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viernes, 1 de noviembre de 2019

Mi padre. De primeras y últimas veces

«Papá cantó, fue la primera vez en mi vida que lo oí cantar. Ahora a veces me pregunto cuándo fueron las primeras cosas de todo. El primer recuerdo que tengo de mamá y de papá, por ejemplo, no lo tengo. Podría pensar: es que era muy pequeño. Pero crecí: fui niño después de bebé, y tuve capacidad para recordar la primera vez que les vi la cara y la retuve. Yo recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Elvis o a Claudia, ¿por qué no a mamá o a papá, o a Rebe? Quizá porque estuvieron siempre, y de los que estuvieron siempre no hay primera vez, solo una vez continua, o ese consuelo tenía yo».  (Malaherba, Manuel Jabois) 

Esta es nuestra primera vez juntos. Yo, como el protagonista de Jabois, no me acuerdo de cuándo vi a mis padres por primera vez. Nunca había pensado sobre esto, me sorprendió al leerlo el otro día y recordé que tenía guardadas estas fotos. Y he vuelto a mirarlas para descubrir a mi padre en el momento en que se convirtió en padre. Yo no recuerdo conocerle, verle por primera vez, pero supongo que él siempre recordaba este momento, el día en que me conoció y se dio cuenta del lío en el que se había metido. La corbata, la camisa amarillo pálido, la chaqueta de lana abrochada hasta arriba, la cama de barrotes, yo envuelta en toquillas y jersey tejidos a mano. 

Me gusta su sonrisa a cámara mientras yo, en brazos de mi madre, berreo a gritos.  Es la sonrisa que ponía siempre en todas las fotos. Sonrisa de pícaro, de «yo he venido aquí a disfrutar de la vida», de  «soy encantador». Pero me gusta aún más su mirada de angustia cuando creía que no le estaban mirando. La cara de «eso es mío y a ver qué hago yo ahora». Es una mirada en la que se mezcla el miedo, el agobio, la ternura y el vértigo por el futuro. 

«De los que estuvieron siempre no hay primera vez, solo una vez continua» escribe Jabois. Le doy vueltas y me doy cuenta de que es un pensamiento de hijo, no recuerdo la primera vez que vi a mi padre pero sí recuerdo la primera vez de mirar a mis hijas y sentirme como él en estas fotos. Creo que él, veinticuatro años después de esta foto, cuando murió, no pensaba en la última vez que me vería a mi o a mis hermanos o a mi madre o la luz del sol. Y en eso nos diferenciamos porque el hecho de que él se fuera tan pronto y tan de repente me hizo, y me hace cada día, ser terriblemente consciente de que puedo desaparecer mañana mismo, esta tarde, dentro de un rato. Y dejar de ver a mis hijas. 

Él supo que era  la primera vez que me veía. Yo no.
Él no supo que era la última vez que me veía. Yo sí lo sé. 

Jamás había pensado esto. Veintidós años después sigo descubriendo cosas.

*Mi madre, esa adorable jovencita de las fotos, cumple hoy 75 años.y estamos de celebración. El 1 de noviembre es un día rarísimo.


jueves, 1 de noviembre de 2018

Cuando los recuerdos se agotan


«Siento que mi padre se me escapa y que lo único que puedo hacer es coger mis recuerdos cristalizados y apretarlos muy fuerte en el puño para no olvidarlos» 


Cuando empecé, hace diez años, tenía todo por contar sobre él. Todos los recuerdos listos para ser coleccionados, repasados, revisados, ordenados y contados.  Todas las anécdotas, los momentos, las sensaciones, las imágenes estaban a mi alcance. Tenía todas las reflexiones sobre el luto, la pena, la ausencia, la rabia y el «nunca jamás en la vida» por hacer. 

Todo lo que recordaba sobre él y sobre él conmigo ya está dicho.  Ayer me puse a hojear viejos álbumes de fotos y encontré estas cuatro imágenes: dos de él antes de ser mi padre, antes de conocernos, y dos de las que recuerdo hasta el olor de su camisa y el color de las canas de su bigote. 

He agotado el camino de los recuerdos, lo he recorrido entero, de ida y de vuelta y ya no me queda nada nuevo que contar pero he decidido que mientras este blog siga vivo, este día será para él y su recuerdo, para que esté, para que siga siendo un recuerdo, para que no se extinga su rastro. 

Y más aún si sigo encontrando fotos como estas. 






miércoles, 1 de noviembre de 2017

Veinte años después


«El dolor por la pérdida nos resulta un lugar desconocido hasta que llegamos a él» (Joan Didion)

Hoy hace veinte años que murió mi padre. Es mucho tiempo y no ha pasado rápido. Si hace veinte años hubiera intentado imaginar cómo iba a sentirme a lo largo de estos años, probablemente hubiera creído que un día como hoy, tanto tiempo después, no sentiría nada, el tiempo todo lo cura, dicen. O quizás, hubiera imaginado sentir una pena nostálgica, casi analgésica, tranquilizadora, una pena bonita como de película. No es así para nada. Estos días atrás, he descubierto que, veinte años después, sigo aprendiendo cosas sobre su pérdida y que hoy, lo que siento es rabia. 

Mi padre tenía cincuenta y tres años cuando murió y estaba en lo mejor de la vida. Yo no lo sabía cuando murió ni lo he sabido durante estos veinte años, lo sé ahora que tengo cuarenta y cuatro. Cuando murió, de repente, sin avisar, sin que ninguno, ni tan siquiera él, pudiéramos esperarlo, me invadió la incredulidad, «no puede ser» me susurraba a mí misma. Después, mientras la tristeza inmensa lo nublaba todo y el desorden se convertía en el nuevo orden me parecía que aunque obviamente había muerto antes de tiempo, ya había vivido. Era pronto, pero no demasiado pronto. Con mis veintipocos años, creía que él ya había vivido suficiente. ¡Qué listillos somos cuando no hemos hecho nada más que empezar a vivir! 

Durante todos estos años le he echado de menos hacia detrás y hacia delante. He recordado, guardado, mimado y tratado de conservar, en parte escribiendo, todos sus momentos conmigo, juntos. También le he echado de menos con ese luto hacia delante que es infinito por lo que ya nunca podrá ser, por alejarme de él cada día más. He sentido nostalgia por el  pasado y tristeza por la pérdida de lo que fue y el anhelo de lo que no podrá ser. Pero hoy, veinte años después, lo que me invade es rabia. No por mí sino por él, rabia sorda y amarga por la vida que se ha perdido. Este año, el próximo veinticinco de diciembre cumpliría setenta y cuatro años y la muerte le quitó los años mejores. Creo, además, que él había alcanzado la sabiduría suprema por la que disfrutas de la vida, con cuarenta y nueve años, y sólo estaba empezando a saborearlo. Estaba feliz, contento, disfrutando de la sensación de haber reconocido la vida, de ser intensamente consciente de vivir y, cuando mejor estaba, en el momento álgido de la fiesta vital, murió.  La paradoja es que él tuviera que morir y  perdérselo para que yo lo haya aprendido a tiempo y lo esté disfrutando ahora. 

