El único bar abierto es del tipo de bar al que solo se entra por desesperación y confiando en que el mal presentimiento que te recorre se quede sólo en eso, en un presentimiento.
En una cristalera enorme, en la que se reflejan mientras intentan vislumbrar el interior, hay colocadas sobre un alfeizar plantas de plástico verde. En el país dónde todo el mundo parece tener el famoso pulgar verde y las flores inundan cualquier rincón, las plantas de plástico no son buena señal. Un par de mesas cutres y unas sillas casi tiradas de cualquier manera hacen de supuesta terraza al aire libre a medio metro del asfalto de la principal calle de este pueblo. No saben muy bien cómo han llegado a parar aquí.
Las palabras mágicas "Croque monsieur" y "Quiche Lorraine" están escritas en una pizarra apoyada también contra el cristal y medio tapada por los falsos ficus.
Entran con paso firme, apartando el desagradable presentimiento con manotazos imaginarios para no tropezar con él ahora que se ha convertido en una certeza siniestra. El bar es frío, desangelado. Es un bar sin ganas de ser bar; parece más el sótano de una de esas casas americanas que arreglan para pasar el invierno. Las mesas son de madera falsa y al fondo está la barra, en medio, en un sitio absurdo y sin sentido.
—¿Qué desean?
Una mujer de mediana edad con el pelo negrísimo y que responde completamente a la descripción de enjuta finge poner una cerveza mientras les escupe esas dos palabras. Parece ser la dueña o finge serlo.
—Queríamos comer algo - contestan sintiéndose como Hansel y Gretel. ¿Podemos comer un par de Quiche Lorrain y dos coca colas?
—Pierre, ya has oído - sin levantar la vista de la cerveza que continúa tirando, la falsa dueña le escupe la orden a un parroquiano acodado en la barra. Será un falso cocinero... como la dueña y las plantas.
El día está nublado pero se sientan fuera, en la terraza con vistas al cruce, para intentar evitar en lo posible el ambiente siniestro y hostil. No hay ni un alma en el pueblo. Se escucha el sonido de unos extraños farolillos chinos de color rojo que cuelgan entre las casas y que el viento balancea. También tienen pinta de ser falsos, todo es como un mal decorado.
No necesitan decírselo, es mejor no decir nada. Mientras no lo dices no es real pero los dos piensan en Crónicas Marcianas.
Empieza a llover justo cuando el falso cocinero les trae sus platos. Fingen que no importa pero la lluvia sí resulta ser real y tienen que dejar la terraza y refugiarse en el bar. La falsa dueña, el falso Pierre y una pareja que come algo en un rincón y que por supuesto parecen extras les miran fijamente sin decir una palabra.
Lo único que parece tener vida es la pantalla gigante de televisión. Están retransmitiendo unas carreras de carricoches o carretas. La presentadora que lleva un vestido de noche negro completamente fuera de lugar para esa retransmisión parece estar emocionadísima charlando con un par de hombres con traje azul y corbata que sonríen felices a la cámara mientras comentan la carrera en un segundo plano.
—Deja de mirarlo con esa cara... son carreras de trotones, ya te lo explicaré luego.- le susurra él a ella.
—¿Carreras de qué?
—Calla, no digas nada, que te conozco. Para esta gente es un tema serio.
Comen en silencio. Ella no da crédito a lo de los trotones: hombres canijos sentados con las piernas abiertas en unas carretas ridículas echando carreras. Parece un chiste. La presentadora sin embargo, se lo toma muy en serio. Está excitadísima, abre los ojos como platos y grita sin controlarse lo más mínimo. Uno de los hombres de traje azul es tan bajito que casi desaparece de plano cuando el realizador se centra en la carrera, solo su coronilla despeinada aparece por encima de los rápidos rótulos con nombres raros que pasan por debajo "Wish you where here", "Attaque parisienne", "Dubbisco", "A nice boy". ¿Ataque parisino? ¿Ojalá estuvieras aquí? Todo es raro, casi parece una falsa retransmisión.
La sensación de estar en otra planeta, en uno peligroso, se acentúa. Un parroquiano bajito, de aspecto antiguo, con enormes gafas de culo de vaso y el pelo negro brotándole de la cabeza como queriendo escapar de su piel pasa caminando a su lado con pasitos pequeños. No dice adiós, no se gira, solo camina cada vez más rápido hacia la puerta.
En la barra se produce un movimiento extraño. La falsa dueña levanta las cejas y al instante el falso cocinero sale corriendo hacia el parroquiano tratando de alcanzarle antes de que llegue a la puerta. En la mano lleva una gorra y lo intercepta justo en el umbral.
—Eh, ¿dónde vas? te dejas la gorra.
Cabizbajo el parroquiano ¿falso? vuelve hacia su puesto en la barra, con la gorra en la mano. Al pasar por su mesa pasa ven que tiene la cabeza recorrida por una cremallera. Los dos la han visto y se miran horrorizados.
—¿Pagamos y nos vamos?
—Ya estamos tardando.
A su espalda se ha sentado un hombre monstruoso, gigante, con el contorno de una mesa camilla y un extraño montón de pelo blanco en la cabeza que casi parece plumón. Lo más asombroso es que se ha sentado detrás de ellos sin que le vieran entrar, sin hacer ruido. ¿Cómo es posible que esa masa humana les haya pasado desapercibida? Los dos le miran y él les dedica una sonrisa fría antes de volver su mirada a los los trotones.
Piden la cuenta a la falsa dueña y salen casi corriendo tras tirar el dinero en la barra. Quieren dejar atrás el falso decorado, la falsa dueña, el falso Pierre, el hombre cremallera, al hombre monstruoso y la pareja de extras. Los farolillos chinos siguen chirriando cuando alcanzan la calle. Llueve ligeramente y sigue sin verse un alma.
Mientras caminan con prisa hacia su coche se atropellan hablando.
—¿Has pensado lo mismo que yo?
—Sí. Ahí pasaba algo raro.
—Apuesto a que son los únicos supervivientes de la bomba de neutrones que ha hecho desaparecer al resto de la gente de este pueblo.
—No, no. Son extraterrestres que han matado a todo el pueblo. Estos farolillos son la señal para futuras naves de que el pueblo es territorio seguro.
—¡Sí! y el de la cremallera en la cabeza es uno que tenía remordimientos y Hal 2000 le ha operado para hacerle una lobotomia.
—¡Sí! y no ha funcionado bien y ha intentado escapar.
—Casi lo logra mientras estaban distraídos con nosotros... pero le han pillado justo en la puerta.
—¿Y los trotones? ¿será un código de lenguaje especial?
—Son extraterrestres y se han enganchado con eso. No le des más vueltas.
—Extraterrestres y de Lorena.
—Exacto.
—Tienes que escribir esto.
Ella sabe que lo escribirá.