miércoles, 10 de mayo de 2023

Podcasts encadenados: de hijas de Stalin, hermanas, chatbots y Dios salve al rey


Si rebusco en mi memoria, sabía desde hace mucho tiempo (quizá desde que leí Tierras de Sangre, de Timothy Snider, o Stalingrado, de Anthony Beevor en mi época de friki enloquecida de la II Guerra Mundial) que Stalin tenía una hija. Que se llama Svetlana es algo que seguro no sabía. Ahora lo sé todo de ella; y su vida y milagros me han tenido enganchada durante buena parte de los dos últimos meses. No sé cómo llegué a Svetlana! Svetlana!, un nuevo podcast de IHeart Media presentado por Dan Kitrosser, pero me lo he pasado en grande escuchándolo. La vida de Svetlana Stalin es increíble: su trayectoria vital, los viajes, las relaciones, sus reacciones son tan descabelladas que si te las presentaran en un guión de cine dirías: «¡anda ya!». Hay un enamoramiento en un espectáculo de ballet, una madrastra tan madrastra que no sé cómo Disney no le ha hecho una película y el propio Kitrosser canta la sintonía. Una fantasía. 


Dan Kitrosser es dramaturgo y llegó a la historia de Svetlana a partir de un libro que cayó en sus manos y que trataba de la vida dentro del grupo Taliesin Fellowship ¿Qué es esto? Una especie de comuna, reunión u organización que se organizó en torno a Frank Lloyd Wright. ¿Qué tiene que ver Svetlana con esto? Pues es que no os lo puedo contar porque os reventaría la historia, pero a partir de ahí Kitrosser reconstruye toda la vida de la llamada «princesa soviética», desde su tierna infancia en Moscú hasta su muerte en 2011 a los 85 años de edad. Kitrosser, para que os hagáis una idea, es una especie de Boris Izaguirre: es inteligente, divertido, ingenioso, con un sentido del humor muy punzante y una fantástica ironía. Es también un poco histriónico y creo que su tono es el contrapunto perfecto para la historia de Svetlana. Son 10 episodios de unos 30 minutos y, aunque es verdad que los dos últimos podrían haberse resumido en uno solo, para cuando llegas allí ya le tienes tanto cariño a los dos (al host y a la protagonista de la historia) que te quedas hasta el final. Por si alguno no lo sabe, IHeart es siempre sinónimo de calidad y de originalidad en los podcasts


De otra compañía que es sinónimo de calidad, The Heart, de Kaitlin Prest, he escuchado Sisters. Los podcasts que hace Kaitlin siempre son un pelín experimentales y no se parecen a nada que puedas escuchar en otro sitio. Su enfoque siempre está pensando para que al escucharlo el oyente piense: «qué diferente». Hace mucho tiempo escuché otro de sus proyectos, The Shadows: una historia de amor mitad ficción, mitad realidad, muy interesante en su concepción y en su visión de la pareja desde dentro de la misma. Recuerdo con especial cariño un episodio contado desde el punto de vista de un jersey; uno de esos jerseys de lana gordos, amorosos y grandes que te pones porque es una prenda de tu pareja y cuyo sentido va más allá de dar calor. Os recomiendo The Shadows si queréis ir un poquito más allá en vuestra escucha, salir de la zona de confort del narrativo de no ficción lineal (y estupendo) y pasar a algo más emocional, más de piel. 


En Sisters, Kaitlin cuenta su historia con su hermana Natalie. La relación entre hermanas puede ser espantosa o maravillosa y entre esos dos estados se puede viajar a lo largo del tiempo para bien o para mal. Yo tengo una hermana increíble, Elena, con la que mantengo una relación de amistad, complicidad, cariño no comparable a ninguna otra, pero no siempre fue así: hasta bien entrada la veintena de las dos (nos llevamos tres años) nuestro contacto se basaba en la pelea constante, la rabia, la envidia, las discusiones. ¿Cómo hemos evolucionado a donde estamos ahora? No lo sé y no lo puedo explicar. Kaitlin y Natalie intentan hacer ese ejercicio de entendimiento en seis episodios desde que eran niñas hasta la actualidad en la que trabajan juntas. El podcast es interesante por la estructura y el reflejo que puede tener en cualquiera que sea hermana, pero pero pero… a partir del episodio cuatro es un poco coñazo. Mi consejo es escuchar los tres primeros o por lo menos el primero. Puede ser una buena manera de acercarse al trabajo de Kaitlin que, como digo, es un paso más allá en el mundo del podcast


