viernes, 22 de julio de 2022

Washington road trip: de orden, humedad y el peligro de llamarte Robert

En nuestra primera noche en la caravana las niñas llegaron a un acuerdo para repartirse las camas. La primera semana Clara dormiría en la cama situada encima de los asientos del conductor y copiloto y María en la que, cada noche, hay que montar donde está la mesa. Después cambiarían. Juan y yo dormimos las doce noches en la cama doble, él en lado de fuera y yo en la ventana.  Tras despedirnos de los vecinos, nos acostamos, apagamos la luz y nos fundimos a negro. Sé que poco antes de deslizarme a la inconsciencia pensé, por primera vez, algo que se repitió cada día del viaje.«No me puedo creer este silencio. Estamos en un camping enorme, con muchísimas caravanas, familias, amigos y no se oye nada. Nadie grita, nadie tiene puesta la música a todo volumen. Si esto fuera en España esto sería impensable». A las cinco de la mañana, me desperté porque con solo la sábana tenía frío y nos eché uno de los edredones por encima. Volví a dormirme para despertar un poco después, no sé cuanto, con la sensación de que ya no iba a poder dormir más. El silencio continuaba siendo impresionante, abrí las cortinas de mi ventana y vi que llovía fino, con calma, las gotas de lluvia resbalaban por las ramas del arce que rozaban la ventana. Con esta visión, me puse los cascos y escuché cuatro episodios de podcasts porque una cosa es desconectarte de tu vida real y otra dejar de hacer lo que te gusta: cayeron uno del Daily, el comienzo de temporada de uno de mis grandes favoritos, Revisionist History, y dos de Misterio en la Moraleja (de este ya hablé aquí). A las nueve de la mañana ya estaba aburridísima y los levanté al grito de: «¿nos hemos venido hasta aquí para pasar el día durmiendo?» que no fue muy bien recibido, por supuesto. 

El desayuno es algo sagrado para mí y para mis hijas. Juan, que vive solo y no cocina jamás, en su vida habitual se lo salta pero si se lo preparas y hay buena compañía se come un jabalí. Zumo de naranja, fresas con yogur, cereales, baggles tostados con mantequilla y mermelada, leche, café, te. Devoramos todo mientras comentábamos lo bien que habíamos dormido y los planes para el día. Aquí comento que mi hija María desde antes de salir de Madrid, desde que empezamos a planear el viaje, declaró que ella no quería saber nada, que no quería spoliers del viaje. «Viajas como los ricos» le dije yo, «con todo preparado y a que te sorprendan». «Exacto. Sé que podéis», me contestó ella. Así que el planning del día estaba siempre lleno de «vamos a ir un sitio chulísimo, y luego a otro y luego a uno que ya veremos» para no hacer spoilers a la princesa.  

Entre desayunar, ir a ducharnos y recoger y limpiar la caravana se nos fueron dos horas y no salimos hasta las once. Inciso logístico.- Si estás en un camping con duchas, lo suyo es usar las comunitarias que siempre están muy bien, muy limpias y son cómodas. La ducha de la caravana es un poco último recurso y es pelín incómoda. De hecho, nosotros no la hemos usado más que para colgar los chubasqueros y toallas mojadas. Cuando vas a campings sin duchas y sin posibilidad de engancharte al agua, sencillamente no te duchas, lavadito de gato y a volar que para eso estás de vacaciones en la naturaleza.Además,  en una caravana hay que ser ordenado porque, si no lo eres, te come el desorden en unos 3 minutos. Aún teniendo cuidado, cuando te acuestas es inevitable que el desaliño haya cundido pero, después del desayuno y antes de ponerse en marcha con el día, debe todo quedar perfectamente recogido y ordenado. Todo limpio (esto es opcional dependiendo de lo guarro que seas) y todo guardado en su sitio (esto no es opcional porque nadie quiere que le golpee un cazo, una zapatilla o una caja de cereales en el cogote en un frenazo o una curva). Fin del inciso logístico. 

La fina lluvia con la que yo me había despertado fue arreciando a lo largo del día. Según mi hija Clara, y tras su experiencia de un año en Washignton, allí nunca llueve "a lo bestia" es más una especie de sirimiri pertinaz y nadie, nunca, usa paraguas. Inciso climatológico.- En todo el estado hay una media de 140 días con lluvia al año. Es más lluvioso en el oeste, en el territorio entre la cordillera de las Cascadas y el mar y mucho más seco en el este donde se ubican las granades llanuras. Yo, por supuesto, me iba mañana a vivir a un sitio donde llueve 150 días al año.- Fin del inciso climatológico. Con lluvia y todo ordenado nos encaminamos a la primera gestión del día, renovar la tarjeta del movil de Clara para poder estar comunicados por teléfono durante el viaje. Inciso tecnológico.- las tarjetas sim españolas en USA no funcionan, tienes que tener un número americano. Nosotros, para tener internet, optamos por viajar con un wifi portatil, alquilado en España, con datos ilimitados y al que se pueden conectar cinco dispositivos simultáneamente. Coste 121 euros. Te lo mandan por correo a la dirección que indiques y, al terminar el viaje, lo devuelves. Ya lo usamos cuando fuimos a Nueva York y lo recomiendo mucho sobre todo si vas a estar mucho tiempo fuera de rango de wifi, caminando por la calle o, en este caso, conduciendo. Aún así, en los parques nacionales no hay cobertura de ninguna clase en kilómetros a la redonda (25, 50, 60 km), no hay datos y no hay cobertura de teléfono, solo puedes hacer llamadas de emergencia al 112.- Fin del inciso tecnológico.




El plan para el día era recorrer la Scenic Byway camino a nuestro camping en el North Cascades National Park, rodeando Mont Baker y Mont Shuksan. Rodearlos los rodeamos pero no los vimos. La lluvia persistía y, a pesar de que nos permitía bajarnos del coche y pasear por distintos enclaves, las nubes estaban encajadas en los valles que atravesábamos y no podíamos ver las cumbres de las montañas. A pesar de esto, la ruta era espectacular, empianadas laderas pobladas de grandes coníferas, con una densidad tal que yo comenté: «en estos bosques siempre es de noche». Aquí, por primera vez, nos dimos cuenta de que no éramos capaces de describir la frondosidad y verdor de la vegetación de este estado, está más allá de nada que hubieramos visto nunca. Ni en Los Pirineos, ni en los Alpes, ni en la Selva Negra, ni en los bosques ingleses o irlandeses... esto es otro mundo. Un color verde imposible de describir y una humedad casi alimenticia, que se huele y casi se mastica, que te hidrata física y emocionalmente, rezuma por todas partes: el suelo, los troncos, las ramas, las hojas, los musgos, las piedras, los líquenes, tu piel, tus ojos. 


