lunes, 30 de julio de 2018

Fuerteventura. Volveré.

Escribo mentalmente el último post de este diario mientras preparo la maleta, sigo escribiendo mientras desayunamos, y continúo añadiendo cosas en lo que terminamos de recoger la casa y nos metemos en el coche. Para cuando llegamos al aeropuerto, facturamos, pasamos el control de seguridad y yo pruebo otros cuatro perfumes del duty free, el post está entero en mi cabeza listo para ser escrito. «En cuanto despeguemos, saco el ordenador y lo dejo preparado». En cuanto despegamos y me propongo seguir con el plan establecido el portátil está sin batería. El post, las líneas perfectas que yo había dibujado se esfuman al contemplar el icono de la batería en rojo, latiendo sin ganas, a punto de morir. 

Como soy una chica de recursos y un bolso como Mary Poppins, saco el cuaderno rojo que empecé con el año y mi pluma de tinta verde, dispuesta a terminar este cuaderno escribiendo a mano las notas que pululan por mi cabeza y que todavía esté a tiempo de cazar para escribir el post que he perdido o algo que se le parezca mucho. Antes de ponerme a cazar retazos de ese post mítico y perdido, descubro que la presión del vuelo, o algo así, hace que la tinta verde se comporte de manera extraña, descontrolada. Al final de cada renglón (uso siempre esta palabra desde que leí a Xosé Castro lamentarse del uso ubicuo de la palabra línea con lo bonito que es un renglón) la tinta estalla en una burbuja verde que deja un bonito rastro, como de pisadas, en las últimas páginas de este cuaderno. 

Se termina Fuerteventura y lo hemos exprimido al máximo. Ayer, nuestro último día en la isla, volvimos a la playa de las dunas en Corralejo. Esta vez sin viento. Agua turquesa, arena fina, olas divertidas y cuatro gatos. El día respondió por completo a esos anuncios gigantes que te encuentras en los aeropuertos de centro Europa animando a sus ateridos habitantes a venir a España y encontrar un paraíso. Esos anuncios que cuando tú los ves piensas: «madre mía, el photoshop que le han metido a la foto». Lo mejor, sin embargo, no es el agua, ni las olas, ni la arena ni que apenas haya gente. Para mí lo mejor de estas vacaciones es la compañía. Ir de viaje es una actividad de riesgo que la mayoría de la gente emprende a tontas y a locas, sin preparación, sin pensarlo y sin preocuparse. Y hay pocas cosas más terribles que un mal viaje. Juan y mis hijas son una grandísima compañía. Él me saca de mis casillas con sus mil y una manías, ellas me desesperan con su adolescentismo y yo, supongo, les parezco muy pesada a veces con mis órdenes y peticiones pero nos compenetramos con precisión.  Tumbados ayer en la arena, bueno Juan estaba sentado en su sillón hinchable marca TRONO que ha sido la comidilla en todas las playas a las que hemos ido, imaginaba hilos que nos conectan entre nosotros, a veces intersectan, a veces corren paralelos pero nunca cortocircuitan. Nos acoplamos de manera perfecta para hacer cosas juntas mientras mantenemos cada uno nuestra forma de ser y nuestra manera de pensar. 

Al bajar el sol, se acabó nuestro tiempo y mientras atravesábamos las dunas para volver al coche  me quedé atrás. Los vi alejarse a los tres, charlando sobre cualquier nimiedad. Pensé en si volveríamos el año que viene a pasar las vacaciones juntos. Eché un último vistazo a mi alrededor y seguí caminando. Había flores a mis pies, pequeñas flores azules entre hojas verdes creciendo en medio de las dunas. En Fuerteventura he aprendido que igual que todas las nubes no son iguales, las arideces tampoco lo son. Y yo, la chica que adora la lluvia, me he enamorado de esta aridez. En el último vistazo me prometí a mí misma (algo que no hay que hacer nunca) que volveré a esta aridez a escribir sin prisa.


sábado, 28 de julio de 2018

Fuerteventura. Lagos del Cotillo y libros.

Me despierto más pronto que ninguno y no consigo volver a dormir. Cojo El club de los mentirosos y me pongo a leer.《De ahí que su libro, tan sincero, resulte ser un bonito engaño: hace que parezca fácil lo más dificil que hay, es decir, contar tu propia historia y conseguir que alguien la escuche》dice Lena Dunham en el epílogo. Coincido con ella en que Mary Karr consigue lo más difícil, hacer que su historia, su infancia, sea escuchada e interese. En lo que no coincido es en lo de que parece fácil. Para nada parece fácil. Karr escribe con una maestría absoluta, me ha deslumbrado su manejo del tiempo tanto en su dimensión temporal para llevarnos hacia detrás y hacia delante en el libro, como en el ritmo de la historia. 

No hay viento. Me resulta tan extraña la sensación de quietud que salgo al porche esperando encontrar el escondido tras alguna esquina. Nada. «Chicos, no sopla viento» «Pues yo ya me había acostumbrado» «Algo sí sopla» Me encanta cuando siempre me llevan la contraria. 

Consultamos la pleamar. Nos tomamos la mañana con muchísima calma y llegamos a la playa de los Lagos en Cotillo a las dos. Conseguimos otro castillito de piedras y nos hacemos fuertes en él. Nos bañamos y después yo me siento en la orilla a terminar el New Yorker del mes de mayo. En la portada, una mujer salta al mar y pienso que a lo mejor no llevo dos meses de retraso, a lo mejor este es el mejor momento para leer este número de la revista. 

Acabo de darme cuenta de que no he hablado de algo fundamental: mis bocadillos son fabulosos. Hoy eran de tortilla de atún con tomate. Después de comer se nubla un poco, se oyen las olas, corre la brisa justa y todos nos ponemos a leer. Clara lee libro que me regaló Ximena Maier el otro día: 100% Naty. Manual de estilo de Naty Abascal. Se enfrasca en cosas como: la maleta de verano, la maleta de invierno, los complementos perfectos. Las ilustraciones son maravillosas y me deja estupefacta que alguien nacido de mí tenga talento y criterio para la moda. María, escondida detrás de su sudadera lee a Chimamanda y su Querida Ijeawele: Cómo educar en el feminismo. Se lo había dado yo hace semanas, pensé que no lo leería. Hoy se lo ha leído del tirón. «¿Te ha gustado?» «Sí, está muy bien». En la escala de entusiasmo adolescente eso está rozando el 10. 

Juan lee Dune en inglés y yo empiezo Conjunto vacío de Verónica Gerber. Hay libros que nada más empezarlos sientes que van a ser especiales. Pienso en  libros y en hombres, y en cómo mis inicios con unos y con otros marcan la relación que tengo con ellos. Decido que  escribiré un post sobre eso. 

En El cotillo comemos helado y me compro una sudadera de ser feliz en una tienda con una dependienta que dice que tengo acento del norte. 


Fuerteventura. Betancuria y los días torcidos.



Hoy me van a costar estas 500 palabras que me he impuesto como diario de estas vacaciones. Llevo pensándolo desde que me desperté llorando por una pesadilla terrible que se me ha quedado pegado y del que no me he podido librar en todo el día. Era tan real, tan posible, que durante todo el día he estado temiendo que se convirtiera en realidad. Ojalá hubiera soñado con alienígenas o con ir desnuda por la calle, eso me hubiera dado menos miedo. 

También me he enfadado con mis hijas. Se levantan tras doce horas de sueño como si el mundo les debiera algo, como si lo normal, lo natural, fuera que el desayuno estuviera preparado en el porche. El Sol sale por la mañana y ellas tienen el desayuno preparado. No dedican ni un solo segundo a pensar que quizá el Sol sale por la mañana porque el Universo funciona así pero el desayuno está listo porque yo me lo curro. Me exaspera su cara de «pero tranquila... no te pongas así» y su desgana para recoger el desayuno mientras esperan que con ese gesto desinteresado por su parte les condecoren con una medalla. ¿Son todos los adolescentes así? ¿Son peores que otros? ¿Yo soy un desastre? ¿Soy la Srta. Rottemayer o me he pasado de buen rollista y soy Mary Poppins?  Por lo menos, no ponen pegas a los planes del día. 

En el Mirador de Morro Velosa, aparte de echar de menos llevar chanclas con suelas de plomo para no planear hasta la costa, nos reímos a carcajadas con uno de los paneles informativos (muy interesantes). «El estratovolcán tuvo unas erupciones muy efusivas», leo en alto.

