martes, 16 de noviembre de 2021

La luz y los amigos

“To see takes time, like to have a friend takes time.”

 Georgia O’Keeffe,

Cuando camino, de noche, por Madrid o por cualquier ciudad o pueblo me voy fijando en las ventanas iluminadas. Solo por la luz que se filtra, aunque sea un cuarto piso y yo esté a pie de calle, puedo distinguir si la luz en esa casa es acogedora o si en ese salón podría hacerse una autopsia. No es que yo tenga especiales aptitudes, es obvio para cualquiera, pero para mí que un salón emita una luz como la del televisor de Poltergeist me provoca siempre una sensación curiosa. Por un lado me dan ganas de subir a hablar con el propietario y decirle: Alma de cántaro, ¿no ves que es mejor apagar la lámpara del techo y tener luces indirectas? ¿no ves que todo parece más acogedor? pero por otro lado sospecho que ese alguien es aterrador y es mejor alejarse. 

Salgo de mi casa en Cicely para hablar por teléfono. La noche es oscurísima, es puente y dado que es temporada baja en el valle y encima han cortado la carretera de acceso, no hay ni un alma. En el pueblín no se escucha nada, no hay pisadas, ni coches, ni gente. Estamos casi solos, nosotros y cuatro vecinos más. Hablo por teléfono mientras contemplo el cielo estrellado pensando, como siempre, qué hago viviendo en Madrid. Cuando termino de hablar, guardo el móvil y miro por la ventana de mi casa. Al fondo, en la mesa grande, M con sus gafas de ver de cerca que gritan que ya no ve como antes y que llevamos treinta años siendo amigos, repasa las fotos del día justo antes de ponerse a pintar mandalas en el IPad. Dos grandes lámparas colgantes descienden desde las vigas de madera del techo de la habitación, la luz que dan es cálida y se refleja en los años de los muebles de la casa, todos heredados de otros salones, otras vidas, otros tiempos. Del techo también cuelga el ramo de novia de mi hermana. Lleva quince años cabeza abajo presidiendo la habitación y siempre me sorprende lo pequeño que parece. Cuelga justo encima de la cabeza de F que con los pies en una silla pegados a la chimenea está recostado en una de esas tumbonas que siempre parecen comodísimas en las pelis inglesas pero en las que, si estás sentado mucho tiempo, se te quedan los pies sin riego porque la madera te corta la circulación a la altura de las rodillas. Todavía lleva poco tiempo ahí sentado y ese efecto no le ha llegado. Lee a Steinbeck, un libro que yo le he prestado durante su convalecencia. F es ahora un objeto delicado de casa Tifus (aquí se viene habiendo leyendo a Asterix) y le cuidamos como si se fuera romper, casi con sorpresa de que no se haya roto. Estamos en un momento de incredulidad mezclada con alegría desbordante porque nos cuesta creer que se esté recuperando a toda máquina. A sus pies, al lado de la chimenea, una lámpara de pie que, hasta que he salido a hablar por teléfono, iluminaba la carta que estaba escribiendo a Clara. De J solo le veo la coronilla, está tirado en el sofá, de espaldas a la ventana por la que les observo. Le veo en escorzo, su coronilla con menos pelo del que a él le gustaría, y sus larguísimas piernas apoyadas encima de la mesa que mi hermano construyo. No le veo las manos así que no se si está mirando el móvil, un libro o pelando una chocolatina mientras se siente culpable pero incapaz de resistir la tentación del dulce. A su izquierda, sobre la mesita de costura llegada de alguna tía lejana de la que ya no recuerdo el nombre, hay una lámpara de mesa. No la veo pero sé que está ahí. Es la luz de leer en el sofá, de ver la tele, la de dormitar y la primera que se enciende cuando cae la noche y quieres sentir que ese salón es casa. 

