jueves, 19 de marzo de 2020

El día que Charlton Heston me hizo reír

–Marco Antonio, dime una cosa, ¿cuánto me quieres? 
–El amor verdadero no puede expresarse con palabras.

Y me sorprendo a mí misma con una carcajada sonora, sincera y que me sale de ese estómago en el que creía que solo vivía mi ansiedad. Me río tanto que mi madre me pregunta «¿Qué te pasa?»

Lo que me pasa es Charlton Heston tumbado en plan sexual, algo complicadísimo de imaginar y aún más complicado de ver, sobre una actriz que en algún momento, unos meses en 1972, fue famosa que hace de Cleopatra.  Me pasa Charlton Heston con una especie de túnica transparente hasta los pies, con todos los botones desabrochados enseñando su pecho peludo. Me pasa Charlton Heston llevando encima de esa túnica de hippie trasnochado de Ibiza un collar de perlas largo digno de la Condesa Madre de Downtown Abbey.

Por supuesto Charlton y la actriz conocida en su casa a la hora de comer se besan fatal fatalísimo, con esos besos que se daban en 1972 en los que se frotaban los labios unos contra otros como queriendo descubrir que era lo último que habían comido. Un horror de lujuria y deseo. 

A Charlton lo sacan de ese embeleso de túnicas, perlas y malos besos un mensajero que le trae noticias de Roma porque  Charlton, que casi lo olvido, está haciendo de Marco Antonio. El mensajero entre cositas políticas de Cesar y Pompeyo y ejércitos, le dice así como de pasada, que su mujer, Fulvia, ha muerto. «Aquello que desdeñamos cuando se nos va, volvemos a desearlo. Es buena ahora que se ha ido.» dice muy serio agarrado a un aplique de la pared del palacio. Ya te vale, Charlton. 

«Pero, hija, ¿qué te pasa?»

Me pasa que de repente Charlton se pone en plan diva divinísima de Ibiza y le entra un remordimiento brutal por haber estado frotándose con Cleopatra mientras su mujer estaba en la otra punta del mundo y ¡tachán!, como si fuera una vedette, se arranca la túnica, rompe las perlas y se queda en pelotas con un taparrabos con flecos color carne. 

Y se pasea por la estancia de cartón de piedra del palacio de Cleopatra. Y se gira ¡y descubro que además de taparrabos es tanga y le veo los cachetes del culo a Charlton Heston! 

Y me río, me río hasta que se me saltan las lágrimas. Me río a carcajadas de lo ridículo que es todo y de lo en serio que se lo debieron tomar hace cuarenta y ocho años al rodar esta película. 

A partir de aquí, minuto ocho,  la película ya solo va cuesta abajo hasta el minuto 120. Charlton vuelve a Roma se casa con Carmen Sevilla que hace de Octavia, hermana de Cesar. A Cleopatra le llevan la noticia y se lo toma regulinchi así que al mensajero le hace un interrogatorio tronchante: 

–Octavia ¿es alta?
–No, nooo, para nada...es bajísima. 
–Bien, bien. ¿De qué color tiene el pelo?
–¿Rubio? 
–¿Seguro que rubio?
–Ah no no, negro feísimo.
–¿Es lista?
–Qué va, qué va, para nada.... es tantísima. 
–Bien, bien. ¿Tiene majestad en el porte?
–PARA NADA. Tiene tan poca frente que el pelo le sale de las cejas. 

Otra vez llorando de la risa. 

Mientras Cleopatra está jugando al Quien es quién con el mensajero Charlton ya se ha cansado de Octavia porque ésta además está en plan "lo nuestro es platónico" y se vuelve a Egipto a frotarse labios que es lo que a él le va. En medio hay cosas de política romana del tipo quítate tú que me ponga yo y una batalla naval que casi parece protagonizada por los clics (playmobil para los millenials). 

Marco Antonio y Cleopatra se supone que es la historia de como la reina egipcia convirtió a un gran general romano en un pelele pero en mi cabeza será para siempre la peli en la que una actriz desconocida hizo que Charlton Heston fuera en taparrabos con flecos. 

Será siempre la peli que me hizo reír cuando más lo necesitaba. 

*Acabo de leer que la peli la dirigió el propio Heston y que la batalla naval de los playmobil estaba hecha con imágenes sobrantes de la peli Ben-Hur. 


domingo, 15 de marzo de 2020

Internet amansa mi miedo

El viernes pasado saludé a mis hijas desde la calle mientras ellas se asomaban a la ventana desde un sexto piso. Había ido a recogerlas para que se vinieran conmigo el fin de semana pero no pudo ser, por un posible contagio laboral de El Ingeniero decidimos que era mejor que se quedaran en cuarentena los tres juntos.  