Cuando muere alguien nos hundimos en nuestro dolor, en nuestra pena, en nuestra pérdida, en el hueco que sentimos, el vacío que nos ahoga y en nuestras lágrimas. Y es normal, quizás tengan que pasar veinte años para que seamos capaces de valorar la pérdida del otro, del que murió, lo que dejó por vivir. 

¡Qué cabrona es la vida y qué rabia me da que se la esté perdiendo! 


martes, 1 de noviembre de 2016

Mi padre se me escapa


Se me escapa. 

Hoy hace 19 años que murió mi padre. Llevo escribiendo sobre él desde que tengo el blog, hace casi nueve años, unas veces para recordarle en el último día que le vi, como hoy, y otras veces porque tenía historias, anécdotas o sensaciones que contar sobre él, sobre mí con él o sobre su ausencia y lo que eso ha supuesto en mi vida. 

Llevo semanas pensando en este post, le he dado vueltas y más vueltas mientras conducía, mientras me duchaba, mientras preparaba la comida, mientras escribía otras cosas. Y he llorado, sobre todo conduciendo, porque he llegado a la conclusión de que ya no tengo nada más que decir y de que lo que he dicho cada vez es más pequeño, más insignificante. 

El luto hacia delante es un camino por el que avanzas aunque no quieras y por eso mi padre y mi relación con él está cada vez más lejos. La distancia que nos separa cada vez es más grande. Yo avanzo sin remedio, crezco, me hago mayor, me pasan cosas y me alejo sin remedio. Mis recuerdos sobre mi vida con él, los 24 años que pasé con él y de los que sólo recuerdo 20, con mucha suerte, jamás crecerán. Este año me he dado cuenta de que los recuerdos, las sensaciones, los sentimientos que tengo sobre él son los que son, están fosilizados, cristalizados y congelados. Durante un tiempo esa colección de recuerdos ha sido como un caminito de miguitas que me permitía mirar atrás y me conectaba con él y con quién yo era con él. Esa cristalización de mi pasado no crecerá nunca y, me he dado cuenta este año, pensando en escribir sobre mi padre, de que según avance por la vida esas migas, esos recuerdos, tendrán que estar cada vez más y más separados para poder conectarme con mi padre y con quien yo era con él... y llegará un día en que perderé esa conexión, lo perderé a él y me perderé a mí con él.  

Decía Joan Didion que en el luto, hay un momento, que uno no considera nunca hasta que le pasa, que es aquel en el que tras pasarte un año pensando "hace un año estábamos haciendo tal o cual" o "hace un año me dijo no sé qué", piensas "hace un año ya no estaba". 

Ese momento para mí pasó hace muchos años, pasé llorando el momento en que me di cuenta de que ya no me acordaba de su voz y el día en que fui consciente de que ya no era la persona que él había conocido. Lo que no me esperaba era este relámpago de conciencia al darme cuenta de que lo estoy perdiendo cada día que pasa  y no puedo hacer absolutamente nada para remediarlo. 

Siento que mi padre se me escapa y que lo único que puedo hacer es coger mis recuerdos cristalizados y apretarlos muy fuerte en el puño para no olvidarlos.

Ese puño es este blog...

domingo, 1 de noviembre de 2015

Mi padre, retazos

Señoras, señores, en el culo tengo flores. 

Y nos moríamos de la risa. Eso decía al levantarse del sofá para irse a la cama. Muy serio pero con su sonrisilla traviesa, decía estas palabras al levantarse de su sitio en el sofá y dejarnos allí viendo la tele mientras él se iba a la cama a escuchar la radio hasta dormirse.

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Bueno, esto ha estado muy bien pero ¿para la otra muela?

Aunque estuviera lleno, aunque hubiera comida sobre la mesa y más en la cocina, muchas veces decía esto solo por hacer rabiar a mi madre. Le encantaba comer.

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¿Queréis ir al cine?
¡Síiiiii!
¿Al de las sábanas blancas?
Nooooooo
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"Si no hubiera tenido cuatro hijos, ahora, en vez de dolores de cabeza y preocupaciones tendría el sueño de mi vida, un Porsche 911 negro y tiempo para conducirlo. ¿Cuánto queda para que os vayáis de casa?"

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"Yo quería una hija, una princesita cariñosa... y naciste tú".

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¡Qué suerte tenéis! 

Siempre escribía esta frase en las tarjetas de felicitación de las listas de bodas. La primera vez que lo vi fue cuando le acompañé al Corte Inglés de Princesa un día de verano para hacer el regalo al hijo de un amigo suyo que se casaba.

- ¿Qué suerte tenéis? ¿Por qué pones eso? - le pregunté
- Porque tienen mucha suerte, se han encontrado. 

Me pareció mágico y desde entonces es lo que pongo yo en cualquier felicitación de boda.

Aquel día, después del regalo mi padre me invitó a comer. Yo tenía 18 años y era muy raro que fuéramos los dos solos a un restaurante. En la última planta del Corte Inglés, en un sitio que en aquel entonces me pareció muy lujoso.

- ¿Pedimos arroz con bogavante? me preguntó con una sonrisilla.

El maitre nos dijo que tendríamos que esperar 45 minutos.

- No importa, esperaremos. Tráiganos una botella de Viña Esmeralda y un plato de jamón bueno. 

No recuerdo de qué hablamos, no recuerdo que me contó él ni qué le conté yo. Fue el mejor arroz de mi vida, por la comida y la compañía. Mi padre hizo salir al cocinero para felicitarle en persona.

Siempre que como arroz en un restaurante espero que sea tan bueno como el de aquel día, tan especial...  pero nunca lo es.

*******

Nos vemos mañana.

Esas fueron las últimas palabras que me dijo.

No volvimos a vernos. Se me está olvidando. Se me olvidó el sonido de su voz, a duras penas encuentro cosas que me recuerden su olor y, ayer, pensé que tampoco recuerdo su tacto.  Llevo 7 años escribiendo sobre él para que no se me olvide.

*******

La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.

                                                                      Joan Didion

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Nos vemos mañana... y ese mañana no llega nunca.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Mi padre antes de ser mi padre


Hace 17 años también estábamos en Los Molinos.

Hace 17 años también era sábado y también lucía el sol.

Hace 17 años me desperté y ya no estaba en casa. Hoy tampoco está.

Hoy he pensado que vivió más años sin ser mi padre que siéndolo. Es un pensamiento que no había tenido nunca hasta hoy. Es un pensamiento extraño.