¿Qué más tengo para recomendar? Pues confieso que Bot Love, de Radiotopia: otra gran compañía independiente de podcasts que siempre hace cosas interesantes, diferentes. En esta serie de seis episodios de veinte minutos de duración exploran el mundo de la inteligencia artificial y las relaciones que la gente que las usa establece con ellas. ¿Como en la película Her? No, como en la película no. Empiezo por el principio: justo unos días antes de llegar a este podcast me encontré con este artículo en The New Yorker sobre apps que, con inteligencia artificial, sirven a mucha gente para hacer algún tipo de terapia; y aprendí muchísimo sobre este mundo porque a mí, en principio, lo de la IA no me llama nada la atención. Aprendí, por ejemplo, que la primera IA que interactuaba contigo la creó, en los años sesenta, un científico del MIT que se llamaba Joseph Weizenbaum, imitando un tipo de terapia que se hacía por entonces, en el que el paciente hablaba y el terapeuta repetía la información en forma de pregunta. Llamó Eliza a ese programa informático y se quedó horrorizado cuando se dió cuenta de que lo que él había creado como una sátira le parecía a mucha gente útil y se enganchaban a «hablar» con Eliza. Incluso su propia secretaria, que había trabajado en codificar el programa, le pidió un día que, por favor, se marchara de la habitación porque estaba hablando con ella. Es decir, ya desde los años sesenta los seres humanos nos hemos enganchado con las máquinas. Volviendo al podcast, en Bot Love conocemos a muchas personas, estadounidenses todos, que han establecido algún tipo de relación con aplicaciones de IA que les acompañan, les ayudan en su día a día, les sirven para hacer terapia con alguien o algo que les escucha y les da cierto feedback o les hace sentir menos solas. Muchos establecen relaciones con un chatbot que tú puedes configurar a tu antojo: edad, aspecto físico, altura, raza, etc. Julie, por ejemplo, se crea a Navi, que le acompaña en sus días solitarios; y Suzy, sin embargo, crea a Freddy, un cantante de rock más joven que ella con el que imagina vivir en un mundo paralelo en el que recorren el planeta dando conciertos. Antes de que alguien piense que «la gente está chalada», nadie de los que aparecen en el podcast piensa que esos chatbots o las apps sean reales: todos son conscientes de que no hay nadie ahí detrás, que todo son 0 y 1 y no hay sentimientos, pero todos se sienten mejor con esas interacciones. 


¿Recomiendo Bot Love? Sí, rotundamente sí. Es un podcast estupendo, aprendes toda la historia de la inteligencia artificial, cómo hemos llegado a ChatGPT y entiendes sin juzgar. Es, además, emocionante y divertido. 


Para terminar las recomendaciones en inglés tengo un par de cosas: 


  • Menos que de Inteligencia Artificial sé de ballet. No sé absolutamente nada y, lo que es peor, cuando pienso en ballet lo primero que me viene a la mente es la imagen de los bailarines con gran paquete en una escena de Top Secret. Luego ya aparece Mijaíl Baryshnikov y el documental The dancer que, si no habéis visto, os recomiendo muchísimo*. Bueno, pues con ese bagaje me puse a escuchar On point, un episodio de Articles of interest dedicado a las zapatillas de punta de las bailarinas y he descubierto un mundo inmenso de detalles y matices que me ha dejado fascinada. Es de Avery Trufelman, que es una genia del podcasting y a la que le rindo idolatría, pero no lo recomiendo por eso: es que es estupendo.  Recomendadísimo. 