-¿Qué es un estratovolcan? ¿Cómo son unas erupciones muy efusivas?
- Lo del volcán no sé, pero las erupciones muy efusivas supongo que son las que dicen: ¡Hola, soy una erupción! ¿Quieres ser mi amigo? 

En nuestra siguiente parada se me olvida que he decidido que las mandaré internas si me toca la lotería porque Betancuria es un pueblo precioso, lleno de restaurantes trampa para turistas, pero cuidado y con mucho encanto. Fundada por Jean de Béthencourt y Gadifer de La Salle, conquistadores de la isla, fue la capital hasta el siglo XIX. Paseamos por sus calles y me pregunto cómo sería la vida aquí hace cien años. En la iglesia descubro, con sorpresa, que Clara distingue las casullas sacerdotales por el color: «éstas son de liturgia normal, éstas son de Pascua y éstas de Pentecostes». Tras el picnic bajo los árboles porque Betancuria tiene árboles, sombra y verde, nos vamos a pasar la tarde a la playa de Los Molinos. 

Me baño, siesteo y leo. Al caer el sol y mientras en Las bohemias del amor empiezan a cantar, me doy cuenta de  durante tres horas no he sido consciente de nada más que de lo que estaba leyendo y el sonido de las olas. Además descubro que ya no estoy enfadada y ya no tengo miedo.  A ver si dura. 


viernes, 27 de julio de 2018

Fuerteventura: la isla de los nombres imposibles

Mal nombre. Butihondo. La Lajita. Matas blancas. Las hermosas. Tarajal de Sancho. Tesereguaje. Violante. Tirba. Piedra Hincada. Mazacote. Tiscamanita.  Agua de bueyes. Ampuyenta. Betancuria. Triquivijate. Tefia. Almácigo. 

Todos los nombres tienen encanto. Algunos nos hacen reír y nos recuerdan películas, «Traedme una almáciga», otros se parecen a los que conocimos en Lanzarote: Tarajal, Tesereguaje. Otros son tan gráficos que me quedo con ganas de comprobar si mantienen las características por las que los nombraron así: Matas blancas, Piedra Hincada, Agua de Bueyes, Las Hermosas. De Betancuria ya sabemos su origen, fue el primer asentamiento que Jean de Bethancort estableció en la isla en 1405. Pero ¿qué pasó en Mal nombre para llevar ya por siempre ese lastre? ¿Cual es su gentilicio? ¿Y el de Triquivijate? Y ¿Qué será un butihondo? Podríamos buscarlo todo en google pero entonces nos perderíamos el paisaje, las montañas, la aridez, la nada. El paisaje cambia casi sin que te des cuenta, las montañas que son volcanes se presentan cada una con una personalidad propia, diferente. La aridez atrapa, algunas veces es desértica, otras salvaje, otras hipnótica y otras directamente hostil. 

A primera hora de la mañana atravesamos la isla de norte a sur para llegar a tiempo a  hacer un recorrido en buggy por el parque natural de Jandia. Me encanta el plan. Conducir un buggy por una pista de arena, disfrazada de morador de las arenas, saltando por todos los baches y tragando polvo mientras descubrimos otra aridez, otras montañas y llegamos al fin del mundo es uno de los planes más chulos que he hecho nunca. El guía se llama William James Watson Rodríguez, de madre canaria y padre australiano, una combinación tan intrigante como toda la isla. 

Mirador Degollada Agua Oveja, otro nombre sospechoso sobre el que investigar. A 230 metros de altura ofrece una vista de la playa de Cofete y de las montañas más altas de la isla, el Pico de la Zarza, con 807 metros de altura. No investigamos porque primero casi atropello a una pareja de turistas con mi buggy y, segundo, soplaba un viento capaz de tirarnos al suelo. Eso sí, la vista es una de las más impresionantes que he visto jamás, algo espectacular. Al fondo se puede ver la villa Winter, construida en 1946 por Gustav Winter, un ingeniero alemán, se dice que amigo de Goering que ya había hecho negocios en Gran Canaria. De la villa se cuentan todo tipo de historias y leyendas, que fue construida por prisioneros de guerra y desterrados por el régimen de Franco, que fue base para los submarinos alemanes, que fue lugar de paso para los grandes capitostes nazis en su huida a Sudamérica. Probablemente nada de eso sea verdad pero la villa, en la distancia, perdida en la inmensidad de la ladera de esas montañas inaccesibles tiene un atractivo irresistible, me provoca infinita curiosidad. Lástima que de todo esto me entero al llegar a casa.

«¿Podemos quedarnos aquí, cariño, por favor?» (El Club de los mentirosos,Mary Karr)


miércoles, 25 de julio de 2018

Fuerteventura: Calderón Hondo y el egoísmo filial

Cima del Calderón Hondo y al fondo las dunas de Corralejo. 
Por fin, después de cuatro días en esta casa, el movimiento reflejo de mi mano en busca del papel higiénico se ha sincronizado con la inusual e inadecuada altura a la que está colgado el soporte en la pared. Demasiado bajo. Comentamos este inconveniente durante el desayuno mientras planeamos nuestro día y tratamos de adivinar de qué nacionalidad son los nuevos vecinos. La incógnita se desvela enseguida porque grandes parrafadas en italiano llegan a nuestros oídos. Lástima la familia oriental, a la que apellidamos Martinez, que ocupaban la casa hasta ayer mismo nos dieron muchísimo más juego. Yo aposté porque eran taiwaneses infiltrados en la mafia china y estaban aquí en un programa de protección de testigos. 

Pasamos la mañana en la cumbre del Calderón Hondo al que subimos tras trepar por su escarpada pendiente sorteando ardillas africanas. «¡Qué monas las ardillas!» No, las ardillas nos parecen monas por obra y gracia de los dibujos animados, de Chip y Chop, pero en realidad son ratas con cola larga. Y ni siquiera son autóctonas, majareras de pura cepa, alguien las trajo aquí en 1965. En la cumbre, mientras admiramos las espectaculares vistas y coincidimos con un padre con dos hijas. Decidimos que son alemanes. Quizás no es un padre y dos hijas, quizás es un profesor de español y sus alumnas. Al subir todo han sido risas pero al bajar el acojone nos mantiene mudos. Sopla un viento como para volar la casita de Dorothy y llevarnos a Oz y la pendiente es escurridiza. Nos apiadamos de una señora (confieso que durante más de diez minutos yo pensé que era señor) que no sabe cómo bajar. La ayudamos y nos pide que le hagamos una foto para que sus hijos vean que de verdad ha subido a la cumbre. «Estamos todos de vacaciones pero ninguno ha querido venir conmigo» Me solidarizo tanto con ella. Mientras bajo pienso en como los hijos llegamos a una edad en la que no tenemos pudor en decirle que no a nuestros padres cuando ellos nos piden hacer algo con nosotros. «Es que no me apetece, es que no quiero» Ese argumento nos parece suficiente. ¿Por qué tengo que hacer algo que no me apetece porque mis padres quieran? Somos egoístas e idiotas. ¿Cuántas cosas que no les apetecían un pimiento hicieron nuestros padres por nosotros? Sé que está muy de moda decir (no sé tanto si está de moda sentirlo) «a mí con mis hijos me apetece hacer todo siempre» pero sí se que es mentira. Miles de horas de parque, miles de películas infantiles comparables a la peor sesión de tortura, cumpleaños multitudinarios, excursiones, funciones... Lo haces, lo hiciste por amor, por deber a veces. 

«Chicas, ¿vamos a Lajares a dar una vuelta antes de comer?» «No,mamá, qué pereza, pasando»

Sin querer me duermo, cuando me despierto son las ocho, menos mal que en Canarias son las siete y nos da tiempo a ir a Lajares y comprarme una pulsera con dos botones verdes.


Fuerteventura: Unamuno y Lucia Berlin

«Es una desolación. Apenas si hay arbolado y escasea el agua. Pero no es tan malo como nos lo habían pintado. El paisaje es triste y desolado, pero tiene hermosura» 

Juan me lee este párrafo de Unamuno mientras atravesamos el centro de la isla de camino a Ajuy. Por la mañana hemos estado en Los Molinos. De ninguna manera podíamos perdernos un pueblo con ese nombre. Otra vez el calificativo de pueblo era demasiado ambicioso para lo que nos hemos encontrado y, a la vez, se quedaba corto para describir su encanto. Los Molinos de Fuerteventura se encuentra al final de una carretera que atraviesa esa desolación que reconoció Unamuno cuando estuvo desterrado aquí en 1924. Aunque aquí la desolación es un poco menos, hay verde, corre el agua y hay patos. Unos patos muy feos, los patos más feos que he visto en mi vida. En esta zona de la isla fue en la que desembarcó Jean de Bethencourt en 1404, estableciendo tierra adentro Betancuria. Los Molinos son unas cuantas casas blancas con las puertas y los bordes de las ventanas pintados de azul o de verde. Hay también una pequeña  playa protegida en la que el viento casi no sopla y un restaurante destartalado con terraza que da al mar y techumbre hecha de chinchorros que exhibe en grandes letras azules su maravilloso nombre: Las bohemias del amor. 

