viernes, 19 de agosto de 2016

11 años

Era septiembre, ya casi no quedaba nadie en Los Molinos y nosotras seguíamos allí porque nuestra nueva casa todavía no estaba lista. Estaban terminando de poner la cocina. Las tardes de septiembre son silenciosas en Los Molinos y ya no hace calor. Decidí llevaros a dar un paseo a La Rosaleda, a ver a mis tíos. 

Nos sentamos en la pérgola a charlar y te regalaron una cajita con un mono de color verde por delante y con rayas de colores por detrás y un peluche bastante feo que parecía un gato. Pasaron unos meses antes de que pudiéramos ponerte el mono porque eras canijísima pero por alguna extraña razón que no consigo recordar el feo peluche de pseudo minino acabó metido en tu cuna desde el principio. 

En algún momento el peluche indefinido pasó a llamarse Pufa. Un nombre horroroso pero muy personal. No le llamaste Gatito, ni Precioso, ni Luna, ni Max ni nada que sonara conocido. Pufa. 

Dormías con Pufa, abrazada a él al empezar la noche y sin soltarlo a pesar de las mil vueltas que das siempre. Podías perder el chupete pero a Pufa jamás. Amanecías con Pufa apretado contra ti, oliendo a tu sudor de bebé. Durante el día no le prestabas atención pero al llegar la noche ¿Dónde eztá Pufa? 

Un día, al volver de pasar el verano en Los Molinos, Pufa se nos cayó por la calle. No nos dimos cuenta hasta llegar a casa ¿Dónde ezta Pufa? Sabíamos que lo habíamos cogido, todos recordábamos que venía en el coche... así que volvímos sobre nuestros pasos. En medio de la calle, tirado en un paso de cebra estaba Pufa destripado por unos cuantos atropellos. Magullado y bastante sucio pero intacto. Te sentaste a mirar la lavadora mientras el pobre dabas vueltas envuelto en espuma y burbujas.  

La vida de Pufa no ha sido fácil, atropellos, vomitonas y hasta un ataque perruno una tarde que lo sacaste al jardín por alguna extraña razón y los perros lo encontraron fascinante.  Perdió una oreja y tuvo una herida bastante terrible en una pata. Se recuperó con orgullo y ahora luce una oreja de tela multicolor y un parche precioso muy bien cosido (no por mí).

Tras estos accidentes decidiste que Pufa era un gato de interior y no ha vuelto a salir de casa. Te despides de él al irte de vacaciones y os reencontráis cuando vuelves. ¿Dónde está Pufa? 

En 2010 viajé a Berlín y os compré un par de peluches, uno negro y otro color café con leche, suaves y blanditos. "Parecen gatos atropellados" dijo Juan y tenía razón, estaban agradablemente desmadejados, como si no tuvieran huesos ni articulaciones, que obviamente no tienen porque son peluches pero dan esa sensación de estar "desperdigados". Elegiste el café con leche y le llamaste Mimoso. 

Pufa y Mimoso se han hecho inseparables. Cada noche te acompañan en tu cama. Al llegar la hora de acostarte, rebuscas en la cesta de los muñecos y los metes en tu cama contigo. Duermes cada noche abrazada a ellos y ellos amanecen cada mañana aplastados o incrustados contra la pared dónde los abandonas hasta que por la noche vuelven a ser imprescindibles.

**********

Hoy cumples 11 años. Te has convertido en todo un personaje. Tienes una mente ingeniosa, rápida y desconcertante.

Mamá, lo de tu libro...
—Dime.
—Estoy pensando que deberías pagarnos derechos de autor.
—¿Qué dices?
—A ver, salimos nosotras, son nuestras palabras, nuestros pensamientos y ¡nuestros dibujos!
—Ajá.
—¿Ajá? ¿eso quiere decir que estás de acuerdo?
—Claro, vuestros derechos de autor están en la ropa que llevas, la comida que comes y los viajes que hacemos. 

Me miras frunciendo el ceño, achinando los ojos y maquinando el siguiente movimiento.

Por el horizonte veo venir tu adolescencia agitando la melena al viento y de la mano de un pavo de tamaño descomunal.  Sé lo que nos espera pero, mientras tanto, respiro hondo, te miro y pienso en que quiero que sigas durmiendo con tus gatos por lo menos otros 11 años más. 

Feliz cumpleaños bruja. 


martes, 16 de agosto de 2016

Apuntes, recortes

Buscando otra cosa he encontrado un viejo cuaderno. Repaso mis anotaciones, hechas con prisa y con furia. El cuaderno es de otra época, una época en la que leía periódicos y guardaba recortes. Es de hace tres años. Otra vida. 