Hubo un tiempo en que no era mi padre, ni el de mis hermanos, ni era ingeniero,  ni tenía bigote, ni era calvo. Hubo un tiempo en el que él no sabía que tendría cuatro hijos, ni sería ingeniero, ni se dejaría bigote ni se quedaría calvo.

Mi padre antes de ser mi padre...


Mi padre antes de ser mi padre from Molinos on Vimeo.




miércoles, 25 de junio de 2014

El día que descubrí...

"Yo tendría 7  o 9 años. Pero dije mi nombre - Richard Ford - exclamó: “Ah si, tu madre es esa señora de pelo negro, bajita, mona, que vive más arriba de esta calle.” Aquello me afectó y me afecta todavía. Creo que fue la primera imagen que tuve de mi madre como de otra persona, como alguien a quien los otros veían y describían: una mujer mona, no. (...) Sin embargo, recuerdo aquello como un momento significativo de mi vida. Breve pero importante (...) Desde entonces creo que nunca pensé en ella de otro modo, como Edna Ford, una persona que era mi madre y que también era alguien más.” ( Mi madre in memorian. Richard Ford) 



Tenía 5 años. Llevaba un vestidito verde, sandalias y el pelo corto, casi como lo llevo ahora. Pobrehermano tenía 4 y llevaba un pantalón de peto verde igual que mi vestido. Nos pasamos casi toda nuestra infancia vestidos iguales. Era un domingo de verano. Sé que era domingo porque mi padre trabajaba toda la semana y llegaba siempre por la noche cuando estábamos a punto de acostarnos o incluso dormidos. Podíamos pasar varios días sin verle, sabíamos que estaba en casa porque le oíamos por la mañana en el baño de "El cuartucho" preparándose para irse y porque olíamos su tabaco en la casa. 

Mi padre tendría 34 ó 35 años por entonces (más joven de lo que soy yo ahora) y le gustaba mucho montar en moto de trial por el campo. Tenía una pandilla de amigos con los que salía los domingos perfectamente equipado: las botas con mil tiras que me fascinaban,  los guantes enormes en los que mi minimano no llegaba siquiera a la zona de los dedos y una chupa gordísima que me gustaba ponerme y arrastrarla por el suelo como un fantasma negro. Lo mejor, sin embargo, era el casco, eso era lo que más nos fascinaba. El casco pesaba una tonelada y mi padre nos dejaba ponérnoslo cuando volvía de montar en moto. Estaba caliente y sudado, olía a él y nos moríamos de la risa con nuestras pequeñas cabecitas metidas en ese casco con las gafas de cristales ahumados a través de los cuales todo se veía amarillo.  

A esa pandilla de amigos de mi padre los llamábamos y los seguimos llamando "los motorileros". Entre ellos había uno, el más joven al que llamaban "El Indio" porque había nacido en Bolivia.  A mi me pareció durante toda mi infancia y adolescencia un señor guapísimo y muy atractivo (no con 5 años claro... más adelante). Algunos de esos amigos han muerto ya aunque mi padre fue el primero. Otros siguen vivos y los vemos de vez en cuanto, de hecho "El Indio" apareció por casa hace unos días, ahora tiene 59 años y sigue siendo atractivo pero ha perdido el halo de "misterio" que tenía cuando yo tenía 15. (Querido "Indio" si algún día llegas a leer esto, no vale aprovecharse. Y un saludo a tu querida esposa) 

Ese día de verano del que me acuerdo hoy, en el que tengo 5 años, mi padre nos llevó a los dos a Cercedilla a ver una carrera de motocross que se celebraba allí. Mi madre se había quedado en casa de mis abuelos, en La Rosaleda con Molihermana que tenía dos años escasos. Supongo que no era plan para una niña tan pequeña o que nosotros nos empeñamos en que nos llevara o que mi madre estaba harta de los tres y le puso un ultimatum a mi padre para que se ocupara de nosotros. Puede que fuera una sabia combinación de esos tres elementos. 

Mi padre aceptó el plan, nos metió en su Seat 131 y nos fuimos los tres. No recuerdo el viaje en coche ni si iba contenta, asustada, feliz o llorando.  Lo siguiente que recuerdo es estar en medio de la carrera, del trazado por el monte, caminos de polvo marcados con cinta amarilla por los que pasaban motos que se parecían mucho a la de mi padre y que hacían muchísimo ruido. Mi padre a mi izquierda y Pobrehermano a mi derecha, los tres detrás de la cinta viendo las motos, escuchando los motores en medio de una nube de polvo increíble y con calor y luz amarilla de verano. Seguro que mi padre fumaba. 

Las motos me fascinaron. Creo que más que las motos, el hecho de estar en un plan de mayores, la competición, el peligro, la novedad, el ruido... me tenían completamente abstraída y supongo que asustada. Cuando me giré para decirle algo a mi padre, descubrí que el señor que estaba a mi izquierda ya no era mi padre. Mire hacia arriba y no era mi padre. Mire alrededor y no le vi. Había ruido, motos, mucha gente y nosotros, Pobrehermano y yo, de la mano. Pero mi padre había desaparecido. 

No se como, supongo que alguien nos encontró perdidos, nos llevó a donde estaba la megafonía. 

- ¿Cómo os llamáis?
-  Nos hemos perdido. Hemos venido con nuestro padre y ya no está. 
- ¿Cómo se llama vuestro padre?

Justo en ese momento, justo en ese momento pensé "Se llama Papá"... pero reaccioné y dije 

"Se llama Jesús y va vestido de caqui". 

Para mi la palabra "caqui" era tan exótica como extraterreste, era una palabra de mayores y no sabía muy bien a qué se refería. Por la mañana, y como hacía e hizo todos los días hasta que murió mi padre, Molimadre le sacaba la ropa que tenía que ponerse. Él decía que era daltónico y no sabía combinar la ropa. No sé si era daltónico o no, pero le encantaba no tener qué pensar qué ponerse. Aquella mañana, desde mi cama, yo había escuchado a  mi madre decir: 

- Jesús te he sacado los pantalones y la camisa caqui para que te lo pongas hoy. 

Ahí pensé que mi padre no solo era papá... era un señor que se llamaba Jesús y vestía "de caqui". Y que "caqui" era la palabra que me salvaría, había tenido suerte de escucharla por la mañana. 

Llamaron por megafonia "tenemos dos niños perdidos, su padre se llama Jesús por favor que pase a recogerlos". 

Mi padre no se había dado cuenta de que nos había perdido, pensaba que íbamos tras él o puede que incluso se olvidara de que estábamos con él. Mi padre siempre nos trató como si fuéramos sus iguales, como si fuéramos mayores, daba igual que tuviéramos 5 o 23. Por esa razón si ibas con él a algún sitio, jamás pensaba en que te perderías o te pasaría cualquier cosa, eras adulto y sabías comportarte. Aquel día pensó que iríamos detrás de él, que no le perderíamos el rastro. No nos llevaba de paseo, íbamos de paseo los 3 juntos. 

