martes, 30 de julio de 2013

NOSOTROS Y NUESTROS MÓVILES

Hace 15 años nadie o casi nadie tenía móvil y el que lo tenía  lo usaba para hablar por teléfono desde cualquier sitio. 

Ahora todo el mundo tiene móvil y para lo que menos se usa es para hablar.  

Hace 15 años tenías móvil como algo útil y más que nada asociado al curro o a una situación de emergencia.  Ahora el móvil es imprescindible y además de estar asociado al curro o a una emergencia, es vital para el ocio y el entretenimiento. Es una maravilla de aparato para perder el tiempo o no. Depende. 

Hubo un tiempo en que lo mejor de un móvil era que fuera pequeño. Ahora lo mejor es que tenga todo lo que se te pueda ocurrir, todo lo que puedas necesitar y algunas cosas más que ni se te ocurran, ni vas a necesitar, ni vas a saber manejar y ni siquiera sabes que tiene. 

Hay mucha fauna por ahí con el móvil. 

En lo más alto de la pirámide tenemos al Experto Cum Laude que se caracteriza no sólo por tener el móvil último modelo y saber manejarlo. El experto Cum Laude conoce su móvil, el tuyo, el de tu abuela y además sabe manejar todas las apps que tiene instaladas él y sabe las que necesitas tú. Un buen experto cum laude además tiene un registro histórico de todos los móviles que ha tenido en su vida, los recuerda y puede que los tenga guardados.  Un experto cum laude te ayuda y te aconseja si tienes dudas sobre tu móvil, o sobre cual comprarte. Es gente que te dice “no te gastes esa pasta en ese móvil” o “tu no necesitas eso”. Por supuesto, de estos hay poquísimos...

El Experto técnico. Sabe un huevo pero pasa de contártelo. Normalmente suele ser tu amigo el informático y le da mucho por culo que alguien le pregunte. Si cometes el error de preguntarle te responderá con algo como “puffff...ya te lo miro un día de estos”. Siendo “un día de estos” el día en el que tú te conviertas en Halle Berry.  Él tiene su móvil que es justo el que necesita y lo usa para lo que lo necesita. Lo demás le da igual y no alardea. 

Un poco más abajo está el experto de moda. De estos hay millones. Tiene el móvil último modelo precisamente porque es último modelo y normalmente lo utiliza al 20 %.  Controla un poco, lo justo,pero habla que parece que es ingeniero de telecomunicaciones experto en móviles, redes, tecnología y grafeno. Son unos brasas de mil pares de narices y cuando les pides consejo, normalmente el problema es siempre que no tienes el móvil que deberías  tener. 

Después de los supuestos expertos estamos la gran mayoría de los usuarios. Tenemos nuestro móvil que manejamos más o menos. Todos cogimos el manual de instrucciones y lo dejamos en una estantería pensando “en cuanto tenga tiempo me lo empollo, porque siempre me pasa lo mismo que no le saco todo el provecho”, siendo“En cuanto tenga tiempo” el mismo día del fin del mundo según el Apocalipsis maya, es decir nunca. (Si un día te despiertas y  te lees el manual, automáticamente pasas a Experto Cum Laude). Todos tenemos unas aplicaciones que sabemos utilizar, otras que nos instalamos porque alguien nos lo dijo y no utilizamos y otras que venían en el teléfono, que no sabemos para qué sirven pero que no nos atrevemos a borrar no sea que se joda lo que sí funciona. 

Los de este grupo usamos el móvil para navegar por internet. Leemos blogs mientras esperamos y se nos ha olvidado el libro ( para comentar no se usa porque es infernal comentar desde el móvil). Lo usamos para mirar twitter. Lo usamos también para el wasap y para leer correos y pensar “cuando tenga un teclado tengo que contestar a este mail”.  Solemos estar atentos al móvil y casi el 100 % de las veces que decimos “vi tu llamada perdida pero es que estaba ocupado”...la realidad es que vimos tu llamada y no nos apeteció cogerla. En este grupo también es un clásico ir con el cargador encima...la batería vuela. 

Por debajo de este grupo mayoritario están los usuarios a los que golpearías con sus móviles en la cabeza por distintos motivos. 

Tu madre. Las madres y los móviles son sin duda uno de los círculos que habría que añadir al infierno de Dante. Nunca le dan el uso correcto. O se pasan por exceso y entonces te llaman a cualquier hora, en cualquier momento, si les cuelgas porque no puedes hablar con ellas son inasequibles y no lo captan. Llaman y llaman y llaman hasta que se lo coges gritando “Mamá, ¿qué pasa? No puedo hablar ahora” y entonces contestan “Ni ahora ni nunca que llevo media hora llamándote” o se pasan por defecto y entonces usan el móvil como si fuera un fijo: salen de casa y se lo dejan allí. 

Las llamas y jamás lo cogen. Las madres y los wasap son un tema aparte. Se hacen las mártires porque no las has metido en el grupo “hermanos” explicándole que ella no es “hermana”...se hacen tanto las mártires que al final cuando mandas algo al grupo de hermanos, se lo mandas a ella también, para descubrir días después que “eso del wasap no se muy bien como va, prefiero un sms”. 

Los apocalípticos. No quieren un smartphone porque o están convencidos de que dan cáncer y son responsables del calentamiento global. O creen que su uso atrofia las neuronas y cualquier atisbo de criterio que hayas tenido en tu vida y usar un smartphone te convertirá en una ameba social, incapaz de relacionarte con nadie, incapaz de seguir apreciando la lectura o un paseo por el bosque y lo que es aún peor...hará que las agencias de inteligencia de todo el planeta sepan lo que haces y cómo lo haces. 

“Si quieres algo me llamas”. Es ese alguien que por sistema no contesta ni los mails, ni los wasap, ni los dms. ¿Para qué cojones tienes un smartphone si lo que quieres es que te llame? Por supuesto, cuando les llamas siempre es mal momento, no pueden atenderte o sencillamente lo tienen apagado. 

“Yo no tengo wasap no quiero estar en grupos de esos”. Primero, no tienes tantos amigos como para que te metan en un grupo. Segundo, esto es como un bar...si no te gusta el grupo vete. 

“El del plástico”
  • ¿Móvil nuevo?
  • No, lo tengo desde hace 6 meses. 
  • ¿Y el plástico? ¿por qué no lo quitas?
  • ¿por qué? sirve para protegerlo. No quiero que se me estropee. 

Es la típica gente que tiene los sofás tapados con sábanas y te hace quitarte los zapatos antes de entrar en su casa. No son de fiar, siempre pienso si llevaran la ropa interior con el plástico higiénico..."para que no se estropee". 

Confesémoslo. Somos un poquito adictos al móvil. En realidad lo somos menos de lo que creemos. Por una vez en la vida quiero pensar bien y creer que la mayoría de los descerebrados usan su móvil mucho, muchísimo, lo miran compulsivamente miles de veces al día pero si algún día decidieran dejarlo de lado para dedicarse a pasear, leer, bañarse y dormir...no sufrirían sudores fríos, convulsiones, y posteriormente la muerte.


Lo tenemos controlado. 

viernes, 26 de julio de 2013

MOLIMADRE NO CONFÍA EN MI.

