martes, 31 de agosto de 2021

Las cosas (me) pasan


«El día que me vaya de aquí, me pondré una falda de vuelo y bajaré las escaleras como Escarlata O´Hara y diré: A Dios pongo por testigo que no volveré a pisar Toledo.» Esta es una frase que he repetido tantas veces que ya se había convertido en un lugar común en mi trabajo. La había repetido tantas veces que ya sonaba a cuando dices «cuando me toque la lotería», con ese tono de sueño imposible, de improbabilidad absoluta en la que no quieres pensar porque darte cuenta de que eso que ansías no va a ocurrir te quita bastante alegría de vivir y es mejor imaginarlo precioso aunque improbable. 

Tenía un cuadro en la pared de mi despacho con una frase del artista Willem de Ridder 

If you wait too much for it, it doesn't happen. If you put a lot of effort in it all you get is effort. You shouldn't give a shit. Things happen automatically. That's nice. 

Y así ha sido. Ha ocurrido. A finales de julio me puse una falda de vuelo, mi falda de rayas de colores de ser feliz, descolgué mi cuadro y bajé las escaleras con una sonrisa de oreja a oreja y saludando. Creo que no parecía Escarlata, estaba más a medio camino entre Lina Morgan y Norma Duval con treinta centímetros menos pero la felicidad era sin duda real, auténtica y casi casi casi tan absoluta como si me hubiera tocado el euromillones. 

Después de siete mil quinientos setenta y ocho días y un millón de kilómetros, hoy dejo de trabajar en los libros de colores. Mañana empiezo en un sitio nuevo, con un proyecto que me apetece todo y un equipo maravilloso. A partir de mañana me espera un trabajo nuevo al que podré ir andando desde mi casa cruzando el Retiro. 

En los libros de colores nació Cosas que (me) pasan y de Cosas que (me) pasan y las redes sociales ha surgido esta oportunidad. Mi yo de 2008 no podía saberlo y es mejor que no lo supiera. 

«Things happen automatically. That´s nice» 

Las cosas (me) pasan porque sí y eso es, a veces, maravilloso. 

Estoy feliz. 

jueves, 26 de agosto de 2021

Experimento. Jueves, 26 de agosto.

El baño de esta casa tiene una ventana enorme que da a una calle de acceso a la playa con un chiringuito de helados justo enfrente. La ventana, además, tiene cristal normal así que si quisiera, podría dar el espectáculo mientras me ducho o leer los precios de los Magnum mientras me lavo los dientes o hago otras cosas. No quiero y cierro la persiana hasta abajo. Qué raro es un baño con persiana. Me despierto con un mensaje de Clara a 9000 km hacia el oeste y otro mensaje de mi amigo Maikel, a 17.500 km hacia el este. Maikel me cuenta su experiencia en Seattle en el año 95. Me río a carcajadas imaginándole trabajando en un resort tipo Dirty Dancing en el Monte Rainer. Clara ve el Monte Rainer desde la habitación de su cuarto y yo me mareo tratando de calcular si Maikel me escribe desde mañana, yo hablo con Clara hoy que recibirá mis mensajes ayer.


Ayer conduje seis horas yo sola y lo disfruté. Atravesé la meseta rumbo a Almería por autopistas de peaje en las que no había nadie. Por primera vez, desde que tengo mi coche, utilicé el control de velocidad. Muchas primeras veces este verano. Escucho un podcast argentino, tan argentino que me para a descansar  en Tobarra  con miedo a dirigirme al camarero llamándole vos. En la entradilla de uno de los episodios hablan de un programa de televisión que empezaba con un ballet de chicas heterogéneas. ¿Qué habrá querido decir el presentador? ¿Qué son chicas heterogéneas? De vuelta en el coche pienso en la cantidad de palabras cuyo significado desconozco… escuchar un podcast argentino exige bastante imaginación. El podcast se llama Basta chicos, la vida de Ricardo Fort, una especie de Pocholo argentino mezclado con Willy Wonka, celebrity por decisión propia, estrella de la tele, polémico de YouTube y carne de meme una vez muerto. 


Escribo esto desde una casa pegada a la playa, tan pegada que si doy dos pasos meto los pies en la arena. Escucho las olas desde la cama, me he encontrado con mi amigo italiano y, como no todo puede ser idílico, cada bañista que pasa me mira. Quizá piensen:  ¿qué hace esa señora tecleando como una loca en vez de bañarse? 

domingo, 22 de agosto de 2021

Experimento. Domingo, 22 de agosto

Domingo, 22 de agosto


On the first day of every month, I pick a poem, and then I read that poem every day that month. 


Leo un artículo de un tal Eliott Holt con el ordenador en las rodillas, sentada en el porche, disfrutando de que en esta casa, que siempre es un ir y venir de gente, solo estamos tres personas y dos perros. Además, los vecinos ruidosos que entienden el fin de semana como una ocasión excepcional para demostrar a todo el mundo que sus gustos musicales son espantosos parecen haberse marchado. Es pronto, 22 de agosto, pero quizás algunos de los que solo vienen en verano ya no estén mañana. A lo mejor mañana esto empieza a vaciarse, a quedarse en silencio. 


