martes, 15 de marzo de 2016

Milán es de colores

Milán es amarillo. El edificio en el que está el apartamento de Bruno es amarillo con contraventanas grises. No me doy cuenta de que es de ese color hasta que vuelvo con el desayuno por la mañana. Llegamos de noche cerrada y tan cansados que ni siquiera levanté la mirada. Camino de vuelta a casa, ¿se puede llamar casa al sitio al que acabas de llegar y en el que solo has pasado 7 horas?, me doy cuenta de que no sé en que piso estamos. ¿El segundo? ¿El tercero? Todos parecen iguales. 

Milán es gris. El color del cielo al levantarme y abrir las contraventanas también grises. En pijama miro por la ventana al parque que hay debajo; gente paseando perros. Pocos corredores. Los milaneses son gente lista. Grises son también los empedrados y muchos de los edificios, los más oficiales, los más aparatosos. La Torre Velasca; ese adefesio que parece construido para formar parte de la escenografía de una distopía catastrófica. Me da miedo. 

Milán es dorado. Como la catedral al atardecer. Gigantesca en la plaza a la que da nombre. Parece un erizo dorado con sus mil pináculos y cresterías, y es muchísimo más bonita de lo que había imaginado. Doradas son las chocolaterías con escaparates llenos de huevos de pascua. Dorada y brillante es la galería de Vittorio Emanuele I y da ganas de bailar. Dorada es la figura de la Virgen que corona la catedral y que al anochecer se ilumina. A nosotros nos parece horterísimo e innecesario, pero por lo visto a los milaneses ese "brilli brilli" les emociona. 

Milán es del color del dinero. Tiendas de lujo extremo llenas de dependientes ociosos especialmente adiestrados para mirar hacia fuera con cara de "nada de lo que hay aquí es para ti". Por supuesto yo voy con mi cara de "nada de lo que hay ahí dentro me gusta" y es cierto. Todo ese lujo extremo me resulta hortera, frío, superficial y carente del más mínimo atractivo. El lujo extremo no tiene alma. 

Milán es rojo. Rojo brillante como las vespas, rojo espeso como el del terciopelo de la Scala y  rojo mate como el ladrillo del castillo Sforzesco y la Iglesia de San Ambrosio. Rojas son las calzas del hombre que besa en el cuadro de Francesco Bayez, frente al que me quedo paralizada minutos y minutos. Me impresiona tanto que no me doy cuenta de las calzas hasta pasado un rato; ando pensando en que es la representación perfecta de un beso de "por fin sé a que sabe tu boca". También es rojo el solomillo de buey con salsa de frutas del bosque y el sillón de casa de Bruno en el que leo por las mañanas cuando me despierto pronto, demasiado pronto. 

Milán es verde. Verde oscuro son los magnolios gigantes que hay casi en cada patio y las hiedras que los recubren. Es verde el parque que veo desde una ventana de la pinacoteca del Castelo Sforzesco. Me he perdido sola por las salas y estoy a punto de llegar al punto de saturación con respecto al arte sacro. El ventanal es enorme y me apoyo en él para mirar fuera. A mis pies, el antiguo foso del castillo y más allá el parque. Pasa un tío corriendo, me fijo en él porque corre de manera ridícula, efectiva pero ridícula, con los brazos caídos a los lados del cuerpo y las manitas levantadas. Da zancadas levantando las rodillas y va extrañamente erguido. Parece una estatua articulada. Le sigo con la mirada y me fijo después en el señor gordo que sentado en un banco mirando al castillo habla por teléfono y fuma. Pelo blanco, traje oscuro, gabardina larga. ¿Con quién habla? No será de trabajo, no tiene pose de estar hablando de negocios, ni con su mujer. ¿Tendrá una amante? ¿Discutirá con su hijo veinteañero que le llama para decirle que no pasará el finde con él a pesar de habérselo prometido? La joven del banco siguiente lee. Parece un cuaderno de notas. ¿Serán suyas o de otro? ¿Un diario? Lleva coleta y pantalones negros ajustados, como el 85 % de las milanesas. Sin calcetines, como el 90 % de ellas. No mira al castillo, ni a nadie, solo lee. En el último banco, el que está justo debajo de mi ventanal, hay un tío con gorra. Parece atractivo. Está sentado, completamente relajado, tiene la bici al lado y parece estar como yo, mirando la vida pasar, sin más interés que ser. No mira el móvil, ni tiene un libro, ni fuma, ni come ni bebe. Solo mira. Levanta la vista y me ve. Sonrío aunque creo que no me ve. Se quita la gorra. A lo mejor sí me ve. Milán es verde oscuro como su gorra. 

