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jueves, 9 de mayo de 2019

Me gustaría...

Me gustaría ser como Cenicienta y en las cenas de trabajo poder salir corriendo a las once y media para estar en la cama a las doce con mis tacones y mi falda convertidos en mi pijama. Me gustaría, alguna vez y para variar, acordarme de bajar la basura cuando digo «cuando baje a la calle, me llevo la basura» y no acordarme cuando estoy doblando la esquina de mi calle. Me gustaría que mi móvil me importara tanto como para tener los iconos ordenados. Me gustaría que, cuando muestro entusiasmo por algo o alguien, los demás no me miraran como si estuviera loca o no supieran que estoy diciendo. Y que me hicieran caso, claro. Me gustaría saber qué cortocircuito neuronal lleva a casi todos los hombres de mi curro a intentar encalomarme sus marrones laborales acompañados de la frase «Yo es que tengo muchísimo trabajo». No sé si me encabrona más que crean que yo no tengo nada que hacer o que, de verdad, crean que lo van a conseguir. Aunque puede que lo más me hostilice sea el hecho de que sé que la mayoría de ellos no hacen ni el huevo. Me gustaría que mi profesora de inglés no tuviera que recordarme nunca más que detrás de make va infinitivo y que la gente no se tomara las frases de cierre de un correo electrónico de manera literal o tendré que dejar de poner «Un abrazo». Me gustaría poder enviar un correo al gobierno de Estados Unidos y explicarles de manera didáctica y sencilla que ningún malvado del planeta va a ser tan estúpido como para responder que sí a la ristra de preguntas tontas que te hacen para sacarte el ESTA. Me gustaría decirles, de manera pausada y calmada, que todo ese trámite es una memez que no sirve para nada. Me gustaría acordarme de porqué en la adolescencia cuando tu madre te pide un beso, tú prefieres donarle un riñón antes que dar una muestra pública de cariño. Me gustaría que mi hija estuviera leyendo Mujercitas y no After. Y me gustaría no preferir eso en honor a mi yo adolescente que, a su edad, leyó la saga entera de Flores en el ático arrobada de emoción. Me gustaría tener una obra de arte en mi casa, un cuadro colorista y luminoso con una historia complicada detrás. Me gustaría tener pasta, tiempo y valor para solicitar una estancia en algún retiro de escritores en Estados Unidos y empezar allí, obligada por la presión de hacerlo bien, a escribir algo nuevo. Me gustaría que todo mi entorno escuchara el podcast Cold para poder comentarlo con alguien y dejar de ir en mi coche pensando «no me lo puedo creer» según avanzo en la historia. De hecho, me gustaría no pensar que me estoy obsesionado con ella. Me gustaría también que uno de mis podcasts de cabecera, el más antiguo de todos los que sigo, no se hubiera convertido en una tertulia de mal gusto, plagada de gente encantada de conocerse que pontifica sobre todo investidos por la autoridad divina que les da ser ellos mismos. Me gustaría que el último programa no me hubiera dado tanta vergüenza ajena como para pulsar «dejar de suscribirse». Me gustaría que no me diera tanta pereza ir al ginecólogo, hablar por teléfono y archivar correos electrónicos. Me gustaría saber cuántas manzanas más tengo que traer al curro para picar a mediodía para que empiecen a gustarme y dejen de parecerme un castigo. Me gustaría que comer roquefort fuera sano y redujera el colesterol. Y ya puestos que eliminara las arrugas y diera luminosidad a la piel. Me gustaría conocer a Guillaume Canet. Y ser capaz de decirle que es el típico tío que hace que me trague una peli horrible solo por el placer de contemplarle. Ahora que lo pienso me gustaría que Guillaume Canet fuera la obra de arte de mi casa. Aunque la historia complicada detrás me convirtiera en Kathy Bates.  


lunes, 29 de octubre de 2018

Me gustaría...

