Soy la Indiana Jones de los parkings de Madrid: a fuerza de ir de uno a otro y tiro porque me toca, he conseguido desarrollar una sabiduría suprema sobre su tipología, problemática y manera de resolver sus trampas que me convierten, ¡qué digo en Indiana!, en Indi, Harry Potter, Han Solo y Catwoman.
Lo primero que hay que hacer, como en Indi y la última cruzada, es encontrar el parking. Esto no siempre es tan fácil como la X en el suelo de la iglesia de Venecia. Dependiendo de la zona de Madrid el parking puede salir a tu encuentro con grandes neones de colores prometiendo estar siempre disponible para ti, 24 horas, y lavarte el coche y ascensor e hilo musical, o puede estar atrincherado, escondido a la vuelta de una esquina, identificado sólo por una P garabateada en un cartón o en un antiguo cartel metálico que probablemente presta servicio desde los años 30.
Una vez encontrada la P hay que enfrentarse a la entrada. No todas son iguales. Y no todas son para todo tipo de conductores. Las hay fáciles y sencillas, como carriles de una autopista. Las hay empinadas y las hay como la ladera del Everest. Estas últimas requieren pericia conductora, calma y no llevar el coche cargado como si hubieras desvalijado una fábrica de lavadoras, porque entonces rozarás los bajos y de tu coche saldrán chispas como del Delorean de Marty.
Adentrados ya en la cueva, hay que encontrar el HUECO. Para esto hay muchas estrategias. Hay muchos, la mayoría de ellos tíos, que "por sus huevos" tienen que aparcar en la primera planta del parking. Sospecho que tienen miedo a la oscuridad y no quieren ir más abajo, pero el caso es que transitan por la primera planta del parking como si fuera un rally, acechando para pillar el primer hueco libre que encuentren. Otros optan por la aventura y la exploración, y deciden que quieren saber cómo de profundo es el parking y si pueden llegar a tocar el magma del núcleo terrestre. Doy fe de que en algunos de Madrid se llega a sentir ese calor... y casi se funden los neumáticos.
Sobre el hueco, además de la planta hay que encontrar el tamaño adecuado. Y en esto, como en "otras cosas", también hay para todos los gustos. Algunos quieren hueco al lado de una columna, otros quieren el de en medio, otros con una pared detrás, con una pared delante. ¿Y la postura? Como en "otras cosas", también la gente tiene sus querencias. Los hay que quieren de espaldas, de frente... o de lado; perdón, en batería.
Una vez encontrado el hueco, el tesoro, y depositado allí el coche hay que intentar que la alegría y la euforia del triunfo no nos obnubile y nos haga salir del coche cantando y bailando y sintiendo que la vida es bella. ¿Por qué? Porque te adentrarás por el camino de baldosas amarillas que lleva a la salida sin echar miguitas de pan y perderás tu coche.
Nada más aparcar hay que mirar a derecha e izquierda, fijar unas coordenadas inamovibles (no valen los coches aparcados al lado, que pueden cambiar), una columna, un cartel, un desconchón negro en la pared, una antigua cabina de lavado de coches, una momia... lo que sea y memorizarlas. Antes de subir por las escaleras hacia la luz hay que comprobar tres veces en qué planta se está y al salir a la luz hay que hacer una marca en el muro para saber porqué puerta has conseguido salir de la ruta. Todo esto parece excesivo... pero NO LO ES.
¿Acaban las pruebas cuando la luz del sol da en nuestra cara tras emerger sanos y salvos de las profundidades terrestres?
No.
Lo peor, la prueba más dura, llega en el momento de recoger nuestro coche. Si hemos sido avispados o si, experimentados tras haber pasado días vagando por plazas y calles buscando la entrada a nuestro parking, somos capaces de encontrar la puerta... llega la peor de las pruebas.
Hay que encontrar el cajero. Y para empezar, ni siquiera sabes qué pinta tiene.
