domingo, 26 de diciembre de 2021

Así suena mi casa

Mi casa tiene dos zonas, una que da a la calle y otra que mira a un patio interior, digamos, del tamaño adecuado. Cada una tiene sus sonidos y esa banda sonora particular cambia dependiendo del día y de la época del año porque mi casa, también, tiene dos estaciones: la estación con el colegio abierto y la de vacaciones. 

Cuando no hay colegio, como hoy, la parte principal tiene un ruido como un leve rumor. Ahora mismo, mientras escribo esto sentada en mi sofá, oigo y veo los coches pasar por la calle principal. Tres carriles en un sentido y tres carriles en otro. Hay poco tráfico y como el asfalto está mojado, el ruido de los coches suena fresco, casi como si patinaran sobre hielo. De vez en cuando, durante tres o cuatro minutos no pasa ningún coche y se asienta entonces un silencio profundo que rebota en las fachadas de los edificios casi como si éstos dijeran: ey, aprovechemos ahora que no hay coches para pasarnos la pelota. En estos días de vacaciones, casi puedo acariciar el silencio total que se escucha por la noche o muy de madrugada. Me lo imagino como una pelota gigante de goma que se expande y se expande ocupando todo el espacio sonoro de mi barrio. Cuando llega el colegio y los días laborables, la pelota se va encogiendo, haciéndose más pequeña hasta quedar reducida a breves flashes de silencio o, mejor dicho, de menos ruido.  Veo algún peatón, pocos, los que hay tienen pinta de haber salido a airearse. Nadie va a ninguna parte, nadie tiene prisa. Veo muchos padres que han salido a ver si consiguen que a sus hijos el aire los calme. Pobres. Ahora que lo pienso, en las películas nuestros pasos siempre suenan, se escuchan y, sin embargo, para mí, desde mi sofá y a seis pisos de altura, los peatones caminan sin hacer ningún ruido. Ni siquiera en el silencio total soy capaz de escucharlos. Esto quiere decir algo seguro, pero no sé muy bien qué es. Hoy, de todos modos, hay pocos peatones porque no hay colegio.  Cuando hay clases tengo que salir del portal con cuidado para no ser atropellada por las hordas de madres, padres, niños, abuelos y mochilas que van en un sentido y en otro siempre con prisa, siempre llegando demasiado pronto o demasiado tarde. El colegio encoge la pelota del silencio al mínimo: gritos, coches aparcados en segunda fila, niños corriendo, grupos de padres sentados en los bares mientras sus hijos corren, la cola en la farmacia de la esquina y en la peluquería. Todos esos ruidos, ahora mismo, están apagados hasta el diez de enero. 

En la otra parte de la casa el silencio es permanente. Las ventanas de esas habitaciones y de la cocina dan a un patio blanco. Por esas ventanas el silencio es casi absoluto. De vez en cuando se escucha la maquinaria del ascensor. A veces, si coincide que estoy en esa parte de la casa en el momento apropiado, escucho el chirrido de  de las cuerdas de tender de alguna vecina. Es un sonido con una cadencia muy particular: chirrido, silencio mientras se tiende la prenda, nuevo chirrido, nuevo silencio, nuevo chirrido, y así, como un mensaje de morse hasta que termina la secuencia y el cambio y corto es la ventana cerrándose. A veces, también, se escuchan pájaros. Antes eran palomas pero conseguimos echarlas poniendo pinchos en todas las terrazas. Los domingos y los festivos, como en los bajos del edificio hay una iglesia, se escucha un coro de canciones de misa. Solo voces mayores, muy mayores. Los niños que van al colegio de al lado no van a esta iglesia, probablemente canten en otra o no vayan a ninguna. A mi yo de juventud, estar metida en la cama leyendo o vagueando y escuchar canciones de misa le hace muchísima gracia. Es como un sueño de niñez hecho realidad ¿te imaginas poder dormir durante la misa? Pues eso, tal cual hago yo. Algunas noches, como la pasada, cuando me despierto de madrugada escucho la lluvia golpeando las cuerdas de tender y las máquinas de aire acondicionado. Es un sonido que me da tranquilidad y me calma, enseguida vuelvo a dormirme. 

Mientras llego al final de este post escucho a un vecino deshacerse de todo el vidrio de sus celebraciones familiares en el contenedor correspondiente. Es un sonido que siempre viene mal, siempre molesta, siempre llega a destiempo. 

Sigue lloviendo. El mejor momento para escuchar tu casa es cuando llueve, todo lo superfluo deja de sonar. 

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