miércoles, 11 de agosto de 2021

Experimento. Miércoles, 11 de agosto

 

Miércoles, 11 de agosto. 

Leo en el New Yorker, mientras desayuno, un cuento de Cynthia Ozick que se llama The Coast of New Zealand.  En el New Yorker siempre hay un cuento de ficción pero soy una lectora de cuentos muy regulera. Los empiezo todos pero hacia el cuarto o quinto párrafo, dejan de interesarme y tras un momento breve de duda, paso página. A veces, sin embargo, uno de estos relatos me engancha y lo devoro y lo que es más importante, no lo olvido, se queda conmigo. Tengo una lista en mi memoria de alguno de ellos. Sé que este va a quedarse en esa lista. 


Cuatro amigos, tres mujeres y un hombre, se conocen durante sus estudios para ser bibliotecarios. Se hacen amigos, él se acuesta con las tres antes de terminar la carrera y comparten aficiones y charlas. Cuando acaban los estudios, él,  que es el amigo central (Inciso, en los grupos de amigos siempre hay alguien o un par de alguienes que son los importantes, y cuando digo importante no me refiero a que valgan más o se les valore más, está más relacionado con que son las personas que crean el microclima que une a esos amigos. Tener una personalidad que crea microclima para la amistad es un don y normalmente es un don que el propietario no es consciente de tener.- Fin del inciso. Vuelvo al cuento) propone un pacto que consiste en reunirse cada año, a mediados de octubre, en un restaurante griego. Durante el año prometen no tener contacto y al reunirse no hablar de sus vidas, sus amores, y demás temas rutinarios. George es, obviamente, un snob pero ese no es el tema por el que se me ha quedado pegado el cuento. 


No quiero reventar el cuento porque hay que leer a Ozick pero llevo todo el día pensando en cuantas amistades aguantarían un pacto así y cuántas podrían, al juntarse una vez al año, no hablar de sus rutinas, sus problemas familiares o laborales, o de política. ¿Cuántas podrían hablar de cosas verdaderamente importantes? (El que quiera decirme que la familia es importante blablablablabla… por favor, que me ahorre la obviedad) No lo sé. Pienso en mis amigos, mis amistades más íntimas y la relación que me une con ellos y sé que nuestra amistad aguantaría un año sin vernos y sin hablar… eso sí, al reencontrarnos lo primero sería ponernos al día y de ahí pasaríamos a lo importante sembrado de referencias a Asterix. Otras muchas de mis amistades no aguantarían porque después de un año diríamos ¿y ahora para qué? Y nos daría pereza retomar. Además yo he roto amistades de años al darme cuenta de que ya no teníamos nada en común más que un pasado remoto y legendario cuyo recuerdo era lo único que nos unía. No conservo ninguna amistad del colegio por ese motivo. 


¿Cuánto dura un pacto de ese tipo? Nos aferramos a las tradiciones, a los pactos porque nos parece que dejarlos es una traición. Cuando yo tenía catorce años, mis padres decidieron hacer una gran reforma en esta casa, una obra que iba a durar diez meses. El día antes de empezar, el domingo de fiestas en Los Molinos, convocaron a todos sus amigos y a los nuestros y preparamos un gran aperitivo. Comimos, bebimos y con un gran mazo rompimos las paredes de la casa (antes de los gemelos estuvimos nosotros). Al año siguiente, ese mismo domingo, el aperitivo sirvió para estrenar la obra con el jardín todavía como un campo de minas. Durante años, muchísimos, mantuvimos esa tradición: el aperitivo fin de fiestas. Siempre cebollas rellenas y salpicón de marisco, gente sentada por todo el jardín, unos días mucho sol, otros frío, muchas resacas, muchas risas. Un año, sin embargo, mi madre dijo: no me apetece hacerlo. Lo decía con culpa, sintiendo que si no lo organizábamos fallábamos a alguien, a nosotros mismos, a nuestros yos de todos esos años anteriores que habían mantenido la tradición. 


«Pues no lo hacemos» le dijimos mis hermanos y yo. 


Y no pasó nada. El aperitivo fin de fiestas pasó de ser una tradición a un recuerdo compartido.  


El cuento se quedará conmigo y seguiré pensando en qué ocurre cuando algo se acaba, cuando se termina y no pasa nada. En lo difícil que es dejar ir una tradición, una costumbre, un pacto, una amistad. 

4 comentarios:

el chico de la consuelo dijo...

Me precio de tener muchos amigos de la infancia y muchos mas de la carrera q parece que fue ayer pero ya hace 30 años. Nos reunimos mas o menos periodicamente y por contra de tu cuento, nos soltamos bastantes chapas sobre la familia y demás. Tenemos costumbres y tradiciones porque de alguna manera te obliga a concurrir.
No sé que pasaría si se rompieran, imagino que nada
Besos.
Ps. Lo de leer el new yorker en el porche mientras desayunas te ha quedado fino filopino. Jajaja

Di Vagando dijo...

Las tradiciones están para romperlas. No sé si alguien ha oído hablar de las REgatas de Henley aquí cerca en Oxfordshire, las tíos con americanas a rayas y eso. Bien: por fin se permite que las mujeres LLEVEN PANTALONES. 2021. Well done: "no ha sido fácil llegar hasta aquí", q diría el emético.

https://www.bbc.co.uk/news/uk-england-oxfordshire-58173881

Luego están cosas divertidas que quieres repetir y a alguien se le ocurre "hagamos tradición" de eso... pero vamos, chorrada: el día q deje de ser divertido se deja y punto.

TXELOS, q ibas a estar en el equipo "tradición" (q te "obliga" a concurrir-atención al verbo) vs. "progresión", no tenía duda :) Hagamos una tradición de vernos... en Navidades? (sorry q no pudo ser...)

muxus

di

Lo+ dijo...

cuando es tradición?? dos veces es tradición o hasta la tercera no es tradicionable?? Las tradiciones, una vez que lo son y los sujetos las bautizan como tal, son limitantes. A nadie le gusta ser el que rompe o no acata una tradición. El señalado.

Anónimo dijo...

Moli, a mí me encantan los cuentos, el formato de relato corto, precisamente por lo que evocan, por lo que provoca que "se queden contigo".
Y también me gusta cada vez más cómo escribes, qué eliges contar.
Nati