miércoles, 31 de enero de 2018

Lecturas encadenadas. Enero


Se termina enero y sufro porque veo los días hacerse más largos precipitándose hacia la primavera. Siempre tengo la sensación de que el invierno se termina demasiado pronto, de que no lo aprovecho ni disfruto todo lo que debería. Es una sensación errónea porque cuando repaso el mes me doy cuenta de que lo he exprimido al máximo y he hecho un millón de cosas pero ojalá me quedaran un par de meses todavía de noches tempranas. Al lío de los libros.

Mientras esperaba que llegaran los Reyes Magos con su cargamento de libros, empecé el año con Neil Gaiman y su Humo y espejos.  No tenía ni la más remota de qué iba. De Gaiman había leído algún comic: Coraline, Violent Cases y Misterios de un asesinato y la novela El océano al final del camino. Con Gaiman me pasa una cosa curiosa y es que me gusta él, lo que dice, como lo dice, sus artículos, sus tweets, sus charlas pero sus textos de ficción me dejan siempre un poco a medias y, por eso, este libro ha estado meses en la estantería de "a ver si me llega el turno". 

El libro me enganchó desde el prólogo en el que el propio Gaiman cuenta el origen de cada uno de los relatos recogidos en el volumen. El que se titula El regalo de boda y va insertado en la introducción me entusiasmó, es una especie de reinterpretación de El relato de Dorian Grey y es que eso es algo que Gaiman hace muy bien, contar cosas que ya conoces de una manera diferente, distinta. Hay cuentos de muchos tipos: una versión de Blancanieves chulísima desde el punto de vista de la madrastra, uno sobre una enfermedad venérea que posee a un hombre que jamás ha tenido relaciones sexuales, otro sobre un hombre tan adicto a los chollos que acaba encargando su propio asesinato, otro con aroma a Un hombre lobo americano en Londres, algunos muy sexuales y otros llenos de poesía. Aparece, también, en este libro el relato en el que luego se basó el cómic Misterios de un asesinato. 

Me gusta leer a Gaiman aunque a veces no me entusiasme el resultado porque transmite la sensación de disfrutar con lo que hace, de escribir, pensar sus historias. Se deja llevar por ellas sin saber dónde llegará con curiosidad casi infantil. Me gusta eso.  

«Escribir es volar en sueños. 
Cuando te acuerdas. Cuando puedes. Cuando funciona. 
Es así de fácil» 

(Cuaderno del autor. Febrero 1992)

De un precioso relato llamado El barrendero de sueños, dejo esta cita que me encanta. 

«Cuando todos los sueños se acaban, cuando ya estás despierto y dejas el mundo de gloria y locura por la prosaica rutina diaria de la luz diurna; a través de las ruinas de tus caprichos abandonados camina el barrendero de sueños»

Los Reyes Magos llegaron con un cargamento de libros y el primero de ellos que he devorado ha sido Charlotte de David Foenkinos. Hace un mes, en mi brujuleo diario por la red, me encontré con la historia de Charlotte y sus dibujos. Charlotte  Solomon murió gaseada en Auschwitz. Tenía veintiséis años  y estaba embarazada de cinco meses. Los últimos cinco años de su vida los había dedicado a pintar su autobiografía titulada ¿Vida? ¿Teatro? y que recoge 759 acuarelas, pequeños textos y hasta indicaciones musicales. Charlotte pintó todo esto poseída por una especie de impulso maníaco en el sur de Francia, donde vivía refugiada tras haber huido de Alemania por el ascenso nazi. Su vida es una sucesión de terribles acontecimientos que la atormentaron y de los que, de alguna manera, consiguió liberarse a través de su pintura. 

Foenkinos conoció a Charlotte de manera casual, como son casi todos los encuentros que cambian la vida, en una exposición en Berlín. Se sintió atrapado por su pintura y se embarcó en una investigación que fue entremezclándose con su propia vida. Durante años tomo notas y notas pero cuando se ponía a escribir no conseguía cuadrarlo.

«Me quedaba varado en todos los puntos. 
Imposible progresar. 
Era una sensación física, una opresión. 
Sentía la necesidad de poner punto y aparte para respirar. 

Entonces caí en la cuenta de que había que escribirlo así».

