domingo, 30 de abril de 2023

Breve. Enzimas, plantas y Springsteen

«Esto es un exfoliante, primero físico y luego químico, con unas enzimas que eliminan las células muertas». «Ahora voy a usar este aparato que nos va ayudar a drenar y con una luz cálida te va a proporcionar luz en la cara, tú no vas a notar nada». No me creo ni una palabra de todo lo que me dice mientras me hace el tratamiento facial que me regalaron por mi cumple, pero es que me da igual. La magia de éste y cualquier otro es que tengo una hora en la que el tiempo se para, me tumbo y no tengo que hacer nada; puedo dormirme o puedo sencillamente cerrar los ojos y esperar a que mi mente, liberada, empiece a divagar. El otro día, mientras las enzimas hacían lo que fuera que hacen las enzimas, sonaba una playlist de covers de piano de canciones de Disney. Sonó La Sirenita e intenté pensar dónde vi por primera vez esa película. No me acordé, pero de ahí mi cerebro saltó a la primera vez que vi Aladdin. Fui al cine con un ligue amigo de mi primer novio, por entonces ex-novio, que después de esa cita y otra más me dejó porque «no quería interferir en lo que tenéis él y tú». Una excusa como otra cualquiera porque lo que «teníamos» eran unos cuernos en mi cabeza que no me dejaban pasar por las puertas. 


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Voy a la parada del autobús y de camino, en un edificio feo y anodino que llevo viendo dieciocho años, me llama la atención un balcón convertido en un vergel de flores y plantas. ¿Quién vive ahí? ¿Cuánto tiempo dedica a cuidar todo eso? Quiero subir a conocer a esa persona y pedirle consejo o ayuda. Cuando compramos nuestra casa heredamos una serie de plantas de la anterior inquilina. Mi edificio, también feo y anodino, tiene en cada planta unos descansillos enormes con suelo de terraza de piedrecitas, más propio de un bloque de apartamentos en la costa que de una casa en el centro de Madrid*. En cada descansillo, desde el primer piso hasta el octavo, hay plantas en cada puerta que cada propietario cuida como buenamente puede o sabe. Cuando nosotros compramos la casa, hace dieciocho años, heredamos las plantas de descansillo de la anterior inquilina.  Durante la reforma el portero de entonces bajó las plantas al patio, las cuidó y al terminar nos las devolvió. De esa herencia queda sola una y el resto son nuestras, adquisiciones a lo largo del tiempo. El otoño pasado, de algún lugar recóndito de mi interior, surgió la necesidad de arreglar esas plantas porque algunas estaban horribles**. Me llevé dos grandes macetas a Los Molinos, arranqué una de las plantas (que daba miedo), podé un helecho y las devolví al descansillo. En dos pequeños maceteros de cerámica que me habían regalado planté unos potos y, no lo recuerdo pero seguro que fue así, contemplé mi obra bastante satisfecha. Seis meses después las plantas renquean y no veo por su parte un resultado que agradezca mis desvelos y mi nuevo interés por el mundo vegetal. Quizá el vecino florido podría darme unos sabios consejos

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—¿Por qué dices que un podcast es malo si también has dicho que lo escucha mucha gente?
—Porque la calidad de un podcast o de un programa de televisión es algo que no se define por la cantidad de gente que lo consume. Si a mucha gente le gusta y lo consume será un éxito, pero eso no es sinónimo de calidad. 

El miércoles di una charla en el Liceo Francés a chavales de 15 años. El tema eran los podcasts, claro, y aunque me lo sé, era la primera vez que hablaba para un público joven y con el que, evidentemente, no comparto gustos. Fue bastante bien, preguntaron mucho. 


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Leo un artículo de Jill Lepore sobre el encanto de los catálogos para comprar semillas por correspondencia. Un tema del que no sabía nada porque ni siquiera sabía que existían. Por supuesto descubro cosas apasionantes y pienso que ojalá tuviera tiempo para interesarme por todo lo que me provoca curiosidad. Hace tres años, tras un viaje a Palencia a empaparnos de románico, me compré un libro que se llama Gente de la Edad Media, un ensayo sobre la vida cotidiana en el medievo. Todavía no lo he leído. Hace aún más años compré El ruido eterno, de Alex Ross, crítico musical de The New Yorker, sobre la vida de muchos grandes compositores de música clásica. Tampoco lo he leído aún. Ahora quiero saber sobre catálogos de semillas y plantar un semillero. No quiero ser experta en nada, aspiro sólo a tener un conocimiento superficial de todo lo que me provoca curiosidad. Aspiro a tener tiempo para ello


«¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose "Cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro"? Nunca tendremos más tiempo. Tenemos todo el tiempo que hay». "Cómo vivir con 24 horas al día", Alan Benet ****

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Sueño con un señor guapo que me sigue en Twitter. Al día siguiente cuando veo su avatar pasar por mi TL me da vergüenza, como si él lo supiera. 


