asesino arrebató la vida pero también la posibilidad de ser recordadas por lo que fueron, por lo que hicieron, por lo que soñaron, pensaron o dijeron. El Destripador las mató y borró sus vidas. Aún peor, el culto al asesino misterioso las convirtió, en el imaginario popular, en prostitutas, borrachas, mujeres que, a lo mejor, se lo merecían. No eran nada más que víctimas. Como he dicho antes, en España hay pocos podcasts narrativos porque son difíciles de hacer. Un podcast narrativo exige un trabajo previo de ideación y conceptualización de la historia que se quiere contar, muchísima investigación, un gran trabajo de escritura y una serie de decisiones para convertir el discurso narrativo en un lenguaje de audio que atrape al oyente. En Canónicas el reto era grande por el tema tan, aparentemente, trillado, por la cantidad de expertos que Laura entrevistó para documentarse, porque muchos de esas voces eran en inglés y porque, obviamente, no contamos con sonidos de esa época. Era un reto enorme que se convirtió en un gran trabajo de audio, en una serie que ha enganchado a muchos oyentes que se han quedado de escuchar más historias de este tipo. Canónicas es también mi primer trabajo como editora de contenidos de podcasts y por eso le tengo un especial cariño, fue un placer trabajar en él aunque ya adelanto que mi contribución fue pequeña, simplemente acompañar y guiar a Laura. No os lo perdáis. 

Radiolab es uno de los podcast históricos del panorama americano. En sus episodios han tratado todo tipo de temas con un estilo muy particular y claramente reconocible. Todo el podcast es estupendo pero en mi lista de este año se cuela una miniserie que han hecho sobre las casettes. Si creciste en los 80 y principios de los 90 tus recuerdos de infancia y juventud están ligados a las cintas. Los cuentos que tus padres ponían en el coche en esos viajes interminables sin aire acondicionado, los intentos de grabar tu canción favorita cuando salía en la radio, las cintas que grababas o te grababan por amor (Yo tengo guardad como oro en paño la cinta que mi amigo Fede me grabó cuando cumplí 15 años), las que llevabas en el coche, el boli bic con el que rebobinabas, el clac del play en el walkman... nuestro pasado está plagado de cintas. Mixtape es una miniserie de cinco episodios con historias de cintas casettes: como llegaron a China, su uso para piratear juegos de ordenador, el comienzo de su uso en las radios comerciales en Estados Unidos y como, con ellas, empezó la manipulación del audio y, por supuesto, las cintas que grabábamos por amor. Mixtape es un viaje por la nostalgia y por el descubrimiento de un objeto cotidiano que hace 30 años dábamos por hecho y que ha desaparecido de nuestras vidas. Estoy pensando que Mixtape es un poco el viaje a los 80 de Welcome to your fantasy y otro poco la arqueología de La historia es Ayer. 

Hay podcasts que no son nuevos de este año pero que en 2021 han sacado segundas temporadas. En inglés, y ya hablé de él, recomiendo Nice Try, Interior, con la maravillosa Avery Trufelman. En su día, recomendé la primera temporada dedicada a investigar historias de maravillosas utopías creadas por la humanidad a lo largo de la historia: sectas, comunidades de trabajo, comunas solo de mujeres, experimentos científicos. ¿Por qué estamos siempre buscando una forma de vivir en armonía y por que cuando la encontramos solemos estropearla? esa era la pregunta a la que Avery trataba de contestar en la primera temporada. En esta segunda, la reflexión se dirige hacia nuestras casas, hacia nuestros refugios que son, a pequeña escala, nuestras particulares utopías. En siete episodios recorremos la historia de nuestras casas, en un trayecto de fuera a dentro. El primer episodio trata sobre el timbre y el último sobre nuestra necesidad de guardar algunos objetos, de crear un vínculo estrecho con ellos más allá de su utilidad práctica. Como digo siempre, todo lo que hace Avery hay que escucharlo.  

En 2021, hace un par de meses, también volvió Caso 63 la exitosísima ficción chilena escrita por Julio Rojas. La primera temporada que también recomendé salió en 2020 y en esta segunda temporada recuperamos a los dos personajes principales, la doctora Elisa Aldunate y el misterioso personaje Pedro Roiters y con ellos algunos otros secundarios. Como ya comenté mientras la escuchaba durante mis paseos, la trama de viajes en el tiempo, vórtices espaciales y universos paralelos es demasiado compleja para mí, pensar en este tipo de cosas me causa vértigo existencial pero eso no importa. El guión es tan bueno y las interpretaciones tan magistrales que escuchándolo estoy allí, con ellos, en la misma habitación en la que ellos conversan. No soy muy de ficciones pero Caso 63 es magnífica y merece la pena empezar por ella. 

Hablando de ficciones, casi olvido mi favorita del año: La esfera también de Podium Podcast y escrita por Polo Menárguez. Sobre La esfera ya escribí hace unos meses y no voy a repetirme. Es una ficción que tiene todo para entreteneros, divertiros y engancharos así que no tardéis. 

Para terminar voy a dejar dos podcast pequeños, hechos por mujeres y parecidos en sus planteamientos aunque uno haya tenido muchísimo más recorrido que el otro. El primero, del que ya hablé por aquí, es Under the influence with Jo Piazza.  Ya conté en su día la historia de este podcast, como surgió de la necesidad de la host, periodista de moda y eso que llamamos Life Style, por entender el fenómeno de las madres en Instagram y todo el mundo tanto profesional como personal que se desarrolla a su alrededor. Su acercamiento era en un primer momento de puro escepticismo y cierto desdén pero a lo largo de su investigación saca reflexiones interesantísimas sobre las que merece mucho detenerse. Es un podcast de producción modesta, grabado de manera remota (plena pandemia) y con un tono muy desenfadado que transmite mucha cercanía y calidez.  

Con cercanía y calidez y también desde una posición de querer entender lo que ocurre a su alrededor es como se acerca Belén Montalvo a Estados Unidos, país en el que vive con su marido. Su podcast Aló Miami. Desmitificando Estados Unidos es eso, un acercamiento a la realidad de los americanos desde alguien que vive allí, que convive con ellos para lo bueno y para lo malo y que trata de entender su modo de vida, sus costumbres, sus manías.  Antes decía que hay pocos podcasts narrativos en España, el de Belén no es en España estrictamente pero sí es un podcast narrativo en español que, dentro de ser amateur (se financia por Patreon) es un ejemplo ese trabajazo que llevan los narrativos y del que muchas veces el oyente no es consciente. Escuchad a Belén porque aprenderéis de Estados Unidos, comprenderéis muchas cosas y además ella es divertídisima. 

