jueves, 30 de junio de 2022

Doscientos ochenta y dos días y alguna noche

Doscientos ochenta y dos días, cuarenta cartas escritas a mano cada tarde de cuarenta domingos y cuarenta video llamadas después, mañana nos volveremos a encontrar. Los doscientos cincuenta y un días desde que te dejamos en el aeropuerto han pasado volando, casi han sido un abrir y cerrar de ojos. Los últimos treinta y uno, el mes de junio, sin embargo ha durado más o menos lo mismo que toda la Edad Media y estos últimos cuatro días creo que han sido igual de largos que la última glaciación. A este ritmo creo que las casi veinte horas de viaje mañana van a durar como todo el Pleistoceno. 

Mañana a estas horas. Mañana a estas horas en Seattle, porque aquí será ya noche cerrada, estaremos juntas. Tengo muchísimas ganas de verte, bruja. No estoy temblando de la emoción ni al borde del llanto pero tengo ganas de verte con la misma sensación de anticipación, las mismas cosquillas en la tripa que, de pequeña, tenía cuando iba a ir al Parque de atracciones o a una fiesta especial o la noche de los Reyes Magos. Son ganas de disfrutar de algo que sé que va a ser especial que no me defraudará (en el caso del parque de atracciones esto solo funciona la primera vez que vas y si tienes menos de diez años, el resto de los intentos siempre son decepcionantes). Es esa emoción eléctrica que sientes cuando estás a punto de conseguir algo, cuando casi lo rozas. Durante todos estos doscientos ochenta y dos días (y algunas noches porque para ti el cambio horario no existe) te he visto disfrutar, crecer, entusiasmarte, conocer gente nueva, apuntarte a un coro, ser actriz, ¡cocinar!, disfrazarte de Bruno Mars, participar en un musical, ir a un partido de fútbol americano, hacerte fotos que has revelado en papel, escribir un ensayo en inglés sobre si la gente religosa es más moral que la no religiosa (no), hacerte una grupie de los grupos, comprar ropa de segunda mano, tú, la reina del escrúpulo, ir a un baile y a ver un amanecer nublado. Te he visto graduarte, hacer la colada y hasta pescar un pez gato. Lo que no te he visto ha sido hablar inglés. Has silenciado cada videollamda en la que alguien de tu familia entraba a preguntarte algo. Lo mismo esa es la gran sorpresa que me espera, que después de nueve meses y ocho días en Puyallup no hablas inglés. Contigo nunca se sabe. 

Me disperso. Durante todo este tiempo y a ocho mil quinientos treinta y cinco kilómetros te he visto hacer todas esas cosas y crecer. Te intuyo más lista, mucho más curiosa (algo que creí imposible), más divertida, más abierta, más inquieta y con el pelo horriblemente largo. Estoy deseando llegar a Seattle y empezar el viaje de nuestras vidas (por ahora). Estoy deseando llegar, verte y comprobar que todas esas cosas que me has enseñado y que he ido sintiendo desde aquí son reales y te han hecho una mejor versión de ti misma. Ya sé que tú ya te considerabas perfecta antes, con cuatro años ya lo tenías claro, pero creo que algo que no sabes es que tu forma de ser te va a permitir siempre ir a mejor porque no dices que no a nada (¡si hasta te has apuntado a un gimnasio!) y siempre siempre ves el lado bueno de la vida. 

Bruja, mañana llego. 

Gracias por este año tan chulo. Nunca pensé que también me serviría a mí. 

Prepara tu lista de preguntas que "solo puedo hacerte a ti, mamá". 

miércoles, 29 de junio de 2022

Wilco y mi zona de confort

 

Ayer leí en un titular ridículo que decía que María Pombo había salido de su zona de confort porque se había hecho trenzas para una fiesta. Es un titular que dice mas de nuestra sociedad y nuestra estupidez que de María Pombo que, por otro lado, ni siquiera se peinó ella sola, lo que reduce su zona de confort prácticamente a respirar por sí misma. 

A mí salir de mi zona de confort me da mucha pereza y no lo veo para nada necesario. En realidad todo, en general, me da mucha pereza y si implica salir de mi casa y hablar con gente la pereza es casi insuperable. Ayer, sin embargo, fui a ver a Wilco y pensé que ir de concierto no es salir de mi zona de confort es simplemente un rincón de ella que hacía muchísimo que no visitaba. ¿Cuándo fui por última vez a un concierto? No me acuerdo. Sí recordaba haber visto a Wilco, también en las Noches del Botánico en 2017. Otra vida. Aquel día llevaba un pantalón amarillo que ya no tengo, una camisa azul que me roba mi hija y unas sandalias que siguen en mi armario. Aún me teñía el pelo. Fui con Juan. Ayer también. 

«El martes tenemos eso»«¿Qué tenemos? ¿qué es eso?»«El concierto de Wilco» Hasta el domingo no me enteré de que habíamos sacado entradas. Ir a ver a Wilco fue como entrar en una habitación de tu casa que hace mucho que no visitas, o abrir un cajón que lleva tiempo cerrado y empezar a quitar telarañas, polvo y descubrir bajo toda esa capa de tiempo y suciedad, cuánto te gusta lo que hay ahí y porqué lo guardaste. Pensar que esa noche no será como todas, que tengo un concierto. La antipación. Poder decir "voy a ver a Wilco". Ser lo suficientemente adulto y conocerme lo suficientemente bien para haber sacado entradas de sentado y saber que no volveré a casa con una contractura en las cervicales y otra en las plantas de los pies por intentar ver algo entre gente que siempre es más alta que yo. Llegar al Botánico de la Complu y recordar, como siempre, la primera vez que paseast por la Avenida de la Complu, con 18 años, sintiéndome adulta por primera vez. Esperar a Juan mientras me comparo con toda la gente que va entrando. Wilco definitivamente es un concierto en mi media de edad pero con un atractivo especial para los hombres altos y con barba. Entrar al recinto, pasear y empezar a encontrarte gente que conoces y saludas y gente que conoces e ignoras con más o menos estilo. Beber en vasos de cartón (nos preocupa el planeta y ganar dineretes cobrándolos a precio de Santo Grial) y comer el que probablemente sea el peor perrito caliente de la historia (cobrado a precio de Vellocino de Oro). 

