domingo, 7 de enero de 2024

Jeff y la vida deseada

Se terminan las vacaciones y puedo decir, con orgullo y un poco de asombro, que he hecho las vacaciones muy bien, fenomenal, de matrícula de honor. Si a mi alrededor hubiera jueces, como los que se sientan alrededor del tapiz en las pruebas de gimnasia o de una pista de hielo en los concursos de patinaje (únicos deportes que me interesan), me darían un 9.2 en ejecución y un 9.8 en dificultad y piruetas. Ha sido espectacular: sin prepararlo, sin comerlo ni beberlo, he tenido mis vacaciones ideales. Muchas veces leo artículos o newsletters de gente lamentándose de que en las vacaciones llevan las vidas que quisieran llevar, en sitios con vistas al mar o perdidos en el monte o en una playa en la que siempre hace calor y se puede ir todo el día descalzo o en París, Londres, Roma o Buenos Aires. A mí también me ha pasado. Quiero ser francesa o tener una cabaña en la península de Olympia o un chamizo en un lugar perdido de Grecia... pero en estas vacaciones he descubierto que yo donde quiero estar es en mi casa. 

He tenido dos semanas de vacaciones completas y se me han hecho eternas. No «eternas» de demasiado largas, ni aburridas, ni pesadas. Para nada. «Eternas» en el sentido de que cada día, al despertarme, pensaba: «Madre mía, pero si todavía es martes… Me quedan muchísimos días y me parece que llevo ya un mes». Los días han transcurrido a su debido ritmo, he experimentado cada una de sus veinticuatro horas deslizándose por mi vida despacio, con cada uno de sus sesenta minutos escurriéndose segundo a segundo hasta completar la vuelta entera y volver a empezar. Al principio fue raro; tan raro que estaba alerta, pensando que en algún momento se dispararía algún tipo de gatillo que me catapultaría de golpe al día de hoy, 7 de enero, y sin saber cómo mis vacaciones habrían transcurrido en un suspiro, sin enterarme, sin aprovecharlas y sin descansar. A partir del día 26 ya me relajé y, ahora mismo, el día 26 me parece casi tan lejano como octubre, como el primer día que me puse abrigo en ese otoño «aprimaverado» tan absurdo que tuvimos.

26, 27, 28, 29, 30, 31, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7: 13 días de vacaciones, un cambio de año, nueve horas de sueño cada día y dos o tres de lectura, paseos, películas, siestas a las cuatro de la tarde y a las siete y media, series después de comer y después de cenar, escribir a cualquier hora, ordenar, ordenarme, planificar, planear, comer roscón, compota de manzana con yogur y peladillas, escuchar podcasts a deshora y reorganizar la base de datos, desayunos tranquilos, silenciosos, tardes eternas de sofá, manta y libro, el móvil sin batería perdido por la casa. Llevar diez días los mismos vaqueros, repetir calcetines y sacar los jerseys del armario sin mirar porque me da igual de qué color sea. No he hecho nada que no quisiera hacer. No he ido a ningún sitio, ni al cine, ni al teatro, ni a cenar. No he visto a nadie que no quisiera, no he tenido ningún compromiso forzado.


«No me importa quedarme en casa. Entiendo que para mucha gente es una limitación brutal de su libertad, pero a mí me va de maravilla. El invierno es una casa tranquila a la luz de una lámpara, un paseo por el jardín para ver las estrellas brillando en una noche despejada, el rugido de la leña ardiendo en la chimenea y el olor a madera quemada [...]. Es leer tranquilamente y pasar el crepúsculo viendo películas, llevar calcetines gruesos y envolverme en una chaqueta de punto». (Invernando. El poder del descanso y el refugio en tiempos difíciles, de Katherine May)


En medio de esta relajación, casi lujuriosa por el placer infinito que me ha proporcionado, un buen día por casualidad me encontré en televisión con la película El amor tiene dos caras, de Barbra Streisand. Me tumbé en el sofá, me tapé con la manta y me puse a verla. Es una peli maravillosa en la que Jeff Bridges está guapísimo y Barbra está divina, COMO SIEMPRE. Jeff y Barbra se conocen porque él está harto de tener relaciones en las que todo se basa en el sexo y en la pasión arrolladora de las feronomas, esas en las que te pasas semanas, meses con la piel súper tersa y con el corazón en la boca todo el tiempo, en un continuo sobresalto de emoción y hormonas que luego se desinflan y te dejan en un sinvivir de angustia. ¿Quién no ha sido Jeff alguna vez? Él decide entonces poner un anuncio en el periódico buscando una pareja para una relación basada en la conversación, la complicidad… una relación para estar a gusto y tranquilo. ¿Quién no ha sido Jeff alguna vez y ha anhelado algo así? El caso es que, resumiendo mucho, la hermana de Barbra contesta por ella al anuncio y ellos acaban conociéndose y todo va fenomenal porque se lo pasan en grande juntos, les gustan las mismas cosas, charlan, charlan, charlan, se hacen compañía, se cuentan sus vidas sin la tensión del ¿le gustaré? ¿no le gustaré? ¿le pareceré un idiota? ¿le pareceré una merluza?... ¿Quién no ha sido alguna vez Jeff y Barbra? Y entonces, como están tan bien, hacen una cosa absurda que es casarse. ¿Quién no ha sido alguna vez estos dos? 