Hace 2 días. Estoy sentada en el jardín leyendo y aparece Molimadre muy compungida. Se deja caer en el sofá, que es algo que nunca hace porque eso "no se hace". Uno se sienta, no se tira. 

- Moli, se ha roto la caldera. 
- Vaya por Dios. 
- He llamado, han venido a ver si se podía arreglar y no se puede. Hay que cambiarla. 
- Vaya por Dios, que putada. 
- Lo peor no es eso...
- ¿No? ¿Qué es peor? No me asustes. 
- Pues que vienen el jueves a colocarla y yo no voy a estar. Me voy de vacaciones
- Bueno, ¿y qué más? ¿Cual es el problema? No estás, no pasa nada. Yo sí estaré...
- Ya...
- Ya ¿Qué? ¿A quién llamas?
- A Pobrehermano Mayor, a ver si se puede coger el día libre para estar cuando vengan a poner la caldera. 
- ¡cuelga ahora mismo! A ver mamá...que estoy yo ese día. 
- Ya...por eso. 
- ¡Mamá! Que van a poner una caldera, no un acelerador de partículas. 
- Ya...pero es que tú...
- Si, ya lo sé. No soy Pobrehermano pero no te preocupes, si quieres pongo el teléfono en grabadora y te mando la grabación de todo lo que diga el técnico. 
- Qué graciosa....

Hace dos días a la hora de comer. Comensales: Molimadre, Pobrehermano Mayor y yo. Pobrehermano mayor está super en forma y hace cosas absurdas y totalmente incomprensibles como apuntarse y correr carreras de montaña de 60 kilómetros. Comentábamos esta enfermedad...porque Pobrehermano se arrepentía de no haberse apuntado a una carrera de 90 km que hay este fin de semana en la casa de las montañaz y que ya corrió el año pasado. 

- Pobrehermano tío, esta primavera te recuerdo que un día me cruce contigo por el pasillo y te dije ¿Dónde vas a estas horas? Me dijiste que a subir el Puerto de Navacerrada y bajar corriendo para entrenar para el absurdo trial ese que corriste. Te dije si no te daba pereza y me dijiste: "mogollón...Moli, no me dejes volver a apuntarme". Así que aquí estoy, nada de arrepentirte de no haberte apuntado. Es una manía absurda y te lo prohibo. 
- Pues ya me he apuntado a otra en octubre. 
- ¿Cómo que te has apuntado a otra? ¿Sin decírmelo? Esto no funciona así. Para empezar tienes que borrarte de esas páginas de FB de "Buenos días queridos runners, hoy amanecemos con nuevas carreras en el horizonte". Son una secta y son peligrosos. Bórrate. Y antes de apuntarte a nada, me llamas y yo voy y te lo impido. 
- jajajajajaja. Vale..pero vamos que ésta es corta, son sólo 50 kilómetros. 
- Vale. Estás oficialmente muy grave. La situación es alarmante. 
- jajajajaja..pero ¿qué dices?
- ¿TU TE HAS OÍDO? "Es corta, son sólo 50 kilómetros". 
- Deja a tu hermano en paz, está muy en forma. 
- Mamá...no empecemos. Además, lo digo por su bien. Pobrehermano ya tiene casi 40....y no se ha hecho las pruebas y lo mismo tiene lo mismo que yo y le puede dar un infarto. 
- ¡MOLI! 
- Joder mamá...si lo digo por tu bien, para la supervivencia de tu favorito. 
- Una cosa os digo para que lo sepáis. Yo no tengo planeado vivir mucho tiempo. 
- Jajajajajajajaja...

A Molimadre no le hizo ninguna gracia. Se le cambió la cara y creí que iba a caer desmayada sobre el arroz blanco. 

- ¡Hijo! No digas esas cosas. 
- Os lo digo en serio, no tengo ninguna intención de llegar a viejo. 
- jajajaja...vale, pero no te mueras antes que mamá. 
- Mmmm..vale, pero mamá, no te aferres a la vida. 
- Jajajajajajaja...me va a dar algo de la risa. Como sigas diciendo esas cosas, la que no llega a vieja es mamá. 
- Hombre, es que a ver si a mamá le va a dar por vivir hasta los 95 y me jode el plan de morir joven. 
- Hijo, por favor....
- Bueno, no te puedes morir antes que mamá, nos llevaríamos mucho disgusto y además, mamá no lo soportaría y moriría enseguida y nosotros 3 tendríamos que soportar dos disgustos seguidos.
- Moli, si tú te mueres antes también me llevaré mucho disgusto. 
- ya...pero no tanto, y las dos lo sabemos.  
- Bueno hijo, el jueves vienen a cambiar la caldera, como sólo estará aquí Moli...¿te puedes coger el día libre para estar tú?
- Ni de coña mamá...y además no hace falta. Es una caldera, no una estación espacial, hasta Moli es capaz. 
- ¿No te ibas a morir pronto? Joder, que parezco imbécil. He llegado a los 40 años sin problemas. 
- Ya...pero sin apéndice. 
- Iros a la mierda los dos. 
- Susceptible. 
- Favorito. 

Ayer. 8:30 de la mañana. Recibo al de la caldera en pijama y con mi mejor sonrisa. Voy recordando mentalmente las recomendaciones que Molimadre me ha dado antes de irse de viaje, después de llegar a su destino y me resisto a mirar el papel dónde me las ha dejado apuntadas.

- Guardar a los Perros de Aspecto Gigantesco. SI
- Abrir la puerta del jardín al operario. SI
- Sonréir. SI
- Decirle si se lleva la caldera antigua. SI.
-Desconectar electricidad. "En el panel hay dos interruptores que pone "caldera", esos". SI. Me rechinan los dientes comprobando la increíble confianza que tiene mi madre en mí. 

A las 9 suena el teléfono. Ya se quién es: 

- Hola mamá. 
- ¿Ha llegado el de la caldera?
- Si. 
- ¿le has abierto la puerta?
- No, le tengo diciendo la contraseña secreta. Pues claro. 
- ¿Has guardado a los perros?
- No, de hecho ahora mismo  viendo como devoran  al técnico. Pues claro. 
- ¿le has dicho que si se lleva la antigua?
- No, le he dicho que quiero hacerme una escultura con ella o hacerme un rinconcito de lectura. Pues claro. Tranquilízate. Todo va bien. La casa está en pie, los niños están bien, el operario está bien. Yo estoy bien. 
- Luego te llamo otra vez. 

Cuelgo. Suena otra vez. 

- Moli, soy Pobrehermano. ¿ha llegado el de la caldera?
- SI. 
- Vale. Oye...que me he venido al curro sin cartera y no tengo ni puta idea de dónde la he dejado. 
- Aha....- Menos mal que no está Molimadre. Seguro que pensaría que se la he escondido yo. 
- Mira a ver si de casualidad me la dejé en la mesa de blablablablablabla y me mandas un mensaje.
- Vale. 

Encuentro la cartera mientras me descojono pensando en cómo mi madre tiene cero confianza en mí y su hijo el superhéroe va por la vida sin cartera. 