Me he dejado muchas cosas pero, por favor, pasaos por la etiqueta podcasts y ahi tenéis absolutamente todo lo que he recomendado y lo que no. Y en esta lista en Podchaser está todo lo recomendado. 

Por cierto, aquí no lo he preguntado pero ¿alguno se animaría a un club de escucha de podcasts? 


viernes, 17 de diciembre de 2021

Dieciocho años


Ya está. Ya hemos llegado. ¿Y ahora qué? ¿Qué se hace con una hija de dieciocho años? ¿Qué te escribo? ¿Qué te digo? No me preocupa avergonzarte porque ya sé que no lo hago. ¿Te acuerdas de todas esas personas que me decían: «cuando sean mayores y vean lo que dices de ellas, ya verás»? No te acuerdas pero estaría genial decirles a todas: Ya son mayores y les encanta todo lo que he escrito de ellas. A lo que iba, que no sé que escribirte y el motivo no es la vergüenza ni el ridículo. La razón de mi parón creativo es que llevo dos semanas copiándote en un cuaderno todos los posts que te he escrito por tu cumpleaños durante catorce años y he descubierto, bueno, más bien he comprobado, que me repito. Me he propuesto en esta entrada no decir que tienes los ojos azules, ni que me encanta tu risa, ni lo orgullosa que estoy de ti, ni lo fuerte que eres, ni que eres la persona cuyo dolor me causa más tristeza ni la persona que más me conmueve. Vaya, ya lo he dicho. 

Dieciocho años. Uno detrás de otro. Tampoco puedo decir lo que he dicho siempre, que no se me ha pasado rápido. Eso también lo he repetido mil veces. Me gustaría viajar en el tiempo a diciembre de 2003 y a mi yo de aquel día, a mi yo que te había vestido con un pijamita blanco y un abriguito con capucha puntiaguado con el que parecías un gnomo, a mí yo que te miraba pensando "parece una estrella de cinco puntas". A ese yo, al que tenía 30 años y pensaba «¿cuando hará algo? ¿cuándo podré interactuar con ella?», me gustaría susurrarle «espera seis mil quinientos setenta días y verás». 

Acabo de caer en la cuenta de dos cosas: que nunca he contado que caminas con los pies a las dos menos diez y que ya sé lo que mi yo de 30 años pensaba cuando te miraba. Hasta hoy creía que suspiraba por verte crecer, porque hicieras algo. Ahora lo he visto claro, he tenido una epifanía, mi yo de 30 años quería saber quién eras, quién ibas a ser. 

Hoy, después de esos seis mil quinientos setenta días, ya sabemos quién eres.  Todos estos años han sido una especie de unboxing eterno, un desembalaje por adición y no por sustracción. De aquella pequeña estrella gritona de color gris (sí, cariño, cuando naciste eras gris) has ido creciendo y sumando experiencias y situaciones y vidas y dramas y alegrías y dolores y secretos y quiero creer que algo de lo que yo he hecho, hasta llegar a donde estás hoy, a lo que eres: una mujer increíble. 

Ya sabemos quién eres y estamos felices. En este año tan raro en el que nos hemos convertido en Las chicas Gilmore porque nos pasamos el día corriendo y reservándonos ratos, para estar solas, en los que no nos da tiempo a contarnos todo lo que queremos, vamos a disfrutar de haber llegado hasta aquí. Es impresionante verte, verte saber quien eres y disfrutarlo. Te aseguro que eso no le pasa todo el mundo. Has llegado a la Universidad y estás como si te hubieras quitado un peso de encima, como si hubieras alcanzado una meta, como si hubieras llegado a dónde querías. Es mágico verte tan contenta. A partir de ahora solo te queda ser cada vez más tú, cada vez más increíble y especial. Sé que vas a decir que eso lo dicen todas las madres pero también sé que sabes que eso da igual, lo importante es que te lo diga la tuya. 

Dieciocho años hasta aquí. Ha sido un camino chulísimo y lo he dejado lleno de miguitas de recuerdos y notas para que no se nos olvide nunca, para que puedas recordar siempre como llegaste a ser quien eres.

Felices dieciocho, princesa de los ojos azules. Creo que desde el año en que te regalamos un pijama de Spiderman ningún cumpleaños te ha hecho tantísima ilusión como este. Disfrútalo. Ya puedes hacer tu propios bizum.

¿Puedes empezar a cerrar la puerta del baño, por favor? Yo creo que como broma de la infancia ya es suficiente.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Las habitaciones a las que no volverás

Estoy preparando un regalo muy especial y estoy repasando el blog desde el principio. Está siendo un viaje interesante, sorprendente y, sobre todo, un alivio. Yo nunca escribí pensando en la posteridad, en que quedara algo para alguien. Escribía para desahogarme, para contar historietas, para ordenarme y resulta que, casi quince años después, descubro que he creado un archivo. De nuestra vida, de la mía y la de mis hijas principalmente. 

En una entrevista al novelista Colm Tóibín que leía esta mañana, he encontrado esta frase: «The rooms you´ll never walk into again is something I think I know I am interested in». Las habitaciones a las que nunca volverás son las que me interesan. 

No lo sé. Detecto a mi alrededor y en los medios un canto a la nostalgia que nos inunda. Quizá es lo normal, es el canto que escuchas cuando tienes casi cincuenta, cuando pasas los cuarenta y cinco. Quizá la música de la nostalgia, los compases de que verde era mi pasado y qué feliz era yo hace veinte años suenan constantemente pero solo los oyes cuando alcanzas cierta edad. El otro día aprendí que según vamos creciendo y envejeciendo hay frecuencias sonoras que dejamos de escuchar, que los jóvenes escuchan más agudos. Según avanzas en la vida escuchas menos agudos, menos estridencia y empiezas a vivir en una constante cantinela nostálgica. Quizás sea otro descubrimiento de la vida, como el de aprender que tus padres no son infalibles, que ser adulto no es hacer lo que te da la gana todo el tiempo y que para cuando puedes salir toda la noche lo único que quieres es acostarte a las diez. Lecciones de vida, lo llaman. 

Releyendo, volviendo a abrir las puertas de esos cuartos que habitaba hace catorce, doce, diez años y me reencuentro con mí yo de entonces y con todo lo que escribía. Me estoy riendo mucho con las historias de mis hijas y me impresiona darme cuenta de que si no lo hubiera escrito, se habría olvidado. Algunas de las historias es como si no fueran mías, como si yo no hubiera estado ahí. Se las leo a mis hijas y se tronchan. Releo y pienso «qué monas eran» pero no querría volver ahí. Me releo, nos releo y vuelvo de visita a esas habitaciones como el que va de visita a la casa museo de Monet en Giverny. Vuelvo para recordar y me tranquiliza saber que lo que fuimos ha quedado guardado en esa memoria escrita. Cuando termino la visita, cuando acabo de leer, apago el ordenador y vuelvo al presente, a hoy, a ahora. 