Tardó un rato en atender a la megafonía, y otro rato en percatarse de que los niños perdidos eran sus hijos. Supongo que alguien le avisó pensando que ese tío de "caqui" podía ser al que llamaban o porque alguno de los "motorileros" le dijo ¿Dónde están tus hijos? ¿No habías venido con ellos? Finalmente apareció, tranquilo y sonriente, con su cigarro en la mano.  Nos recogió y me compró un Mortadelo. 

"Mi padre se llama Jesús y va vestido de caqui". 

¿En qué momento las princezaz se habrán dado cuenta de que no soy sólo "mamá"? ¿Qué fue lo que les hizo clic para descubrirme como persona más allá de ser su madre? ¿Lo recordarán como recuerdo yo aquel día? 


viernes, 1 de noviembre de 2013

ESTABAS Y ESTÁS.





Estabas en la entrada de casa, con traje y corbata, la mano en la puerta y gritando “Yo me voy” mientras esperabas a que saliéramos con las mochilas, los abrigos y todo lo del colegio.

Estabas en la mesa de la cocina de Madrid. Antes de la obra en el extremo de la mesa más cerca de la puerta,  conmigo a tu derecha. Después de la obra en la cabecera que queda con la pared amarilla a la espalda.

Estabas en la mesa de la cocina de Los Molinos, en la esquina del banco que queda debajo de la ventana que da al jardín.

Ya no me acuerdo dónde te sentabas en el sofá. No sé cual era tu sitio pero sé que tenías uno.  No me acuerdo. Recuerdo, sin embargo,  como te sentabas. Con las piernas cruzadas y el brazo en el respaldo. El cojín de esa zona siempre estaba más hundido.

Estabas en el coche, conduciendo, con el codo apoyado en la ventana y el brazo puesto en el respaldo del copiloto al ir marcha atrás. Igual que hago yo ahora.

Estabas de copiloto, mirando por la ventanilla. Tan tranquilo siempre, condujera quien condujera.

Dormías en el lado derecho de la cama. Yo duermo en el izquierdo.

Estabas en el jardín de Los Molinos paseando con los brazos a la espalda o las manos metidas en los bolsillos del pantalón o sujetando un cigarro hasta que dejaste de fumar.

Estabas sentado en tu silla con ruedas, en el despacho. Rodando entre la mesa y el mueble con el ordenador. Quitándote y poniéndote las gafas de ver de cerca.

Ahora estas al final de un camino de tierra que sale de una carretera asfaltada sin mucho tránsito. Una carretera que sólo se llena en agosto y en noviembre. Una carretera donde van padres en bicis, gente a caballo y gente corriendo. Cuando acaba el asfalto, a la izquierda, sale un camino y al final, hay una tapia blanca y una puerta pequeña enrejada que no es la principal. Sólo un día entramos por la principal. La puerta pequeña siempre está abierta, aunque sea de noche o madrugada. Lo sé.  

Me paro donde el camino termina. Aparco y me bajo del coche. Siempre me pongo nerviosa, tan nerviosa que siempre me equivoco de pasillo cuando me decido a entrar. 

A veces no entro. A veces sólo me quedo allí y  miro La Peñota, Montón de Trigo y Siete Picos. Es lo que ves tú desde que estás ahí.

Pronto iré a verte, tengo que hablar contigo, pero hoy no.

martes, 1 de noviembre de 2011

MI PADRE (III)

Mi padre es un tío alto. Mi padre es un tío calvo. Mi padre es un bigote. Mi padre es atusarse el bigote frente a la pantalla del ordenador mientras se concentra. Mi padre es unas manos grandes. Es dedos amarillos de fumar. Es Winston, Malboro y Ducados. Mi padre es la uña de un dedo partida a la mitad. Mi padre es una cicatriz en una ceja recuerdo de una herida hecha al caerse de una escalera en el curro. Mi padre es electricidad. Mi padre es bocadillo de queso manchego..Mi padre es un jersey gris con unas hombreras de cuero. Es una camisa de cuadros. Es un traje azul. Es unos zapatos de cordones.Es pantalones de pana. Mi padre es una sesión de cine continua viendo a Luis de Funes. Mi padre es la primera vez que vi Pulp Fiction. Mi padre es Los Simpsons. Mi padre es “ señores, en el culo tengo flores”. Mi padre es responder “escasa” a la pregunta “ ¿qué tal la  comida?”. Mi padre es la siesta. Mi padre es una moto Enduro. Mi padre es olor a madera, a chimenea. Mi padre es sentarse con el brazo estirado en el respaldo del sofá. Mi padre es macarrones, filetes rusos, cocido. Es nesquick para desayunar. Mi padre es Los Beatles. Es “Ticket to ride”.  Es Simon & Garfunkel. Mi padre es la cabecera de la mesa en casa de Madrid y el sitio debajo de la ventana en la cocina de Los Molinos. Mi padre es pasos por el pasillo.Es el servilletero marrón Mi padre es esquí.. Es Baqueira. Es Valdesqui. Es Pas de la Casa. Es pasear en otoño. Mi padre es Siete Picos.Es el Bar La Perla. Es el jardin de Los Molinos.

Mi padre es ingeniería. Es números. Mi padre es turrón de guirlache. Es nunca pasar frio. Mi padre es “¿Has visto a ese señor tan guapo? Si, es mi padre”. Mi padre es unos ojos azules.Mi padre es los ojos azules de M. Es el sentido del humor de C. Es ser hermano pequeño.

Mi padre es conducir. Es sacar el codo por la ventanilla mientras se conduce. Es la M30. Es Atocha. Es un Seat 131. Es un talbot Tagora. Es la plaza de Alonso Martínez. Es la Plaza de Castilla. Es aprender a conducir.  Es un disfraz de Drácula. Es una foto con una papelera en la cabeza. Es Barcelona. Es la escuela de ingenieros industriales. Es la Fórmula 1. Es un porsche 911. Es emborracharse. Es olor a tabaco. Es risa. Es una carcajada. Es Suiza. Es un bed & breakfast en Windsor. Mi padre es Harrison Ford en " A propósito de Henry". Es salir bien en las fotos.Mi padre soy yo con 24 años.

Mi padre es  el 25 de diciembre.

Mi padre es  el último día, el 1 de noviembre.

Todas y cada una de esas cosas provocan un chispazo de recuerdo, de reconocimiento. Por un momento lo traen de nuevo a mi vida mientras me voy alejando de él. 

lunes, 1 de noviembre de 2010

1 DE NOVIEMBRE DE 1997

Era viernes. Me cambié de ropa para irme a una inauguración en el Museo del Prado, una exposición sobre escultura clásica, fondos que no habían sido mostrados de la colección permanente. Un pantalón gris, un jersey azul y mocasines negros.

