martes, 30 de junio de 2020

Lecturas encadenadas. Junio.

Pues ya se ha pasado junio. El tiempo ha comenzado a acelerarse otra vez pero yo me agarro con uñas y dientes y con lo que me deja al ritmo de los días del confinamiento. No quiero acelerarme, ni correr, ni perder el tiempo ni dejarlo pasar sin enterarme pero me está costando. La vida me empuja a empellones poniéndome trampas que tengo que ir saltando: hay que ir al despacho y pasar la ITV que había olvidado y recuperar citas médicas perdidas estos meses y mil cosas más y a pesar de todo esto, he leído bastante. ¿Cuándo? No lo sé. Con la aceleración de la vida los días se vuelven borrosos y no consigo saber cuándo ni como hago las cosas.

Comencé el mes leyendo La tierra de los abetos puntiagudos de Sarah Orne Jewett y fue una medicina eficaz para luchar contra toda esa prisa sobrevenida porque es una novela que te traslada a otra época, casi a otro mundo, cuando no había prisa. Es una novela breve, publicada en 1896 que cuenta un veraneo en un pequeño pueblo pesquero de la costa de Maine en Estados Unidos. La narradora, de la que nunca conocemos su nombre ni su edad ni cómo ha conocido el pueblo, llega para pasar el verano descansando y escribiendo. Se aloja en casa de una lugareña, la Sra. Todd que además de alquilar habitaciones, recoge hierbas y prepara remedios para distintas enfermedades. La madre y el hermano de la Sra. Todd viven en una islita frente a la costa y la protagonista también irá a conocerlos.

La novela es un veraneo. Es un paseo por el pueblo conociendo a sus habitantes, escuchando el sonido de los pasos en las calles empedradas, viendo el mar cambiar de un día para otro dependiendo del oleaje, el viento y las nubes y conociendo a sus habitantes que cuentan historias del presente y también del pasado. En realidad no pasa nada, solo los personajes y sus vidas pero la autora los describe tan bien que uno siente al terminar el libro que el pueblo sigue viviendo aunque tú ya no lo veas. Quieres creer que podrás volver allí el próximo verano.

Esta cita describe perfectamente la novela:
«Puede que haya otras limitaciones en un verano así, pero la tranquilidad de una vida sencilla es suficiente encanto para compensar lo que pueda faltar, y las recompensas de La Paz no puedo valorarlas quienes viven en el fragor de la batalla.»

Lamento lo ocurrido de Richard Ford fue mi siguiente lectura del mes.  Cualquiera que siga estos posts con cierta asiduidad sabe que soy incondicional de Richard Ford, me gusta incluso cuando no me gusta.

Este volumen es una colección de relatos que te colocan en medio de la vida de los protagonistas. En la mayoría de ellos te sientes como si hubieras viajado en una máquina del tiempo y por sorpresa hubieras aparecido en una reunión en la que no conoces a nadie y no sabes que está pasando. No puedes hacer otra cosa que observar a tu alrededor y tratar de comprender porqué esa gente está allí, qué está haciendo y qué va a ocurrir. Y así es como Ford te lleva de la mano por sus historias. Algunas de ellas están ambientadas en Irlanda porque Ford estuvo becado allí mientras escribía este libro pero, en realidad, da igual donde sucedan, todas tienen un carácter universal: el amor, el desamor, el reencuentro. Eso sí, todas están protagonizadas por gente mayor, gente que recuerda historias, anécdotas, otros encuentros, otros amores y que se pregunta cosas como ¿Por qué me gustó está persona? ¿Por qué no seguí con ella? ¿Debería haber hecho algo? Para mí, los dos mejores relatos son el primero Nada que declarar y el último Perder los papeles pero los he disfrutado todos.

Y Ford sigue siendo el autor que mejor refleja en pocas palabras el desamor, el desapego que produce el final del amor:

«En algún momento alguien lo había encontrado atractivo y luego lo había lamentado».

No se puede decir más con menos palabras.

La mortaja fue el (primer) Delibes del mes. No había leído este breve relato (80 páginas) y no tenía ni idea de qué iba. Es tristísimo. La historia del Senderines y su empeño en encontrar a alguien que le ayude a amortajar a su padre para que nadie le vea desnudo es desoladora. Desde el comienzo, desde la primera línea descriptiva de ese paisaje árido, salvaje, amarillo, hostil en el que el niño juega con el barro la sensación de tragedia se te agarra al pecho. Quieres correr a recogerle, llevártelo a casa, darle de merendar, decirle que todo irá bien. Me ha recordado muchísimo a Intemperie, tanto la novela de Jesús Carrasco como la adaptación al cine de Benito Zambrano (recomiendo muchísimo las dos cosas).