Esa noche vacía, ese cielo sin luna con miles de estrellas, ese silencio, esa ventana y mis amigos al otro lado, estando juntos sin más, sin hacer nada más que compartir un espacio y una luz, la de mi casa, es el momento que sé que voy a guardar de este viaje. De entre todos los momentos que pasamos juntos esos cuatro días, todos los podría haber hecho con completos desconocidos: las pateadas, la excursión a los ibones, las fotografías a las cataratas, las cenas en restaurantes, incluso el viaje en coche. Todos menos ese, el momento en que estamos juntos siendo cada uno de nosotros solo nosotros, compartiendo el silencio, el comentario ocasional o el bostezo placentero que el cansancio de la montaña provoca. Cuando éramos adolescentes creíamos que teníamos muchos momentos así pero no es verdad. De adolescentes quedábamos a hacer cosas, jugar, bailar, beber, ligar, besarnos, llorar, criticar, enfadarnos, desesperarnos... no sabíamos que la verdadera amistad se mide no por lo que haces juntos sino por estar juntos sin hacer nada, sin hablar y sentir que, en ese momento, no estarías mejor en ningún otro lugar del mundo. La amistad es eso y tener cincuenta años es ser consciente de esos momentos y atesorarlos como el mejor recuerdo del viaje. Mejor que las fotos, los paisajes, las risas o el chuletón del valle. 

viernes, 12 de noviembre de 2021

De los libros de colores a...


@lupedelavallina

Cuando empecé a escribir este blog, hace catorce años, todo era distinto y cuando digo todo, me refiero a internet. Todos escribíamos con pseudónimos, nadie decía en qué trabajaba ni a qué se dedicaba, ni se colgaban fotos. Internet era algo de frikis, algo aparte de tu vida real. Empecé a escribir como molinos porque ese es el nombre que había elegido en 1996 para mi primera cuenta de correo en hotmail. No le di muchas vueltas, pensé que molinos era perfecto. Luego pensé que para mis hijas usaría solo las iniciales, para mis hermanos motes inventados y para mi trabajo, para mi trabajo, miré mi mesa de despacho y dije: libros de colores. 

Después abrí cuenta en tuiter e instragram, el blog creció, publiqué libros con mi verdadero nombre, di charlas y fui a encuentros. Me hicieron entrevistas. M y C pasaron a ser María y Clara. Conocí a muchísima gente que, a pesar de saber mi nombre, me llamaban Molinos o Moli. Los blogs se apagaron pero yo seguí escribiendo... pero nunca dije dónde trabajaba. Me hacia gracia saber que cuando tecleabas mi nombre en google los primeros resultados te llevaban a Ana Ribera la actriz porno o al personaje de Paula Echevarría en Galerias Velvet.  Jamás desvelé que eran los libros de colores, tampoco era importante. 

Después de veintiún años y cómo ya anuncié aquí, me cambié de trabajo. Dejé los libros de colores, deje Mordor, dejé los doscientos kilómetros diarios y me marché a la oportunidad de mi vida. Hasta hoy no podía contarlo y quiero contarlo. Desde hace un par de meses soy la nueva, flamante y primera Editora Jefe de Prisa Audio. Mi trabajo consiste en escuchar podcasts, pensar ideas, captar talento, recibir, editar y corregir guiones y montajes para hacer crecer las historias trabajando junto con sus creadores. Leo, escucho y descubro. Si hubiera soñado mi trabajo perfecto sería este. 

Siempre digo que nunca sabes a donde te va a llevar la vida.  Empecé a escribir un blog, empecé a escuchar podcasts y a escribir sobre ellos... y todo eso, más mi experiencia profesional durante veinte años en televisión me han llevado hasta aquí. Porque sí, los libros de colores son la televisión en la que he aprendido tanto que necesitaría otro blog para contarlo. ¿Por qué lo llamé libros de colores? Porque las parrillas de programación con las que trabajamos están llenas de bloques de colores: rojo para películas, azul para informativos, amarillo para programas en directo, verde para documentales, gris para promociones, etc. Se trata de colocar los bloques de colores de la mejor manera posible para que todo funcione, para que encaje, para que lo vea mucha gente.  


Para mi nuevo trabajo no creo que invente nada, tampoco hablaré de él aquí por lo menos durante los ocho primeros años como hice con la tele. Seguiré comentando y recomendando podcasts que me gustan y, a lo mejor, en algunos de ellos escucháis mi nombre, el real, en los créditos.  En mi nuevo trabajo hay mucha gente que me conoció aquí, leyéndome, y me encanta que a pesar de verme todos los días y saber quién soy me llamen Molinos o Moli. Me encanta. 

