lunes, 7 de octubre de 2019

Cosas que (me) sacan de quicio de los restaurantes modernos

Llamadme vieja, llamadme retrógrada, llamadme absurda pero no soporto los restaurantes modernos y cuquis, esos restaurantes con grandes ventanales, espacios amplios y decoración blanca que sirve igual para venderte una limpieza dental, un gintonic de diseño, ropa de algodón 100% ecológico o una experiencia gastronómica. Esos restaurantes en lo que todo es ridículo. 

1.- Conseguir mesa. No se te ocurra pasar por la puerta y asomarte a pedir mesa. Te miraran como si fueras una piltrafa humana que no merece ni comer en el felpudo de la puerta. «¿Tiene reserva?» te escupen como si te estuvieran preguntando: «¿se ha duchado esta mañana?» Podrían decirte directamente: «No, no hay mesa» pero no, prefieren dejarte claro que en ese restaurante no hay espacio para la espontaneidad, todo está medido y tú sobras. 

Si has decidido reservar, los pasos a seguir y la información a proporcionar es más o menos la misma que para sacarte un billete de avión a Estados Unidos.Después tienes que re confirmar veinte cinco veces que sí, que quieres la mesa. Los que más me sacan de quicio son los que el día de la reserva te mandan un sms, un whasap y un correo para asegurarse de que sí, que vas a ir. Además te amenazan poco menos que con la siete plagas del Apocalipsis si osas a no aparecer. Ahora mismo, en Madrid, creo que es menos peligroso dejar de pagar una letra de la hipoteca que saltarse una reserva en un restaurante moderno.  

2- La entrada. Llegar a un restaurante moderno y cuqui es como viajar en el tiempo al Antiguo Régimen y no me refiero a 1950, hablo de la Edad Media. En un restaurante moderno hay una pirámide de poder con distintos estamentos. En la cumbre de la pirámide está el dueño al que casi nunca se le ve pero que siempre sale en los suplementos culturales y en los periódicos diciendo gilipolleces como «en nuestros restaurantes somos una gran familia» que se parece muchísimo a «todo con el pueblo pero sin el pueblo». Por debajo están el o los encargados de sala. Se les reconoce porque llevan pinganillo. ¿Para qué? Para nada, para hacerse los interesantes y para que quede claro que ellos no son eso tan antiguo como un maitre. Ellos no están allí para darte un servicio, para que tú estés a gusto, ellos están allí para controlarte, para vigilarte a ti y a los camareros que sois la plebe. Los jefes de sala con sus americanas ceñiditas y sus pantalones strech son los aristócratas. ¿Qué hacen? Nadie lo sabe pero ahí están. Después está la chusma, los camareros que van y vienen cargando con los platos, tomando las comandas en modernísimos cacharros electrónicos que seguro que controlan los tiempos y los pasos que dan. Es fundamental que el camarero de a pie no pare de moverse de un lado a otro. Fijaos bien. Yo creo que si se paran un momento los eliminan. Hay un estamento aún más bajo que son los trabajadores de la cocina. Nadie los ve pero están ahí, estos sí llevan uniforme: los visten de negro para que parezcan modernos y a veces los ves si bordeas el restaurante fuera de los horarios de comidas porque los dejan salir a fumar a la acera.  

3.- El guardián de la puerta. Puede ser un el o puede ser un ella. Su función es hacerte de dudar de la vida. Te mira con tanta suspicacia que a pesar de haber reservado, confirmado y reconfirmado, cuando dices «Tenía una reserva a mi nombre» estás convencido de que va a mirar el ordenador, va a sonreírte mientras te dice «lo siento» y apretará un botón que abrirá el suelo y te tragará. 

Cuando finalmente dice «Bienvenidos» estás tan aliviado por haber salvado la vida que la comida ya te da igual. 

4.- El atrezzo.  ¿Sillas cada una de su padre y de su madre porque somos modernos? Bien pero que sean cómodas. Potros de tortura fuera por muy pinterest que sean. ¿Qué les pasa a los restaurante modernos con los manteles? ¿Por qué se niegan a usarlos? Es una auténtica marranada no usar mantel. Sí, cuando llegas los cubiertos están sobre la servilleta pero ¿qué hago con ellos cuando me pongo la servilleta en el regazo? ¿Dejarlos encima de la mesa? Encima de esa mesa que seguro que ha limpiado una bayeta que ha pasado por otras mesas limpiando restos de otra gente. No soy escrupulosa pero los manteles tienen su sentido. ¿Los queréis modernos? Bien, tejerlos con restos de plásticos para salvar tortugas o con las colchas de vuestras abuelas, pero ¡poned manteles! ¿Y las fuentes? Sinceramente dedican más tiempo a sorprender con las fuentes que a pensar en la comida. Me imagino las tormentas de ideas:

