Christian Wilt |
Hace un par de años leí un perfil de Rachel Dusk en el New Yorker. Me gustó ella, me gustó lo que decía y pensé en comprar alguna de sus novelas, pero no encontré el momento hasta que, en Valladolid, este libro me asaltó en la Librería Sandoval.
Despojos. Sobre el matrimonio y la separación es el título en español. En inglés es Aftermath y creo que yo lo habría traducido por Secuelas mejor que despojos. La palabra despojos da sensación de abandono, de expulsión, de desprecio. Despojos sugiere que lo que te ha quedado no vale, que hay que tirarlo a la basura, deshacerte de ellos, olvidarlos. Secuelas se ajusta más a la realidad de lo que ocurre tras un divorcio, porque divorciarse no es un proceso del que se salga limpio, impoluto y renovado. Has estado casado durante un cierto tiempo, has vivido de una determinada manera, siguiendo unas normas, unas rutinas, compartiendo una vida y cuando todo eso se acaban quedan secuelas. Divorciarte deja cicatrices al cortar con la vida que has llevado hasta ese momento y se llevan toda la vida, para bien y para mal.
El libro de Rachel Cusk habla de eso, de las secuelas y aunque, para mi gusto, ella se ve demasiado víctima creyéndose, por momentos, expulsada de lo que ella considera la "vida normal", tiene muchísimas reflexiones muy interesantes y muy ciertas sobre las secuelas que, sobre todo al principio, deja un divorcio o una separación.
«Mi marido y yo nos separamos recientemente y, en cuestión de unas semanas, la vida que habíamos construido juntos se desarmó, como un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados.»
Divorciarse es un corte limpio, una amputación de la vida que tenías antes. Al principio no te das cuenta, como al enfermo que se despierta sin pierna, te cuesta darte cuenta de que aquello a lo que has estado unido durante tanto tiempo, ya no está. Experimentas un dolor fantasma, y te descubres pensando "si siguiera casada ¿qué estaría haciendo ahora?" o "esto antes, lo hacíamos así". Incluso haciendo las cosas como antes, cuando todo era distinto... pero tú aún no te has dado cuenta. Rachel explica bien como te vas haciendo poco a poco a esa nueva vida, a esa nueva situación. Esta ruptura con tu vida anterior no es algo exclusivo de los divorcios o separaciones, ocurre lo mismo si enviudas o, por adición en vez de por sustracción, cuando tienes un hijo y te das cuenta de que tu vida de antes ya no volverá. En todos los casos la adaptación a la nueva normalidad es algo dolorosa, conlleva tiempo y el descubrimiento de nuevos aspectos de ti mismo que pueden gustarte o no. Rachel descubre por ejemplo que se niega a tener custodia compartida y repartir todo lo que tenían al 50%. Cuando sus hijas nacieron, la pareja decidió que ella trabajaría y sería el soporte económico de la familia y él cuidaría de la casa y de las niñas. Fue un acuerdo compartido porque Rachel, y en esto sí coincido con ella, se sentía atrapada y a la vez una intrusa en su papel como madre. Era algo que sabía hacer, «Fue como si hubiera aprendido a hablar ruso de golpe: lo que podía hacer -este trabajo de las mujeres- tenía una forma propia y, al mismo tiempo, no sabía de dónde me venía ese conocimiento» pero que no quería hacer o, por lo menos, no quería hacer al 100% quedándose en casa. Cuando se divorcia descubre que a pesar de eso ella quiere representar el papel de madre/mujer y que a su marido le corresponda el de hombre.
«Son mis hijas, insistí. Son mías.» Su marido le espeta «Y tú te llamas feminista» Y Rachel tiene entonces que reflexionar sobre sí misma y descubrir que es un fraude, que todo aquello que decía defender, no se aplica cuando le toca a ella. «Por tanto, no soy feminista. Soy una travestida que se odia a sí misma.»
Yo no comparto con Rachel este tema porque en mi caso siempre tuvimos claro que todo iría al 50% pero ya he contado muchísimas veces como me encontré con que mucha gente me decía: pero ¿por qué no te quedas tú con las niñas, la casa y una pensión? Ni siquiera entré a discutir con esa gente, les ignoré directamente y les puse en la lista de gente de la que no fiarme.
Coincido muchísimo, sin embargo, en su visión sobre la mujer trabajadora y la que se queda en casa. Yo, como ella, nunca he dependido económicamente de un hombre desde que me casé pero, como ella, no lo considero un mérito espectacular igual que un hombre nunca presume de lo mismo. A mí me parece lo normal, lo correcto, lo que yo necesito y a lo que no estoy dispuesta a renunciar bajo ningún concepto. Rachel habla, y coincido con ella al 100%, en como las mujeres que se quedan en casa por decisión propia, suelen decir siempre que se sienten afortunadas, que es lo mejor para ellas y para todos. Consideran que es una suerte que con el dinero de sus parejas puedan vivir sin trabajar, mejor dicho sin tener un trabajo remunerado, ocupándose de las mil quinientas cosas que conlleva quedarse en casa ( y también no quedarse, pero ese es otro tema). Lo chocante de este planteamiento es que esas mujeres, cuando son madres, nunca quieren eso para sus hijas. Las madres quieren paras sus hijas que estudien, que consigan un trabajo en el que sean brillantes o en el que disfruten, un trabajo que las haga salir de casa. En nuestros tiempos no conozco a ninguna madre que diga «yo para mi hija quiero que se case, tenga hijos y se quede en casa». A nadie.
