jueves, 30 de septiembre de 2021

Oda a las zapatillas o el día que me maree en Primark

El otro día, uno cualquiera de esta semana, me mareé en Primark y me perdí en el metro. A Primark entré a por unas zapatillas de estar en casa. Las zapatillas de estar en casa son una prenda curiosa. Uno las compra casi por obligación o se las regalan por obligación o por falta de imaginación, las usa y, de repente, por sorpresa un buen día esa compañeras diarias se dan la vuelta, quedan del revés y dices «pero madre mía, si están roñosas. ¿Cómo puede ser si son prácticamente nuevas?» y echas cálculos y resulta que llevas usándolas cuatro años, que los Reyes Magos que te las regalaron fueron de antes de dejarte el pelo blanco o de cambiarte de casa. A algunos incluso las zapatillas les duran más que las relaciones. Y así pasa con todos los pares. Desprenderse de unas zapatillas de estar en casa cuesta, ellas están acostumbradas a ti y tus pies a ellas. Tus pies y tus zapatillas casi parecen tener imanes, atraerse, bailar. Por la mañana, antes incluso de que sepas quién eres, porqué te levantas y qué día es, tus pies solos, a oscuras, encuentran las zapatillas. Ahí están siempre para acompañarte al baño oa la cocina cuando tienes tu primer pensamiento del día: ¿por qué me tengo que levantar y cuándo me va a tocar la primitiva para dejar de trabajar? Tus zapatillas no se aburren de escucharte siempre lo mismo. Es una relación casi de amor. Las zapatillas no reprochan nada y  ellas y tus pies se encuentran por toda la casa, en el sofá, debajo de la mesa, debajo de la silla. Guardan tu sueño y tu insomnio.  Tus zapatillas de casa son tan tu que les cuesta separarse de tus pies. A veces, les cuesta tanto que bajas la basura con ellas puestas. Piensas ¿quién se va a dar cuenta? (Conviene en estos casos asegurarse de llevar también las llaves, las zapatillas de casa son frágiles y no sobreviven mucho en el asfalto) En fin, el caso es que esta relación preciosa salta por los aires el día que descubres que las zapatillas agonizan, la suela ha desparecido, la goma es inexistente y prácticamente vas andando sobre una ilusión. *

Esto me paso a mí el otro día, uno cualquiera de esta semana, (¿Cómo están tan mugrientas? Pues porque eché cuentas y tienen cuatro años y una pandemia) y decidí comprarme unas nuevas. Y entré en Primark porque oye, dicen que allí hay chollos y, sobre todo, las zapatillas de estar en casa es un item del hogar en el que IG todavía no ha fijado sus garras (hay atisbos pero poco, es un mercado poco interesante porque se establecen relaciones a largo plazo y no son un producto de temporada, ni una agenda, ni te ayuda a ordenar ni te eleva la autoestima ni hace que tu casa parezca un piso piloto) y por lo tanto cualquier par que te guste está bien. 

A lo que iba, entré en Primark y casi me muero. Era la segunda vez que iba y la primera, creo recordar, alguna de mis hijas me hizo de sherpa y me fue guiando. El otro día, insensata, entré sola con la seguridad que da saber que solo vas a por un par de zapatillas. La insensatez casi me mata. Esas escaleras imposibles que se cruzan y se descruzan, los neones, los alambres, la gente con pinta de saber a dónde va e ir con ganas (como los runners y los del crossfit), la música, la luz, las estanterías petadas y desordenadas. De repente sentí que tenía 3500 años, que me venía de un pasado remoto y me habían soltado en el futuro. A pesar de todo pensé: Ana, tu puedes. Y pude, un poco. Llegué a las zapatillas al borde de mis fuerzas, elegí unas y dije: Misión cumplida. Como dicen en el Everest, lo dificil no es subir, el peligro está en bajar. 

Resumiendo, me mareé. Atisbe la caja en mi carrera hacia la salida llena de gente feliz que obviamente controla el Everest/ Primark y supe que no aguantaría. Miré las zapatillas, 2,5 € de felpa suave. Miré la cola. Cogí aire. Tiré las zapatillas sin mirar atrás y salí corriendo. Escribo esto con mis zapatillas mugrientas de suela casi inexistente. He decidido que todavía aguantan, hemos decidido seguir juntas hasta que la muerte nos separe o un alma caritativa me regale unas nuevas. 