Escuchaba a Wilco concentrada en no desconcentrarme y pensar en María Pombo, las maletas o mi trabajo. Escuchaba las canciones y pensaba en cómo me gusta ese rincón de mi zona de confort y en porqué ya casi no escucho música. ¿Por qué he dejado de hacerlo? Porque ya casi no conduzco y porque no me gusta escuchar música mientras hago otras cosas, o me desconcentra de lo que tengo que hacer o lo que sea que estoy haciendo me impide disfrutar de la melodía, la letra y la sensaciones. No puedo escuchar música mientras leo, eso son dos placeres incompatibles. Se acaba el concierto. Vuelvo a sentir esa emoción, las ganas de llegar a casa y no parar de escuchar a Wilco en tres semanas. Quiero escucharlos, aprenderme las letras que aún no me sé, leer sobre ellos. Me acuesto pensando en escribir este post, porque escribir es otro rincón de mi zona de confort que ultimamente visito menos. 

No quiero salir de mi zona de confort, solo acordarme de recorrerla entera, es bien chula. 

sábado, 25 de junio de 2022

Podcasts encadenados: furia, ira, tristeza y un misterio en La Moraleja

 


Escribo estas recomendaciones semanales rezumando furia, ira, tristeza y miedo a partes iguales. El retroceso en los derechos fundamentales que dábamos por supuesto está siendo tan brutal y tan rápido que me aterra ver un futuro en el que mis hijas, en el que todos vivamos muchísmo peor enfrentados unos con otros. La decisión, ayer,  de una serie de jueces retrógrados y conservadores hasta extremos absurdos de terminar con el derecho a optar a un aborto legal en Estados Unidos es un desastre de tal magnitud que no somos capaces de imaginarla.  Es un desastre, un ataque a los derechos de las mujeres y, lo peor de todo, el primer paso en una carrera para terminar con otros muchos derechos. «Eso no pasará aquí» Ja. También pensamos que nunca elegiríamos a alguien como Trump. Jaja. O que aquí nunca habría un partido de ultraderecha. JA JA JA. 

Desde que se filtró la opinión del infame Juez Alito mucho de tiempo de escucha de podcasts ha estado dedicado a este tema. A conocer cómo se aprobo el derecho al aborto hace cincuenta años, a saber cómo era la situación antes, a entender qué podría pasar si finalmente se confirmaba lo peor.  He escuchado gente que se hace llamar provida y gente que lucha y seguirá luchando por ese derecho. He aprendido muchísimo y lo voy a compartir hoy por si alguien le interesa. 

Justo ayer, cuando venía a Los Molinos conduciendo, terminé la nueva temporada de Slow Burn, un fabuloso podcast de investigación que lleva ya años produciendo grandes temporadas. (En su día recomendé la dedicada a Monica Lewinsky) La temporada de este año tiene solo cuatro episodios y trata, por supuesto, del aborto. Se titula Roe vs Wade y es un recorrido por distintos aspectos del aborto. El primer episodio está dedicado a la historia de alguien mucho más desconocido pero que marcó mucho el movimiento abortista en USA a principios de los 70, antes de Roe. Cuentan la historia de Shirley Wheeler, una chica de 21 años que abortó, (ya había tenido un hijo antes, fruto de una violación) y fue acusada de asesinato y condenada a veinte años de carcel que luego, cuando se demostró que no había abortado estando de siete meses como decía el fiscal (que aparece hablando en el episodio porque sigue vivo) se lo cambiaron por libertad bajo fianza con unas condiciones tremendas. Era en Florida y allí no podía vivir ni sola ni con otra mujer y con un hombre solo si se casaba, tenia 23 años. Es decir, o te casas o te vas del estado. Además cuando la detuvieron acusada de asesinato, en la carcel, los policias le ensañaron fotos de bebes muertos acúsandola de haber matado a su hijo. Se convirtió en una de las figuras del movimiento en favor de los derechos reproductivos en USA. El segundo episodio está dedicado al matrimonio Willker, una pareja de pastores cristianos que ante las preguntas de su hija al volver de la universidad con muchas dudas sobre feminismo y aborto, (la hija aparece en el podcast) escribieron un librito fundamental para el movimiento anti abortista. Los Wilker son los responsables del uso de fotos de fetos (muchísimas veces trucadas) para, según ellos, demostrar que hay vida desde el momento mismo de la concepción. Los dos últimos episodios cubren más el aspecto legal de la lucha por los derechos reproductivos y el último, el que terminé justo antes de enterarme de la decisión de los impresentables, cuenta la historia del juez Blackmun responsable de escribir la opinión que en 1973 legalizó el aborto en USA. Estremece pensar como, hace cincuenta años, un señor de Oklahoma tuvo más respeto por los derechos de las mujeres que los impresentables que hay ahora mismo. Blackmun comenta en el episodio, en declaraciones de hace años porque murió ya, que creía que con la sentencia Roe vs Wade, el tema del aborto estaba zanjado en USA. Se debe de estar revolviendo en su tumba o muriéndose de pena.

Es un podcast muy serio, muy interesante y fundamental para estar informado sobre este tema.