Después de casarse llega el follón, claro. Barbra está que se sube por las paredes de no consumar por fin y en una escena terrible, cuando ya están los dos metiéndose mano hasta los codos, Jeff en pleno caletón brutal la deja tirada en el suelo del cuarto porque le entra un agobio absurdísimo de que si tienen sexo se acabará esa complicidad que tienen. Jeff es memo. ¿Quién no ha sido Jeff alguna vez? Y está guapísimo pero no es idiota: tiene razón en querer mantener lo que tienen hasta ahora que es una relación estupenda, de complicidad, compañía y conversación en la que todo funciona. Que sí, que les falta el sexo que es fundamental y por eso Barbra está que se sube por las paredes, pero yo, desde mi sofá, entiendo a Jeff y su querencia por un amor tranquilo. Por supuesto, todo se resuelve bien, Barbra se marcha a casa de su madre, que la machaca (yo creo que el guionista se basó en Apegos feroces, de Vivian Gornick, para retratar esa relación, aunque también podría haberse inspirado en mí y en mi madre si me hubiera conocido) y decide no hablar más con Jeff mientras ella se somete a eso que ahora llaman un «cambio físico». Con ese cambio, mi Pepita Grillo feminista de 2023 se pone a gritar indignadísima: «¡Esto no podemos tolerarlo! ¡El patriarcado y la esclavitud de la imagen nos oprimen! ¡Esta peli es horrible!», pero de un manotazo ahogué a Pepita debajo de la manta porque no era el momento para ponerse reivindicativa. De acuerdo con que el cambio podría ser considerado poco feminista PERO Barbra al terminar se ve estupenda, le da calabazas a un Pierce Brosnan de 20 años y deja a Jeff plantado y con la boca abierta mientras ella se siente como una diosa. ¿Cómo va a ser malo algo que la hace sentir tan fabulosa? La peli acaba bien, evidentemente, con una escena maravillosa en una calle de Nueva York: él grita desde la calle, ella baja corriendo con un pijama divino, de raso, pero se pone encima su batamanta rosa guateada, de su época anterior, como diciendo «estoy divina, pero sigo siendo la misma». Ella dice «háblame» y él le dice «te quiero» y suena Turandot mientras se besan y bailan. 


Todo bien en la peli y todo bien en mis vacaciones. Han sido tan perfectas que, como Jeff Bridges, no quería que nada las enturbiara: cada mañana, al despertar, pensaba que no podía ser, que seguro que algo inesperado las chafaría. 


Mi vida ideal no está lejos, ni en el mar ni rodeada de lujo y caprichos. No quiero una vida diferente a la que tengo: lo que quiero es sumergirme en la que vivo, liberada de las obligaciones laborales y sociales. Yo quiero esta vida, tranquila y cómoda como la quiere Jeff y con batamanta como Barbra. 


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miércoles, 3 de enero de 2024

Lecturas encadenadas. Diciembre.

 

He terminado el año en un estado de placidez casi absoluto. Poco a poco he ido frenando el frenesí de los últimos meses hasta llegar casi a la inmovilidad. Los días han vuelto a tener 24 horas en las que puedo encajar todo lo que quiero hacer y no tengo prisa para nada. En este estado de paz y tranquilidad han encajado muy bien mis lecturas de diciembre. Ha sido un buen final de año lector.


Al lío:


En noviembre estuve en Milán trabajando. En el único momento de ocio que tuve paseé por la plaza del Duomo y por la Galleria Vittorio Emanuele II. Allí entré en la librería Rizzoli con la intención de ver que autores españoles tenían traducidos al italiano para poder recomendarlos a una de las personas con las que había ido a reunirme en Milán. No encontré nada interesante que recomendar (me niego a recomendar a Juan Gómez Jurado: tengo un prestigio que defender) pero, en la sección de libros en inglés, me di de bruces con la nueva novela de Paul Auster, Baumgartner. Con Paul he tenido una relación muy tumultuosa a lo largo de mi vida. Lo descubrí tarde, con treinta años, cuando mi amigo Fede me dijo: «¿No has leído a Paul Auster? Tienes que leer La música del azar». Lo compré y lo leí del tirón, me hipnotizó y hasta pasé miedo. De ahí, y como hacía en mis tiempos, me lancé a leer toda su producción. Me sumergí en la Trilogía de Nueva York, en Creía que mi padre era Dios, en Leviatán. Después llegaron La noche del oráculo, El libro de las ilusiones y Brooklyn Follies. Guardo un especial recuerdo para El Palacio de la Luna por la mejor descripción que he leído nunca sobre una buena conversación: 


«Poco a poco me fui relajando y entrando en la conversación. Kitty tenía un talento natural para hacer hablar a la gente y resultaba fácil charlar con ella, sentirse cómodo en su presencia. Como me había dicho el tío Victor hacía mucho tiempo, una conversación es como tener un peloteo con alguien. Un buen compañero te tiraba la pelota directamente al guante de modo que es casi imposible que se te escape: cuando es él quien recibe, coge todo lo que lanzas, incluso los tiros más erráticos e incompetentes. Esto es lo que hacía Kitty».


Y luego llegó el desamor. Paul escribió Invisible y yo, después de leerla, tuve que escribirle una carta diciéndole que lo nuestro se había acabado. Decidí que si quería que lo nuestro quedara por lo menos como un buen recuerdo no iba a leerle más. Pero, pero, pero… Paul publicó después el maravilloso Diario de invierno y volvió a enamorarme. No volvió a ser como antes pero, por lo menos, nos seguíamos gustando en la distancia. Ese gustarnos a distancia fue lo que me llevó a comprar Baumgartner y ha sido un reencuentro maravilloso. 