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Estoy en Cicely de nuevo. En veinticinco años nunca había venido en el mes de mayo. Llegamos ayer a las once de la noche y después de abrir la casa nos fuimos al banco de la iglesia, al mirador. Al fondo del valle el rumor del río y el sonido de algunos coches llegando aún más tarde que nosotros. Las montañas recortadas por la luz de la media luna y un festival de sonidos animales. Pájaros que, por supuesto, no somos capaces de identificar y grillos y cigarras dándolo todo como si fuera una noche esplendorosa de verano. En silencio comimos chocolate con un toque de sal.


No hablamos. 

No hacía falta. 


Llevamos siendo amigos 40 años, no tenemos que hablar. Mi cerebro se puso a divagar, como con las enzimas asesinas de células, mientras mi vista recorría el valle. Pensé en Springsteen, en el concierto que estaba dando en Barcelona y en que probablemente haya sido el último que de en España. La primera vez que le vi tenía 15 años, salí del Vicente Calderón extasiada, entusiasmada y enamorada hasta las trancas de él. Me ha acompañado siempre. A veces se me olvida lo mucho que me gusta, lo bien que me sienta. 

Lo mismo que me pasa con Cicely. El fin de semana pasado pensé: «puf, que pereza subir». Ayer en el banco mi cabeza me dijo: «menos mal que hemos venido».


Escribo esto en pijama, descalza, tumbada en el sofá mientras veo las nubes llegar al valle. Es temporada baja. No hay nadie. 

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En pijama, salgo a saludar a Antonio cuando llega a cuidar su huerto y sus gallinas. 

— Hola, Antonio.

— ¿Ya has vuelto?

— Te dije que volvía este puente

— ¿Has venido con tu amor o con otro nuevo?

Esta confianza en mi capacidad para ligar me enternece. Aquí estoy bien. 



*Cualquier nuevo visitante que llega a mi casa se asombra por el descansillo, es algo bastante espectacular. 

**Me estoy acordando de cuando hace un par de años, mientras desayunábamos en los jardines de Villa Valentina en La Palma, mi hija Clara preguntó: «¿A qué edad te empiezan a interesar las plantas?». Entonces le dije que no sabía, ahora le podría decir que a los cuarenta y nueve y medio.

***Mis vecinos de descansillo tienen las plantas bastante lustrosas aunque el campeón es un vecino del cuarto cuyo vergel se ha expandido tanto que ya tiene colocadas macetas en las escaleras que suben al quinto. 

****este libro se publicó en 1910 y seguimos igual. 





domingo, 23 de abril de 2023

Breve. Estar en todas partes y no estar en ninguna

Veo turistas en la terraza del hotel al otro lado de la Gran Vía. Los contemplo como pájaros de mal agüero que traen malísimas noticias, las peores: el verano empieza en abril.

Últimamente cuando se me ocurre algo sobre lo que escribir siempre pienso: «eso es de persona mayor y te estás repitiendo». Y es así, pero ¿por qué me preocupa ahora? Cuando empecé a escribir lo hacía sobre cosas que me preocupaban como madre de familia con dos niñas pequeñas y me repetía muchísimo, pero no me importaba nada. Esta mañana mientras tendía la ropa antes de irme a trabajar (algo que comparto con mi yo de entonces) esta reflexión le ha hecho un placaje a lo que sea que me había inspirado y la idea ha huido despavorida. ¿Volverá? No lo sé. La cuestión es: ¿por qué no importaba entonces y ahora sí? Esta preocupación por repetirme choca con la comprobación de que con la edad todo te importa menos. Había oído hablar de este fenómeno, de la increíble cualidad de que todo te impacte menos, te importe menos y sus repercusiones se apaguen antes. Ahora mismo me sorprende lo poco que me cabreo o cómo, cuando lo hago, las llamas de ese cabreo que hace diez, ocho o tres años hubieran acabado con un bosque, se apagan enseguida porque pienso: «bah, ¿para qué?».

¿Por qué me preocupa repetirme? Es más, ¿a quién le importa?

