miércoles, 7 de febrero de 2024

Lecturas encadenadas. Enero

Iba a empezar diciendo que, contra lo que parece ser una opinión generalizada, a mí enero no me ha parecido eterno y creo que para la mayoría de la gente, si se sienta a pensarlo despacio, tampoco ha sido así. ¿Cómo va a ser largo un mes que empieza el día 8? Pues iba a decir que no me ha parecido eterno, pero pero pero ha tenido que ser largo porque han caído cuatro lecturas encadenadas. 


Al lío. 


«Pienso que deberíamos bailar como si nadie nos mirara. Creo que también se aplica a la lectura».


La primera lectura del año fue Invernando. El poder del descanso y el refugio en tiempos difíciles, de Katherine May. No sé a quién le vi este libro o quién me lo recomendó pero lo encontré en julio en la librería de Cercedilla y lo compré esperando que llegara el invierno para cogerlo. A pesar de que el invierno ha llegado muy flojito, leí Invernando como se debe leer: con algo de frío fuera, sin prisa, en las tardes lentas de sofá, manta y chimenea y quedándome dormida a ratos de pura placidez, no de aburrimiento. 


Katherine May es inglesa y vive en un pueblecito de costa. Está casada, tiene un hijo de seis años y el libro comienza el día que ella cumple 40 y su marido tiene que ser hospitalizado por una mala apendicitis que se complica muchísimo y hace que toda su logística familiar, mental y sentimental se tambalee. Ella decide entonces dejar su trabajo porque no puede más y, a pesar de que no lo menciona en ningún momento, parece estar sufriendo una depresión. El libro se organiza en capítulos dedicados a los meses de invierno (y otoño) desde octubre a marzo y es un recorrido curativo por la necesidad de recogerse, de refugiarse, de quedarse en casa a salvo cuando estás tan frágil que todo te duele. Esto es algo que es mucho más fácil de hacer en invierno y que, para los que nos gusta, es a la vez que sanador muy placentero. 


Invernar como concepto, volverse hacia dentro, descansar, coger fuerzas, disfrutar de estar solo, de la oscuridad, del silencio. No quiero que pienses que es un libro sobre el invierno: es un libro sobre los procesos necesarios de invernación en los que todos vamos a estar en algún momento de nuestra vida. No se trata de luchar contra ellos, hay que pasarlos, atravesarlos y saber que forman parte de la vida. May lo explica muy bien. 


«Todo el mundo invierna en algún momento, los hay que inviernan una y otra vez. La invernación es una temporada en el frío. Un periodo de barbecho en la vida en el que estás desconectada del mundo, te sientes rechazada, incapaz de progresar u obligada a desempeñar el papel de extraña. Puede ser consecuencia de una enfermedad o de una experiencia vital, como la viudedad o la llegada de un hijo, puede deberse a una humillación o a un fracaso. Puede que te encuentres en un periodo de transición y hayas caído temporalmente entre dos mundos. Algunas invernaciones nos invaden más despacio, acompañando el largo final de una relación, las responsabilidades cada vez mayores de cuidar a nuestros padres según envejecen, el goteo de la confianza perdida. Algunas son espantosamente repentinas, como descubrir un día que tus capacidades se consideran obsoletas, que la empresa en la que trabajas está en bancarrota o que tu pareja se ha enamorado de otra persona. Llegue como llegue, la invernación suele ser involuntaria, solitaria y profundamente dolorosa».


Katherine habla de todas estas cosas relacionadas con las sensaciones y los sentimientos y también escribe sobre el invierno en Finlandia, sobre los renos, la cultura sami, los problemas por la falta de luz o de esos grupos de gente loca, a mi modo de ver, que se junta para bañarse en las aguas heladas del mar durante todo el año. Ella misma decide hacerlo y, claro, lo encuentra curativo. Me pregunto si lo hubiera contado en el libro de haberle parecido una chorrada o si no hubiera sido capaz más que de meter un pie antes de volverse a casa. 