En Los Molinos las tres calles que lo atraviesan son de arena. Mientras las recorro, me imagino pasando aquí un verano. Dos meses de lectura, baños, escritura, cenas en la terraza de las bohemias y tiempo resbalando. Meses de ir en chanclas, bikini y, por las noches, ponerme una sudadera vieja y gastada que casi me llegue a las rodillas para poder arrebujarme en ella. 

Pienso en Lucia Berlin, en sus temporadas en México y en cómo este Los Molinos se parece a los lugares que retrata en alguno de sus relatos. La playa, el mar, andar descalzo por la arena. Sigo pensando en ella mientras volvemos a la carretera y cruzamos la desolación. Esta zona de la isla es más roja, árida con un toque a desierto americano, a frontera. Hay menos rocas y más volcanes. «Estas colinas peladas parecen jorobas de camellos y en ellas se recorta el contorno de éstos. Es una tierra acamellada» me lee Juan de otra de las cartas que Unamuno escribió desde aquí.  Se ven algunas construcciones y recuerdo otro relato de Berlín, aquel en el que va a México a abortar y acaba en una hacienda en medio de la nada. 

Unamuno estuvo desterrado aquí cuatro meses. Menudo chasco me llevo al enterarme. Cuatro meses no es un destierro, es un veraneo largo. «Se parece a La Mancha» escribe en una de sus cartas. Ya quisiera La Mancha parecerse a Fuerteventura. No todas las lluvias son iguales ni tampoco las arideces lo son. La aridez de La Mancha te aplasta, la de Fuerteventura atrapa.

Juan ha cumplido hoy cuarenta y cinco años. 


martes, 24 de julio de 2018

Fuerteventura: la arena y las piedras.


Caminamos por las dunas. Lawrence de Arabia, Dune, los moradores de las arenas. Todas las referencias culturales que se nos ocurren y, una vez más, la historia de cuando mi madre, en el viaje de paso del ecuador en su carrera de Geológicas, viajó al Sáhara. Las noches heladoras, el té hirviendo, las risas al rodar por las dunas y los ataques de nervios cuando se dieron cuenta de que subir no era tan fácil. Vuelvo a contarles esa historia a las niñas. 

«En la zona occidental de Texas el cielo es más extenso que en otros sitios. Ni colinas, ni árboles en el horizonte. Los únicos accidentes son las gasolineras que se ven de vez en cuando, raras veces. No me entra en la cabeza cómo es posible que los colonos que se dirigían al oeste decidieran seguir avanzando frente a tanto vacío. El paisaje es inexistente, y el cielo lo ocupa todo» (El club de los mentirosos, Mary Karr) 

Leo a Mary Karr tumbada dentro de uno de los refugios de piedras que hemos encontrado vacío. Un corralito. Me pregunto quién o qué se dedica a montar estos círculos de piedras negras volcánicas para tratar de conseguir un abrigo frente al viento. Probablemente cuando la isla se enfade y nos eche a todos, estos abrigos quedarán en pie y se irán cubriendo poco a poco de arena. Quizás dentro de mil años alguien los descubra y se rompa la cabeza pensando para qué se utilizaban. Si Instagram y los archivos fotográficos digitales han sido también barridos por la arena dudo mucho que se le ocurra que esos abrigos se usaban para tomar el sol sin ser aguijoneado por finos granos de arena. Ese alguien podría sentirse como Charlton Heston en El Planeta de los Simios y de hecho esta parte de la costa se parece bastante a la playa dela película. 

Majanicho. Llamarlo pueblo es claramente demasiado ambicioso, incluso aldea lo sería. Majanicho no tiene más de veinte construcciones: pequeñas, blancas, con ventanas verdes o azules, desordenadas, con pinta de estar a punto de desaparecer, de ser engullidas por el mar, por la arena o por el salitre. ¿Quién decidió instalarse aquí? 

La carretera que nos lleva a casa es una recta que corta por la mitad una inmensa extensión de piedras negras y hostiles. La carretera parece el único lugar seguro, como en Un hombre lobo americano en Londres, si nos saliéramos de ella, estaríamos en peligro. Los volcanes dormidos nos atacarían. De vez en cuando vislumbramos muretes de piedras, construidos con las mismas rocas volcánicas que los abrigos de las playas, en medio de las laderas volcánicas o en mitad de la nada. ¿Qué delimitan? ¿Quién los construyó? ¿Para qué? Esta isla es un misterio. 

Llegamos a tiempo de ver la puesta de sol y recuerdo a Karr. ¿Qué llevó a alguien a quedarse a vivir en Fuerteventura? ¿Qué fue lo que le atrajo? ¿Por qué se quedó en esta desolación hostil que solo quiere borrarnos? 

domingo, 22 de julio de 2018

Fuerteventura: crónicas marcianas

Gente en un coche cantando. Una idea que de lo sencilla que es parece hasta estúpida pero funciona. Ayer terminamos el día viendo el Carpool Karaoke de Paul McCartney y tratando de explicarles a María y a Clara que McCartney es el Einstein de la música, una leyenda, que vivir en su misma época es una suerte, que es como si nos hubiera tocado vivir siendo contemporáneos de Leonardo, de Velázquez. Me emociona verle, escucharle. Les vuelvo a contar, otra vez, la misma historia. «Cuando los abuelos se casaron, la abuela le regaló al abuelo todos los discos de los Beatles» «¿Discos son vinilos?» pregunta Clara. A María le ha gustado Penny Lane. 

Sopla el viento al acostarnos y sopla durante toda la noche. Sopla al despertarnos pero durante el desayuno, en el porche rodeado de flores, estamos a gusto. ¿Cuántas grasas saturadas hay en las cookies sin gluten? ¿Cuánta sal? Clara parece Mayra Gomez Kemp intentando que con nuestras respuestas ganemos un apartamento. Por supuesto, no saben quién es Mayra. 

El año pasado, La Graciosa me pareció el salvaje oeste, agreste, inhóspito y desierto. Fuerteventura está aún más allá de esa sensación. Conduciendo por una pista de tierra con el mar rompiendo a nuestra derecha y a nuestra izquierda un pedregal volcánico, me sentía como Curiosity en Marte. Esta isla es Marte. Nunca habia estado en un lugar que fuera tan indiferente al ser humano. Fuerteventura parece vivir al margen del hombre, nos permite estar en sus bordes, en sus costas, pero borra cualquier huella de nuestro paso con un viento que sopla sin descanso, un viento de otro planeta. Marciano. Nunca habia sentido que todas las construcciones son temporales. Nada parece estar destinado a durar, todo parece frágil, transitorio, pasajero. Pasaran de estar a no ser. La isla lo borrará todo cuando lo desee o cuando se canse de nosotros.  Ella sola podría escribir sus propias Crónicas Marcianas.

Comemos a la sombra del Faro del Tostón. Siempre me imagino viviendo vidas imposibles en estaciones de tren abandonadas y en faros. Son lugares completamente opuestos pero me atrae. Las estaciones eran lugares para encontrarse, para conectar y los faros son la soledad absoluta. «Mamá, ¿antes había fareras?» Ni siquiera sé si existe la palabra farera y me resulta extraño que para mis hijas, los faros no sean algo conocido. Yo leí mil cuentos e historias con faros en ellas. 

Veo una señora leyendo un guión en la playa. Yo leo sobre Ryan Murhpy, creador de Glee y de American Horror History  y que acaba de firmar un millonario acuerdo con Netflix. Está considerado el nuevo super gurú de la televisión mundial. Tiene mucho talento televisivo pero es un completo cretino. Aún así, disfruto el artículo porque  Emily Nuusbaumn, autora del perfil, es una escritora maravillosa, capaz de retratar a alguien tan idiota como Murphy con agudeza, sentido del humor, criterio e interés. 