En La mortaja están otra vez los tres temas estrella de Delibes: la infancia, el campo y la muerte. El Senderines comienza siendo un niño feliz y acaba siendo un niño sin vida porque ahora que tiene que abandonar su casa, su pueblo, ese valle hostil nada de lo que ha tenido hasta entonces seguirá en su vida y tendrá que empezar de nuevo. Coincide este relato con El Camino en la dimensión temporal porque todo pasa en una noche, una noche en la que un niño salta de la infancia a la realidad de la vida adulta pasando por el encontronazo con la muerte.

«–Yo aprendí a escupir por el colmillo, hijo, cuando me di cuenta d que el mundo hay mucha mala gente y que con la mala gente si te lías a trompazos te encierran y si escupes por el tomillo, nadie te dice nada. Entonces yo me dije: «Pernales, has de aprender a escupir por el colmillo para poder decir a la mala gente lo que es sin que nadie te ponga la mano encima ni te encierren». Lo aprendí. Y es bien sencillo, hijo».

Para esto mismo tengo yo el blog ( y para otras muchas cosas).

Hace unos años me encantó Apegos feroces, el primer libro de Vivian Gornick que se publicaba en español veinte años después de su publicación original. Me gustó tantísimo que fui a un encuentro con ella en La casa Encendida en Madrid y entonces el libro me gustó aún más porque Gornick es una mujer increíble, con más de ochenta años se había pasado el día paseando por Madrid, montando en autobús y a las diez de la noche frente a un auditorio de rendidos admiradores sentados en el suelo contó cosas de su vida, de su manera de pensar, de relacionarse, del amor, del trabajo. Desde entonces leo todo lo que se publica de ella y la sigo con interés aunque, a veces, como en este caso, me deje fría.

En Mirarse de frente, no he conseguido conectar con ella, interesarme con lo que cuenta y como lo cuenta. Me he aburrido de sus reflexiones, algunas muy brillantes pero co las que me ha costado conectar mejor dicho, no he conectado con el tono general del libro.

Mirarse de frente es una recopilación de ensayos de temática diversa. Comienza el volumen con una reflexión sobre el feminismo y el lugar que ha jugado en su vida desde que lo descubrió en los años sesenta. Desde la excitación del descubrimiento de las ideas feministas, la identificación con un grupo, con una camaradería y comunión que decidió que le valía, que con ella podía renunciar al amor y la pareja y volcarse en el trabajo y la hermandad. El segundo ensayo es Dirty Dancing con trasfondo reivindicativo, Gornick trabajaba de camarera en uno de esos refugios de verano americanos para familias y una de sus compañeras fue agredida sexualmente. Una cosa que me gusta mucho de Gornick siempre es que nunca se embellece, nunca se idealiza o se autodisculpa por los errores pasado o por los fallos presente. Este ensayo tiene un final demoledor cuando termina diciendo a su compañero «algo habrás hecho».

La mayoría de los ensayos de este libro tienen como tema el análisis de la dificultad para entablar relaciones sinceras y profundas con otros seres humanos. No se trata tanto de diseccionar el amor en pareja como aquello que nos hace capaces de entablar amistades verdaderas con las que compartir sin fingir, sin sufrir y de manera provechosa.

«La buena conversación depende de un engarce entre mente y espíritu tan sencillo como misterioso que, por lo demás, no se logra, sucede sin más. No es una cuestión de intereses mutuos, conciencia de clase o ideales compartidos, es una cuestión de talante; lo que hace que alguien responda como por instinto con un sensible «sé a lo que te refieres» en lugar de con un desafiante «¿a qué te refieres con eso?» Cuando se dan dos talantes iguales, muy rara vez perderá la conversación su flujo libre y despreocupado. Cuando no coinciden, hay que andar siempre con pies de plomo. Los talantes iguales funcionan de forma parecida a un conjunto de engranajes. No es una idea compleja pero el acoplamiento ha de ser perfecto. No aproximado, perfecto. De lo contrario los engranajes se niegan a tirar.»