La primera parada del día la hicimos en Glacier Public Service para comprar los pases para los dos días. Estos pases te permiten ir parando a lo largo de la ruta para hacer excursiones, caminar y hacer rutas, hacer un picnic. Inciso logístico.- esto es necesario en todos los parques nacionales de Estados Unidos. SOn nacionales pero para mantenerlos y cuidados hay que comprar un pase. El de día, en este caso, eran 5$, lo pones en el salpicadero y listo. A mí me parece una manera fabulosa de primero, conseguir ingresos para mantener ese tesoro de uso público y, segundo, concienciar al visitante, usuario, ciudadano, turista, del valor de conservar y preservar esa naturaleza.- Fin del inciso logístico. En este centro de visitantes nos atendieron los primeros guardabosques con los que tratamos en el viaje y que resultaron ser tan encantadores como todos los demás. Aquí también había una breve exposición en la que se contaba como en los años 30, el Civil Conservation Corps, empezó a construir parte de las infraestructuras que existen ahora en este parque nacional y en  muchos otros. El CCC fue una fuerza de trabajo creada por Roosvelt durante el New Deal para ocupar a los millones de hombres que se habían quedado desocupado tras el crack del 29. Cientos de miles de hombres solteros, entre los 18 y los 26 años, muchos sin ninguna experiencia, se dirigieron, en este caso, al lejano Nortwestern para construir carreteras, puentes, túneles, sendas, albergues, talar bosques para tener madera, encauzar tuberias para centrales hidroelétricas. 


La siguiente parada fue Horseshoe Bend, una curva en forma de herradura del North Fork Nooksak River, donde, por primera vez, fuimos conscientes de que nunca habíamos visto ríos así. El caudal de la corriente era impresionante, ensordecedor, las riberas, a los dos lados del cauce, estaban arrasadas, llenas de grandes troncos (20, 30, 40 metros de largo) encallados ahí, dejados por la corriente durante el deshielo de la última primavera. No dábamos crédito pero luego, más adelante en el viaje, hemos visto que es algo habitual cada primavera en los ríos del estado. No es por comparar y sé que son climas y situaciones distintas, pero el Duero al lado de estos riachuelos de alta montaña en Estados Unidos, da hasta pena...

Ojipláticos y sin palabras ya, nos encaminamos a la siguiente parada: Nooksack Falls, unas cataratas impresionantes que caen casi 30 metros en un estrechamiento del valle. Este río, el Nooksack, alimenta  una planta hidroeléctrica desde 1906 que proporcioba electricidad, por ejemplo, a toda la zona cercana al camping donde nosotros habíamos pasado la noche. Fue operado manualmente hasta que se automatizó en 1978. En ese año se derribaron las casitas de los operarios que trabajaban en ella para que nadie se metiera en ellas a vivir. (La central la operaban un jefe y dos operarios, cada uno con su casita. La compañía contrataba un profesor para que diera clase a los niños de los operarios. Vivían todos ahí)


La fuerza con la que el agua se precipita es descomunal y por eso, nada más bajarte del coche/caravana, hay un cartel enorme en el que se puede leer: WARNING: THERE IS EXTREME DANGER HERE! AS YOU VISIT PLEASE BE CAREFUL. DON´T VENTURE BEYOND FENCES AND WARNING SIGNS. YOUR LIFE DEPENDS ON IT. PARENTS, PLEASE KEEP A WATCHFUL EYE ON YOUR CHILDREN. (Atención. Peligro Extremo. Mientras visita este lugar tenga mucho cuidado. No cruce las barandillas ni vaya más allá de los carteles de aviso. Su vida depende de ello. Padres, vigilad muchísimo a vuestros hijos). Es sin duda uno de los carteles más aterradores que he visto en mi vida. Pero es que no contentos con estas advertencias o, precisamente porque saben que no son suficientes, debajo de esos mensajes pone: No seguir estos consejos puede llevar a tener que añadir su nombre a la larga lista de visitantes que han muerto visitando estas cascadas. La mayoría de las muertes se debieron al empeño de los visitantes por acercarse más para sacar mejores fotografías. Disfrute la belleza de las cascadas y de su entorno natural. Sin jugarse la vida es imposible conseguir mejores fotos que las que ya existen realizadas por profesionales. 

Maravilla de cartel. 

Pero no termina ahí. Debajo de todo este: No sea usted gilipollas y no se mate por hacer una foto y eso que este cartel tiene pinta de ser A. I. (antes de instagram) hay todavía algo más. Una lista de los visitantes que fueron gilipollas y se mataron por acercarse demasiado. "Respetuosa enumeración de los que se han matado visitando las cataratas". 

«Vaya, si te llamas Robert es mejor que no vengas por aquí. Hay muchas probabilidades de que te mates. De ocho muertos, tres se llamaban Robert» dijo Clara mientras mirábamos, con cierto interés morboso, los nombres de los muertos. Además del peligro para los Roberts, nos llamó la atención la última muerta, Deborah, que se mató con 30 años estando embarazada. Mucho más tarde, días después, en un sitio con cobertura, descubrimos que Deborah estaba embarazada de nueve meses y de milagro se salvó su hijo de apenas dos años que también estaba con ella. «A lo mejor al bebé pensaba llamarlo Robert» Sí, somos de humor negro. *


Hicimos fotos sin poner en juego nuestras vidas y de ahí decidimos irnos al camping directamente porque seguía lloviendo y porque el jetlag, que es muy tracionero y te hace creer que estás bien antes de atizarte cuando menos te lo esperas, estaba golpeándonos muy fuerte. Silver Fir Camping fue nuestro primer contacto con los campings públicos dentro de los parques naturales y no puedo explicarlos la maravilla que son. Son, para empezar, más pequeños que los privados y están siempre en parajes naturales completamente salvajes en los que las parcelas que te asignan son meros claros (claro, ¿qué claro?, lo siento la referencia a Asterix tenia que meterla) en el bosque. Nuestro spot, el 20, además del lugar para dejar la caravana tenía un sendero entre helechos que se abría a una zona llana con una mesa de picnic a la orilla del río. En estos campings no hay servicios de ningún tipo: solo baños y puedes comprar leña. En esta caso además, los baños eran un vater letrina. En todos hay peligro de osos. Vas al baño y pone: «si ve o escucha un oso, haga muchísimo ruido» un consejo que, a lo mejor es valioso, pero que acojona. 