Poco a poco voy entrando en el modo vacacional. Fuerteventura me ha llenado el canalillo de arena.

sábado, 21 de julio de 2018

Fuerteventura: la llegada.

Suena Our last summer todo el día en mi cabeza. No puedo dejar de tararearle desde que a la seis y media suena el despertador. No me gusta madrugar ni siquiera para irme de vacaciones. Me levanto y me siento como deben de sentirse los móviles cuando les queda un cincuenta por ciento de batería, con miedo a no ser capaz de llegar al final del día. En la cola del embarque jugamos a inventarnos la vida de los demás pasajeros, a dónde van los que esperan cola en los mostradores de facturación, ¿van o vienen? Pasa una típica familia, la madre, el padre y los dos hijos. Los chavales son de él seguro. Esos tres pares de vigorosas cejas aseguran un vínculo genético más que cualquier prueba de ADN. ¿Imaginará algo la gente sobre nosotros? Seguro que aplicarán el principio de la navaja de Ockham: la explicación más sencilla es la más probable y no saben que se equivocan. Quizás sea porque hemos convertido la respuesta más sencilla, un hombre y una mujer que son amigos, en algo difícil de creer y la respuesta más compleja, ser una pareja, en la más creíble y aceptada por la sociedad. 

7B, 19E, 23B, 27E. Los golfos aparadores de Ryanair nos han sentado como si estuvieran jugando a Hundir la flota con nosotros. Durante el vuelo terminó de leer Instrumental de James Rhodes y, después, leo sobre la adicción a los cigarrillos electrónicos entre los jóvenes adolescentes americanos. Es tal el vicio que de una marca de esos cigarrillos, Jul, ha derivado un verbo "julear" para denominar el hecho de usar esos cigarrillos electrónicos que proporcionan un chute de nicotina con diferentes sabores. Julear se considera algo de jóvenes, y alguien que use esos cigarrillos con veinticinco años se ve raro a pesar de que se crearon precisamente para eso, para que los fumadores ya adultos los usaran como alternativa al tabaco. 

El piloto deja caer el avión en la pista y ya estoy en Fuerteventura. Nunca había visto un paisaje así, parece otro mundo. Miramos en internet y cien mil personas viven en esta isla. Me parece muchísima gente. Vemos dos cabras. Comemos queso majorero y hacemos la compra. Recorremos una pista de arena entre antiguas coladas de lava y cuando paramos en mitad de la nada parecemos los protagonistas de uno de esos anuncios de ¿te gusta conducir? cuando llegan al fin del mundo y están solos. 

Terminamos el día contemplando la puesta de sol desde una playa desierta en la que un tal LIAM debió pasar horas acarreando piedras negras para escribir su nombre en la arena. Les cuento a las niñas la historia del rayo verde. Me pregunto si mi yo de  doce años se habrá emocionado al darse cuenta de que recuerdo aquel volumen de Novelas ilustradas de Bruguera en el que leí por primera vez esa historia de Verne. ¿Y si escribo 500 palabras por cada día de este viaje? Puede que lo haga. O no.

viernes, 20 de julio de 2018

Alquila una familia

Un hombre de mediana edad, pasados los cincuenta, llega a casa después de trabajar todo el día. Entra en casa, las luces están encendidas, se escuchan ruidos en la cocina,  la puerta del dormitorio de su hija está cerrada pero se escucha música al otro lado. Entra, deja las llaves, se quita la chaqueta y saluda a su mujer y a su hija: ¡Ya estoy en casa!

Una mujer divorciada ve como su hija de veinte años comenta con su padre sus estudios en la universidad y los planes que tienen para el verano. 

Una gran boda, con cientos de invitados, convite. La novia está emocionada, sus padres mucho más, no pueden creer que su hija por fin se case. 

Todo esto sucede en Japón ahora. Pero ni la mujer ni la hija, ni el padre divorciado, ni los cientos de invitados, ni el cura ni el novio... son reales. Son actores. 

Estas tres historias y otras más o menos parecidas las he leído en un artículo en el New Yorker y estoy alucinada. En Japón existe toda una industria especializada en proporcionar los servicios de personas, actores que se hacen pasar por quién tú quieras: tu mujer y tu hija cuando llegas a casa, el padre ausente de tu hija, el novio, el cura y cientos de invitados para que tus padres crean que te casas o un jefe enfadado que va a otra empresa a disculparse en tu nombre porque tú la has cagado con ese cliente. 

De todas las historias del artículo la más alucinante es la de Reiko. Hace más de diez años se enamoró, se casó, se quedó embarazada y pronto su matrimonio se convirtió en un infierno y poco después de dar a luz, se divorció. Él desapareció para siempre. Reiko se dedicó entonces a criar a su hija que se convirtió en una niña triste y solitaria que, a pesar de que Reiko se lo explicara, creía que su padre se había ido por su culpa. Hace nueve años, cuando su hija tenía diez, desesperada, contacto con Family Romance, una empresa de "alquiler de seres queridos" para contratar un padre a tiempo parcial. Describió el padre que quería para su hija y explicó que fuera cual fuera la reacción de la niña, el padre falso debía mostrarse comprensivo. 

El padre alquilado llegó un día a casa, se presentó, y empezó a hablar con la niña, contándole que sentía mucho no haber estado con ella todo este tiempo. La niña al principio se mostró recelosa pero poco a poco se abrió y acabaron cenando todos juntos. La niña empezó a estar mejor, más calmada, más activa, más feliz y Reiko empezó a alquilar al padre postizo un par de veces al mes para jornadas de entre seis y ocho horas. Después empezó a alquilarlo con meses de antelación para reuniones de padres en el colegio, cumpleaños e incluso viajes a Disneyland. Para explicar porque la niña, Mana, no podía ir a pasar días con él, le explicaron que él tenía otra familia porque se había vuelto a casar. 

Mana tiene ahora veinte años y nadie le ha dicho la verdad. Cree que ese señor alquilado, ese hombre que lleva diez años viniendo a su casa y comportándose como su padre es su padre. Reiko no tiene pensado contarle la verdad. 

¿Cómo no se lo va a decir? Pero, por otro lado, ¿Qué pasará si se lo dice, si se entera? 

Llevo días dándole vueltas a todo esto. El hombre que se alquila una mujer y una hija para que finjan ser su mujer muerta y la hija que se enfadó y se marchó de casa, me parece terriblemente triste pero puedo llegar a entenderlo como que para él es un servicio. Está solo, no quiere sentirse así y llegar a casa y jugar a las familias le consuela. Bien. Vale. Me parece una cumbre de tristeza difícilmente igualable pero vale. (Por si alguien está pensando cosas raras, la mujer y la hija son actrices, cobran por hacer un papel. Las normas son estrictas en esas empresas: no hay más contacto físico que darse la mano y las actrices jamás van a casa de los hombres. En este caso sí van porque son dos). 

Puedo entender también que tus padres sean extremadamente plastas, crean que ya tienes edad de casarte y sentar la cabeza y tú te metas en una espiral de trolas que en un principio son intrascendentes pero que te acaben llevando a contratar los servicios de estas empresas para fingir una boda completa en la que solo tú y tus padres seáis "de verdad". (Creo que te saldría más rentable decirles a tus padres la verdad pero oye, las trolas a los padres cada uno las gestiona como quiere).

Entiendo por supuestísimo que estés harto de que te sienten en la mesa de solteros en las bodas o que en todos sitios te pregunten si tienes pareja y decidas alquilarte un novio o una novia de pega para que te dejen en paz. 

Y, desde luego, estoy muy a favor de alquilarte una madre complaciente y animosa para ir de compras en vez de ir con tu propia madre campeona mundial de hundirte la autoestima. 

Lo que me chirría de la historia de Reiko es que no tiene buena solución. Reiko tiene toda la pinta de, como dicen los americanos, haber desarrollado ciertos sentimientos hacia el padre falso. Se ha metido tanto en la trola que, de verdad, cree que cuando no está con ellas, está con otra familia viviendo esa vida imaginaria que finge tener con ellas. No quiere saber o no quiere pensar que el padre falso cuando no está con ellas está trabajando de amante falso, cura falso, novio falso o padre falso de otra niña. Ahí ya le veo problema. Pero ¿y Mana? Ella vive una mentira enorme, vive el show de Truman, mientras su madre y su padre falso saben la verdad. Su padre falso la quiere, la mima, habla con ella se preocupa...o eso cree ella. En realidad, el padre falso finge hacer todo eso porque es un actor pero los sentimientos que su actuación provoca en Mana son reales. Ella le quiere, se preocupa, se sincera con él de verdad. ¿Cómo le vas a contar que lo que siente desde hace diez años es mentira? ¿Dónde la deja eso? ¿Cómo de imbécil va a sentirse? 