Este episodio de The Experiment, del podcast de The Atlantic, ya lo recomendé pero lo traigo de nuevo. Lo hicieron en abril  en previsión de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos  hiciera lo que ha hecho.  Estça dedicado al resurgimiento de un movimiento de apoyo al aborto clandestino (The resurgence of Abortion underground) La historia del movimiento abortista, su lucha, su logro y el peligro que corre ahora está muy contada y estremece escuchar a una activista de más de ochenta años decir: "sabíamos que no se quedarían tranquilos, que lucharían para abolir ese derecho, sabíamos que lo harían... y aquí están de nuevo para conseguirlo". Es interesantísimo. 

En The Daily han dedicado bastantes episodios al tema y todos son buenos. Todos hemos oído y leido lo de Roe vs Wade pero ¿cuántos sabemos quien era Jane Roe? ¿Cual fue su historia? En estos dos episodios (emitidos en 2018 por primera vez), Who was Jane Roe y The Cultural Wars, lo cuentan y aprendí muchísimas cosas. Entre otras, que Jane Roe acabó siendo una ferviente antiabortista y como se desarrolló el movimiento cultural contra el aborto. Después de contar el pasado, dedicaron dos episodios al futuro. ¿Qué pasaría si finalmente los impresentables del Tribunal Supremo hacian lo que han hecho? En uno de los episodios analizaban el futuro desde el punto de vista de los defensores del derecho al aborto, en otro desde el punto de vista de los anti abortistas. Los dos dan pánico pero el segundo, escuchar a esa gente atacar el derecho de las demás personas en función de sus creencias personales es como ver una película de terror. Por supuesto, todo esta hecho con gran rigor periodístico y respeto a las opiniones de todo el mundo.

¿Qué más? En español os dejo dos episodios de Hoy en El País que hicimos en mayo. Uno dedicado a cómo se aborta (o abortaba) en Usa y otro sobre como se aborta en España. 

Para terminar, aunque tengo mucho más material sobre este tema si alguien tiene más interés, os dejo un estreno en español que me ha enganchado desde el minuto 1. Es raro que una novedad se haga hueco en mi lista de reproducción. Normalmente intento escuchar lo que lleva ahí esperándome meses, o incluso años, pero esta semana un estreno se ha hecho un hueco y, lo que es más importante, me ha gustado tanto que estoy nerviosa esperando los siguientes episodios. El podcast es Misterio en La Moraleja, un podcast original de Spotify producido por True Story y escrito y narrado por Eva Lamarca. De este podcast me gusta todo: el arte (algún día tengo que escribir sobre mis covers favoritas), el título, la idea, el tono y el desarrollo.

Eva Lamarca se embarca en una investigación, casi detectivesca con gabardina y monóculo, para intentar descubrir quién fue el único votante de Podemos, en el barrio más rico de España, en las elecciones de 2021. Esta investigación es un McGuffin perfecto (que haría féliz a Hitchcock) y que sirve de excusa para elaborar un impresionante retrato de La Moraleja: su historia, su configuración y, sobre todos, sus vecinos. Cada conversación es un descubrimiento, una sorpresa, un “no puede ser que haya dicho eso”. Agil, divertido, muy interesante y con su punto de intriga. Un gran trabajo. Os va a enganchar seguro. 

Creo que con esto es suficiente. Como siempre casi todo lo que recomiendo está en esta lista (menos lo que es de Spotify que no sale ahí) y si escucháis algo, venid a contármelo. Me hará ilusión.

sábado, 18 de junio de 2022

Podcast encadenados: ¿Cual fue tu canción de amor cuando tenías 16?



Hace mes y medio que no actualizo esta sección y nadie la ha echado de menos. Solo yo. No es que haya dejado de recomendar podcasts, de hecho es de lo que más hablo en twitter y en instagram pero comentarlos aquí me da tiempo y espacio para poder explayarme y explicar mejor las razones por las que me gusta un podcast y lo recomiendo. 

¿Qué he escuchado ultimamente? Empecemos por Sweet Bobby. A estas alturas de la vida todos hemos conocido a alguien por internet, todos hemos hecho amigos y algunos se han enamorado por la red, algunos final feliz, otros no tanto*. A algunos, además, hay desaprensivos que, durante años los han engañado vilmente con falsas promesas, falsas fotografías y falsas esperanzas en nuevo modelo de abuso emocional bastante dañino. Todos hemos oído o visto algunas de estas historias pero la que cuenta Sweet Bobby, es otro nivel. ¿Qué nos cuenta? (Sin spoilers) Kirat, es una joven locutora de radio en Inglaterra. Forma parte de la comunidad sij y lleva una vida bastante plena, con sus amigos, su trabajo, sus viajes y sus ligues. No piensa en tener una pareja estable pero si surge no tiene problema. Un buen día, por Facebook (si aún seguís en FB estáis tardando en salir de ahí) recibe un mensaje de un conocido de un conocido. Ella, por supuesto, contesta. ¿Quién no lo haría? Y un mensaje, lleva a otro y a otro. Nada precipitado, nada fulminante. Algo pausado que avanza sin tener mucho interés hasta que empieza a tenerlo. 

Sweet Bobby tiene ese componente de intriga, de «¿en serio?», de «no me lo puedo creer» que nos encanta y que hace que no podamos dejar de escuchar. El host, Alexis Mostruos (con este nombre que suerte tiene de no ser español) hace un gran trabajo narrando la historia, poniendo voz a lo que el oyente va pensando y acompañando a Kirat, la protagonista, en el bucle infinito en el que se va metiendo. Hay un momento, más o menos a mitad de temporada en que es imposible no gritar ¡NO ME LO CREO! y quedarte en shock. 

Si os gustan las historias tipo Dirty John o la historia de la falsa heredera alemana... este es vuestro podcast. Es mandanga de la buena, de la adictiva. Son siete episodios de media hora, en una tarde tonta te lo terminas. 