Baumgartner es el protagonista de la novela. Tiene unos 70 años, es profesor y escritor y vive solo desde que hace diez años se quedó viudo. En la novela no pasa nada más que el recuento de sus días llenos de nimiedades, pensamientos, deseos, recuerdos, ilusiones, pequeños problemas, indisposiciones físicas poco importantes pero molestas, recados y preocupaciones. Nada grave, nada especial pero todo importante porque esos pequeños detalles construyen quiénes somos, cómo somos y la vida que vivimos. La maestría de Auster está en saber contarlo y hacerlo interesante, casi apasionante. Justo ahora, mientras escribo esto, pienso que de alguna manera esta novela se parece a La luz difícil, que leí hace nada, por eso mismo, por la construcción de una vida a partir de detalles cotidianos. Las dos tienen ese peso casi táctil que hace que como lector veas las casas, sientas la luz que entra por la ventana o la temperatura del agua que sale del grifo de la cocina, escuches la tarima del suelo crujir. Los dos libros comparten también el tener como protagonista a hombres mayores con vidas llenas de ilusiones y proyectos que los mantienen pensando en el futuro, enfrentados a la idea generalizada que tenemos de la vejez los que aún no hemos llegado allí. Baumgartner está justo en ese momento, pero se da cuenta de que no es así: todo sigue importando. 


“Does an event have to be true in order to be accepted as true, or does belief in the truth of an event already make it true, even if the thing that supposedly happened did not happen?” 


Este año volveré a Auster. 


Un amor cualquiera, de Jane Smiley, llegó a mi casa por un envío de Sexto Piso Editorial. Después de lo muchísimo que me gustó La edad del desconsuelo quería reconciliarme con ella después de que Heredarás la tierra me gustara regular. 


Un amor cualquiera se encadena con Baumgartner en que aquí también nos encontramos con la narración de las menudencias del día a día, las pequeñas cosas que pasan en una vida y que para un observador externo no significan, pero que a cada uno, en su vida, le sirven para entender, entenderse y construir la convivencia con los demás. La protagonista de esta novela es Rachel, tiene 52 años y cinco hijos, dos de ellos gemelos. Hubo un tiempo en el que vivió alejada de ellos porque al confesarle a su marido una infidelidad él se los llevó a Inglaterra, lejos de ella. Los dos días que retrata la novela están llenos de las interpretaciones que Rachel hace de los gestos de sus hijos, de cómo ella sabe si están contentos, tristes, preocupados o a punto de saltar. Sabe lo que callan, o cree saberlo, y lo que calla ella por amor o para evitar un dolor o una discusión. Ese difícil equilibrio de comunicación entre madres e hijos, ese amor complejo, que oscila entre el infinito y el desprecio, ese saber y no poder decir, todo eso está muy bien descrito por Smiley. Y eso es lo que más me gusta de ella: que, en ninguna de sus novelas, se ahorra el asomarse a lo que más nos escondemos a nosotros mismos en nuestras relaciones con los que queremos: los momentos en los que no los queremos. 


«Tengo 52 años, que es la edad en la que, al parecer, tus hijos y los amigos de tus hijos de pronto quieren usurpar toda la sabiduría y experiencia que, en su día, no creyeron que tuvieras y que ahora les resulta de gran utilidad».


Leed a Smiley pero, repito, empezad por La edad del desconsuelo y luego éste. 


Terminé el mes y el año releyendo Winter, de Rick Bass, el libro que me hubiera gustado vivir y escribir. He vuelto al Valle del Yaak para encontrarme con el invierno que aquí no tenemos y que mi cuerpo pide a gritos. Las últimas tardes del año las pasé en ese valle, preparándome para el invierno y esperando la nieve. 


«I´ll never get used to snow —how slowly it comes down, how the world seems to slow down, how the world seems to slow down, how time slows, how age and sin and everything is buried. I don´t mind the cold. The beauty is worth it» 


Dicen las predicciones que el Día de Reyes nevará en Los Molinos, no quiero hacerme ilusiones. 


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domingo, 31 de diciembre de 2023