  • La semana pasada, para ambientarme para la coronación de Carlos III, me empapé los cinco episodios que, con el título The cost of the crown, le dedicó el Today in focus del periódico The Guardian. Saber cuanto cuesta la corona les ha resultado imposible de averiguar al equipo de investigación del periódico, pero todas las pesquisas, los informes y todos los datos que sacan a la luz son un escándalo. Que la familia real británica tenga, por ejemplo, una colección de sellos valorada en 100 millones de libras o que decidan según les apetece si un regalo de estado es de estado o prefieren quedárselo es escandaloso, pero lo más indignante es la respuesta permanente de palacio contestando que «es información que no dan». De la escucha de esta miniserie sales gritando de indignación aunque, a veces, solo puedes reir por la desfachatez de esa familia y su institución. En el primer episodio, por ejemplo, intentan saber qué actividades realizaron durante un año los once miembros de la familia real a los que el gobierno británico paga una cantidad de millones de libras por sus compromisos oficiales. Resulta que no hay un registro oficial y «palacio» no facilita esta información. La única manera de saberlo es consultando el registro que un hombre de 91 años lleva haciendo setenta años, recopilando la información que aparece en The Times. El hombre cuenta en el podcast que una vez le mandaron una carta para invitarle a palacio donde amablemente le dijeron que dejara de hacer ese registro. Si escuchando esto uno no se hace antimonárquico o, por lo menos reconoce que su admiración por la monarquía es un vicio ridículo, yo ya no sé. 


Y ahora, si habéis llegado hasta aquí, llegan las recomendaciones en español que, no me escondo, son dos producciones en las que yo he participado activamente. Mujeres que corren, de Cristina Mitre, es un podcast en el que llevo trabajando desde antes de dejarme el pelo blanco, así que eso son más de tres años.  No voy a descubrirle a nadie quién es Cristina, pero sí esta nueva faceta suya haciendo un podcast narrativo de no ficción que le ha costado la vida escribir y locutar, porque no tiene nada que ver con lo que hace habitualmente. Mujeres que corren es un podcast para rescatar las historias que hay detrás del running femenino. Desde las motivaciones de las primeras mujeres que pelearon para correr maratones hasta la invención del sujetador deportivo, pasando por la increíble vida de las atletas españolas de la Segunda República. Todo, además, acompañado por las anécdotas vitales de Cristina que trufan los episodios para darle su sello inconfundible. Son seis episodios y ya tenéis varios disponibles. 


Hay proyectos que llegan a tu mesa un poco de carambola y sin que sepas muy bien qué esperar de ellos. Cuando me reuní hace muchos meses con Nieves Egea y Esther Luque, de Ser Málaga, no sabía qué me iba a encontrar. El proyecto consistía en hacer seis episodios sobre la vida de Picasso antes de que fuera Picasso, cuando era Pablo Ruiz y vivía en Málaga, A Coruña, Madrid, Barcelona y después París (hay dos episodios ambientados en Barcelona). Nieves y Esther nunca habían hecho podcast, son periodistas de radio a muerte y no sabían cómo enfrentarse a este reto. Hice de Mamá Osa y las animé y acompañé en toda la escritura, edición, producción y diseño hasta terminar. Lo más importante de todo esto es animar porque en todo proyecto de podcast hay un momento en el que quieres abandonar, dejarlo porque, total, ¿qué más da? Me alegro de haberlas empujado porque ha quedado un podcast fantástico, narrado a dos voces, lleno de anécdotas muy desconocidas de Picasso, de su familia, sus amigos, sus travesuras de niño, sus enamoramientos, las tragedias que marcaron sus primeros años. La narración de Nieves y Esther se acompaña del testimonio de expertos y familiares del pintor y cameos de grandes figuras como Antonio Banderas, José Sacristán, Luz Casal o José Coronado. Un lujo haber participado en Picasso, la forja del genio.


Y, para terminar, algo inesperado: varias personas me han pedido recomendaciones de podcast en francés, idioma que no domino tanto como para escuchar con soltura, pero mi compañero Manuel Tomillo no tiene este problema y también le encantan los podcasts le pedí varias recomendaciones que dejo aquí para los francófilos. 




Pues con esto ya estaría. Como siempre, si escucháis algo, venid a contármelo: me hará muchísima ilusión. 



*Escribí sobre él aquí. 



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domingo, 7 de mayo de 2023

Nuestras voces

 


“We all have three voices: the one we think with, the one we speak with, and the one we write with. When you stutter, two of those are always at war.”