(Yo venía a escribir sobre perfumes, olores y muestras de perfumes pero es lo que tiene un blog, que hace lo que quiere) 


*La gente que tiene varios pares de zapatillas de estar en casa no es de fiar. Son como los del poliamor o el que te dice que quiere mucho a su pareja y a su amante, mentira. Es una relación tan pura que solo se puede mantener, de verdad, con un solo par. Si tienes varios pares en función de tu humor o de tu ropa (madre mía, me escandalizo solo de pensarlo) eres un frívolo. 

viernes, 24 de septiembre de 2021

Correr y escribir

Voy en metro. Voy en metro más que en toda mi vida, voy tanto en metro que, por fin, he conseguido aprenderme  ciertas rutas, ya casi no tengo que leer los paneles. Desayuno té y camino mucho, muchísimo. Tanto que todos los días me duelen los pies al llegar a casa, creo que todavía no están acostumbrados a este trajín y que, además, echan de menos la relación que tenían con el embrague, el acelerador y el freno. Muchas reuniones por zoom y presenciales. Mucho tiempo de mascarilla. Ya sabía que antes la usaba poco porque no lo necesitaba, estaba siempre trabajando sola o conduciendo sola pero ahora me doy cuenta además de lo que su uso provoca. No sabes qué cara tiene la gente en el metro, se habla menos porque no se escucha nada y mis orejas protestan. Subo y bajo escaleras. Muchísimas pero, por ahora, no las suficientes como para llegar arriba sin que me cueste. Llevo cascos en cuanto salgo a la calle igual que antes le daba al play según me metía en el coche. Conduciendo me concentraba por completo en lo que escuchaba. Por ahora, en el metro y caminando, esa concentración me cuesta más. Quizás sea porque me falta costumbre, porque todavía no he alcanzado el nivel de automatismo necesario para abstraerme del entorno. No sé si lo conseguiré algún día, me sigue sorprendiendo Madrid, estar en la ciudad entre semana. Casi me siento guiri.   He empezado a ver The Crown, llevo cuatro episodios y mi máxima preocupación es saber porqué eligieron para interpretar al Duque de Edimburgo al actor con los arcos superciliares más prominentes del mundo. Va con uniforme, con ropa maravillosa de los años cuarenta y yo solo pienso en que en una peli de neandertales haría un papelón. Veo un par de episodios de Sex Education, quiero esa casa y la ropa de Gillian y que me quede así.  Milagrosamente, no me duermo viendo la tele. Me he cortado el pelo como un quinqui de los 80, corto por delante y más largo por detrás. Es una etapa para dejarme el pelo largo sin parecer una divorciada de urbanización cerrada con piscina y paddle. Duermo siete horas del tirón sin drogas. Antes de eso leo cuatro o cinco páginas antes de desplomarme. Hago videoconferencias los domingos y en mi nevera de solterismo extremo hay jamón serrano, kiwis, yogur y tomates. Leo el New Yorker mientras desayuno, voy por el 9 de agosto. Compro siete libros en la Feria, dos en sendas presentaciones y uno para regalar. He conocido a Patrick Radden Keefe y me he enamorado de su voz. 

Estoy cansadísima, con ese cansancio extenuante que proporciona la excitación permanente, la novedad, el descubrimiento. Corro para acostumbrarme a mi nueva vida, para llegar al momento en que todo acabe encajando donde debe. No me da tiempo a escribir. Lo echo de menos. 

viernes, 17 de septiembre de 2021

Un beso, mamá


Al empezar me notaba anquilosada, oxidada. Sentía que estaba fingiendo. Me sentía pretenciosa y de una manera extraña como si estuviera tratando de recrear una versión de mi misma del pasado, de un pasado muy remoto. La primera vez que recuerdo escribir cartas fue cuando una niña de mi clase, que llegó porque a su padre lo habían destinado a Madrid, se volvió a Barcelona tras solo un año en el colegio. Se llamaba Belén y nos habíamos caído muy bien, todo lo bien que te puedes caer con once años, y empezamos a escribirnos. Aquella correspondencia duró años, nunca más volvimos a vernos. En la adolescencia, pasaba los fines de semana en Los Molinos con mis amigos, todo el día juntos, todas las horas eran pocas para hacer cosas y para contarnos todo aquello de lo que necesitábamos hablar. Teníamos tantísimas cosas que decirnos que entre semana, el mismo domingo cuando llegábamos a Madrid, nos poníamos a escribirnos unos a otros. Eran cartas kilométricas, escritas durante varios días, con bolígrafos de distintos colores y llenas de dibujos, caricaturas, flores, arco iris y cualquier otra cosa (Las mías eran más sobrias porque yo no sé dibujar ni siquiera dibujar mal). Nos contábamos todo lo que nos ocurría, las broncas con nuestros padres, las broncas con nuestros hermanos, todas las aventuras del colegio, y las recibíamos como si transmitieran mensajes importantísimos para la humanidad. Para nosotros, desde luego, eran oro puro. Durante muchos años, firmé aquellas cartas como Enrique Rucocó. Después de aquello, me escribí cartas con mis amigos de Irlanda durante muchos años y ocasionalmente alguna más y muchas notas de amor y humor cuando empecé a salir con El Ingeniero. Luego llegó internet y las cartas terminaron. 

