sábado, 24 de enero de 2015

Fantasía en Miss Universo



- Moli.- me llama Pobrehermano Mayor
- ¿Qué pasa?
- Ven, corre. 
- ¿Qué pasa?
- Me estoy muriendo de risa y tienes que hacer un post. 


Tras un estudio pormenorizado, una docena de ¡No me lo creo!, tres o cuatro pausas para descojonarnos sin parar y dos docenas de ¡No puede ser!... creo que estoy en condiciones de trasladaros parte del surrealismo más kitch que he visto en mi vida: el concurso de trajes nacionales de Miss Universo. 

Es tan tan tan tan....que vas más allá del despelleje, es un escalón más que ni siquiera sé como llamar. Me quedo sin palabras. 

Desconozco como fue la convocatoria pero sospecho que los organizadores utilizadon un lenguaje deliberadamente ambiguo "con cualquier cosita vale" o mandaron los requisitos en sánscrito y nadie se enteró  de qué leches quiere decir "traje nacional".

España e Italia se han dejado llevar por la corriente historicista, por supuesto sin consultar a ningún historiador . Ni de sevillana, ni de fallera ni de payesa ni de jotera, ni de chulapa, ni de neska, eso está muy visto. Nuestra representante va de Isabel la Católica "desbordada" por los acontecimientos. La italiana de pareja de baile vestida de Julieta. 

En Sudamérica alguien, algún emprendedor, vio un nicho de negocio y lo aprovechó. Se hizo pasar por traductor de sanscrito visitando todas las capitales del continente y convenció a todos de que lo que en realidad ponía era "vestido construido con todo el peso que aguante la miss en un equilibrio inestable y a ser posible que mida como mínimo 2 metros por encima de su cabeza". 

-Oiga, pero, ¿no habrá que poner algo para que se sepa que es de aquí?.- le preguntaría alguien pelín  avispado. 
- Bueno sí, pero nada demasiado obvio que no queda elegante.  Y ya saben, lo bueno si breve dos veces bueno. 

Y se ha hecho millonario gracias a: Venezuela y su serpiente trepando por un árbol en otoño, Ecuador vendiendo platitos de "recuerdo de Quito", Argentina de "El puma" supongo que cantando "Numeral, numeral, viva la numeración", México con una reintepretación de luto del disfraz de Argentina (atentos a las plumas que son iguales pero en negro). Guam de ficus en flor. Lo de Panamá no puedo ni describirlo. Aruba va de Madagascar la peli (el tocado, el tocado, ¡el tocado!)

Bolivia con una interpretación muy libre de ¿San Jorge? 

Espectacular, Las Islas Vírgenes Británicas de genio de la lámpara de los deseos.

Curasao de hombre anuncio. 

Mención especial merece Nicaragua con esta reintepretación colorista y muy libre de Rockfeller y su "Toma Moreno". Atentos a los pájaros que la miss/ventrilocua acciona al final de sus brazos. La de Perú no es ventrílocua y por eso sólo lleva los buitres de El libro de la selva pintados (bastante mal) en las mangas. 

Trinidad y Tobago no ha reparado en gastos. "Ponme todo lo que tengas, lo quiero todo, plumas, espejos, lentejuelas, mallas ¿esa flor de Pascua?, también la quiero". 

El emprendedor vende motos debe ser brasileño y claro ha mandado a su chica de ángel de Victoria Secret, apuesta segura. 

En Chile no se dejaron engatusar y no ha conseguido abrir nicho de mercado. 

Unos cuantos países optaron por sencillamente recortar, hacer una versión mini de su traje nacional, más o menos de la talla 15. En esta tendencia tan mona tenemos a Hungría de pepona,  a Inglaterra de chica de beefeater y a  Japón de samurai. Polonia se ha equivocado al optar por este estilismo porque su chica no tiene rodillas para llevarlo. 

Bélgica ha pasado de todo "ponedle un bikini y arrancadle los brazos". 

No podía faltar la corriente Princesa Disney. Es una baza segura, nada de parecer una cabaretera del tres al cuarto o una stripper , mucho mejor que tu representante parezca dulce, inocente y virginal. Así, sin que parezca que han roto un plato en su vida, aparecen Austria ("ponle algo en la cabeza que está muy sosainas"), Georgia, Suecia de pocahontas con corbata, o Lituania de princesa transparente.

Los franceses son muy suyos y no quieren parecerse a nadie y por eso su miss va de ....lleva boina. 