Durante 3 horas de convivencia con el técnico de la caldera entablamos una bonita amistad. Al final, le hago todas las preguntas pertinentes que me había dicho Pobrehermano Mayor. Memorizo las respuestas, guardo el manual a buen recaudo. Le hago que encienda la calefacción y casi muero de la caloreta dentro de casa, recorro todos los radiadores comprobando que chutan, le doy una botella de agua, le firmo el albarán y todavía en pijama a la 1 de la tarde le despido agitando la manita mientras se pierde por la carretera. 

Saco a los perros. Llamo a Molimadre. 

- Ya está la caldera. Todo bien. 
- ¿Has dado la luz otra vez?
- Si claro. 
- ¿Has probado la calefacción?
- Si. 
- ¿Has soltado los perros?
- Si. 
- ¿te has enterado de todo? 
- Si, mamá...de hecho estoy pensando en hacerte un escrito pormenorizado. ¿Lo quieres ante notario?
- Muy graciosa.  

Ese mismo día más tarde. 

- Soy yo. ¿Qué tal la caldera?
- Joder mamá...pues bien. Parece que está a gusto. 
- ¿se lo has explicado a tu hermano?
- Si, se lo he explicado. Le he entregado el grial del libro de instrucciones y está todo correcto. 
- Vale. 
- oye mamá..que he bajado al médico y que ya me han quitado los puntos..
- tengo una llamada..luego te llamo. 

Cuelgo. Pobrehermano mayor está sentado a mi lado en el jardín. Le suena el móvil. 

- Hola mamá. ¿La caldera? 

Me mira y se descojona. 

- Bien mamá, la caldera bien. Sí está bien puesta y sí tengo el libro de instrucciones....

No sé como he llegado a los 40 sin que me atropelle un camión y sin matar a Molimadre. 


miércoles, 24 de julio de 2013

JUAN CUMPLE 40.



24 de julio de 2013. Cumples 40 años. Exactamente 5 meses y 12 días después que yo. Los dos tenemos 40 años y estamos mejor que nunca. Lo sabemos, nos miramos, nos lo decimos y sonreímos. 

Tienes el pelo gris, pero gris de verdad. Todo. Mirando las fotos que te he regalado, me he dado cuenta de que se te ha puesto gris del todo en los últimos 3 años. A mí me gusta, gris y con mil rizos. Estás más flaco, más fuerte y más estiloso. Estás más guapo que nunca. Mejor que nunca. Cuando vamos por la calle o conocemos gente nueva siempre pienso que deben flipar al verte y envidiarme porque soy tu amiga. Y eso solo por tu pinta, si te conocieran fliparian mucho más.

Porque eres un millón de cosas más que un tío de 40 años aparente. 

Eres unos brazos largos, muy largos. Cuando escucho la palabra envergadura siempre pienso en ti y en esos abrazos que me das en los que soy pequeña, pequeña. Eres lavarse los dientes durante 20 minutos mientras hablamos de la IIGM. Eres conversaciones absurdas que comienzan con "estoy leyendo un artículo super interesante sobre si es necesario tener un subuffer en un estudio de grabación" o "Moli, adivina cuales son las operaciones estéticas qué más se hacen los tíos". Eres chistes privados que nadie más conoce pero que a nosotros nos hacen morir de risa. Eres un humor negro, negrísimo que nos ha hecho llorar de risa en los peores momentos de nuestras vidas. Eres haber aprendido juntos a posar para las fotos. Eres la respuesta ingeniosa a una de mis ocurrencias sabiendo que te la devolveré con algo igual de ocurrente y divertido. Eres una casa con porche de madera en el que he tenido 8 años y 40. Eres andar descalzo. Eres el baloncesto. Eres un encuentro en bici del que seguro que no te acuerdas cuando teníamos 9 años. Eres Asterix y Obelix. "Chipolata no flirtees". Eres los conceptos "brisa antiprensa", "empleado ocioso precio desorbitado" o "alimento que corrompe como el Cola Cao". Eres un suspensorio sacado de un bolsillo en el momento más inoportuno. Eres besos en la cabeza. Eres viajar a Gijón a ver a los Rolling hace mil años. Eres un viaje a Benidorm, el último antes de hacerme mayor.  Eres el 24 de junio y el 24 de julio. Eres "Hola guapa". Eres una piscina vacía. Eres una fiesta dentro de una piscina vacía. Eres una noche hace mil años viendo una peli en Kinépolis y hablándome del grafeno y de que nuestros hijos vivirían 120 años. Eres tu butaca delante de la televisión. Eres un viaje a esquiar en Formigal en el que no pudimos esquiar ni un día. Eres hacer electricidad estática con tu pijama. Eres helado. Eres canelones. Eres Berlín y Paris. Eres Indurain y Nemov. Eres sacarme de quicio. Eres nadar. Eres sesiones de cine en tu salón con tu supertele gigante. Eres un desastre de memoria y yo soy tu generadora de recuerdos. "No me acuerdo de nada de eso pero sigue contadome qué fue lo que hicimos que empiezo a notar  un ligero aleteo neuronal, no sé si porque recuerdo algo o porque me molan mogollón estas historias que me cuentas". Eres Maus. Eres tener un revistero en el baño. Eres tener un pato y bañarlo en agua caliente. Eres tu padre y las cosas que hacíamos con él. Eres un bajo y un contrabajo. Eres tus chaquetas de lana azul marino que pesan un quintal y me arrastran por el suelo. Eres mil manías. Eres "peristaltismo de masa". Eres "yo controlo el báculo del poder". Eres El Señor de los Anillos el día del estreno. Eres hacer música con la boca. Eres unas manos grandes con dedos largos. Eres tu gesto de señalar con el índice cuando algo te gusta. Eres la expresión "dabutir" sin que suene macarra, ochentera y desfasada. 

Desde que yo cumplí 40 años hay tres cosas chulas que hemos hecho juntos: celebrar mi cumpleaños, ir a nadar juntos en una piscina vacía y  a ver a Bruce. Quiero volver a hacerlas todas, siempre, juntos. 

Quiero cumplir 80 y seguir siendo amigos. Quiero mirarte cada vez que nos vemos y sentirme en casa. Quiero ver tu wasap y saber que estoy a salvo. Quiero saber que si te llamo y te pido ayuda dejarás lo que estás haciendo para venir a abrazarme, decirme "no pasa nada"y darme un beso en la coronilla. Quiero reirnos juntos. Quiero ver una peli sin cruzar una palabra. Quiero que me digas que no cuando te planteo algo que no te mola. Quiero que me digas que si cuando te planteo algo que no te gusta pero que sabes que me hace ilusión. Quiero que las princezaz te llamen siempre "Juan tu amigo". 

Quiero que cumplas muchos más y que los celebremos juntos. 

Eres casa.  

Feliz cumpleaños. 




martes, 23 de julio de 2013

LOS CUADERNOS


¿Por qué lo apunté? Pues para recordarlo, claro, pero ¿qué es exactamente lo que yo quería recordar?¿Cuánto de todo aquello sucedió realmente? ¿Acaso sucedió algo? ¿Para qué tengo un cuaderno de notas? Es fácil engañarse a uno mismo en relación con todas estas cuestiones. El impulso de apuntar cosas resulta peculiarmente compulsivo, inexplicable para quienes no lo comparten y útil solo de forma accidental, solo de forma secundaria, de esa misma forma en que todas las compulsiones intentan justificarse a sí mismas”

Joan Didion. “ Los que sueñan el sueño dorado”. 