«Voy a escribirte una carta cada domingo contándote lo que pasa aquí. Sé que podría escribirte un mail pero sé que no lo leerías. Verías los tres o cuatro párrafos y pensarías: qué brasas es mi madre. A lo mejor no lees las cartas pero dentro de diez, quince o veinte años, los mails estarán olvidados y las cartas las tendrás». 

Esto le dije a Clara en el aeropuerto. Pensé que lo difícil sería cumplir el compromiso, encontrar historias para contarle, acercarme a correos cada lunes a enviarla. No. Pasado ese primer momento de «se me ha olvidado como hacer esto», todo empezó a fluir, a engrasarse de nuevo y, ahora, después de tres cartas enviada y la cuarta ya pensada en mi cabeza, me he dado cuenta de que lo más difícil, lo más raro, es llegar al final y firmar Mamá. 

«Mamá». Qué raro es, no me acostumbro, era más fácil ser Enrique Rucoco. ¿Mamá? ¿Yo soy mamá?,   A lo mejor en la carta número cuarenta consigo acostumbrarme. Como dicen los americanos: Fake it till you make it. 

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Vidas sincronizadas

Dicen que cuando las mujeres viven juntas se les sincronizan las reglas. No lo sé, no me importa. A mis hijas y a mí nos ha ocurrido algo mucho más chulo:  se nos han sincronizado las vidas en este mes de septiembre y, aunque suene raro y místico, esto ha provocado que este año, este mes, sea de verdad un nuevo comienzo. Un fresh start que dicen los americanos. 

Clara ha empezado su aventura americana, yo un trabajo nuevo y María acaba de entrar en la Universidad. Las tres a la vez, en menos de tres semanas, hemos dejado atrás las vidas que teníamos y hemos empezado unas nuevas que no sabemos a dónde nos van a llevar. Si, cuando yo sea vieja y ellas sean adultas, miramos atrás y buscamos un momento en el que nuestras vidas cambiaron por completo señalaremos este momento, septiembre de 2021. 

Que Clara se vaya, que María empiece la Universidad y yo me cambie de trabajo no son acontecimientos sorprendentes (mi cambio de trabajo sí, más que nada porque ya había perdido la esperanza) pero lo que es sorprendente es que todo haya coincidido y sea ahora. Para mucha gente septiembre siempre ha significado el comienzo del año, del curso, más que enero. Para mí no. Para mí septiembre siempre era la vuelta a lo de siempre, la vuelta a Madrid, a las obligaciones, a convivir con la rutina laboral tan asentada en mí que me salía por inercia, aunque no diera pedales la vida seguía. Ahora, por sorpresa, todo es nuevo. Todo parece más limpio, más claro, más nítido, casi cruje como si lo estuviéramos desenvolviendo, quitándole el papel de regalo. Sé que en algún momento nos cansaremos de este juguete, que el cuaderno nuevo pasará a ser antiguo y lo novedoso se convertirá en rutina pero para eso quedan meses, muchos, y no quiero pensarlo ahora. 

Ahora solo quiero jugar con los juguetes nuevos y decir eso que decimos siempre: esta vez lo voy a cuidar, esta vez será diferente y creérmelo. Me lo estoy creyendo, nos lo estamos creyendo. 

Somos chicas con suerte.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Podcasts encadenados


Vuelven las rutinas, el trabajo presencial, los horarios establecidos, los paseos al trabajo, a recoger a los niños, el gimnasio, las limpiezas semanales y las horas de transporte público. Y en casi todos esos momentos se pueden escuchar podcasts (en el trabajo presencial no lo hagáis niños) y disfrutar de historias, información o diversión. O las tres cosas a la vez. 


