miércoles, 14 de febrero de 2018

El arte tiene que tocarte

El sábado atravesé corriendo una cortina negra y entré en una sala alargada completamente a oscuras. Me costó ver, a la luz de las tres pantallas que cubrían una de las paredes, los bancos, también negros, colocados justo en frente de ellas. Me senté sin saber qué iba a ver, qué estaba viendo. Pronto descubrí que no eran tres pantallas, era una sola dividida en tres en las que se proyectaban imágenes de trenes. Los trenes desde fuera, viéndolos pasar, las vías acercándose y alargándose, las vistas desde las ventanillas, los guardaraíles, las enormes locomotoras acercándose y sobrepasando la cámara. Mi cabeza intentaba encontrar un patrón. ¿Era la misma imagen proyectada tres veces a distinta velocidad? ¿Eran distintas? ¿Llevaban una secuencia lógica? ¿Se repetían? Pronto mi cabeza dejó de ver y empezó a escuchar. No solo mi cabeza fue la que comenzó a percibir la música, el sonido de los instrumentos de cuerda y unas voces que repetían pequeñas frases circulaba por mi cuerpo en un ritmo constante, poseyéndome y envolviéndome. 

Treinta minutos después salí de aquella sala casi tambaleándome para enterarme  de que aquel tren me había descubierto Different Trains.  Steve Reich es un compositor americano que en los años 40 viajaba en tren, acompañado de su niñera, desde Nueva York donde vivía con su padre hasta Los Ángeles, ciudad a la que se había mudado su madre tras el divorcio. Reich siempre asoció esos largos viajes en tren con una experiencia aburridamente placentera. Años después reflexionó sobre la idea de que mientras el viajaba aburrido y relajado,  entre 1939-1942, otros muchos niños cogían otros trenes (Different Trains) que los llevaban a la muerte, a los campos de exterminio nazis. Durante aquella media hora en esa sala oscura, había viajado primero con Reich, su niñera y un maquinista de la línea de tren que atravesaba el país, con sus voces mezclándose con el traqueteo. Después, las imágenes de los judíos europeos se habían sobrepuesto al sonido del traqueteo de esas vías sobre las que circulaban hacinados, como ganado, acompañado de las voces de tres supervivientes del Holocausto. La obra acaba con nuevas imágenes de los trenes americanos, viajamos por Estados Unidos en trenes elevados, en cercanías y cruzando el medio oeste porque aquellos supervivientes consiguieron llegar a América y hacerse una vida nueva sobre aquellos viajes en tren que les llevaban a la muerte. 

Durante aquella media hora no supe que estaba viendo ni que estaba escuchando pero me sentí como cuando vas en un tren. Antes de cogerlo tienes muchos planes. «Aprovecharé para leer o me echaré una siesta o veré una película o terminaré este informe que tengo a medias» Pronto descubres que el tren tiene otros planes para ti. El tren te acoge, te recoge y te envuelve en su ritmo poco a poco. Lees o a trabajas pero poco a poco la sensación de correr sobre las vías se te mete dentro. Estás parado, quieto, sentado pero corres, avanzas sin poder controlarlo. Identificas la repetición rítmica de ese movimiento y poco a poco la haces tuya. Te cuesta concentrarte porque lo que quieres es zambullirte en el traqueteo, constante y acogedor que te invita a dejarte llevar por él. Es entonces cuando miras por la ventana y te ves en el reflejo moviéndote sin moverte, atravesando el paisaje a una velocidad constante e hipnótica en la que quieres quedarte a vivir. Da igual que vayas en un Ave o en un cercanías traqueteante, cada tren tiene su ritmo y todos los trenes te envuelven en él. Postes, olivos, edificios, carreteras, coches, pinos, inmensas soledades... todo pasa mudo envuelto en el ritmo del roce sobre las vías.

En aquella sala negra me sentí así, los miembros relajados, la vista perdida en la ventanilla que era aquella pantalla en tren y la música del tren envolviéndome por completo. Cuando terminó, cuando llegué a la estación de bajada, me sentí transportada, sentí que había visto cosas que no había contemplado nunca. 

Ayer vi una entrevista a Avelina Lesper, una crítica de arte mexicana que dice cosas muy muy interesantes sobre el mundo del arte contemporáneo. En el arte buscamos que «eso toque algo de tu propio ser». Different Trains me tocó. 