«Un día de nieve es un día salvaje, unas vacaciones espontáneas en las que se invierten las tornas [...]. Parece que el invierno está lleno de esas invitaciones pasajeras a salirnos de lo ordinario. Puede que la nieve sea bella, pero también es una estafadora. Nos ofrece todo un mundo nuevo pero, en cuanto nos tiene convencidos, desaparece».


Invernando es un libro bonito, trata sobre la tristeza, la sensación de sentirte de porcelana, a punto de romperte y la necesidad de recogerte. Habla del frío, la nieve, el viento y la falta de luz y cómo puede llegar a ser reconfortante. May asocia el invierno con la depresión, dándole un poso de tristeza que yo no comparto para nada porque a mí lo que me hunde es la primavera pero, en resumen, sí lo recomiendo a pesar de esto y de que al final flojea. 


«Nosotros, que hemos invernado, hemos aprendido unas cuantas cosas. Ahora las contamos como aves. Dejamos que nuestras voces llenen el aire».



Los abandonos, de Russell Banks, fue mi siguiente lectura. A este autor llegué, cómo no, por Juan Tallón: «¿No has leído nada de Russell Banks?» «No, ¿por dónde empiezo?» Y entonces él me mandó un pantallazo con cuatro títulos señalados en amarillo. Esto debió de ser hace seis o siete meses, ya que a Juan, como él a mí, le hago caso siempre pero no muy deprisa, porque si no se crece y se viene arribísima. Y no hay nada peor que un amigo subido a la parra. Cuando conseguí éste, le mandé una foto y me dijo: «Yo no te recomendé ése». Menos mal que tenía la foto guardada. 


Me ha gustado bastante aunque al final naufraga un poco y da unas cuantas vueltas innecesarias a una novela que funciona como un tiro hasta ese momento. Leonard Fife (me encantaría saber en qué momento a Banks le pareció que este nombre funcionaba) es un director de cine canadiense que se está muriendo de un cáncer terminal. Uno de sus antiguos alumnos le ha convencido para una última grabación en la que quiere que hable de su vida, su trabajo como documentalista, sus influencias, … en resumen: de su arte, para hacer una película sobre él. Con ese propósito, un grupo de 4 personas (sonido, producción, dirección y luces) se reúnen en el piso de Leonard en el que también está Emma, su mujer, y la enfermera que lo cuida. Leonard sin embargo decide salirse de lo pactado y lo que hace, frente a la cámara, es repasar su vida sin mentir, quiere que su mujer sepa quién es él de verdad, cómo llegó a Canadá desde Estados Unidos y cómo era su vida. No voy a destripar la trama, pero es impresionante el manejo de los flashbacks y de la voz narrativa que tiene Banks. Cómo consigue llevarte a la vida de Leonard de joven, a sus pensamientos, sus sensaciones, su manera de ver el mundo para, al pasar la página, encontrarte de nuevo con el Leonard anciano y enfermo, en su salón con las cortinas echadas y el gotero de la morfina enganchado. 


Al terminarlo me pregunté si al hacernos viejos, si al sentir que se acerca la muerte, todos sentimos o sentiremos la necesidad de repasar nuestra vida, de recontárnosla para darle sentido a lo que hemos vivido, para cerrar ese círculo. 


«El final de la infancia no existe, le dice a Emma. Solo es la inocencia - la primera infancia - lo que en realidad termina. Entonces es cuando verdaderamente empieza la infancia, que es un territorio, no un límite. Y es enorme, llega hasta la vejez y la muerte».


En la Cuesta de Moyano compré un domingo De ratones y de hombres, de John Steinbeck, en una edición antigua de Edhasa en tapa dura. Tenía la vaga idea de que lo había leído en su día, cuando me dió por Steinbeck por primera vez, pero apenas lo recordaba. Cuando empecé a leerlo me venían flashes a la cabeza, así que con seguridad ya lo había leído pero da igual: Steinbeck siempre merece una relectura. 