Los primeros cuadernos que tengo guardados son de cuando iba de campamento a Comillas, a la “English House”. Son 3. Uno con tapa azul, otro con tapa negra y otro con una especie de lechera holandesa muy rara dibujada encima de un fondo azul clarito.  A partir del 20 de julio, todos nos comprábamos un cuaderno ( a partir del segundo año lo llevabas desde casa) y lo pasábamos a nuestros amigos para que nos escribieran algo, un recordatorio o una frase ingeniosa y nos dejaran su dirección porque por supuesto íbamos a escribirnos. También intentabas que el que no te caía bien no te escribiera pero a veces era inevitable. En estos cuadernos yo no escribía, no hay nada con mi letra de 12, 13, 14 años...todo son dedicatorias de gente que recuerdo vagamente. “No vayas por el sol que un bombón como tú puede derretirse”. 

En el año 92, estuve de viaje por Escocia. Un viaje muy surrealista, lleno de anécdotas y aventuras.  Me dio por escribir un diario de ese viaje, un diario bastante divertido que luego presté a una de mis compañeras de viaje y nunca volvió a mí. Es un cuaderno perdido, mi primer cuaderno escrito perdido para siempre. O no. Nunca se sabe. 

El siguiente cuaderno que empecé fue en el año 97. No era un cuaderno de notas, apuntaba los días que trabajaba, los gastos que tenía  y los libros que leía. Eran anotaciones simples “Una semana en Tarrasa”, “4 días en Granada”. Era una libreta pequeña, azul con una flecha verde en la portada y anillas blancas.  

Cuando se acabó esa libreta, compré un cuaderno feo. Muy feo. Un sencillo cuaderno de anillas blancas, con cuadrícula y unas tapas negras de cartón malo. Lo compré en septiembre de 1997, empecé a apuntar cosas de unas conferencias de arte que iba en el Museo del Prado. Cosas como “Conferencia de Bernardo Atxaga. Un auténtico coñazo. Debería darle vergüenza hablar así”. Seguía apuntando los libros que leía pero sin ninguna explicación: “Diario de Anais Nin”, “La perla”. “Matando dinosaurios con tirachinas”. Nada más. Después hay páginas llenas de anotaciones sobre exposiciones que visitaba. Había empezado un master en Museografía y cuando iba a los museos, me ponía muy profesional y anotaba lo que me parecía bien y lo que no me gustaba. 

Después, en mi año negro, 1998, empecé a escribir allí cosas personales. Muy personales. Tan personales que nunca se las he dejado leer a nadie y nunca se las dejaré leer a nadie. Letra apretujada con una pluma que me había regalado mi abuela al terminar la carrera. Páginas y páginas de patéticas experiencias y pensamientos e ideas. Algunas casi ilegibles porque las escribía al llegar a casa bastante borracha. No hay una continuidad. Entre anotaciones de ese tipo, hay nombres de tíos y teléfonos. No recuerdo a ninguno pero supongo que en su día tuvieron que importarme algo si apunté sus teléfonos, aunque puede que no les llamara nunca o que los apuntara después de una única vez sabiendo que no les llamaría nunca. Es un cuaderno escrito hasta la última página, en los márgenes, en la portada, en la cara interior de la contraportada. Tiene hojas intercaladas escritas también con letra de colegio de monjas muy pegada. Hay cosas enganchadas con clips, entre ellas un poema horroroso sobre mis “pechos enharinados” que me escribió uno de esos tíos, del que si recuerdo el nombre. La portada acabó arrancada pero la conservo. Está tan destrozado y tan lleno de cosas que lo tengo guardado en una bolsa. Para que no se pierda nada y para no verlo. 

Después dejé de escribir en cuadernos. Sé exactamente cuando fue. Julio de 1999. Sencillamente se terminó. Compré un cuaderno nuevo, de cuadros y tapas duras, supongo que intentando que no se rompiera como el anterior, pero está impoluto, nada escrito, guardado en la mesilla de mi cuarto de Los Molinos. 

Hace un año alguien me dijo:

¿Por qué no llevas un cuaderno de notas? 
No lo necesito, me acuerdo de todo. 
Deberías llevarlo. Se te ocurren mil cosas y estaría bien que las apuntaras. 
No lo necesito. 
A mí me gustaría que lo llevaras. 

Lo pensé durante unos meses y como no estaba muy convencida, cogí una libreta de publicidad que tenía en los libros de colores. No era un buena libreta. Tamaño ni pequeño, ni grande y con las anillas arriba. Una libreta de esas que sacan los periodistas o los policías para escribir tres tonterías pero que no sirve para escribir en plan torrente porque nunca sabes si tienes que escribir hacia arriba o hacia abajo. Yo me entiendo.  Ideas para posts en este blog, listas para la docena, dibujos de laz princesas. Notas sobre cosas que me ocurrían y que no eran para posts pero que terminaron siendo posts. Libros para leer. Direcciones. A pesar de mi poca fe en llevar un cuaderno de notas, la llené en un par de meses.

Y me compré otro cuaderno. En septiembre u octubre del año pasado. Es un cuaderno rojo, con anillas blancas, con cuadrícula y tiene divididas las páginas por colores. Me senté y lo organicé. Copié incluso de la libreta anterior las cosas que me habían quedado pendientes, las ideas que no había organizado, los libros que no había comprado. Lo llevo encima siempre, en el bolso si salgo de casa. En Los Molinos lo acarreo de mi cuarto al jardín cuando me levanto por la mañana y lo subo a la mesilla cuando me acuesto. Pueden pasar días sin que apunte nada, pero otros, como cuando estuve la semana pasada en el hospital se me ocurre una idea y tengo que apuntarlo. Tengo que escribirlo en ese mismo momento. Enganchar esa idea y escribir todo lo que se me ocurra. Me pasa en el curro y muchas veces en el coche, aunque normalmente no paro a escribirlo. Pienso “me acordaré cuando llegue a casa”. Pero luego no me acuerdo. Se pierde. 

En ese cuaderno fui durante meses completando el post que escribí para mi cumpleaños. En ese cuaderno tengo otra nueva lista de libros, tengo las docenas escritas a golpes de inspiración y de desesperación. Tengo citas apuntadas a las que llegué tarde. Tengo ideas de regalos para un cumpleaños. Tengo frases copiadas de internet (“You never have to change anything you got up in the middle of the night to write”. Saul Bellow) y trozos de artículos de periódicos. Tengo fragmentos de conversaciones en la pradera y conversaciones con laz princezaz. Entre sus hojas tengo postales de una exposición de Klee, unas cuantas fotos en papel que me hizo Morenaza, el parte del hospital, notas de C y algún artículo recortado del periódico. Tengo un poema que me escribió M por mi cumpleaños y hoy por sorpresa he encontrado una especie de poema escrito por mi el 17 de mayo. Jamás había escrito nada así. ¿Yo he escrito eso? 

Todos esos cuadernos están guardados en el baúl que me hace de mesilla, supongo que si hubiera un incendio en mi casa, sería lo único que me llevaría. 