Y así es como está contada, en frases cortas y puntos y aparte.  Y es un acierto absoluto porque necesitas aire para respirar, piedras para sentarte y paredes para apoyarte para avanzar con Charlotte por su vida. Terrible historia que comienza: 

«Ha llegado una heroína. 
Pero también una niñita que no para de llorar. 
Como si no aceptase haber nacido»

Y termina.  

«Hace falta una luz resplandeciente para morir» 

Una chica Dior, de Annie Goetzinger ha sido el primer cómic del año y también la primera decepción. Es un bluf total, una historia ridícula de una periodista de moda bastante parecida a la pavisosa de Anne Hataway en El Diablo viste de Prada, que acaba siendo modelo de Dior y casándose con un noble inglés. Si te gusta la moda y sabes algo sobre ella quizás tenga algún interés. A mí que no distingo un fruncido de un drapeado me ha parecido una memez. Eso sí, es bonito.  

Born to run, de Bruce Springsteen. ¡Ay, Bruce! ¡Ay! Lo empecé con muchísimas ganas pero tenía aún más ganas de terminarlo porque le iba cogiendo más y más manía según avanzaba. Dejemos claro que estas memorias son para fans pero el problema es que si eres muy fan, como es mi caso,  casi nada de lo que cuenta es nuevo. ¿Por qué? Porque ya lo has leído todo, te has empollado sus letras, sus entrevistas, sus fotografías y apenas encuentras nada que te sorprenda. Además, y esto tengo que investigarlo, tengo un recuerdo borroso de mi primer verano en Irlanda leyendo una especie de biografía o de autobiografía en la que ya se contaba gran parte de lo que aparece en estas memorias.  

Cuando llevaba doscientas páginas me di cuenta de que no nombraba a ninguna de las mujeres de su vida. Todas eran «una amiga», «mi novia», «la chica de la que estaba enamorado, con la que vívia», «mi chica», una detrás de otra. Todas anónimas. No decía nada malo de ellas, nada comprometido, ni inadecuado, nada que no fuera normal en relaciones amorosas adolescentes o de jóvenes. Todas además son identificables por su entorno. ¿Por qué no darles nombre? Lo comenté con varios hombres. Algunos me dijeron «lo hace por respeto». Eso no tiene sentido porque como he dicho todas son identificables por su entorno y, además, ponerles nombre: Mary, Marta, Cristina o lo que sea, no es faltarles al respeto. «A lo mejor ellas ahora están casadas y podría ser un follón para ellas». ¿En serio? Esas mujeres tendrán ahora sesenta años, tendrán o no tendrán relaciones estables, familias y supongo que su entorno tendrá asumido que tienen un pasado pero es que además no se dice nada de ellas inadecuado. Y rizando el rizo, si has estado con Bruce Springsteen es posible que no lo tengas como tu secreto mejor guardado, no digo que lo proclames pero, en fin, es posible que en algún momento a tu entorno le hayas dicho «Pues no os lo vais a creer pero cuando estaba en el instituto fui con Bruce Springsteen al baile de fin de curso».  «A lo mejor lo hace por respeto a Patti y darle protagonismo» ¿En serio necesitas hacer anónimas a todas las mujeres de tu vida para poder dar la importancia que se merece la mujer de tu vida que lleva contigo veinticinco años y con la que tienes tres hijos? No sé, esto me ha chirriado mogollón. Porque, además, los hombres salen todos con nombre y apellidos. 

Leyendo a Bruce me ha hecho gracia lo poco que le importa parecer egoísta, egocéntrico, divo. No le reprocho que sea así en algunos momentos, todos lo somos, pero quería terminar cuanto antes para no cogerle manía. El día que lo terminé me metí en el coche y puse su música a todo volumen y me sentí, una vez más, transportada, emocionada, feliz mientras cantaba a voz en grito conduciendo. No me importa su vida, ni si es eogista o nombra a las mujeres de su vida, me da igual que como escritor sea justito, lo único que me importa es que su música me transforma. Olvidaré sus memorias pero jamás su música. 

Y por eso, queridos niños, una cosa es la obra y otra cosa es el hombre.  

«La gente no viene a los conciertos de rock para aprender algo. Viene a que se les recuerde algo que ya saben y que sienten en lo más hondo de sus entrañas: que cuando el mundo está en su mejor momento, cuando nosotros estamos en nuestro mejor momento, cuando la vida parece colmada, es cuando uno más uno es igual a tres. Es la ecuación esencial de amor, arte, rock and roll y bandas de rock and roll. Es la razón de que el universo nunca llegue a comprenderse por entero, de que el amor siga siendo extático, desconcertante, y la prueba de que el auténtico rock and roll no morirá jamás». 