Me gustaría saber qué hay en la cabeza de la gente que deja su patinete o bici de alquiler en medio de la acera, obstaculizando el paso. Me gustaría asomarme a su cerebro y gritar: ¿Hay alguien ahí? ¿De verdad no se te ha ocurrido apoyar el patinete en la pared? ¿De verdad eres tan gañán como para no saber que la calle no es tuya? Me gustaría no creer que, en realidad, su cerebro sí le dice: «eh, chaval, apoya el patinete en aquella esquina que ahí no molesta» y que son ellos con toda su estupidez los que dicen: «bah, da igual, por mis huevos toreros lo dejo aquí».  Supongo que esta gente es la misma que aparca en segunda fila «cinco minutitos» y cuando estás a punto de llamar a la grúa salen diciendo «perdona, perdona». Me gustaría poder pedirme como superpoder que cada vez que decido hacer bricolaje en casa todo lo necesario apareciera mágicamente en el cajón de las herramientas. O puede que me gustara más que con un chasqueo de mis dedos un manitas ducho en el uso del taladro, los cuelga fácil y con una increíble capacidad para calcular a ojo las distancias apareciera en mi salón. Me gustaría no tener últimamente la sensación de que no tengo tiempo para nada, me gustaría haber seguido en mi limbo de no saber qué significaba la expresión «no tener tiempo». Me siento como si me pasara el día golpeando uno de esos juegos en los que sale la cabeza de la marmota y tienes que ir evitando que salga. Golpeo y golpeo y golpeo esperando que en algún momento dejen de saltar marrones, cabezas de marmota y pueda dejar el martillo y tirarme la bartola y no hay manera. Me gustaría que no me doliera el hombro y que una operación no hubiera empezado a parecerme un horizonte deseable. Me gustaría no despertarme, todas las noches, a las tres de la mañana  y que mis hijas no dijeran «no me renta».  Me gustaría no tener sueños tan vívidos con hombres a los que conozco solo de manera fugaz pero con los que tras esos sueños me da vergüenza hablar porque creo que notarán que he soñado con ellos. Me gustaría que María se dejara cepillar el pelo y que convencerlas para ver una película clásica no costara tanto. Me gustaría que pudieran verse dormir, cuando otra vez parecen pequeñas, indefensas, cuando se quitan el disfraz de adolescentes que lo saben todo y vuelven a ser solo ellas. Me gustaría que supieran que me da muchísima pena despertarlas por las mañanas, que cada día tengo la tentación de meterme en sus camas, abrazarlas y hacer pellas del trabajo y del colegio. Me gustaría que supieran que no solo las mantenemos compartiendo cuarto porque no saben ser ordenadas. Nos gusta que sigan durmiendo en su litera porque así, por lo menos mientras duermen, siguen siendo nuestras pequeñas princesas. 


jueves, 16 de agosto de 2018

Me gustaría...

Me gustaría saber qué se siente siendo «personal autorizado» cuando cruzas una de esas puertas por las que solo puede pasar «personal autorizado». Me gustaría saber quién era el hombre grabado en los pendientes de una de las señoras viejísimas que alquilaban casetas en la playa de Nazaré. Me gustaría saber porqué, en la era de internet, en la época de «escudriña hasta el último rincón del cajón de los cubiertos del apartamento que vas a alquilar», Portugal está lleno de mujeres viejísimas sentadas a la puerta de sus casas con carteles de "se alquilan habitaciones". Me gustaría saber si alguien para y les pregunta y si, cuando les llevan a sus casas, les hacen bacalao para cenar y les dan toallas bordadas.  Me gustaría llegar a ser una mujer viejísima pareciendo una mujer viejísima, que se me vieran todos los años que espero vivir. Me gustaría que a Cher se le vieran los años que ha vivido y que en Mamma Mía 2 no pareciera un paso de Semana Santa. Me gustaría tener días suficientes en el verano para poder ponerme toda la ropa de verano que tengo o, si lo de los días es imposible, superar el impulso que me empuja a ponerme, todos los días, la misma camiseta roñosa y los mismos pantalones cortos  cuando llego de trabajar. Me gustaría que mis perros, cuando me tumbo a leer,  además de darme lametones me dijeran «deja de preocuparte». Me gustaría no seguir siendo aquella niña de ocho años que se quejaba tanto de dolor de cabeza, todas las tardes, que hasta mi madre me llevó al médico por si me pasaba algo. No me pasaba nada, solo me preocupaba el colegio al día siguiente. Me gustaría no acojonarme cuando me despierto con ansiedad y trato de convencerme de que me estoy agobiando con antelación. Me gustaría que mi tintero con tinta verde hiedra no se hubiera abierto en mi estuche o que, por lo menos, se hubiera derramado entero y el estuche fuera ahora completamente verde hiedra. 

