domingo, 4 de febrero de 2024

Tinteros y loros

 

El otro día me puse los dedos perdidos de tinta negra al terminar las últimas escurriduras de un tintero que compré antes de la pandemia. No es que escriba poco a mano (llevo dos plumas siempre cargadas de tinta), es que un tintero es algo que dura muchísimo, mucho más de lo que esperas. El caso es que, mientras me resignaba a pasar el resto del día con los dedos como si fuera un periodista de principios del siglo XX con visera y tirantes, pensé en cómo la percepción del tiempo es elástica y variable. Me acordé entonces, mientras enjuagaba el tintero y el lavabo se ponía casi más negro, de que los loros viven 70 años. Este es un dato que mi cabeza almacena porque cuando lo conocí hace un par de años me pareció escandaloso. No por los loros, claro (me parece bien que sean animales longevos), sino por la gente que tiene loros en casa. ¿En qué estás pensando cuando te compras un animal que va a vivir más que tú? ¿Cuánto quieres a un animal para pensar que es buenísima idea que viva 60 años en una jaula encima de tu radiador? En cualquier caso, mientras por fin el lavabo volvía a estar limpio y yo decidía si el tintero debía ir al contenedor de vidrio, a la basura o tenía que aprovecharlo para algo, los 70 años de un loro y los cuatro años que me he tirado escribiendo con tinta negra grafito me parecieron periodos de tiempo similares. ¿En qué? En que realmente no sabes lo largos que se te van a hacer hasta que llegas al final. 


Un tintero dura muchísimo. A mí, que todos los días escribo a mano bastante, me ha llevado cuatro años terminarlo. Y confieso que ya estaba aburrida de ese tono. Llegué al grafito después de otros tantos años escribiendo con verde musgo y el cambio vino, claro, porque me aburrí de ese color. Podría comprarme varios tinteros con diferentes colores pero eso, lejos de solucionar el problema, lo multiplicaría: tendría varios tinteros abiertos y todos ellos, al no tener dedicación exclusiva, durarían no cuatro sino cinco, seis, siete o quizás, horror, una década. «Lo mismo se estropea». No, la tinta no se estropea y lo sé porque hace poco, para una pluma que utilizo solo en casa, abrí un tintero azul turquesa que me regalaron unas amigas cuando cumplí 40 años. Ahora me enfrento a un dilema. Tengo muchísimas ganas de correr a la papelería y pasar un buen rato eligiendo color. Me apetece mucho un azul oscuro que siga siendo azul y no parezca negro sobre el papel pero también tengo ganas de volver al verde o de retomar el rojo o el granate oscuro. Pero ¿queda serio, cuando escribo a mano en reuniones y demás, escribir en rojo sangre como si fuera una muchachita romántica y pasional o fingiera serlo? ¿Sigo con el negro que siempre otorga seriedad y peso a lo que escribes? Tengo ganas de eso pero, por otro lado, me puede la prisa por terminar el tintero azul turquesa. Pienso: si en vez de usarlo solo en casa, cargo también las dos plumas que uso para trabajar, puede que este tintero, en vez de durar cuatro años, dure 2 y entonces, libre del cargo de conciencia de tener tinteros sin terminar, podré elegir con libertad y tranquilidad un nuevo color para mis letras. 