Y como soy una señora mayor me ha encantado esto:

«Cuando era joven –le dijo a Andrea–los hombres eran siempre el primer plato, ahora no son más que el aliño. Mi consejo es que llegues a ese punto punto antes, la vida se te hará mucho más llevadera.»

Terminé el mes con Delibes y La Hoja Roja. Estoy leyendo tanto a Delibes porque el próximo día diecisiete estoy invitada a una charla con Juan Tallón sobre Delibes, los pueblos y los bares en la Universidad de Valladolid y qué mejor razón para leer todo Delibes que que me vayan a dejar hablar sobre él largo y tendido.

La Hoja Roja no tiene ni campo ni niños pero tiene muerte. Uno de tres de los temas de Delibes. En realidad es uno y medio porque el campo, el pueblo, está presente en el recuerdo constante que tiene Desi, la protagonista del pueblo que ha dejado atrás para irse a servir a la ciudad, en casa de Don Eloy.

«Su pueblo, pese a distar de la ciudad apenas siete leguas, se le antojaba un lugar vago y remotísimo, sin embargo, el pueblo era su inevitable punto de referencia.

Es una novela tristísima que Delibes, una vez más, escribe con maestría consiguiendo con su estilo y con las repeticiones constantes transmitir el ambiente, el sonido, el olor y hasta la impaciencia que la vejez provoca a veces en los otros, en los que no somos viejos o creemos no serlos. En esta novela, la vejez solitaria y amarga se palpa, se percibe y crea en e lector una sensación de incomodidad culpable. Te sientes culpable por pensar, por sentir que Don Eloy es un pesado, que se repite, quieres decirle que no lo cuente más y a la vez te da tanta pena que te sientes culpable.

La hoja roja es una novela de soledades. Don Eloy y Desi coinciden en estar solos sin saberlo. Los dos se hacen compañía sin saber qué se la hacen y los dos quieren ser queridos sin conseguirlo.


De este mes lo recomiendo todo aunque si vais a empezar con Ford o con Gornick es mejor empezar con El Periodista deportivo del primero y Apegos feroces de la segunda antes que con los que recomiendo aquí. Y leed sobre la tierra de los abetos puntiagudos, huele a verano en el mar y pasos escuchados durante la siesta.

Y con esto y una semana de vacaciones por delante en la que espero volver al ritmo de los días únicos, hasta los encadenados de julio.



viernes, 26 de junio de 2020

El mundo que me ha tocado vivir

Honoré Daumier
"El mundo en que me ha tocado vivir. Eso sí que es una frase para pararse a pensar. Una frase que hace fruncir el ceño; que provoca un eco desagradable en la cabeza; que incluso me entristece. ¿Qué significa el mundo en que te ha tocado en lugar de luchar por ocupar tu lugar en el mundo? Es algo como amnésico, anestesiado, paralizado en el sitio. Yo diría que en algún momento de esa frase está la historia enterrada de "la culpa de todo la tiene el teléfono". (Mirarse de frente, de Vivian Gornick) 

El fin de semana leí a Vivian Gornick sobre escribir cartas. Cuando la madre de Gornick tenía dieciocho años, trabajaba en el departamento de contabilidad de una panificadora (también he leído un artículo precioso sobre un panadero en Lyon en el New Yorker). Su jefe, el Sr. Levinson era, como ella, un emigrado europeo al que le gustaba leer y la música. Se hicieron amigos y por eso, cada noche, el Sr. Levinson al llegar a casa le escribía cartas contándole lo que había leído o si había ido al teatro o el paseo que había dado tras la cena o continuaba por escrito la conversación que habían tenido durante el día. La carta y esto me maravilla muchísimo, le llegaba a su destinataria a la mañana siguiente, a tiempo para leerla antes de ir al trabajo. (Chúpate esa, inmediatez de la era digital) 

Gornick habla de escribir cartas, de por qué ella ya no las escribe y prefiere llamar por teléfono. El libro se publicó en 1996 antes de que también abandonáramos las llamadas por los correos electrónicos, y estos por los mensajes de whasapp y estos por los gifs. 