Me gustaría no haberme dado cuenta, anoche mientras me lavaba los dientes, de que ya nunca en la vida podré ser "staff writer" en el New Yorker. Me gustaría que ese pensamiento no me hubiera llevado a hacer una lista de todas las cosas que hice en su día y ya no puedo volver a hacer:  dar vueltas en bici alrededor de la pérgola de la casa de mis abuelos. Ir vestida igual que mis hermanos. Vestir a mis hijas iguales. Amamantar. Parir. Follar por primera vez. Sentirme al volante indefensa y en peligro y, a la vez, independiente y poderosa. Volver a probar el hígado. Llamar a alguien abuelo, abuela, papá. 

Me gustaría haber escrito algo divertido y frívolo. Algo tonto y sin mucho sentido. Algo atolondrado. Algo para reírse y pensar «es verano, todo es de colores y la vida mola muchísimo» pero no se me ocurre nada.   


miércoles, 20 de junio de 2018

Me gustaría...

Me gustaría que no se notara tanto que realmente no sé mucho de nada. O saber mucho de algo. Ojalá supiera de qué. Me gustaría saber si los demás también creen que no saben mucho de nada y todos fingimos que no nos damos cuenta. Me gustaría que dejara de dolerme el brazo y que en el comedor de mi curro hubiera más fruta que naranjas. Me gustaría acordarme de las pelis que quiero ver cuando decido que quiero ver una película. Me gustaría ser capaz de medir el tiempo; no anticiparme a las preocupaciones y llegar pronto a las citas. Me gustaría que los fabricantes de patatas fritas no hubieran descubierto el secreto para que cuando te compras una bolsa de patatas fritas tengas, obligatoriamente, que terminártela a pesar de haberla comprado con el pensamiento de solo zamparte la mitad y guardar el resto para otro día. Me gustaría no descubrirme haciendo cosas que hacia mi madre y que a mí me sacaban de quicio. Me gustaría que la mantequilla fuera más fácil de untar y que los panes de molde en vez de venir clasificados por con corteza o sin corteza, con semillas o sin semillas, tuvieran un indicativo que dijera «soy bueno, resisto que me untes con mantequilla sin desintegrarme». Me gustaría recordar cada mañana que las ganas de hacerme bicho bola se me pasarán y que el día pasará como tiene que pasar hasta que llegue la noche. Me gustaría no sorprenderme pensando «qué mayor soy» al verme en fotos  de hace unos años y «qué monas eran» al ver a mis hijas en esas mismas fotos. Me gustaría que cuando firmo un correo con «un cordial saludo» cargado de bilis y odio profesional, el destinatario sintiera al leerlo un ligero malestar, un mareo, una breve náusea aterradora y escalofriante de origen desconocido que le sumiera en una zozobra angustiosa durante unos breves minutos, digamos veinte. O treinta. Me gustaría que me gustara hablar por teléfono. Me gustaría ser capaz de mantenerme firme en mi propósito de acompañar a mi hija María en su afición futbolera y no descubrirme pensando en cambiar los libros de sitio y renovar las fotos de los marcos mientras ella me dice «Mamá, así no me acompañas».  Me gustaría poder pedirme un mes sin sueldo y enfrentarme así a un largo verano de tedio, de aburrimiento, de horas sin nada que hacer, llenas de rutinas intrascendentes e inconscientes que ralentizaran el paso del tiempo, como cuando era pequeña y cada día hacia lo mismo y parecía que todos mis días serían siempre así, vividos sin pensarlos. 



miércoles, 17 de enero de 2018

Me gustaría...