Los ignorantes de Etienne Davodeau es un tebeo chulísimo que me ha encantado. «Tienes que leerlo» me dijeron y yo, en un rapto de obediencia, lo leí. Es chulísima, es el aprendizaje cruzado del propio autor, Etienne, sobre el mundo del vino o, mejor dicho, el mundo del vino antes del vino. Él aprende de vinos con su amigo Richard que, a su vez, aprende de cómics, a leerlos y también a sus autores, las ferias, las editoriales, la impresión.  Los dos trabajan en las vides, beben vinos, fumigan, leen tebeos, viajan a conocer a otros dibujantes, a ferias de cómics, a talleres de fabricación de toneles, a otras bodegas, en un intercambio en el que encuentran puntos en común y otros en los que ambos campos no se parecen en nada. Es un tebeo muy chulo, muy interesante y que te da ganas de pasar las tardes de invierno leyendo y bebiendo vino. 



Además de todo esto, en el mes de enero he leído la primera de las entrevistas del libro Women at work, un volumen de The Paris Review que recoge entrevistas a importantes escritoras. Como vienen doce, he decidido leer una cada mes. La primera ha sido mi adorada Dorothy Parker entrevistada en 1956 en su apartamento de Nueva York mientras su caniche corre por toda la casa. Una maravilla que podéis escuchar en este podcast, con Stockhard Channing haciendo de Dorothy. 

«¿Cree usted que la seguridad económica es una ventaja para un escritor?

Por supuesto. Vivir en un desván no te hace ningún bien a no ser que seas Keats. Y en cuanto a mí, me gusta tener dinero y me gustaría ser una buena escritora. Estas dos cosas pueden venir a la vez y espero que sea así pero si eso es demasiado perfecto (adorable, dice ella), prefiero tener dinero. Odio a casi toda la gente rica que conozco pero creo que yo sería maravillosa con dinero» 

Y con la voz de Stockard Channing resonando en mi cabeza hasta los encadenados de febrero. 



domingo, 28 de enero de 2018

Diez años escribiendo


Tom Haugomat
«It’s a joy to do it. It’s a place to go. It definitely is a place where I am… where I feel my honest self is. I just wrote toto go home. It was like a place to be where I felt I was safe. And so I write to fix a reality». (Lucia Berlin)

Hace diez años estaba sentada en un despacho que ya no existe viendo atardecer en Toledo. Hace diez años los móviles no eran táctiles, no existía "WhatsApp" y en mi despacho había un televisor de tubo y un reproductor de VHS. Y un fax que, de vez en cuando, escupía algunos folios.  Hace diez años no sabía quién era Lucia Berlin. 

«Ese es el primer paso, mamá– digo con suavidad–. La infelicidad tiene que estar viva para que pueda suceder cualquier cosa». (Vivian Gormick).

Hace diez años me puse a escribir sin saber qué estaba haciendo, sin saber que hacia algo, sin intención, sin propósito, sin finalidad. El aburrimiento y una sombra de inquietud interior, que ahora sé que era incomodidad conmigo misma, me llevaron a escribir. Menospreciamos el aburrimiento y ensalzamos la comodidad pero sólo nos movemos cuando algo no nos gusta, cuando estar dentro de nuestro pellejo nos pica, nos escuece, nos aprieta o nos está absurdamente grande. Hace diez años no sabía quién era Vivian Gormick. 

«Bastante trabajo me daba escribir como lo hacía, esto es, regular, como para intentar ponerme a escribir como no sabía hacerlo, es decir, bien. Si en algún momento pensaba en el lector para adaptarme a él, estaría cometiendo la primera traición. En literatura debe ser el lector quien vaya en busca de la obra y si no, que se vuelva a su casa». (Juan Tallón) 

Hace diez años me lancé a escribir hablando de ir a comprar muebles. No fue, no era, no parece un comienzo muy prometedor pero es que aquello no era el comienzo ni la promesa de nada. Era, y lo sé ahora, mi mayor acto de espontaneidad creativa hasta la fecha y tenía treinta y cuatro años. No buscaba que me leyeran, en realidad quería saber si era capaz de escucharme, de leerme a mí misma. He escrito 1788 posts. No todos son buenos, ni interesantes, ni divertidos, ni aportan algo pero todos tienen un significado para mí. Cada palabra que he escrito en este blog responde a mi necesidad de escribirla, una necesidad que no sé de dónde sale, no lo sabía aquella tarde de enero de 2008 y no lo sé ahora. Tengo que hacerlo. No puedo elegir no hacerlo. No intento que nadie lo entienda porque no escribo este blog para nadie más que para mí. Hace diez años no sabía quién era Juan Tallón. 