Por supuesto siempre hay alguien al que se le va la mano y lleva el tema de la virginidad al extremo y alcanza un nivel de kitch desconocido al alcance sólo de unos pocos elegidos. Atención al Niño Jesús tumbado que lleva pintado y que "sostiene" en sus manos. Ucrania se ha ido al otro extremo y, en un patético intento por dar pena, han mandado a su chica de viuda del siglo XVII

Irlanda. ¿Va de troll? ¿de guerrero celta? ¿de transformer? En cualquier caso la pobre chica ha perdido el cuello. 

Algunos, como Bulgaria, Portugal o Albania (atención a los calcetos de selección de fútbol con stiletos), o no se han enterado de qué iba el concurso o han ido a perder. Me las imagino a las pobres chicas en los vestuarios: "la cabrona de Argentina va en bolas, Brasil de angel y yo vestida de mi abuela recogiendo gallinas". 

Estados Unidos se ha decantado por mezclar tendencias: una minimización hasta casi la inexistencia de su bandera mezclada con unas gotas "ponle encima todo lo que aguante".

Alemania de muro. 

He dejado lo mejor para el final. La cúspide del kistch, el surrealismo y el descojone. 

Canadá, ese país de nieve, grandes paisajes, guardia montada y alces que ha mandado a su representante vestida de partido de hockey sobre hielo. Miradlo bien, no le falta detalle: las botas de jugador, la portería entre las piernas, la ¿faldita? de red de la portería, las protecciones en codos y hombros, los sticks en ramillete, el stick en la mano y...¡el marcador electrónico en la cabeza! 



Pobrehermano Mayor tenía razón, he llorado de la risa escribiendo este post, aunque ya nunca voy a poder pensar en Canadá como antes. 


viernes, 23 de enero de 2015

Ensayo sobre la chimenea

En el día 23 del año 2015, decimoquinto de mi enfermedad (estoy mucho mejor), he cumplido mi primer propósito para este nuevo año. Si, este año tengo propósitos, uno para cada mes. Todos son propósitos estúpidos, asequibles para mi legendaria faltad de fuerza de voluntad, incapaces de crearme frustración y con una finalidad práctica. Pequeñas metas. 

Redoble de tambores: he aprendido a encender la chimenea. 

Oigo las risas desde aquí pero es que esto no es tan fácil como parece. Encender la chimenea es como el sexo; cualquiera puede hacerlo pero conseguir un buen fuego exige pericia. 

Había encendido bastante chimeneas en mi vida pero un poco chapuceramente: metía mucho papel, leña fina, leña más gorda, usaba tres docenas de cerillas y después de un poco más de papel y mucho fuelle conseguía unas chispas, un pequeño fuego de intensidad interesante pero fugaz. Exactamente igual que al practicar sexo de joven en un coche, muchas prisas, mucho contorsionismo y un resultado como mucho pasable. 

Ahora he aprendido la técnica, la colocación,la posición de las distintas maderas y con ¡redoble de tambores! una sola cerilla consigo un fuego brillante de un bonito color cambiante y que tras un fulgor de llamas, consume la leña poco a poco y deja unas brasas de un rojo brillante de las que no se puede apartar la vista. 

Las chimeneas son un tema muy serio. Tan serio que han proliferado los sucedáneos. 

Las chimeneas que se encienden con un botón y proyectan imágenes de fuego mientras dan calor. Debe ser cómodo y da calor pero eso no es sexo, perdón una chimenea. Eso es como ver porno, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. 

Por supuesto, encender el fuego con pastillas, líquidos inflamables o cualquier otro artilugio es trampa. Y no hace falta que diga a qué se parece. 

Un paso más allá están las chimeneas con cajetín, estufa o como queramos llamarlo. Tienen fuego de verdad pero no. Son como los condones. Son más seguras, dan más control sobre las llamas y puedes no preocuparte de vigilar las consecuencias de que salte alguna chispa...pero no es lo mismo. Este tipo de chimeneas han proliferado mucho, lo entiendo, sino hay otra cosa pueden valer pero siguen siendo un sucedáneo. 

En el top están las chimeneas abiertas de toda la vida. Un hogar de tamaño decente con la suficiente amplitud como para colocar la leña. El fuego se siente, se ve y se oye. Es un completo de sensaciones que si pruebas una vez es complicado que luego te conformes con menos o que al tener que conformarte no eches de menos la verdadera chimenea. 

A pesar de la bonita analogía que me he cascado entre el sexo y las chimeneas, debo advertir que la imagen romántica del polvo frente al fuego no es buena idea. Las chimeneas son un sitio fabuloso para los previos. En compañía, en silencio, fingiendo estar entretenido con otra cosa. El sonido del fuego, la visión hipnótica de las llamas, la sensación de calor...en fin, sale solo.   