Mil palabras para recordar el 2023

En 2023 subí a La Peñota dos veces y volví a México veinticinco años después.
Se murieron Tuca y Turbón y todavía, casi seis meses después, me sorprendo cerrando la puerta del jardín «por si se escapan los perros». Vi por primera vez El cazador y releí Crimen y castigo.  En 2023 me volví una madre con dos hijas mayores de edad. Cumplí 50 años y celebré un fiestón espectacular, en febrero en el jardín, con chimeneas y estufas de calor que casi no hicieron falta cuando nos pusimos a bailar. Cerré la fiesta bailando y cantando con mis hijas American Pie, la canción que cerraba siempre El Pilón cuando tenía la edad que tienen ahora ellas. Por fin me hice con mi trabajo nuevo, llegué al momento en que dejó de ser nuevo y se convirtió en algo de estar por casa que no aprieta, no incomoda y en el que sé cómo moverme. Escribí un texto para una exposición.He subido cinco veces a Cicely y he descubierto que mucha gente cree que mi pueblito perfecto se llama así, de modo que ya sé que hay mucha gente con poca cultura televisiva de los 90. Empecé a ver Doctor en Alaska y ya estoy en la cuarta temporada. Entre medias he visto Slow Horses, The Bear, Blue Lights y poca cosa más: cada vez veo menos televisión. Fui a ver Barbie y me pareció un truño aburridísimo, sobrevalorado y una tomadura de pelo, pero me encantó Ryan Gosling, por supuesto. Vi la última de Indiana Jones y me lo pasé bien. He leído treinta libros y si tuviera que recomendar sólo tres serían La luz difícil, In. y Volver la vista atrás. Lloré en la toma de posesión de Mónica como ministra. Estuve en la fiesta de Marcelo en San Pablo de los Montes y tomamos cava de Almendralejo en un mirador con vistas al Parque Nacional de Cabañeros. Di una charla en el Liceo Francés y otra en Kinépolis para mil adolescentes que se titulaba «Tú no lo sabes pero quieres ser editor de audio». Organicé una reunión de socios europeos en nuestras oficinas, que duró tres días y en la que yo era la persona de mayor edad. Viajé a Milán, Roma y Bruselas y no paré de hablar en inglés. Llevé a mis hijas a París. Y con ellas y con Juan volví a La Provenza ocho años después para hacer/ver las mismas cosas pero de una manera diferente. Llevé a unos americanos a Segovia y al Museo del Prado. Casi me mato en un canchal lleno de nieve pero no me puse histérica y estoy muy orgullosa de ello. Casi me mato en un canchal sin nieve, pero tampoco me puse histérica. Dos canchales diferentes. Vi Old boy, la película con el malo más malvado que he visto nunca. Odié Mirafiori, Fortuna y Aftersun, muy aclamadas por un público con el que claramente no comparto criterio. En mi calle reventaron las aceras y el asfalto tres veces en diferentes ocasiones a lo largo del año para obras variadas que, por lo visto, a nadie se le ocurrió hacer de golpe. Empecé a ir en bici al trabajo y ya casi no me da miedo. Se murió nuestra vecina y nos enteramos dos meses después. Dije adiós a la etapa colegial de mis hijas casi con más alivio y alegría que cuando fui yo la que dejó el colegio. Discutí con Juan por la monarquía, los referéndums y la manera de colocar las cosas en el maletero. He comido cinco veces en uno de mis restaurantes favoritos; tantas, que ya me dijeron «vienes tanto que ya es difícil sorprenderte». Clara cumplió 18 y le escribí 50 cartas para celebrarlo. Me operaron para quitarme un bulto que tenía en la espalda y me compré ropa nueva con mi nueva talla de pecho. Publiqué en SModa, en Babelia y en EL PAÍS. «¿Tú eres Molinos, verdad?», me dijo Pepa Bueno al encontrarse conmigo en el estudio de Miguel Yuste. Salí en la lista de quinientas mujeres más influyentes de España entre Ana Rosa Quintana y Nuria Roca. Ja. Soñe varias veces con jubilarme y aún más frecuentemente con ir desnuda por la calle. Voté por correo una vez y otra acompañé a mi hija en sus primeras elecciones. He hecho ejercicio por la mañana una media de 4 días a la semana y lo he odiado todas y cada una de las veces. Una seguidora me regaló una camiseta con la frase «Desde tan abajo no explico» y le estoy dando vueltas a hacer una tanda de camisetas para vender/regalar. Llegué a la fiesta de Carlos y me dijeron «esta noche te van a acosar», me asusté pero luego resultó que el «acoso» era amigable y venía por parte de dos fans de Cosas que (me) pasan que me leen desde Luxemburgo. Me encontré con otra fan en el aeropuerto de Bruselas y otra más en la oficina de Correos de mi barrio. En Bruselas di un taller en inglés sobre monetización de podcasts y un desconocido me regaló tres bombones por responder a todas sus preguntas. Escribí el diario del viaje a París y el de La Provenza. Le regalé a Juan Tallón un libro con dos escritores famosos en bolas en la portada y aprovechó para sacar de ahí una columna. Yo he sacado este texto de copiarle a él la idea. Nos fagocitamos o, mejor, nos inspiramos. Sobre todo cuando no estamos discutiendo. Estuve en Viso del Marqués y en Calatrava la Nueva. Me hice un perfil genético. Pinté la piscina enterita y volví a sentir la emoción del primer llenado del verano. Casi me baño en bolas en un torrente glaciar, casi. En un podcast trabajé con argentinos y de ellos aprendí la palabra enrostrar. Dejé un cuaderno y una pluma en mi mesilla y casi cada noche he anotado algo en él. 

Mil palabras para recordar el 2023.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Podcats encadenados: lo mejor del año



Estamos en mi época favorita del año, la «semana muerta», esos días que van de Navidad a Reyes en los que todo (si has hecho bien la vida social) se para y puedo estar en casa tranquila, sin obligaciones ni prisas. El año pasado escribí esto sobre estos días: «La semana muerta me protege, crea un tiempo y un espacio en el que lo que predomina es la tranquilidad, tanta que adormece. Al principio, la mañana del veinticinco, es raro acostumbrarse a esa ola de calma que lo envuelve todo y me cuesta habituarme pero, después de la comida de Navidad, ya estoy hecha a respirar dentro de la ola y deslizarme casi como si nadara, sin rozar con la rutina diaria y sus esquinas. Incluso las tareas de la casa (cocinar, limpiar, tender, planchar) en la semana muerta me resultan acogedoras. 