“Pero nuestros cuadernos nos delatan, porque por muy diligentemente que anotemos lo que vemos a nuestro alrededor, el común denominador de todo lo que vemos es siempre, de forma transparente y desvergonzada, el implacable “yo”.

Joan Didion. 



viernes, 19 de julio de 2013

EL PINO

Es lo primero que te encuentras al entrar en casa. Bueno, lo primero son los dos perros ladrándote si eres un extraño o dándote besos de babas si eres un conocido, pero justo después, en lo primero que te fijas es en él. 

Es un pino. Grande. Enorme. Con un tronco muy grueso y ramas fuertes que se extienden dando sombra a toda esa parte del jardín. Tiene una copa redonda muy frondosa y muchas piñas. El tronco mola porque tras un primer tramo grueso se abre en horquilla a una altura que permite trepar y subir. Las ramas principales son bastante horizontales y de una de ellas, gruesa y resistente cuelga un columpio. 

No siempre fue así de grande. Cuando compramos la casa hace 31 años era una “bola de pino”, un “arbusto pinoso”. Una masa informe de ramas en medio del jardín. No lo recuerdo pero supongo que mis padres valoraron la opción de talarlo completamente. Al final decidieron hacer una poda drástica para intentar que aquella bola de ramas tuviera pinta de árbol. 

Ahora, 31 años después, no solo tiene pinta de árbol. Es mucho más que eso. Es un pino espectacular, majestuoso y digno y al mismo tiempo  es extrañamente entrañable. Es más alto que la casa y sus ramas, que en su día eran unas varitas con poca consistencia, alcanzan el porche, las ventanas del salón y el cuarto de las fieras. De hecho, desde esa ventana solo se ve pino y vagamente un poco de jardín detrás. Mola porque desde ese cuarto se escucha al pino por la ventana.  Cuando hace mucho viento, cuando llueve, cuando nieva o incluso cuando no hay nada de eso, desde esa ventana se escucha al pino: las ramas agitarse por el vendaval golpeando los cristales, el agua cayendo y resbalando por las ramas y de ahí al suelo, las ramas crujiendo cuando se acumula mucha nieve y las acículas mecidas por la brisa a la hora de la siesta en verano 

Tengo mil recuerdos de ese pino. Recuerdo el primer verano en esta casa, sin sombra y con todo un jardín para descubrir, antes de la poda drástica, nos metíamos entre sus ramas para hacer nuestra guarida pegados al endeble tronco que tenía por entonces. Recuerdo, bueno, más que recordarlo es que hay fotos, el día que Molimadre disfrazó a Molihermana de Madame Pompadour y a Pobrehermano Pequeño de M.A. y posaron debajo del pino.  Recuerdo encuentros tórridos, muy tórridos pegados al tronco en madrugadas un poco alcohólicas y bastante arriesgadas. Recuerdo siestas de verano debajo de sus ramas que se convertían en deporte de riesgo cuando empezaban a caerte piñas justo cuando te habías quedado dormido.Unas piñas muy gordas petadas de piñones. Recuerdo aperitivos fin de fiestas con 50 personas todos debajo del pino zampando sin parar. Recuerdo mirar desde la ventana del salón y ver  a Molimadre llorando abrazada a mi padre  mientras le decía que se iban a París a celebrar su 50 cumpleaños.  Recuerdo a los distintos perros que hemos tenido: Capo, Bronco, Patas y Putoperro ladrando debajo como fieras para asustar a la familia de ardillas. Lo consiguieron, ya no hay ardillas.  Recuerdo broncas entre Pobrehermano Mayor y Molimadre, él cabalgando sobre las ramas con la motosierra en la mano y ella gritándole desde abajo qué rama cortar.  Recuerdo la conversación de todos los veranos sobre la conveniencia de hacerle otra poda “drástica” para que le de el sol a la piscina y como se desestima todos los años. Mejor agua a temperatura “serrana” que tocar el pino. Recuerdo el día que en el primer verano de M colgamos un columpio que todavía sigue ahí y en el que hemos pasado horas. Recuerdo fiestas de cumpleaños de C con la mesa puesta debajo del pino para resguardarnos del sol de agosto.  Recuerdo a todos nuestros perros durmiendo a su sombra. Recuerdo piñatas colgadas de sus ramas. Recuerdo muchísima nieve a su alrededor y más nieve cayendo desde sus ramas. Recuerdo a las princezaz el verano pasado intentando convencer a Pobrehermano Mayor para que construya una casa en el árbol. Les dijo que sí, pero que para él. 

Llevo una semana pasando la mañana sentada en una mesa a la que también da sombra.       Lo veo, lo escucho y lo siento. Estoy escribiendo y cuando me atasco en algo, levanto la mirada y veo el columpio moverse ligeramente. Mientras estoy leyendo oigo las ramas que se mueven. Mientras dormito en el balancín, siento que el pino esta ahí, mirándome mientras me recupero de la operación. 

Me acompaña.

Ese pino es casa. 

miércoles, 17 de julio de 2013

EN LA HABITACIÓN

Blanca. Con un trozo de techo pintado de verde césped. Un color curioso pero que me gusta.  Muy grande. Está pensada para dos camas, pero solo estoy yo. Mi cama parece absurdamente pequeña en esta habitación tan amplia. Me río sola, bueno más bien me sonrío porque me da miedo que me duela la herida, al acordarme de la camita de 80 cm de Julie Trinos en Sonrisas y Lágrimas. Ésta es la versión modernizada con más posturas que el Kamasutra (¿qué tipo de mente enferma tengo que me asocia a una monja austriaca con sexo?), aunque por mucho que alargue el brazo no consigo llegar al mando y jugar a las mil posiciones. 

A mi derecha un ventanal enorme recorre toda la pared, es como una ventana de un edificio de oficinas. Por la franja que me deja ver el estor entrecerrado veo otro ala de este  macrohospital y descubro que mi ventana por fuera se ve azul, como las que veo yo. Justo debajo de la ventana, un sofá azul enorme. Es como de polipiel, de esas tapicerías en las que si te sientas directamente con tu piel te pegas, y si te sientas sobre tu ropa, te escurres. La butaca que hay a continuación también es azul de la misma tapicería, pero en esta me escurro menos, tiene palancas molonas para tumbarte, subir los pies y recostarte. Paso casi todo el tiempo sentada ahí aunque manejo las palancas con cuidado, vengo de serie con una aprensión genética y siempre pienso que al darle a una de esas palancas o bien el respaldo caerá a plomo, o lo de los pies se subirá de golpe o lo peor de todo se plegará en V y me atrapará dentro. Creo que leí demasiados Mortadelos, pero desde luego con el costurón de la tripa el solo pensamiento de un movimiento brusco me da pánico. 

Entre la butaca y la camita de Julie Trinos articulada está la mesilla, verde y blanca. Es una mesilla rara, el cajón se abre por delante y por detrás. No me gusta meter las cosas en los cajones porque siempre creo que las olvidaré al marcharme. 

La habitación de una hospital es un sitio muy peculiar. No es como la habitación de un hotel donde sigues siendo tú, están tus cosas, tienes tus horarios, entras y sales, puedes incluso estar de incógnito.  