Julia Dreyffus ha sacado un podcast. Otra famosa con podcast, la peste. Pero Julia me cae bien y la premisa del podcast me pareció interesante. Wiser than me se titula y la idea es entrevistar a mujeres mayores que ella (tiene 60). Como cualquier otro podcast con famoso que se precie y que pretenda tener algo de repercusión para el primer episodio han buscado una invitada con tirón, con mucho tirón, y la verdad es que lo han hecho bien: Jane Fonda. Las escuché charlar mientras cambiaba las sábanas de mi cama (por favor, grandes placeres de la vida: hacer bien la cama y acostarse con sábanas recién lavadas y planchadas) y apunté algunas cosas. Jane Fonda* contó que ahora no tiene pareja, que la última vez que estuvo desnuda delante de un hombre fue hace unos años y que ahora ya no se atrevería. Contó también que, a lo largo de su vida, cada vez que se ha encontrado pensando en cómo sería el funeral de su pareja se ha dado cuenta de que la relación se había terminado. En fin, Jane, yo te adoro, pero fantasear con ver a tu pareja muerta no me parece una señal sutil de que estás muy fuera de esa relación. Por supuesto ella ya tiene claro quién va a hablar en su funeral y la música que sonará; y su consolador favorito, obvio, es el conejo. Lo que subrayé en mis notas fue esta frase: «“No” is a complete sentence», una frase que ella escuchó decir a Anne Lamott. “Totalmente de acuerdo”, pensé; y luego recordé que hace unos años escribí sobre El No Absoluto y cómo hay que aprender a decir que «NO» sin añadir nada más.

«El NO absoluto es tu aliado, aprendes a usarlo sin vergüenza, sin disimulo. Lo blandes como una espada por encima de tu cabeza y con él asestas golpes a diestro y siniestro con la precisión del Pirata Roberts. La alegría y precisión con la que manejas el NO te salva de intercambios agotadores porque aprendes que ante un no disfrazado la gente no se rinde. “Pero, ¿por qué?”; “pero ¿le darás una vuelta?”, “pero a lo mejor sí, ¿no?”. Un NO rotundo lanzado en la conversación o escrito en un mail paraliza, aplasta, congela. ¿No vas a dar explicaciones?

NO».

«NO» es una frase completa. No le falta nada.

Tengo unas agujetas espantosas. Me pasa cada vez que estoy más de quince días sin hacer sentadillas. La pregunta que me hago a mí misma no es «¿por qué estás sin hacer sentadillas quince días?», sino «¿para qué haces sentadillas dos veces a la semana o tres?». La respuesta es que no lo sé. ¿Me encuentro mejor? ¿Burbujean las endorfinas en mi organismo cuando cada mañana termino la maldita tabla de ejercicios? No y no. ¿Por qué lo hago? No lo sé. O sí. No. Mira, da igual: tengo unas agujetas que dan vergüenza porque camino como Clarita, la de Heidi, cuando dio sus primeros pasos tras lanzar la silla por el precipicio.

Esta semana entré en Mango como si fuera rica y tuviera criterio. Paseé entre los percheros eligiendo vestidos largos: uno, dos, tres, cuatro y cinco. El lunes devolveré uno, dos, tres, cuatro y cinco y volveré a coger otros. No son para mí: son para mi hija. Le he cogido manía a la ropa, me parece una trampa. Esta semana, después de diez años, dos meses y ocho días, he tirado a la basura mi albornoz. Su vida útil y, sobre todo, digna se había terminado.

Decía Séneca a propósito de los viajes: «Estar en todas partes es estar en ningún sitio. La gente que pasa la vida viajando y visitando infinidad de lugares encuentra hospitalidad pero no verdadera amistad». No sé cuánto viajaría Séneca y además me da igual. Cuando esta semana leí esta cita pensé no en viajar mucho sino en estar cada día pendiente de mil quinientas cosas y no hacer ninguna bien. Cuando quiero escribir algo aquí busco el hueco en la semana y sigo el hilo de la idea que se me ha ocurrido entre la maraña de pensamientos que ocupan mi cabeza. Leo también por ahí que hay un dicho noruego que dice que lo más difícil de un viaje es salir por la puerta. Para mí lo más difícil son los días previos en los que pienso: «¿Para qué me he metido en esto?». Si lo aplico a la escritura, el principio tampoco es lo más difícil, lo peor es cuando se atraganta la escritura y no consigo sacar nada decente.

Hay semanas en que me cuesta la vida encontrar la idea y se me atraganta la escritura.

Ésta ha sido una de ellas.

A Carmen Pacheco le ha pasado lo mismo. A lo mejor han sido los turistas.