Tras inpeccionar minimamente la zona nos metimos en la caravana. Fue una pena que al llegar lloviera más persistentemente porque si no hubiera sido así, nos hubiéramos tirado ahí a leer y pasar la tarde. Lo que hicimos fue cenar, aunque eran las cinco e intentar mantenernos despiertos hasta las nueve. Yo me puse a escribir, Clara a leer un rato, María a hacer sodukos y Juan a ver Ataque a los titanes en compañia de Clara. A las nueve caímos muertos escuchando el rugir del río y pensando en osos. 

Mañana más. 

Caseta de  la letrina de Silver Fir Campground
Caseta de la letrina de Silver Fir Campground. Por supuesto unisex


*Estas cascadas aparecen en la peli El cazador protagonizada por Robert de Niro. Yo no digo nada, pero veo un patrón. 

miércoles, 20 de julio de 2022

Washington road trip: nos lanzamos a la carretera

Escribir un diario del viaje, por muy chulo que pueda parecer, es algo que, a veces, me da una pereza monumental. Cada noche, después de cenar, mientras mis compañeros de viaje se enfrascaban en sus ocios respectivos o en una conversación que normalmente tenía como topic meterse conmigo, yo desplegaba mis libretas, las tijeras, el celo y todos los papeles recogidos durante el día para escribir.  Muchas veces tenía que esforzarme por cumplir mi compromiso porque estaba cansada, porque tenía muchísimo sueño o porque lo que me apetecía era tumbarme a leer. Tenía que decirme a mí misma: si no lo escribes, se te olvidará, lo olvidarás. Es algo que me obsesiona ultimamente, olvidar los buenos momentos, los pequeños detalles esenciales que me hicieron feliz aunque solo sea por un instante. Hacía entonces un esfuerzo, recordaba la cita de Kevin Kelly «The biggest lie we tell ourselves is "I don´t need to write this down because I will remember it"» y me ponía a ello. Descubría cada noche que, una vez superada la pereza inicial, disfrutaba de repasar nuestro y añadiendo cada pensamiento lateral que se me ocurría. Este diario en el blog también lo escribo por las noches,  golpeada por un jetlag brutal que está acabando conmigo y con la cama tentándome desde las seis de la tarde. Apreciadlo. (espero que con vosotros funcione mejor que con mis compinches que me miraban con cara de: Ahhh, tú has decidido hacerlo.)

El sábado dos de julio terminamos de cenar a las nueva y media de la noche. El menú con el que cerramos un día larguísimo consistió en bocadillo de tortilla de queso con guarnición de palitos de zanahoria con humus y, de postre,fresas con yogur. La pregunta bomba de Clara en esa cena fue: «imaginad que entra un asesino en serie en el camping y dicen que va a matar a todas las personas de dos caravanas. ¿Os quedariáis o no? Si te quedas te dan diez millones de euros y si te vas eres pobre para siempre» Ella, por supuesto, dijo que se quedaría y que no nos daría nada de los diez millones. A veces me planteo qué tipo de valores les he inculcado. 

Doce horas antes el día había comenzado recogiendo el increíble caos que en solo veinte horas habíamos creado en la habitación de nuestro hotel y disfrutando de nuestra última ducha en un baño espacioso hasta que volviéramos a Seattle. Habíamos intentado encontrar un buen lugar para desayunar (con gluten free) pero fue imposible.  Seattle, a las diez de la mañana un sábado, es una ciudad fantasma. Terminamos en el Starbucks del hotel. Me repito pero ¿qué le ve la gente a esta cadena? Está todo malísimo. Yo pedí un café con leche que no pude terminarme y un croissant con almendras que se llevó la palma a la bollería industrial más repugnante que he probado nunca. Lo tiré después del primer bocado. ¿Por qué os gusta Starbucks? ¿Sabeís que tenéis un problema con vuestro sentido del gusto? 

A las 11 de la mañana estábamos en Everet, a 46 kilómetros al norte de Seattle para recoger la caravana. Nos atendió una amabilísima dependienta oriunda de Alaska con el estrabismo más extremo que yo he visto en mi vida. Me voy a detener ahora en el tema de la autocaravana que se que interesa.

Inciso logístico.La caravana, RV en la jerga americana, la llevábamos reservada desde España. Habíamos hecho una búsqueda por internet y la teníamos más o menos elegida pero la reserva final la hicimos a través de mi amiga Isabel porque había algunos detalles importantes que preferíamos que nos resolviera una profesional. ¿Puedes hacerlo solo? Sí, igual que puedes pintar tu casa o instalar una cocina pero es mejor si lo hace un profesional de confianza. El modelo que alquilamos es este https://cruisemotorhomes.com/autocaravana-estandar-c25 y el coste, que sé que es lo que os preocupa, fue de 4400 euros por doce noches. ¿Qué incluye ese precio? Pues incluye la caravana, kilometraje ilimitado (se pueden alquilar para un número determinado de millas con distintos paquetes de 200, 500 y creo que 800 millas), el equipamiento para la cocina (dos ollas, una sarten, una fuente, un escurridor, dos tapas, una kettle, varios cubiertos de cocinar y servir, una abrelatas, cuberteria para seis, una escoba, seis platos, seis vasos, seis cuencos, seis tazas, un cazo y seis trapos de cocina) y cuatro sets personales que incluían cada uno: una sábana enorme, un edredón saco y dos toallas . Fuera de esto nosotros pagamos por 34 euros, dos sillas de acampada y una carga de propano. En ese precio también está incluído el seguro. Fin del inciso logístico