En el mundo que me ha tocado vivir ya nadie escribe cartas, yo tampoco. Y como Gornick llevo toda la semana pensando en porqué ya no las escribo. Y tras darle vueltas y desechar todas las excusas posibles he llegado a la conclusión de que no tengo a quién escribir. El destinatario de una carta tiene que ser alguien con mucho interés en lo que yo pueda contarle y sin nada de prisa para ser capaz de manejar el ritmo de la correspondencia por escrito sin meter prisas ni tener tentaciones de mandar un whasap. Tiene que ser alguien a quién me haga ilusión escribir y, ahora mismo, no se me ocurre nadie. Bueno, me apetece escribir una carta a mis hijas, una carta que no lean ahora, que lean cuando yo me haya muerto o cuando se me haya ido la cabeza o,a lo mejor, un día por sorpresa cuando se les pase la etapa de considerarme la persona menos interesante de la galaxia y curioseando en mis cosas encuentren esos papeles y decidan leerlos y conocerme. 

Los papeles, la presencia física de las cartas. Ahora mismo, tengo a mi derecha una mesilla restaurada por  mi madre en la que guardo una caja con todas las cartas recibidas en mi adolescencia. Están ahí, sé como es la caja y como están ordenadas por años y atadas con un cordoncito. No recuerdo cuando fue la última vez que leí algunas de ellas pero sé donde están y como son. Incluso mis hijas podrán leerlas sobrellevando la vergüenza ajena de ver a su madre convertida en una adolescente carpetera y muy absurda. Mi hijas no tendrán papeles a los que recurrir para saber cómo eran de absurdas cuando eran adolescentes... otra cosa perdida en el mundo que nos ha tocado vivir. 
"La carta escrita en una soledad ensimismada, es un acto de fe; asume la presencia de otro ser humano, el mundo y el ser se generan desde dentro: la soledad se busca, no se teme. Escribir una carta es estar a solas con unos pensamientos ante la presencia evocada de otra persona. Me hago compañía imaginaria a mí misma. Ocupo la habitación vacia. Conjuro yo sola el silencio. Todas las cosas que hacía el señor Levinson cuando hace setenta años se sentaba a su mesa a medianoche para escribirle a mi madre". 
Me encantaría sentarme con un cuaderno y una pluma para escribir a alguien que no conozco o que conozco poco o que conozco mucho pero que no tiene prisa, como me pasa a mí ahora. Sentarte a escribir una carta es algo para hacer despacio, sin plan. Describir el lugar desde el que escribes, lo que has hecho antes, lo que planeas hacer después, como te sientes, quizás como has dormido, qué has comido, las reflexiones que te han surgido leyendo un artículo o lo mucho que has odiado una película, un podcast o lo que te ha sacado de quicio en una conversación laboral. Lo que te preocupa, te divierte, te angustia o lo que quieres preguntar. Me gustaría terminar, como terminaba mis cartas de adolescencia "voy a dejarlo ya para que me de tiempo de bajar a correos y te llegue pronto". Estoy pensando que tendría que comprar sobres, me parece bonito y evocador tener una remesa de sobres en casa, listos para llenarlos. Y luego dar el paseo a correos para enviarla. Sin certificación y sin urgencia, esperando que llegue porque los carteros son mágicos y harán su trabajo. Y esperar y esperar y esperar escuchando cada día el sonido de la moto del cartero subiendo por mi calle aguzando el oído para ver si para en mi buzón. 

Y leer la carta con calma. Y pensar en responder. Escribir una carta sobre todo lo que no escribo aquí. Escribirte cartas con alguien sin recurrir jamás al correo electrónico ni al whasap. Escribir cartas para poder meter en el sobre un ticket, un recorte, una fotografía. 

En el mundo que me tocó cuando era adolescente escribíamos cartas, luego me tocó un mundo en el que por culpa no del teléfono pero sí de internet dejamos de hacerlo y, ahora, en este mundo nuevo que estamos estrenando y que nos ha frenado en seco quizás sea el momento de retomar las cartas y la pausa porque no quiero tener prisa, no quiero ir a ninguna parte y lo más importante que (me) está pasando está en los detalles. 

Quizás sea el momento de encontrar un destinatario para que mis hijas no se encuentren con una carta tan larga que acabe aburriéndoles. 


miércoles, 24 de junio de 2020

Podcasts encadenados (XII)


He vuelto al trabajo presencial y a tener horas y horas a mi disposición para escuchar podcasts mientras conduzco. Definitivamente, el coche es el sitio donde más me concentro en lo que estoy escuchando, donde presto atención plena a lo que me van contando y donde más me cunde.