Estamos bien y también quiero escribirlo para fijar esta habitación para nosotros, para nuestro recuerdo. 

PS: en la entrevista, Colm cuenta que juega al tenis con Almodovar y estoy todavía tratando de procesar esa información. No consigo imaginar la escena. «Es como un muro, las devuelve todas».

domingo, 5 de diciembre de 2021

Lecturas encadenadas. Noviembre


¿Qué mejor día para hablar de lecturas encadenadas que un domingo en medio del puente más largo del año? Ninguno. Es precisamente esa circunstancia, un domingo en medio de un puente, lo que me permite escribir con calma, tener tiempo para aposentarme en el sofá en pijama y dedicar un rato a este post. Ya es oficial, estoy leyendo poco y esto, me causa una gran zozofra. Si leo poco me parece que soy menos yo. Si leo menos se me ocurren menos libros para recomendar, menos cosas sobre las que escribir y evito las librerías porque no puedo comprar más libros mientras en mis estanterías se me acumulan los que compré pensando «volveré a coger ritmo y lo leeré todo». Por otro lado, que sea oficial que estoy leyendo menos, esto no quiere decir que vaya a ser irreversible, es una cuestión de organización en mi nueva vida. Todo llegará. Para empezar ya he conseguido reducir en un mes el retraso que llevo con los New Yorkers, ya estoy con el número final de septiembre, así que voy mejorando. 

Al lío. 

En una de mis últimas incursiones a comprar libros, en La cuesta Moyano, compré Antes de conocernos de Julian Barnes.  De Barnes lo compró todo, lo empiezo todo con emoción, me engancho al principio y pienso «que bueno es», empiezo a aburrirme hacia la mitad, me desinflo y para cuando llego a la última página ya me he olvidado del libro.  Creo que, además, a Barnes le pasa lo mismo. Sospecho que el bueno de Julian es como toda esa gente entusiasta y con ideas que uno conoce a lo largo de su vida. Tienen una idea, tienen energía, se ponen a trabajar en ella y, poco a poco pero bastante rápido, empiezan a perder interés, se desinflan y, si por ellos fuera, la dejarían a medias. Es sensación me transmiten casi todos los libros de Barnes. 

En esta breve novela se cuenta la historia de Graham, rutinariamente casado con Bárbara, con quien tiene una hija. En una fiesta conoce a Ann, se enamoran, se convierten en amantes y acaban casándose. Hasta aquí todo bien pero cuando Barnes aparece con el "conflicto", la novela empieza a hacer aguas por todas partes porque no te la crees. El conflicto consiste en que Bárbara engaña a Graham para que lleve a su hija al cine a ver una película que supuestamente tiene que ver por una tarea del colegio. En la película sale Ann que, antes de ser lo que sea que es ahora era actriz de segunda. A partir de aquí a Graham le surgen unos celos restrospectivos completamente absurdos y ridículos. Todo es ya un ir y venir entre los celos, lo que piensa Graham, lo que le aguanta Ann y las sospechas que terminan en un final que hubiera podido firmar Tarantino y que, sospecho, Barnes escribió con furia porque hasta él, le había cogido manía a la novela. 

Todas las esquinas que doblé están antes de la página treinta. 

«Lo que hacía a Graham sentirse casado era que no ocurría nada, nada que provocara miedo o desconfianza en la forma en que le trataba la vida. Así, sus sentimientos se hincharon gradualmente como un paracaídas; tras el alarmante descenso inicial, todo empezó a suceder más despacio y él colgaba allí, con el sol en la cara y el suelo acercándose muy lentamente. Pensaba no ya que Ann representaba la última oportunidad, sino que siempre había representado su primera y única oportunidad.»

La siguiente lectura fue una novedad que compré en Panta Rhei llevada por ese impulso que comentaba antes. Compré la nueva novela de Sigrid Nunez, Cual es tu tormento, porque la anterior El amigo me encantó.  Este no me ha gustado. 

Una amiga, la narradora, acompaña en sus últimos días a una amiga que se está muriendo de cáncer. Ju con este acompañamiento final nos encontramos con historias de la vida de la narradora, reflexiones sobre la vida, sobre la amistad, sobre envejecer, sobre la pareja. Todo esto, que podría ser interesantísimo y que es lo que hacía en El amigo, aquí está deslavazado y resulta frío, destartalado. Es como cuando entras en un puesto del rastro y hay muchas cosas chulas, algunos objetos que brillan y podrían interesarte pero, en conjunto, el puesto no te atrae y acabas marchándote rápido. 

Doblé la primera página con la cita de Simone Weil. 

«La plenitud del amor al prójimo 

estriba simplemente en ser capaz de preguntar ¿Cual es tu tormento?»

¿Lo recomiendo? Pues no. Mejor empezar por El amigo. 

No soy buena lectora de poesía. Me sobrepasa, me cuesta concentrarme en ella y donde todo el mundo encuentra consuelo, belleza y sentimiento yo me encuentro batallando con las palabras, los renglones y las estrofas intentando encontrar un sentido, un sentimiento. Para mí, leer poesía es enfrentarme a un idioma del que conozco las palabras pero con el que no consigo comunicarme. 

Memoria de la nieve de Julio Llamazares pululaba por las mesas de una sala que tenemos en mi trabajo en la que hay muchísimos más libros. Es un ejemplar precioso, en una edición maravillosa de Nórdica, y tras meses viéndolo ahí decidí traérmelo a casa y leerlo. La memoria de la nieve es un poemario publicado originalmente en 1982 que en 2019 Nórdica sacó en esta edición, con ilustraciones de Adolfo Serra, por empeño del fundador de la editorial. Lo he leído poco a poco, un par de poemas cada noche, antes de quedarme dormida. ¿Los he entendido todos? No lo sé. Lo que a mí me han contado estos poemas es el paso del tiempo, como lo que creemos que estará siempre desaparecerá casi sin que nos demos cuenta. El tiempo pasa y borra lo que había, lo que somos nosotros, lo que imaginábamos. Además, todo en este poemario huele a invierno, a viento frío, a nieve y crujir de pisadas, a briznas asomando bajo la capa de hielo y a ramas desnudas. Quizás me ha gustado porque el invierno es mi estación.  Las ilustraciones de Serra merecen comentario aparte porque son maravillosas y encajan perfectamente con los poemas y con el tono. Un libro precioso. 

«Todo lo que aprendí de quien nunca fue amado: la nieve y el silencio

y el grito de los bosques cuando muere el verano.

O aquella canción celta que Kerstin me cantaba:

¿Quién puede navegar sin velas? ¿Quién puede remar sin remos? ¿Quién puede despedirse de su amor sin llorar? 

Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria. Y el silencio se espesa

tras los bosques doloridod y profundos del invierno. 

Por eso puedo navegar sin velas. Por eso puedo remar sin remos. 

Por eso puedo despedirme de mi amor sin llorar.»

Y con este final triste o, mejor dicho, muy otoñal hasta los encadenados de diciembre. 

lunes, 29 de noviembre de 2021

El peso de un regalo

Llevo un par de semanas preparando una caja para enviar a Clara. «Mamá, mándame cosas que sepan a patria». Descartado lo que más sabe a patria: el jamón, el queso, la morcilla y el lomo por prohibiciones en los envíos, me he decantado por cosas como turrón, polvorones, aceitunas, pipas y chupachups. En el envío además hay pantalones, algunos regalitos y un manga. Es un envío ecléctico del que lo que más me preocupa, (después de que los polvores se desintegren, el polvillo escape el precinto y los de aduanas crean que es antrax) es lo que pesa. El peso marca la diferencia entre que sea caro o sea carísimo. ¿Cuánto pesa un regalo? Este pesa poco. 

Un regalo no pesa lo mismo si lo haces o si lo recibes. Tampoco pesa lo mismo en el momento en que se entrega o se recibe que en el momento en que se piensa o diez años después de recibirlo. No pesa igual si la otra persona ya no está que si sigue en tu vida. Un regalo, cualquiera, pesa por pensamiento, obra y omisión, como los pecados. 

A mí me gusta regalar y nunca lo hago al tuntún. No es una obligación jamás. Si no me apetece regalar a alguien no lo hago. Entiendo que no todo el mundo piensa o actúa así pero para mí, regalar sin ganas es perverso, es como llenar un cuento infantil de referencias sadomaso. Por supuesto, hay personas a las que me apetece mucho más regalar y en este caso el presente pesa más. Cualquier regalo a mis hijas lleva meses de pensamiento, de elucubrar ideas y maneras y lleva semanas de ejecución. Son regalos pesados tanto por la intención como por la esperanza depositadas en ellos: son regalos que quiero que les gusten y que quiero que recuerden. No soy tan inocente como para creer que María recordará su pijama de spiderman o su coche teledirigido cuanto tenga treinta años pero sé que durante sus siete, ocho, nueve, diez, once años...esos regalos fueron una presencia importante y con eso es suficiente. Por experiencia sé que no hay regalo que pese más que el mal regalo, el hecho sin pensar en la otra persona, realizado desde el utilitarismo o "esto es lo que toca". Esos regalos pesan tanto que no se olvidan nunca. Treinta años después todavía recuerdo el disgusto que me llevé cuando mi madre, por mi dieciocho cumpleaños, me regaló una bolsa de viaje de piel. ¿Era bonita? Sí. ¿La he usado mucho? Sí. ¿Era el regalo adecuado? No. ¿Era un regalo que decía esto es lo que quiero regalarte yo independientemente de lo que quieras tú? Sí. Eso pesa muchísimo. 

Lo que pese un regalo, en cualquier caso, no depende de su valor ni del tiempo que se haya dedicado a buscarlo. El peso de un regalo es intangible e inmensurable. Por eso el collar de macarrones del día de la madre de hace quince años pesa lo mismo que la pluma que me regalaron el año pasado. Por esa condición extraña cuesta más dar los libros que te regalaron aunque no te haya gustado que los libros que te gustaron pero que tu misma te compraste. Las manitas de mis hijas impresas en escayola pesan más que el David de Miguel Ángel. Una piedra de una playa, un marca páginas roñoso, una camisa antigua, tu anillo de boda, todos esos regalos pesan casi lo mismo, pesan una vida. 

Hay otros regalos que, sin embargo, parecían pesar una tonelada cuando te los regalaron. Parecía que iban a durar para siempre, que iban a ser necesarios todos los días de tu vida, venían cargados de intención y puede que de amor. Su peso, sin embargo, se convirtió en una losa cuando tu vida cambió y cuando, por fin, has conseguido librarte de ellos, cuando llega el día en el que te deshaces de ellos (es un momento que llega cuando tiene que llegar, que cuando llega parece que siempre estuvo ahí pero que sabes que nunca estuvo ahí hasta ese momento) te sientes como si te hubieras quitado una losa de encima. 

Hay otros regalos con tanto peso que aún perdidos, marchitados, tirados a la basura porque solo eran una sombra de lo que fueron o porque ya estaban en un estado incompatible con la salubridad, dejan hueco, sombra. Los recuerdas para siempre, no importa el tiempo que haya pasado: mi primera bicicleta roja, un forro polar azul marino con capucha y forro de rayas marineras que mi hija Clara perdió en el colegio, mi primer ejemplar de Cannery Row... ya no están, desaparecieron, pero queda su sombra y creo que quedará para siempre. 

Hoy mandaré el paquete a Clara. Será caro pero no pesado. Pesan más las cartas que le envío cada semana y sé que pesarán más dentro de diez años y dejarán sombra si alguna vez las pierde. 

lunes, 22 de noviembre de 2021

Filtro lluvia

Me gusta Madrid cuando llueve. Me gusta su cielo gris, las nubes, los charcos, el sonido de la lluvia en el asfalto, los pasos rápidos de los peatones y el silencio en las conversaciones. Cuando llueve Madrid me da menos miedo, menos ansiedad, nos reconciliamos. Somos como dos desconocidos que no tienen nada en común pero que al encontrarse una noche en un bar descubren que tienen una conexión especial que solo durará esa noche. Será mágico pero no durará.  

En realidad me gusta la lluvia en cualquier sitio ("Si estuvieras en una tormenta en un velero en medio del Atlántico no te gustaría tanto". Ya, y si tú tuvieras que asfaltar carreteras en Córdoba en agosto no dirías "ay que rico el solecito y el verano"), sé que no le pasa a todo el mundo pero que tampoco estoy sola en esto. Para mí la lluvia es casi como un filtro de instagram, todo me parece más bonito y soy capaz de imaginar vidas acogedoras para toda la gente que me rodea. Por supuesto, este superpoder es tan imaginario y falso como un filtro pero mientras veo la vida a través de la lluvia me siento más optimista. 

En el autobús, mi compañera de asiento mira por la ventana las gotas resbalando por el cristal, los coches parados, la estación de Atocha al fondo. Apenas me fijo en ella, solo la siento a mi lado pero creo para ella una vida en la que va pensando en el te que se va a tomar cuando llegue a su lugar de trabajo, encienda el ordenador y se ponga a ordenar sus papeles. Pasará allí toda su jornada, rellenando formularios, atendiendo llamadas, preparando informes mientras de vez en cuando mira por la ventana y ve que sigue lloviendo. Piensa en cuando llegue a casa, ya de noche, y al entrar por la puerta encienda la luz que para ella es casa y se tumbará en el sofá pensando que ha sido un buen día. Es todo imaginario y completamente falso y hay una parte de mi que intenta desmontarme esa fantasía pero no le dejo. Me gusta disfrutar de este superpoder de imaginar vidas bonitas cuando llueve. 