Toda esta reflexión sobre loros y tintas se extendió a lo largo de toda mi jornada. En algunos momentos me parecía que si seguía ese hilo, a todas luces bastante estúpido, quizás llegaría a alguna conclusión brillante que me permitiera escribir algo decente. «Tiempo, tiempo, tiempo… » ¿Qué más me viene a la cabeza sobre esto? La percepción del tiempo, cómo las cosas se nos pasan volando o increíblemente lentas dependiendo de un montón de factores que no siempre tienen que ver con el famoso «si te lo estás pasando bien se pasa antes» y así, siguiendo ese caminito de absurdeces pensé en el día, hace un par de años, en el que un regidor de un concurso de televisión me dijo: «Hagas lo que hagas, no mires cuánto tiempo te queda en el marcador, concéntrate en responder las preguntas». Como la mujer de Lot, no le hice caso y no gané 30.000 €. ¿Por qué no le hice caso? Pues no lo sé, supongo que porque entré al plató convencida de que no iba a ganar y entonces ¿para qué no mirar si me quedaban 10 segundos o 14? ¿Cuánto duran 14 segundos? ¿De verdad se pueden ganar 30.000 € en ese tiempo? Lo que nunca hago, sin embargo, es mirar cuánto tiempo queda de una videoreunión. He descubierto, para mi regocijo, que los europeos con los que llevo trabajando desde junio cuando ponen una reunión de 30 minutos, tras esa media hora se despiden y terminan. Y lo mismo ocurre si duran una hora. Esto me ha pillado completamente por sorpresa porque llevo años teniendo videollamadas con españoles que o bien resultan interminables o bien acaban por el goteo de abandonos de sus participantes, cuando tras hora y media de cháchara absolutamente improductiva empiezan a decir «he de dejaros que tengo otra reunión». Con los europeos, mi táctica para no sentir el tiempo pasar tan despacio que casi me noto crecer el pelo, es no mirar nunca el reloj, mantener mi mirada lejos del reloj de la pantalla y concentrarme en cualquier otra cosa (preferiblemente el contenido de la reunión, pero esto no es siempre posible). Con esta táctica he descubierto que una hora, a veces, se me pasa en treinta y cinco minutos. La absurda sensación de ganar minutos que ya no existen me pone contenta. Las reuniones en persona desatan en mí otras sensaciones: pereza extrema minutos antes de empezar, deseo con todas mis fuerzas que el resto de participantes hayan caído presa de una virus estomacal, que me llame mi portero para explicarme que me he dejado un grifo abierto y estoy inundando al vecino o cualquier otro hecho fortuito que haga que esas horas que me esperan por delante no ocurran. Una vez que la desgracia es inevitable descubro, cada vez, que las reuniones en persona se me pasan más rápido que las videollamadas. Estoy, además, esforzándome por estar de verdad presente en ellas. Trato de no mirar el móvil, si puedo ni siquiera llevo el ordenador y me dedico solo a tomar notas si lo que se comenta es muy interesante o dibujar flores si me la sopla bastante pero quiero enterarme de lo que se cuece. He descubierto, además, que así como soy inmune a que la gente me preste atención si soy yo la que estoy hablando, lo paso mal si el que habla es otro y yo percibo que el resto de la gente está mirando instagram o contestando mails. ¿Por qué me pasa esto? No lo sé, supongo que es algún mal funcionamiento o extrafuncionamiento de mi empatía laboral. Últimamente me estoy concentrando, además, en mirar fijamente a la persona que está hablando y he descubierto que eso desconcierta muchísimo. Creo que estamos tan acostumbrados a que nadie nos preste atención de verdad, con todos los sentidos puestos en nosotros que, cuando alguien lo hace, empiezas a pensar ¿tendré una mancha? ¿Tengo un moco? ¿Se me ha desabrochado la camisa y se me ve el sujetador? ¿Va a regañarme? Prestar atención también hace que el tiempo corra más deprisa y las reuniones en persona vuelen. Eso sí, cuando salgo estoy para acostarme. 


Casi 11 años del tintero azul turquesa. Casi 10 años desde que me divorcié y 18 y medio viviendo en esta casa. Cada uno de esos plazos ha transcurrido de manera diferente a pesar de coincidir en el espacio y en mi tiempo, en mi vida. ¿Serán iguales los 60 años del loro encerrado en la jaula que los 60 del chaval que lo recibe por su comunión y convive con él hasta que se jubila? 


¿Para qué vive un loro 70 años? ¿Un loro vuela? ¿Merece la pena gastarme 25 euros en un tintero de calidad si me va a durar 4 años? ¿25 € de ilusión que sé que en algún momento me aburrirá y desearé que se termine cuanto antes? ¿Tendría más sentido que solo fueran 10 euros? Si empiezo a tomar notas y a dibujar flores en todas mis reuniones quizá los tinteros se acaben antes. ¿Y si dibujo loros?


A quién quiero engañar: ni en 70 años sería yo capaz de dibujar un loro.


Suscribete a Cosas que (me) pasan. Si quieres.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Papelería Debod, en el principio de la calle Ferraz. La mejor tienda para escritura de Madrid.
Encontrarás calidad garantizada, todo tipo de tinteros de las mejores marcas (los de Jacques Herbin p.ej los tienen también en el tamaño pequeño y tienen colores que no imaginarías, te costará decidir y no tendrás que envejecer con un solo color) y un dueño que entiende de su mercancia, le gusta lo que vende, y te puede asesorar.
p.d. soy cliente habitual.