Me gustaría que los días no hubieran empezado ya a alargarse y no sentir que he desaprovechado las noches eternas del invierno. Me gustaría sacudir la cabeza como hago para secarme el pelo y librarme de las gotas de nostalgia que últimamente parecen estar cubriéndome. Nostalgia de antes, de hace años, de mi infancia, de antes de ayer, del último de verano y del invierno que no aprovecho. Me gustaría dejar de imaginarme en medio de un camino mirando hacia atrás  y pensando «pues no estuvo tan mal» y mirando hacia delante y temiendo no llegar a lo que hay más allá. Me gustaría verme soñar desde fuera, sentarme en el borde mi cama y ver mis sueños crearse en un enorme bocadillo de dibujos animados por encima de mi cabeza. Me gustaría disfrutar de ellos ahora que no me torturan y que, de verdad, existiera un barrendero de sueños. Un hombre vestido como los tenderos franceses de los años 30, con gabán y gorra y azules, que barre los sueños cuando nos levantamos y nos vamos de nuestras cabezas. Me gustaría que esa idea del barrendero de sueños se me hubiera ocurrido a mí.  Me gustaría saber exactamente qué ponerme cada día y no dejar ropa "para otro día más especial" como si tuviera fiestas, cocktailes o mil citas importantes en mi vida.  Me gustaría saber ponerme un pañuelo de seda rojo que alguien me regaló y que ese alguien me explicara en qué estaba pensando al regalármelo. Me gustaría explicar a los creativos de las cuñas de radio que «desde 995 €» no es ninguna ganga y que no soy capaz de imaginarme un «Mercedes con cuatro años de garantía». De hecho, no sé porqué alguien podría ilusionarse imaginando eso. Me gustaría que me interesaran los coches un poco, o por lo menos ser capaz de distinguir el mío entre varios coches azules. Me gustaría saber porqué, a veces cuando escribo a mano, el trazo de una s o de una e me recuerda a mi padre. Y me gustaría que mi letra se pareciera a la suya. Me gustaría ser capaz de recordar el nombre de los vinos que me gustan y olvidar el del vino que bebí la vez que fui gilipollas. Me gustaría atreverme a llevar las uñas pintadas y sentirme un poco mujer fatal. Y me gustaría acordarme, la próxima vez que necesite calcetines, de comprarme también unas medias de rejilla. Me gustaría no sentir miedo al pensar en la publicación de mi libro y me gustaría también no pensar que sentir miedo es lo correcto. Me gustaría que Madrid fuera un pueblo y poder vivir en otro sitio. Y me gustaría tener uno de esos pisos señoriales de la calle Alcalá que tienen El Retiro a sus pies. Me gustaría que los hombres no contestaran «pues tampoco es para tanto, es bajito» cuando les hablo de la belleza de otros hombres. Me gustaría conocer a Neil Gaiman y a Guillermo Altares. Me gustaría decirle a Carlos Alsina que puede hacerlo mejor y que no se cabreara. Me gustaría que mi yo natatorio tomara el control de los mandos de mi cabeza nada más despertarme y no me dejara a merced de mi yo perezoso que intenta convencerme, cada día, de que no necesito ir a nadar. Me gustaría sobresaltarme, cada mañana,  por la alarma del despertador y no esperar su sonido desvelada. Me gustaría ser capaz de recrear en mi cabeza el sonido de los  pájaros en septiembre en Los Molinos y que la camisa de mi abuelo de "Centro de Moda Guijarro. Bilbao" guardara el olor de su colonia. Me gustaría conocer a alguien que fume Rex y no olvidar el nombre del suavizante que estamos usando ahora y que deja un olor en la ropa que me hace sentir que el suavizante sirve para algo. Me gustaría no tener nada en las paredes de mi casa o, mejor, que fueran como pizarras que pudiera borrar pasando la mano. Llenar mis paredes de cuadros, portadas del New Yorker, fotografías, citas manuscritas y cuando me cansara pasar la mano y que todo desapareciera para  volver a empezar. Me gustaría que la expresión «Borrón y cuenta nueva» fuera el nombre de ese superpoder.  