**********

23 de marzo de 2013. Recorte de prensa, meticulosamente doblada entre las páginas de mi cuaderno.

"Leer da más felicidad que escribir. Escribir es una afición, una vocación, un trabajo incierto, que lo mismo da grandes alegrías que grandes disgustos y que en el mejor de los casos siempre le deja a uno vulnerable ante sí mismo y ante los demás: ante la incertidumbre que no cesa nunca de minarlo por dentro, aunque se la aplique con grados diversos de dedicación y eficacia el bálsamo de la vanidad; ante los juicios favorables o negativos, halagadores o insultantes, sinceros o fingidos.

Leer, cuando se disfruta a fondo de la lectura es un deleite que no viene con efectos secundarios, una medicina sin contraindicaciones, un vicio sin castigo."
**********
Notas con el siguiente título "Idea para relato que no escribiré nunca". Julio 2013. 

Dos hombres. Una ciudad con catedral. Cenan en la misma terraza, cada uno con su mujer. No se ven, no saben que se han visto, quizás crucen miradas pero no se recordarán jamás. Nunca sabrán que tienen algo en común: una mujer que no está con ninguno de ellos. Los dos cenan, hablan, beben y piensan en esa otra mujer que no está en esa ciudad. Los dos querrían saber qué está haciendo y sobre todo si está pensando en ellos. Los dos la conocen, los dos la quieren y ninguno se atreve a quererla, a estar con ella. La quieren pero no pueden, no tienen valor. Les atenaza una sensación que intentan ocultar bajo sus ropas, su piel y su conversación. Los dos saben que dejaran escapar a esa mujer, que la están dejando escapar, que ella no les esperará... ella ve lo que son. Saben que están renunciando por cobardía ante lo que ella les hace ser, a lo que ellos son con ella. No es ni siquiera lo que ella les da, es lo que ellos son con ella. Cenan, hablan, beben, crucen miradas y no saben que tienen algo en común: son unos cobardes.

**********

20 de mayo de 2011. Recorte de periódico, ya amarillo. 

"Subrayar un libro viene a ser, según cómo, un acto íntimo, que puede llegar a delatar bastantes cosas, algunas muy pintorescas, de quien lo ha cometido. Y que más frecuentemente, da lugar a toda suerte de extrañezas."
**********
Anotación sin fecha

Hay libros que enseñan, otros que hacen reír, otros llorar, otros sirven para evadirse, hacen pensar y luego están los libros que duelen. Los libros que duelen te dejan sin respiración, sientes que alguien te está apretando el corazón mientras lees. Estás incómodo, descolocado, desubicado. Lees, cierras, vuelves a leer. Es posible que los libros que duelen al leerse, duelan al escribirlos. Los libros que duelen no se olvidan y creo que hay libros que uno no es capaz "de doler" hasta una determinada edad. El dolor que provoca un libro no tiene nada que ver con la historia que se cuenta. Da igual que sea triste, conmovedora o trágica. No es la historia lo que duele, es otra cosa. Los libros que duelen, duelen al escribirlos y al pensarlos. No tienen porqué ser difíciles de leer, te llevan de la mano por el camino, como si treparas una senda de montaña escarpada. Cuando llegas a la cima descubres que no hay un bonito paisaje que contemplar pero el camino ha merecido la pena.
**********

Recorte de prensa sin fecha. Un artículo de Alberto Manguel. 

"La correspondencia electrónica provoca la desesperación de archivistas y bibliotecarios. El papel conserva los trazos de nuestra presencia; cartas con manchas de café, borrones y tachaduras, algunas palabras humedecidas por una lágrima o por una gota de sopa derramada cuentan más que lo que dicen las frases que contienen. (...) Como actual usuario del correo electrónico soy plenamente consciente de que mi nostalgia no tiene justificación valedera. Como en todas las cosas humanas, en la comunicación también hay jerarquías. Sé muy bien que las pausadas conversaciones cara a cara y las cartas escritas a mano tienen poco prestigio en una época en que los valores fundamentales son la brevedad y la rapidez. Lo sé, pero no me resigno".  
**********

Anotación para distintos posts. Sin fecha.

-Se habla poco de lo malísimo que ha sido para la humanidad el personaje de Amelie. Las plagas del Antiguo Testamento y los Cuatro jinetes del Apocalipsis son Pocoyó y Pepa Pig comparados con Amelie. Por culpa de Amelie la gente hace fotos de enanos o de cliks o de figuritas de Disney en cualquier sitio. Por culpa de la lánguida francesa hay gente que cree que puedes comer como si fueras Obelix y pesar 40 kilos. Si eres tía y misteriosa tienes gato. Esto me parece bien, odio a las misteriosas y a los gatos.