Acolchada. Eso es. En la semana muerta el tiempo, el espacio, mi casa, mis relaciones, el trabajo, todo está acolchado, mullido».


Aprovecho esta semana para publicar mi lista de mejores podcasts del 2023 en inglés. Si quieres leer mi lista de mejores podcasts en español del año, la publiqué en Babelia y no voy a repetirla aquí, que me aburro. Si no hablas inglés, no importa: puedes leer la lista entera solo para entretenerte y hacerme feliz: ¿Acaso tienes algo mejor que hacer en la semana muerta? Sé que a lo mejor no escuchas podcasts, que quizás no hablas inglés, pero me encantaría conseguir que leyeras esto hasta el final, como cuando yo leo críticas de restaurantes a los que sé que jamás iré, o de películas que jamás veré, solo porque el que escribe me hace pasar un buen rato.

1.- The Retrievals

He dado tanto el coñazo con este podcast que ya me da hasta vergüenza. Es de Serial y The New York Times. Empieza así: “The women are seeking fertility treatment for a variety of reasons. They’ve had a couple of miscarriages, and they’re pushing 40. They don’t have fallopian tubes, or they need sperm. All of them wind up at the fertility clinic at Yale University”. La voz de la narradora Susan Burton llega a tus oídos de golpe, sin sintonía y sin presentarse. Lo que Susan nos está contando, en un relato en presente (suelo estar en contra de narrar en presente) crudo, aséptico y frío es la historia de esas mujeres, primero con su voz, como ya he dicho, limpia de cualquier juicio o interpretación; y luego a través de los testimonios de esas mujeres, de esas pacientes. Ellas narran cómo fueron las extracciones (the retrievals) de sus óvulos y el insoportable dolor que soportaron, un dolor inimaginable. Un dolor que las deja dobladas y llorando durante días. Un dolor que las hace sentir débiles, no válidas, quejicas y, sobre todo, incomprendidas; porque cuando lo verbalizan la respuesta que reciben es incredulidad en el mejor de los casos y desprecio en el peor: «eres una floja». No lo cuentan, no se quejan, porque les dijeron que «esto no duele»; así que no se sienten autorizadas para decir «esto ha sido el dolor más terrible que he sentido en mi vida». Llegan al punto de dudar de lo que sienten porque les han dicho que no podían sentirse así. Por supuesto, tenían razón al quejarse, al decir que les dolía muchísimo. Una de las enfermeras de la clínica de Yale, adicta al fentanilo, había estado robando la droga y sustituyéndola por suero. Es decir, las estaban clavando una aguja gigante en el útero ¡sin anestesia! Desde ahí el podcast abre un montón de hilos que van más allá de este caso particular. Se habla de, y sobre todo se siente, esa incomprensión médica hacia el dolor femenino. Se habla de racismo y de rabia, de la presión que el hecho de ser madre supone para muchas mujeres. Lo más impresionante de este podcast, más allá de la historia (que es brutal), es que si lo diseccionas nada está dejado al azar: tanto manera de introducir el relato como la elección del tono de la narradora (crudo, completamente aséptico); el momento justo en el que se menciona por primera vez «las mujeres» y cómo poco a poco vamos sabiendo más detalles de las vidas de cada una de ellas… Cada porción de información está colocada en el lugar preciso y en el momento justo, construyendo una narración perfecta. Nada está dejado al azar y tú, como oyente, quizá no percibas esa construcción; pero si eres un poco friki, como yo, y te tomas la molestia de analizar cómo te sientes en cada momento de la narración, qué piensas o qué recuerdas al terminar el episodio, verás esa estructura maravillosamente diseñada. No sé las horas y horas y horas de trabajo que hay detrás de lo que nos llega a los oídos. Mención aparte merecen la música y el arte que han escogido. Es un producto redondo: huele a hospital, a dolor, a rechazo, a soledad, a vergüenza, a rabia. Si solo vas a escuchar una cosa en inglés este año, que sea The Retrievals.