PS: Steve Reich compuso la pieza musical. La videoinstalación que vi yo es de Beatriz Caravaggio y se puede disfrutar en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.


lunes, 12 de febrero de 2018

12 de febrero. 45 años

Con 45 años Virginia Woolf publicó El Faro, que no he leído pero tengo intención de leer. Con esa edad Natalia Ginzburg publicó Las palabras de la noche otro que también me gustaría leer. Con 45 años, Bruce Springsteen ganó un Oscar por Streets of Philapdelphia. Una de las canciones que menos me gustan de él pero ¡ey! es un Oscar. Con esa edad, Steinbeck escribió La Perla una novela que odié y que casi me hace perderme uno de mis libros favoritos, Cannery Row. Con esa edad, también, viajó a la Unión Soviética con Capa en un viaje del que salió otro libro que me encantó. «Estábamos deprimidos, no tanto por las noticias, como por su manejo. Porque las noticias ya no son noticias, al menos esa parte de ellas que requiere la mayor parte de nuestra atención. Las noticias se han convertido en un asunto de pericia. (...) Lo que a menudo leemos como noticias, no son en absoluto noticias, sino la opinión de uno de entre media docena de expertos respecto de lo que significan las noticias».


David Foster Wallace murió con 46 después de haber escrito La broma infinita, una obra maestra a la que dediqué mi verano de los 43. ¿Sabía él que solo le quedaba un año de vida? Con 45 años, Leonardo da Vinci pintó La Última Cena, un fresco que había estudiado, visto y revisto durante mi carrera pero que me impresionó al verlo in situ. Con 45 años Hopper pintó Automat, un cuadro que ahora cuando lo vea me recuerda a la cafetería de Luke de las Chicas Gilmore. Y con 45 años, Picasso andaba metido en el surrealismo y pintando cabezas de mujeres. Con 45 años, Sibelius empezó a componer su Cuarta sinfonía, composición que yo no podría reconocer ni aunque mi vida dependiera de ello pero su poema sinfónico Finlandia fue la primera pieza de música clásica que me emocionó. Es la primera obra que descargué en mi lista de "música clásica" de Spotify. La segunda fue la sinfonía Patética que Tchaikovsky escribió con 53, la edad a la que murió mi padre. Cuando mi padre tenía 45, yo tenía 15, una edad muy absurda.


Idris Elba tiene 45 años y yo los cumplo hoy. Me siento un poco Idris, con esa confianza que desprende, sabiendo que puede con todo. Por fin, mi vida es de mi talla, me favorece y me siento cómoda con ella. Mi vida es como los vaqueros de estar en casa y mi sudadera mugrienta, es mía, me favorece y estoy comodísima. Ahora se trata de disfrutarla hasta que se convierta en jirones. 

Con 45 años mi mayor contribución a la humanidad es la instauración del caminito de chuches para celebrar los cumpleaños. No está mal.  

Gracias a todos. 




viernes, 9 de febrero de 2018

Personas y papeles

Dan Gluibizzi
Cuando conocemos a alguien es siempre un papel en blanco, incluso nuestros hijos son así, un folio limpio, impoluto, en el que están todas las posibilidades y ninguna. Hay gente que sin embargo se convierte rápidamente en papel de envolver, precioso a la vista pero con una utilidad limitada. No hay que menospreciar la belleza, algunas de esas personas envoltorio son tan preciosas que, a veces, te preguntas cómo sería ser como ellos. Otros, muchos, parecen bonitos pero son como el papel de los chinos, su hermosura dura poco, es impostada, de mentira y se rompe enseguida. Hay gente en la que te quedarías a vivir solo para poder contemplarla cada día, son el elegante papel pintado que recubre algunas paredes o, a veces, habitaciones enteras y que siempre te hacen preguntarte cómo de seguro hay que estar para decorar una pared con un papel lleno de mariposas, violines o palmeras. 

Hay gente que es como el brillante papel de una chocolatina, atractivo por fuera, son un poderoso reclamo por su promesa de placeres futuros al descubrir lo que habrá dentro pero al abrirlos  dentro solo se reflejan a sí mismos, porque son como un espejo. Otros son como las guirnaldas recortables, parecen divertidos pero rápidamente su ingenio se revela como algo repetitivo y sin sorpresas. Algunas personas son como post it, siempre te recuerdan algo. Otros son como la servilleta llena de dibujos, frases y monigotes. Un torrente imparable de ideas y planes que después no van a ninguna parte porque se pierden, se olvidan o quedan arrinconados en el fondo de un bolsillo. Otros son como los kleenex usados llenos de mocos y lágrimas que llevas en la manga, en lo más profundo de tus bolsillos o en ese compartimento con cremallera de los bolsos en el que solo guardas las cosas que no quieres perder y necesitas encontrar. 