«Todos tenemos tres voces: con la que pensamos, con la que hablamos y con la que escribimos. Cuando tartamudeas, dos de ellas están peleando».

Me encontré esta frase hace un tiempo, no sé si meses o semanas porque desde que me he organizado y trato de guardar las cosas que me llaman la atención mi Notion es un mar de ideas desordenadas. Me llamó la atención lo de la voz con la que pensamos y la voz con la que hablamos pero lo que más me gustó fue lo de la voz con la que escribimos. ¿Qué pasa si no escribes? ¿No tienes esa voz? ¿O, como ahora vivimos en la era del mensaje, esa voz de escribir también está en los mails y en los mensajes? ¿Tengo yo la misma voz cuando escribo aquí, o en mi cuaderno, que cuando escribo mails de trabajo o mensajes del tipo «sacad la basura», «tended la lavadora» o «los episodios están mal numerados»? Si no es la misma voz, entonces serían cuatro. Multitud casi al borde de la personalidad múltiple. Cacofonía cerebral*.

¿Cómo es la voz con la que pienso?

Pues depende. Veo mucho por ahí lo de la importancia de que te trates bien, que no te dirijas a ti misma con una dureza sin sentido y te hables como hablarías a alguien que quieres. A mi esto siempre me ha sonado muy marciano porque aunque, por supuesto, muchas veces me haya dicho a mí misma, con voz muy seria: «Ana, eres gilipollas y has hecho el ridículo», «Ana no tienes ni idea, mejor calladita» o «Ana, escribes fatal»; después hay otra voz (y creo que la tenemos todos) que te dice que eres tan gilipollas como los demás y que, total, nadie se acuerda de lo que dijiste y, además, si lo dijiste fue por algo. Confieso que yo tengo una voz que con bastante frecuencia y convicción me dice: «teníamos razón». A pesar de regañarme o ser un poco engreída, a veces la voz con la que pienso es bastante más brillante que aquella con la que hablo. Es más ocurrente, más calmada, más medida y cero impulsiva. Me imagino a esa voz, la de pensar, paseando por mi cabeza con las manos a la espalda, quizás llevando un batín, dando vueltas y meditando, parándose a contemplar un punto perdido en el horizonte de mi cavidad craneal, analizando mi realidad y tratando de darme buenas ideas o herramientas para que la voz con la que hablo, chillona, a veces infantil y siempre demasiado impulsiva, no la cague demasiado. La voz con la que pienso, cuando nos despertamos por la noche, siempre me dice lo mismo: «a ver si mañana intentamos hablar menos». Otra cosa no, pero la voz con la que pienso tiene muchísima paciencia conmigo.

La voz con la que hablo es una cabra montesa, un saltamontes, un colibrí. Es de colores estridentes y va vestida como una mamarracha. A veces es amarilla yema de huevo o azul «marica ilusión»** o verde «ser feliz». Otras es marrón brillante, como de zapatos de colegio recién untados de betún y cepillados a conciencia un domingo por la noche, o negro áspero. Va como pollo sin cabeza y, muchas veces, se me descontrola. A veces no es grave porque dice cosas interesantes, ingeniosas, divertidas; o profiere improperios estilosos y certeros. Pero cuando se desmanda es terrible. Brinca, salta y hace mortales mientras la voz en batín de mi cabeza se escabulle a sus aposentos y dice «vamos a no pensarlo ahora». ¿Estamos todos continuamente escuchando a la voz con la que pensamos decir «no, no, no... ¿pero qué cojones estás diciendo?» mientras la voz con la que hablamos se dispara sin control? Creo que solo unos pocos deben estar libres de este diálogo continuo y agotador. Los niños quizá lo experimenten con menos intensidad y en la vejez supongo que esa tensión tiene menos interés: te la pela todo. Abres la boca y sueltas lo que sea porque además siempre puedes alegar que no te acuerdas.