Marcharte de tu país a vivir o estudiar en otro es una situación que te revela algo nuevo de ti mismo, algo que no sabías, que no habías pensado: tienes dos vidas. La vida que estás viviendo en tu nuevo país y que te está haciendo bastante feliz dentro de las vicisitudes que vivir significa y la vida que podrías estar viviendo si te hubieras quedado en casa. Tienes además tus nuevas costumbres y tienes las que dejaste atras. Tienes dos idiomas, dos horarios, dos grupos de amigos, puede que hasta dos familias. Además, si tienes suerte, las dos vidas pueden hacerte muy feliz y no ser incompatibles mas que en el tiempo y en el espacio pero cuando estás en tu nuevo país estás bien y cuando viajas a tu pais de origen en vacaciones o cualquier otro momento también estás bien. Eso sí, siempre estás echando de menos algo. No sé como es eso pero a mí me parece que a lo mejor se siente algo como cuando estás en un aeropuerto, siempre de camino a algo. Estás en un limbo.  Todo esto pero muchísmo mejor es lo que durante años ha pensado Miguel Macías, sevillano que se marchó a Nueva York y que cuenta en Limbo, un episodio de Latino USA, que me gustó muchísimo. Macías es un profesional de la radio y hace un gran trabajo narrativo aunque, ya le dije a él, que si lo hubiera editado para cortarle 7 u 8 minutos del segmento medio hubiera quedado perfecto. A pesar de esto lo recomiendo muchísimo porque es una gran gran historia. Y muy emocionante. 

¿Qué más? En castellano, me estoy riendo mucho con Arsénico Caviar con Beatriz Serrano y Guillermo Alonso.** ¿De qué va Arsénico Caviar? Pues de odiar y todo el mundo sabe, o por lo menos todo el mundo que lee este blog, que yo soy una gran odiadora. (De hecho si tuviera tiempo abriría un club privado del odio. Privado y secreto. Lo tengo todo pensado. Lo organizaría en persona, con poca gente y confiscaría móviles y cualquier otro elemento electrónico para que nada quedara grabado. Incluso haría firmar uno de esos acuerdos de confidencialidad tan draconianos que salen en las pelis. Una vez al mes una reunión para despellejar cosas) Beatriz y Guillermo son divertidos, ingeniosos y, además y esto es lo que más me gustan, tienen muchos referentes culturales muy chulos. En medio de su ejercicio de odio recomiendan pelis, libros, documentales. Es un podcast muy divertido, "fresco" (Ja, ellos van a odiar este adjetivo), entretenido y con el que muchas veces coincides y piensas: es justo así. Mi episodio favorito es, por supuesto, contra Madrid pero también me gustan Contra las bodas y Contra la vida social. Todo me retrata. 

En español, esta semana, he descubierto escuchando el Dentrísimo de Manuel Burque sobre las sartenes que llevo toda mi vida maltratando a mis sartenes. He flipado con los supuestos cuidados que hay que tener con ellas y que yo no hago. He flipado aún más con que haya gente dentrísimo de las sartenes pero oye, no digo nada. *** 

Unos breves para terminar. One million es un episodio del Daily del New York Times que dedicaron el 13 de mayo a homenajear al millón de americanos que han muerto de COVID. Es una obra maestra del podcasting. Un trabajo impresionante de conceptualización (tener la idea), de producción (pedir testimonios a la gente), de selección (escuchar todo lo que llega...que pueden ser millones porque el New York Times tiene ocho millones de suscriptores) y de escritura para organizarlo todo y que tenga sentido. A esto hay que añadir un diseño sonoro maravilloso que acompaña las historias, la tristeza, el luto. Obra maestra, repito. 

También del New York Times pero ahora de su famoso podcast Modern Love, recomiendo el episodio First Love, Mixtape Side B en el que la pregunta era ¿Cual era tu canción romántica a los 16 años? La respuestas son fantásticas porque con dieciséis años no sabes nada del amor pero te crees que lo sabes todo. Todos tenemos esa canción, uno porque nos parecía la cumbre de amor romántico a la que había que aspirar y otros, los más precoces, porque esa canción les recordaba a su enamorado o les consoló en una ruptura. El episodio me gustó tanto que hice la pregunta en Instagram y fue maravilloso y muy divertido. Eso sí, se confirma que mis seguidores tienen mil quinientos años, como yo. Ah y mi canción de los 16 fue Nothing is gonna stop my love for you de Glen Medeiros. ****

Creo que esto es suficiente. Como siempre, todas las recomendaciones están en esta lista y si escucháis algo, me hará ilusión que vengáis a contármelo. 


*La primera persona que yo conocí que se enamoró por internet y acabó casándose fue una compañera con la que trabajaba en la Biblioteca de Económicas de la Facultad de Económicas de la Complutense. Era 1996 y me pareció marcianísimo. Ja. Quién me lo iba a decir a mí. 

** en este podcast trabajo como editora. Reviso los guiones de Beatriz y Guillermo que realmente necesitan poca edición y que agradezco leer en la tranquilidad de mi despacho porque a veces se me escapan carcajadas. 

***Escuché el episodio de Dentrísimo de las zapatillas pensando con superioridad que la gente está idiota... justo antes de abrir mi armario y descubrir que tengo ocho pares de zapatillas Converse. Por si acaso las sartenes no las he contado. 