Me bajo en Cibeles para caminar un rato. Me cruzo con peatones, todos abrigados. Unos con paraguas, otros no, un chino altísimo y muy guapo lleva gorra y encima la capucha de la sudadera. No es un look que le favorezca a pesar de lo guapo que es, pero es un look que él sabe que se puede poner porque es muy guapo. Cuando llueve la gente piensa en la ropa que lleva. Si llueve, antes de poner un pie en la calle, tienes que pensar: ¿llevo botas? ¿zapatillas? ¿paraguas? ¿este abrigo o el otro impermeable? Alguien que no sea como yo, adorador de la lluvia, puede pensar que eso mata la espontaneidad pero yo creo que la espontaneidad está muy sobrevalorada y que reflexionar sobre lo que llevas puesto siempre te lleva a ir más elegante. Con lluvia todos somos más interesantes y vamos mejor vestidos.  El filtro de lluvia embellece pero también esconde. Cuando llueve en Madrid se ve menos la miseria, la basura, las obras absurdas, el gris de las nubes favorece a los edificios que resultan más acogedores, más entendibles, mejores. La lluvia, eso sí, no hace milagros y las espantosas meninas que han crecido como una especie invasiva, relucen con sus colores brillantes y su presencia aplastante por toda la ciudad. Me juego una mano a que las meninas del horror surgieron de la mente de alguien a quien sus padres animaron a ser espontáneo, original y creativo. 

Me gusta la lluvia, me gusta tanto que hasta Madrid me enamora un poco en días en los que, como hoy, amanece todo nublado y sé que seguirá así todo el día. Me gusta la lluvia del presente y me anima la perspectiva de la la lluvia futura, es como paladear con anticipación una cita que sabes que irá bien. («Si lloviera días no te gustaría tanto»,  ya y si midiera dos metros quizás hubiera sido pívot de la selección).

Cuando llueve la vida me da menos pereza. No puedo explicarlo mejor. 

martes, 16 de noviembre de 2021

La luz y los amigos

“To see takes time, like to have a friend takes time.”

 Georgia O’Keeffe,

Cuando camino, de noche, por Madrid o por cualquier ciudad o pueblo me voy fijando en las ventanas iluminadas. Solo por la luz que se filtra, aunque sea un cuarto piso y yo esté a pie de calle, puedo distinguir si la luz en esa casa es acogedora o si en ese salón podría hacerse una autopsia. No es que yo tenga especiales aptitudes, es obvio para cualquiera, pero para mí que un salón emita una luz como la del televisor de Poltergeist me provoca siempre una sensación curiosa. Por un lado me dan ganas de subir a hablar con el propietario y decirle: Alma de cántaro, ¿no ves que es mejor apagar la lámpara del techo y tener luces indirectas? ¿no ves que todo parece más acogedor? pero por otro lado sospecho que ese alguien es aterrador y es mejor alejarse. 

Salgo de mi casa en Cicely para hablar por teléfono. La noche es oscurísima, es puente y dado que es temporada baja en el valle y encima han cortado la carretera de acceso, no hay ni un alma. En el pueblín no se escucha nada, no hay pisadas, ni coches, ni gente. Estamos casi solos, nosotros y cuatro vecinos más. Hablo por teléfono mientras contemplo el cielo estrellado pensando, como siempre, qué hago viviendo en Madrid. Cuando termino de hablar, guardo el móvil y miro por la ventana de mi casa. Al fondo, en la mesa grande, M con sus gafas de ver de cerca que gritan que ya no ve como antes y que llevamos treinta años siendo amigos, repasa las fotos del día justo antes de ponerse a pintar mandalas en el IPad. Dos grandes lámparas colgantes descienden desde las vigas de madera del techo de la habitación, la luz que dan es cálida y se refleja en los años de los muebles de la casa, todos heredados de otros salones, otras vidas, otros tiempos. Del techo también cuelga el ramo de novia de mi hermana. Lleva quince años cabeza abajo presidiendo la habitación y siempre me sorprende lo pequeño que parece. Cuelga justo encima de la cabeza de F que con los pies en una silla pegados a la chimenea está recostado en una de esas tumbonas que siempre parecen comodísimas en las pelis inglesas pero en las que, si estás sentado mucho tiempo, se te quedan los pies sin riego porque la madera te corta la circulación a la altura de las rodillas. Todavía lleva poco tiempo ahí sentado y ese efecto no le ha llegado. Lee a Steinbeck, un libro que yo le he prestado durante su convalecencia. F es ahora un objeto delicado de casa Tifus (aquí se viene habiendo leyendo a Asterix) y le cuidamos como si se fuera romper, casi con sorpresa de que no se haya roto. Estamos en un momento de incredulidad mezclada con alegría desbordante porque nos cuesta creer que se esté recuperando a toda máquina. A sus pies, al lado de la chimenea, una lámpara de pie que, hasta que he salido a hablar por teléfono, iluminaba la carta que estaba escribiendo a Clara. De J solo le veo la coronilla, está tirado en el sofá, de espaldas a la ventana por la que les observo. Le veo en escorzo, su coronilla con menos pelo del que a él le gustaría, y sus larguísimas piernas apoyadas encima de la mesa que mi hermano construyo. No le veo las manos así que no se si está mirando el móvil, un libro o pelando una chocolatina mientras se siente culpable pero incapaz de resistir la tentación del dulce. A su izquierda, sobre la mesita de costura llegada de alguna tía lejana de la que ya no recuerdo el nombre, hay una lámpara de mesa. No la veo pero sé que está ahí. Es la luz de leer en el sofá, de ver la tele, la de dormitar y la primera que se enciende cuando cae la noche y quieres sentir que ese salón es casa. 