La voz con la que escribo lleva gafas, tiene un escritorio mal iluminado y cuando va a beber algo de la taza que tiene a su lado siempre está vacía. No sé como es. Estoy ahora mismo utilizándola y no la veo: es más como verme a mí misma o la imagen idealizada de mí o la proyección de lo que me gustaría ser. La voz con la que escribo no es lo que soy sino lo que me gustaría ser. A veces, cuando releo algo de lo que he escrito, me sorprendo: «¿Esto lo escribí yo?».  Casi nunca me avergüenza (como la voz con la que hablo) sino que me admira. A veces tanto que, si no fuera porque sé que nadie se tomaría la molestia de escribir por mí, pensaría de verdad que alguien me está suplantando. La voz con la que escribo a veces va de la mano de la voz con la que pienso pero su relación es un poco como la de Lady Halcón y Etienne de Navarre: se aman y se necesitan pero solo consiguen estar juntas unos breves momentos. Es una voz jodida, porque siempre suena mejor en mi cabeza, siempre aspira a más y nunca llegamos. La voz con la que escribo es envidiosa, quisiera ser como otras, como la de Richard Ford o Shirley Jackson o Natalia Ginzburg o Amos Oz o tantos otros. Es una voz que, en presencia de esas otras, se achanta, se sienta en una esquina y me dice: «Ana, coño, no tenemos vergüenza». Creo que mi voz de escribir se parece a Peggy Olson, de Mad Men.

La cuarta en discordia sería la que uso cuando escribo mails y mensajes. Suena como una máquina de escribir, es automática y poco interesante, es una voz de utilidad, casi nunca se divierte y refunfuña muchísimo.

¿Algo de esto tiene sentido? Ni el más mínimo.

Mi voz de pensar se ha retirado a sus aposentos murmurando.

Mi voz de hablar acaba de gritar «por fin hemos terminado el post, ya podemos ponernos a leer!».

La de escribir se plantea empezar a fumar.


*Tengo pendiente de ver Las tres caras de Eva, una película sobre personalidades múltiples que la madre de mi amigo Juan me recomendó hace mil años, concretamente 8, cuando paseábamos por un pueblito de La Provenza. ¿Cómo llegamos a esa conversación? Ni idea, pero esto me ha quedado muy Isabel Coixet.

**Sé que esta expresión ha sorprendido. Viene de una anécdota de mi familia materna que no tiene que ver, para nada, con la homosexualidad sino con una lavadora portátil, la mili del hermano más joven de mi madre y Mallorca. Es una definición de color que, sinceramente, me parece bastante más descriptiva que azul normando o verde provenza.


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domingo, 30 de abril de 2023

Breve. Enzimas, plantas y Springsteen

«Esto es un exfoliante, primero físico y luego químico, con unas enzimas que eliminan las células muertas». «Ahora voy a usar este aparato que nos va ayudar a drenar y con una luz cálida te va a proporcionar luz en la cara, tú no vas a notar nada». No me creo ni una palabra de todo lo que me dice mientras me hace el tratamiento facial que me regalaron por mi cumple, pero es que me da igual. La magia de éste y cualquier otro es que tengo una hora en la que el tiempo se para, me tumbo y no tengo que hacer nada; puedo dormirme o puedo sencillamente cerrar los ojos y esperar a que mi mente, liberada, empiece a divagar. El otro día, mientras las enzimas hacían lo que fuera que hacen las enzimas, sonaba una playlist de covers de piano de canciones de Disney. Sonó La Sirenita e intenté pensar dónde vi por primera vez esa película. No me acordé, pero de ahí mi cerebro saltó a la primera vez que vi Aladdin. Fui al cine con un ligue amigo de mi primer novio, por entonces ex-novio, que después de esa cita y otra más me dejó porque «no quería interferir en lo que tenéis él y tú». Una excusa como otra cualquiera porque lo que «teníamos» eran unos cuernos en mi cabeza que no me dejaban pasar por las puertas. 