Es la decisión correcta. 
Ellos van a estar perfectamente. 
Yo voy a estar perfectamente. 

Lloré cuando no me veían. Y por la noche me desperté con un precioso ataque de ansiedad que se parecía muchísimo a los ataques de ansiedad que tuve cuando estuve enferma de depresión. 

La incertidumbre, y esto no lo sabía cuando escribí el último post, puede prolongarse en el tiempo y aprendes a convivir con ella o, como la famosa curva, puede escalar rápidamente y dar el salto a angustia, para luego relajarse, volver a subir a un pico de pánico y volver a bajar. Eso me pasó a mí la noche del viernes al sábado y parte de la mañana. Después, fue bajando y calmándose y la incertidumbre ya ha desaparecido porque lo más acojonante de toda esta situación es cómo en un par de días, algo que hace una semana nos hubiera parecido ciencia ficción, se está convirtiendo en rutina. Y la rutina da calma, da seguridad. Y te acostumbras al miedo. 

Y en esta rutina y en este miedo nos está salvando la vida "el malvado internet y la larga mano negra de las redes sociales". Hay muchas tonterías, muchas mentiras, mucha gente mal metiendo, claro que sí, como la hay en tu curro, en el bar de la esquina, en los periódicos y en tu gimnasio pero también hay millones de cosas buenas. Para empezar estamos aislados pero dándole a un botoncito podemos ver las caras de los que no están con nosotros, ver que están bien, que se acaban de levantar y, en mi caso, que están hasta el moño de que las llame. «No hay nada nuevo, mamá. Estamos encerradas en casa, ¿qué quieres que pase? ¿Una gotera?»

«El malvado internet» nos proporciona películas, series, podcasts y nos da una ventana para preguntar las dudas que tengamos porque «el malvado internet» está lleno de gente real, gente tan acojonada como nosotros pero que a lo mejor igual que yo sé algo de podcasts, ellos saben de otras cosas interesantes, importantes o simplemente entretenidas. «El malvado internet» nos permite saber qué está pasando y qué va a pasar, nos permite comprobar que en todos los países hay idiotas e irresponsables, que en todos los países los gobiernos están actuando como buenamente pueden y que en todas partes hay gente que como he leído hoy en twitter, no son capaces de mantener un poto vivo una semana pero creen que serían capaces de gestionar una crisis de esta magnitud. 

«El malvado internet» nos permite reírnos por chat con nuestros amigos, pasarnos chistes malísimos y convocar a todo un país a aplaudir a los sanitarios en el eco de las calles vacías. ¿Sirven para algo esos aplausos? No son útiles pero como todas las cosas emocionantes de esta vida, como todas las cosas que de verdad importan, te hacen sentir que no estás solo. 

«El malvado internet» nos está permitiendo ver a nuestros primos, nuestros tíos, nuestras hijas y tener ganas de achucharnos todos, de prometernos a nosotros mismos que cuanto esto pase, que cuando esta rutina excepcional acabe, nos tocaremos, nos besaremos y nos abrazaremos. 

«Mamá ¿otra vez?
Sí, otra vez. Os quiero muchísimo» 

Con el malvado internet este miedo atroz agarrado a las tripas da un poco menos de miedo.  


miércoles, 11 de marzo de 2020

La incertidumbre acojona

Halvar I (Norway 2011) de Hjorth/Ikonen
Ahora mismo lo único que quiero es ser como este señor de la foto, irme al campo, a un sitio tranquilo y taparme los ojos para escapar de la incertidumbre, la zozobra (sí, he metido zozobra en la frase porque es una palabra preciosa y nunca hay que desaprovechar la oportunidad de escribirla no una sino dos veces) y la estupidez. 

El coronavirus, como el 11S, el 11 M o la muerte repentina de un ser querido son eventualidades que llegan por sorpresa y que descolocan todo. Uno se encuentra como John Travolta en ese famoso meme pensando ¿De dónde me ha venido esta leche? ¿Cómo no la vi venir? ¿Pero cómo ha podido pasar esto? ¿Y ahora qué va a pasar?