La habitación de un hospital es un sitio dónde no eres tú. O eres menos tú.

Me despierto y no tengo nada mío. No tengo mi reloj, ni la cadena con la medalla que llevo desde los dos años, ni mis pendientes de la suerte, ni mi pijama. Llevo un camisón que ni siquiera es de mi talla enredado en torno al cuerpo. Ya sé que yo no soy ni mi reloj, ni mi cadena, ni mis pendientes de la suerte, ni mi medalla ni mi pijama...pero es muy raro encontrarme sin nada de eso. Subo las manos y ¡oh! sorpresa..mi móvil está en la cama, por encima de la almohada. ¡Qué ilusión me hace! Es una chorrada, pero no sé ni en que habitación estoy ni qué número nada...por lo menos con el teléfono puedo llamar a alguien. Mi móvil...mi tesoro. 

Cuando consigo que me levanten de la cama tras advertir que “yo en la cuña no puedo...o me levantan o me meo encima”, llego al baño y otra vez la sensación de no ser yo, de estar fuera de mi se acentúa. Me miro en el espejo  y me entra la risa al verme como un gremlin encorvado, con el pelo de punta, de un bonito color amarillento, con tubos saliéndome de los brazos y agarrada al gotero.  Creo que me ha entrado la risa, pero no...tengo un gesto raro. Un gesto que es una mezcla de pena, dolor y miedo porque  soy   dolorosamente consciente de que cada movimiento que hace 24 horas era mecánico e inconsciente ahora seguramente me dolerá. 

Consigo hacer pis,  de hecho el mejor pis de mi vida,  mientras la enfermera está a mi lado mirándome. Sigo sin ser yo pero en ese momento el alivio es tanto que me da igual, aunque lo pienso, es curioso como la enfermedad te hace ver como absolutamente normales cosas que el día anterior te hubieran parecido inconcebibles (como diría Vizzini). 

-No puedes estar mucho tiempo en la cama. Solo por la noche y un rato en la siesta...pero corta.
-¡Pero si solo han pasado 7 horas desde que salí del quirófano!
- No puedes estar tumbada...al sofá o la butaca. 

Por fin tengo mis cosas. Mi reloj, mis pendientes de la suerte, mi cadena, mi medalla...un pijama. Me lavo los dientes y me siento en el sofá. 

Otras cosas que hace que no te sientas tú son los horarios, el hecho de no poder elegir nada y que todo el mundo se preocupe por ti. Me descoloca que me hagan tanto caso,  cada persona que entra en la habitación me dice

Hola Moli...¿cómo estás?
Moli..¿cómo te encuentras? 
Moli, ¿de 0 a 10 cuanto dolor tienes?
Moli, ¿necesitas algo? cualquier cosa que necesites llama al timbre. 
Moli, aqui tienes la comida...come despacio. 

Abro la tapa y quiero morir. En el escalafón culinario en la vida de un ser humano el top siempre es la comida de mamá o de la abuela, un buen restaurante, jamón serrano, comida basura adecuada a la resaca, el menu del día, la cantina del curro, la comida del colegio, el club de tuper, el sandwich de gasolinera plastificado, los restos de la nevera y después, mucho después, mucho más abajo está la comida de hospital. 

La comida de hospital no es que esté mala, no es que te de ganas de vomitar, no es que prefieras comerte las uñas antes, no es que sea incomible...es que la ves y lloras. 

En mi bandeja hay sopa y pollo que parece pájaro.  

Lloro muchísimo mientras lo pruebo con cuidado. Descubro que las dos cosas saben exactamente igual, saben a nada. Lloro más. 

Tengo que pasear. Salgo al pasillo sin saber cómo va a ser, ni hacia donde tengo que ir. Camino hacia la derecha al salir de mi habitación, y llego a una sala con máquinas y unos grandes ventanales. Me acerco y miro fuera. Son las afueras de Madrid, jardines y edificios nuevos. Urbanizaciones con zonas comunes y piscina. Lo pienso y estoy en pijama, fuera de mi vida mientras ahí fuera la gente sigue viviendo como si no pasara nada. Tengo absurdas ganas de llorar. Mierda de sensibilidad postoperatoria...no es más que una raja en la tripa. 

Me he agotado con el paseo. Vuelvo arrastrando las chanclas mientras pienso que ni siquiera se que temperatura hace fuera, no sé si hace más calor que ayer o menos, si sopla viento o si se ven nubes a lo lejos. Llego a mi habitación y miro el número...F303. De repente esa habitación donde no soy yo..es “casa”. 

Salgo de allí 30 horas después arrastrando las chanclas y acompañada de Pobrehermano Mayor. 

-Joder Moli, este hospital es como un aeropuerto, vamos a tener que andar un poco hasta el coche. 
- Yo no tengo prisa y no me hagas reír. 



Un millón de gracias a todos los trabajadores del “aeropuerto”. 

lunes, 15 de julio de 2013

EN LA SALA DE ESPERA

- Pase ahí y espere que le llamen.

"Ahí" significa sala inhóspita con unas sillas que son un potro de tortura y "espere a que le llamen"significa que vas a entrar en una nueva dimensión temporal donde el paso de tiempo deja de tener ningún sentido, las horas se sucederán sin que puedas hacer un uso interesante de ellas y si la espera se prolonga mucho acabaras con risa floja o llanto incontrolado.

Las sensaciones en una sala de espera de un hospital se parecen mucho a las que se tienen en un aeropuerto. Inseguridad, ansiedad y ganas de terminar. Igual que en un aeropuerto no se tiene control de la situación, ningún control. Una mente pensante (se supone) y superior controla los destinos de los que están en la sala y decide cuando y como saldrán de allí.

Cuando uno llega a una sala de espera de un hospital todos los que están allí sentados se transforman en "rivales". Estaban allí antes que tú, tienen el territorio conquistado y ya saben como va el proceso. Tienen el poder y la sabiduría.  Tu llegas nuevo y el único superpoder que puedes usar contra su sabiduría es que tu enfermedad sea más grave que la suya, que te duela más, que sea peor. Es un superpoder muy peligroso, porque quieres usarlo para poder pasar por encima de ellos en la espera...pero tampoco quieres pasarte y que tu dolencia sea "demasiado grave". Lo quieres para ganar en la sala de espera pero te gustaría poder desactivarlo en la vida real. 

Como no te has llevado libro, no hay nada que hacer más que observar. 

Un trio de médicos. Dos hombres y una mujer. Son jóvenes, rozando los 30. Los tres llevan bata blanca, dos sobre su ropa normal y otro sobre un pijama verde de hospital. Los tres son altos. Ellos llevan barba y ella es morena con el pelo recogido en un moño. Pasan una vez y entran en un despacho. Llaman a un paciente y le reciben los tres. Sale uno de los hombres. Sale el paciente. Salen el otro hombre y la mujer. . Me apuesto una mano a que tienen algún tipo de tensión sexual no resuelta, obviamente los tios pugnan por la atención de ella. Y ella está más inclinada hacia el más alto, el bajito de pijama verde se va a quedar en la zona de amigos. Consigo leer su tarjeta identificativa: "Psiquiatría". Estos no me van a tocar a mí...