Llevo meses guardando esta foto para ponerla justo hoy. Todo encaja. 


viernes, 5 de noviembre de 2021

Lecturas encadenadas. Octubre

 
El mes pasado anuncié como algo muy novedoso que solo había leído dos libros en el mes de septiembre. Lo que no sabía es que, en esta nueva vida, se ha convertido en una rutina. En octubre solo han caído otros dos libros. A lo mejor, más pronto que tarde, las lecturas encadenadas tienen que transformarse en El libro del mes. Haré todo lo que pueda para que eso no pase, le tengo cariño a mis encadenados. 

Al lío que, como el mes pasado, será corto. 

Anhelo de raíces de May Sarton llegó a mi radar a través de Paula Fernández de Bobadilla, amiga, editora de Ximena Maier y gran lectora. (No os perdáis lo que escribe) De mi radar pasó a mis manos cuando lo compré en la Feria del Libro y le tenía muchísimas ganas. 

Anhelo de raíces tiene una portada maravillosa que responde a la perfección a la esencia del libro y digo esto porque estoy harta de portadas que no significan nada o significan todo lo contrario o destripan la historia. La historia de May Sarton, su historia es apetecible e interesante pero me he aburrido. Ohhhhh. Creo que su editor, hace sesenta años cuando se publicó por primera vez en inglés, no hizo bien su trabajo y creo, con gran dolor de mi corazón, que la traducción deja mucho que desear. Lo noto porque según voy. leyendo voy tropezando en algunas frases, en una palabra, con una expresión, con una incongruencia semántica que me ha impedido sumergirme en el ritmo de la narración. 

May Sarton (1912-1995) fue escritora, poeta y profesora. En este librito de memorias cuenta su relación con una casa que compra en Nelson, un pueblecito de New Hampshire y que reconstruye, decora y llena de sus cosas, de los objetos que ha ido recopilando a lo largo de toda su vida y que ha heredado de sus padres. Se construye un hogar cuando ya tiene más de cincuenta años y lo disfruta. Disfruta encontrarlo, reconstruirlo, quedarle a solas con su casa por primera vez, descubrir la luz, los sonidos, los cambios diarios o estacionales y también los emocionales que tener tu propia casa provoca. Se dedica en cuerpo y alma a escribir, a su casa, al jardín y a sus vecinos. Todo esto parece buenísima idea y el libro tiene muchos pasjes estupendos y preciosos pero me he aburrido mucho y he terminado leyéndolo en diagonal.

«Pero no habia ido a aquel lugar solo para demostrarme a mí misma que podía resolver problemas derivados de cortar el cesped, podar árboles o hacer un jardín donde nunca antes lo había habido. Había ido a escribir. Y hubo momentos en que me sentí abrumada por aquellos problemas prácticos. Pero siempre volvía a mi punto de partida: que los problemas o suplicios derivado de mi vida en aquel lugar de algún modo me enriquecían cuanque pareciera que cuando llegaban no traían consigo más que interrupciones y frustración. Problemas ocasionados por clima, nevadas, sequías, temporales, que te afectan hasta la médula. Enseguida se convierten en metáforas en tu mente; son materia poética. Y nunca son pérdida, la pérdida que el aburrimiento mortal de la vida en la ciudad significa. La pérdida de tiempo que pasas tratando de llegar a casa en un metro sin aire, por ejemplo, no se puede comparar con la pérdida de tiempo utilizado para bajar a un gato de un árbol o ¡perseguir a una marmota, por lo general, es más divertido que perseguir a un taxi!»

Yo al gato no lo bajaría del árbol, es su problema, pero este libro lo recomiendo con reservas. Para leerlo de vez en cuando, un capítulo y anotar los pasajes brillantes que tiene, las reflexiones sobre lo que significa tener tu casa, tu espacio. Si no lo habéis comprado, no lo hagáis. 