El ¿Ahora qué va a pasar? es lo que a mí me causa más zozobra (tres) porque además, con la edad y la vida, aprendes que nadie sabe qué va a pasar igual que nadie podía predecir hace un mes lo que ocurre ahora. 

No sabemos lidiar con la incertidumbre ni con la súbita conciencia de que no tenemos ningún tipo de control sobre lo que nos ocurre. Sí, en el primer mundo podemos dejar de comer carne y decidir reciclar nuestros plásticos pero el futuro está lleno de sorpresas, de bombas de relojería dispuestas a hacer saltar tu realidad por los aires. 

Antes, antes de llevar el control del tiempo en nuestros bolsillos, antes de saber cuántos pasos damos cada día, antes de poder encender las luces de casa desde el curro, antes de poder mirar en nuestro móvil cuántas calorías comemos, antes de ver en directo los movimientos de nuestra cuenta bancaria o a qué hora exacta lloverá en tu ciudad,  se decía "así es la vida" o «qué le vamos a hacer» y nos resignábamos. Resignación, otra palabra que ya casi no se escribe ni se piensa ni se siente porque no estamos acostumbrados a que las cosas no sean como nosotros queremos que sean. ¿Resignarse a no hacer lo que quiero? ¿Resignarse a que pase algo que destruya mi ilusión de que todo va a ser siempre igual? ¿Resignarse a una desgracia, una tragedia, un suceso inesperado que nos haga estar más incómodos? No, no. Eso no puede ser.  

Asisto con estupefacción (otra palabra) pero casi sin sorpresa al espectáculo de personas adultas comportándose sin el más mínimo sentido de la responsabilidad. Por un lado están los que lamentan la incomodidad e inconvenientes que las medidas tomadas les suponen «A ver qué hago con los niños en casa». Claro, es incómodo y un coñazo pero es que una pandemia no está pensada para ser un planazo y se trata de llevar las medidas lo mejor posible sabiendo TODOS que son incómodas pero necesarias.

Por otro lado están los que actúan como niños pequeños, necesitan que les prohíban las cosas para dejar de hacerlas porque asumir responsabilidades no va con ellos. Gente que se va de viaje, que va al parque con los niños, que dice que no piensa cancelar sus vacaciones o se va a jalear a su equipo de fútbol. Su pensamiento funciona así «yo no decido nada, que me lo digan todo» para que luego, cuando las consecuencias de su irresponsabilidad le estallan en la cara decir «es que me lo tenían que haber dicho antes». 

Antes la gente era adulta con doce años, ahora hay algunos que no lo son nunca. Todos queremos que venga alguien y nos diga que todo saldrá bien, que no pasara nada y que estemos tranquilos que alguien se encargará de nosotros. La putada de hacerse mayor es que eso no siempre pasa y, a veces, hay que convivir con la incertidumbre, la certeza de que nadie sabe qué va a ocurrir y el miedo. Hay que asumir que tú eres responsable y que ser responsable a veces aterroriza y es incómodo. 

Quiero taparme los ojos para asumir con calma todo esto, para capear la zozobra, para sobreponerme a la estupefacción ante la idiotez de muchos y para resignarme a estar un poco asustada y no saber qué va a pasar. 



viernes, 6 de marzo de 2020

Podcasts encadenados (IX)





Es la semana de la mujer, el mes de la mujer y a mí me da la gana de traer tres episodios de podcasts con mujeres como protagonistas y contados por mujeres. ¿Son para mujeres? Por supuesto que no, son interesantes y entretenidos para todos y si alguien es tan cerril como para pensar lo contrario: bomba de humo.

1.- Passing for white: Merle Oberon. (Make me over) Episodio 155 del podcast You must remember this.

Este es un podcast en blanco y negro. ¿Suena la canción en tu cabeza? Eso es porque el título está bien elegido. Este podcast es una creación de Karina Longworth, periodista especializada en cine y  lleva ya más de ciento cincuenta episodios contando historias del viejo Hollywood.  Ella escribe, produce, graba y edita habitualmente todos los podcasts. Hace un par de meses lanzó una especie de miniserie dentro del podcast, titulado Make me over, dedicada a contar las complicadas relaciones que ha habido desde el principio entre la industria cosmética y de la belleza con el mundo del cine. Toda la miniserie es muy buena. Uno de los episodios cuenta la historia de la primera actriz obligada a hacerse una liposucción, otro va sobre la invención del maquillaje resistente al agua y Estehr Williams, hay otro sobre la primera gurú de las dietas milagro y el que recomiendo encarecidamente hoy es el dedicado a Merle Oberon. Oberon es una actriz clásica de Hollywood que todo el que tenga más de cuarenta años conocerá o espero que por lo menos le suene, protagonizó La pimpinela escarlata y Cumbres borrascosas y fue la primera persona birracial nominada a un Oscar.... aunque nadie supiera que lo era. Su historia es alucinante y no quiero desvelarla pero merece la pena por los datos y también por la reflexión sobre como la presión por cumplir con un aspecto estético es algo que lleva persiguiendo a las mujeres desde siempre.  He dicho antes que Karina Longworth es la responsable de casi todos los episodios y lo es pero en esta miniserie, tras una breve presentación, cede la palabra a otra mujer para que cuente la historia. En este caso, la anfitriona de la historia de Merle Oberon es  Halley Bondey.