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Voy a la parada del autobús y de camino, en un edificio feo y anodino que llevo viendo dieciocho años, me llama la atención un balcón convertido en un vergel de flores y plantas. ¿Quién vive ahí? ¿Cuánto tiempo dedica a cuidar todo eso? Quiero subir a conocer a esa persona y pedirle consejo o ayuda. Cuando compramos nuestra casa heredamos una serie de plantas de la anterior inquilina. Mi edificio, también feo y anodino, tiene en cada planta unos descansillos enormes con suelo de terraza de piedrecitas, más propio de un bloque de apartamentos en la costa que de una casa en el centro de Madrid*. En cada descansillo, desde el primer piso hasta el octavo, hay plantas en cada puerta que cada propietario cuida como buenamente puede o sabe. Cuando nosotros compramos la casa, hace dieciocho años, heredamos las plantas de descansillo de la anterior inquilina.  Durante la reforma el portero de entonces bajó las plantas al patio, las cuidó y al terminar nos las devolvió. De esa herencia queda sola una y el resto son nuestras, adquisiciones a lo largo del tiempo. El otoño pasado, de algún lugar recóndito de mi interior, surgió la necesidad de arreglar esas plantas porque algunas estaban horribles**. Me llevé dos grandes macetas a Los Molinos, arranqué una de las plantas (que daba miedo), podé un helecho y las devolví al descansillo. En dos pequeños maceteros de cerámica que me habían regalado planté unos potos y, no lo recuerdo pero seguro que fue así, contemplé mi obra bastante satisfecha. Seis meses después las plantas renquean y no veo por su parte un resultado que agradezca mis desvelos y mi nuevo interés por el mundo vegetal. Quizá el vecino florido podría darme unos sabios consejos

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—¿Por qué dices que un podcast es malo si también has dicho que lo escucha mucha gente?
—Porque la calidad de un podcast o de un programa de televisión es algo que no se define por la cantidad de gente que lo consume. Si a mucha gente le gusta y lo consume será un éxito, pero eso no es sinónimo de calidad. 

El miércoles di una charla en el Liceo Francés a chavales de 15 años. El tema eran los podcasts, claro, y aunque me lo sé, era la primera vez que hablaba para un público joven y con el que, evidentemente, no comparto gustos. Fue bastante bien, preguntaron mucho. 


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Leo un artículo de Jill Lepore sobre el encanto de los catálogos para comprar semillas por correspondencia. Un tema del que no sabía nada porque ni siquiera sabía que existían. Por supuesto descubro cosas apasionantes y pienso que ojalá tuviera tiempo para interesarme por todo lo que me provoca curiosidad. Hace tres años, tras un viaje a Palencia a empaparnos de románico, me compré un libro que se llama Gente de la Edad Media, un ensayo sobre la vida cotidiana en el medievo. Todavía no lo he leído. Hace aún más años compré El ruido eterno, de Alex Ross, crítico musical de The New Yorker, sobre la vida de muchos grandes compositores de música clásica. Tampoco lo he leído aún. Ahora quiero saber sobre catálogos de semillas y plantar un semillero. No quiero ser experta en nada, aspiro sólo a tener un conocimiento superficial de todo lo que me provoca curiosidad. Aspiro a tener tiempo para ello


«¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose "Cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro"? Nunca tendremos más tiempo. Tenemos todo el tiempo que hay». "Cómo vivir con 24 horas al día", Alan Benet ****

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Sueño con un señor guapo que me sigue en Twitter. Al día siguiente cuando veo su avatar pasar por mi TL me da vergüenza, como si él lo supiera. 


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Estoy en Cicely de nuevo. En veinticinco años nunca había venido en el mes de mayo. Llegamos ayer a las once de la noche y después de abrir la casa nos fuimos al banco de la iglesia, al mirador. Al fondo del valle el rumor del río y el sonido de algunos coches llegando aún más tarde que nosotros. Las montañas recortadas por la luz de la media luna y un festival de sonidos animales. Pájaros que, por supuesto, no somos capaces de identificar y grillos y cigarras dándolo todo como si fuera una noche esplendorosa de verano. En silencio comimos chocolate con un toque de sal.


No hablamos. 

No hacía falta. 


Llevamos siendo amigos 40 años, no tenemos que hablar. Mi cerebro se puso a divagar, como con las enzimas asesinas de células, mientras mi vista recorría el valle. Pensé en Springsteen, en el concierto que estaba dando en Barcelona y en que probablemente haya sido el último que de en España. La primera vez que le vi tenía 15 años, salí del Vicente Calderón extasiada, entusiasmada y enamorada hasta las trancas de él. Me ha acompañado siempre. A veces se me olvida lo mucho que me gusta, lo bien que me sienta. 