Estaba sentado en su despacho, trasteando con el ordenador, ultimando unos proyectos que tenía que entregar. Desde la puerta, le miré y le dije.

- Papá...me voy.- ¿A dónde vas?- Te lo había dicho, a la exposición del Prado.- ¿Tu madre se va contigo?- Si y luego nos iremos directamente a Los Molinos en mi coche.
- Muy bien, pues yo me iré dentro de un rato con tus hermanos. Nos vemos allí.

Hacía una noche bonita, de otoño. Esperamos la cola en la puerta del Museo. Me encantan los grandes árboles que hay en esa zona, los que pegan con el Jardín Botánico. Charlaba con mi madre y pensaba en que haría cuando llegara a Los Molinos. ¿Salgo o no salgo? ¿Y si me lo encuentro y pasa de mi? ¿Y si no salgo me echará de menos? Una serie de pensamientos idiotas que compartían espacio en mi cerebro con las explicaciones que el guía nos iba dando. Era buenísimo, había sido mi profesor en la facultad.

Al llegar a Los Molinos, subí a cambiarme de ropa, pero me dio pereza y solo me cambié los pantalones. Me puse unos vaqueros y me despedí de mi madre.

- Me bajo a dar una vuelta. ¿Dónde está papá?
- Está acostado ya. Mañana tenemos marcha con los “mira donde pisas”. Volveremos por la tarde para celebrar mi cumpleaños.
- Vale, pues entonces como os iréis pronto, nos vemos por la tarde, cuando volváis. ¿saldremos a cenar o cocino algo?
- Lo vemos mañana, depende de como volvamos de cansados. No bebas mucho y no vengas a las mil.

Me fui en mi Talbot Samba a dar una vuelta, tomar whiskys y tener un encontronazo amatorio en mi relación autodestructiva. A esas horas parecía buena idea y todo el cosmos me gritaba que aquello era buenísimo para mí. Decidí obviar el Pepito Grillo que me decía que, una vez más, aquello era un error.

No recuerdo qué hice la mañana siguiente. Supongo que autocompadecerme por mi resaca y mi estupidez y creo recordar que intenté organizar a mis hermanos para quedar todos en casa por la tarde para celebrar el cumpleaños de mi madre. Sincronizamos relojes y cada uno se piró por su lado.

Me fui a casa de I. Celebraba su cumpleaños con una barbacoa en el jardín de su casa. Mucha gente, cervezas, pancetas, morcillas, chorizo…mi relación autodestructiva demostrándome que efectivamente lo de la noche anterior había sido un error, dolor de cabeza, charla, risas y por fin decidí que era la hora de irme a casa para preparar el cumpleaños.

De camino, pasé por casa de mis tíos, tuve un ataque de sociabilidad y dije...voy a saludar.

- Hola…pasaba por aquí y he pensado en entrar a saludaros.
- ..err…ehh..Hola Moli…
- Pues nada que tenía un cumpleaños en la casa de enfrente y muy bien pero ya me voy a casa porque volverán mis padres de su marcha por el monte y claro como es el cumpleaños de mamá...pues no sé si haremos algo. ¿Vendréis luego?
- Err..Moli...pues no sé.
- Bueno...pues me voy ya. ¡Hasta luego!

Me fui de allí pensando que debían haber discutido o qué había llegado en mal momento porque normalmente yo les parecía graciosa y dicharachera y habían estado muy serios, aunque también podía ser que yo no hubiera estado tan graciosa como creía.

Llegué a casa y creo recordar que molihermana estaba allí. Habíamos comprado una tarta Royal y la hicimos para que molimadre pudiera soplar las velas. Pobreshermanos no estaban y yo me senté a ver la televisión en lo que esperaba que volvieran mis padres.

Al cabo de un rato, escuche gente que entraba por la puerta de la cocina. Molimadre y C., un amigo suyo. Algo iba mal. Lo supe al instante.

- ¿Qué pasa?
- Moli….
- ¿Qué pasa?
-
A tu padre le ha dado un infarto y ha muerto.
- ¿Qué? ¿Cómo que ha muerto? ¿Cómo que un infarto? Pero... ¿dónde? Pero... ¿no estabais de excursión? .- pregunté eso como si fuera imposible que te diera un infarto estando de excursión, como si hubiera una situación correcta para morir de un infarto.
- Si...esta mañana...según iba andando y no hemos podido hacer nada.
- ¿Esta mañana? ¿esta mañana?? Y ¿por qué no nos has llamado?
- Porque estábamos en medio de la montaña, ha tenido que venir la guardia civil...un helicóptero…y quería decíroslo yo. ¿Dónde están tus hermanos?

- No sé…molihermana está por ahí...en el despacho creo…y mis hermanos no están...pobrehermano mayor se ha ido con su novia a pasar el día a Segovia...y pobrehermano pequeño no sé donde está...supongo que vendrá ahora.
- Hay que llamar a casa de la novia de pobrehermano mayor para que en cuanto llegue allí venga a casa...no quiero que se entere fuera de casa.

Me levanté, cogí el teléfono y llamé. “Cuando lleguen de Segovia que baje rápido a casa que es urgente...no, no pasa nada…pero que venga a casa…

Hice esa llamada por lo menos unas 15 veces esa tarde.

Salí a jardín. No sentía nada. Ni pena, ni miedo, ni tristeza, ni agobio. Nada en absoluto. Estaba como cuando te anestesian para sacarte la muela, sabes que hay algo raro., algo que pesa, que no controlas, pero no notas nada. Te pasas la lengua una y otra vez esperando la punzada de dolor, el calambre que te haga llorar del dolor y no pasa nada, eres de corcho. Pues era igual. Salí y me senté en las escaleras del porche, mirando a La Peñota. Estaba oscureciendo pero todavía había luz, había hecho un buen día. Miraba la montaña recortada contra el cielo más claro y pensaba: Papá ha muerto. Ha muerto. Nunca más en la vida ni aunque viva 1000 años volveré a verle. Ayer estaba y ya no está. Ni siquiera estaba esta mañana, he estado viviendo todo un día sin saber que había muerto. Nunca más. Ha muerto. Ya no está. Nunca más. Nunca.

Y no sentía nada.

Era de corcho.

La casa se fue llenando de gente. Entraban, me veían, me abrazaban…

-Te vas a quedar helada. Entra en casa...
- No, estoy bien.

Llevaba unos vaqueros viejos, una camisa escocesa roja que había comprado en Nueva York dos años antes y una chaqueta de mi padre que le había cogido. Larga, de lana gris oscura con botones de madera que me encantaba. Todavía tengo esa ropa colgada en el armario de mi cuarto.