En septiembre fui a la presentación de La historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart. Fui porque mi amiga María Jesús hacia de anfitriona y no tenía ni idea lo que me iba a encontrar aunque Sexto Piso es siempre garantía de libros interesantes. La charla con Douglas fue muy chula, él me encantó y compré su libro que me dedicó con estas palabras "Thank you for welcoming me to Madrid". 

Gracias a la presentación sé que La historia de Shuggie Bain es una novela pero está basada, en parte, en la infancia del propio autor. Shuggie es el tercer hijo de Agnes que tiene dos hijos más mayores de su primer matrimonio con un católico. Cuando Agnes conoce a Hugg, el padre de Sugghie, abandona al católico para embarcarse una relación muy destructiva y tóxica con Hug y con el alcohol. Todo esto sucede en el Glasgow de los ochenta con una crisis económica y social brutal por el cierre de las minas escocesas que dejó a miles de hombres sin trabajo y a sus familias dependientes de los servicios sociales para sobrevivir. La historia de Shuggie es durísima, es trágica, es sórdida y cuesta hasta mirarla. De alguna manera me ha recordado a las novelas de los años treinta de Erskin Caldwell, los dos retratan a personajes que se ven empujados por las circunstancias, por la pobreza (la crisis de los años 80 o la gran depresión del 29) a tomar unas decisiones que son destructivas para ellos mismos. Es muy fácil juzgar desde tu sofá con tu comida y tu calefacción y tu seguridad y pensar "yo jamás haría eso" para pensar que somos mejores pero ni de lejos es así. Agnes, Shuggie y casi todos los personajes que aparecen en la novela (Shug padre, no) quieren hacer las cosas bien, ser "buenos" pero es imposible. Es una novela muy buena pero dolorosa de leer porque no hay moraleja, no hay tranquilidad, no hay bálsamo, no hay nada que te haga pensar "al final todo sale bien". No, no es verdad, la vida no es una peli. 

En la presentación le pregunté a Douglas como había conseguido salir de la historia después de escribirla y me dijo: «no salí, continué con una segunda parte». Seguro que la leo en cuanto salga. 

Y ya está. No hay más que rascar por este mes. Y con esta brevedad y un bizcocho, hasta los encadenados de noviembre. 

sábado, 30 de octubre de 2021

Podcasts encadenados: ricos, riquísimos, tragedias y una bala que no falla


Hoy vengo a hablar de podcasts porque llevo tres semanas queriendo hablar de podcasts y lo he ido dejando porque no tenía tiempo, porque no encontraba el momento, porque si la abuela fuma pero hoy ya no puedo dejarlo. Hoy, mientras iba conduciendo a casa de mi hermana, iba gritando en el coche: ¡No puede ser! pero, pero, pero... ¡no me lo creo! La razón de mis gritos era el séptimo episodio de un podcast. Al volver a casa he pensado: necesito escribir sobre podcasts porque ¡tengo que comentar esta historia con alguien! 

La razón de mis gritos, y de mi enganche de los tres últimos días, es la historia de la familia Steinberg que se cuenta en el podcast The just enough family.  Ariel Levy, escritora del New Yorker, nos lleva de la mano a conocer a toda la familia y cuando digo a conocer, lo digo por algo. Levy es muy amiga de Liz, una de las hijas del financiero Robert Steinberg y aunque es ella la que tiene la voz cantante en el primer episodio que sirve de introducción, gracias a esta amistad (supongo) en el podcast habla toda la familia que está viva: padres, tíos, primos, exmujeres. ¿Quienes son los Steinberg? Una familia de megaricos y cuando digo megaricos me refiero a gente que alquilaba la sala egipcia del Metropolitan para hacer una fiesta de cumpleaños de una adolescente, tenía varias casas, avión privado y un jefe de seguridad que, como el Señor Lobo, solucionaba problemas. Si estáis viendo Succession en HBO, ricos de ese nivel. Ricos de los que no llevan dinero nunca encima porque no lo necesitan. 

En el primer episodio, Liz cuenta que cuando ella era niña e inmensamente rica, escribía cuentos en los que ella vivía con una familia que no se parecía a la suya, no era pobre, no pasaban hambre ni nada de eso pero vivían "con lo justo", vivía con "the just enough family", la "familia de lo necesario". Me parece una anécdota maravillosa y ole por Levy por la elección del título. 