-¿Qué ponemos de postre? 
-Da igual pero sirvámoslos en sartencitas pequeñas.
-Pero si son fríos. 
-Da igual, son cuquis y sorprendentes. 
-Vale, ¿y los tacos?
-En un tronco cortado con los tacos encajados en los cortes. 
-¿Estás de coña?
-Para nada, soy moderno y sorprendo.  
-¿Y la cuenta?
-¡Oh! ¿la llevamos en un bote de chuches que parezca antiguo aunque lo hemos encargado en China en el que haya que desenroscar la tapa y abrir la cuenta como si fuera un mapa del tesoro? *
-Hecho. 

Y así con todo. Un festival de recipientes ridículos a los que tú te empeñas en buscar un sentido hasta que te das cuenta que tienen el mismo sentido que las pelucas empolvadas del siglo XVIII.   

5.- «¿Lo tenéis claro, chicos?» « ¿Ya sabéis lo que queréis?» Perdona, ¿te conozco? ¿Somos amigos? ¿Nos hemos visto antes? El colegueo me incomoda, no puedo evitarlo. 

6- Los baños. Los hay de dos tipos, aquellos en los que han invertido todo lo que se han ahorrado en manteles y los que quieren recuperar la estética de los urinarios del salvaje oeste. En ambos casos la luz está demás. Todo lo que fuera son "espacios luminosos que invitan a relajarse disfrutando de nuestra carta y nuestros tés de selección" se convierte, en los baños, en "adivina si esa sombra que ves en el espejo es tu cara y encuentra el soporte del papel al tacto". 


Por último pero no menos importante, no están pensados para gente que come, que va a un restaurante a comer y no a posar. «Eso va a ser mucha comida» me dijeron ayer en un restaurante muy cuqui de Madrid. Y adivina qué, no lo fue porque las raciones son de jugar a las cocinitas. Para compensar tanta tontería cené judías pintas con arroz en un plato sopero de los de toda la vida sobre un mantel de cuadros en una silla comodísima.  


 *Esto de la cuenta no lo he visto pero dadles tiempo. El resto está basado en hechos reales. 

viernes, 4 de octubre de 2019

Las ganas y las ideas

Before the silence
No me gusta Pablo Motos, me saca de mis casillas, me produce rechazo físico y muchísima grima. No me gusta llegar a casa y darme cuenta de que mis hijas se han pasado parte de la tarde tumbadas en mi cama. No me gusta darme cuenta por lo arrugada que está la colcha, no me gusta porque en eso me parezco a mi madre y porque me indigna que ni siquiera se molesten en estirarla para tratar de engañarme. ¿Engañaba yo a mi madre cuando estiraba su colcha? Claro que yo no usaba su cama porque el wifi llegara a su cuarto mejor que al mío. No me gusta este hilo de recuerdos. No me gustan las judias blancas, las alcachofas ni el melón. No me gusta la Fanta y la versión Zero me parece una guarrada inmunda. No me gusta llevar bolso ni las faldas sin bolsillos. No me gusta el metro ni la gente corriendo ni las camisetas fosforito. No me gusta  No me gusta el cura de la parroquia que hay en los sótanos de mi edificio ni la palabra óptica. No me gusta reconocer que el año pasado al hacerme las gafas nuevas tenía que haber escogido el otro modelo. No me gusta la moqueta de mi curro ni el olor a pienso por las mañanas. No me gusta que sea 4 de octubre y siga sin hacer frío. No me gusta mi tabla de ejercicios ni el cargo de conciencia ridículo que me entra cuando no la hago. El otro día alguien me dijo que para escribir hay que tener ganas y es verdad. Hay que tener ganas e ideas, como para follar: hay que tener ganas y alguien con quien hacerlo. A mí hoy me sobran las ganas y me falta el con quien, las ideas. Y no me gusta.  


martes, 1 de octubre de 2019

Lecturas encadenadas. Septiembre


Ya tengo asumido que para mí el mes de septiembre ya no es un mes de volver a la rutina y la tranquilidad, es un mes de desenfreno, locura y maletas. Este año he batido todas mis  marcas personales. En un mes solo he dormido tres noches seguidas en la misma cama y fue cuando estuve en Carloforte. El resto del mes he ido saltando de cama en cama (sin virguerías sexuales) y moviéndome de casa en casa, de ciudad en ciudad, de país en país acarreando una maleta. La vida de caracol/saltamontes es incompatible con la lectura y a pesar de que en esa maleta llevo siempre dos libros, este mes no me ha cundido mucho.