Es un libro tristísimo, con una tristeza inexorable que te agarra desde las primeras líneas. Es una sensación de pena abrumadora de la que no puedes escapar. Me recordó a La lluvia amarilla, de Llamazares. Sabes que la desgracia será inevitable, que esos personajes solo quieren una vida mejor, no una vida grande ni lujosa ni diferente. Todos ellos lo único que ansían es una casa y gente que les quiera. Cosas que en su día tuvieron y que la vida les arrebató. Sueñan con lo mínimo y no van a tenerlo. El lector tiene un punto de vista omnisciente y lo sabe y aún a sabiendas de que no ocurrirá, lees esperando que se produzca el milagro, que todo acabe bien, que la desgracia no les alcance. Sobre De ratones y de hombres se dice que es una especie de ensayo de Las uvas de la ira (que es lectura imprescindible) pero creo que también lo es en cierto modo de Cannery Row, aunque en mi novela más favorita del mundo todo tiene un tono más luminoso, brillante, feliz casi. Aquí no, aquí solo hay una sensación de desamparo muy profunda que no hace más que acrecentarse según avanzas. No es la pobreza extrema de Las uvas de la ira (aquí los personajes comen) ni la soledad de La lluvia amarilla: no están solos pero caminan hacia un destino que sabes que no les dejará escapar. Que ese destino sea las malas artes de una mujer que ni siquiera tiene nombre resulta un poco escandaloso en 2024 pero, en realidad, la mujer no es más que un instrumento, sabes que ninguno de los dos protagonistas tendrá un final feliz. Sencillamente no les toca. 


¿Recomiendo De ratones y de hombres? Por supuesto que sí. De Steinbeck lo recomiendo todo menos La perla, que es insoportablemente cursi. 


La última lectura del mes también tiene que ver con el invierno, se titula Ventisca y es de la autora francesa Marie Vingtras. Tampoco recuerdo a quién se lo vi recomendar pero debió de ser a alguien de quién me fío porque lo pedí a los Reyes. Es una novelita bastante correcta ambientada en Alaska durante una terrible ventisca. Aquí el invierno y el frío no son los protagonistas, son más bien un escenario, un decorado para un thriller que se construye con capítulos muy breves protagonizados cada uno de ellos por un personaje: cinco hombres, una mujer y un sexto hombre del que nunca «escuchamos» sus palabras pero que es la razón última por la que todos están en ese día en medio del viento y la nieve. 


Es una pena que el personaje que debería tener más peso y ser más interesante, aquel sobre el que orbitan todos, se quede bastante pobre frente a otros que crecen demasiado, como el de la mujer o el del hombre negro (Freeman se llama, un poquito obvio). 


«Volveré a abrir esa puerta y volverá a ser demasiado tarde. Lo único que sé hacer es llegar siempre después, cuando lo peor ya ha pasado».


Como he dicho es correcta. Es aséptica. Se lee con facilidad, entretiene y tiene un giro final que, aunque previsible, le da cierta gracia. Acabará siendo una peli seguro. 


No ha sido un mal comienzo del año. Ahora mismo estoy leyendo sobre una isla griega pero de eso ya escribiré en febrero, cuando el invierno esté a punto de terminar. 


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1 comentarios:

Myriam González Gil dijo...

Acabo de terminar "De ratones y hombres" y hasta se me escapó una lágrima al final. Como dices, es tristísimo y yo, por lo menos, estuve en tensión todo el tiempo: la sensación de tragedia está presente desde el principio. Me encanta Steinbeck, sus libros son duros pero tan llenos de humanidad. Hay que volver siempre a él.

Me leí "Ventisca" en un par de ratos en verano y me gustó mucho. Es verdad que es aséptica pero creo que la idea era contar una historia con trazos, a pinceladas, con la visión de cada uno de los personajes, a modo de cuadro impresionista.

Que tengas un buen febrero lector :-)