¿Estará en la primera planta? ¿En la segunda? ¿En la planta séptima al lado de la sección de microondas del centro comercial que acoge el parking? ¿Estará al lado de la escalera o en un absurdo recoveco parapetado detrás de una columna, una reja y un par de papeleras? ¿Será amarillo, verde, azul? ¿Será de este siglo o de hace tres? ¿Un ordenador o un ábaco?
Una vez localizado el objetivo, hay que ser capaz de encontrar la ofrenda necesaria: el ticket. ¿Dónde lo guardaste? Ellas meten la mano en el bolso, tantean, tocan, buscan y cuando, efectivamente, comprueban que no encuentran el ticket, abren el bolso todo lo que pueden y empiezan a, rebuscar y rebuscar de manera cada vez más frenética. He visto casos extremos de bolsos vaciados en rellanos de escaleras mugrientos y mujeres de rodillas diciendo "estaba aquí, juro que lo guardé, no me devores".
Ellos parecen que van a bailar algún tipo de coreografía de animador de crucero. Las manitas a los bolsillos de la chaqueta, las manitas a los bolsillos del pantalón, las manitas a los bolsillos del culo si llevan vaqueros, las manitas a la cartera... ahí las manitas se convierten en garras cuando abren la cartera y empiezan a buscar... he visto a hombres decir "yo te lo di a ti", "¡la culpa es tuya!", culpando a sus incautos descendientes.
Superada esta fase de muchísima tensión, llega el momento cumbre de la experiencia satánica en el parking. ¿Cómo tendrás que pagar por esos breves minutos de descanso de tu automóvil? ¿Podrás hacerlo con tarjeta? ¿Sólo con alguna tarjeta en concreto? ¿Tendrá que ser en efectivo? ¿En efectivo pero solo con monedas? ¿En efectivo sólo con monedas de 1, 2 y 5 cm? ¿Aceptará billetes o sólo serán billetes impresos en la fábrica de moneda y timbre de la República Checa los días pares de un año bisiesto? ¿Aceptará la máquina que metas los billetes despreocupadamente o necesitará que eches mano del cursillo de papiroflexia por correspondencia que has hecho para meterlos convertidos en rana?
Un paso más allá de esto, está el cajero humano. El cajero humano es como el viejo cruzado que espera a Indi y a su padre al final de la peli. Está hasta los huevos de estar ahí pero no puede ir a ninguna otra parte porque si le diera el sol se descompondría. Vive en el parking, viendo la tele en blanco y negro, contando los días de su eternidad en un calendario de Galerías Preciados y comiendo bocadillos sin quitarle el papel de aluminio.
El cajero humano en un parking significa dos cosas: no se admite el pago con tarjetas y la tarifa para poder sacar tu coche probablemente incluirá donar un riñón, la córnea y comprometerte a entregar a tu primogénito cuando cumpla 18 para relevar al cajero en su misión sagrada.
Superada esta fase, un breve momento de relax antes de la tensión final. ¿Dónde está mi coche? ¿En qué planta lo dejé? ¿En qué fila? ¿Por delante o por detrás?
Suponiendo que hayas sido avispado... tampoco puedes relajarte. ¿Cómo salgo? ¿Cuál es mi salida? Mi experimentado consejo es no seguir jamás las señales pintadas en el suelo. Mirada al frente, orejas de perro perdiguero en celo y sigue tu instinto... las señales están hechas para engañarte, para mandarte al fondo, para hacerte dar vueltas y que se te pasen los 10 minutos de gracia que tienes para huir hacia la luz. Para que te atrapen las sirenas, el minotauro y los bandoleros y desvalijarte.
Ya está ahí, lo ves, la luz al final del túnel, de la rampa, solo queda una última trampa. Conseguir meter el ticket desde el coche. Ni muy lejos, ni muy cerca, ni muy fuerte, ni muy flojo, ni boca arriba, ni boca abajo, ni con el código hacia ti, ni con el código hacia allí... tira los dados y que Dios reparta suerte.
La barrera se levanta, el coche parece calarse por la pendiente. Pisa fuerte, acelera... y no mires atrás.
El grial es tuyo.