Una voz dice un nombre. Una chica a mi espalda se levanta. Es morena, guapa, con el pelo recogido en una gran coleta. Lleva unos pantalones negros bombachos y una camiseta de tirantes también negra. Tiene un buen culo. Entra en una sala con una de las auxiliares de enfermería. Sale con pinta de estar mareada y vuelve a su sitio. En la mano lleva el movil, unas pastillas y la pulsera identificativa pero sin ponérsela. ¿Qué le pasa? ¿Lo que tiene es más grave que mi apendicitis? ¿Por qué está sola? Cuando uno va a urgencias suele ser porque no se encuentra nada bien, no conviene ir solo. Esos pantalones no tienen bolsillos...¿cómo ha venido? No tiene las llaves del coche en la mano y además si te encuentras mal es mejor no conducir. Este hospital está en medio de la nada...

Llega una hija con su padre en silla de ruedas. Ella lleva el pelo recogido en un moño desaliñado, gafas, una camiseta de tirantes marrón y unos pantalones vaqueros cortos. El padre es mayor, muy mayor, tiene la tripa muy hinchada no sé si de gordura o por enfermedad, el pelo negro como el betún peinado hacia atrás, dos sortijas en los dedos y también lleva pantalones cortos. Se nota que fue presumido y todavía lo es.  Mira sin ver con la cabeza gacha. Se sientan a mi lado y la hija le coge la mano todo el rato. 

Al fondo de la sala de espera hay otra hija con su padre, les he visto cuando me han llamado para sacarme sangre y enchufarme el analgésico en la vía. Esta hija no se sienta, está de pie, pegada a su padre que está en una camilla y que obviamente está demente. Consumido hasta los huesos, con las piernas dobladas como un bebe, la mirada perdida, las manos como garras, intenta quitarse la camisa, quitarse los pantalones. Lleva pañal.  No para quieto y ella le trata con un cariño increíble, le mima e intenta tranquilizarle. Espera. De pié a su lado sin separarse de él. Ella tiene mi pinta de tener entre cuarenta y cuarenta y cinco años, lleva una blusa ligera de flores azuladas, unas bermudas negras, sandalias cómodas y una mochila grande con muchas cosas. Lleva gafas y tiene cara de estar agotada pero cada vez que se acerca a su padre sonríe. Pienso que debe ser mayor que yo porque el padre tiene pinta de tener muchos años. Intento imaginar a mi padre en esa situación y no soy capaz. 

Es terrorífico el momento en que pasas a tratar a tus padres como niños pequeños, en que los sientes vulnerables y dependientes de ti. Es terrorífico y duele que te cagas. 

Hay una chica parapetada detrás de unas gafas Jumbotron de pasta y un kindle. Me da mucha envidia. Primero no parece estar enferma y además tiene entretenimiento. Lleva unas zapatillas de lona azul con calcetines cortos y una especie de poncho de color claro. Lee, la llaman, se levanta, vuelve a su sitio y lee. ¿Qué le pasa? 

Las horas pasan. La hija con el padre en silla de ruedas ha conseguido pegársela a los de administración y ha colado a la madre  en la sala de espera, para entrar y salir se turnan el salvoconducto, la pegatina en la que pone "acompañante de urgencias". La madre es una señora mayor rubia, con un moño a lo Betty Missiego, un blusón semitransparente de colorines a través del cual se le ve el sujetador negro y lleva tacones. Entran los tres en una sala para que la auxiliar de enfermería les haga algo. Al salir, la hija llama al hermano y le cuenta que creen que el padre tiene un tumor pero que no se lo van a decir, que le han dicho que lo tienen allí porque estaba deshidratado. "No hay necesidad de asustarle, está tranquilo". 

Un señor alto. Rubio. Con pinta de gañanaco. Parece simpático y está agobiado. Más que gañán parece rural.  Lleva un vendaje en un lado de la cara, cerca de la sien izquierda y otra herida tapada con vendas en un brazo. Una vía en el otro. Lleva pantalones de montaña como los de El Ingeniero cuando trabajaba en el monte, botas de campo y un polo granate con un logo en el que pone "Parque Natural del Guadarrama". No se sienta. Pasea, pasea, pasea. De un lado a otro de la sala. De vez en cuando saca el móvil y estira el brazo para conseguir leer la pantalla. En la mano izquierda lleva un reloj digital enorme. Pasea sin parar. 

Tras 6 horas he conseguido descifrar el código de los pijamas médicos. Los especialistas los llevan verdes, los médicos de familia blanco, las enfermeras azulitos, los auxiliares de enfermería en una bonita gama de colores pastel que va del rosa al amarillo y los celadores de rayitas marrones. El del personal   de la limpieza es de rayas rojas. Me siento extrañamente complacida por haber descifrado el código...me hace tanta ilusión como a Indiana Jones cuando descubre la X gigante delante de sus narices en la iglesia de Venecia. 

Decido entretenerme entonces con otra cosa y me fijo en los zapatos del personal sanitario. Hay dos tendencias claras. Por un lado tenemos la deportiva, con médicos, enfermeras, técnicos de ecografía o limpiadores calzando unas zapatillas deportivas dignas del marathon de Boston. Por otro lado esta la tendencia "andar por casa con calzado apto para chapotear" con personal sanitario calzando crocs o sucedáneos de crocs debidamente customizados: con tacón, deportivos, con alza, etc. Ambas tendencias coinciden sin embargo en su preocupación por ser visibles si se produce un apagón y la oscuridad cubre el hospital; todo el calzado es de color fluorescente muy chillón...veo incluso unos zuecos morados fluorescentes. Espeluznantes. 

Otra chica sola. Un ejecutivo con traje. Otro hijo con su padre mayor en silla de ruedas que me recuerda muchísimo a mi suegro. La chica de negro ya no está. El trío de médicos ya no aparece. Creo que fuera se ha hecho de noche. 

Cuando por fin estoy en la camilla El Ingeniero me dice:

- Moli, para los que llegan ahora tú eres la reina de la sala de espera. 

Al salir hacia el quirófano, siento como los recién llegados me ven como una rival que consigue salir, yo los miro pensando en lo que les queda. Veo al señor del polo granate que sigue paseando.

Pasamos al lado de la hija con el padre demente, la sonrío y ella me mira agotada y me dice: Suerte. 

Espero que consiguiera salir de allí y pasara una buena noche acompañando a su padre en la residencia.   No los olvidaré nunca.


sábado, 13 de julio de 2013

PENSAMIENTOS SOBRE UN APÉNDICE

¿Qué hora es? ¿Las tres de la mañana? ¿Por qué me he despertado? JODER...¿qué dolor es éste? Será el virus que han tenido las princezaz, Molimadre y Molihermana. Una leche. A ellas no les dolía así. Ellas se movían y hablaban y sobre todo no se les saltaban las lágrimas del dolor. Joder, joder, joder...me muero de dolor. Voy a hacerme una bolita y a acunarme como cuando era cani a ver si se me pasa. Joder, joder, joder. Esto no es gastroenteritis. Las 4:30. Me muero.

- Moli..he oido sollozos. ¿qué te pasa?.- Pobrehermano Pequeño entra en el cuarto.
- Me muero de dolor.
- Ya te veo.