**** No me agradezcais haberos metido esa canción en la cabeza para lo que queda de día. 



jueves, 16 de junio de 2022

Desde mi ventana veo una terraza

Frente a mi mesa, en el trabajo, hay una pared de cristal a través de la cual vislumbro a mi compañero Pablo. A mi izquierda  hay una pared de cristal y la puerta. A mi derecha, una ventana, de buen tamaño, se abre con vistas a la Gran Vía. Bueno, entre mi ventana y la vista, se interpone la balaustrada de la terraza pero, para el propósito de este escrito, obviaré la balaustrada. Enfrente de mi ventana hay uno de los muchos hoteles de lujo que han llenado la Gran Vía. Me da una tristeza inmensa ver un edificio convertido en hotel. Entiendo que es la manera de mantenerlos, de conservarlos pero siempre me parece que un hotel es como una gran especie invasora, como el mejillón tigre o la hierba esa que parece cesped pero no lo es. Son bonitos, son cuquis, pero acaban con la fauna autóctona, con la diversidad de vidas que habitaban ese edificio. Me gusta pensar en los edificios como en una viñeta de 13 Rue del Percebe, cada casa un mundo. En un hotel no cabe mucha imaginación y menos en la Gran Via: sus moradores o están de turismo o teniendo una aventura (puede que alguno esté por trabajo pero esos suelen ir a otros hoteles) y de turismo y engañando todos nos parecemos muchísimo.  

El hotel queveo desde mi ventana tiene una terraza en el tejado. Como todos. Durante meses he visto a los empleados fregar, pulir, limpiar y preparar todo para que ahora, cuando en esa terraza se pueden freir huevos en el suelo, incautos turistas, esforzados instagramers y algún despitado se pasee, se bañe en el charquito que llaman piscina y pague una cantidad  tan obscena de dinero por una bebida que en comparación desayunar en Barajas parece barato. En la terraza, además de la piscina y un chiringuito en el que despachan las bebidas a precio de oro líquido, hay cuatro sombrillas cuadradas que, como todo el mundo sabe, son antipáticas. Una sombrilla redonda es, como todo el mundo sabe, sinónimo de diversión, alegría, desorden, risas. Las cuadradas no transmiten nada de eso, son unas pijas. Transmiten seriedad, eficiencia, pijerío y hasta, si me apuras, un poquito de clasismo. Esas sombrillas que me miran por encima del hombro desde el otro lado de la calle son tristes. Ellas se saben tristes, poco sexys, poco divertidas y para tratar de compensarlo, de vez en cuando, echan agua para refrescar a los incautos a los que han engañado con su falso atractivo. Como quien salpica los langostinos en la plancha. 

Veo también un par de olivos. Me los imagino en el vivero, deseando salir de alli y pensando, al ver a los clientes: «¿Me llevarán esos señores a su casa?»«¿Me querrán para su jardín?». Invento su emoción en el camión, imaginando un jardín grande, nuevo, en el que crecer y dar sombra y su desconcierto al ver el camión llegar al erial de asfalto y homigón de la Gran Vía.  Los veo ahora, todavía incrédulos ante su destino: un macetero en una planta 12 bajo un sol abrasador y con un ruido infernal.  Más tristeza.  

Supongo que los clientes del hotel me ven mientras estoy aquí, en mi mesa, trabajando. 

A lo mejor imaginan mi vida.

No creo que me envidien. 

Yo tampoco a ellos.  

viernes, 10 de junio de 2022

Un imperio en una tostada

 

«No construyas tu desayuno en torno a las tostadas» leo en el resumen del podcast de mi amiga Cristina. No, no, no. ¿Tú también, Cristina? 

Cuando tenía siete u ocho años, cuando visitaba a mis abuelos, a veces había suerte y salía hacer recados con mi abuela. Si aún tenía más suerte, mi abuela me llevaba a merendar a una cafetería. Por aquel entonces ir a una cafetería me parecía el colmo del exotismo, (puede que ahora también lo sea porque cafetería es una palabra que ha desparecido, como metralleta o esquijama, y ya no se usa. Todo son bares, gastrobares y esa cursilada de cafés). Una cafetería era un sitio mágico, todo era bonito, todo brillaba, todo el mundo vestía elegante (quizá esto fuera porque yo esos días no llevaba uniforme y asociaba mi ropa de calle con la de los demás) y, sobre todo, en ellas olía a cielo. No recuerdo que bebía, seguro que no era café, pero recuerdo las tostadas. Unas tostadas en las que quería echarme a dormir, quería abrazarlas, olerlas hasta gastar su aroma y, sobre todo, hacer que duraran eternamente. Calientes, por supuesto. Para mí, esas tostadas de cafetería eran comida de temporada. No podían comerse todo el año, ni en cualquier sitio y ni de broma en casa. En esto tengo mil quinientos veinticinco años pero hubo un tiempo en que el pan de molde era un lujo. Las tostadas de cafetería eran grandes y eran gordas. Eran doradas con una escala perfecta de amarillos desde el más pálido en el centro de la rebanada, donde se habia puesto la mantequilla antes de apretarla contra la plancha, pasando por los sucesivos tonos dorados hasta llegar a los bordes donde pasaba a un suave tono tostado. Eran jugosas, casi cremosas en el centro y tiernamente crujientes en los lados. Y el olor, un olor intenso, cálido y evocador. Mucho ambientador con bergamota, y mucho olor a playa y a jazmín y a dama de noche y a atardecer en la playa de MIkonos (que a ver quién ha estado ahí para saber que eso huele a Mikonos y no a Javea) y más ambientador con aroma de tostadas de cafetería. Mi pasado de la mano de mi abuela está construído en torno a esas tostadas que me comía con cuidado, con cuchillo y tenedor, deseando que no se acabaran nunca o que mi abuela me dejara pedir otra. 

En mi casa, las tostadas eran rebanadas de pan de barra y eran chiquitas. Cortadas de la barra en perpendicular, mi madre nos las cortaba y las ponía al fuego en un tostador para que se hicieran, dándole la vuelta para que se doraran por los dos lados. No sé en que momento entró el tostador eléctrico en nuestras vidas. Puede que fuera al mismo tiempo que empezamos a cortar el pan en vez de en rebadas en pequeñas, en grandes porciones, como si nos comiéramos las dos mitades de un bocadillo. 