La historia de la familia es increíble y es una de esas que a los simples mortales, que tenemos que organizarnos la vida porque recordemos que improvisar es de ricos, nos encanta porque lo tiene todo. Dinero, amoríos, divorcios, traiciones que se van sumando y sumando hasta que en el episodio siete alcanza un nivel que exige gintonic y tertulia. Pero además de esto, tiene el mérito de que son los propios protagonistas los que la cuentan. Levy conduce, hace preguntas y, por supuesto, ella y la productora Melinda Shopsin han editado todas las conversaciones y las han ordenado para que el relato avance a partir de sus testimonios. Puedo imaginar las horas que han pasado charlando con unos y con otros y las que han echado escuchando todo lo grabado para organizarlo y dar coherencia al relato. 

Mientras lo escucho y mientras escribo esto pienso en qué posibilidades habría en España de hacer algo así. Muchos de los formatos de podcast que triunfan en Estados Unidos están basados en historias personales contadas por gente a la que no le da pudor hablar de sus sentimientos, sus errores, lo que hizo bien, mal, las opiniones que tuvo en su día y que ya no tiene, las traiciones, los amores, etc. Los americanos (que tienen muchas cosas malas como todos) son en esto tremendamente abiertos: hablan sin pudor. No es que en España una familia de megaricos no hablaría jamás así, es que aquí la gente no habla y cuando habla, se inventa. 

Dejando de lado esta última reflexión, The just enough family es un podcast maravilloso. Tiene ese punto de cotilleo, de asomarse a ver cómo viven los ricos. Tiene también el regustillo que da ver que a los ricos también les pasan cosas malas y tiene un punto de locura que te deja alucinando y enganchado a la historia. Son ocho capítulos de unos veinticinco minutos cada uno. No os lo perdáis. 

¿Qué más recomiendo? Pues el mejor podcast del año que, lo lamento por los que no habláis ingles,  es un podcast americano escrito y dirigido por Dan Taberski, un tío con un talento inmenso, creador también de Runnig from Cops publicado en 2020 y que también es impresionante. El mejor podcast del año se llama 9/12 y trata sobre las consecuencias del 11S desde diversos puntos de vista. Aunque nacido al calor del veinte aniversario de los atentados del 11S, 9/12 va mucho más allá de contar la historia de aquel día, sus causas o sus consecuencias. 

No sé el tiempo que Dan Taberski habrá pasado pensando este podcast pero seguro que han sido meses, muchos meses. Su objetivo es tan ambicioso y tan complejo que me pongo a llorar solo de pensar en el esfuerzo intelectual necesario para conceptualizar la idea, darle forma y encontrar las historias que encajen en el relato. Pensar en todas las historias que habrá desechado me provoca aún más llanto. ¿Qué objetivo persigue Taberski? Pues nada más y nada menos que contarnos cómo ha cambiado el mundo después del 11S, contar ese día que cambió el mundo, que nos cambió a todos, sin hablar de ese día sino de todo lo que ocurrió después y como sus consecuencias están aquí, nos tocan cada día, las navegamos en nuestras rutinas diarias. ¿Cómo cambió la manera de pensar el humor en Estados Unidos? ¿Y la propia conciencia de ellos mismos como país? ¿Y el uso de la palabra libertad y su concepto? ¿Y la imaginación? 

Es un podcast impresionante. Os animo a escucharlo porque solo el primer episodio, el prodigio narrativo que hace Taberski contando el 11S sin contarlo te deja con la boca abierta. Son siete episodios de cuarenta minutos que voy a volver a escuchar para ir tomando notas. Es el mejor del año, sin duda. 