En el artículo, el periodista pregunta al falso padre si cree que deberían contarle la verdad a Mana y cómo cree que se lo tomará. Él quiere contárselo y opina con un optimismo pelín naif a mi entender, que Mana lo entenderá porque pensará que su madre la quiere tanto que ha estado pagando a alguien para hacer de su padre durante todos estos años, que es un sacrificio que ha hecho por ella. Sinceramente no lo veo... creo que Mana se va a cabrear infinito pero creo que deberían decírselo. ¿Qué pasa si se casa, tiene nietos que también desarrollan amor hacia un falso abuelo? 

Toda esta historia tan loca y tan alucinante me llevó a pensar en lo diferentes que son los japoneses y en si este tipo de negocio tendría futuro en España. ¿Qué sentido tiene alquilarte una falsa familia? ¿Para qué vas a fingir que tienes una familia maravillosa que te quiere y a la que tú quieres? Y aquí, en este punto del hilo de pensamiento, me di cuenta de que aquí, a mi alrededor, conozco a mucha gente que finge ser una familia feliz, una familia de amor, una familia ejemplar... cuando en realidad ni se aguantan, ni se quieren, ni se respetan. Los japoneses alquilan familias falsas y nosotros, aquí, muchas veces nos obligamos a fingir que somos familias felices. 

Pobre Mana.


martes, 17 de julio de 2018

El verano suena a...


Las campanas de la iglesia tocan las siete y media. Me gustaría ser capaz de transmitir en palabras la cadencia que marca las y media que es diferente de las en punto, del toque a muerto y de la llamada a misa. Es una sabiduría adquirida hace más de treinta años que a mis hijas y a mis sobrinos les fascina: ¿cómo sabes qué dicen las campanas? No recuerdo escucharlas cuando yo tenía seis o siete años y pasábamos los veranos en casa de mis abuelos, en La Rosaleda. Quizás allí no se escuchen. Los Molinos tiene un término municipal pequeño, el más pequeño de este valle. Las malas lenguas dicen que en una mítica reunión para decidir los términos municipales de los pueblos de la zona, los representantes molineros aparecieron en un estado de intoxicación alcohólica incompatible con el correcto desempeño de su tarea como próceres municipales y Los Molinos acabó teniendo un término municipal "recogido y acogedor". Sea por esta razón o por la configuración del valle, hay sonidos muy presentes en unas zonas que son imperceptibles en otras.  

¿A qué sonaba La Rosaleda en verano? No recuerdo las campanas, no las necesitaba para marcar las horas porque tenía otra serie de sonidos que marcaban mi día. La Rosaleda sonaba a vasos duralex, al chirrido de la puerta verde de la bodega que me daba miedo abrir porque en su interior vivían (y viven) las arañas más enormes a este lado del Atlántico. Sonaba a la goma de la nevera antigua en la que guardábamos los botellines de mi abuelo para que estuvieran congelados, sonaba a ruedines de bici dando vueltas al jardín, a los goznes de la gran puerta verde del jardín y al roce de la puerta de la cocina al chocar con las baldosas del suelo. La Rosaleda y su rutina sonaba al crujir de las páginas del Ya de mi abuelo, y a las cartas sobre el tapete verde durante las partidas de canasta que mi abuela organizaba casi cada tarde. Los veranos de La Rosaleda sonaban al silencio desesperante de la hora de la siesta, el silencio que nos obligaban a mantener y que parecía ralentizar el paso del tiempo, hacer que las horas duraran ciento veinte minutos. 

Acaban de dar las ocho. Esta casa suena distinto. El verano aquí suena a cortacésped, a vecinos con cero gusto musical, a aspersores a las siete y media de la mañana y a las doce de la noche. Suena a cortinas al viento y al chirrido del columpio de echar la siesta. Esta casa suena a pinocha en el suelo y al crujido que hacen las piñas en las ramas, un par de segundos antes de desgajarse del árbol y desplomarse sobre tu cabeza si no andas atento. Suena a niños corriendo y a perros ladrando. Suena al timbre ridículo al que solo llaman los desconocidos y al balón de fútbol pateado hora tras hora. Suena también a carreras y a escalones. A chapuzones. Por las noches, en julio suena a los campamentos de verano que se celebran en la ladera de la montaña y, por las tardes, al hombre que practica con la dulzaina. Suena también a burros rebuznando y a cabras. A veces, a caballos al paso. 

Las campanas tocan las ocho y media. 

Escucho a los pájaros. No recuerdo escucharlos cuando tenía seis o siete años pero  como cada tarde, sé y siento que es exactamente igual que cuando tenía seis años. Lo llevo dentro.  Los pájaros son mi magdalena. 


viernes, 13 de julio de 2018

Feminismo, ira y risa.

«Deberíamos permitirnos la risa como respuesta a algunas de las actitudes machistas que son, sencillamente estúpidas. Lo bueno de la risa es que en un noventa y nueve por ciento de los casos  es una muestra de poder. Reírte de ellos no solo convierte su comportamiento en lo que es, risible sino que además te pone por encima e ellos» Mary Beard. 

«Sí, la risa y la furia...con algunas otras» Chimamanda Ngozi Adichie. 

Mary y Chimamanda hablan relajadamente sobre machismo, discriminación, comentan las veces que se han sentido menos por ser mujer o por ser negra en el caso de la escritora nigeriana. Lo hacen en un tono relajado, inteligente, con humor. Creen que para cambiar la situación de la mujer, para llegar a la igualdad real hay que cambiar los esquemas mentales de mucha gente, hombres y mujeres, y eso llevará tiempo y se necesitan a todos, hombres y mujeres, en ese empeño por cambiar las estructuras sociales y las ideas. A nadie le gusta cambiar sus ideas, porque todos creemos que las nuestras son las buenas, las fetén, pensar en que otras puedan ser mejores y aceptarlo, lleva tiempo. 

«Tengo ira y creo que tengo todo el derecho a sentirla pero a lo que no tengo derecho es a propagar la ira. No. Porque la ira, tanto como la risa, puede conectar a un grupo de desconocidos como nada más puede. Pero la ira, aunque se acompañe de risas, no puede liberar tensiones. Porque la ira es tensión, una tensión tóxica y contagiosa. Y no tiene otro propósito que propagar odio ciego y no quiero hacer eso porque me tomo mi libertad de expresión como una responsabilidad y el hecho de poder tomar la posición de víctima no hace que mi ira sea constructiva. Nunca es constructiva. La risa no es nuestra medicina. La cura está en las historias. La risa solo es la miel que endulza la amarga medicina» 

Este párrafo brutal es del monólogo Nanette de la cómica australiana Hannah Gadsby. Gadsby es lesbiana y creció en Tasmania dónde la homosexualidad fue delito ¡hasta1997! Sufrió discriminación, fue violada por dos hombres y con diecisiete años recibió una paliza de un tío que pensó que estaba ligando con su novia sin que nadie intercediera para pararlo. En este monólogo magistral, con un guión prodigioso. que tiene al espectador a su merced cuenta toda su historia mientras va dejando caer reflexiones que te sacuden como un buen bofetón. Da igual qué seas o quién seas, la bofetada te la vas a llevar.

La ira, la risa, las historias. Mary, Chimamanda, Hannah, tres mujeres cada una con sus circunstancias, cada una en una punta del mundo. Las tres inteligentes, las tres enfadadas y las tres pensando que la solución al machismo, al rancio pensamiento de los hombres son mejores porque «siempre ha sido así»,  no es el «todos los hombres son malos o violadores o unos cabrones». La solución a larguísimo plazo es escuchar las historias que no hemos oído., que no nos han dejado contar. Chimamanda se hizo (aún) más famosa con su charla sobre Todos deberíamos ser feministas en el que contaba que lo importante, lo vital es que se escuchen las historias de las mujeres, de los que no hemos oído. Mary Beard da conferencias sobre la manera en que la mujer ha estado siempre callada, oculta, muda. Analiza el modo en que a lo largo de la historia hemos estado silenciadas. 