2.- Field trip

Otro que he recomendado hasta volverme cansina. Los parques naturales de Estados Unidos son algo tan impresionante que cuesta describirlos. Ninguna fotografía o vídeo que puedas ver por la red hacen justicia a la realidad. En imagen puedes percibir una mínima parte de su belleza, pero las sensaciones que tienes cuando los visitas son indescriptibles: la inmensidad, lo salvaje, la naturaleza con todo su poderío e indiferencia hacia nosotros, la soledad. Digo que son indescriptibles o eso pensaba yo hasta que este verano escuché este podcast producido por The Washington Post. Lillian Cunningham, periodista, nos lleva de viaje por cinco parques naturales de Estados Unidos, explicando en cada uno de ellos un problema al que se enfrentan estos espacios protegidos. Tenía mis reservas al empezar a escucharlo porque me daba miedo que fuera un canto al ecologismo, algo demasiado buenrollista y que fuera aburrido. Como siempre digo, hay que saltar por encima de las reservas que uno tiene porque, muchas veces, te mantienen alejado de cosas que merecen muchísimo la pena. No me esperaba lo que Cunningham ha conseguido hacer: transportarme a cada uno de esos parques, estar allí, sentir el viento en Yosemite, la arena caliente del White Sands National Park, ver a los bisontes en Glacier Park, agobiarme por la humedad en los Everglades y disfrutar del frío cortante en Gates of the Artic en Alaska.  Es un podcast espectacular y bonito. De él me ha gustado todo. Por ejemplo, el último episodio, en Alaska, comienza con la llegada de la periodista al parque. Se escuchan las hélices del hidroavión que la ha dejado allí y las gotas de lluvia que caen en su impermeable. «Algo de lo que me doy cuenta después de unos minutos es que mi oído ha empezado a cambiar. En vez de filtrar el ruido, busco el sonido». Se escuchan sus pasos, la llamada de un pájaro, «la inmensidad hace que sea más fácil fijarse en los detalles». Es una escena construída con el sonido, sutil, y la escritura. Es perfecta. Después, mientras se sigue escuchando la lluvia, introduce al personaje que la acompañará en el episodio con estas palabras: «John tiene pinta de poder estar aquí todo el día sin inmutarse. Lleva puesto un grueso impermeable amarillo pero no se ha puesto la capucha. Sus hombros están relajados. Mirándole parece que esta lluvia fría es una ducha caliente». Y después silencio mientras seguimos escuchando la lluvia. No sabes cómo es John, si es alto, bajo, gordo, flaco, si tiene 25 o 50 años… pero con esa descripción, lo ves. Field Trip es un viaje sonoro y mental precioso. Cada uno de los episodios es un auténtico placer, un regalo de escucha. Es además un podcast al que volver porque se siente como un lugar feliz.


3.- Ghost Story 

De primeras, este podcast de Wondery y Pineapple Street me resultaba poco atractivo: cualquier cosa que se estrene pegado a Halloween y tenga que ver con terror, fantasmas, miedo o fantasía me da casi tanta pereza como ver cantar a Rosalía. Pero me lancé a él y me lo pasé tan bien. ¿De qué va? Pues el narrador, Tristan Redman, no cree en fantasmas, como yo, como (espero) tú y como cualquiera con dos dedos de frente; pero recuerda que en la casa en la que vivió en Londres hace muchos años, en su habitación, pasaban cosas raras por las noches: las cosas se movían de sitio y él tenía siempre una sensación extraña. Un buen día, años después, cuando va a esa casa con su novia, ésta pregunta si puede invitar a su abuelo que está en la ciudad. Cuando el abuelo llega, dice: «anda, qué curioso, nosotros vivíamos en la casa de al lado cuando yo era niño. En esa casa mi tío mató a mi madre y luego se suicidó cortándose el cuello». De todas las casualidades que te pueden ocurrir en la vida creo que ésta debería estar en el top 3. La cuestión es que tiempo después, mucho, cuando Tristan lleva ya años casado con esa novia, vuelve a esa historia porque se encuentra con un vecino que le comenta que otras familias que vivieron después en esa casa también le hablaron de experiencias extrañas en esa habitación. Con todo esto, Tristan decide investigar la historia de su familia política, saber qué ocurrió aquella noche de noviembre de 1937 cuando la bisabuela de su mujer fue asesinada de dos tiros en los ojos por su hermano, veterano de la I Guerra Mundial. El personaje fundamental de la historia es el viudo, John Dancy, conocido en la familia por el apodo de “Feyther”, que es para toda la familia una especie de héroe inspirador y legendario. ¿Puede ser el asesino? El podcast se desarrolla en ocho episodios con constantes giros de guión que obligan al oyente, a ti, a cambiar de idea. Pasas de estar convencido de que es el asesino a pensar que no, que es imposible, admiras a Feyther para luego creer que a lo mejor oculta algo, tienes dudas, vas, vienes y, lo importante, por el camino estás entretenidisimo. Además, como buena serie poblada de personajes ingleses, es fascinante ver cómo se aferran a las creencias ancestrales, a la tradición; y que para ellos es una debacle contemplar la posibilidad de que algo de su pasado no sea tal y como ellos creen.


4.- Svetlana! Svetlana! 

Este podcast tuvo un éxito sin precedentes cuando lo recomendé en mayo, así que aunque tiene algún que otro fallo tenía que estar en esta recopilación. Es de iHeartMedia y está presentado por Dan Kitrosser. Antes de escucharlo yo sabía que Stalin tenía una hija, pero no sabía que se llamaba Svetlana ni nada más sobre ella. Escuchando a Kitrosser descubrí que la vida Svetlana Stalin fue increíble: su trayectoria vital, los viajes, las relaciones; sus reacciones son tan descabelladas que si te las presentaran en un guión de cine dirías: «¡Anda ya!». Dan Kitrosser es dramaturgo y llegó a la historia de Svetlana a partir de un libro que cayó en sus manos y que trataba de la vida dentro del grupo Taliesin Fellowship. ¿Qué es esto? Una especie de comuna, reunión u organización que se creó en torno a Frank Lloyd Wright. ¿Qué tiene que ver Svetlana con esto? Pues es que no os lo puedo contar porque os reventaría la historia, pero a partir de ahí Kitrosser reconstruye toda la vida de la llamada «princesa soviética», desde su tierna infancia en Moscú hasta su muerte en 2011 a los 85 años de edad. Kitrosser es una especie de Boris Izaguirre: es inteligente, divertido, ingenioso, con un sentido del humor muy punzante y una fantástica ironía. Es también un poco histriónico y creo que su tono es el contrapunto perfecto para la historia de Svetlana. Son 10 episodios de unos 30 minutos y, aunque es verdad que los dos últimos podrían haberse resumido en uno solo, para cuando llegas allí ya le tienes tanto cariño a los dos (al host y a la protagonista de la historia) que te quedas hasta el final.