*Haceos un favor: entrad en Filmin y ved En el estanque dorado, una de las películas más bonitas de la historia y en la que Jane coincidió con Katharine Hepburn, que tenía entonces 1500 años y que le dijo, al conocerla, «no me gustas».

A propósito del podcast de J.K Rowling que recomendé hace poco, quiero dejar claro que yo no comparto las opiniones de Rowling. Para mi, los derechos de las mujeres trans no constituyen ninguna amenaza, ni sus derechos ni ellas, faltaría más. Una amable lectora me mandó este video de una de las mujeres que participa en el podcast y que se arrepiente de haberlo hecho. Es largo, dura casi dos horas, pero merece la pena porque da otra perspectiva con la que estoy muy de acuerdo. ¿Coincido al 100%? No, claro que no. Pero me ha hecho pensar más. Muy recomendable. 
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domingo, 16 de abril de 2023

De perros y espías

Hoy es un sábado rarísimo: estoy sola en nuestra casa de Los Molinos. Esta circunstancia se da, como mucho, una vez al año y llega de manera inesperada, por sorpresa. Tengo que estar atenta para aprovecharla. Para que ocurra, los planes de las otras siete personas que viven en esta casa tienen que coincidir en su imposibilidad para venir y, además, eso tiene que coincidir con mi disponibilidad para aprovechar la situación. No es fácil. Pasa poco. Lo disfruto muchísimo. 


Cuando he llegado esta mañana he sufrido lo que, entre nosotros, ya se conoce como el «susto Turbón». Nuestros queridos perros tienen ya la muy provecta edad de once años, lo que para unos mastines del Pirineo los convierte casi en centenarios, y no son ya los alocados jovenzuelos ávidos de aventuras y correrías. La perra, Tuca, está en mejor forma y sale corriendo a saludarte según te oye llegar. Turbón, su hermano, está bastante más cascado y sobre todo está completamente sordo, así que ya no sale a recibirte porque no sabe que has llegado. El susto Turbón consiste en que, cuando entras en casa, Tuca salta, corre y lloriquea de emoción porque has llegado pero Turbón no aparece. La excitación de la perra es tal que uno siempre piensa que no se la merece y que quizás esos llantos y esos saltos y ese cruzarse a tu paso sin dejarte avanzar sea porque a su hermano le ha pasado algo, porque, como llevamos un año temiendo, le ha llegado el momento. Empieza entonces una búsqueda alocada por el jardín, gritando a todo pulmón “Turbónnnnnnn” mientras piensas “por favor, por favor, por favor...que no me lo encuentre muerto”. Todos sabemos que está sordísimo y que lo que ocurre es que no nos ha oído pero todos tememos ser los que lo encontremos muerto. Hoy estaba al fondo del jardín, tumbado al solete roncando como un bendito a salvo de cualquier preocupación y cuando he llegado casi a su lado ha abierto los ojos, ha alzado las orejas y se ha levantado a saludarme con su paso de anciano contento. 


Con el alivio de saber que todavía no le ha llegado el momento los he sacado de paseo. Ya no damos largas caminatas porque, aunque salen con ganas, se cansan enseguida. Ya conté una vez que a Turbón, además, no se le saca de paseo: se le arrastra. Es agotador tirar de una masa de pelo de 55 kilos de peso que se para cada medio metro a olisquear lo que sea: hierba, flores, el pis que ha dejado su hermana, más hierba, más flores, una esquina, una roca, una zarza. Por el interés que sigue demostrando por esa búsqueda de la esencia perfecta suponemos que el olfato, al contrario que el oído, lo mantiene. Hoy hemos hecho la ruta de siempre y, también como siempre, los he soltado de sus correas para que exploraran su antojo. De repente me he sorprendido paseando detrás de ellos, con las correas colgadas de mi cuello y las manos enlazadas a la espalda. «Un momento. ¿Estoy paseando como si fuera un señor jubilado?» Me he visto desde fuera, me ha hecho gracia, he sacado el móvil y lo he apuntado para escribirlo aquí. «Las musas» lo llaman. 

My parents met at the Agency. They worked together for a few years in the 1970s. He left for an overseas assignment and she moved into a new position. They crossed paths again in the 1980s when they ran into each other at Headquarters. Seven children later, here I am!