Creo que estamos viviendo un momento increíble, una especie de despertar colectivo hacia lo que las mujeres hemos hecho y hacemos. Y ese despertar no es solo de los hombres, no se trata de sacudirlos por las solapas y decirles «Eh, que estamos aquí, que hacemos cosas y podemos ser acojonantemente buenas o no». Nosotras también tenemos que verlo y, a la vez, con ese subidón de reconocimiento no deberíamos pasarnos de frenada y creernos seres de luz. Como también dice Gadbsy en su monólogo «Yo no creo que las mujeres sean mejores que los hombres. Creo que las mujeres son tan corrompibles por el poder como los hombres porque ellos no tienen el monopolio de la condición humana». Creo también, como dice Mary Beard, que debemos reírnos de muchas de las estupideces machistas porque lo son, son estupideces ridículas y no podemos encabronarnos por todo porque entonces el encabronamiento deja de tener sentido. La ira, como dice Gadbsy, no es la respuesta a todo porque jamás es constructiva. Ella con más derechos que casi nadie para sentirse muy cabreada e iracunda dice «No quiero que la ira defina mi historia». No podemos dejar que la ira y el griterío de odio hacia los hombres en general defina este momento de reconocimiento de las historias de las mujeres. Escuchemos las historias, disfrutemos de este increíble momento de reconocimiento entre las mujeres y por parte de la mayor parte de los hombres, enfurezcámonos cuando hace falta y, por último, usemos la risa. Para reírnos de las estupideces y, también, por favor, un poquito de nosotras mismas... que se nos está yendo la pinza con algunas tonterías.    

No sé si he conseguido explicarme pero no importa. Atended a Mary y Chimamanda y no dejéis de ver a Hannah. Escuchad sus historias y reíd con ellas.  



martes, 10 de julio de 2018

Agencia Matrimonial Nazareth

Agencia Matrimonial Nazareth. Creo haber leído mal. No puede ser. ¿Será un cartel de atrezzo para otra serie ambientada en los sesenta? El cartel parece en buen estado, robusto, está bien anclado a la pared y tiene todas las letras. Ninguna cuelga desprendida a punto de caerse encima de un peatón.  Ni siquiera está polvoriento o deslucido. «¿Te has fijado? En la ventana hay plantas vivas. Quizás sigue funcionando y alguien cuida esas plantas»

Nazareth. El nombre ya es todo un enigma. «Quizás la dueña se llame así» Justo cuando estoy a punto de preguntar si hay alguien que se llame así, recuerdo cuando la gente se llamaba África o América o Belén. No conozco a nadie de menos de veinte años con esos nombres, quizás ahora se consideren apropiación cultural. Los tiempos cambian. O no. Una agencia matrimonial todavía en activo. 

Pienso en las plantas de la ventana. Pienso en la dueña, Nazareth, y la imagino en parte como Ofelia, la secretaria de la T.I.A. y en parte como Christina Hendricks en Mad Men. Alguien con quien al encontrarte, tras llamar al timbre después de haber cerrado las puertas del estrecho ascensor, te sientas a gusto. Alguien que transmita la sensación de conocer el negocio y al mismo tiempo de no necesitar utilizarlo. Alguien que no te juzgue, al que no des pena, que no te mire como un bicho raro o como carnaza para psicópatas. Alguien que consigue que las plantas en el alfeizar de una ventana polvorienta en pleno centro de Madrid luzcan verdes y lustrosas. 

Cuando era pequeña una agencia matrimonial me parecía algo muy misterioso, muy extraño. ¿Quién acudiría a ellas? ¿Por qué? ¿Acaso no era mejor conocer gente "en persona"? Si acudías a una agencia o bien tú tenías algún problema o aquellos con los que la agencia te iba a emparejar tenían un problema, seguro que no eran de fiar. Exactamente lo mismo que opina mucha gente de las aplicaciones, portales y páginas para ligar, para encontrar pareja. «¿Por qué alguien como tú busca pareja en internet?» «¿Qué es alguien como yo? Eso es una estupidez. A todo el mundo puede apetecerle buscar pareja» «Bueno, vale, pero es que en esas páginas no hay más que psicópatas y chalados. ¿Cómo vas a fiarte?» Si estás  en una página de citas tiene que ser porque te pasa algo raro o solo vas a encontrar chalados. Sin contar el famoso argumento de ¿Cómo te has dejado poseer por el falso mito del amor romántico cuando lo importante es la realización personal y el saber estar solo? Ajá. Pues porque a lo mejor las pantallas de la realización personal y el saber estar solo ya te las has pasado hace tiempo y lo que te apetece ahora es encontrar a alguien para hacer cucharita, ver pelis, irte de viaje, reírte y follar.  Lo del amor romántico va por gustos, hay quien quiere creer en él hasta el infinito y más allá y hay quien lo ha desmenuzado, deconstruído y se ha hecho una versión a su medida con la que está a gusto. 

Vuelvo a pensar en la Agencia y pienso en sus clientes. Quizás son personas que no se fían de internet, ni de los algoritmos ni de las aplicaciones. No quieren que los espíen los rusos ni sus familias. No quieren que nadie les juzgue, ni que les cotilleen los mensajes. O, a lo mejor, son desencantados de las redes, de Tinder, Meetic y demás. Quieren que una persona, que Nazareth, les abrace, les acoja, les diga que todo saldrá bien y que cree que tiene la persona perfecta para él o ella. Y, probablemente, cómo me dijeron ayer, sea verdad. Dos personas que acuden a una Agencia Matrimonial ya tienen mucho en común, seguro que cualquer algoritmo les daría un 100 % de compatibilidad. 

Han vuelto el vinilo, las gafas cuadradas que no favorecen a nadie y los estampados en marrón y amarillo. ¿Por qué no iban a volver las Agencias Matrimoniales? 


viernes, 6 de julio de 2018

Bailar con los recuerdos

Juanito tenía el pelo blanco, las manos redondas, con dedos gordos y se movía por su tienda con un caminar extraño, bamboleante. Tenía una perra, pastor alemán, que creo recordar que se llamaba Laika o Lassie porque hubo un tiempo que todas las perras se llamaban Laika o Lassie y los hombres mayores se llamaban Juanito. Yo tenía siete, ocho años y me abuela me mandaba a comprar huevos, un par de pollos o jamón de york. A mí me parecía que Juanito tenía mil años pero debía tener cuarenta porque su mujer, Juanita, sigue viva. Jessica era una niña de mi curso, del A. En séptimo curso le diagnosticaron leucemia, recuerdo verla un día, el último, llevando una peluca como de las Virtudes, al pie de las escaleras de bajar al patio. Teresa y Eleuterio eran mis bisabuelos, recuerdo el día en que mi madre me dijo que él había muerto. No recuerdo nada del día que murió ella, solo que me daba mucho miedo, un miedo que me sigue dando cada vez que veo su foto de bodas en la galería de mi casa. Un amigo de mi abuelo, cuyo nombre no recuerdo, capaz de meterse en la piscina y tumbarse en el fondo y caminar por el suelo de la piscina durante, lo que a mí que debía tener siete años, me parecía un periodo de tiempo sin incompatible con la vida.  El padre de Juan se llamaba Juan y no se bañaba nunca en verano. Le encantaba que todos los niños estuviéramos en su casa, que correteáramos, que discutiéramos con él, nos echaba broncas, nos contaba historias. Recuerdo el día que entre varios conseguimos tirarle a la piscina vestido y lo enfadadísimo que salió con todo el pelo y la barba chorreando porque le habíamos mojado la cartera. Agapito era un conductor en mi empresa, tenía un tupé de pelo blanco del que estaba orgullosísimo, unos ojos azules casi transparentes y no se callaba ni debajo del agua. Estaba desayunando el día que escuché en la radio que había muerto James Gandolfini y todavía me sorprende tener ese recuerdo tan fijo, tan cristalino.  He olvidado el nombre del dueño de La favorita pero recuerdo su aspecto y como se movía a la velocidad del rayo abriendo y cerrando cajones y manejando un pincho con "manitas" con el que cogía las maravillas que guardaba en lo alto de su tienda que era como una cueva de los tesoros. Mariano, el portero de casa de mi madre que era clavado a Vicente del Bosque. Carmen y Pepe Perla, ella sonriendo siempre y oliendo a cosas ricas de comer, él con su chaqueta de punto completamente abotonada y siempre muy enfadado detrás de la barra del bar al que íbamos a pedirle un vaso de agua y un Kojack, «el agua en tu casa que allí también sale del grifo». 

Todos están muertos. 
No los he olvidado. 