Tras escuchar el episodio y si os quedáis con ganas de ver fotos o conocer más, la web del podcast está muy bien.

Podcast: You must remember this.
Duración: 45 minutos




Gabinete de curiosidades es un podcast maravilloso de historias. ¿Qué cuenta Nuria Pérez? Escuchar cada episodio es como adentrarte en una habitación llena de vitrinas, de estanterías, de cajones para mirar y cotillear. Ella te guía por la historia siguiendo un hilo que para el oyente permanece casi invisible casi hasta el final. Todas las historias van ligadas a objetos, como en los gabinetes de curiosidades, cargados de significado desde su origen o adquirido ese significado por el uso que sus dueños le dieron. En Be my valentine hay diarios, máquinas de escribir, amor, sábanas y museos y es, creo yo, una manera perfecta de que os enganchéis a este podcast y luego escuchéis todos los demás episodios.

Advertencia: este podcast genera necesidades. Después de escuchar algunos episodios no puedes evitar ir a la web a buscar cuanto te costarían algunos de los objetos de los que has oído hablar. Ni confirmo ni desmiento que haya comprado algo.

EpisodioBe my valentine
Podcast: Gabinete de curiosidades
Duración: 40 minutos




Este podcast conducido por Lauren Ober va, como su propio nombre indica, sobre fracasos espectaculares. Grandes empresas, negocios boyantes, ideas geniales que se hundieron después de haber sido grandes éxitos. ¿Qué ocurrió? No es un podcast empresarial, ni de negocios, ni habla de economía ni de gestión de recursos ni es motivacional. Tampoco va de aprender a hacer las cosas bien, se trata de analizar porque algo que era un gran negocio acabó en la ruina y en la mayoría de los casos desapareció. 

Este episodio que recomiendo hoy es, sin embargo, un poco distinto porque lo que cuenta es como la muerte, en 1911, de ciento cuarenta y seis personas en el incendio de un edificio industrial en Manhattan cambio por completo la historia de los derechos laborales en Estados Unidos, sin que esto signifique que Estados Unidos respete esos derechos en el resto del mundo. El 25 de marzo de 1911, se declaró un incendió en un edificio de diez plantas en la parte baja de Manhattan, en el que funcionaba una fábrica de camisas. Los dueños y empresarios habían cerrado casi todas las puertas de salida y los trabajadores no pudieron escapar de las llamas. De las ciento cuarenta y seis víctimas, ciento veintitrés eran mujeres, muchas murieron entre las llamas y otras al lanzarse al vacío tratando de escapar.  

Lauren Ober es expresiva, excesiva, apabullante y habla muy deprisa pero engancha al oyente en la narración planteando un retrato completo de la situación. ¿Cómo era la industria textil en aquellos años? ¿Qué prendas cosían aquellas mujeres? ¿Por qué había tantas? ¿Cómo fue el incendio? ¿Qué pasó después? ¿Qué ocurre ahora con esos derechos laborales? ¿Qué responsabilidad tenemos los consumidores en el cumplimiento de esos derechos en el mundo cuando compramos ropa? Este episodio tiene además el testimonio de una mujer (grabado hace años, claro) que estuvo allí, que conoció el incendio y la época. 

También os comento que la web de este podcast es un asco y ni merece la pena que entréis en ella.  


Podcast: Spectacular failures
Duración: 35 minutos

Como siempre, si alguien escucha alguna de mis recomendaciones y le gusta, venid a contármelo. Y para hacer esto incluso más fácil he creado una lista en podchaser con todos los episodios que he ido recomendando. Me falta ir a vuestras casas, descargaros la app y darle al play para que os hagáis tan adictos como yo.