Lo mismo que me pasa con Cicely. El fin de semana pasado pensé: «puf, que pereza subir». Ayer en el banco mi cabeza me dijo: «menos mal que hemos venido».


Escribo esto en pijama, descalza, tumbada en el sofá mientras veo las nubes llegar al valle. Es temporada baja. No hay nadie. 

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En pijama, salgo a saludar a Antonio cuando llega a cuidar su huerto y sus gallinas. 

— Hola, Antonio.

— ¿Ya has vuelto?

— Te dije que volvía este puente

— ¿Has venido con tu amor o con otro nuevo?

Esta confianza en mi capacidad para ligar me enternece. Aquí estoy bien. 



*Cualquier nuevo visitante que llega a mi casa se asombra por el descansillo, es algo bastante espectacular. 

**Me estoy acordando de cuando hace un par de años, mientras desayunábamos en los jardines de Villa Valentina en La Palma, mi hija Clara preguntó: «¿A qué edad te empiezan a interesar las plantas?». Entonces le dije que no sabía, ahora le podría decir que a los cuarenta y nueve y medio.

***Mis vecinos de descansillo tienen las plantas bastante lustrosas aunque el campeón es un vecino del cuarto cuyo vergel se ha expandido tanto que ya tiene colocadas macetas en las escaleras que suben al quinto. 

****este libro se publicó en 1910 y seguimos igual. 





domingo, 23 de abril de 2023

Breve. Estar en todas partes y no estar en ninguna

Veo turistas en la terraza del hotel al otro lado de la Gran Vía. Los contemplo como pájaros de mal agüero que traen malísimas noticias, las peores: el verano empieza en abril.

Últimamente cuando se me ocurre algo sobre lo que escribir siempre pienso: «eso es de persona mayor y te estás repitiendo». Y es así, pero ¿por qué me preocupa ahora? Cuando empecé a escribir lo hacía sobre cosas que me preocupaban como madre de familia con dos niñas pequeñas y me repetía muchísimo, pero no me importaba nada. Esta mañana mientras tendía la ropa antes de irme a trabajar (algo que comparto con mi yo de entonces) esta reflexión le ha hecho un placaje a lo que sea que me había inspirado y la idea ha huido despavorida. ¿Volverá? No lo sé. La cuestión es: ¿por qué no importaba entonces y ahora sí? Esta preocupación por repetirme choca con la comprobación de que con la edad todo te importa menos. Había oído hablar de este fenómeno, de la increíble cualidad de que todo te impacte menos, te importe menos y sus repercusiones se apaguen antes. Ahora mismo me sorprende lo poco que me cabreo o cómo, cuando lo hago, las llamas de ese cabreo que hace diez, ocho o tres años hubieran acabado con un bosque, se apagan enseguida porque pienso: «bah, ¿para qué?».

¿Por qué me preocupa repetirme? Es más, ¿a quién le importa?

Julia Dreyffus ha sacado un podcast. Otra famosa con podcast, la peste. Pero Julia me cae bien y la premisa del podcast me pareció interesante. Wiser than me se titula y la idea es entrevistar a mujeres mayores que ella (tiene 60). Como cualquier otro podcast con famoso que se precie y que pretenda tener algo de repercusión para el primer episodio han buscado una invitada con tirón, con mucho tirón, y la verdad es que lo han hecho bien: Jane Fonda. Las escuché charlar mientras cambiaba las sábanas de mi cama (por favor, grandes placeres de la vida: hacer bien la cama y acostarse con sábanas recién lavadas y planchadas) y apunté algunas cosas. Jane Fonda* contó que ahora no tiene pareja, que la última vez que estuvo desnuda delante de un hombre fue hace unos años y que ahora ya no se atrevería. Contó también que, a lo largo de su vida, cada vez que se ha encontrado pensando en cómo sería el funeral de su pareja se ha dado cuenta de que la relación se había terminado. En fin, Jane, yo te adoro, pero fantasear con ver a tu pareja muerta no me parece una señal sutil de que estás muy fuera de esa relación. Por supuesto ella ya tiene claro quién va a hablar en su funeral y la música que sonará; y su consolador favorito, obvio, es el conejo. Lo que subrayé en mis notas fue esta frase: «“No” is a complete sentence», una frase que ella escuchó decir a Anne Lamott. “Totalmente de acuerdo”, pensé; y luego recordé que hace unos años escribí sobre El No Absoluto y cómo hay que aprender a decir que «NO» sin añadir nada más.