En la película Coco (que si no habéis visto estáis tardando) los muertos mueren de verdad cuando nadie los recuerda, pero también hay investigaciones que dicen que la memoria nos engaña, nos hace creer que recordamos cosas cuando, en realidad, las hemos inventado. Yo no me he inventado a Juanito, a Mariano, a Jessica, a Carmen y Pepe, a Galdonfini, todos existieron pero quizás mis recuerdos no sean fiables, sean ficticios. ¿Importa eso? Ellos probablemente no pensaron jamás que yo los recordaría... pero hoy, con mis recuerdos verdaderos o falsos, les ha tocado salir a la realidad cuando menos se lo esperaban.  Quizás, cuando yo muera, un desconocido me recuerde por alguna tontería y sea yo, la que salga a bailar con el recuerdo de un extraño.  




miércoles, 4 de julio de 2018

La Ley Adolescente de la Perfecta Incompletitud (LAPI)

¿Cómo hace las cosas un adolescente? No las hace ni bien ni mal, ni rápido ni despacio, ni con interés ni con desinterés, ni triste ni entusiasmado. Los adolescentes hacen las cosas buscando la perfecta incompletitud y con el mínimo posible de iniciativa propia siguiendo la Ley Adolescente de la Perfecta Incompletitud (LAPI) cuyo principio fundamental es: hacer las cosas un poco. 

Pasemos a ilustrar esta ley con unos cuantos ejemplos clarificadores. 

«Recoged la ropa tendida» 

Los tiernos adolescentes proceden, entonces, a arrancar la colada de las cuerdas del tendedero sometiendo a las pinzas a un peligroso juego de vida o muerte en el que las más afortunadas consiguen aferrarse a la vida y permanecer cogidas de la cuerda y las más débiles se precipitan al vacío y mueren. Recoger las pinzas a la vez que la ropa es algo que ni se les ocurre. «¿Para qué? Así ya están ahí la próxima vez que tienda». Ni que decir tiene que esa próxima vez ocurrirá tras varios gritos autoritario o por una amenaza velada o por un astuto uso del chantaje emocional o apelación a su supuesta (y falsa) madurez y, en ella, se volverá a repetir todo el proceso. 

La ropa por tanto se destiende pero no se hace nada más. Si quieres que la doblen y la guarden, es necesario especificar con todo lujo de detalles esa información. «Quitad la ropa tendida, dobladla y guardadla» 

La higiene personal es el territorio perfecto para que la LAPI se muestre en todo su esplendor. Se lavan los dientes pero la pasta de dientes nunca se cierra, se peinan pero jamás se limpian los pelos del lavabo, se duchan pero los botes de champú/gel y demás jamás se cierran y, además, se acumulan los vacíos y los llenos en los bordes de la bañera y ducha hasta que te planteas si están intentando organizar partidas de bolos allí. Se secan pero las toallas jamás vuelven a su lugar de procedencia y la alfombrilla de baño se convierte en un felpudo. Una orgía de LAPI.

«Cerrad la puerta del baño y bajad la tapa del vater»

La LAPI impide que estos dos hechos ocurran en el mismo espacio tiempo. Hay que rendirse a las leyes de la física adolescente. 

«Se ha terminado el papel higiénico» 

El adolescente irá a  buscar un nuevo rollo de papel higiénico al lugar en el que sus progenitores lo guarden y que a él o ella, por las razones que sean, le parece inadecuado. Lo cogerá y lo llevará al baño. Jamás, jamás, jamás lo colocará en su sitio. No se ha avistado, por ahora, a ningún adolescente colocando el rollo. Se sospecha que colocarlo en su soporte te hace avanzar veinte casillas en el tablero de la madurez y te conviertes en adulto de golpe. 

«Hay que barrer»

El verbo barrer en adolescente significa que se pasa el cepillo con bastante desanimo por toda superficie que esté libre de obstáculos y cuando digo libre me refiero a que nunca se barre por debajo de nada, sea ese nada una mesa o un calcetín. Los objetos y muebles se rodean con el cepillo pero jamás se barre debajo de ellos. 

«Guardad la comida que ha sobrado»

La comida se guarda en las fuentes, por supuesto. La posibilidad de pasarla a un táper o recipiente adecuado ni se plantea. Las fuerzas de la LAPI impiden siquiera, plantear esa posibilidad. En caso de que la comida ya estuviera en un táper, nunca se cambia a uno más pequeño. Y, en el caso de que la comida se haya terminado en ese táper, si queda una sombra, una migaja, un leve rastro que permita afirmar que «todavía queda», el táper irá a la nevera con tal de no tener que fregarlo. (Acción ésta que, por supuesto, exigiría una formulación de la orden más elaborada: «Guardad la comida que ha sobrado y si no ha sobrado fregad el táper BIEN».

«Hay que quitar la mesa» 

Platos, vasos, cubiertos, alguna servilleta (nunca todas) y la jarra del agua desaparecerán. El mantel permanece siempre. Por alguna extraña razón, en la mente adolescente el mantel no forma parte del conjunto "mesa" y, por tanto siguiendo los principios de la LAPI, jamás se recoge. 

«Quitad la mesa y, por favor, recoged el mantel»

Al haber incluido el mantel en la frase, éste desaparecerá de la mesa pero será posible seguir su rastro hasta el cajón por el reguero de migas que habrán dejado al recogerlo. Eso sí, doblado no va a estar. 

—Quitad la mesa y, por favor, recoged el mantel sin tirar las migas al suelo y dobladlo.
—No sabemos doblar manteles.

La LAPI es infinita, no merece la pena ponerla a prueba. 

¡Ah! Y sí, es la culpa de que la botella de agua fría de la nevera siempre esté casi vacía es de la LAPI.    


lunes, 2 de julio de 2018

Lecturas encadenadas. Junio.


«Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado» (Wislawa Szymborska)


Se termina junio y al hacer el recuento de mis lecturas encadenadas descubro que los cuatro libros que he leído este mes están escritos por mujeres. Ni lo pensé mientras los escogía, ni mientras los leía y me ha hecho gracia darme cuenta ahora. Sinceramente, creo que así es como hay que leer eligiendo lo que te apetece, independientemente de quién lo haya escrito.

Con La mujer singular y la ciudad de Vivian Gornick, traducción de Raquel Vicedo y publicado por Sexto Piso,  empecé el mes. El pasado mes de mayo, asistí a una charla que Gornick dio en La Casa Encendida en Madrid. Yo estaba en primera fila y me fascinó ella, su presencia, su forma de hablar, su saber estar, su sentido del humor y su inteligencia. Con ochenta y tres años y después de todo un día de entrevistas y promoción, allí estaba, a las diez y media de la noche hablándonos de su infancia, sus sueños de juventud, sus pensamientos sobre el feminismo, sobre su trabajo. Hace justo un año, cayó en mis manos Apegos feroces, el libro que publicó hace más de treinta años  en el que narraba conversaciones con su madre y a la vez rememoraba su infancia, su juventud, sus relaciones. En la charla de La Casa Encendida contó que estaba sorprendidísima del éxito de su libro, treinta años después, en España y que lo había tenido que releer para recordarlo. «Es definitivamente, lo mejor que he escrito».

En La mujer singular y la ciudad, Gornick encadena recuerdos, anécdotas, encuentros con amigos o con completos desconocidos en Nueva York, en su ciudad, en su lugar en el mundo. Tal y como me ocurrió el año pasado, me he sentido muy identificada con muchas de las cosas que cuenta. Gornick habla, por ejemplo, de la amistad y de cómo cree ella que debe ser.

«La mejor versión de si mismo. Durante siglos, éste fue el concepto clave detrás de cualquier definición esencial de amistad: que un amigo es un ser virtuoso que le habla a la virtud que albergamos en nuestro interior. ¡Qué ajeno les resulta ese concepto a los hijos de la cultura terapéutica! Hoy no miramos para ver, y mucho menos, para coronar, la mejor versión de nosotros mismos en los demás. Al contrario, la franqueza con la que administras nuestras incapacidades emocionales– el miedo, la ira, la humillación– es lo que nos lleva a crear vínculos de amistad hoy en día. No hay nada que nos acerque más a los otros que el grado en que afrontamos abiertamente nuestra vergüenza más profunda, cuando estamos con ellos. Colleridge y Wordsworth temían exponerse de esa forma, nosotros lo adoramos. Lo que queremos es sentirnos conocidos, con nuestras virtudes y nuestros defectos; cuanto más defectos, mejor. La gran ilusión de nuestra cultura es que somos lo que confesamos ser».