Al lío.

A principios de mes devoré Cuentos escogidos de Shirley Jackson, con traducción de Paula Kuffer. Este libro lo había comprado en la Feria porque después de  leer Siempre hemos vivido en un castillo y de ver con mi hija la serie de Netflix basada (muy libremente) en The haunting of House Hill quería más de esta autora.

Antes de seguir leyendo, salid a comprar este libro ahora mismo. Ya. Hacedme caso. Me ha gustado muchísimo. Los cuentos son excepcionales por lo distintos y por lo perturbadores y desasosegantes que son. Completan el volumen tres conferencias interesantísimas, inteligentes, agudas e ingeniosas. Las reflexiones sobre las ideas y sobre escribir son alucinantes, de una claridad envidiable y nada pretenciosas. En una época en la que todo el mundo quiere "brillar" y apabullar con su ingenio y sus ideas rompedoras, Jackson deslumbra porque sencillamente es así de inteligente y sabe contarlo.  A sus pies.

En los cuentos Jackson es despiadada y cruel. En El amante demoníaco es imposible no sentirse identificado y avergonzarse con el comportamiento del amante que no quiere darse cuenta de que su historia ha terminado. ¿Quién no ha buscado alguna vez mil y una excusas para justificar lo injustificable por parte de su pareja? ¿Por qué nos empeñamos en engañarnos en vez de aceptar que ya no nos quieren que, a lo mejor, jamás nos han querido? Odiamos reconocer que fuimos presa fácil, que lo somos.  Otro de los cuentos, Despúes de usted mi querido Alphonse es una crítica feroz al racismo y al clasismo, y en Charles, vemos reflejados a esos padres (que somos todos) que siempre pensamos que nuestros hijos son los buenos y que son los otros los que son malos.

En este volumen aparece también su cuento más famoso La lotería. No quiero destriparlo   pero lo mejor, para mí, no es el cuento sino lo que sobre él explica Jackson en una de las conferencias. Se le ocurrió el cuento una mañana que volvía a casa empujando el carrito de uno de sus hijos, llegó a casa, se sentó a escribirlo del tirón y lo mandó al New Yorker. El editor le contestó que no le gustaba especialmente pero que creía que era un buen cuento. Jackson recibió su cheque y se olvidó del tema. Cuando se publicó, la repercusión fue increíble. Cientos de cartas llegaban a la revista y a su casa. Lectores indignados, lectores que la acusaban de todos los males del mundo y lectores que le exigían explicaciones. Esta historia es un buen ejemplo de cómo siempre ha habido y siempre habrá gente que no entienda la ficción y sus reglas.

De la conferencia Experiencia y ficción me quedo con este comienzo:
«Ser escritor de ficción es de lo más agradable por varias razones: una de las más destacadas, por supuesto, es que puedes persuadir a la gente de que se trata de un trabajo de verdad, si tienes un aspecto lo bastante demacrado».
Y como a estas alturas del post espero que ya lo hayáis comprado: leed por lo que más queráis el texto titulado El cuento de la noche en que todos tuvimos gripe que es espectacular. Una maravilla que voy a releer un millón de veces.

Volviendo de Carloforte empecé Al pie de la escalera de Lorrie Moore con traducción de Francisco Domínguez Montero. Lo había comprado en en la Cuesta Moyano porque en novimebre había descubierto a Moore en su libro de relatos Pájaros de América que me había encantado. Los veinticuatro días que me ha llevado terminarlo lo dicen todo. Al pie de la escalera es una malo novela, no es terrible, no ofende pero es un no rotundo. Leyéndola me daba la misma sensación que cuando vas paseando y ves una casa nueva, la miras e intuyes que su dueño, a la hora de construir, ha tenido las mejores intenciones, lo ha pensado todo minuciosamente, ha planeado cada detalle pero el resultado final es una casa fea e incómoda. Así es como te sientes leyendo esta novela, nada fluye, todo tropieza, es incómodo, son pegotes que se atascan.

Esta novela es un buen ejemplo de que se puede ser muy bueno escribiendo relatos y malísimo escribiendo novelas o artículos o al revés. Es bueno saberlo para mí y creo que muchos que creen que pueden hacer todo lo asumieran.

Aún así y a pesar de lo horrorosa que es la casa ,Moore tiene detalles bonitos y buenos, como si tropezaras con un mueble heredado y que en su caso se deben a su sentido del humor extremadamente negro. Moore es cruel y no le da vergüenza serlo.