Mientras vivo unas semanas de noticias de rupturas amorosas entre gente más o menos cercana, esta mañana me ha hecho muchísima gracia leer, mientras desayunaba en completo silencio, que la CIA tiene problemas para reclutar gente y que uno de los ganchos a los que ha recurrido ha sido crear una web que se llama Love at Langley (por si alguno ha vivido en una cueva sin televisión y nunca ha visto una peli de espías, Langley es el lugar donde está la sede de la CIA) en el que recogen historias de amor entre su personal. ME FASCINA LA IDEA. Primero de todo, yo creía (porque yo sí he visto millones de películas y series) que uno no se podía liar con alguien de su trabajo y menos si eres espía y, segundo, ¿cómo es de increíble la idea de usar el gancho “puedes encontrar al amor de tu vida” para atraer empleados? Es que cuanto más lo pienso más ganas de gritar tengo. Quiero comentar esto con todo el mundo porque yo en veinticinco años trabajando no he tenido ni un lío en el trabajo, ni uno. Ni siquiera un atisbo. No es que la tentación surgiera en algún momento y yo, llena de virtud o responsabilidad, la evitara. No, no. Jamás, en toda mi vida profesional, he tenido la más mínima oportunidad de tener un ligue, un amante, un flechazo en el trabajo. Y tampoco es que haya trabajado en ambientes en los que eso no se diera. El mundo de la comunicación es, digamos, bastante proclive a la promiscuidad, a los dramas amorosos, las infidelidades, el sexo en ascensores (transparentes y que solo subían dos plantas), en almacenes de cintas, en estudios de grabación. Hay matrimonios, divorcios, tríos en camerinos, etc. De todo he visto pero nunca he encontrado a nadie que me gustara, que me llamara la atención lo mínimo necesario para que me hiciera gracia. A lo mejor tenía que haber sido espía, quién sabe, para experimentar la emoción y la desdicha en el amor laboral. 


Entre las iniciativas que la CIA ha puesto en marcha para animar a la gente a ser espía, además de asegurarles “the love or their life”, hay más cosas. Han abierto un gimnasio en el que puedes hacer zumba, step, yoga, meditación; hay salas para relajarte, salas para hablar con un nutricionista; y hasta han contratado a un encargado de “wellness” en la oficina: una gilipollez como una casa y además muy innecesario porque todo el mundo sabe que para la gente sea feliz en su curro lo que necesita es tener un buen sueldo y salir pronto. Además de todo eso la CIA ha abierto un portal para reclutar trabajadores y claro, he entrado a cotillear. ¿Para qué? Pues porque a mi edad yo creía que había cosas que ya no podrían pasar en mi vida pero si, en el año 2023, la CIA no tenía gimnasio en sus instalaciones y ofrece historias de amor como gancho, quién sabe si, a lo mejor, les interesa tener entre sus filas a una mujer de 50 años en una posición “overseas” como dicen ellos, espiando lo que haya que espiar en España y con un perro sordo. 


Imagina que me cogen. 

Imagina que me hago espía.

Imagina que por fin tengo un rollo en el curro. 


Voy a ver si Turbón sigue respirando.



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jueves, 13 de abril de 2023

Podcasts encadenados: J. K. Rowling, familias y moda.


Advertencia: este post va a ser largo porque tengo mucho que comentar, recomendar y sobre lo que reflexionar en alto. 


Voy a empezar por lo último que he escuchado, lo que ha entretenido mi insomnio vacacional de Semana Santa. The Witch Trials of J.K Rowling es un podcast de siete episodios muy serio que reflexiona sobre el momento cultural y social que estamos viviendo en el que la libertad de expresión está poco a poco desapareciendo porque si lo que dices no coincide con lo que se supone que debes opinar sufres un juicio social a través de las redes, pero también en muchos medios tradicionales que se han sumado a eso y que puede acabar con tu reputación, tu trabajo, tus amistades y cualquier perspectiva de futuro. 


La host del podcast, Megan Phelps-Roper, se crio dentro de una comunidad religiosa ultraconservadora, del tipo de las que van a gritar a funerales de homesexuales que han muerto por SIDA con pancartas que dicen: «Dios odia a los maricones». La iglesia, de hecho, la había fundado su abuelo, que fue un reconocido luchador por los derechos civiles (aunque se ve que solo de algunos). Para los que creemos que la cultura y la educación te hacen más abierto de mente es un golpe de realidad brutal descubrir, en el último episodio, que Megan tiene 12 tíos maternos de los cuales 10 (además de su madre) son abogados. Todos son fanáticos religiosos. Megan, que ahora mismo tiene 35 años, dejó a los 25 la secta. El proceso de cómo lo hizo, cómo se replanteó toda su vida, todas sus creencias y todo aquello dentro de lo que había vivido es interesantísimo y lo cuenta en esta charla. A darse cuenta de que lo que ella pensaba y creía podía estar equivocado le ayudó ¡tachán, sorpresa! hablar con desconocidos en Twitter. Se dio cuenta de que muchas veces hacemos juicios rápidos y contundentes de otras personas sin habernos tomado ni la más mínima molestia en escucharles o conocerles. Que esto sea un incorregible fallo humano que venimos practicando desde hace milenios no quita para que ahora, con las redes sociales, ese fallo se haya convertido en algo bastante más trágico e importante que cuando decíamos «fulanito me cae mal». 