Mientras me dedico a pensar en el reto de febrero, un consejo: aprended a encender chimeneas, da muchas satisfacciones. 


martes, 20 de enero de 2015

Desvarios: llamadme Dolores


Cuaderno de bitácora: llevo 13 días enferma. Enferma de verdad, sintiéndome a morir, con dolores de toda clase, agravándose mi estado con cada nueva jornada. Mis días transcurren cada vez más en mi camarote, acostada en la cama y observando por la ventana cómo el paso de las horas se refleja en los abedules (¿o son álamos?) del jardín. 

Mi estado es tan lamentable que me incapacita para leer, ver series o hablar, por lo que paso las horas escribiendo mentalmente las más brillantes composiciones que pueda imaginar... sabiendo que el brillo desaparecerá en cuanto intente volcarlas en mi cuaderno. 

Con un último aliento, he decidido dejar constancia por escrito de mi ranking de dolores. No servirá para nada, no salvará vidas pero, ¿a quién le importa?

De menos a más:

Las contracciones del parto. Años y años de terrores nocturnos imaginando dolores espeluznantes que me harían sudar, gritar y apretar con todas mis fuerzas las manos del incauto que hubiera decidido reproducirse conmigo. Me visualizaba con los ojos saliéndose de las órbitas y sufriendo un dolor extremo que se vería recompensado por el milagro de la maternidad, conocer a mi churumbel, bla, bla, blá. 

Las contracciones del parto resultaron ser algo como un dolor de regla cronometrado. Algo perfectamente soportable y sin nada de sudor ni gritos. 

Los dolores de regla. De esto ya hablé en su día y lo mantengo. Los dolores de ovarios se parecen muchísimo a tener un alien rebotando entre tus dos ovarios como una pelota de pinball mientras intenta encontrar la salida que le dará 30.000 puntos. Tratas de contorsionarte para que la encuentre cuanto antes, pero no funciona y mueres de dolor. La parte buena que hace que soportarlo sea más fácil es que sabes lo que es, sabes que se termina cuando encuentra la salida y, lamentablemente acabas acostumbrándote. La mala es que dura 40 años. 

El dolor de oídos. Un rayo te fulmina en el interior de tu cráneo y te pone los pelos de punta. Quieres creer que ha sido una alucinación, un momento, pero te encoges y te preparas para la siguiente descarga: que te fulminará. Ahí está. Es un dolor certero como un bisturí, es el epicentro de un terremoto que cuando descarga reverbera hasta llegarte a las uñas de los pies. Es un dolor que siempre asocio a la infancia, a una mano fría en la frente, a gotas y algodón, con una voz que te dice: tranquila, tranquila. Es además un arma para el arsenal de madre: no te bañes más que te va a dar otitis o no salgas con el pelo mojado que te va a dar una infección de oído. 

La apendicitis. Volvemos a un dolor que es como una copia pirata de un buen dolor de ovarios. Duele bastante pero no es insoportable. Lo malo es que no sabes qué es hasta que te aprietan con mala leche y entonces sí que duele, ves estrellas, lunas, explosiones de supernovas y agujeros negros. La parte buena es que te dan unas drogas por vía intravenosa, muy efectivas,  que te reconcilian con tu abdomen enseguida. Además, a todo el mundo le das muchísima pena y te dicen "pobrecita, ¿apendicitis? Con lo que duele". La compasión (aunque sea falsa) siempre reconforta. 

La ciática. Lo bueno de los dolores asociados al embarazo es que todo el mundo te hace mucho caso, lo malo es que no puedes drogarte. El dolor de ciática es exasperante, paralizador y te hace sentir como una ballena varada. Un dolor en el culo que te deja la pierna muerta y para el que no encuentras acomodo en ninguna postura, ni de pie, ni sentada ni tumbada. Ni siquiera funciona el siempre reconfortante acunamiento en posición fetal. 

La ciática estaba en el top nº 1 de mi ranking de dolores hasta el verano pasado, cuando fue rebasada por un dolor absurdo e inesperado (que son los que más joden). 

La picadura. Llaman a la puerta. Veo desde la ventana que es el cartero. Salgo corriendo a recoger mi carta como si viviera en 1950 (Mr. Postman, look and see, if there´s a letter in yor bag for me). ¡Ay! ¿Qué he pisado? ¿Una abeja? ¿Una avispa? Joder, que escozor. (¿Como se distinguen las abejas de las avispas? ¿duele distinto? ¿por qué todas mis dudas son entre especies que empiezan por a? ¿Estoy delirando?)