No sé cuando fue pero ahora, en mis desayunos, corto el pan así. Mientras el té se hace y me como un kiwi vigilo el tostador que es un electrodoméstico que necesita cariño, que le hagas caso o se vuelve tan rencoroso como  la impresora. Un día lo tienes en el tres y la tostada sale perfecta, dorada en el centro y marrón en los bordes, con la temperatura perfecta, no demasiado caliente para que la puedas sujetar mientras untas la mantequilla pero lo suficientemente caliente para que la mantequilla se vaya derritiendo y fundiéndose con la miga. Al día siguiente, sin embargo, el tostador, te devuelve el pan tan blanco como lo metiste, frío y triste. ¿Por qué? ¿A qué viene este desamor a las 7 y media de la mañana, en mi momento más vulnerable? Tengo que volver a meter las tostadas (sí, dos) y quedarme mirando muy fijamente porque muchas veces, en ese inesperado resentimiento que tiene esa mañana, me devuelve la tostada chamuscada. Algunos días hasta humea de indignación. 

La tostada se unta caliente y se come caliente. En las series inglesas sufro muchísimo cuando la doncella entra con las tostadas colacadas en una bandejita especial, como si fueran revistas, y las deja sobre la mesa. Los desayunantes siguen hablando y hablando y yo sufro y grito: ¡se están quedando frías, ya se estaban enfriando desde la cocina y si no las untáis ya arrunaréis el manjar! La tostada se come caliente y por eso no se habla en el desayuno porque si hablas, si te distraes, se enfría y las tostadas frías pierden sus poderes mágicos. Las tostadas frías son como cenicienta al llegar la medianoche, dejan de ser princesas y se convierte en pan duro. 

Una buena tostada te consuela del infierno de madrugar, del infierno de enfrentarte a un nuevo día, a la terrible realidad de haber salido de tu maravillosa cama. Una buena tostada con mantequilla y mermelada te da amor, cariño. Una buena tostada es el elemento perfecto sobre el que construir no solo tu desayuno, sobre las tostadas puedes construir tu día, tu vida, tus recuerdos, tu relación de pareja (no te acuestes nunca con alguien que no desayuna tostadas), tu familia y tu futuro. Yo sueno con un futuro en el que tostadas recien hechas me estén esperando en una cocina iluminada por el sol, con un buen te humeante, mi New Yorker, y ninguna prisa por terminar la mejor comida del día, el desayuno. 

No me traicionéis como Cristina (te quiero igual, titi) y construid imperios en torno a vuestras tostadas. Os perdono si son integrales y con aguacate, pero no más. 

viernes, 3 de junio de 2022

Silencio en el patio

Hay obras en mi edificio. En el octavo, dos plantas por encima de la mía, han rehecho una cocina. No lo he visto, no lo he oído, me lo ha contado el portero. Las obras del 4C las veo desde la ventana de mi cocina. Abrí la ventana ayer y no queda nada. Una bomba de reforma ha explotado en el piso arrancando hasta las ventanas de cuajo y no hay nada, solo escombros. Me llevé una sorpresa porque me pareció una reforma muy radical y muy cara y más sorpresa aún porque pensé ¿qué era lo que yo veía antes? ¿qué he estado viendo estos dieciseis años cada vez que me asomaba a tender o destender la ropa? ¿Por qué no me acuerdo? ¿No me fijé? Sí, claro que me fijé pero con poco empeño porque pensé que siempre estaría ahí si necesitaba saber algún detalle. Si me concentro mucho siento un leve revoloteo de recuerdo: una cama con una colcha naranja, una silla de estudio, los pies de alguien en la cocina. Creo que madrugaban, que los que dormían en esa cama eran de los primeros en despertarnos a los demás al levantar su persiana. Un patio de vecinos es más un caja de música que un album de fotos. ¿Sonará temprano la persiana de los nuevos inquilinos? Intento pensar en los sonidos de mi casa que pueden resonar en ese patio. Nunca bajo la persiana y no pongo música mientras cocino. ¿Se escucharán  mis podcasts? ¿resonarán las conversaciones que tenemos mientras cenamos en la mesa de la cocina con las ventanas entreabiertas? 

Pienso en todo esto mientras María llega a mi cuarto y se acuesta conmigo porque se encuentra mal. Acaricio su brazo intentado que mi tacto sea un bálsamo para su dolor y descanse. Pongo en esas caricias todo mi empeño, quiero creer que puedo curarla, consolarla, ayudarla. Si lo creo muy fuerte a lo mejor funciona, dicen que las madres lo hacen. Casi diecinueve años y sigo sin creerme madre. 

Funciona.

No hace ningún ruido mientras duerme. No lo ha hecho nunca. Es como si entrara en coma, como si se fuera, se marchara, de ese cuerpo que ha crecido tanto que me sorprende cada día. La recuerdo pequeña, acurrucada contra mí con manos que cabían en las mías. ¿Me fijé lo suficiente o pensé que siempre tendría tiempo para contemplarla? La miro en la oscuridad. No quiero que se me olvide. 

Son las tres de la mañana y en el patio hay silencio.

miércoles, 1 de junio de 2022

Lecturas encadenadas. Mayo

Tengo la sensación de que el 1 de mayo está, ahora mismo, a años luz de este momento. Si miro hacia atrás no veo el principio del mes. ¿Qué pasó el 2 de mayo? ¿Qué hice por San Isidro? ¿Cuándo guardé la ropa de invierno? ¿Y la renta? ¿Cuándo la hice? ¿Se ha dilatado el tiempo en mayo o es que estoy tan agotada que he perdido la percepción del tiempo? 