Megan Phelps-Roper, con la financiación de The Free Press (una empresa con tufillo conservador americano), ha realizado un podcast centrado en la cultura de la cancelación y el linchamiento en redes («quemar brujas») tratando de explicar el caso de J.K. Rowling y sus comentarios tránsfobos que provocaron una oleada de críticas y amenazas de todo tipo hacia ella y su familia. 


Voy a empezar explicando que yo no he leído ninguno de los libros de Harry Potter y la polémica por los tuits y opiniones de J.K Rowling la vi pasar por mi vida pero no le presté atención. Tampoco sabía nada de su vida más allá de que era pobre antes de publicar y ahora es inmensamente rica. Es decir, partía de cero al escuchar y he aprendido muchísimo a lo largo de los siete episodios. Para empezar, algo que no es que desconociera pero que a veces olvido: para entender lo que otro quiere decir hay que escuchar su argumentación completa; y eso jamás se consigue leyendo un tuit, un titular o un artículo en prensa. Por supuesto esto no es fácil. El juicio rápido y la opinión contundente son vicios complicados de erradicar porque dan mucha satisfacción y un subidón de superioridad moral al que es muy fácil hacerse adicto. J.K Rowling dijo cosas tránsfobas, sí. Pero ¿por qué las dijo? y, entre todas ellas, ¿puede tener cierta razón en algunas? Y, si la escuchas despacio atendiendo a sus explicaciones, ¿puedes entender por qué tiene esas opiniones? La respuesta a todo esto no debe de ser sí o no. Debe ser: «mmmmm, pues no lo sé, nunca lo había pensado así». 


En The Witch Trials of J.K Rowling hay mucho material para escuchar y pensar. A mí me ha cubierto horas de insomnio y horas de conversación sobre el tema sin llegar a ninguna conclusión y esa falta de concreción, ese decir en alto «no lo sé» ha sido muy satisfactorio. 


J.K. Rowling aparece en el podcast, por supuesto, contestando a todas las preguntas, explicando sus opiniones; y debo decir que, aunque no comparto muchas de ellas, he entendido sus motivos para tenerlas. 


Este podcast da para muchísimo (¿Qué tal usarlo para el club de podcast que estoy planeando?) pero dejo, además, este cuestionario que la host hace a J.K Rowling y que son las que ella se hace cuando quiere saber si está siendo razonable. Todos deberíamos hacérnoslas. 


  • ¿Eres capaz de dudar realmente de tus creencias o actúas con certeza absoluta creyendo que siempre tienes la razón?

  • ¿Eres capaz de verbalizar las pruebas que necesitarías ver para cambiar tu percepción o tu perspectiva es inamovible?

  • ¿Eres capaz de formular la perspectiva de tu oponente de forma que la reconozca?

  • ¿Estás atacando las ideas o estás atacando a las personas que tienen esas ideas?

  • ¿Estás dispuesto a cortar relaciones con personas que no están de acuerdo contigo, incluso si el desacuerdo es sobre algo pequeño?  

  • ¿Estás dispuesto a utilizar medios extraordinarios contra la gente que no está de acuerdo contigo y con eso me refiero a forzar a la gente a dejar sus trabajos, sus casas, amenazas violentas, linchamientos en redes, etc?


Si alguien ha llegado hasta aquí, gracias y prometo que todo lo que viene a continuación es más ligero. 