La amabilísima dependienta nos explicó todo el funcionamiento de la caravana, los elementos con los que teníamos que tener precaución y resolvió todas nuestras dudas. La explicación que te dan y los vídeos disponibles en la web y que Juan nos hizo volver a ver en la oficina de alquiler son más que suficientes para manejar la caravana si eres novato. Además, la compañía pone a tu disposición un teléfono 24 horas al que puedes llamar si tienes cualquier problema. Todo es bastante sencillo y no hay que tener experiencia previa para manejarse con una caravana por Estados Unidos. En nuestro caso, además, Juan ya había hecho varios viajes con caravana así que íbamos preparados. (Si no te gusta o te da miedo conducir y no has cogido jamás un coche automático a lo mejor este no es el plan adecuado para ti por muy atractivo que te parezca y muy aventurero que quieras intentar ser). Tras la explicación y tragarnos el detalladísimo video de media hora, metimos todas nuestras cosas en la caravana y nos dispusimos a salir. Una familia que acababa de terminar su viaje se acercó a ofrecernos las provisiones que les habían sobrado y que podíamos aprovechar: una red de limones, un bote pequeño de fairy, un estropajo nuevo, un saco de arroz, un paquete de macarrones, un bote de ketchup sin estrenar, bolsas de basura, rollo de cocina y un bote gigante de pretzels. Lo aceptamos todo, por supuesto. De hecho, cuando nosotros terminamos nuestro viaje hicimos lo mismo y regalamos a una familia varias garrafas de agua, rollo de cocina, la red de limones, dos saleros, un bote de pimienta y otro de orégano. Sé que suena ridículo pero al recibir de alguien que ha terminado su viaje y ha sobrevivido te sientes como cuando empezabas el colegio y veías a los mayores y pensabas: Qué mayores son, ¿algún día seré así? ¿lo lograré? Cuando eres tú el que entregas te sientes igual que al acabar el colegio, piensas: lo he superado, tú también podrás, confía. 

Con todas las instrucciones aprendidas, las maletas metidas en el maletero y las provisiones proporcionadas por los caravanistas graduados salimos en dirección a nuestro viaje. Lo primero que hay hubo que hacer es, obviamente, echar gasolina. Inciso logístico. La gasolina en USA está a una media de 5,4$ por galón. Como sé que no lo sabéis os explico que un galón son más o menos cuatro litros lo que quiere decir que el litro de gasolina está, más o menos, 1,3€ el litro. Sí, más barato que aquí. (Gasto en gasolina de todo el viaje unos 1000-1200€) Fin del inciso logístico.

Después de llenar el depósito, había que llenar la nevera, así que la siguiente parada fue Winco Foods, un supermercado correcto con precios interesantes. Vamos a decir que es más o menos como un Ahorra Más. Los supermercados buenos en USA, entre Carrefour y un Supersol, son los Safeways pero son, obviamente, más caros. Cuando comparo con las marcas españolas es para dar una idea del estilo. De tamaño todos son casi como un Ikea. Es agotador. Tardamos la vida en hacer la compra porque todo nos parecía o absurdamente grande o no sabíamos como se comía, pero conseguimos una compra base que incluía fruta y verdura fresca y bastantes productos compatibles con no disparar nuestro colesterol hasta niveles incompatibles con la vida por 180$. (Me aburro de dar estos datos, que conste, pero lo hago por vosotros. Apreciadlo)

Acomodar todo en la nevera, el congelador y los armarios nos llevó un tiempo pero, por fin, nos lanzamos a la carretera. Con gran disgusto, muy pronto, descubrimos  que viajar en autocaravana se parece mucho a ir dentro de un sonajero. Hay un ruido infernal que hace practicamente imposible la conversación entre los pasajeros y el conductor y el copiloto. Para disgusto de los pasajeros, la música en la parte trasera se escucha bastante poco... a no ser que lo pongas a un volumen que, entonces, disgusta mucho al conductor. Fue dificil encontrar el punto de no fricción con este tema.  Otra cosa que descubrimos muy pronto es que, a pesar de tu te sientes muy poderoso conduciendo dos metros por encima del asfalto, tu caravana es una pulga comparada con los vehículos que pueblan las carreteras americanas. El ruido y el susto no fueron, ni en ese primer momento ni en ningún otro del viaje, suficiente para nublar lo impresionante del paisaje. Avanzábamos hacia el norte por una autopista que, una vez dejadas atrás las últimas estribaciones de la periferia de Seattle, se abría en unas inmensas llanuras agrícolas, llenas de prados cultivados, graneros, granjas y ríos. En Washginton hay agua por todas partes, el verdor que lo cubre es infinito y su cercanía al mar, que hace que las heladas sean escasas, confiere al entorno aspecto de terreno fértil, rico, próspero. Más al norte y el este, en el horizonte, elevándose imponente veíamos la Cordillera de las Cascadas. Cumbres alpinas nevadas recortadas contra el cielo azul que nos pillaron por sorpresa, casi como si nunca hubiéramos visto una montaña. 

Tras hora y media de continuo éxtasis paisajístico  que nos sirvió para ir cogiendo el pulso a la caravana, llegamos a nuestro destino: Beachwood Resort, un camping en Birch Bay a muy pocos kilómetros de la frontera canadiense. Los campings de los primeros campings, a pesar de haberlos buscado con meses de antelación, nos costó bastante encontrarlos porque coincidían con la fiesta del 4 julio en la que los americanos viajan muchísimo. (Sobre los campings ya doy datos logísticos mañana, que no soy una guía de viajes) En este caso era un camping privado con todos los servicios posibles (baños, duchas, lavandería, piscina, club social, tienda, etc) y teníamos un espacio reservado al final de una hilera de caravanas. Al llegar,  nuestro hueco lo estaban usando nuestros vecinos de caravana para jugar una partida de corne hole, un juego que consiste en tirar unas bolsas de tela rellenas de maiz a un tablero en el que hay un agujero. Se juega por equipos pero desconozco como es el conteo y quien gana. Visto durante un rato no parece apasionantemente competitivo porque una vez que tienes medido el peso de la bolsa y la distancia al agujero que, obviamente, no se mueve, lo complicado es fallar.Amabilísamente se apartaron y nos indicaron para aparcar. «¿Venís desde Arizona?» nos preguntaron al ver la matrícula de la caravana. «No, de España». Su cara de sorpresa fue para verla.  Tras instalar la caravana, colocar nuestra ropa dentro y comprobar que habíamos sobrevivido a todo y que nada de lo que podía salir mal había salido mal, nos fuimos a dar un paseo para ver el atardecer en la playa y empezar, de verdad, a estar de vacaciones. Hace mil años escribí aquí un podcast sobre como el primer día de vacaciones no debería contar, debería ser comodín. Ese primer día siempre genera tensión: hacer maletas, deshacer maletas, comprobar que no te has olvidado nada, que el apartamento que parecía estupendo es estupendo, que el hotel no te ha timado, hacer la compra, abrir tu vivienda de vacaciones y prepararla, todos esos preparativos de las vacaciones no deberían contar. Las vacaciones empiezan cuando ya está todo y dices: Ahora. Nuestro Ahora fue ese paseo a la playa. 