«No puedo más, de veras - murmuró-. Estoy entumecido y cansado. Hoy han ocurrido demasiadas cosas. Me siento como si hubiera pasado cuarenta y ocho horas bajo una lluvia torrencial, sin paraguas ni impermeable. Estoy empapado hasta los huesos de emoción». (Ray Bradbury)

Llevo una semana pensando cómo podía intentar expresar las sensaciones que tengo al cumplir diez años escribiendo. Siento una infinita ternura por esa Ana de treinta y cuatro años desbordada por la sensación de que ya sabía lo que le esperaba el resto de su vida. Quiero decirle que aprenderá a escribir, que dejará de poner puntos suspensivos que representen su miedo a las palabras, sus indecisiones y dudas. Quisiera adelantarle que conocerá muchísima gente que llegará a ella leyendo esas palabras que teclea sin darles ninguna importancia; personas que se harán sus amigos y que también le cambiarán la vida. Me gustaría decirle que corra a leer a Bradbury, que Crónicas Marcianas la está esperando. 

«Cuando escribimos un texto, las líneas van una detrás de otra, con idénticos intervalos, y quienes las tienen ante la vista no se dan cuenta de que hubo momentos en que la mano que las trazaba fue deprisa por la hoja y en otros se quedó parada. En la página, e incluso en la página manuscrita, quedan abolidos los silencios; y los espacios pasados por la garlopa» (Amin Maalouf). 

Me gustaría decirle que eso que está haciendo, esas palabras que está escribiendo sin darles importancia, casi sin mirar a la pantalla y que va a publicar sin releer confiando en que nadie las lea, van a cambiarle la vida. Quiero que sepa que estas palabras, «Después de dos años viviendo en nuestra nueva casa, decidimos por fin... ir a ver muebles», son la puerta a un mundo al que diez años después sigo yendo. Quiero decirle que escribir no será algo que haga, será un lugar al que irá,  en el que estar y ser. Y que lea a Amin Maalouf. 

Hace diez años me faltaban por leer 543 libros.

Gracias a todos. 


miércoles, 24 de enero de 2018

Los hilos de twitter y los muebles de IKEA


Una enfermedad muy contagiosa llamada "hilos" está tejiendo una tela de araña cada vez más tupida dentro y alrededor de twitter. Los hilos cruzan las conversaciones, atraviesan la información capturando las historias en ridículos envoltorios de tres, cuatro o veinticuatro mini mensajes. Envoltorios dulces, fáciles de tragar, de digerir y olvidar. No importa el tema. Da igual que sea una noticia política importante, una historia trágica, un acontecimiento histórico o una anécdota humorística. Los párrafos, los textos de más de doscientos caracteres, los artículos, la estructura de presentación, nudo y desenlace, el contexto, el tono, las conclusiones, todas esas cosas, necesarias, importantes y vitales para contar algo agonizan al borde de la extinción ahogadas en una maraña de hilos que, la mayoría de las veces, no se siguen más allá del tercer tweet. 

¿Qué nos ha pasado? ¿Qué nos está pasando? De niños no  nos cansamos nunca de leer buenas historias, "sigue un poco más" le decimos a cualquiera que nos cuente un cuento, pedimos detalles, información, contexto. Lo queremos saber todo y que nos lo cuenten bien. Por supuesto que no todas las historias, ni las informaciones, ni los escritores, ni las noticias merecen la pena pero ¿por qué ya nadie se molesta en salir del bar que es twitter para irse a casa de aquel que sabe que cuenta buenas historias? ¿Porque nos conformamos con los tres titulares en la barra de twitter y no nos vamos a casa, al blog, de nadie? ¿Por qué sólo flirteamos pero nos nos enamoramos? 