Las 11:30. Creo que me duele menos...voy a ver si me incorporo. Joder, joder, joder, joder.

- Moli, vístete. Te bajo al médico YA.
- Que no Pobrehermano Pequeño, que seguro que es una chorrada.
-Pues que te curen la chorrada...pero no puedes estar asi, que llevas 8 horas agonizando.

En el centro de salud me siento como Abraracurcix en Los Laureles del Cesar El escudo Arverno. Según entro en consulta, la amable doctora me ve, me roza...y pego un brinco con doble mortal carpado.

- Pero..¿desde cuando te duele?
- Desde las 3 de la mañana.
- ¿No has tomado nada?
- No, no sabía que tomar. Bueno si, un almax y una manzanilla.
- Ahora mismo al hospital. Apendicitis aguda. Túmbate ahí que te vamos a poner una vía con un calmante. Que te cuide tu chico.
- No es mi chico. Es mi hermano.
- Bueno, el atractivo joven.
- Eso sí.

La ambulancia no viene. O si viene pero va a tardar tanto que es posible mi pelo encanezca del todo y Pobrehermano Pequeño se convierta en un adorable ancianito. La doctora dice que me vaya en coche rápidamente al hospital, que me tienen que operar urgente.

Urgente. JA.

En el coche con Pobrehermano Pequeño al volante y Molimadre a la que acabo de estropearle su escapada de cuatro días.

- Mamá..lo siento.
- Lo has hecho aposta. Para vengarte de esos días de tu cumpleaños que dices que siempre me ponía mala.
- No lo digo yo. Es verdad.
- Ya...para contarlo en el blog.
- Bueno, a lo mejor no es apendicitis y te puedes ir esta noche.
- Una cosa te digo, de aquí sales operada...ya que me he perdido el viaje que sea por algo.

Entro  en el hospital a las 2 de la tarde. Dos horas después me atiende un médico.

- ¿Qué le pasa?
- Lo pone en el papel “ Apendicitis aguda”
- No tienes cara de tener apendicitis.
- Aha..¿Y qué cara hay que tener para tener apendicitis?
- Pues de doler mucho.
- Me dolía un huevo pero me han puesto un calmante que me está entrando en vena por esta vía tan chula que tengo en el brazo.
- Oiga..¿es siempre así su mujer?
- No...hoy está suave..será el dolor.
- ¿posibilidad de embarazo?
- No.
- ¿Seguro?
- Seguro
- ¿Seguro?
- ¿tengo pinta de no saber si estoy embarazada?
- Voy a pedir una prueba de embarazo...
- ¿Así que no tengo pinta de tener apendicitis pero si de preñada?
- Esperen fuera, le llamaran para unas pruebas.

2 horas después, me hacen una ecografía. La chica es maja pero me aprieta tan fuerte que sospecho que más que intentar ver con el ecógrafo intenta clavarme a la camilla con él. Cuando se da cuenta de que no va poder clavarme, lo levanta de golpe y pego un nuevo salto con doble carpado que casi me permite agarrarme al techo en plan Spiderman.

Tengo frio, tengo risa floja, no tengo batería en el movil y no tengo libro. No se si estar de pie, sentarme o tumbarme en el suelo. Ya no sé ni cómo me llamo y El ingeniero y yo ya hemos tenido todas las conversaciones absurdas que se pueden tener y alguna más.


-Moli, yo creo que esto tiene una pauta.
- ¿De qué hablas?
- Entre cada paso del proceso...pasan dos horas. Solo los más fuertes aguantan.
- ¿De qué hablas?
- Yo que sé, estoy como tú hasta el moño de estar aquí..pero veo una pauta.
- No me hagas reír que me duele mogollón. Una pauta...haz un excel. ¿A quien escribes?
- A tus hermanos. He creado con ellos un grupo de wasap..."Moliapendicitis"
- Sois unos cabrones.


Por fin, nos recibe la amable cirujana. Es un encanto, me trata fenomenal y por fin me dice:


- Tienes apendicitis y vamos a operarte.
- ¡Bien!
- Vaya...que bien te lo has tomado.
- Verás, es que hace 7 horas que me han dicho que tenía apendicitis, siento haberte jodido la sorpresa pero en 7 horas esperando me ha dado tiempo a hacerme a la idea. Siento no haber estado a la altura de sus expectativas.
- Bueno, pues vamos a operarla. Podría ser por laparoscopia pero como estás muy flaca mejor a lo tradicional.
- Como si es a la manera japonesa...pero ¡ya!
- No, ya no..en un par de horas.


El Ingeniero confirma su teoría con satisfacción. Me traen la camilla, me despeloto y salto a la camilla.


- Nunca he visto a nadie subirse a nadie con tantas ganas a una camilla.
- Mire, llevo 7 horas sentada ahí...incluso tumbarme en el suelo, en una camilla de fakir o en un par de sillas hipnotizada me haría feliz.


Dos horas después, POR FIN me llega el turno. Ahora si que es como una película, recorremos pasillos interminables y cuando digo interminables es que no tienen fin, no se ve donde acaban para llegar a unos quirófanos. Como estoy completamente fuera de mi, todo me da igual, no sé ni dónde estoy y tengo la cabeza llena de pensamientos muy rarunos, empiezo a pensar que estoy en “El Resplandor”, que me van a abandonar en medio de estas salas y que no voy a saber volver. Pienso en lo listo que fue Pulgarcito tirando miguitas para no perderse. Yo no tengo miguitas, no tengo nada, me han quitado hasta el esmalte de las uñas.


No puede pasar de aqui, le dice la celadora al Ingeniero.


Lo último que veo de él es que está haciendo una foto del pasillo. La celadora me mete en una sala. Saca el móvil. Hace unas llamadas. No se lo coge nadie. Me mira.


- Ahora vienen a buscarte.
-¿Quién?
- Tranquila. .- y se pira.


Me descojono. En bolas en medio de la nada y se supone que van a venir a buscarme. Ya me creo hasta la pauta de El Ingeniero. Tendré que esperar dos horas pero como tampoco tengo reloj, resulta que estoy en mitad de ninguna parte y no sé ni qué hora es. Me acuerdo de la peli esa de Sigorney Weaber, Gorilas en la NIebla, en la que ella hacia de Jane Goodall Diane Fosey y se operaba de apendicitis para que no le pasara en medio de la selva. En su día me pareció una gilipollez...hoy, a las 12 de la noche, abandonada en una sala en un hospital gigante no me parece tan gilipollez. Me río sola. Me temo que estoy enloqueciendo.


De repente aparecen 11 personas de todos los lados de la habitación, todos vestidos de colorines, todos con gorritos, todos parecen contentísimos de verme. Me recuerdan las arañas de El Hobbit.


- Por fin Moli..¡ te estábamos esperando!!
- ¿Estais de coña? ¡¡Llevo desde las dos de la tarde esperando!!!
- ¿De verdad?
- Claro..
- La verdad es que no tienes cara de tener apendicitis...Respira por aquí.
- ¿Que no tengo cara de que...?

Fundido a negro.

*Ese pasillo es el que recorrí en camilla. Es la foto que hizo El Ingeniero.