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Me gustaría

Me gustaría que la tristeza oliera, como las lentejas quemadas o el rastro de una vela apagada. Me gustaría ser capaz de olerlo y poder airear la casa, abrir las ventanas y librarme de esa sensación, que no me pillara por sorpresa. Me gustaría que las persianas de todas las ventanas estuvieran siempre levantadas y que nadie viviera bajo la luz de la lámpara de techo. Me gustaría que todo el mundo supiera que la vida con lámparas de ambiente es siempre más bonita. Y más acogedora. Me gustaría que las voces de las emisoras locales que escucho cuando viajo fueran, en realidad, de locutores de los años 50 que viven encerrados en una especie de cápsula temporal. Me gustaría que no me dieran miedo los planes a largo plazo y que los podcasts que escucho tuvieran episodios todos los días. O que la semana laboral acabara el miércoles. Me gustaría tener unos zapatos rojos y tres pares de zapatos de tacón que me encantaran. Me gustaría librarme de este miedo a morir que me ha entrado últimamente y que en el Ahorra Más vendieran tortas de aceite de Inés Rosales. Me gustaría, en el trabajo, discutir con gente que sabe y no solo con gente que trata de escaquearse. Me gustaría saber escribir ficción. Me gustaría que mi jefe me dijera "qué buena idea" en vez de "no es mala idea". Me gustaría no tener que encabronarme con él para que entienda la diferencia. Me gustaría no equivocarme con las preposiciones cuando escribo en inglés. Y que la luz que aparece en mi cabeza marcando la opción correcta cuando corrijo el texto se encendiera cuando lo escribo por primera vez. Me gustaría ir al cine una vez por semana. Y que no me diera pereza ir al ginecólogo. Me gustaría que mi móvil no me avisara continuamente de que me quedo sin espacio, sin batería, sin cobertura. Me gustaría que me dejara en paz. Me gustaría que todas las casas tuvieran suelo de madera y que el hule no se hubiera inventado. Ni los cubiertos de pescado. Me gustaría comer todos los días con la vajilla de porcelana que tengo guardada en un armario. Y saber quitar las manchas de los manteles. Me gustaría que los detergentes que dejan la ropa blanca de verdad dejaran la ropa blanca. Me gustaría ir a trabajar con mi guerrera de la II Guerra Mundial y poder decirle al tío que nada a mi lado en la piscina que mete mal el brazo derecho. Me gustaría consolar a la señora mayor que siempre llora mientras se viste en el vestuario para volver a casa. Me gustaría recuperar un forro polar azul que Clara ha perdido aunque ella dice que lo que pasa es que no sabe dónde lo ha dejado. Me gustaría ser Katherine Hepburn y comer con Juan Tallón. Me gustaría saber hacer repostería y que las naranjas se pelaran con cremallera. 


martes, 22 de agosto de 2017

Cosas que he perdido, pierdo o puedo perder

Las ganas. La orientación. Un guante. La capacidad de saltar sin miedo a que me crujan las rodillas. La paciencia. El gusto por el whisky. La líbido. La salud. La paciencia, la paciencia, la paciencia. La ilusión por la Navidad. Las ganas de charlar contigo. La emoción de la novedad. La talla 36. El ánimo. El interés. La cabeza. Los papeles. La vista. Peso. La capacidad para asombrarme. El entusiasmo. Un calcetín. Otro calcetín de otro par. Las tapas de los tupers. La capacidad para dormir ocho horas seguidas. La alegría. El contacto. Una dirección. El DNI y la tarjeta de embarque justo antes de pasar el control. Y otra vez al embarcar. El miedo. La fe en el periodismo. El complejo de grandes tetas.  La idea idiota de que todo el mundo es bueno. La confianza. La arrogancia o parte de ella, no toda. Amistades. La empatía. El criterio. El sueño. La vergüenza. El apetito. La calma. La memoria. La vida. 

No es lo mismo perder algo que olvidar dónde se ha dejado. Se pierde un guante, un calcetín. Se olvida un paraguas. El olvido tiene solución, se recorre hacia atrás el camino trazado y se puede encontrar el punto exacto en el que los caminos se separaron. La pérdida es, en principio, irresoluble, solo una casualidad o un milagro la resuelven y por eso emociona, algunas veces, encontrar aquello que hemos perdido, aunque sea un calcetín o el DNI justo antes de coger un avión. Otras veces la pérdida es un triunfo, algo que ganas. 

Hoy he perdido la capacidad para escribir con sentido. 