Como hacía un día estupendo, cálido, soleado y sin pizca de viento, las casas estaban llenas de gente, se respiraba el ambiente de celebración, de fiesta, de descanso. La bahía de Birch está situada frente a las costas de la isla de Victoria y cuando nos sentamos en unas mesas de picnic a comernos unas aceitunas, un salteado de frutos secos y un kit kat derretido disfrutamos de una vista espectacular: el mar y Canadá a un lado y al otro, Mont Baker y las montañas. A nuestro alrededor había mucho ambiente: familias haciendo barbacoas, gente jugando al fubtol, jóvenes haciendo piruetas y ligando lastimosamente, niños pequeños tirando piedras al mar, parejas de enamorados deseando que todos los demás nos esfumáramos, etc. Nos hubiera encantado ver la puesta de sol pero el jet lag empezó a golpearnos con fuerza. Al llegar a la caravana los vecinos nos invitaron a sumarnos a ellos en su fuego de campamento pero declinamos amablemente su oferta explicándoles que estabamos agotados porque el día anterior. Aún así y como eran tan majetes les dimos un poco de conversación. Ellos que eran muchísimos, nos contaron que eran todos familia y que aunque vivían en condados cercanos, cada año, se reunían ahí para celebrar el 4 de julio. «Dejamos de jugar para no molestaros» «No, no, por favor, de verdad que no nos importa, estamos tan cansados que no vamos a oir nada» 

Y así fue. Caímos como piedras. Como espero caer ahora por el bien de mi salud física y mental y la continuidad de este diario.

Mañana más.

martes, 19 de julio de 2022

Washington roadtrip: la llegada


Como decía ayer, conseguir un vuelo más económico, dentro de la pasta que cuesta un vuelo trasatlántico de diez horas y con maletas facturadas, pasa por pegarte un madrugón que chapotea directamente en el insomnio pero eh, que no se diga que no hago sacrificios por mis hijas. El día 1 de julio a las 3:30 de la mañana nos plantamos en el aeropuerto de Barajas para descubrir que no éramos los únicos pringados del planeta por el madrugón. Eso sí, la sorpresa parecían también tenerla los empleados de KLM de facturación (dos exactamente) ante la aglomeración de gente para facturar. Nuestra sorpresa era entendible pero ¿en serio KLM os pilla desprevenidos que haya mucha gente para facturar vuestro propio vuelo? Joder, que no sois el frutero que no sabe si esa mañana irá o no irá gente a comprar picotas. En fin, el misterio del funcionamento de las compañías aéreas. 

Tras la cola, el control de seguridad que, por cierto, es más exhaustivo en Barajas que en Amsterdam y que en Seattle, a las seis de la mañana despegábamos para el primer vuelo. Mis compañeros de viaje tienen el superpoder de los perros de dormir a voluntad. Se sientan o se tumban y dicen: voy a dormir y se duermen. Es como magia. Por supuesto, yo no tengo ese superpoder y si consigo dormir en un avión es siempre treinta segundos antes de que el sobrecargo te informe de que estás llegando o enciendan todas las luces para darte una toallita que permanecerá en mi bolso hasta su descomposición. Llegamos a Amsterdam sin más sobresaltos que mi incapacidad para dormir dispuestos a esprintar por el aeropuerto de Schipol para coger la conexión. 

Dos días antes de mi vuelo, una tía mía muy adorable pero a la que le encanta dar malas noticias me llamó por teléfono. 

—¿Has visto las noticias?
—No sé. ¿cuales?
—La de los aviones.
—¿Qué aviones?
—Todos.
—¿Qué coño pasa con los aviones?
—Que hay muchísimas huelgas y vais a perder los aviones. Entérate bien.
—Prefiero no enterarme, no puedo hacer nada para cambiar un vuelo a Seattle.
—A lo mejor puedes ir por el otro lado.
—¿Qué lado? ¿Por Seul? 
—Yo solo quiero ayudar. 

El caso es que con esa ayuda llegamos a Amsterdam acojonados y aún nos entró más pánico cuando empezamos a correr y descubrimos que Schipol estaba atestado de gente, como la Gran Vía en el puente de diciembre. El cuello de botella estaba en el control de seguridad con una cola interminable en la que, de vez en cuando, un guarda gritaba: «los que vayan a perder el vuelo que levanten la mano». A nosotros, como buenos ciudadanos comunitarios, nos tocaba el control robótico de seguridad. Pasas un torno, metes tu pasaporte, la máquina lo lee, te hace una foto y comprueba si eres la misma persona. Esto que antes lo hacia un policia en 10 segundos, la máquina se toma sus buenos 60 segundos porque además unas veces te hace la foto solo la coronilla, otra te saca solo la papada y si te has dejado el pelo blanco o llevas gafas cortocircuita, no te reconoce y bloquea la salida. Al cargo de este milagro de la inteligencia artificial había dos policias holandeses, un él y un ella, altos, guapos y rubios y visiblemente más interesados en ligar entre ellos que en liberarnos de la supuesta inteligencia artificial. A pesar de todo conseguimos llegar al embarque a tiempo. 

A Seattle volábamos con Delta Airlines y, como ya comenté cuando fuimos a Nueva York, me sorprende muchísimo que en las aerolíneas americanas la edad media de los auxiliares de vuelo está claramente muy por encima de los cincuenta y cinco años con grandes glorias que rozan los setenta. Además, contra todo pronóstico (yo me veo trabajando cara al público con setenta años y acabo en la cárcel seguro), ese personal no está amargado ni es antipático, parecen disfrutar muchísimo de su curro, sonríen y son encantadores. Nosotros, cuando descubrimos que los elfos que asignan asientos nos habían colocado en una fila de las de salida de emergencia que nos permitía estirar las piernas a placer nos volvimos también encantadores y muy sonrientes, casi parecíamos elfos. 

(Este post va a ser largo...lo digo aquí por si queréis ir al baño, dejarlo para mañana...)