-5 cosas que hacen de los Puentes de Madison una gran peli y 5 cosas que no. 

Anotadas solo dos negativas. Todas las positivas. 

**********


"I suppose I think of the notebook as a house of words, as a secret place for thought and self-examination. I´m not interest in the results of writing, but in the process, the act of putting words on a page". 

jueves, 11 de agosto de 2016

Recalcitrante


-Eres recalcitrante. Nunca buscas términos medios. Eres todo o nada. 

Tiene razón. Toda la razón del mundo. Soy así. Llevo  tres días dándole vueltas, no me lo quito de la cabeza.

Recalcitrante. En mi absurdo cerebro, recalcitrante suena a asfalto, a algo caliente, que quema, que arde. Lo busco en el diccionario. 

"Que se mantiene firme en su comportamiento, actitud, ideas o intenciones, a pesar de estar equivocado."

No soy recalcitrante tal y como lo define la DRAE y sí lo soy con respecto a mi imagen mental.

Soy todo o nada. Blanco o negro. A favor o en contra. Me mantengo firme y peleo y ardo cuando lo hago. Y puedo llegar a quemar. 

Pero también me apago completamente, puedo pasar de llamaradas a cenizas frías. Hay bastantes cosas, cada vez más, sobre las que he cambiado de opinión a lo largo de los años, yendo del blanco al negro. Pensaba, creía, sentía algo y con el paso del tiempo, las circunstancias o los argumentos adecuados he cambiado de idea. 

Buscar el término medio, el Santo Grial. ¿Qué es el término medio? Para mí el término medio es estar en mitad de un camino, llegar a una encrucijada y quedarse ahí sentado pensando: si voy a la izquierda puede que me equivoque y tampoco tengo claro que sea por la derecha, lo mejor es que me quede aquí, en el término medio oteando el horizonte de los dos caminos.  

El término medio para mí es la apatía absoluta, es el "me da igual" como filosofía de vida. Es el amarrar la nada con tal de no tener la posibilidad de perder. ¿El qué? No lo sé. Supongo que si te quedas en el término medio nunca tienes que pensar "mierda me equivoqué" o "Cómo pude ser tan imbécil" o "es acojonante que estuviera convencida de esto" o "lo siento, tú tenías razón". Si te quedas en el término medio nunca llegas a un punto al final del camino elegido y te das cuenta de que te tienes que dar la vuelta y desandar todo la ruta para coger la otra desviación que resultó ser la correcta. El término medio te ahorra el tener que escuchar "¿ves como por ahí no era?"  

Me paso la vida desandando mis pasos, yendo de blanco a negro, de un extremo a otro.  Del todo a la nada. Ardiendo, quemando y apagándome, con la boca sabiéndome a cenizas, escupiendo rescoldos de mi opinión equivocada mientras camino en sentido contrario. Y vuelta a empezar.  

No sé ser gris. Soy recalcitrante y él tiene razón. 

lunes, 8 de agosto de 2016

Hombres fantásticos (VII)


Hemos quedado temprano y, por supuesto, a pesar de acostarme pronto la noche anterior para intentar dormir y tener un aspecto presentable y la cabeza despejada para el reto que es quedar con él, los nervios me han impedido pegar ojo. Me levanto como un gremlin y con tiempo de sobra pero, por supuesto, llego tarde. No horriblemente tarde pero lo suficiente para quedar regular. De todos modos, cuando quedo con un hombre, siempre prefiero llegar tarde. Entre quedar mal y ponerme nerviosa esperando prefiero quedar mal. 

Es finales de otoño, la mañana de un día perdido de noviembre. Hace el frío justo para despejarme sin que me gotee la nariz. He elegido el Retiro para esta fantasía porque necesito un lugar cómodo y conocido que no me distraiga para poder centrarme en la conversación, para no dispersarme. El Retiro es casi como pasear por el pasillo de mi casa. Además con él no me imagino conversando en un sitio cerrado porque él habla demasiado despacio, dejando silencios que en una habitación cerrada me empujarían a decir alguna estupidez para llenar ese  espacio. Paseando sus silencios se quedan colgando entre los pasos y suenan. 

Hay poca gente, casi somos los únicos. Es demasiado tarde para que los runners madrugadores estén correteando y demasiado pronto para que haya niños. La moda de los Pokemon ha pasado. Cuando llego ya me está esperando. Mira en mi dirección pero no sabe que soy yo así que me mira sin verme. Para él soy una chica con una trenca y las manos en los bolsillos. Según me acerco saco a relucir mi sonrisa de desconocida tratando de parecer encantadora. 