Esa noche vacía, ese cielo sin luna con miles de estrellas, ese silencio, esa ventana y mis amigos al otro lado, estando juntos sin más, sin hacer nada más que compartir un espacio y una luz, la de mi casa, es el momento que sé que voy a guardar de este viaje. De entre todos los momentos que pasamos juntos esos cuatro días, todos los podría haber hecho con completos desconocidos: las pateadas, la excursión a los ibones, las fotografías a las cataratas, las cenas en restaurantes, incluso el viaje en coche. Todos menos ese, el momento en que estamos juntos siendo cada uno de nosotros solo nosotros, compartiendo el silencio, el comentario ocasional o el bostezo placentero que el cansancio de la montaña provoca. Cuando éramos adolescentes creíamos que teníamos muchos momentos así pero no es verdad. De adolescentes quedábamos a hacer cosas, jugar, bailar, beber, ligar, besarnos, llorar, criticar, enfadarnos, desesperarnos... no sabíamos que la verdadera amistad se mide no por lo que haces juntos sino por estar juntos sin hacer nada, sin hablar y sentir que, en ese momento, no estarías mejor en ningún otro lugar del mundo. La amistad es eso y tener cincuenta años es ser consciente de esos momentos y atesorarlos como el mejor recuerdo del viaje. Mejor que las fotos, los paisajes, las risas o el chuletón del valle. 

viernes, 12 de noviembre de 2021

De los libros de colores a...


@lupedelavallina

Cuando empecé a escribir este blog, hace catorce años, todo era distinto y cuando digo todo, me refiero a internet. Todos escribíamos con pseudónimos, nadie decía en qué trabajaba ni a qué se dedicaba, ni se colgaban fotos. Internet era algo de frikis, algo aparte de tu vida real. Empecé a escribir como molinos porque ese es el nombre que había elegido en 1996 para mi primera cuenta de correo en hotmail. No le di muchas vueltas, pensé que molinos era perfecto. Luego pensé que para mis hijas usaría solo las iniciales, para mis hermanos motes inventados y para mi trabajo, para mi trabajo, miré mi mesa de despacho y dije: libros de colores. 

Después abrí cuenta en tuiter e instragram, el blog creció, publiqué libros con mi verdadero nombre, di charlas y fui a encuentros. Me hicieron entrevistas. M y C pasaron a ser María y Clara. Conocí a muchísima gente que, a pesar de saber mi nombre, me llamaban Molinos o Moli. Los blogs se apagaron pero yo seguí escribiendo... pero nunca dije dónde trabajaba. Me hacia gracia saber que cuando tecleabas mi nombre en google los primeros resultados te llevaban a Ana Ribera la actriz porno o al personaje de Paula Echevarría en Galerias Velvet.  Jamás desvelé que eran los libros de colores, tampoco era importante. 

Después de veintiún años y cómo ya anuncié aquí, me cambié de trabajo. Dejé los libros de colores, deje Mordor, dejé los doscientos kilómetros diarios y me marché a la oportunidad de mi vida. Hasta hoy no podía contarlo y quiero contarlo. Desde hace un par de meses soy la nueva, flamante y primera Editora Jefe de Prisa Audio. Mi trabajo consiste en escuchar podcasts, pensar ideas, captar talento, recibir, editar y corregir guiones y montajes para hacer crecer las historias trabajando junto con sus creadores. Leo, escucho y descubro. Si hubiera soñado mi trabajo perfecto sería este. 

Siempre digo que nunca sabes a donde te va a llevar la vida.  Empecé a escribir un blog, empecé a escuchar podcasts y a escribir sobre ellos... y todo eso, más mi experiencia profesional durante veinte años en televisión me han llevado hasta aquí. Porque sí, los libros de colores son la televisión en la que he aprendido tanto que necesitaría otro blog para contarlo. ¿Por qué lo llamé libros de colores? Porque las parrillas de programación con las que trabajamos están llenas de bloques de colores: rojo para películas, azul para informativos, amarillo para programas en directo, verde para documentales, gris para promociones, etc. Se trata de colocar los bloques de colores de la mejor manera posible para que todo funcione, para que encaje, para que lo vea mucha gente.  


Para mi nuevo trabajo no creo que invente nada, tampoco hablaré de él aquí por lo menos durante los ocho primeros años como hice con la tele. Seguiré comentando y recomendando podcasts que me gustan y, a lo mejor, en algunos de ellos escucháis mi nombre, el real, en los créditos.  En mi nuevo trabajo hay mucha gente que me conoció aquí, leyéndome, y me encanta que a pesar de verme todos los días y saber quién soy me llamen Molinos o Moli. Me encanta. 

Llevo meses guardando esta foto para ponerla justo hoy. Todo encaja. 


viernes, 5 de noviembre de 2021

Lecturas encadenadas. Octubre

 
El mes pasado anuncié como algo muy novedoso que solo había leído dos libros en el mes de septiembre. Lo que no sabía es que, en esta nueva vida, se ha convertido en una rutina. En octubre solo han caído otros dos libros. A lo mejor, más pronto que tarde, las lecturas encadenadas tienen que transformarse en El libro del mes. Haré todo lo que pueda para que eso no pase, le tengo cariño a mis encadenados. 

Al lío que, como el mes pasado, será corto. 

Anhelo de raíces de May Sarton llegó a mi radar a través de Paula Fernández de Bobadilla, amiga, editora de Ximena Maier y gran lectora. (No os perdáis lo que escribe) De mi radar pasó a mis manos cuando lo compré en la Feria del Libro y le tenía muchísimas ganas. 

Anhelo de raíces tiene una portada maravillosa que responde a la perfección a la esencia del libro y digo esto porque estoy harta de portadas que no significan nada o significan todo lo contrario o destripan la historia. La historia de May Sarton, su historia es apetecible e interesante pero me he aburrido. Ohhhhh. Creo que su editor, hace sesenta años cuando se publicó por primera vez en inglés, no hizo bien su trabajo y creo, con gran dolor de mi corazón, que la traducción deja mucho que desear. Lo noto porque según voy. leyendo voy tropezando en algunas frases, en una palabra, con una expresión, con una incongruencia semántica que me ha impedido sumergirme en el ritmo de la narración. 

May Sarton (1912-1995) fue escritora, poeta y profesora. En este librito de memorias cuenta su relación con una casa que compra en Nelson, un pueblecito de New Hampshire y que reconstruye, decora y llena de sus cosas, de los objetos que ha ido recopilando a lo largo de toda su vida y que ha heredado de sus padres. Se construye un hogar cuando ya tiene más de cincuenta años y lo disfruta. Disfruta encontrarlo, reconstruirlo, quedarle a solas con su casa por primera vez, descubrir la luz, los sonidos, los cambios diarios o estacionales y también los emocionales que tener tu propia casa provoca. Se dedica en cuerpo y alma a escribir, a su casa, al jardín y a sus vecinos. Todo esto parece buenísima idea y el libro tiene muchos pasjes estupendos y preciosos pero me he aburrido mucho y he terminado leyéndolo en diagonal.