Lo más cerca que puedes estar de vivir el Día de la marmota es volar a Seattle desde Amsterdam. Sales a las 10 de la mañana del viernes 1 y llegas a destino a las 11 de la mañana del viernes 1. Es casi magia sino fuera porque tu cuerpo no lo entiende y exige cosas como dormir o apagarse que no puedes darle. Para intentar sobrellevar esa magia llevábamos drogas buenas (con receta, no os droguéis), pastillitas de las que te funden a negro seis horas y hacen que un vuelo eterno se convierta casi en un puente aéreo. Estas pastillas además siempre funcionan igual. Te las tomas y dices: no me está haciendo nada...y cuando te despiertas han pasado seis horas que no han existido. Magia potagia. En las restantes cuatro horas, por cierto, vi Promising Young Woman que me gustó mucho a pesar de que el sonido dejaba mucho que desear. Responsables de aerolíneas que me leéis, subtitulad las películas aunque sea en inglés porque hay veces que es imposible entererarse de qué están diciendo. En fin, conseguimos llegar a Seattle a tiempo. Con nervios, claro. María, que es muy sabia, me dijo: «Mamá, no te emociones, seguro que Clara no está en la puerta cuando salgamos». Yo, con el tono de madre que he visto que ponen en las películas, le dije: «no seas mala, confía en tu hermana». 

Salimos y Clara no estaba. No os fiéis de las películas. 

Tras una tensa espera llena de mensajes absurdos: «¿donde estais?» «en llegadas». «En llegadas ¿donde?» «Yo que sé, no conozco este aeropuerto». «Por aquí no os veo». «Por aquí, ¿por donde?»...apareció, por fin, mi bruja pequeña con su hermano americano, Santi. Hay, por supuesto, un vídeo del abrazo y de los besos. No, no lloramos. No os creáis todo lo que sale en Tik Tok. 

Venga que solo me ha costado mil palabras llegar a Seattle. 

En Seattle, la ciudad en la que en Anatomía de Grey llueve permanentemente, hacía un sol espléndido. (No os creáis tampoco las series) Del aeropuerto fuimos al hotel Sheraton a dejar las maletas y el coche. Nuestra idea era aprovechar el día paseando hasta la hora de la cena en la que el resto de la familia americana de Clara viniera para cenar todos juntos. Si estuvistéis atentos a lo que escribí ayer, os habréis dado cuenta de que algo no encaja. Ayer dije que Clara iba a una familia de una madre soltera y tres hijas y ahora ya hay un hermano y un padre. 

Clara llegó a su familia asignada en agosto y todo fue bien. Empezó el colegio, las rutinas y obligaciones de la casa y empezaron las fricciones. Problemas de convivencias entre las hermanas que creaban tensiones, poco caso a las dos alumnas de intercambio que se encontraban los fines de semana sin posiblidad de salir a hacer nada porque nadie las llevaba en coche, etc. De todo esto yo era muy poco consciente porque Clara siempre me decía que todo fenomenal y porque ella siempre ve el lado bueno de las cosas. A principios de noviembre la situación llegó a un límite, Clara y la estudiante alemana hablaron con la coordinadora, se organizó el family meeting previsto en el protocolo y la familia, lejos de querer arreglar los problemas, dijo que prefería que se fueran. Buscar una familia, con el curso empezado, en la misma zona para mantener los amigos hechos en el colegio no era fácil. Pero antes de que me diera tiempo a preocuparme y agobiarme y yo soy capaz de hacer esas dos cosas en milísimas de segundo, Clara lo había solucionado y se mudó a casa de su amigo Santi. La familia Stonack, Karen y Mike y Alana, les acogió con los brazos abiertos. Después de meses de mensajes y de mails nos íbamos a encontrar para conocerles y, sobre todo, para darles las gracias por cuidar a Clara. Pero claro, había que hacer tiempo seis horas. 

Seattle no es una ciudad especialmente bonita ni tiene un centro "visitable". Esto que le pasa a muchas ciudades americanas. A esta zona llegaron los primeros colonos en 1850, antes de ayer como el que dice. Obviamente antes vivían innumerables tribus nativas americanas que no construían ciudades y de las que queda poco rastro más allá de unas cuantas reservas con sus casinos correspondientes y algunos nombres topográficos. Seattle-Tacoma-Bellevue (donde vive Bill Gates) es la capital del estado de Washington y está situada entre el lago Washigton y la bahía de Puget Sound y pegada, obviamente, al Pacífico.  En nuestro paseo desde el hotel nos sorprendió el poquísimo tráfico que había (viven 700.000 personas) y aún más los escasos peatones un viernes a las dos de la tarde. Sabíamos que en Estados Unidos todo el mundo va en coche pero en una gran ciudad esperábamos ver más gente en una mañana laborable. Nos encaminamos a la zona de Pike Place Market, un antiguo mercado reconvertido, como pasa también en Madrid, en una atracción turística. Entre los puestos que quedan de pescado y fruta (en uno compramos unas cerezas espectaculares y melocotones deliciosos), se mezclan puestos de ramos de flores bastante feos, otros de antiguedades y muchos turistas. Es un paseo curioso pero poco más. 

Pegado al Pike Place Market está el primer
Starbuck de la historia. ¿Qué interés tiene esto? A mí parecer ninguno pero estoy claramente en minoría porque había una cola espectacular de gente para entrar. Tampoco tiene el más mínimo encanto otra de las grandes atracciones turísticas de Seattle: un callejón completamente cubierto de chicles pegados a las paredes, al suelo, al techo. Es una guarrada monumental que el único interés que tiene es preguntarte: ¿A quién se le ocurrió esta majadería Nosotros pasamos del Starbuks y cruzamos el callejón con rapidez y bastante asco y nos dirigimos a la gran noria porque si estás de vacaciones en la otra parte del mundo, te has reencontrado con tu hija después de un año y en una ciudad en la que, por lo visto, siempre llueve luce el sol en un cielo completamente azul...¿cómo no vas a subir a una noria para celebrarlo? Es casi como si fuera una película. (Recordad..no os creáis...) 

Desde la noria se veía toda la bahía y lo mejor de todo Mont Rainier al fondo. Mont Rainier es el volcán más alto de Estados Unidos, se eleva 4400 metros sobre el mar y a pesar de que se ve desde toda la ciudad está a 87 km de Seattle. Es un monte imponente que no puedes dejar de admirar cada vez que te lo encuentras al tomar una curva, subir por una cuesta o llegar a lo alto de una noria. Es majestuoso y parece, al mismo tiempo, protector y peligroso. Ya volveré sobre él pero la vista desde la noria fue chulísima. 