Milán es azul. Azul brillante es el cielo desde los tejados de la catedral. Azul es el vestido de la mujer de "El beso" y las contraventanas de las casas. Azul marino es el color del que van vestidos todos los hombres guapos que veo. Y son muchísimos. Un policía en la plaza del Duomo, un vigilante en la pinacoteca de Brera, un tío en chándal hablando por teléfono al lado del canal, otro con coleta y estiloso hasta el infinito con el que comparto minutos frente a "El beso". 

Milán no tiene nada me dijeron. 

Milán es de colores y me ha encantado. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Lecturas encadenadas. Febrero

http://natalie-andrewson.com/
A pesar de tener un día más, febrero ha sido un mes escaso en cuanto a lecturas. Sólo he terminado dos libros en este mes. No tengo sensación de haber leído poco pero sí de haber leído despacio.

Un puente sobre el Drina de Ivo Andric. No conocía a Ivo Andric de nada y resulta que fue Premio Nobel en 1961. Era un escritor de ascendencia bosnia y me ha recordado muchísimo a Zweig, a Marai y a Von Rezzari. Los cuatro comparten el mismo tono de ser conscientes del fin de una época. Saben y sienten que cuando mueran, todo lo que no hayan dejado por escrito, todo lo que no hayan anotado, se perderá. Saben que las realidades cotidianas que ellos plasman en sus textos se convertirán en leyendas para la generación que venga justo detrás de ellos.

Todas las generaciones piensan que lo que les cuentan sus padres, sus abuelos es increíble pero en el caso de los escritores nacidos para asistir a la conmoción de las dos Guerras Mundiales, su mundo sencillamente dejó de existir. Todo lo que habían conocido desapareció bajo un nuevo orden geográfico, político, social, económico, artístico y hasta histórico.

El tono de Andric es pausado y está cargado de melancolía. La historia del puente construido en una pequeña ciudad bosnia, se acelera a ratos y en otros casi desaparece, casi como si fuera el caudal del río que a veces corre sin control y otros se remansa hasta casi secarse. Es un libro calmado que recorre 5 siglos de historia de un puente y de cómo ese puente se convierte en escenario de todo lo que ocurre en la ciudad. Cuando desaparece... arrastra con él toda la historia anterior que se pierde en la corriente de la historia, del río que corre. Es un libro que hay que leer con calma y tranquilidad. 

Andric es muy sabio.
"Las personas que no trabajan y que no emprenden nada en la vida pierden con facilidad la paciencia y cometen errores cuando juzgan el trabajo de los demás".
Y esto sobre cómo se leían los periódicos hacia 1910 se puede aplica,r tal cual, a nuestros días.
"Se leían los periódicos con avidez, pero al vuelo, de paso. Cada cual buscaba únicamente los diarios que exhibían en primera página titulares sensacionalistas impresos en grandes caracteres. Los artículos que aparecían en los rincones, escritos con letra pequeña, no tenían lectores. Todo lo que pasaba iba acompañado por el ruido y el resplandor de las palabras aparatosas".
Juegos Reunidos  de Marcos Ordóñez. El año pasado, casi por estas mismas fechas, leí "Un jardín abandonado por los pájaros" mientras me moría de dolor con una sinusitis que casi acaba conmigo y tengo un cariño especial por Ordóñez, por haberme acompañado en aquellos días espantosos de dolor supremo e insoportable.

Juegos reunidos recupera la idea mental de El Jardín pero no el espíritu. En la primera entrega de sus memorias o de sus recuerdos todo fluía con calma, con parsimonia, sin prisas. Con pausas infinitas y detalles mínimos. Los detalles que parecen insignificantes cuando los vivimos y que, sin embargo, cuando nos ponemos a reconstruir nuestros recuerdos se convierten en los pilares sobre los que construimos la estructura completa de nuestra memoria. Puede ser un día concreto que en su momento pareció una tontería, un objeto insignificante, una persona que sólo vimos una vez, un sabor... Ordóñez, en El Jardín construía sus recuerdos así.