En español voy a recomendar Familia de Libro, de Ana Solanes.  Este podcast (que yo he editado) nos ha llevado muchísimos meses de trabajo. Como siempre comento, cuando uno es oyente no es capaz de pensar (y tampoco hace falta que lo haga) la cantidad de trabajo que un podcast narrativo de no ficción lleva detrás. Con Familia de Libro llevamos más de un año. Ana ha buscado seis historias de familias que no se parecen a ninguna y que, como ya todos sabemos, se parecen. Desde dentro nuestra familia nos parece algo anodino, rutinario en el mejor de los casos y terrible o quizá vergonzosa en otros. Nos cuesta interesarnos por nuestra familia y, al mismo tiempo, hay veces que preferimos no saber. ¿Quiénes fueron tus padres? ¿Y tus abuelos? ¿Por qué alguien dejó de hablarse con otro familiar? ¿Por qué una persona opta por un modelo de familia que a ti te chirría tanto? No quiero que penséis que estas preguntas se corresponden con las historias que Ana cuenta: en cada episodio hay una familia que encierra incógnitas, despechos, olvidos, reproches y felicidad, cariño, amor y muchos «así es la vida». Escuchad Familia de Libro, que os va gustar. 


Vamos a por algo más frívolo. A mi la ropa me interesa poquísimo pero todo lo que hace Avery Trufelman (hay que escuchar Articles of interest y Nice Try) me interesa. Hace unas semanas sacó un nuevo episodio dedicado a esa fantasía que creo todos hemos tenido alguna vez: no solo de tener un armario ordenado sino de tener un ordenador que nos conjunte la ropa y nos diga qué ponernos. Resulta que esta fantasía tiene su origen en una película que yo casi había olvidado, Clueless, y el maravilloso vestidor de su protagonista; y resulta que hay muchísima gente por ahí que ha intentando crear esa app que nos diga qué ponernos y nos ahorre tiempo mirando nuestra ropa con desesperación. He aprendido que la recreación de armarios y vestidores en las películas y series es algo que todos los directores de arte y escenógrafos odian con todas sus fuerzas porque significa muchísimo trabajo y muchísimo presupuesto. (Para sorpresa de nadie, un armario lleno de camisas colgadas del Alcampo no da igual en cámara que un armario lleno de camisas de marca). Pero lo más curioso es que, a pesar de que esas apps para ayudarte a vestirte ya existen, no acaban de despegar. ¿Por qué? Porque para que tengan sentido tienes que tener muchísima ropa, pero muchísima es cientos y cientos de prendas. Si os gusta el tema de la ropa, la moda y el estilismo, es tu episodio. 


Para terminar, tres cosas breves y más sincero agradecimiento a los que hayáis llegado hasta aquí:

  • What class are you? Uno de mis podcasts más favoritos es Rumble Strip, un podcast de los que yo llamo «de mujer orquesta» porque su host, Erica, lo hace todo. Es un proyecto muy pequeño, realizado en Vermont y centrado en ese estado. En este episodio Erica pregunta a sus paisanos: «¿De qué clase consideras que eres?» Y luego los deja hablar. ¿Qué tengo yo en común con un camionero de Vermont? Nada, pero volviendo a la idea de The Witch Trials of J.K Rowling, no hay como sentarse a escuchar a alguien para empezar a conocerlo. Me gusta muchísimo este podcast.
  • En Hoy en El País hemos sacado muchas cosas chulas (todo lo que hacemos lo es) pero hoy quiero dejar aquí Tu cerebro es oro ¿Qué harás con él cuando te mueras?, que se curro mi compañera Belén Remacha. Es un episodio que trata algo en lo que seguramente no has pensado y que, sin embargo, cuando escuches lo mismo te mueve a hacer algo. Eso ya nos ha pasado con algún oyente y nos ha hecho muchísima ilusión. 
  • Por favor, no dejéis de escuchar El País de los demonios. Cada episodio que sacan es mejor que el anterior. Y, si lo hacéis, fijaos en lo importante que es tener un testimonio que hable bien, que lo cuente con fluidez. 

En fin, si escucháis algo venid a contármelo. Como siempre, os dejo aquí una lista en Spotify a la que podéis suscribiros y en la que está todo lo que voy recomendando. 

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domingo, 9 de abril de 2023

Una semana más


Nos damos una semana de plazo y ya está. Yo no puedo más.