Antes de ayer Hombre Revenido, uno de mis primeros amigos en internet, arrasó twitter contando la historia de Kenzaburo Oé y su hijo. Lo hizo en un hilo maravilloso, bordando a mano una historia preciosa y conmovedora, dosificando la información, la tensión y la emoción. El público en el bar de twitter se lo agradeció entusiasmado y yo me alegro infinito porque Hombre Revenido es un tipo inteligente, divertido y un fantabuloso contador de historias. Lleva más de diez años elaborando historias en su casa, en su blog, pero nadie (solo unos pocos irreductibles) se pasa por allí y me da pena y rabia porque allí está todo su talento. 

Las historias tienen unas dimensiones, un volumen, una presencia, un entorno y un ritmo. Son algo más que su superficie, siempre esconden detalles. Cada una de ellas es diferente y el trabajo del buen contador de historias, ya sea periodista, bloguero, opinador o escritor es pulirlas, desentrañarlas y ponerlas al alcance del público. En mi opinión, pulirlas no significa desintegrarlas hasta convertirlas en un esqueleto simplón moviéndose a un ritmo sincopado. La información no puede ser un mueble de Ikea desmontado.  Algunas historias, casi todas, son un cuadro de Escher y no deberían ser jamás una estantería Billy.

La calidad, el oficio de un comunicador, de un periodista, de un contador de historias debería medirse por su capacidad para sacarte del bar de twitter y llevarte de la mano por el laberinto de Escher sin que te pierdas. De una buena historia hay que salir revolcado, agitando la cabeza y diciendo "vaya, no tenía ni idea de esto, me ha hecho pensar".  Una estantería Billy se olvida nada más verla, cualquiera puede montarla. 

Ojalá volvamos a pasear por los laberintos. Ojalá siga quedando gente que nos cuente historias despacio, con calma, detalle y melodía y no nos quedemos solo con el ritmo sincopado y simplón de  los montadores de estanterías Billy. 


lunes, 22 de enero de 2018

Prisa

Ray Oranges
Prisa porque acaba el día. Prisa porque sea mañana. Y pasado mañana y la semana que viene y el mes siguiente. Prisa para ponerme a leer. Por irme a dormir. Prisa por llegar. Prisa al marcharme. Y al despedirme, hagámoslo corto. Prisa porque llegues. Prisa porque sea viernes, prisa porque llegue el lunes. Prisa porque sea día uno y después treinta y uno. Prisa por acabar la línea, terminar el párrafo. Prisa por pasar página. Prisa por saber cómo termina un libro y prisa para empezar un nuevo. Prisa por acabar un artículo del New Yorker. Prisa porque crezcan y se vayan. Prisa porque vuelvan. Prisa porque hierva el agua, se haga el café, salte la tostada. Y para untar la mantequilla antes de que se enfríe el pan. Prisa por tener todo recogido y por terminar de recoger. Prisa por saber qué hay de comer y qué cenaré. Prisa para hacer la maleta y para deshacerla. Prisa por reservar, sabiendo que puedo cancelar. Prisa porque me contesten, porque me llegue un correo. Prisa por responder. Prisa por llegar a la solución de un problema. Prisa para resolver, para dejar atrás. Prisa por olvidar, por echármelo a la espalda. Prisa por empezar y también por terminar. Prisa porque el agua de la ducha  salga caliente cuanto antes. Prisa por vestirme, por echarme la crema. Prisa al peinarme y al lavarme los dientes. Prisa por tener tiempo. Prisa en la peluquería, en el supermercado y en la gasolinera. Prisa porque termines de contarme  para que no te detengas en los detalles. Prisa porque se marchen y para que te vayas. Prisa para que termine la canción, el informativo o el capítulo. Prisa para llegar al final de la piscina, al último largo. Prisa al escribir a mano, acelerando poco a poco desde que poso la pluma en el papel y mis pensamientos, como los caballos al abrir el cajón, corren cogiendo velocidad, acelerando sin parar mientras mi mano intenta seguir el ritmo para no olvidar nada, para no dejar escapar ningún hilo. Prisa por encadenarlo todo, por construir la idea, por terminar el párrafo, por acabar el post. Prisa por comprender y prisa por terminar la partida. Prisa para apurar la copa de vino, las patatas de la bolsa y la tinta de la pluma. Prisa porque termine la lavadora y prisa porque suene el horno. Prisa por entender y porque me de igual. Prisa porque cambie el semáforo, porque llegue el día, 

cualquiera, 

el día en el que me paro

y digo

¿Dónde vas?

Para. 

Estás bien. 

Puedes parar. Dejar de correr. Estás a salvo. No tienes que escapar. 

Descansa.