En Juegos Reunidos la premisa es al revés. Sobre una anécdota, un motivo o un personaje se construye el artículo. Probablemente el hecho de que sea una recopilación de artículos, columnas y pequeñas piezas condicione que el ritmo sea mucho más rápido y precipitado. Casi todas las historias son "hacia fuera", encuentros con escritores, con actores, con músicos. Las historias que más me han gustado son las que tienen más desarrollo y un ritmo más lento.

He doblado un montón de esquinas.
"Lo difícil es contar historias sobre gente como cualquiera de nosotros, gente que canta o ríe o grita o llora o se aburre cuando por ahí le da, gente para la que no sirven los adjetivos definitorios ni las denominaciones de origen, porque nadie es común cuando se le mira detenidamente."
"Pasolini entendía que la vitalidad no es una cualidad inmutable del ánimo, sino que hay una vitalidad luminosa y una vitalidad oscura, y que ambas suelen brotar bajo presión, por hartazgo, de miseria e impulso de supervivencia."
"La exageración era el principal rasgo de su carácter. El segundo era el entusiasmo. El tercero, la duda que hiere. Los tres formaban una perfecta combinación alquímica."
Ordóñez termina el libro con un capítulo / poema titulado Quiero.  Unos cuantos "quiero"  me han gustado:

"Quiero
    - que en las ceremonias realmente importantes suene siempre Caravan de Van Morrison.
    - una nevada anual y que el calor del verano no sobrepase los veintitres grados. Y sin temperatura     de bochorno.   
 - quiero poder decir "A lo mejor no es tan difícil" pero creyéndomelo."

"Quiero

   -algo que no diré aquí." 

Dos lecturas, dos hombres y mucho que aprender. Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados de marzo.


miércoles, 9 de marzo de 2016

Cosas que van a pasar(me)


Lo mejor es que lo cuente cuanto más rápido mejor. Como cuando de pequeña hacía algo mal. Como cuando dejé la nueva bicicleta de carreras de pobrehermano mayor tirada en el suelo delante de la huevería de Juanito, que salió con su todoterreno y la aplastó bajo las ruedas. 

Ese momento de pánico, de vértigo absoluto, en el que piensas: por favor, por favor, por favor... quiero volver atrás 2 minutos. Me corto un meñique si hace falta pero, por favor, que vuelva atrás en el tiempo para que pueda arreglar esto. 

Pero no funciona, ni aunque te cortes los dos meñiques y un par de falanges del anular, así que enfrentada al desastre lo mejor es pasar el mal trago rápidamente. Contar deprisa y casi sin respirar lo que has hecho para ver si así el interlocutor, aturullado por la velocidad de tus palabras y el volcado de información, no se entera y ese huracán que has provocado y que no puedes parar aunque quieras pasa inadvertido. 

Allá voy. 

¿Qué he hecho? 

Mejor dicho, ¿qué voy a hacer?

Dentro de una semana, el próximo miércoles 16 de marzo, a las 19 horas, daré una charla sobre "El empotrador".  Una charla ultrarrápida. 

Hala. Ya está. 

¿Por qué lo voy a hacer?

No lo sé, no lo sé. Me lo propusieron, dije que sí sin pensar o pensándolo poco, o pensándolo mal... 

5 minutos, 15 diapositivas, 140 personas y yo, pequeña y tímida en un escenario, hablando sobre cosas que no sé, o sé poco o sé mal. 

¿Y si me corto los pulgares? 

Se puede asistir en directo y también se grabará... 

¿Y si me corto una mano? 


lunes, 7 de marzo de 2016

Cuatro películas y una sinfonía


Lunes 
Salgo de los libros de colores y decido que es un buen día para irme al cine. Como ando con la cabeza en mil asuntos, me paso la salida de los cines y llego a la carrera a la película que quiero ver: Room. 

Fila y butaca centrada en una sala enorme. A mi izquierda una pareja que se tapa con los abrigos y a mi derecha una señora rubia que, como yo, ha ido sola al cine. 