Leo el artículo en el que Eliott comenta este hábito y me parece buena idea. Nunca he sido lectora de poesía, no sé leerla y no sé apreciarla. De vez en cuando, brujuleando por internet, encuentro un poema que me gusta y tras leerlo un par de veces lo copio en mi cuaderno y nunca más. Lo olvido y me da mucha rabia. A lo mejor el plan de Eliott me funciona. Por un lado es poco ambicioso: leer doce poemas al año me parece algo a mi alcance pero, por otro, presenta un escollo bastante importante. O dos pero vayamos primero con el primero (lo sé, lo sé, pero me gusta como suena). Leer todos los días un poema necesita encontrar un tiempo en mi día para hacerlo, esto es complicado. Lo sé por experiencia, ya me ha pasado más veces. «Voy a escribir en mi cuaderno todos los días algo, lo que sea» y sin darme cuenta, pasan seis días sin haber escrito nada. No es que no se me ocurra nada, es mi cuaderno puedo escribir: caca, culo, pedo, pis o Juan es idiota y no importaría. El problema no es el qué, sino el cuándo. Para esto he descubierto, a base de ir dejando un reguero de hábitos interesantes abandonados por el camino, que lo mejor es elegir un momento del día. Lo sé, lo sé, estoy sonando a una de esas cuentas de «reordena tu vida» pero para nada es ese rollo. Si yo digo «voy a leer todos los días un poema» no va a funcionar. Si pienso «todos los días cuando me meta en la cama y justo antes de coger el libro, voy a leer un poema» tampoco a va a funcionar, tendré demasiadas ganas de lanzarme a mi libro y el poema se deslizará por mi vista sin fijarme, será una pérdida de tiempo. Pero si digo «cuando me siente con el té,  a desayunar, voy a leer el poema» es posible que funcione.  Mientras disfruto de este rato de paz completamente inesperado me doy cuenta de que el tiempo que más me pertenece es el de la mañana, el de madrugar, el que existe entre que me despierto y alguien me ve. 


El segundo escollo es elegir el poema cada mes. No tengo ni idea de por donde empezar: ¿leo muchos hasta encontrar uno que quiera aprenderme de memoria? ¿Reviso mi cuaderno con los que he ido apuntando? ¿Pido ayuda? ¿Elijo al azar? Tengo ocho días para elegirlo antes de tener que madrugar para intentar adquirir este hábito. 


También tengo ocho días para desistir. 


PD: Si llegáis aquí desde FB que sepas que me estoy pensando cerrar FB y dejar de publicar allí. 

jueves, 19 de agosto de 2021

Dieciséis años a distancia


«Eso es un problema de Clara del futuro. Clara del presente no tiene porqué pensar en ello» Esta ha sido tu filosofía de vida este año y, con ella, has conseguido algo impensable, que yo deje de preocuparme con anticipación. He aprendido de ti a pensar «este es un problema de Ana del futuro, ahora mismo no tengo que pensarlo». 

Tus quince años han sido una espera muy larga, un paréntesis entre el confinamiento y la gran aventura de tu vida que empieza el próximo martes. «He preparado un power point para convenceros de mandarme a Estados Unidos» Se me cayó la mandíbula al suelo. Me sorprende el difícil equilibrio que mantienes entre dormir trece horas y una siesta y tu constancia y dedicación a las cosas que te interesan: el baile, la guitarra, los anime, los manga, las curiosidades históricas, las películas de "girar la cabeza" y tu próximo curso en Puyallup.

«¿Estás escribiendo mi post?» No sé muy bien que escribir este año. Si pienso en estos doce meses la imagen que me viene a la cabeza eres tú, con tu camiseta negra enorme en la que pone RE, paseando por casa y lamentándote porque «mamá, ¿te das cuenta de que porque hace veinte años papá y tú os enamorasteis, yo ahora tengo que ir al colegio? No me parece justo». Algunas veces tienes unos argumentos que, pueden ser estúpidos, pero son tan inesperados, tan oblicuos, tan tú que me dejan fuera de juego. Otras veces haces preguntas para las que no tengo respuesta «Mamá, ¿cual es tu mayor virtud?» y trato de ganar tiempo devolviéndotelas. «¿Y la tuya?». «No sé, tengo quince años, no tengo todavía ninguna destacada». Pelota, set y partido. 

Dentro de cinco días te vas a Puyallup y vamos a pasar tus dieciséis años separadas por ocho mil quinientos treinta y cinco kilómetros. La Ana de hace unos meses estaría preocupada por cómo lo vamos (voy) a llevar, por si te pasa algo, por si estarás bien, Ana de hace cinco meses estaría agonizando pensando en todo lo que te va a echar de menos, pensando en si tú la vas a echar de menos... pero la Ana del presente está nerviosa y deseando que llegues allí y empieces tu gran sueño. Ya me preocuparé de todo lo demás cuando llegue, si es que llega. 

Tengo ganas de saber qué nos contarán nuestros yos  del futuro, de 2022, sobre tus dieciséis años en la tierra de Kurt Kobain, de Pearl Jam y de la montaña más alta de Estados Unidos (quitando Alaska). 

Feliz cumpleaños, mi princesa pequeña. Empieza tu gran año.