Quizás alguien se pregunte si todo lo que escucho me gusta. Si solo escucho lo que recomiendo y no es así, dedico tiempo también a podcasts que empiezo y no me gustan nada, y a otros que empiezan bien pero luego se van desinflando hasta convertirse en una agonía y que unas veces termino por completismo y otras veces abandono porque en esto soy muy Mary Kondo, si un podcast no me da placer,  lo apago y lo borro de mi lista.  Dentro de esta categoría está el podcast Food, we need to talk. Comencé a escucharlo porque lo vi recomendado en una newsletter y aunque el tema de las dietas, adelgazar y tener una relación sana con tu cuerpo no me interesa demasiado decidí probarlo. En este podcast, de episodios de apenas veinte minutos, Juna Gjata, una joven recién graduada en Harvard y, además, concertista de piano y el doctor Eddie Phillips, médico y profesor en Harvard charlan sobre todo lo que tiene que ver con la comida. Juna, se ha pasado la vida haciendo dieta, haciendo ejercicio, midiendo lo que come, cuando lo come y demás y quiere reflexionar sobre todo ello. Como idea está bien, ellos son simpáticos, el podcast es ligero y no aburre pero el problema para mi es que lo que cuenta ya me lo sé: no hay comida buena y mala, el stress engorda, no compres guarradas en el supermercado, porque te des un capricho de vez en cuando no pasa nada y como consejos estrella: haz ejercicio y cocina tu propia comida. Incluso te dicen que si no tienes tiempo para cocinar, lo mejor es que cocines mucho y congeles. ¿Buenas ideas? Sí, pero es que ya me lo sé así que me he aburrido y los he abandonado antes de que me descubran la dieta mediterránea y el aceita de oliva.

¿Qué recomiendo hoy? Un poco de todo.


1.- Articles of interest es un ejemplo de podcasts que empiezo a escuchar por probar cosas nuevas aunque en principio el tema no me interese nada y que, sin embargo, me cautivan, me interesan y con los que acabo aprendiendo un montón de cosas. El tema de Articles of interest es la moda, la ropa y su historia. ¿Cuándo surgió la ropa para bebés? ¿Qué pasa con los bolsillos? ¿Cuál es la historia de la camisa hawaiana? ¿Por qué los trajes de hombre parecen siempre iguales y de donde vienen? ¿Y los perfumes? ¿Y el tartán? A lo largo de dos temporadas y dieciocho episodios, Avery Trufelman responde a todas esas preguntas que los que no somos expertos en moda o en ropa o en complementos podemos hacernos aunque ni siquiera las hayamos pensado hasta que ella las dice en alto. ¿Por qué surgieron los perfumes con olor a limpio? ¿De dónde viene la tradición de casarse de blanco? ¿Y el lema de un diamante es para siempre? ¿Por qué surgió el punk en la moda? 


Es un podcast que recomiendo muchísimo tanto por lo que se cuenta como por cómo está contando. Es interesante, fresco, ameno y al terminar siempre te quedas con ganas de más. Avery Trufelman lleva siete años trabajando para otro de mis podcasts favoritos y ya recomendado aquí 99% invisible y domina a la perfección el arte del story telling en el podcast. En el último episodio de la segunda y última temporada se despide porque se marcha de 99% invisible para emprender otros proyectos y casi lloro porque otra de las cosas que tienen los podcasts es la relación íntima que estableces con el presentador/narrador. Supongo que a mi abuela le pasaba algo así con Luis del Olmo... 

Podcast: Articles of interest. 
Episodio para empezar: Los perfumes 
Duración: 18x30

Hay que escuchar todos los episodios que además se pueden escuchar en desorden, empezando por lo que os llame más la atención. 



2.-Seriously... es un podcast de BBC4 que acabo de empezar a escuchar. Es un pocast serio que trata temas en profundidad sin efectismos ni pretensión de diversión. Su principal valor es que abordan los temas en amplitud, intentando abarcar distintos puntos de vista para no ofrecer solo una visión. La presentadora es Rhianna Dillon que en algunos tiene más presencia y en otros menos porque da paso a otro periodista que desarrolla el tema. 

Seriously... se define en su web como una serie documental y es un poco eso. Son documentales en profundidad sobre temas variados. Yo he escuchado varios y no podrían ser más distintos, uno sobre la guerra fría tecnológica que se está librando entre China y occidente, otro sobre la experiencia de un arquitecto que se quedó ciego y como eso le ha llevado a reflexionar sobre la necesidad de plantear la arquitectura también como una experiencia sonora y el que quiero recomendar hoy: El fenómeno del bienestar. 