Cuando un dolor tiene síntomas externos (hinchazón, herida o cualquier otra cosa) el mundo a tu alrededor tiende a ser más comprensivo. Pero en mi entorno, la hinchazón fue considerada como una memez y el dolor asociado a ella, que me despertó esa noche con unos calambres incapacitadores en la planta del pie, considerado de baja intensidad. Como ni estaba embarazada ni tengo 7 años, me automediqué con nolotil y fui mucho más feliz... pero elevé la picadura de aguijón al nivel máximo de dolores sufridos en mi persona. 

Hasta ahora. El destino, mi hada madrina, mi ratón de la suerte y los siete jinetes del Apocalipsis han venido a castigarme por todas las veces que he pensado que el dolor de alguien no era para tanto: y me han castigado con el peor de los sufrimientos experimentados en mis 42 años de vida. 

Sufro un dolor que lo único que me permite pensar es en meterme cucharillas (no pienso en cucharillas realmente, pienso en un vaciador de verduras que tiene Molimadre en un cajón de la cocina, con mango de madera, que debe tener unos 50 años) por los ojos, para vaciarme las cuencas orbitales y acabar con esta tortura. Un dolor que me hace soñar con dos taladradoras que entren por cada uno de mis oídos y consigan romper en mil pedazos la barricada de mocos que mi organismo ha construido en mitad de mi cráneo. Un dolor que me hace fantasear con Anthony Hopkins abriéndome el cráneo y afeitando mi cerebro con una cuchilla para liberarlo de la capa verde que lo recubre. Un dolor en el que me visualizo raspándome la campanilla con una  espátula para despegar las flemas que me ahogan. (La espátula es también de Molimadre, con mango de madera, y está, llena de restos de pintura, guardada en un cajón del banco de herramientas del garaje; lo digo por si alguien quiere hacerme el favor).

Y lloro de dolor deseando que mis lágrimas sean verdes para que cese este dolor inhumano. 

Creía que los mocos eran una guarrada pero los consideraba inofensivos. Creí que eran un mecanismo de defensa hasta que hace 10 días los míos se alzaron en armas, empezaron a reproducirse y decidieron invadir mi cara. Ahora parecen querer salir fuera atravesándome la frente y rompiéndome el cráneo en mil pedazos. 

No sabía que te podía doler tanto la cara como para querer arrancártela.  

A las 20:35 cierro esta anotación de mi cuaderno de Bitácora. Dolor extremo, latido en el oído medio, cuencas orbitales a punto de estallar. Me pregunto qué pasara mañana. Viento del norte en calma. Sin luna. 


jueves, 15 de enero de 2015

Desvaríos con Marcos Ordóñez

La tos de fumador y bebedor de carajillos ha dejado paso a un zumbido permanente justo en el centro de mi cabeza que me tapona los oídos y hace que mis pensamientos reboten de un lado a otro haciendo el mismo sonido que el sonar de un submarino. 

Me duelen los oídos como cuando era niña, con un dolor punzante y agudo. Llevo un rato debatiéndome entre levantarme para drogarme o seguir sufriendo al calor del edredón. Un nuevo pinchazo me hace decidirme a emprender la excursión al piso de abajo en busca de las drogas. Estoy a punto de caerme por las escaleras como Ángela Chaning. Bajo apoyándome en la barandilla y los pantalones del pijama se me caen, tropiezo y consigo sujetarme a tiempo mientras el zumbido dentro de mi cabeza rebota como una bola de pinball. Me muero de dolor. En medio del sufrimiento extremo pienso que por mucho que me guste mi pijama de cerebros... tengo que buscarme otro. 

Vuelvo a la cama. Me arropo, miro por la ventana. Los abedules. ¿Seguro que son abedules o eran álamos? Algo con A, no puedo pensar con claridad. 

¡No! ¡otra vez, no! Mi cerebro, el de verdad, no los que están dibujados en mi pijama, empieza a escribir mentalmente un post. No, no, no... no quiero escribir ahora, no puedo. 

Lo único que consigue parar mi escritura mental es leer, leer y leer. Me giro y cojo el libro que me ha atrapado completamente, Un Jardín Abandonado Por Los Pájaros de Marcos Ordóñez. 

Al comenzar el libro, miré de reojo la foto de su autor en la contraportada porque pensé que me iba a caer mal, que no teníamos nada en común. De reojo pero la miré, barba canosa, gafotas de pasta, gorrita... mirada de no querer estar ahí en ese momento. Sabía quien era Marcos Ordóñez claro, pero me caía mal sin conocerle. Un prejuicio estúpido e idiota pero, acaso, ¿no lo son todos? 