A veces, por sorpresa, me asalta una frase intercambiada en una conversación y descubro que, quizás, el sentido que yo le había dado en su momento no es el correcto, que puede tener otro sentido. Desdoblo entonces esa frase y a la persona que me la dijo y descubro al doblar la esquina de su sentido que estoy en un callejón sin salida. Hay gente que es así, como un papel doblado, descubres que tienen mil dobleces y te inquieta sentir que hay algo detrás de cada pliegue que no puedes anticipar. Algunos, pocos, tras sus dobleces esconden una obra maestra de la papiroflexia, y cuando terminas de conocerlos descubres una rana, un pez o la flor más preciosa que hayas visto jamás. Son ese tipo de gente que siempre te hace descubrir realidades diferentes, gente que te enseña, que hace que te interesen cosas que ni siquiera que existían. Son el tipo de personas que te empujan a querer parecerte a ellos, quieres aprender a ser como ellos, a hacer papiroflexia, sabiendo desde el primer momento que nunca serás una rana, que como mucho lograrás ser un avión medio decente. Pero los dobleces no llevan siempre a la admiración, a veces son solo arrugas que esconden en sus pliegues lo peor de la especie humana: mugre, arena, restos de ketchup o de caca que una vez estuvieron pegados a tus dedos y de los que intentas librarte. La gente arrugada se te pega a los dedos, se esconde, se agazapa en tus bolsillos y en tu bolso para asaltarte por sorpresa. Es complicado librarse de ellos, lleva su tiempo. Aunque te olvides de ellos, aunque los laves en la lavadora, reaparecerán en forma de migas descompuestas pero que identificarás en un instante recordándotelas. 

Algunas personas son como una página de cuaderno cubierta de escritura menuda de principio a fin, en una especie de horror vacui, gente que sabe cosas, con experiencia, con criterio,  a las que recurrir para resolver un problema. Hay otros que son como papel de embalar, fuertes, rectas, resistentes, te protegen y te aislan cuando tienes miedo, cuando estás asustado o simplemente sobrepasado. Hay otros que son plástico de burbujas, te protegen y además consiguen que te rías cuando más abrumado estás, cuando lloras de tristeza absoluta o de desesperación. Y hay gente papel de sucio, te falló en su día, ya no te sirven, las superaste pero si lo piensas bien algo de lo que pasaste con ellos, su cara en blanco quizás te sirva en un futuro, quién sabe si para escribir un post sobre personas y papeles. 

miércoles, 7 de febrero de 2018

Katherine y la trenca roja

Me molesta no poder pagar con tarjeta en los parkings, me revienta. Creo que lo hacen porque se sienten poderosos, tienen el control y se aprovechan de mi impuntualidad y mis nervios. He llegado corriendo, con prisas. Necesitaba aparcar, un hueco, un espacio para tirar el coche y salir corriendo para no llegar tarde y cuando he visto de refilón el cartel de «solo pago en efectivo» lo he pasado por alto porque ¿a quién le importa no tener efectivo cuando ha quedado con un hombre fantástico? No hay dolor, ya me preocuparé de eso más tarde. 

Ahora ya es más tarde. He rebuscado en todos mis bolsillos sabiendo que no encontraría el dinero suficiente y voy hacia el cajero más próximo que nunca está "aquí al lado, a la vuelta de la esquina", sino a una distancia cuidadosamente medida por el destino para que yendo en la otra dirección lo hubiera encontrado antes. Refunfuño de vuelta al parking, arrebujada en un abrigo que no abriga porque al salir de casa he sido una cobarde y no me he atrevido a ponerme mi trenca roja de Caperucita. 

«Me gustaría volver a tener 15 años y volver a hacerlo todo pero mal. Empezando por repetir curso. Repetir curso molaba mucho» ha dicho él en uno de los muchos giros absurdos de nuestra conversación. 

«Me gustaría ser Katherine Hepburn y comer con Juan Tallón» dije yo hace unos cuantos meses. Mientras vuelvo a casa odiando mi abrigo de lánguida que no abriga pienso en las sorpresas que te da la vida y en que nunca seré como Katherine Hepburn. Ella se hubiera atrevido a ponerse la trenca roja para tomar cañas con Tallón.