5.- People Who Knew Me

Voy a meter esta ficción en la lista porque cinco meses después de escucharla sigo recordándola y eso la hace merecedora de estar aquí. Es un contenido bastante adictivo, parecido a las películas de sobremesa de fin de semana o una serie de televisión de esas con una trama un poquito increíble pero a la que te enganchas con fervor. People Who Knew Me es una ficción de la BBC protagonizada por Rosamund Pike (sí que sabes quién es: pincha y lo ves) y Hugh Laurie (sí, el Dr. House) basada en una novela. Tiene diez episodios de 15 minutos de duración que, si te animas a escucharlos, puedes devorar del tirón y no como yo, que agonicé durante cinco semanas para tener mi dosis semanal de drama. La historia que cuenta es la de Connie, una mujer que finge su propia muerte en el 11S y se lanza a tener una nueva vida. No he destrozado nada porque esto se cuenta en los primeros 30 segundos del episodio. Desde esa nueva vida, en la que pasan cosas, claro, descubrimos quién era Connie antes y por qué tomó esa decisión tan radical. Hay pocos personajes, la trama se sigue sin problema, hay amoríos (obvio) y no contiene grandes efectos sonoros que te distraigan. Es adictiva, entretenida, engancha y es perfecta si quieres escuchar una ficción que sencillamente te distraiga. Los actores, además, están estupendos.


6.- Think Twice: Michel Jackson

A este podcast llegué por devoción al medio, porque Jackson es un personaje que jamás me gustó. Mi amiga Almudena era devota del llamado “rey del pop”, tenía su cuarto lleno de pósteres, se sabía todas las canciones y lo adoraba, mientras que a mí siempre me dió repelús. Por eso, decidirme a escuchar este podcast de Audible y Wondery fue una cuestión de fe, profesionalidad y confianza en unos de los hosts, Leon Neyfakh, al que ya conocía de otros trabajos. Es un podcast muy serio, muy bien escrito y equilibrado. Nos cuentan la historia de Jackson empezando por la mitad, cuando en 1993, a punto de empezar a rodar una película de terror con Stephen King, las primeras acusaciones de abusos sexuales saltaron a la prensa. Desde ahí, Leon Neyfakh y Jay Smoot, el cohost, recorren la vida de Jackson a través de múltiples testimonios de periodistas, policías, amigos del cantante, gente que trabajó para él, que trabajó con él, testimonios de la época. He dicho que recorren su vida pero también, y esto es fundamental, nuestra vida. Quiénes éramos como sociedad, sobre todo en los 80 y los 90. Merece especial mención la difícil narración a dos voces, siempre compleja, que Neyfakh y Smoot llevan con especial suavidad y cadencia sin que rechine en ningún momento. Por supuesto si, como yo, conocías la historia de Jackson por titulares y cuatro vaguedades, este podcast es una manera fantástica de conocer toda su vida con una perspectiva muy poliédrica, mostrando todos los hechos.


7.- Frontlines of Journalism

Otro podcast que traigo porque desde que lo escuché no he dejado de pensar en él. No se parece a ningún otro de esta lista porque es un podcast de metaperiodismo. No cuenta una historia, es una reflexión sobre qué y cómo deben contar los periodistas en estos tiempos en los que han dejado de tener el monopolio de la información, en el que cualquiera con un móvil puede ser noticia y copar portadas y atención, en el que su oficio ha caído en descrédito (a menudo por su culpa) y mucha gente desconfía de los medios de comunicación. Jeremy Bowen, periodista de Internacional de la BBC reflexiona a lo largo de 10 episodios de 10 minutos sobre cosas como: ¿Qué es la verdad? ¿Se puede ser neutral? ¿Ser imparcial debe ser el objetivo del periodismo? ¿Qué peso debe tener tu historia en lo que cuentas? ¿Quién paga la información? Es un podcast imprescindible si eres periodista y también si no lo eres. Hay que saber qué está ocurriendo con el periodismo en la sociedad en la que vivimos.


8.- Wiser Than Me with Julia Louis-Dreyfus

En general no soy muy fan de los podcasts conversacionales (prefiero dedicar mi tiempo a los narrativos), pero Wiser Than Me tenía que salir en esta lista. Es un conversacional con un tema y está enfocado en su planteamiento: eso ya lo diferencia del 99% de los conversacionales tanto en inglés como en español. El enfoque es entrevistar a mujeres mayores que la actriz de Seinfeld, que tiene ya 62 años. En esta primera temporada han pasado por aquí Jane Fonda, Fran Lebowitz, Isabel Allende, Amy Tan, Rhea Perlman… Escuché todos los episodios y en todos me encontré sonriendo, asintiendo o sorprendiéndome, cosas que es rarísimo que me pasen escuchando entrevistas. Aprendí con Diane von Furstenberg que mejor que preguntar «¿cuántos años tienes?» es preguntar «¿cuánto has vivido?». Estoy deseando que empiece la segunda temporada.