- Moli ¿estás bien? ¿Quieres algo?
- No gracias. Estoy bien. Entrad... ¿queréis algo? ¿Un café? Tengo que volver a llamar para que venga pobrehermano mayor.

Cada vez más gente. Y yo seguía siendo de corcho. El teléfono no paraba de sonar. La gente no sabe que decirte...lógico... ¿qué se dice? “Te llamo porque me he enterado que tu padre se ha muerto de un infarto”…no se puede decir nada…

Sonó otra vez.

- ¿Hola?
- Moli…soy yo…soy Fede
.- lloraba como nunca en mi vida le había visto llorar
- Hola Fede...
- Acabo de salir del Bernabéu y he llamado a casa y me lo han dicho y joder…y voy a tardar un rato y llegar y…no sé qué decirte... ¿estás bien?
Si...si...no te preocupes...estoy bien...en fin...así es la vida.
- Voy para allá…
- Vale...como quieras...pero no hace falta en serio.

Más gente llegaba. Llegaron mis tíos. Entendí porqué habían estado tan serios cuando a fui verles. Ellos ya lo sabían. Era una sensación rarísima, saber que habías estado haciendo bromas y planes futuros cuando tu padre ya estaba muerto. Era muy raro pero no dolía.

Seguía siendo de corcho.

Familia, amigos de mis padres, amigos nuestros. Muchísima gente. Todos me abrazaban y me decían cosas. Sólo pensaba en pobrehermano mayor que iba a ser el último en enterarse.

Sonó otra vez.

- Moli..soy yo ¿Qué pasa? ¿Qué es tan urgente para que tenga que volver a casa?
- No te lo puedo contar por teléfono...vente ya.
- Vale, vale...voy para allá.

Salí a buscarle a la puerta. Había un millón de coches aparcados en el camino de casa….

- Ya estoy aquí. ¿Y todos estos coches? ¿has organizado una fiesta para mamá?
- Entra en casa anda…

Aquello fue horrible, los dos entrando en casa, pasando entre la gente que se callaba al vernos. Él acojonado y yo de corcho caminando hacia mi madre.

Ya lo sabíamos todos. Había cosas que preparar. El entierro, la misa. Alguien tenía que ir al Anatómico Forense al día siguiente. Solo queríamos que se acabara. Poco a poco la gente se fue marchando y ya casi a medianoche nos sentamos los 5 en la mesa de la cocina. Teníamos que comer algo…la tarta.

Me fui a la cama. Seguía dándome con la lengua y seguía siendo de corcho.

Fue un día cualquiera hasta que dejó de serlo.

Hoy es ese día 13 años después.

viernes, 23 de abril de 2010

A PROPÓSITO DE MI PADRE

Vas por la vida tan contenta, haciendo el panoli y creyendo que todo lo que tienes a tu alrededor está asegurado. Bueno, no es que lo creas, es que no te lo planteas. Sabes que pueden pasar cosas malas, que hay cosas malas que van a pasar pero no les prestas atención. Es lógico, si te pasaras el día meditando sobre lo mal que puede ir todo, estarías paralizado ( vale, yo voy así la mayor parte del tiempo pero eso da igual ahora). El caso es que ahí estás tú, con tus absurdos 19 años y de repente te levantas un día de primavera en Los Molinos, con un pelín de resaca y sentimiento de culpabilidad porque tu madre se va a cabrear y descubres que tus padres no están en casa.

- ¿ Mamá? ¿ Papá? Oye, B..¿ dónde han ido?
- Ni idea, yo me he levantado y ya no estaban. Se habrán ido por ahí a hacer algo.
Algo va mal. Sabes que algo va mal, pero en fin..sigues con tus cosas. Te encargas de tu hermano pequeño que tiene 8 años y empiezas a preocuparte por la comida. Los hermanos mayores hacemos esas cosas.

De repente aparece un familiar y dice: “ vuestro padre no se encontraba bien, así que se han ido al hospital a Madrid, pero no pasa nada, no os preocupéis. Después de comer, recoged todo, Moli tu conduces y os vais a Madrid que ya os llamará molimadre”.

Así que nada. Sigues adelante, haces lo que te dicen. Coges el coche y vas acojonada. Te tiemblan las manos, las piernas. ¿ Qué haces haciendo de padre y madre? Llegas a casa, preparas la cena, e intentas seguir con la rutina.

En algún momento aparece molimadre y dice algo como “ infarto cerebral”…esas palabras no producen ningún resultado en tus neuronas. ¿ Qué es eso? ¿ Qué le ha pasado? ¿ Se va a morir? ¿ Cómo está?

Molimadre intenta explicárlo minimizando la impresión: Se ha levantado esta mañana y tenía medio cuerpo paralizado y no podía hablar bien, pero no os preocupéis que él está bien, incluso se reía cuando le preguntaban como se llamaba y al abrir la boca decía: envolvente. Le van a tener unos días en observación y ya está.
Pero tú sabes que no está, que algo va mal. Que el puto instinto no te falla esta vez, que tu madre está aterrorizada y tú no puedes hacer nada. Y te vas a la cama y todo lo que habías dado por supuesto hasta esa misma mañana se ha ido al garete: tus padres son vulnerables. Es una cosa que todo el mundo sabe, o que todo el mundo llega a saber en algún momento de su vida, pero eso no quita para que ese momento sea muy desagradable.

Los siguientes 15 días fueron una mezcla de “obviemos los síntomas” con “agonía suprema”. Oscilaba entre sigamos como si nada hubiera pasado y a lo mejor así nada ha pasado o pensemos en lo peor que pueda ocurrir y así estaremos preparados para lo que sea.

Y llegó el día.

- Moli, tienes que ir a ver a tu padre al hospital. Va a salir mañana y quiere verte antes de volver a casa.

Y allí que me fui. A un megahospital de Madrid de esos que deprimen solo de verlos por fuera. No sabía que me iba a encontrar, ni que tenía que decir, ni que tenía que hacer, ni como iba a comportarme..no sabía nada. Solo que me temblaban las piernas y que quería estar en cualquier otro sitio menos ahí. Pero como todo el mundo sabe…soy una tipa fuerte..asi que entré.

Y allí estaba. Sonriendo, con sus ojos azules brillantes, su bigote y su calva.

- Hola papá.
- Panes tienes aquí..jajajajaja.- ¿qué?
- Hija, papá ha perdido la capacidad de conectar lo que piensa con lo que habla, asi que ha querido decir, hola Moli pero cuando manda la orden a su boca, no se conecta.- Ah..que alivio. Bueno papá, pues mañana sales. ¿ estás contento?
- Abrizco. Quiero mis calefacter y los capilla.
- ¿Qué?