Este episodio es largo, dura casi una hora pero es interesantísimo. Estamos tan acostumbrados a la palabra bienestar que no se nos ha ocurrido pararnos a pensar qué quiere decir en realidad, ¿qué significa? ¿significa algo? En este documental, recurriendo a archivos y testimonio de expertos se remontan a cuando el término se acuño en California y todo el entramado de publicidad que encierra el concepto. Es un episodio super recomendable seas o no un fiel creyente/defensor del concepto bienestar y los infinitos tratamientos, terapias y productos asociados a él.  

Podcast: Seriously...

(Me encantan los puntos suspensivos en el título de este podcast, lo dicen todo) 



3.- The Daily es uno de mis fijos de escucha. Lo escucho todos los días, es raro el episodio que dejo pasar y recomiendo seguirlo con asiduidad pero hoy traigo dos episodios para recomendar, los dos de la última semana. El primero de ellos se llama The history and meaning of Juneteenth y se publicó el viernes pasado, 19 de junio. El año pasado escuché un podcast brutal, también del New York Times, que se llama 1619 y en el que en seis episodios se repasaba el origen del racismo en USA desde la llegada de los primeros esclavos en 1619 hasta nuestros días. El racismo no es algo pasado ni mucho menos superado, está imbricado en el día a día de la vida de todos los americanos y no solo en lo que dicen o piensan o manifiestan sino también en la música que escuchan, las leyes que tienen o quién posee la tierra. Es un podcast buenísimo que recomiendo con entusiasmo y con el que aprendí muchísimo pero me quedaron cosas por aprender, por ejemplo no sabía que era Juneteenth. 

En la primera parte de The history and meaning of Juneteenth, la profesora de historia americana Daina Ramey explica la historia de ese día, desde su origen hace 155 años, en Texas, para celebrar la emancipación de los esclavos hasta nuestros días. En la segunda parte, Ramey habla de su experiencia como madre de un adolescente afroamericano de doce años y de como ha tenido que hablar con él sobre como relacionarse con la policia, como comportarse para que no le peguen un tiro por ser negro y como lidiar con la desconfianza de algunos cuando lo ven acercarse por la calle. "mi hijo me preguntó el otro día si yo creía que iba a llegar vivo a los treinta años".  Nos creemos que sabemos lo que es el racismo y, en realidad, no somos capaces ni de empezar a imaginarlo.  

El otro episodio del Daily que quiero recomendar hoy, se titula Facing the wind. Este episodio no sigue el formato habitual del Daily ya que es la lectura de un artículo publicado en la revista del periódico la semana anterior. ¿De qué va el artículo? El autor del mismo, Carvell Wallace, es escritor y tiene dos hijos adolescentes de catorce y diecisiete años. En este episodio reflexiona sobre como ha sido vivir el confinamiento con ellos, sobre como es ser padre de adolescentes y, en su caso, como ha vivido con ellos el asesinato de George Floyd y todo lo que ha desencadenado. Dejando a un lado lo particular de su situación, me ha gustado especialmente porque explica perfectamente la montaña rusa emocional de alegría, orgullo, amargura, ansiedad, tristeza, nostalgia y diversión que supone relacionarte con tus hijos adolescentes. 

To be asked for life advice in one moment, and to be told you are a bad parent and have ruined your child’s life the next — this is what parenting is. It is a thing that you do alone, because your kids cannot and must not understand all of what you are living. It is terribly painful that my son thinks I have ruined his life. He’s not entirely wrong. I am a wildly imperfect parent. I have lost my temper, neglected his emotional needs, taken his normal childish behavior as a personal attack.

Creo que es mi episodio favorito de la semana. Podéis escucharlo o leerlo

Podcast: The Daily. 
Episodio: Facing the wind.

El Daily hay que escucharlo todos los días... esa es mi recomendación. 



4.- El amor después de Patricio es mi recomendación en español de esta entrega. Es el segundo episodio del podcast Un periódico de ayer  nuevo proyecto de La No Ficción responsables de otro podcast que ya recomendé en su día, La desaparación del padre Gallego. En este nuevo podcast hacen exactamente lo que el título anticipa: cogen una noticia antigua, la repasan y buscan a sus protagonistas para conocer su versión de aquella noticia y cómo les influyó en la vida que llevaron después, en quienes son ahora. El episodio que recomiendo (aunque me han gustado todos) es una historia muy triste pero muy bonita que cuenta el asesinato de un estudiante universitario en Bogotá en 1978 y lo que sucedió después con su familia. Confieso que con el final del episodio lloré. 