Nos encaminamos hacia el hotel no sin antes parar en una libreria/papeleria en el que nos volvimos un poco locas. Ahí fue donde empezamos a comprar las preciosas postales y stickers que hemos coleccionado en el viaje. Después de esto las fuerzas empezaban a fallarnos, nuestros cuerpos sabían que llevábamos 24 horas danzando y empezaban a revelarse asi que nos encaminamos hacia el hotel a ver si podíamos descansar algo antes de la cena pero fue llegar y llegar la familia Stonack: Mike, Karen y Alana 

Nos reunimos en el lobby del hotel, en esas mesas con silloncitos que, cuando te alojas en un hotel, nunca entiendes quien tiene tiempo para ocupar. Pues ya lo sé. Mike tiene 63 años y lleva cuarenta años conduciendo camiones para el supermercado Safeway. Si te dicen que tiene 50 te lo crees, es macizo, con amables y dulces ojos azules, un pelo cano que seguramente fue rubio y unas manos como para despedazar osos sin pestañear. Karen es agente inmobiliaria, tiene poco más de cuarenta años y es una de esas personas que con su manera de hablar consigue caldear un ambiente. Alana, tiene doce años y comparte con su madre la belleza y la dulzura pero todavía no lo sabe, una timidez inmensa coloniza, por ahora, cualquier posibilidad de descubrirse. Nos abrazamos, nos besamos, nos presentamos y repartimos regalos. Mike traía para Clara un album con fotos de su año con la familia y cartas que cada uno de ellos le habían escrito. Hay que aclarar que ellos estaban tristísimos por la marcha de Clara y se les saltaban las lágrimas cada vez que hablábamos del año siguiente en España. Nosotros también llevábamos regalos, por supuesto. Una lámina de Madrid, un colgante, una pulsera y luego queso de Mercadona, picos, aceitunas rellenas de anchoa y membrillo. Regalos de calidad. Charlamos sobre Clara, sobre España, sobre la siesta, la comida, la pandemia, los toros, los Sanfermines y cualquier otro tópico español que podáis imaginar mientras hacíamos tiempo para ir a cenar. Creo que hablé de Hemingway pero no me hagáis mucho caso porque mi cerebro ya funcionaba en automático. 

Al restaurante que habían reservado había que ir en coche asi que nos repartimos. Los chavales en uno con Santi (allí se conduce con 17) y los adultos en otro. A Karen y Mike no les gusta Seattle, les parece peligroso. A mí no me lo pareció pero tampoco conozco la ciudad, simplemente no vi gente suficiente en la calle como para percibir peligro. Lo que sí hay en Seattle es muchísimo más homeless que en Madrid. Fruto de su economía, su individualismo y su total falta de red social, cuando alguien pierde el trabajo, tiene una enfermedad mental o sufre una adicción las posibilidades de quedar fuera del sistema son altísimas (el último día del viaje en el Museo del Pop, ya llegaremos a eso, vi una estadística escalofriante: 7 de cada 10 americanos están a un solo cheque de paga de quedarse sin casa). En Seattle los homeless se establecen en campamentos en cualquier sitio, en cualquier calle. No quiero decir con esto que estén en todas las calles, ni siquiera en muchas, pero que hay campamentos montados. Yendo a cenar, por ejemplo, Mike esquivó a un hombre que estaba tirado en mitad de una calle, imaginad la calle Goya, entre los coches que circulaban. Terrorífico. 

En la cena con vistas al atardecer en la bahía seguimos charlando de cosas variadas y de la próxima visita de Santi a España (vendrá a Madrid en agosto para pasar con nosotros tres semanas) y después volvimos al hotel para despedirnos de ellos. Todos lloraron al despedirse de Clara, lloraban desconsolados, tan desconsolados que casi me daba pena que mi hija se volviera conmigo dejándolos abandonados. Es una sensación muy extraña que unos completos extraños, al fin y al cabo nos acabábamos de conocer, quieran tantísimo a tu hija. Sientes algo muy extraño, una mezcla de orgullo, de alegría y, sobre todo, de agradecimiento infinito por el amor que le han dado a tu hija mientras tu estabas en la otra parte del mundo. Sentí que durante este año había estado en el lugar correcto. Por ella y por ellos. 

El agotamiento pudo a la pena y tras despedirnos de todos ellos subimos a la habitación a desmayarnos. Mis tres lirones se durmieron como ceporros sin pestañear. Yo, haciendo honor a la ciudad que me acogía en nuestra primera noche allí, pasé la noche Slepless en Seattle con estas vistas.(A Nora Ephron hay que creersela siempre)




Mañana más... empieza el road trip. 

domingo, 17 de julio de 2022

Washington roadtrip: el previo

Mi hija Clara llevaba toda su corta vida diciéndonos que quería irse a estudiar un año a Estados Unidos. No solo era un deseo o una aspiración, era un propósito a conseguir en el que puso todo su empeño y trabajo. Con el objetivo de pedir una de las becas de la Fundación Amancio Ortega, se buscó una profesora de inglés en el 2019 para mejorar su conversación. Cuando la convocatoria de esas becas quedó en suspenso por la pandemia, no se rindió. En octubre de 2020 elaboró una presentación en power point con las ventajas de enviarla a estudiar a América, un estudio de las distintas agencias realizado por ella basándose en las redes sociales y las opiniones de exalumnos y un estudio sobre el visado necesario. Por supuesto ese empeño nos impresionó bastante y decidimos considerarlo. Justo después, El Ingeniero se quedó en paro y pusimos el proyecto en suspenso porque no era el momento. Ella lo entendió perfectamente. En enero de 2021 charlando con uno de mis primos de una y mil cosas, me comentó que mandaba a su hija a USA. Le pregunté detalles y acabamos contactando con la misma agencia (Juventud y Cultura) y tras valorarlo todo, nos decidimos. 

Mucha gente me ha preguntado si recomiendo enviar a los hijos a estudiar fuera. Mi respuesta es que solo lo recomiendo si los niños quieren, si de verdad ellos tienen ese deseo. ¿Por qué? Porque a pesar de que sí, la vida de los americanos se parece muchísimo a lo que vemos y conocemos por las películas, marcharse de casa un año, a vivir en una familia extraña, a tener unas rutinas diferentes y un modo de vida completamente ajeno no es para todos los niños. Además, y esto es fundamental, el modo de vida americano está basado en el coche, no se puede ir andando a ninguna parte y si tu hijo no tiene la intención, las ganas o sencillamente no le sale, de apuntarse a mil actividades extraescolares que le exijan pasar la tarde en el instituto y conocer gente más allá de su familia, es posible que sus días en USA se limiten a ir al colegio y volver. Ir un mes a estudiar fuera es algo para todo el mundo (obviando el tema económico), irse un año es solo para los que quieran ir y abrirse a vivirlo a tope con sus cosas buenas que son muchísimas y sus cosas malas que también las hay. Dicho esto, es posible que tu hijo tenga ganas, vaya, y lo pase mal, con esto también hay que contar. 