Así es, ya no queremos ser con nuestros amigos lo mejor que podamos ser. Fingimos mostrarnos tal y como somos para que nos quieran así, pero en el fondo escondemos mucho más de lo que mostramos. Eso también se hacía antes, no hemos inventado la hipocresía, pero se daba por sabido, todo el mundo lo sabía. Ahora, jugamos a mostrarnos, a ser sinceros, enarbolamos la bandera de la franqueza para no tener que esforzarnos ni en ser nuestra mejor versión ni en ocultar. Por supuesto, existen amistades verdaderas, sinceras, amigos con los que nos abrimos en canal y que nos hacen mejores. 
«Hay dos tipos de amistades, aquellas en las que las personas se animan mutuamente y aquellos en las que las personas deben ser animadas para estar juntas. En la primera categoría, uno hace un hueco para verse, en la segunda busca un hueco en la agenda». 
Gornick pasea por la ciudad, va a restaurantes, sube a autobuses (en Madrid, pidió por favor, pasar un rato subiendo y bajando de autobuses urbanos para ver la ciudad) y mira, se fija y escucha conversaciones. Cuenta las anécdotas y, a partir, de esos encuentros con desconocidos va hilando distintos recuerdos y reflexiones. Me gusta mucho que cuando analiza sus relaciones con los hombres, sus amoríos, siempre lo hace de manera crítica pensando en qué salió mal, qué es lo que no funcionó y qué fue lo que hizo ella. No lo despacha con el manido «él era imbécil y yo estupenda» 
«La buena conversación no es una cuestión de compartir intereses, ideales o determinadas preocupaciones por la lucha de clases, sino una cuestión de temperamento: es lo que hace que alguien responda instintivamente con un apreciativo «Sé exactamente a que te refieres» en lugar de un combativo: «¿Qué quieres decir con eso?» Cuando se comparte el mismo temperamento, la conversación nunca pierde espontaneidad y frescura; cuando no, uno siempre tiene que andarse con pies de plomo»

El año pasado recomendé Apegos feroces y este año recomiendo este libro. Leed a Gornick. (Y lo tengo dedicado gracias a Bárbara Ayuso) 

Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, publicado por Random House,  fue una de las recomendaciones de los Tipos Infames en la Feria del Libro de Madrid y ha sido una gratísima sorpresa. Es un libro violento, árido, a la manera de Cormac McCarthy o de Erskine Caldwell. México desolado, polvoriento, pobre, seco, sin aire,  un espacio casi imaginario del que es imposible escapar, lleno de personajes que son violentos unos con otros y con ellos mismos. 

El estilo de Melchor es un torrente de párrafos sin pausa, sin puntos y aparte pero con un ritmo que atrapa, no puedes hacer otra cosa que seguir adelante, avanzar.  Línea tras línea, una sensación claustrofóbica te rodea. La historia está construida a través de los distintos personajes que van contando los mismos acontecimientos pero sin repetirse, unos y otros se complementan. Me he imaginado su estructura como un círculo vacío en el que cada personaje rellena su porción como si fuera el "quesito"  del Trivial, hasta que está completo. 

Como ya he dicho, el libro es extremadamente violento, está lleno de relaciones agresivas, tanto personales, de amistad como sexuales.  Mientras leía pensaba en cómo, quizás, si su autor fuera un hombre sería considerado por la censura moralizante que nos está invadiendo como «machista». Para ese batallón de gente que no distingue la ficción de la realidad, un hombre que escribiera este texto sería tachado de machista, odiados de mujeres y, probablemente, y no puedo creer que esté escribiendo esto, se animaría a boicotear su lectura. Me pregunto qué dirá el batallón censor sobre  la Fernanda Melchor. En cualquier caso es una novela fabulosa, sorprendente y que recomiendo muchísimo. No se parece a nada. 

El único momento bonito del libro es éste:
«Y Norma se acordaba bien; apenas habían pasado tres semanas desde aquel día en que Luismi se la llevó a su casa: tres semanas desde aquella primera noche que pasaron juntos, así en vela, contándose historias y toda clase de mentiras porque aún no se conocían bien y no sabían lo que era cierto de ellos y lo que no lo era...». 
Las confesiones del señor Harrison de Elizabeth Gaskell, traducido por Catalina Martínez Muñoz y publicado por Alba ha sido otra de las sorpresas del mes. Hace muchos años, más de los que llevo escribiendo este blog, leí un par de libros de Gaskell: Hijas y esposas y Cranford. No los recuerdo bien pero tras el placer que ha sido Las confesiones del señor Harrison los voy a colocar en la estantería de lecturas pendientes. Esta breve novela fue publicada por entregas, en un periódico, en 1851 y en el tomito de Alba se añade un ensayo también publicado en el periódico titulado La Inglaterra de la última generación en el que la autora disecciona con ingenio y sentido del humor las costumbres de una pequeña ciudad de provincias. 

El Señor Harrison cuenta en esta novela sus confesiones, lo que le ocurrió cuando se instaló en un pequeño pueblo como médico ayudante. Gaskell tiene un finísimo sentido del humor y manejando la ironía con una maestría increíble retrata la vida en esa pequeño pueblo, en el que todo son chismes y todas las relaciones están meticulosamente medidas por unas absurdas normas de educación que llevan, a veces, a situaciones ridículas. Gaskell consigue un equilibro perfecto entre el retrato y la comedia. Es más, leyendo este libro, sonriendo y soltando alguna que otra carcajada he pensado que es una novela perfecta para adaptar al cine teniendo a, por ejemplo, Colin Firth como uno de los protagonistas. 

«Tenía los ojos siempre abiertos para ver a Sophie. He acumulado un arsenal de guantes que compré por aquel entonces, con el pretexto de entrar en las tiendas donde la veía con su vestido negro. Compré kilos y kilos de arruruz, hasta que me harté de los eternos flanes que me preparaba la señora Rose. Le pregunté si no podría utilizarlo para hacer pan, pero creo que le parecía demasiado caro, así que empecé a comprar jabón, pensando que era un producto más prudente. Creo que el jabón mejora con el tiempo».

Recomendadísimo también. 

Para terminar el mes, una poetisa de nombre impronunciable, Wislawa Szymborska, escribiendo reseñas sobre libros en su Lecturas no obligatorias. Prosas (traducción de Manuel Bellmunt y publicado por Alfabia). Lo compré en Los editores en marzo. Este libro es una recopilación de de textos aparecidos en diversas publicaciones polacas entre 1968 y 2001. En cada uno de ellos, todos breves, Szymborska comenta un libro de reciente publicación y digo comenta porque ni los critica ni los reseña. Los libros, que casi podrían no existir, ser imaginarios, son una excusa para escribir sobre cualquier cosa. Szymborska tiene un grandísimo sentido del humor, es inteligente y maneja la ironía como Iñigo Mendoza la espada, con virtuosismo y dejando el mejor golpe para el final. Los libros comentados son de todo tipo: novelas, ensayos de historia, de antropología, de zoología, libros de autoayuda, de consejos para decorar una casa, para tener hábitos de belleza correctos, para aprender a no correr riesgos en la vida cotidiana. A todos se enfrenta de la misma manera, como meras excusas para reflexionar sobre cualquier cosa. Esto, el hecho de casi no hablar de los libros, no sé como sentaría a los editores de dichas obras o a los directores de las revistas que publicaban los artículos, pero para el lector de 2018 es una alegría porque, como ya he dicho, los libros podría no existir y daría lo mismo. Lo importante, lo valioso son los textos de Syzmborska y su libertad al escribir. Ella misma deja claro en su nota a la edición, sus intenciones. 
«Pronto me di cuenta de que no era capaz de escribir reseñas y que ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Que en realidad soy y quiero continuar siendo una lectora amateur sobre la cual no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación». 
Este párrafo sobre el amor a los libros tengo que copiarlo:
«El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre –y ningún otro pasatiempo puede ofrecerlo esto– de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante».

Uno de los libros que comenta es El alfabeto chino y de él, me quedo con esta reflexión llena de humor pero en la que Szymborska dispara a matar. Se publicó en 1969. 
«Es evidente que hay un signo que representa a la esposa, y otro, a la amante. «Esposa» es una mujer y una escoba; «amante», una mujer y una flauta. Desconozco la existencia de un signo que represente el ideal al que nos conducen todas las revistas europeas para mujeres: la fusión de la escoba y la flauta». 

Leed a Szymborska, no os arrepentiréis. Leedlas a todas, no os arrepentiréis. Os deslumbrarán. 

Y con esto, y sintiéndolo mucho por vuestros bolsillos, hasta los encandenados de julio.