Empiezo este pupurri de recomendaciones con algo que he escuchado esta mañana. Este episodio del Daily, How Texas banned almost all abortions es una buena manera de entender el ataque frontal a los derechos de las mujeres y el horror absoluto que se les viene encima en ese estado americano. Texas se ha sacado de la manga una ley para prohibir el aborto más allá de la sexta semana que es, en la práctica, prohibirlo por completo porque la mayoría de las mujeres ni siquiera saben que están embarazadas antes de la sexta semana. Para evitar que la ley fuera declarada anticonstitucional se han sacado de la manga un recurso legal muy torticero que, entre otras cosas, permite que cualquiera, cualquier ciudadano pueda acusar a otros de aborto o de complicidad para llevarlo a cabo. A cambio de esa denuncia se recibe una recompensa de diez mil dólares. Puedes acusar a la mujer, al médico, a las persona que la hayan acompañado, al chofer del Uber que la haya llevado, al farmacéutico que le de unas pastillas para el dolor, a todo el mundo. Es un todos contra las mujeres y sus derechos. Terrorífico. 


Terrorífico pero a otro nivel es Bad Blood: The Final Act.  Esta historia ya la conté por aquí. Elzabeth Holmes, una especie de Steve Jobs pero en femenino, se montó una estafa a nivel estratosférico organizando una empresa que iba a cambiar el mundo de la medicina al permitir hacer, en una sola máquina y con solo un par de gotas extraídas de la punta del dedo, doscientas pruebas diagnósticas. La máquina, para que os hagáis una idea, era del tamaño de una impresora de esas que todos tenemos en casa y funcionaba más o menos igual. De todo lo que se suponía que podía hacer, no hacía nada y lo que hacía estaba mal. A pesar de este desastre, Holmes con su uniforme de cuello negro, sus ojos saltones y su voz deliberadamente grave consiguió que señores, en teoría listísimos, invirtieran miles de millones dólares en su empresa. El fraude lo destapó en 2018 un periodista del Washington Journal, John Carreyrou. El 31 de agosto de 2021 empezó el juicio contra Elizabeth y en el podcast se cuenta de manera pormenorizada tanto el fraude, las mentiras y estratagemas de Holmes con su empresa Theranos como sus mentiras y  estratagemas ahora en el juicio. Es un podcast muy sobrio con Carreyrou contando los hechos de manera pormenorizada y periodística, intercalando testimonios de Holmes y su expareja y jefe en la empresa, Sunny Balwani,  exempleados de Holmes, especialistas en medicina, en salud, en finanzas. Lo recomiendo muchísimo porque es una historia increíble con todos los componentes de una buena historia de abogados americanos. Por ahora lleva tres episodios y supongo que seguirá hasta termine el  juicio. 

Para emocionaros y llorar traigo un par de cosas. En primer lugar Good Grief, un podcast chiquitín, de Lemonade Media. Tiene solo seis episodios de unos diez o doce minutos cada uno en los que una persona cuenta la muerte de alguien cercano y su duelo, como sobrelleva la ausencia, la pena, el vacío. Es un tema tratado una y mil veces pero aquí, al no haber host/introductor y ser simplemente la persona contándolo se consigue una intimidad, una sensación de cercanía que es muy emocionante. A mí Good Grief me ha parecido como cuando vas al tanatorio a acompañar a alguien muy cercano a ti que ha perdido a alguien y tu amigo te cuenta cómo ha sido la muerte, qué raro es todo, lo que piensa, lo que siente y tú sabes que no puedes decirle nada que le alivie pero que estando allí, escuchándole, estás haciendo lo correcto, lo que necesita. Así se siente esta escucha. En primer episodio cuenta su historia Jayson Greene que perdió a su hija de dos años, en el segundo Sabila cuenta la muerte de su padre durante el confinamiento, cada episodio es diferente. (Un desarrollo mayor de la historia de Jayson lo podéis encontrar en este episodio de Terrible, thanks for asking que ya he recomendado más veces)