Mi prejuicio se esfumó en cuanto empecé a leer. No sólo se esfumó, ahora quiero leer todo lo que ha escrito. Me da igual la gorrita y las gafotas y la mirada. No se puede escribir mejor. Marcos me cogió de la mano y me llevó a su infancia. Recuerdos de su vida, de la de sus padres y sus abuelos. Historias familiares, secretos impenetrables de la niñez que con la edad se convierten en historias corrientes y se despojan de esa magia con la que los recordamos. Momentos de veranos mágicos, de descubrimientos que nos marcaron y la vuelta a instantes en que nos equivocamos, nos equivocamos tanto que al recordar a nuestro yo de hace 15 o 20 años pensamos ¿cómo es posible que no me diera cuenta? 

"Gente a la que quieres y a la que dejas de ver por cambio de costumbres, por desatención, por egoísmo, porque crees que pertenecen a otra época, porque crees que tú has cambiado. Es decir, por pura y simple estupidez".

Marcos Ordóñez habla muchísimo de sus abuelos, muchísimo. De los maternos para ser más exactos con los que convivió y mantuvo una relación muy estrecha. A ellos debe mucho de lo que es, de lo que le gusta y de como piensa. Pienso en mi abuelo José Luis, al que yo adoraba. Recuerdo su olor, el tacto de su piel, sus calcetines, el pelo ralo y gris cuando me pedía que  se lo peinara con un cepillo casi de bebe, sus chaquetas de lana para estar en casa, granate o verde oscura. Su sortija. Recuerdo la bandeja que le preparaba con la merienda: un café con leche y un suizo (cuando todavía existían) o unos mantecados recubiertos de azúcar que se deshacían en la boca. Su despacho, cubierto de estanterías de madera oscura hasta el techo, lleno de libros y de papeles que lo yo le ayudaba a organizar. 

Tengo una carpeta roja que me quedé cuando desmontamos su casa. En ella hay una copia a máquina de uno de los primeros casos que llevó como abogado, el de un hombre que había sido atropellado por una bicicleta. Levanto la vista y veo la carpeta en la estantería, encima de la ventana. 

"Hubiera preferido "Andes lo que andes no andes por los Andes" de Selecciones Dumbo que acababa de llegar a los quioscos" dice Marcos Ordóñez.

¡Recuerdo ese tebeo! En casa de mis abuelos, en el dormitorio de una de mis tías estaba la colección completa de Selecciones Dumbo. La recuerdo perfectamente con sus lomos a rayas negras y blancas. Me encantaban y el nombre de esa historieta nos hacía muchísima gracia. Los leí todos, empezando por la estantería que estaba más alta, tenía que poner un taburete encima de la cama para alcanzarla pero no podía esperar a que algún adulto me los bajara. Cuando llegué al final, fui releyendo los que más me habían gustado. ¿Qué fue de esa colección al desmontar la casa? 

Vuelvo a mirar la carpeta roja. Me entran ganas de levantarme y leer el informe minucioso de mi abuelo sobre el hombre al que atropelló una bicicleta pero tendría que ponerme de pié en la silla para alcanzarlo, igual que los tebeos de Dumbo y se que con este zumbido es posible que acabara en el suelo. 

Desvarío pensando en qué pinta tendría si me encontraran desmayada en el suelo, con la silla caída y mi pijama de cerebros. 

Sigo leyendo sin parar para no escribir mentalmente y para olvidarme del dolor de oídos. Termino el libro con pena infinita porque me ha encantado. Lo cierro y mi cabeza se pone a pensar en una estupidez que leí el otro día. 

En una de esas páginas que dan consejos estúpidos para leer "mejor", aconsejaban que para recordar lo que se lee es mejor no leer en la cama. Leer en una posición que te mantenga tenso, sentado en una silla con el libro apoyado en una mesa mejora la capacidad de memorizar. 

¡Qué bobada más enorme! Sé que siempre recordaré estos días de enfermedad y el libro de Marcos Ordóñez que he leído en mis noches de insomnio y dolor y en mis días viendo los abedules o ¿son álamos? por la ventana. Recordaré mi tos, mi dolor de oídos, su infancia en Barcelona y como gracias a sus recuerdos y a la maestría de su escritura volví a ser una niña y a pensar en mi abuelo. 

"No hay que rendirse nunca. Aún cuando parezca imposible, siempre hay que dar un paso más. Siempre un paso más allá". 

Decido seguir este sabio consejo del padre de Marcos Ordóñez. Me levanto y decido dar un paso más, hacer un esfuerzo, no rendirme y meterme en la ducha. Puede que muera de este gripazo pero será con el pelo limpio. 

PS: corred a leer Un Jardín Abandonado Por Los Pájaros. Corred.