«El NO absoluto es tu aliado, aprendes a usarlo sin vergüenza, sin disimulo. Lo blandes como una espada por encima de tu cabeza y con él asestas golpes a diestro y siniestro con la precisión del Pirata Roberts. La alegría y precisión con la que manejas el NO te salva de intercambios agotadores porque aprendes que ante un no disfrazado la gente no se rinde. “Pero, ¿por qué?”; “pero ¿le darás una vuelta?”, “pero a lo mejor sí, ¿no?”. Un NO rotundo lanzado en la conversación o escrito en un mail paraliza, aplasta, congela. ¿No vas a dar explicaciones?

NO».

«NO» es una frase completa. No le falta nada.

Tengo unas agujetas espantosas. Me pasa cada vez que estoy más de quince días sin hacer sentadillas. La pregunta que me hago a mí misma no es «¿por qué estás sin hacer sentadillas quince días?», sino «¿para qué haces sentadillas dos veces a la semana o tres?». La respuesta es que no lo sé. ¿Me encuentro mejor? ¿Burbujean las endorfinas en mi organismo cuando cada mañana termino la maldita tabla de ejercicios? No y no. ¿Por qué lo hago? No lo sé. O sí. No. Mira, da igual: tengo unas agujetas que dan vergüenza porque camino como Clarita, la de Heidi, cuando dio sus primeros pasos tras lanzar la silla por el precipicio.

Esta semana entré en Mango como si fuera rica y tuviera criterio. Paseé entre los percheros eligiendo vestidos largos: uno, dos, tres, cuatro y cinco. El lunes devolveré uno, dos, tres, cuatro y cinco y volveré a coger otros. No son para mí: son para mi hija. Le he cogido manía a la ropa, me parece una trampa. Esta semana, después de diez años, dos meses y ocho días, he tirado a la basura mi albornoz. Su vida útil y, sobre todo, digna se había terminado.

Decía Séneca a propósito de los viajes: «Estar en todas partes es estar en ningún sitio. La gente que pasa la vida viajando y visitando infinidad de lugares encuentra hospitalidad pero no verdadera amistad». No sé cuánto viajaría Séneca y además me da igual. Cuando esta semana leí esta cita pensé no en viajar mucho sino en estar cada día pendiente de mil quinientas cosas y no hacer ninguna bien. Cuando quiero escribir algo aquí busco el hueco en la semana y sigo el hilo de la idea que se me ha ocurrido entre la maraña de pensamientos que ocupan mi cabeza. Leo también por ahí que hay un dicho noruego que dice que lo más difícil de un viaje es salir por la puerta. Para mí lo más difícil son los días previos en los que pienso: «¿Para qué me he metido en esto?». Si lo aplico a la escritura, el principio tampoco es lo más difícil, lo peor es cuando se atraganta la escritura y no consigo sacar nada decente.

Hay semanas en que me cuesta la vida encontrar la idea y se me atraganta la escritura.

Ésta ha sido una de ellas.

A Carmen Pacheco le ha pasado lo mismo. A lo mejor han sido los turistas.


*Haceos un favor: entrad en Filmin y ved En el estanque dorado, una de las películas más bonitas de la historia y en la que Jane coincidió con Katharine Hepburn, que tenía entonces 1500 años y que le dijo, al conocerla, «no me gustas».

A propósito del podcast de J.K Rowling que recomendé hace poco, quiero dejar claro que yo no comparto las opiniones de Rowling. Para mi, los derechos de las mujeres trans no constituyen ninguna amenaza, ni sus derechos ni ellas, faltaría más. Una amable lectora me mandó este video de una de las mujeres que participa en el podcast y que se arrepiente de haberlo hecho. Es largo, dura casi dos horas, pero merece la pena porque da otra perspectiva con la que estoy muy de acuerdo. ¿Coincido al 100%? No, claro que no. Pero me ha hecho pensar más. Muy recomendable. 
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