En una de las primeras entregas de mis recomendaciones de podcasts hablé de The Open Ears Project uno de mis podcasts favoritos. Se publicó en 2019 y consistía en treinta episodios de menos de diez minutos en los que tras una breve introducción por parte de la música y presentadora Clemmie Burton-Hill, alguien presentaba una pieza de música clásica importante para esa persona por determinadas circunstancias. Unos hablaban de piezas que les hacían recordar a sus abuelos o una pieza que aprendieron en el colegio o la música que le gustaba a su pareja o que escucharon un día especial que se les quedó grabada. Después sonaba la pieza en cuestión. Las razones para esa preferencia eran tan personales y particulares como cada protagonista. Los había famosos como Alec Baldwin, Ian McEwan o Ester Perel y completos desconocidos: violinistas, policías, bomberos, profesoras de infantil. Es un podcast maravilloso al que he vuelto innumerables veces para compartir esas razones, escuchar esas piezas y dejarme acariciar por la voz de Burton-Hill que, como ya dije una vez, es una voz para taparte con ella y sentirte a salvo. En estos dos años me he preguntado muchas veces como no habían hecho otra temporada y ahora lo he descubierto casi por curiosidad. 

El otro día, le di al play a este episodio de Seriously... de la BBC (un fijo en esta sección) y me encontré con la explicación. El episodio se llama Planet Bach y trata de la cantidad de gente que hay en el mundo que, cada día, toca o escucha una pieza de Bach. El episodio está conducido por Clemmie Burton-Hill, por una nueva Burton-Hill que, con su nueva voz, emociona y hace llorar. Al comienzo del episodio cuenta que a finales de enero de 2019 tuvo un infarto cerebral masivo que le provocó muchas lesiones, luego vino el COVID y todo lo demás y ahora presenta este episodio haciendo un esfuerzo sobrehumano. Cualquiera que haya convivido con alguien que ha tenido un infarto cerebral que afecte a la zona del habla sabe cómo tras esa lesión el lenguaje pasa de ser algo automático a ser algo artesanal. El enfermo pasa de hablar sin pensar a convertirse en un artesano del lenguaje teniendo que pensar cada palabra y la manera de expresarla. Escuchar a Burton-Hill hablar de Bach haciendo ese esfuerzo y presentando a los distintos fans de Bach es emocionantísimo. No os lo perdáis. 

Más cosas monas. Blind Guy travels es un podcast de Radiotopia que solo da la mitad de lo que promete en el título. Matthew Shifrin es ciego y tiene veintipocos años. Antes de la pandemia tenía el plan de hacer un podcast en el que él viajara y contara como es experiencia para un ciego. Como ahora ya no se puede viajar, recondujo su podcast para hacer algo parecido pero distinto. Matthew no viaja pero nos cuenta como es ser ciego para cosas como: dar una charla TED y aprender el lenguaje corporal que no sabes ni lo que es y que para ti no tiene ningún sentido, jugar a Lego sin poder ver las instrucciones, utilizar las aplicaciones para ligar online, ir al cine o ser cantante profesional. Matthew lo cuenta muy bien y tiene historias personales muy interesantes: cuando era adolescente, junto con su cuidadora, desarrolló un método para traducir las instrucciones de los Lego a braille, montó una web y ha terminado trabajando con LEGO en esta iniciativa para hacer el juego de construcción más inclusivo. A mí me ha gustado especialmente el episodio sobre ir al cine, siempre le acompaña un amigo que le va contando lo que le ocurre en tiempo real (probó con varios antes de encontrar a alguien que pudiera hacerlo bien) y de ahí desarrolla la historia de cómo surgieron las audio descripciones para ciegos que se incluyen ahora en las películas. Como he dicho al principio en Blind guys travels, el ciego no viaja pero con su manera de contar las cosas, su vida, consigue que los que vemos viajemos a su vida y entendamos un poco como es ser ciego de nacimiento. 