«Pero no habia ido a aquel lugar solo para demostrarme a mí misma que podía resolver problemas derivados de cortar el cesped, podar árboles o hacer un jardín donde nunca antes lo había habido. Había ido a escribir. Y hubo momentos en que me sentí abrumada por aquellos problemas prácticos. Pero siempre volvía a mi punto de partida: que los problemas o suplicios derivado de mi vida en aquel lugar de algún modo me enriquecían cuanque pareciera que cuando llegaban no traían consigo más que interrupciones y frustración. Problemas ocasionados por clima, nevadas, sequías, temporales, que te afectan hasta la médula. Enseguida se convierten en metáforas en tu mente; son materia poética. Y nunca son pérdida, la pérdida que el aburrimiento mortal de la vida en la ciudad significa. La pérdida de tiempo que pasas tratando de llegar a casa en un metro sin aire, por ejemplo, no se puede comparar con la pérdida de tiempo utilizado para bajar a un gato de un árbol o ¡perseguir a una marmota, por lo general, es más divertido que perseguir a un taxi!»

Yo al gato no lo bajaría del árbol, es su problema, pero este libro lo recomiendo con reservas. Para leerlo de vez en cuando, un capítulo y anotar los pasajes brillantes que tiene, las reflexiones sobre lo que significa tener tu casa, tu espacio. Si no lo habéis comprado, no lo hagáis. 

En septiembre fui a la presentación de La historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart. Fui porque mi amiga María Jesús hacia de anfitriona y no tenía ni idea lo que me iba a encontrar aunque Sexto Piso es siempre garantía de libros interesantes. La charla con Douglas fue muy chula, él me encantó y compré su libro que me dedicó con estas palabras "Thank you for welcoming me to Madrid". 

Gracias a la presentación sé que La historia de Shuggie Bain es una novela pero está basada, en parte, en la infancia del propio autor. Shuggie es el tercer hijo de Agnes que tiene dos hijos más mayores de su primer matrimonio con un católico. Cuando Agnes conoce a Hugg, el padre de Sugghie, abandona al católico para embarcarse una relación muy destructiva y tóxica con Hug y con el alcohol. Todo esto sucede en el Glasgow de los ochenta con una crisis económica y social brutal por el cierre de las minas escocesas que dejó a miles de hombres sin trabajo y a sus familias dependientes de los servicios sociales para sobrevivir. La historia de Shuggie es durísima, es trágica, es sórdida y cuesta hasta mirarla. De alguna manera me ha recordado a las novelas de los años treinta de Erskin Caldwell, los dos retratan a personajes que se ven empujados por las circunstancias, por la pobreza (la crisis de los años 80 o la gran depresión del 29) a tomar unas decisiones que son destructivas para ellos mismos. Es muy fácil juzgar desde tu sofá con tu comida y tu calefacción y tu seguridad y pensar "yo jamás haría eso" para pensar que somos mejores pero ni de lejos es así. Agnes, Shuggie y casi todos los personajes que aparecen en la novela (Shug padre, no) quieren hacer las cosas bien, ser "buenos" pero es imposible. Es una novela muy buena pero dolorosa de leer porque no hay moraleja, no hay tranquilidad, no hay bálsamo, no hay nada que te haga pensar "al final todo sale bien". No, no es verdad, la vida no es una peli. 

En la presentación le pregunté a Douglas como había conseguido salir de la historia después de escribirla y me dijo: «no salí, continué con una segunda parte». Seguro que la leo en cuanto salga. 

Y ya está. No hay más que rascar por este mes. Y con esta brevedad y un bizcocho, hasta los encadenados de noviembre. 

sábado, 30 de octubre de 2021

Podcasts encadenados: ricos, riquísimos, tragedias y una bala que no falla


Hoy vengo a hablar de podcasts porque llevo tres semanas queriendo hablar de podcasts y lo he ido dejando porque no tenía tiempo, porque no encontraba el momento, porque si la abuela fuma pero hoy ya no puedo dejarlo. Hoy, mientras iba conduciendo a casa de mi hermana, iba gritando en el coche: ¡No puede ser! pero, pero, pero... ¡no me lo creo! La razón de mis gritos era el séptimo episodio de un podcast. Al volver a casa he pensado: necesito escribir sobre podcasts porque ¡tengo que comentar esta historia con alguien! 

La razón de mis gritos, y de mi enganche de los tres últimos días, es la historia de la familia Steinberg que se cuenta en el podcast The just enough family.  Ariel Levy, escritora del New Yorker, nos lleva de la mano a conocer a toda la familia y cuando digo a conocer, lo digo por algo. Levy es muy amiga de Liz, una de las hijas del financiero Robert Steinberg y aunque es ella la que tiene la voz cantante en el primer episodio que sirve de introducción, gracias a esta amistad (supongo) en el podcast habla toda la familia que está viva: padres, tíos, primos, exmujeres. ¿Quienes son los Steinberg? Una familia de megaricos y cuando digo megaricos me refiero a gente que alquilaba la sala egipcia del Metropolitan para hacer una fiesta de cumpleaños de una adolescente, tenía varias casas, avión privado y un jefe de seguridad que, como el Señor Lobo, solucionaba problemas. Si estáis viendo Succession en HBO, ricos de ese nivel. Ricos de los que no llevan dinero nunca encima porque no lo necesitan. 

En el primer episodio, Liz cuenta que cuando ella era niña e inmensamente rica, escribía cuentos en los que ella vivía con una familia que no se parecía a la suya, no era pobre, no pasaban hambre ni nada de eso pero vivían "con lo justo", vivía con "the just enough family", la "familia de lo necesario". Me parece una anécdota maravillosa y ole por Levy por la elección del título. 

La historia de la familia es increíble y es una de esas que a los simples mortales, que tenemos que organizarnos la vida porque recordemos que improvisar es de ricos, nos encanta porque lo tiene todo. Dinero, amoríos, divorcios, traiciones que se van sumando y sumando hasta que en el episodio siete alcanza un nivel que exige gintonic y tertulia. Pero además de esto, tiene el mérito de que son los propios protagonistas los que la cuentan. Levy conduce, hace preguntas y, por supuesto, ella y la productora Melinda Shopsin han editado todas las conversaciones y las han ordenado para que el relato avance a partir de sus testimonios. Puedo imaginar las horas que han pasado charlando con unos y con otros y las que han echado escuchando todo lo grabado para organizarlo y dar coherencia al relato. 

Mientras lo escucho y mientras escribo esto pienso en qué posibilidades habría en España de hacer algo así. Muchos de los formatos de podcast que triunfan en Estados Unidos están basados en historias personales contadas por gente a la que no le da pudor hablar de sus sentimientos, sus errores, lo que hizo bien, mal, las opiniones que tuvo en su día y que ya no tiene, las traiciones, los amores, etc. Los americanos (que tienen muchas cosas malas como todos) son en esto tremendamente abiertos: hablan sin pudor. No es que en España una familia de megaricos no hablaría jamás así, es que aquí la gente no habla y cuando habla, se inventa. 