Rachel reflexiona también, de manera dolorosísima, sobre la nueva relación con sus hijas, sobre los cambios que el divorcio establece en su manera de relacionarse con ellas pero también de verlas, quererlas y pensarlas. En esto tampoco coincido con ella en todo pero sí en algunas cosas. Ella se siente terriblemente culpable por su divorcio (en ningún caso se explican los motivos del divorcio y a mí me parece perfecto porque así las ideas tratan sobre qué pasó después y no en el qué lo provocó que es algo en lo que la gente tiene muchísima curiosidad porque nadie quiere afrontar que, a veces, las relaciones se terminan sin que un meteorito las impacte, se terminan por erosión, por desgaste, porque tenían que acabarse) y creo que proyecta esa culpabilidad en su relación con sus hijas.
«Les hice daño, y con eso aprendí a quererlas de verdad. O, mejor dicho, lo reconocí, reconocí este amor, reconocí lo grande que era. Lo exterioricé: interiorizado, habría sido un instrumento de tortura. Pero ahora estaba en el mundo y era visible y práctico. ¿Qué es una madre amorosa? Es una persona que renuncia a su interés personal por el bienestar de sus hijos. El sufrimiento de sus hijos les causa más dolor que el suyo: es María a los pies de la Cruz».
Cuando te divorcias la relación con tus hijos también sufre el embate de un nuevo oleaje y es inevitable sentirse culpable porque la sociedad, los demás, nos trasmiten la idea de que terminar una relación, de que no ser capaz de "aguantar" te convierte en una mala madre, en un mal padre, porque has preferido terminar una relación a mantenerla por ellos. Tú, eres inteligente y tienes criterio y sabes que eso es una majadería pero cuesta mucho arrancarse el velo de culpabilidad que como una teleraña te cubre de vez en cuando. Te encuentras a cada rato, manoteando delante de tu cara, diciendo "fuera, fuera" y volviendo a repensar con objetividad que eso no es verdad. Miras a tus hijos y los ves bien, tranquilos, contentos, felices y sabes que todo está bien hasta la próxima vez que la telaraña se te enrede en el pelo. Además de esto, hay que construir una relación diferente en la que tienes un papel en solitario con ellos y otro (que hay que mantener siempre por su bien) con tu expareja que sigue siendo su padre (o su madre) aunque ya no viváis todos juntos. Construir todo esto lleva tiempo, se hace a base de prueba y error y como todo lo nuevo, acojona pero se puede hacer y se puede hacer bien. Rachel escribe al principio de todo el proceso y le parece que es una tarea titánica y que no saldrá bien parada de ello. Apuesto a que sí lo consiguió y a que sus hijas están perfectamente.
Cuando te quedas embarazada o te compras un coche automáticamente empiezas a ver embarazadas por la calle y tu mismo coche en cada cruce. Cuando te divorcias lo que te ocurre es que vas escudriñando cada pareja que te cruzas por la calle tratando de saber porqué ellos siguen juntos y parecen felices y tú no.
«Desterrada del matrimonio, veo a los matrimonios con otros ojos. Felicito en silencio a las parejas con las que me cruzo por la calle, a la vez que me pregunto por qué ellos están juntos y yo estoy sola. Sé que han triunfado en lo que yo he fracasado, pero no consigo recordar por qué».
Se te olvida que de puertas afuera nadie sabe qué ocurre dentro de una pareja y caes en la autocompasión más absoluta y dudas.
«Y yo tampoco soy capaz de recordar qué me llevó a destruir la vida que tenía. Solo sé que la he perdido, que ya no existe».
Ya digo que Rachel está muy al principio del proceso y se está hurgando en la herida continuamente para ver si así consigue que deje de doler. Normalmente, uno llega al divorcio sabiendo perfectamente que aquello es inviable.
Despojos es un libro sobre lo que viene después del divorcio. Sobre como se siente un divorcio y la vida que se construye después. Rachel Cusk escribe muy bien y tiene, además de las que he contado, algunas reflexiones interesantísimas sobre relaciones y mitología, sobre grandes clásicos griegos e incluso un capítulo entero dedicado a la extracción de una muela como metáfora del fin de una relación que son espectaculares. El trabajo de auto examen que realiza es doloroso y valiente y por eso Despojos no es un libro bonito y ella no te cae bien pero lo recomiendo para todo el mundo. El que se ha divorciado se verá reflejado de la misma manera que cuando pierdes a alguien te ves reflejado en el auto examen que del luto hace Joan Didion en El año del pensamiento mágico y si no te has divorciado para saber cómo es aunque creas que a ti no te va a pasar porque como dice Cusk nunca sabes qué te va a pasar.
«Siento cierta simpatía por la historia de Edipo. Su historia expresa lo que a mi modo de ver es la principal tragedia humana: que desconocemos las cosas que nos empujan a nuestro destino. Nos somos plenamente conscientes de lo que hacemos ni de por qué lo hacemos».
Y, para terminar, este agradecimiento de Rachel a sus hijas con la que también me identifico muchísimo.
«Gracias a mis estupendas hias, Albrtine y Jessye, por soportar tiempos difíciles con tanta fortaleza y dignidad. Es imposible estar con ellas y no animarse por su manera de derrotar a la tristeza. No soy capaz de expresar lo orgullosa que estoy de ellas. Espero que algún día lean este libro y, al menos, no sientan vergüenza».