En castellano he escuchado Contra Natura de VICE. Un podcast sobre el asesinato de dos líderes sindicales en Colombia en los años noventa. Ambos trabajaban en una mina de carbón propiedad de una empresa americana. Para sorpresa de nadie a estas alturas de la vida, la empresa americana tiene unos métodos digamos peculiares de trabajo y en su establecimiento en Colombia está involucrado lo mejorcito de cada casa. En esta serie hay sindicalistas, asesinatos, asesinos, abogados, políticos, mafiosos, toda la ristra de personajes de un buen thriller pero sin el final feliz. Son ocho episodios de cuarenta minutos que parecen más porque el host habla muy muy muy despacio.  En castellano he escuchado también, como ya comenté por aquí, Basta Chicos, la vida de Ricardo Fort. Es un podcast argentino coproducido por Spotify y Anfibia Estudios que cuenta la vida de Fort que fue una celebrity argentina, algo así como Pocholo en España. Era de una familia de muchísimo dinero, dueños de las fábricas de chocolates más importantes del país, era guapo, gay en secreto y su máxima ilusión en la vida era ser famoso a cualquier precio. Lo intentó en Miami como cantante, intentó ser actor y participó en un concurso de baile que le catapultó a la fama primero como concursante y luego como jurado. Una vida muy loca que terminó a los cuarenta y ocho años. Después de muerto se ha vuelto aún más famoso en memes y frases hechas. El podcast recorre su vida y a todos aquellos que le conocieron. No está mal pero es bastante repetitivo, le sobran dos episodios, y si no eres argentino la mayoría de las referencias te suenan muy muy lejanas. 

Para terminar voy a comentar dos series cortitas muy diferentes entre sí pero muy interesantes. La primera es Day X, una producción del New York Times, realizada por su corresponsal en Berlín, Katrin Bennhold. En esta serie se investiga la presencia de nazis declarados en las fuerzas armadas alemanas a raiz de la detención en un aeropuerto de un supuesto refugiado sirio al que se acusaba de esconder un arma en los lavabos. Franco A, el supuesto refugiado, es en realidad un soldado alemán miembro de una cédula neonazi del ejército. Después de esta detención, el New York Times profundiza en su historia y en lo que es la definición del podcast: ¿qué pasa cuando el enemigo está dentro? Es un podcast periodístico muy serio, sobre un tema muy complicado y que, a pesar de que Katrin no es precisamente una host amable, se sigue con interés y preocupación. Para mí, lo mejor del podcast es como han sabido mantener el equilibrio entre informar y no dar cancha a Franco A al que entrevistan en el podcast. Me gusta el encuentro entre periodista y nazi por como ella no le deja mantener las mentiras ni las afirmaciones racistas sin rebatírselas, incluso bajando su voz en el podcast para no dar publicidad a lo que dice. 

Mi última recomendación ya la comenté en uno de los experimentos de agosto pero quiero dejarla aquí para los despistados.  Escuchad Forever is a long time, un podcast maravilloso sobre el amor, el final del amor, el divorcio y la reflexión que hay que hacer sobre porqué algo no funcionó. Ian Coss, el host y protagonista, consigue algo muy complicado, que toda su familia le hable con una sinceridad, a ratos casi dolorosa, sobre el final del amor. El podcast no resulta cursi, ni almibarado, ni falsamente esperanzador ni es catastrófico ni cínico. Es casi un ensayo sobre la complejidad del amor y las relaciones de pareja. No os lo perdáis. 

Como siempre, os dejo aquí la lista actualizada con (casi) todos los podcasts recomendados. 


PS: Ximena Maier ha actualizado la imagen de estos posts. Ya luzco mi melena canosa. 

jueves, 2 de septiembre de 2021

Lecturas encadenadas. Agosto

En julio dije que iba a bajar mis expectativas y leer con calma y lo he cumplido a rajatabla. En agosto solo he leído dos libros. Confieso que estoy impresionada, dos libros en un mes. Es verdad que he conseguido ponerme casi al día con el New Yorker y que he escuchado muchos podcasts y escrito muchos posts en mi experimento de no esperar a inspirarme sino escribir lo primero que se me ocurriera. Estoy muy contenta con el experimento, he vuelto a escribir como si no me leyera nadie. 

Cuando me he dado cuenta de que solo he leído dos libros he pensado en no escribir esta entrada y dejarlos para el mes que viene pero mi vocación de bloguera de servicio público y dado que la semana que empieza la Feria del Libro y lo mismo alguien va a pasear y a comprar libros, me empuja a escribir esta entrada para, por lo menos, advertiros contra mi primera lectura del mes.

Compré Yo, mentira de Silvia Hidalgo porque alguien con criterio, no recuerdo quién, lo recomendó. «Una novela diferente» o algo así dijo. ¿Por qué caí con ese reclamo? No lo sé, supongo que respeto el criterio de ese alguien. Bien, si hay algo que Yo mentira no es es diferente. Es otra novela más sobre lo mismo, una narradora sin nombre, de cuarenta años, con un marido, El Escritor,  y un hijo, El Niño, al que dedica su tiempo. Se siente perdida, aburrida, harta de sus rutinas, se ve poco interesante y nadie le interesa. Se dedica a flotar en la vida llevada por la corriente. En su trabajo se aburre, se fija en un compañero de trabajo que misteriosamente también se fija en ella y tiene una aventura que acaba confesándole al marido. 