Cuento todo esto para explicar cómo hemos acabado haciendo el Washington Road Trip. Cuando apuntas a tu hijo a una agencia, en principio no eliges familia, te puede tocar desde Alaska hasta Hawai. Si quieres elegir estado o zona hay que pagar más y nosotros no estábamos por la labor así que tras hacer todo el papeleo, nos quedamos esperando la asignación de familia. A principios de julio de 2021 nos llamaron para ofrecernos Alaska, un pueblecito de 200 habitantes a cinco horas en barco de la ciudad más grande. Como era un destino muy extremo nos lo ofrecían pero no era obligatorio cogerlo. Tras estudiarnos google maps, buscar el instituto que le correspondería y valorarlo mucho decidimos que ese pueblecito era ideal para mí pero no para Clara. (Esto no se puede hacer con otras asignaciones, la que te toca, te toca). Teníamos que seguir esperando. A principios de agosto, cuando ya estábamos agonizando pensando que a lo mejor nos quedábamos sin familia (hay un boom de padres enviando a sus hijos a USA sin sentido, (revisar párrafo anterior) y no hay familias para tantos estudiantes, asi que si os apuntáis que tengáis claro que es muy posible que os quedéis sin familia), nos llamaron para decirnos que ya teníamos destino: Puyallup, un pueblecito a 25 minutos de Seattle en el estado de Washigton. Era una familia afroamericana, con una madre y tres hijas de 19,18 y 17 años y en la casa habría también una estudiante alemana. 

Desde que se decidió que Clara pasaría el año en USA, el plan de vacaciones para el verano de 2022 estuvo claro: María, mi amigo Juan y yo, el cuarteto de la muerte que lleva vacacionando junto desde 2017, iríamos a buscarla y haríamos un viaje en caravana por USA. ¿Por qué zona? Pues dependería de dónde le tocará. Washington fue un destino muy celebrado, la otra parte del mundo, un estado verde, con grandes cosas para ver y pegado a Canadá. Un destino al que es dificil que se te ocurra ir si no es por un motivo tan importante como este. 

Asi que con el destino elegido en agosto de 2021 quedaban por determinar las fechas. Teniendo en cuenta las variables exámenes de María y caducidad del visado de Clara, teníamos que viajar del 1 al 15 de julio de 2022. Con esto decidido, nos pusimos en enero con el planning del viaje. «¿Bajaréis a San Francisco?»« Id a Canadá». «Id a Yellowstone». «Mola mucho Death Valley». Entre Seatle y San Francisco hay más distancia que entre Madrid y Paris, con eso queda dicho todo sobre la ridiculez de la sugerencia de ir a San Francisco, Death Valley u otros destinos y sobre la completa ignorancia que tenemos en España de la enormidad de país que es Estados Unidos. La idea de ir a Canadá era buena porque la frontera está a hora y media de Seattle y, de hecho, la valoramos pero descubrimos que no podíamos ir porque en las fechas de nuestro viaje el visado de Clara estaría en el llamado "periodo de gracia" que es el que te dan después de que el visado haya caducado (caducaba el 24 de junio). Si hubiéramos cruzado a Canadá quizás no hubiéramos podido volver a entrar, o ella no hubiera podido volver a entrar. Decidimos entonces, tras un estudio de todo lo que había que ver en Washington que nuestro road trip se limitaría ese estado y la parte norte de Oregón porque yo tenía muchas ganas de ir a una librería en Portland. 

Ya teníamos destino, fechas y recorrido más o menos claro. Nos quedaban los billetes de avión, la reserva de la caravana, el seguro y los dos hoteles en Seattle del día de llegada y salida. Juan y yo miramos varias opciones pero desbordados por mi falta de tiempo para juntarnos y terminar de organizarnos, decidimos hablar con mi amiga Isabel, que trabaja en una agencia de viajes, para que nos gestionara esas cosas: aviones, hoteles, seguro y autocaravana. 

Tema vuelos. A Seattle tiene iberia un vuelo directo que supongo cuesta más o menos dos riñones y un trozo de pancreas y se puede ir también via Dallas (esta es la ruta que hizo Clara) pero Isabel nos encontró un vuelo más barato via Amsterdam con conexiones que nos permitían llegar a tiempo. Eso sí, a la idea nos levantamos a las 2:30 de la mañana porque el vuelo era a las 6. ¿El coste? más o menos 1000 euros por persona con maleta facturada. (Hemos traído de vuelta tres maletas grandes llenas de cosas de Clara) 

Sobre la caravana hablaré cuando llegue al día de recogida de la caravana. Los hoteles en el día de llegada y de ida son necesarios porque no te alquilan caravanas el día de tu vuelo internacional. ¿El coste? Noche de hotel en habitación con dos camas grandes, calculad unos 200-300 euros. Sin desayuno, por supuesto. El seguro pues chavales, hay que llevar seguro a USA que cubra todo. ¿El coste? 100 euros por persona 15 días. 

A mediados de junio teníamos ya todo, incluídos los ESTA y solo nos quedaba esperar a que llegara el día 1 de julio. Se hizo muy largo como ya conté por aquí pero llegó y como he prometido en IG, lo iré contando en el blog porque no quiero que nada de este viaje se me olvide. Quiero recordar siempre que hemos terminado haciendo el viaje de nuestras vidas porque Clara, con 12 años, puso todo su empeño en conseguir algo que quería. No ha sido solo por eso, pero si hemos acabado durmiendo a la sombra de Mont Rainier ha sido porque ella, hace años, soñó con estudiar en Estados Unidos. (podíamos haber acabado en Missouri pero esa es otra variable) 

Quiero poder volver a este viaje, a cada detalle, a cada paisaje, a cada desayuno en la caravana, a cada curva de la carretera que nos descubría un nuevo paisaje impresionante, a cada conversación ridícula y cada momento en que pensamos: ¡qué suerte tenemos! 

Mañana más.