9.- Holy Week

De toda la lista este es el podcast más serio. Me parece una obra maestra. De Martin Luther King Jr. yo solo sabía que fue asesinado, que poco después mataron a Bobby Kennedy y que en su honor en Estados Unidos es festivo el tercer lunes de enero. Escuchando Holy Week, de The Atlantic, aprendí tantísimo que dio vergüenza la enormidad de mi ignorancia; y eso que el podcast solo se centra en una semana: los siete días siguientes al asesinato de King el 4 de abril en 1968. 

No es un true crime. De hecho, sobre el asesinato no se cuenta apenas nada: solo cuándo ocurrió. ¿Qué sucedió cuando mataron a King? ¿Qué fuerzas se desencadenaron? ¿Qué problemas políticos? ¿Qué esperanzas desaparecieron? El primer episodio es una obra maestra, llevándonos a esa semana, a ese día, cuando había otras noticias importantes que, sin embargo, desaparecieron por la magnitud del asesinato. La música, el tono, el guión, los testimonios… Todo está enfocado al propósito de transmitir una idea: ¿qué hubiera pasado si no le hubieran matado? Toda la narración, esos siete días, se construyen con las historias particulares de personas normales y corrientes que no sabían que estaban viviendo un momento histórico y que los detalles de su vida (qué llevaban puesto, cuándo vieron por última vez a un ser querido o con quién hablaban por teléfono cuando se enteraron de la noticia) formarían parte de su memoria de esos días. Esta manera de tejer el sustrato de la información ya lo trabajó igual el equipo de Holy Week, incluido su host Vann R. Newkirk II (mis respetos a alguien que pone el «II» siempre en su nombre), en Floodlines, otro podcast de The Atlantic que ya recomendé con entusiasmo hace algunos años. No voy a engañar a nadie: es un podcast «para mayores». Es un podcast perfecto en el que no quiero dejar de señalar una cosa: en los ocho episodios los efectos de sonido son casi inexistentes, pero todo está construído a partir de una música que recrea el ambiente, que lleva al oyente a aquellos días, a la tensión, la sensación de incertidumbre, el vértigo y la incredulidad, las protestas, la desilusión y el fin de la esperanza. La música es de Julius Eastman interpretada por Wild Up y no fue creada por el podcast lo que hace aún más impresionante el encaje perfecto entre narración y música. El arte y la web son también magníficos y hay transcripción de todos los episodios.


10.- Nightwalk. Termino esta lista con un podcast pequeño y más experimental: una miniserie de 4 episodios del podcast Constellation Prize que es una monería. Es original en el buen sentido de la palabra (y no como cuando tu prima decide que en su boda en segundas nupcias su vestido va a ser del mismo color que el de su marido porque eso les parece «original y divertido», cuando no es más que hacer el mamarracho), interesante, profundo e intenso, también en el buen sentido de la palabra (y no como cuando tu amiga del colegio, después de divorciarse, decide hacerse coach emocional para sanar vidas). 

Bianca Giaever tiene un abuelo y una abuela. Tendrá más, pero estos son los que aparecen. El abuelo tiene más de 90 años, nunca ha sido religioso, no cree en nada y para él la vida es sencillísima: no puedes evitar nada de lo que te va a pasar, así que no hay que preocuparse. La abuela vive sola en Eslovaquia y, cuando Bianca la visita por primera vez, lleva diez años sin salir del apartamento en el que vive porque las rodillas la matan de dolor. La abuela, además, no habla inglés; pero tiene la casa llena de fotos de Bianca y su hermano, que nacieron en Seattle y son estadounidenses. Bianca tiene como foto favorita una en blanco y negro de su abuela diciéndole adiós desde la ventana el día que se fue. 

¿Qué papel juegan los abuelos en Nightwalking? Poco, no son importantes para la trama, si es que hay alguna, pero quería traerlos aquí porque los cuatro episodios están llenos de detalles así que, si no estuvieran, no se echarían de menos pero que, al estar, dan una textura y complejidad a la historia que la enriquece y la diferencia. ¿De qué va entonces el podcast? Pues Bianca, en plena pandemia, se aburre como todos. Pero ella tiene la suerte de, en el verano de 2020, poder salir de Brooklyn e irse a pasar el verano a una cabaña en Vermont con su compañero de piso. Allí se aburre igual, pero está en el campo y, como es joven, entra en una crisis existencial del tipo: ¿Quién soy? ¿En qué creo? ¿Me voy a quedar toda la vida sola? Sé que todo esto suena de pereza máxima PERO, contra lo que todo parece indicar, Bianca no es una petarda y cae bien. Por una serie de cosas que no voy a reventar, acaba compartiendo un reto con una poeta famosa: Terry Tempest Williams. Durante catorce noches saldrán a dar un paseo nocturno y, al volver a casa, escribirán una carta que se mandarán por correo electrónico y, obvio porque esto es un podcast, también se grabarán leyendo. A partir de esta idea, tan de pandemia, Bianca teje cuatro episodios llenos de reflexiones, anécdotas, historias y dudas; con un diseño sonoro muy interesante y que funciona como he dicho al principio: como una monería, como esa pieza de cerámica que compras en un viaje y te da gusto mirarla en tu estantería. 


El otro día, cuando me saltó el resumen anual en mi aplicación de podcast, descubrí que en 2023 he escuchado 268 podcasts diferentes y 1166 episodios (enteros 1103). La verdad es que me asusté: es una barbaridad. Lo bueno es que tanta escucha me permite recomendar con criterio o, al menos, pretender que lo tengo. 


Entrando aquí está en Spotify la lista de Podcasts encadenados.

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