«La capacidad de mi madre para ser feliz era como un minúsculo hueso viejo en una enorme olla de caldo».

O esta definición de ese tipo de gente que todos conocemos:

«Temía que Sarah fuese una de esas mujeres que en vez de reírse decían «qué gracia», que en vez de sonreír decían «es curioso», o que en vez de decir «eres tonta del culo» decían «bueno, creo que es un poco más complicado que eso». Nunca sabía que hacer frente a ese tipo de personas, sobre todo si además eran de las que, después de que uno hablara, tendían a decir, de forma algo enigmática: ya veo. Este comentario por lo general me hace enmudecer».

No leáis Al pié de la escalera. Acabo de darme cuenta de que no he contado de qué va pero es que no merece la pena. Si os gusta el queso quedaos con esto que nos representa tanto:

«Era tan difícil no comer queso. Incluso los quesos frescos y los de untar, que podían usarse has para enmasillar los cristales de las ventanas y las baldosas, tenían algo de reconfortante».

El comic del mes es Gente honrada de Gibrat y Durieux. He leído solo la primera parte así que no sé si tengo la visión completa para opinar. Diré solamente que cuenta la historia de Philippe y su cambio de vida cuando con cincuenta y tres años se queda sin trabajo. Es un comic dulce a pesar de lo duro de la historia, es un poco qué jodida es la vida pero cómo puede molar. Algo así. Más cuando lea el resto. 

Y con esto, y la perspectiva de treinta noches durmiendo en la misma cama, hasta los encadenados de octubre que espero sean más fructíferos. 

Y leed a Jackson. 




viernes, 27 de septiembre de 2019

Predicadora de podcasts

Es un tópico manido, manoseado, aburrido y cansino pero la vida siempre te lleva a sitios que ni te imaginas. Te empeñas en pensar a largo plazo, en hacer planes, en imaginarte dentro de dos años, de tres, de diez y crees, con toda tu ingenuidad, que vas en línea recta hacia ese futuro que va a ser como tú lo has pensado. Luego llega la vida y te da sustos, empellones, giros inesperados, arabescos laterales y muchas sorpresas que jamás en tu vida hubieras podido imaginar. 

Hace cinco años empecé a escuchar podcasts para intentar no morir del aburrimiento al volante (y para no plantarme con un lanzallamas en una emisora y prender fuego a los tertulianos). Empecé para probar, para ver de qué iba aquello. Poco a poco se convirtió en un vicio, es casi una adicción. Cuando no puedo disfrutar de mis dos horas (a veces tres) de soledad al volante acompañada de todas esas voces a las que me he ido enganchando, siento algo parecido al síndrome de abstinencia. Confieso que, a veces, no ofrezco mi coche para poder viajar sola con mis podcasts. «Me llamo Ana y soy adicta a los podcasts, ¿qué pasa?» 

El podcast es un vicio solitario. Se escucha en silencio, concentrado en lo que te están contando porque te lo están contando a ti. No se puede escuchar como la radio, en medio del barullo de una conversación o en torno a una mesa camilla. Es algo que haces solo pero claro, te gusta tanto que quieres contarlo a los cuatro vientos, quieres que más gente descubra lo que tú estás disfrutando, las historias increíbles que te hacen gritar al volante «No puede ser». En estos cuatro años he dado la brasa a diestro y siniestro con los podcasts. A mis hijas las entretengo en la cena contándole la última historia de true crime que he escuchado, o el escándalo de una timadora profesional o cómo el diseño industrial no piensa jamás en las mujeres. Si veo la más mínima brecha en una conversación intento meter mi cuña sobre podcasts. En redes no paro de recomendarlos. Lo confieso, soy una apostol de los podcasts. 

Y ahora, por sorpresa, se unen las sorpresas de la vida, internet y los podcasts y gracias a Podium Podcast voy a ser  predicadora en las ondas. A partir de hoy vais a poder escucharme en Podium Inside un nuevo podcast que habla precisamente de eso, de podcasts. Aquí, en cada programa, hablaré de los podcasts que me gustan, de porqué me gustan, de lo que no me gusta, de lo que me emociona, me divierte, me horroriza, me encanta, me engancha.... Va a ser divertidisimo y me encanta hacerlo. Esta semana hablo con María Jesús Espinosa de los Monteros, Directora de Podium, sobre dos de mis podcasts favoritos y que además son dos que recomiendo para empezar en este mundo. 

Mi yo de hace cinco años jamás hubiera creído que eso que empezó a hacer para no morir de aburrimiento al volante iba a terminar llevándome a participar en un podcast. 

Llamadme predicadora.