Tuve que girarme para ver quién estaba pronunciando esa frase que bien sabía no se refería a una reforma, ni a una discusión laboral ni siquiera de amistad o familiar. Era una frase de divorcio. Estaban sentados en un banco del parque, en el centro del pueblo, al caer la tarde, justo en ese intervalo entre el final de la siesta y el comienzo del “vamos a tomar algo” en el que la gente sale de casa por eso de no quedarse en ella. Me giré y casi vi la frase flotando entre ellos, como un bocadillo en un tebeo. Su significado llevaría, sin embargo, mucho tiempo entre ellos, metido en su cama, entre las sábanas, en sus «que tengas un buen día» y sus «¿qué tal hoy en el trabajo?», entre sus whatsapp de logística familiar, sus comidas en casa, con su hija, y sus planes de vacaciones. La niña corría por el parque, pegado al río, uno de los últimos lugares del pueblo en el que da el sol justo antes de esconderse detrás de las montañas. Fui rápida en el giro porque, a pesar de estar en medio del pueblo, era un momento de intimidad desbocada. Ella, morena, lloraba dándole la espalda a él. Él miraba al infinito como si la frase no fuera con él, como si le sorprendiera que ella se hubiera atrevido a poner palabras a la nube con la que él ya se había acostumbrado a vivir. ¿Por qué había tenido que darle volumen, presencia? ¿Por qué no la había dejado ahí, flotando, ignorándola, si ya se habían acostumbrado a vivir con ella? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en vacaciones? ¿Y si la ignoraba? 


«A la gente le horroriza el cáncer, tan invisible y silencioso, y la ruptura de algunas parejas que nunca se han mostrado hostilidad públicamente. Parecían muy felices, dicen, porque la idea de que la muerte pueda no dar ninguna señal de que se está acercando nos hace sospechar que ya está aquí». 
(Despojos, Rachel Cusk)


Hasta que no te divorcias no sabes cómo se hace. Nadie sabe cómo se hace o cómo se llega a él hasta que está atravesando ese momento. «Fulanito y Menganita se divorcian». A los demás, a los externos, casi siempre les sorprende lo repentino de la decisión, se creen que ha sido un arrebato, una decisión repentina tomada sin pensar. Cuando eres tú el que estás ahí te das cuenta de que a la decisión de divorciarse se llega después de recorrer meses o años de dudas, inseguridades y autoengaño. El que ha pasado por ahí sabe de qué hablo. «Cuando tengamos casa será mejor». «Cuando los niños sean mayores irá mejor». «Nos adaptaremos». Y así un millón de hitos temporales más que, cuando llegan, no arreglan ni cambian nada. Entonces, con la seguridad de que no hay mejora posible, uno empieza a pensar en el mejor momento para hablarlo y descubre pronto que no hay un mejor momento, que todos son malos y que todos dan muchísimo miedo. ¿Qué le pasó a la pareja del banco? Que el mejor momento ya no podía esperar más y se manifestó en un parque, en un pueblo de montaña, en medio de las vacaciones mientras el sol les daba en la cara y les permitía esconder las lágrimas bajo las gafas de sol. 


«Como he dicho antes, el paso decisivo es el que media entre no imaginar algo en absoluto y considerarlo imposible. Una vez que lo has considerado imposible, solo hay un corto trecho hasta que te parece posible, luego probable, luego seguro». 
(Vidas paralelas. Cinco matrimonios victorianos. Phyllis Rose)


Me fui a comprar quesos y pan y al volver hacia el coche volví a verlos. Ella ya no le daba la espalda, le consolaba mientras la hija se acercaba a ellos sin saber qué ocurría pero sintiendo que algo estaba ocurriendo. Se abrazaron. Explotar la nube provoca ese efecto. La tensión acumulada se convierte, por un tiempo, en un coletazo de cariño retrospectivo porque la visión del abismo que abre la frase «Nos damos una semana de plazo y ya está. Yo no puedo más», hace que el pasado compartido se convierta en un lugar seguro. En la cabaña se estaba incómodo pero salir al bosque oscuro y desconocido es terrorífico. 


MIentras se consolaban con más cariño del que, seguramente, se habían manifestado en los últimos tiempos pensé que, a lo mejor, esa noche, hacían el amor de consolación, un polvo de consuelo en los rescoldos de la culpa, la pena y la culpabilidad por no haber sabido o no haber podido seguir adelante. A lo mejor en el calor de esas cenizas decidieron darse una última oportunidad, alguna semana más. No lo sé, no tengo ni idea; todo esto lo pensé mientras me alejaba hacia el coche, llegaba a casa y continuaba leyendo Vidas paralelas, la historia de cinco matrimonios victorianos escrita por Phyllis Rose. Cada uno de ellos tiene un problema, solo alguno es feliz, pero todos (excepto el de John Rushkin, que se negó a consumar porque el cuerpo de su mujer no era como lo había imaginado) se parecen a los matrimonios de ahora con sus miserias, sus enormes expectativas y los problemas para encajar la realidad del día a día en el ideal en que querríamos vivir. 


Hasta que te divorcias no sabes cómo duele. Tras pasar por ello eres capaz de ver su rastro en cualquier otra pareja. 


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