La primera hora la paso sufriendo. Sufriendo mucho. Agobiada y angustiada. Alternativamente me hago bolita en mi asiento o me desespero y me echo hacia delante para intentar soltar la tensión que estoy acumulando. La segunda hora me aburro y echo de menos mi sofá. Room se despeña por la pendiente del telefilm de sobremesa de fin de semana y esas pelis hay que verlas en tu casa, durmiendo a ratos y comiendo chocolate. 

La peli tiene otro problema y es que si tienes hijos no te crees al niño. 

¿Recomiendo Room? Pues bueno, en tu sofá, con mantita y modorra, bien. En el cine, psss. 

Jueves 
"Moli, o vienes ya o voy a romper el jersey de lo duros que se me están poniendo los pezones".

Juan me espera en la puerta del cine. Alto, estirado y oteando la Gran Vía para verme  llegar. 

-¿Por qué no llevas abrigo?
-Porque me has dicho que no me pusiera mi plumas de joven rapero.
-¿Y qué? ¿No tienes más abrigos?
-No desvíes la conversación. Estoy pasando frío y es por tu culpa. 

Inauguración del Scyfy. Frikis a gogo, frikis everywhere, frikis a diestro y siniestro. Y nosotros. 

La película se llama "The invitation" y está muy bien. Vamos a ver, es una peli de miedo así que hay que bajar el listón de credibilidad para meterte en ella pero es una buena película. Desde el minuto 1 estás incómodo con la historia, con lo que se cuenta, con la situación que, no comprendes muy bien pero, te mantiene alerta y atento. El protagonista, además, está bastante tremendo. Rollo barbita, desastrado, pero con mucho atractivo. 

Salimos del cine, entre una nube de frikis, comentando que desde la llegada de los móviles las pelis de miedo tienen por obligación que meter una línea en el guión en la que algún personaje diga "Vaya, no hay cobertura". 

Sábado 
Marathoniana mañana con laz princezaz: competición de natación, comida en un italiano con fantabulosa carta para celiacos, compras y cine. 

Otra vez el Scyfy pero para ver una peli coreana con el sugerente título de "La chica satélite y el chico vaca". Parece un libro de Murakami pero no lo es y, contra todo pronóstico, la película va de una chica satélite, un chico vaca, un mago que es un rollo de papel higiénico y un perro ama de casa. Todo muy loco y bastante perturbador.  

-Chicas, ¿os ha gustado?
-A mí nada.Menos mal que era corta.
-A mí regular. 

Domingo por la mañana
Lloro,estremecida hasta el infinito, escuchando la Patética de Tchaikovsky en el Auditorio de Madrid. 

¿Cómo me he perdido esto durante 40 años? A lo mejor tenía que llegar este momento. 

Domingo noche 
Otra vez el Scyfy. Clausura. Frikis everywhere que llevan todo el día viendo películas una tras otra. Llegamos para la traca final y, después de comernos dos bocatas ilustrados (hechos por mi) y dos palmeras gigantes completamente industriales, conseguimos buenos asientos. 

-Moli, no sé porqué los tíos se ponen camiseta con chaqueta de vestir.
-¿A qué viene eso?
-Mira ese.
-Vamos a ver. Para ponerse camiseta con americana y no parecer ridículo hay que tener unas hechuras determinadas. 
-¿De qué hablas?
-Busca "Gerard Butler en el hormiguero". Traje azul y camiseta. 
-Aha. Hasta yo puedo entender de qué hablas. 

High Rise es la película. El engendro, el despropósito. Solo puedo echar espumarajos por la boca sobre ella. Es un espanto absoluto, un aburrimiento pretencioso sin sentido con un montaje caótico y ¡sin script girl! Lo único por lo que se aguanta semejante tortura es por el protagonista que también está bastante tremendo. Rollo elegante limpio con ganas. 

-Juan, ¿y si nos vamos?
-Los frikis están aguantando aquí como campeones. No podemos ser menos que ellos.
-Yo no soy friki y no soy competitiva. Me da igual ser menos. Vámonos.
-Que no, que a ti te da igual porque eres canija y no se te ve... pero a mí me ve todo el mundo. Ya que hemos llegado hasta aquí, vamos a terminarla. Piensa que  mañana podrás escribir sobre ella.
-Eso es chantaje emocional. 

No nos fuimos y por eso os puedo decir: huid corriendo despavoridos si alguien os ofrece o sentís el más mínimo impulso de ir a ver High Rise.