Hay un dicho que dice algo así como que el periódico de hoy sirve para envolver el pescado mañana pero no es cierto que las noticias pasen sin más, que sean titular un día y desaparezcan al siguiente. Todas tienen una repercusión, un efecto en alguien y de eso trata Un periódico de ayer, de la huella  que deja lo que fue noticia.

Podcast: Un periódico de ayer.
Episodio: El amor después de Patricio. 
Duración: 36.

¿Sabíais que un destacamento de colombianos fueron a luchar a la guerra de Corea? Eso también se cuenta en otro de los episodios y si Mel Gibson se entera de la historia, hace una película.  

Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a decírmelo. Me hará ilusión. 

jueves, 18 de junio de 2020

Que no se nos olvide el miedo


«El Senderines evitaba pasar la mirada por el cuerpo desnudo. Acababa de descubrir que metiéndose de golpe en el miedo, cerrando los ojos y apretando la boca, el miedo huía como un perro acobardado». (La mortaja, Miguel Delibes)

Hace un par de meses escribí sobre el miedo que sentía, que me acompañaba día tras día y que percibía en el frío, la tiritona, los tics, la falta de concentración. En abril ese miedo parecía ser compartido, era como una ola que nos había cubierto a todos y bajo la que nos habíamos acostumbrado a respirar, a sobrevivir. 

Dos meses después parece que la ola ha pasado y que solo yo (sé que no, que hay más gente pero la colectividad de ese miedo ha desparecido) sigo bajo la ola, con frío, tiritona, algo de ansiedad y un tic en la pierna derecha. 

Tengo miedo. ¿Mucho? Digamos que suficiente como para mostrar síntomas pero no tanto como para paralizarme por completo. La cantidad justa de miedo. 

¿Qué me da miedo? Me da miedo la autopista llena de coches, lo que se parece la rutina de los pasillos de mi trabajo a la vida del mes de febrero, el uso de la mascarilla mas como un complemento de moda que como una medida que puede salvar vidas. Me aterran los bares, las mesas llenas, las multitudes paseando, los ciclistas en manada, los corredores, las colas en las tiendas, la gente que se te acerca, todos los que no saben lo que son dos metros de distancia. Me da miedo quedarme sin trabajo, que no se pueda volver al colegio en septiembre, que mis hijas enfermen, que mi madre se sienta fragil, débil, vieja, desechable. Me aterra ver como todas las instancias políticas, TODAS, se ponen de perfil para no asumir la responsabilidad y la voz cantante en anunciar que la vida, tal y como era antes, no va a volver. Me da miedo la infantilización, el falso optimismo. Me aterra el catastrofismo en la boca de gente que tiene el futuro asegurado aunque vengan tres o cuatro pandemias y su desprecio hacia los que no necesitan ni siquiera media pandemia para vivir siempre en la incertidumbre.

Lo que más miedo me da, sin embargo, es el olvido. Nunca pensé que fuéramos a salir mejores ni como sociedad ni como individuos pero creí que estaríamos asustados, que tendríamos memoria a corto plazo para  saber valorar haber salido vivos de esto y recordarlo el tiempo suficiente como para, por lo menos, no ponernos en riesgo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Creí que el miedo que pasamos en marzo, en abril, en mayo nos dejaría algún tipo de marca en la piel, en los huesos, en las arrugas alrededor de nuestros ojos que no nos dejaría relajarnos, que nos mantendría alerta ante el peligro. Creí que el miedo nos salvaría, que tendríamos cuidado. 

Y ahora veo que no. Que los seguimos teniendo miedo somos los menos. Me asombra lo rápido que parece haber caído en el olvido que hace dos meses morían miles de personas por una enfermedad de la que nos reíamos hace cuatro. Me da miedo ver la gente que actúa como si ya se hubiera acabado, los que creen que ya está, que ahora solo queda tirar adelante y hacer las cosas como antes.

«Yo misma siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual, no te va a morder. Se parece a cómo me enfrento yo al dolor. Yo quiero saber dónde está» (Joan Didion)

No hay que vivir con miedo pero no hay que olvidarlo. Recordar el miedo es lo que te salva, saber que está ahí, como se siente, como suena y como huele te mantiene a salvo. 

Como decían los normandos: haznos miedo.