En español traigo también una fantástica serie: Canónicas de Podium Podcast con Laura Martínez.  Confieso que, como casi todos, de adolescente la historia de Jack El destripador me interesó muchísimo. El primer asesino en serie, las mujeres asesinadas, Londres, la niebla, el misterio alrededor del asesino más famoso de la historia y las mil quinientas teorías sobre quién podía ser era algo que me llamaba mucho la atención. Muchos años después cuando la mística del asesino ya había desaparecido para mí, leí From Hell de Alan Moore y pasé miedo. Miedo por la historia y miedo al ver la fascinación que este asesino sigue teniendo a diario para muchísima gente. Bien, Canónicas tiene que ver con Jack El destripador pero no habla de él, ni siquiera se habla de los asesinatos. Canónicas se centra en la historia de las vidas de las mujeres que asesinó. ¿Quienes eran? ¿Cómo fueron sus vidas? Jamás había reflexionado sobre esto pero el asesino no solo las asesinó, borró sus existencias. Por supuesto no fue solo él, a ese borrado contribuyeron los medios, las opiniones y todos nosotros, convertir a las víctimas en prostitutas, pobres, personas que "algo habrían hecho", nos libera de poder ser como ellas, de acabar así. 

En Canónicas, Laura Martínez consultando a multitud de expertos, reconstruye en cada episodio la vida de las cinco víctimas canónicas, las confirmadas como asesinadas por el destripador. Escuchar sus historias, situarlas en el contexto, saber dónde nacieron, cómo era su familia, dónde trabajaron, qué les ocurrió para estar en aquella calle, en aquel barrio, la noche en que el asesino las encontró, les devuelve peso, volumen vital, dejan de ser simplemente las víctimas de Jack El destripador para volver a ser: Polly, Annie, Elizabeth, Catherine y Mary Jane. (Si llegáis a los créditos, tenéis sorpresa) 

Para terminar un par de episodios más en español. 

El reloj y la linterna es el tercer episodio de la nueva temporada de Radio Ambulante, un podcast que he recomendado mil quinientas veces porque todo lo que hacen es bueno. Todo es bueno pero algunas cosas son espectaculares y este episodio es una de ellas. En 1994 hubo un atentado en el edificio de la AMIA, en Buenos Aires. Es una historia muy conocida en Argentina (yo confieso que no tenía ni idea) y el episodio es un ejemplo de cómo se puede contar algo que todo el mundo sabe o cree saber de una manera diferente. Partiendo de lo anecdótico, del reloj del título, de algo pequeño observado de cerca... la narración va alejándose y alejándose hasta conseguir poner a la vista toda la tragedia y la historia. Un prodigio de enfoque narrativo que se sigue conteniendo el aliento durante los más de cincuenta minutos que dura. No os lo perdáis. 

Seguimos en Latinoamericana con Volver a los 17. Violeta Parra del podcast Sangre en los tracks. Este podcast lo descubrí en la newsletter semanal de Radioambulante en la que el equipo del podcast recomienda cinco cosas para escuchar, ver, leer, cotillear en internet o cuentas para seguir en distintas redes sociales. El 5 de febrero de 1967, Violeta Parra le preguntó al hombre con el que vivía: ¿dónde no falla una bala? Él, distraído, se tocó la sien y le dijo: aquí. Violeta entró en la casa y se pegó un tiro en la sien, no quería fallar. 

Yo sabía quién fue Violeta Parra pero no sabía nada de su vida ni de su final. En este breve episodio, Pablo Plotkin y Marcos Aramburu, reconstruyen su vida, su familia, sus intereses, su carácter, sus parejas, sus viajes, sus preocupaciones, sus odios. Dedican un tiempo especial a la canción Volver a los 17, que yo no había escuchado jamás, y que me parece, y así lo comentan ellos, una canción tristísima, una especie de elegía por una juventud que nunca es tan feliz como la queremos recordar con cuarenta pero que para Violeta era un paraíso del que había sido expulsada y que ante la idea de no volver a él, prefirió morir. Es una historia trágica pero el episodio cuenta su vida muy bien sobre todo si, como yo, no sabías nada. 

Con esto creo que es suficiente, me han quedado unas recomendaciones un poco trágicas: atentados, asesinadas, atentados y suicidios... espero que compense la frivolidad extrema de los ricos. 

Voy a intentar ser más regular en estos comentarios primero por egoísmo porque necesito hablar con alguien de todo lo que escucho y segundo por mi vocación de servicio público: ahí fuera hay maravillas para escuchar y me gusta compartir. 

Casi todo lo que he recomendado en esta sección lo tenéis aquí.