Dejando de lado esta última reflexión, The just enough family es un podcast maravilloso. Tiene ese punto de cotilleo, de asomarse a ver cómo viven los ricos. Tiene también el regustillo que da ver que a los ricos también les pasan cosas malas y tiene un punto de locura que te deja alucinando y enganchado a la historia. Son ocho capítulos de unos veinticinco minutos cada uno. No os lo perdáis. 

¿Qué más recomiendo? Pues el mejor podcast del año que, lo lamento por los que no habláis ingles,  es un podcast americano escrito y dirigido por Dan Taberski, un tío con un talento inmenso, creador también de Runnig from Cops publicado en 2020 y que también es impresionante. El mejor podcast del año se llama 9/12 y trata sobre las consecuencias del 11S desde diversos puntos de vista. Aunque nacido al calor del veinte aniversario de los atentados del 11S, 9/12 va mucho más allá de contar la historia de aquel día, sus causas o sus consecuencias. 

No sé el tiempo que Dan Taberski habrá pasado pensando este podcast pero seguro que han sido meses, muchos meses. Su objetivo es tan ambicioso y tan complejo que me pongo a llorar solo de pensar en el esfuerzo intelectual necesario para conceptualizar la idea, darle forma y encontrar las historias que encajen en el relato. Pensar en todas las historias que habrá desechado me provoca aún más llanto. ¿Qué objetivo persigue Taberski? Pues nada más y nada menos que contarnos cómo ha cambiado el mundo después del 11S, contar ese día que cambió el mundo, que nos cambió a todos, sin hablar de ese día sino de todo lo que ocurrió después y como sus consecuencias están aquí, nos tocan cada día, las navegamos en nuestras rutinas diarias. ¿Cómo cambió la manera de pensar el humor en Estados Unidos? ¿Y la propia conciencia de ellos mismos como país? ¿Y el uso de la palabra libertad y su concepto? ¿Y la imaginación? 

Es un podcast impresionante. Os animo a escucharlo porque solo el primer episodio, el prodigio narrativo que hace Taberski contando el 11S sin contarlo te deja con la boca abierta. Son siete episodios de cuarenta minutos que voy a volver a escuchar para ir tomando notas. Es el mejor del año, sin duda. 

En español traigo también una fantástica serie: Canónicas de Podium Podcast con Laura Martínez.  Confieso que, como casi todos, de adolescente la historia de Jack El destripador me interesó muchísimo. El primer asesino en serie, las mujeres asesinadas, Londres, la niebla, el misterio alrededor del asesino más famoso de la historia y las mil quinientas teorías sobre quién podía ser era algo que me llamaba mucho la atención. Muchos años después cuando la mística del asesino ya había desaparecido para mí, leí From Hell de Alan Moore y pasé miedo. Miedo por la historia y miedo al ver la fascinación que este asesino sigue teniendo a diario para muchísima gente. Bien, Canónicas tiene que ver con Jack El destripador pero no habla de él, ni siquiera se habla de los asesinatos. Canónicas se centra en la historia de las vidas de las mujeres que asesinó. ¿Quienes eran? ¿Cómo fueron sus vidas? Jamás había reflexionado sobre esto pero el asesino no solo las asesinó, borró sus existencias. Por supuesto no fue solo él, a ese borrado contribuyeron los medios, las opiniones y todos nosotros, convertir a las víctimas en prostitutas, pobres, personas que "algo habrían hecho", nos libera de poder ser como ellas, de acabar así. 

En Canónicas, Laura Martínez consultando a multitud de expertos, reconstruye en cada episodio la vida de las cinco víctimas canónicas, las confirmadas como asesinadas por el destripador. Escuchar sus historias, situarlas en el contexto, saber dónde nacieron, cómo era su familia, dónde trabajaron, qué les ocurrió para estar en aquella calle, en aquel barrio, la noche en que el asesino las encontró, les devuelve peso, volumen vital, dejan de ser simplemente las víctimas de Jack El destripador para volver a ser: Polly, Annie, Elizabeth, Catherine y Mary Jane. (Si llegáis a los créditos, tenéis sorpresa) 

Para terminar un par de episodios más en español. 

El reloj y la linterna es el tercer episodio de la nueva temporada de Radio Ambulante, un podcast que he recomendado mil quinientas veces porque todo lo que hacen es bueno. Todo es bueno pero algunas cosas son espectaculares y este episodio es una de ellas. En 1994 hubo un atentado en el edificio de la AMIA, en Buenos Aires. Es una historia muy conocida en Argentina (yo confieso que no tenía ni idea) y el episodio es un ejemplo de cómo se puede contar algo que todo el mundo sabe o cree saber de una manera diferente. Partiendo de lo anecdótico, del reloj del título, de algo pequeño observado de cerca... la narración va alejándose y alejándose hasta conseguir poner a la vista toda la tragedia y la historia. Un prodigio de enfoque narrativo que se sigue conteniendo el aliento durante los más de cincuenta minutos que dura. No os lo perdáis. 

Seguimos en Latinoamericana con Volver a los 17. Violeta Parra del podcast Sangre en los tracks. Este podcast lo descubrí en la newsletter semanal de Radioambulante en la que el equipo del podcast recomienda cinco cosas para escuchar, ver, leer, cotillear en internet o cuentas para seguir en distintas redes sociales. El 5 de febrero de 1967, Violeta Parra le preguntó al hombre con el que vivía: ¿dónde no falla una bala? Él, distraído, se tocó la sien y le dijo: aquí. Violeta entró en la casa y se pegó un tiro en la sien, no quería fallar. 

Yo sabía quién fue Violeta Parra pero no sabía nada de su vida ni de su final. En este breve episodio, Pablo Plotkin y Marcos Aramburu, reconstruyen su vida, su familia, sus intereses, su carácter, sus parejas, sus viajes, sus preocupaciones, sus odios. Dedican un tiempo especial a la canción Volver a los 17, que yo no había escuchado jamás, y que me parece, y así lo comentan ellos, una canción tristísima, una especie de elegía por una juventud que nunca es tan feliz como la queremos recordar con cuarenta pero que para Violeta era un paraíso del que había sido expulsada y que ante la idea de no volver a él, prefirió morir. Es una historia trágica pero el episodio cuenta su vida muy bien sobre todo si, como yo, no sabías nada. 

Con esto creo que es suficiente, me han quedado unas recomendaciones un poco trágicas: atentados, asesinadas, atentados y suicidios... espero que compense la frivolidad extrema de los ricos. 

Voy a intentar ser más regular en estos comentarios primero por egoísmo porque necesito hablar con alguien de todo lo que escucho y segundo por mi vocación de servicio público: ahí fuera hay maravillas para escuchar y me gusta compartir. 

Casi todo lo que he recomendado en esta sección lo tenéis aquí.