La parte buena para este blog y para los cuatro lectores irreductibles, como la aldea gala, que siguen leyéndolo es que me acuerdo de todo lo que he leído. Y que lo apunto. 

Al lío. 

El día del libro me acerqué a Panta Rhei y me compré un par de libros. No es que yo necesite excusas del día del libro pero si tengo una excusa no la desaprovecho. Compré Segunda casa de Rachel Cusk porque el año pasado leí Despojos y me encantó. Este parece ser un buen motivo para comprar un libro, ya lo he explicado más veces, te enamoras de un autor en la primera cita y decides repetir y puede salir bien o puede salir mal. En este caso, tengo que decir que ha salido bastante mal por no decir fatal. Segunda casa es un tostón intenso y soporífero en el que en ningún momento sabes que es lo que Cusck está tratrando de contarte. La novela es una especie de carta o diálogo interior que la protagonista mantiene con un tal Jeffers que no dice ni mu. La protagonista es una intensa de manual, con un pasado en el que ocurrió algo que la traumatizó pero que no se descubre nunca. Todo es «en aquella época», «cuando yo sufrí terriblemente entonces». Al principio sientes cierta intriga, luego te cabreas y al final dices «mira, chata, no me creo nada». Es como cuando tienes una amiga o amigo que contesta siempre en tono misterioso «no puedo, tengo cosas que hacer» y lo que tiene que hacer es pelar judias verdes. A la vida de la protagonista misteriosa, a la casa de invitados que tiene en su casa en las marismas donde vive con su marido Toni que la adora (el lector no se lo explica), llega un pintor famoso que tiene algo que ver con el pasado misterioso. El pintor es un cabrón con pintas y un maleducado y tú, lector, no entiendes porqué la protagonista lo ha invitado. ¿A donde va todo esto?  A ninguna parte. Todo es un continuo ir y venir de ella hablando con mucha intensidad y cero interés.  

Cuando llegas al final hay una nota que pone «Segunda casa está en deuda con Lorenzo de Taos, la crónica que Mabel Dodge Luhan escribió en 1932 sobre la estancia de D.H. Lawrence en su casa en Taos, Nuevo México». No sé quién es Mabel ni como lo contaba pero desde luego me juego una mano a que Cusck no le hace justicia. 

Recomiendo no solo no comprarlo. Tampoco lo leáis si os lo regalan, si lo sacáis de la biblioteca o si os lo encontráis por la calle. Eso sí, yo voy a repetir tercera cita porque ya tengo A contraluz, de la misma autora, esperando en la mesilla. 

Hacia mucho que no leía un tebeo y tras ver el Imprescindibles de Ibañez en TVE, A. me dejó Todo Paracuellos de Carlos Giménez. Había oído hablar mucho de estos tebeos, al primero que le escuché hablar de ellos fue a Guillermo Altares en La Cultureta. En este volumen se recogen todas las historietas que con ese nombre Giménez publicó entre 1977 y 2003. 

Paracuellos es el nombre genérico que le da en la serie a los hogares de la Obra Nacional de Auxilio Social que acogían a niños huérfanos, con padres enfermos que no podían cuidarlos o que no podían atenderlos por estar trabajando. Carlos Giménez estuvo en esos hogares y recoge las historias, anécdotas y terrores que pasó él y otros muchos compañeros. Pasaban hambre, recibían palizas, los maltrataban, los obligaban a cosas horribles y absurdas como echarse la siesta al sol en agosto o delatarse unos a otros a cambio de un currusco de pan. El horror está ahí sin adornos, crudo y a la vista. Adultos maltratando niños por el puro placer de poder hacerlo, por la sensación de control, de poder, de impunidad. Entre todo ese horror, Giménez transmite ternura y la alegría por la amistad que forjan entre ellos. La alegría de encontrar un currusco de pan, de recibir una carta, de tener un tebeo nuevo, una visita familiar, cualquier cosa que les sacara de la rutina de hambre y maltrato. Giménez además construye los personajes. Cada niño tiene una vida en el hogar y tenía una vida antes, algunos siguen teniendo una vida fuera que creen que les espera, otros ni eso. Lo que no tiene ninguno es un futuro fuera, ni lo piensan y cuando lo piensan, cuando lo desean, la realidad les pone en su sitio. Con todo, lo más terrible de todo el tebeo, lo que a mí me hizo llorar fue la historia de Hormiga, un chaval al que su padre deja en el hogar al morir su madre para casarse con otra mujer con varios hijos. El padre visita el hogar pero no para ver a Hormiga, lo visita porque está ligando con una de las cuidadoras. Hormiga sueña, confia en el amor de su padre, en que lo sacará, lo llevará a vivir con él, pero eso, por supuesto, no pasa. Los castigos y la crueldad de los extraños hacen daño pero se pueden llegar a entender, la crueldad de un padre duele más que todas las palizas, es incomprensible y no se supera nunca. ¿Qué fue de Hormiga? 

Hay que leer Paracuellos, es un clásico del tebeo nacional. 