Quizás es que yo ya estoy harta de estas historias, a lo mejor he leído demasiadas o, a lo mejor, a pesar de que Silvia Higaldo escribe bien no me creí absolutamente nada de lo que  ocurre en esta novela, no me importaron los problemas de la protagonista, no me conmovió su sensibilidad ni me emocionó nada de lo que le ocurre o deja de ocurrir. Me aburrí. 

«Cuando volvemos a casa, todo huele a podrido. Se fue la luz o alguien la quitó. En todas las acusaciones anónimas ese alguien soy yo. Soy el alguien que dejó la leche fuera, que no abrigó lo suficiente al niño, que olvidó recoger la ropa seca cuando empezó a llover. No pasa nada, le puede pasar a cualquiera. Me he convertido en ese alguien y también en cualquiera. Pronto seré nadie».

Aburrimiento supremo. Si queréis un consejo bienintencionado, no lo compréis en la feria.

La novia liberada de Abraham B Yehoshúa es el tocho que leí el resto del mes. Lo compré en la Cuesta Moyano esta primavera porque soy muy aficionada a los autores judíos. Me atrae lo que cuentan, como lo cuentan. Me gustan los personajes, el ambiente, sus problemas, sus dramas, me gusta hasta sumergirme en ese paisaje árido de Israel que seguramente odiaría si visitara. Por todo eso compré esta novela que se lee como si te sumergieras en un río que discurre lento, lentísimo, casi sin agua. La novela transcurre durante nueve meses y tiene setecientas páginas. No pasa nada espectacular ni hay una trama absorbente. Asistimos a lo que le ocurre al protagonista, Yojanán Riblin, un profesor universitario de estudios árabes. Su vida discurre entre su casa nueva, a la que se acaba de mudar con su mujer jueza a la que adora, y sus clases en la universidad mientras se pregunta qué sentido tiene estudiar a los árabes y si alguna vez conseguirá entenderlos. La novia del título puede hacer referencia a dos novias que aparecen en la narración, una alumna árabe de Riblin y la exmujer de su hijo. Gracias al contacto con la alumna se le abre una puerta de entrada a vivir con los árabes, a conocerlos, a tratarlos en su vida cotidiana. Riblin se acerca a ellos casi como Alicia en El País de las maravillas, todo le sorprende a pesar de ser, en teoría, una autoridad en arabismo. Con la segunda, con su ex nuera, sufre porque desconoce el motivo por el que su hijo se divorció de ella después de solo un año de matrimonio. Es una inquietud que le persigue y que trata de desentrañar durante toda la novela. Estas dos relaciones articulan toda la historia que transcurre entre viajes, rutinas, conversaciones y una vida normal. 

Es una novela lenta, como he dicho antes, pero no por aburrida sino porque se desliza como la vida de cada uno, despacio, pausada con momentáneos remolinos de velocidad. Hay capas y capas dentro de ella. La preocupación por los hijos, por entenderlos cuando ya no te "pertenecen" y las dificultades para acercarte a ellos sería una de ellas. La relación de pareja cuando se lleva muchos años juntos sería otra, la investigación universitaria con sus miserias, sus aburrimientos y sus dudas sería otra. La relación entre árabes y judíos, entre musulmanes y cristianos sería otra, quizá la capa base sobre la que se asienta todo lo demás en Israel. Esta capa creo que para los europeos es difícil de entender porque es de un gris denso, llena de matices y profundidades que desde la comodidad de nuestro "o blanco o negro" es casi incomprensible. 

La novia liberada no es para todo el mundo ni mucho menos. A mí me ha gustado y he disfrutado su lectura pausada y sin prisas pero no corráis a comprarla. 

«Acoger de forma incondicional al ser amador es una actitud totalmente democrática, ya que del mismo modo que un país [...] no puede quitarle la nacionalidad a ningún ciudadano ya sea un espía o un traidor, un violador o un asesino, así también el amor principal soporta todos los problemas que le vengan porque aquel enamoramiento primero sigue dentro de él, pase lo que pase.»

Y ya está, nada más. 

Hasta los encadenados de septiembre.