—Hola, siento llegar tarde. 
—¿Eres Molinos?
—Sí. 
—Te pareces a tu foto pero no te he visto llegar.
—Soy muy normal, paso desapercibida. ¿Entramos?
—Claro. 

Comenzamos a pasear sin rumbo, bordeamos la nueva biblioteca del Retiro y caminamos hacia el lago. Sé que una de las primeras cosas que le contaría es el primer libro que leí de él, "El invierno en Lisboa". No sé cómo llegué a él ni porqué pero recuerdo que me encantó. Le contaría que se lo regalé a uno de mis mejores amigos y que no me he atrevido a volver a leerlo porque me da miedo quebrar el buen recuerdo. Es uno de esos libros en los que siempre tengo 20 años, llevo hombreras, los hombros echados hacia delante, melenita de niña buena y no hablo con nadie porque tengo miedo. 

Él me escucha. A veces dice algo y tengo que esforzarme para oírle por encima del sonido de nuestros pasos y el rumor del viento en los árboles. Tiene la voz grave y habla muy bajo. Siempre he pensado que habla como si fuera una corriente constante de agua, siempre el mismo tono, siempre el mismo ritmo, nunca totalmente quieto y nunca acelerado. Sus pensamientos brotan con pausa y él los recibe, observa, paladea y da forma siempre al mismo ritmo, igual que habla. 

Yo soy un torrente. A veces estoy desbordante de ideas que intento apresar, apretar y estrujar; otras veces la inspiración son gotas que tengo que exprimir de mi cerebro y, a veces, soy una torrentera sin agua y creo que jamás volveré a pensar nada que merezca la pena expresar.  

Parapetada detrás de mi trenca y mirando al frente me atrevo a decirle que sus novelas me aburren. Después de El Invierno en Lisboa, leí Plenilunio y El jinete polaco y me gustaron. Después leí alguna más que soy incapaz de recordar y decidí no volver a intentarlo. No quiero que sus novelas me hagan cogerle manía porque me encantan sus artículos. Para compensar este comentario que, aunque disimula, supongo que no le gusta le digo que aprendí a ver el arte de Rothko por uno de sus artículos y que mi ejemplar de Ventanas de Manhattan tiene más esquinas dobladas que sin doblar. Ventanas es un libro con el que he crecido, me veo con 20 años comprándolo y creciendo con él en mi estantería mirándome, viéndome envejecer y esperándome cada vez que lo he releído.

Le cuento también unas cuantas de esas casualidades que hacen que nosotros, a pesar de ser completos desconocidos, estemos conectados por conocidos comunes y después le dejo hablar. Le pregunto por lo último que ha leído, la última película, la última serie, la última exposición, la última decepción. Le pregunto si lee comics.

Camino a su izquierda y en nuestro paseo llegamos a la salida de la Cuesta Moyano. Cotilleamos los puestos como si fuéramos desconocidos entre nosotros, él por su lado y yo por el mío, como hay que hacerlo. Me resulta imposible mantener una conversación mientras miro libros o paseo por una librería. Siempre acabo perdiéndome de la otra persona aunque el espacio sea pequeño, me pierdo mentalmente y hasta que no me dicen "Eh, que tenemos que irnos" estoy perdida. 

Él no me dice nada, no parece tener prisa. En esta ocasión soy yo la que llega al final de la cuesta con unas cuantas compras en una bolsa. Está sentado en un banco, escribiendo algo en una libreta. Me espera. Al acercarme, de su botín saca un libro y me lo da. 

Toma, un regalo. 

Me quedo sin palabras porque yo no he comprado nada, ni se me ha ocurrido, aunque la verdad es que tampoco hubiera sabido que comprarle. ¿Qué libro le regalas a alguien que lo ha leído todo? 

—Gracias. Yo no te he comprado nada pero una vez escribí sobre mis razones para leerte. Podríamos considerarlo un regalo. O algo así. 
—¿era algo sobre que monto en bici y no soy Murakami? 
—Si. Entre otras cosas.  Es imposible que lo leyeras.
Lo leí. De hecho tuve intención de escribirte para darte las gracias... pero me temo que no lo hice.  

Me acompaña a la parada del 14 que tengo que coger para volver a casa. El día está gris, un día de esos en los que Madrid y yo nos reconciliamos un poco.

Al llegar a casa abro el libro y me encuentro con una dedicatoria "Para que recuerdes un día de noviembre".