En la cuenta de @srabibliotecaria descubrí Lunática de Andrea Momoitio.  Como debo a Marina el haberme descubierto a Mara Mahía, me lancé enseguida a comprarlo. Lunática no es una novela, es un ensayo o, mejor dicho, una investigación sobre una figura desconocida pero cuya muerte está en el origen del movimiento feminista en los años 70. Antes de nada, confieso que no sabía absolutamente nada de esta historia y que he entrado en ella para descubrirlo todo. En 1977 María Isabel Gutierrez Velasco murió calcinada en la carcel de Basauri. Su muerte, poco clara y muy extraña, causó indignación entre las prostitutas de Bilbao que comenzaron una huelga que continuó posteriormente con una movilización de distintos colectivos sociales que exigían de las autoridades, tras la muerte de Franco, la libertad de los presos políticos y de las leyes que afectaban especialmente a las mujeres que ejercían la prostitución, homosexuales y demás colectivos marginados por la moral franquista. Este libro es el intento de Andrea por conocer a Maria Isabel ¿Quién era? ¿Cómo vivió? ¿Por qué acabó calcinada en una celda? ¿Tenía amigos? ¿De qué vivía? ¿Por qué se prostituía? ¿Cómo fue su infancia? Lunática es la historia de María Isabel y es, también, la historia de la obsesión de Andrea. Es una obsesión muy bien contada, al mismo tiempo que vamos conociendo a Maria Isabel, vamos conociendo el proceso de búsqueda de Andrea, sus dudas, sus sospechas, sus problemas para creerse o no creerse lo que le cuentan los familiares, los amigos. Describe a María Isabel pero también a todos aquellos con los que habla, nos hace acompañarla en esas investigaciones porque nos cuenta dónde se encontró con ellos, como hablaban, como miraban, cuando ella sabía que le estaban mintiendo. 

Me ha gustado muchísimo aunque creo que al final se enreda un poco y un pelín de edición le hubiera venido bien. Además, esa manera de contar esa obsesión tiene un tono de podcast maravilloso, las dudas, los obstáculos, el tono de «ven conmigo y acompañamé a ver que encontramos». Solo tengo una pregunta que hacerle a Andrea, ¿por qué no aparece el hijo de María Isabel? 

Al terminarlo pensé que entre Lunática y Paracuellos había uno de esos hilos que, hace ya muchos años, me hicieron llamar a esta serie Lecturas encadenadas, si lo busco siempre hay un hilo entre los libros que voy eligiendo. En este caso ese hilo son las políticas de la dictadura contra los hijos de los pobres, los rojos, los represaliados, las prostitutas, los marginados. 

Mi libro favorito del mes ha sido uno que llevaba años en mi lista de Libros Pendientes. Encontré Crónicas de motel de Sam Sephard en la Feria del Libro Antiguo de Madrid. Es un ejemplar viejo que tenía dentro varios marcapáginas de librerias de Madrid de cuando los teléfonos no llevaban el 91 delante y una pegatina de Keeper El Escorial. ¿De quién sería? y, sobre todo, ¿Por qué se deshizo de este libro maravilloso? 

Estas crónicas de Sam Sephard no se parecen a nada que haya leído. Sé que esto puede sonar, quizás, exagerado pero no lo es. Me ha gustado muchísimo, he doblado más esquinas de las que he dejado sin doblar y lo he colocado, tras leerlo, en la estantería de los libros que no quiero perder de vista. En este volumen hay relatos, hay poemas en prosa, hay observaciones, hay historias claramente autobiográficas y otras que sin ser tan claras, obviamente lo son, y hay fotografías de un jovencisimo Sephard en moteles, con coches, con camionetas, con su padre. Son historias áridas, ásperas como los desiertos y los espacios que atraviesa en coche mientras viaja de motel en motel, de película en película, de compromiso en compromiso, de aventura en aventura.  Todo tiene ese poso de amargura que te da la consciencia, en un momento de tu vida, de que habrá días malos, habrá días tristes y duros y que esos días forman parte de tu vida tanto como los buenos. Sephard escribió todas estos retazos entre finales de los 70 y principios de los 80, en plena crisis de los 40 que es justo el momento en el que el eje que nos ancla a nuestra existencia y a como nos percibimos con respecto a los demás cambia y nos desequilibra. La vida empieza a dar vértigo y hay que atarse a algo, quizá él se ató a escribir. 

He doblado muchas esquinas pero dejo esta que me retrata por completo. 

«Siempre me pongo raro con el Veranillo. Ya lo he notado otras veces. Mi organismo entero se siente estafado. Justo cuando el cuerpo empezaba a enamorarse de las doradas hojas del chopo que caían planeando. Del olor de leña de madroño quemándose. El Veranillo desgarra de parte a parte el salvaje encanto del otoño. No tengo ganas de rondar por ahí quitándome hasta la camisa. Lo que quiero son gruesas capas de mantas canadienses y un buen fuego. Y perros. Y noches frías, frías. » 

Corred a leer a Sephard. 

El último libro del mes  lo leí en 24 horas. La niña del faro de Jeanette Winterson es un cuentito de fantasia en torno a la historia de un faro en Escocia. Faros, Escocia y Winterson eran tres razones de peso para comprar el libro en la Feria del Libro Antiguo. La niña del faro es Silver y llega a vivir allí tras la muerte de su madre. El primer capítulo con Silver contando como vive en una casa en una cuesta tan empinada que solo pueden comer cosas que se peguen al plato y su perro tiene las patas de distinta longitud por trepar por la cuesta es pura fantasía. Un poco Matilda y un poco Coraline y un poco Narnia cuando llega al faro. La historia de Silver se trenza con la de Babel Dark un personaje contemporáneo de Darwin y de Stevenson que también se relaciona con el faro. La niña del faro es una fábula sobre las historias que contamos y que nos contamos para atravesar la vida, es una reflexión sobre el amor a uno mismo y a los lugares. La primera mitad es maravillosa, a partir de ese momento, las historias dejan de estar entrelazadas, la conexión se pierde y el entramado que sostenía la novela se va deshaciendo hasta deshilacharse y desaparecer. A pesar de todo esto, me ha gustado bastante. 

«En los cuentos de hadas, nombrar es sinónimo de conocimiento. Cuando conozco tu nombre puedo gritar tu nombre, y cuando grite tu nombre, tú vendrás a mi». 

Este recomiendo leerlo sacándolo de la biblioteca. 

Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de junio.