Riendo, se señaló las zapatillas de hospital y el pijama y deduje que quería algo de ropa..asi que empezamos un intercambio absurdo para conseguir comunicarnos:

- ¿ quieres otras zapatillas?
El movia la cabeza negando.
- ¿ Calcetines?
Negaba otra vez..
- ¡¡ zapatos!!!
Gran sonrisa.
- Vale, los calefacter son los zapatos. Ahora por “el capilla”
- ¿ camisa?..Gran sonrisa
- ¿ Azul? ¿ roja? Ah no, que así no podemos jugar. Vale, traeré tu favorita.
Me sentía como en esa escena de " El jovencito Frankestein".." 3 sílabas...¡¡¡cal man..te!! ......pues eso.




Era acojonante. Un tio de 49 años, ingeniero industrial, dueño de su propia empresa y no podía ni decir su nombre, ni escribir, ni leer. Acojonante. Empezó entonces un proceso de rehabilitación alucinante. Era increíble ver a tu padre haciendo palotes como si tuviera 4 años, y mirándose en un espejo para aprender a vocalizar las letras. Era tan increíble que te daban ganas de reir, pero no podías reírte porque querías que saliera bien, que aunque aquello te pareciera ridículo tenía que funcionar. Y funcionó. Aprendió a leer, a escribir, a contar, a sumar, a restar, a dividir, a hacer integrales, funcionó tantísimo que al cabo de un año pudo volver a trabajar en lo suyo: diseñando instalaciones eléctricas. Creo una nueva empresa y se dedicó a ello con toda su alma.

Durante ese proceso y pasado el acojone inicial, nos reímos mucho. Era divertido hablar con él, nunca sabías donde iba a saltar la palabra nueva. Estabas en la mesa y decía: “ por favor Leoncia, pásame el vasallo”..Leoncia era cualquiera y el vasallo era la sal. O le mandabas a comprar el pan, le dabas una moneda de 100 pelas y te decía: eso es poco, dame millones.

También le cambió el carácter. Siempre había sido divertido y animado, pero siempre había estado preocupado por el curro. Nunca había tiempo para hacer cosas divertidas, todo sería “más adelante”. Después de esto, todo tenía que ser “Ahora”. Aprendió que la vida es ahora, no lo que te ha pasado ni lo que crees que te pasará, asi que si quieres hacer algo o te apetece hacer algo, hay que hacerlo ahora. No se puede dejar para más adelante, porque más adelante no hay nada.

El tiempo para hacer lo que quieres hacer es ahora. El tiempo para pasar con quien quieres es ahora. No vale esperar. Y si algo no te gusta o quieres cambiarlo, hay que hacerlo ahora.

Hicimos miles de cosas, viajamos más que nunca: fuimos a Suiza de vacaciones, fuimos a Inglaterra en un viaje completamente disparatado, fuimos a la playa con él y ¡ se bañó en el mar!, fuimos a esquiar todos juntos, le preparamos un viaje sorpresa a mi madre que se pasó llorando 2 días, fuimos al cine, a exposiciones, volvió a disfrutar de leer, aprendió, cuando nadie sabia, a manejar internet y a programar, recuperó el tiempo para sus amigos, nos reimos como nunca y disfrutó con mi hermano pequeño todo lo que no había hecho con los mayores…
Fue un lujo.

A los 5 años, se acabó, pero eso ya lo contaré otro día.

Esta historia, no es una historia triste, ni de dar pena, ni tiene moraleja, ni nada de eso.

Es una historia que explica como soy.


Mi padre (I) y mi padre (II), por si alguien no sabe de quien hablo.

viernes, 30 de octubre de 2009

MI PADRE (II)

Para M. y C.

Este es un post para intentar contaros lo que conozco de mi padre, para que no sea solo una foto en la estantería. ¿ Vuestro abuelo? Es mi padre pero jamás será abuelo, no le dio tiempo, ni siquiera conoció a vuestro padre.

Quiero que sepáis que era el pequeño, cómo tu C., de 3 hermanos, con los que se llevaba muchos años. Fue siempre el mimado, el cuidado. Se pasó años cenando tortilla de patata que le hacían especial para él, independientemente de lo que el resto de la familia comiera. Esto no os lo toméis como una licencia para pedirme cada día una cena a la carta, que ya sabéis qué lo hay en la lista de la nevera, es lo que hay que comer, y al que no le guste, se queda sin cenar.
El padre de mi padre, es decir vuestro bisabuelo también murió joven, cuando mi padre tenía 14 años. Se llamaba Gonzalo y era hijo de un señor catalán y una señora cubana. Se habían conocido durante la guerra de 1898 y él le hizo nada más y nada menos que 11 hijos; cuando se fundió toda la pasta de la rica heredera cubana, la abandonó en Canarias con los 11 churumbeles. Mi padre nunca hablaba de sus tíos, así que de esa parte de la historia no os puedo contar nada.

Se llamaba Jesús porque nació el día de Navidad, y por aquel entonces te ponían el nombre del día que nacías. Nunca le gustó, pero peor hubiera sido Natividad. C, Jesús, sí como el niño Jezuz..si el de los Reyes Magos. No, no era mágico ( no sé que te enseñan las monjas pero no van bien) . Siempre celebrábamos su cumpleaños en Navidad, hacíamos una comida especial y le dábamos los regalos al levantarnos. No, M, caminito de chuches no le poníamos .- No le molaba mucho su cumpleaños, pero cuando cumplió 50 le hicimos una fiesta sorpresa genial en la que curramos durante meses. Cocinamos para 80 personas, invitamos a sus colegas del colegio, sus amigos de la carrera, gente del trabajo, los de Los Molinos, los de las motos…tuvimos mucho mérito, no había ni mail ni facebook ni nada. Un millón de llamadas hubo que hacer, pero no faltó nadie y le hizo muchísima ilusión aunque lo único que decía era: estáis locos y ¿ pero qué haces tú aquí? a cada nuevo invitado que llegaba.

La tía E. y yo, nos fuimos a Los Molinos 4 días antes de la fiesta para limpiar y organizar y abu le dijo, cuando preguntó por nosotros qué estábamos de ejercicios espirituales. ¿ Otra vez?- dijo. Todavía nos reímos al acordarnos, ahora esa excusa no colaría ni de coña.

Mi padre no fue un estudiante brillante en el colegio y cuando empezó la carrera de Ingeniería Industrial, él y otros 20 lumbreras de primero, decidieron que en Madrid era muy difícil y que mejor irse a estudiar a Barcelona. No puedo explicaros como lo consiguieron, pero se fueron para allá. Mi padre vivía en un piso de estudiantes en el que tenían asistenta y todo, “La Beethoven” la llamaban, porque limpiaba en una tienda de pianos antes de ir a su casa. Allí se pasó toda la carrera, entre farra y farra, hasta que “abu” se fue a trabajar allí cerca, a Valls, y puso un poco de orden.