lunes, 19 de junio de 2017

Me gustaría

Me gustaría que los programas de radio no se pudieran ver, que las voces que salen de los altavoces, los auriculares o las entrañas de mi coche, nunca adquirieran materialidad corpórea, que fueran como los personajes de los libros que me gustan, que siempre estuvieran a salvo de decepcionarme. Me gustaría que los hombres que me enamoran no tuvieran jamás voces que me chirríen. Me gustaría tener la clase de Robin Wright y el sentido del humor de Margaret Atwood. Me gustaría ser capaz de llevar abrigos de terciopelo de colores y que en Amazon, los calcetines de rayas de colores desparejados existieran, también, para gente con los pies pequeños. Me gustaría saber caminar con las manos en los bolsillos con el estilo de Idris Elba. Me gustaría que volvieran las galletas de vainilla de mi infancia y tener la risa cantarina de mi hija María. Me gustaría que las gafas de vista cansada que uso cuando me meto en la cama a leer no me hicieran ojos de dibujo animado triste. Me gustaría charlar amigablemente con los diseñadores que este año han decidido que el volante es bello. Me gustaría que nadie dijera «¿no se te ocurre otra cosa?» y me gustaría poder contestarle «vuelva usted mañana». Me gustaría encontrar una almohada que me quiera y una maleta sin fondo como la bolsa de Mary Poppins. Y que no pese. Me gustaría que no se produjeran películas malas y que los clásicos en blanco y negro fueran obligatorios. Me gustaría que nadie comprara los libros malos, que esos ejemplares atroces cogieran polvo en librerías y almacenes y que terminaran sus días ardiendo en las chimeneas o estufas de las casas de gente que lee libros buenos. Me gustaría estar segura siempre de que la tarta de manzana es sin sin crema. Mejor dicho, me gustaría que la crema pastelera despareciera de los postres.  Y que los pimientos rojos no me sentaran mal. Me gustaría cenar siempre a las ocho y media y andar descalza a todas horas. Me gustaría saber qué ocurrió con la pareja que vi romper en Praga en el otoño de 2004 cuando él le propuso matrimonio y ella le dijo que no, moviendo la cabeza a un lado y a otro y diciendo «no, no, don´t do that». Me gustaría saber si fueron capaces de terminar el viaje juntos, si recuerdan  aquel momento y si él devolvió el anillo o se lo acabó dando a otra. Me gustaría saber si volverán a Praga, si yo volveré.  


miércoles, 5 de abril de 2017

Me gustaría

«Me gustaría saber a qué dedico el invierno» dice Rafa Pons. A mí también me gustaría saber porqué el invierno pasa más rápido que la primavera. Me gustaría  despertar sin llorar de sueño. Y madrugar para aprovechar el tiempo. Me gustaría que las uñas no crecieran. Y llevar las de los pies siempre pintadas. Me gustaría saber pintarme las uñas. Me gustaría saber dibujar y que me gustara el flamenco. Me gustaría que existiera el teletransporte. Y que los viajes fueran más lentos. Me gustaría poder decir que me quiero dejar el pelo blanco sin que la gente ponga los ojos en blanco con cara de «estás loca». Me gustaría saber poner los ojos en blanco. Me gustaría conocer a David Remnick. Y poder ir en tren a trabajar con la cabeza apoyada en la ventanilla. O poder ir andando atravesando El Retiro. Me gustaría saber pintarme los labios. Y que no me diera vergüenza.  Me gustaría morirme de un infarto. Y que fuera durante la noche, mientras pienso en las cosas que haré al día siguiente. Me gustaría, a veces, ser un hombre y nadar con uno de esos bañadores minúsculos. Me gustaría, a veces, muchas, no tener tetas. Me gustaría que no se me olvidara siempre sacar del congelador lo que tengo pensado para la cena. Y que cada vez que abro una botella de vino no me atacara el miedo a «oh, dios mío, seguro que rompo el corcho». Me gustaría acordarme de cambiarme los pendientes. Y qué me importara que pendientes llevo. O acordarme de los que llevo. Me gustaría que los calcetines no se gastaran y que las toallas se desintegraran al cabo de un par de años. Me gustaría que la capacidad para saber ordenar el armario de los tuppers fuera determinante para elegir pareja. Y que preguntarle a alguien «¿tú sabes ordenar tuppers?» fuera tan común en una cita como preguntarle por su trabajo. Me gustaría no decir nunca «por si acaso». Me gustaría no tener que decir siempre «con b» cuando digo mi apellido. Y que no me dijeran «¿seguro? yo pensé que era con v». Me gustaría no saber qué jamás tendré tiempo para leer todo lo que guardo en mi carpeta de «para leer cuando tenga tiempo». Me gustaría que la concentración pudiera activarse con un interruptor. Y que la inspiración no me llegara siempre en el coche. Me gustaría saber coser. Y que las prendas que no se pueden lavar en la lavadora se pudieran lavar en la lavadora. Me gustaría poder creerme que el programa «lavado prendas delicadas» es una realidad y no una mentira piadosa de los fabricantes de lavadoras. Me gustaría que no se me hubiera olvidado tender la ropa. Me gustaría saber hacer maletas. Y que hubiera muchos días nublados y lloviera más. Me gustaría que lloviera tanto como para tener varios paraguas solo por el placer de tenerlos. Y tener uno favorito para salir a pasear. Sin abrirlo nunca.