No, C, no te puedes ir a vivir fuera a una casa para ti sola con otras princesas. Creo que no estás entiendo el sentido de esta historia.

Mi padre y abu se conocieron en Los Molinos, - no, en casa de Abu no, esa casa no existía- y se casaron después de 10 años de novios. Si C, abu iba de princesa y no, no hubo piñata, en las bodas no hay piñatas.
Mi padre era un tío genial, muy divertido y con muchísimas ganas de hacer cosas. No siempre fue así, al principio trabaja mucho, muchísimo, pero después de su infarto cerebral decidió que la vida era para disfrutarla, así que nos llevo de viaje a Inglaterra, nos llevo a Suiza, fuimos a esquiar todos juntos y lo pasamos en grande. Si viviera ahora, estaría pensando en cuando podría llevaros a Eurodisney o al circo, o al zoo y a ti M. seguro que te habría comprado la bici más grande que hubiera encontrado y a ti C. un castillo de princesas para que te metieras dentro. Habría removido Roma con Santiago para encontrar chuches sin gluten y tendría el despacho plagado de dibujos.

Os contaría historias de lo mema que era yo y seguro que se acordaría del día que dejé la bici de B. mal aparcada y “Juanito” le paso por encima con su landrover, volví a casa con la bici destrozada y me echó una bronca increíble. Yo debía tener 13 o 14 años y me acuerdo que me fui a dar un paseo pensando que me tenía que buscar un curro para irme de casa porque seguro que ya no me quería más en casa. Si, era muy melodramática.

Mi padre te rateaba las 45 pelas para coger el autobús, ¿ otra vez necesitas dinero? pero si te acompañaba de compras te decía: ¿te gustan esos pantalones? Pues cómpratelos en 3 colores distintos”. No quiero ni pensar las montañas de pegatinas y gormitis que os hubiera comprado.

Con mi padre me comí el mejor arroz a banda de mi vida. Tenía 18 años y fuimos a comprar un regalo de boda al Corte Inglés de Princesa, él siempre ponía lo mismo en la tarjeta: ¡que suerte tenéis! Cuando terminamos la gestión, me invitó a comer en el restaurante de la azotea. Le encantaba el arroz, como a mi. Nos dijeron que tardaría 25 minutos y dijo: da igual, traiga vino. El mejor arroz de mi vida.

Mi padre se sentaría con vosotras a ver los dibujos de La Pantera Rosa que le encantaban y os hubiera llevado al cine a cada película que estrenaran. Estaría encantado de que tú M, ya sepas esquiar y puede que incluso se bañara con vosotros en la playa, que es una cosa que jamás hizo con nosotros. Se sentaba en el chiringuito con la cerveza y el periódico y desde allí nos saludaba.

Mi padre no conoció a papá y es una pena porque se hubieran llevado de coña, los dos ingenieros, los dos emocionados con Excel, los dos haciendo cálculos absurdos y los dos haciéndome muchísimo de rabiar.


Todo el que le conoció, se acuerda de él. Hubiera sido un abuelo genial. Cómo no lo será nunca, os cuento estas cosas para que por lo menos tengáis “ un recuerdo de un recuerdo”.

martes, 28 de octubre de 2008

MI PADRE

Este es mi padre. El viernes hará 11 años que le ví por ultima vez.

Mi padre era alto, calvo, con bigote y los ojos azules. Ninguna de esas cuatro cosas las he heredado. Era guapo y muy simpático. Tenía un sentido del humor como el mío..pelín ácido. Me llevó al colegio hasta que estuve en COU, cuando era muy pequeña escuchábamos “los Porreta” en la radio y yo iba delante sentada con mi hermana, sin cinturón ni nada…¡que tiempos aquellos!.

Era ingeniero. Trabajaba mucho y le encantaba lo que hacía. Nunca podía preguntarle nada de los deberes porque si le pedía ayuda para una suma…acababa haciéndome una integral. Desde el principio vió claro que las ciencias no eran para mi. En 2º de BUP me dijo: “ Moli, ni lo intentes, apréndete los problemas de vectores de memoria y el año que viene elige letras”.

Mi padre me llevaba a las sesiones continuas de cine. Veíamos películas de Luis de Funes y nos moríamos de la risa por las pelis y por sus carcajadas. Le encantaba conducir y nos enseñó a mis hermanos y a mi. A veces perdía la paciencia conmigo al volante..era malísima, eso sí, me enseñó bien porque ahora conduzco genial.

Veía carreras de Fórmula 1, antes de que Fernando Alonso hubiera nacido y el calvo de Telecinco supiera hablar; con él vi a Niki Lauda, a Nelson Piquet y a Alain Prost.

No le gustaba la playa.

No era deportista. Tenía una moto de campo y se iba por ahí. Una vez se rompió un tobillo en una de esas excursiones con sus amigos…y volvió cabreado como una mona…me acuerdo que no se podía hacer ni un ruido. Le gustaba echarse la siesta. También esquiaba, me enseñó con 5 años..aunque me decía que era una miedica.

Nunca nos llevó al médico, nunca fue a las reuniones de padres, pero sí a las funciones de teatro y era el que más aplaudía. Una vez, harto de que las monjas pidieran una “tarjetita” de los padres para cada cosa que tenías que hacer fuera del cole..me hizo una tarjeta que ponía “ Esta tarjeta sirve de justificante para todo lo que diga mi hija de aquí a que salga del cole”.

Fumaba muchísimo, uno detrás de otro. Primero Winston y luego Ducados. Lo dejó cuando le dio el infarto cerebral, 5 años antes de morir, pero siempre decía que cuando se jubilara volvería a fumar. No le dio tiempo.

Para no fumar llevaba en el coche unos caramelos que se llaman Fisherman. Un día íbamos en el coche y empezamos a darle el coñazo: papá, danos un caramelo, danos un caramelo. No, que es muy fuerte…que si, que si…Vale..pero si os lo metéis en la boca no podéis tirarlo….vale, vale….creo que nos salió humo por las orejas y lloramos unas dos horas…nunca más he comido un fishermans.

Siempre contaba que él quería tener una hija lo primero, una niñita cariñosa que cuando llegara a casa le abrazara y le diera besos….y terminaba la historia diciendo..” pero nació Moli”. …lo que he dicho..mi mismo sentido del humor.

Tenía las manos grandes. Le gustaba posar para las fotos y salía siempre bien. Miraba a la cámara y allí estaba, conseguía ser él en las fotos. ( otra cosa que no he heredado).

Murió feliz y ni se dio cuenta. Han pasado 11 años.

Lo primero que se me olvidó fue su voz.

No quiero que se me olvide nada más.