viernes, 12 de abril de 2013

DESILUSIÓN Y DECEPCIÓN

Desilusión: acción y efecto de desilusionar o desilusionarse.

Desilusionar: hacer perder las ilusiones / perder las ilusiones.

Decepción: pesar causado por un desengaño.

Decepcionar: desengañar, desilusionar.

Todo eso dice el DRAE y a mí no me vale, se me queda muy corto todo y muy confuso. No me vale.

Una desilusión y una decepción no son lo mismo, no se parecen en nada. Ni son lo mismo, ni se sienten, ni se construyen igual. En el Moliuniverso y en mi cabeza, decepcionar y desilusionar no son sinónimos.

Una desilusión destruye algo posible pero poco probable. El que tiene una ilusión sabe perfectamente, aunque lo obvie, que es posible que esa ilusión no se concrete, juega con la baza de que no sea real. La desilusión no pilla por sorpresa.

Una decepción es una certeza que se desmonta. Es una verdad que se rompe, que se destroza. No es que fuera algo posible y probable, sencillamente ERA y de repente no es. Tenías una certeza y no cabía ni la más remota posibilidad de que dejara de ser…y de repente no es. La decepción suele pillar tan por sorpresa que hace el vacio y deja sin aire.

La desilusión se sufre sobre algo que no existía, sobre una fantasía. Por eso razón las ilusiones no se agotan nunca, después de una desilusión del tipo que sea y sin que haya que hacer nada crecerán ilusiones nuevas o pueden ser las mismas recuperadas. Incluso cuando crees que ya no tendrás más, las ilusiones crecen solas, y te sorprendes teniendo más. Cuando ya eres perro viejo, intentas frenarlas, ignorarlas, pasar de ellas, arrancarlas como las malas hierbas, pero exactamente igual que con las malas hierbas…las ilusiones pasan de ti y crecen solas hasta que te han conquistado.

La decepción destruye una certeza y las certezas no crecen solas. Las que se rompen además jamás se recuperan y recomponen. Construir una certeza nueva exige trabajo, dedicación, esfuerzo y una confianza acojonante que con la edad se va perdiendo. Exige también capacidad para pasar por alto las consecuencias que las decepciones anteriores causaron en el ánimo, porque recordarlas es tan doloroso que incapacita para reconstruir nuevas certezas. Cuanto mayor eres, menos certezas tienes y más decepciones acumulas.

Las desilusiones son necesarias. Hay veces en la vida en que es necesario desilusionar a alguien. Va a ser doloroso pero es necesario porque ves que esa ilusión que le está creciendo y que está a punto de conquistarle nunca va a ser certeza y aunque le vaya a doler, hay que hacerlo. El que desilusiona no es feliz haciéndolo, pero sabe que es necesario y que el desilusionado podrá tener nuevas e incluso mejores ilusiones.

Las decepciones jamás son necesarias. Siempre son una putada y duelen que te cagas. Cuando se decepciona alguien, ese alguien sufre como un perro, se cabrea, tiene pena infinita, oleadas de tristeza y agoniza un tiempo. Las decepciones además son terribles también para el que las provoca. Cuando decepcionas a alguien lo haces sabiendo que has destrozado algo positivo y cierto que ese alguien pensaba o creía, puede ser un pensamiento, una actitud o un sentimiento. Decepcionas a alguien que creía en ti, que tenía una certeza positiva sobre ti.

Desilusionar a alguien puede ser jodido pero puedes pensar que lo haces por su bien y que es algo que tienes que hacer.

Decepcionar a alguien es doloroso para el decepcionado, pero para el que lo hace, cuando es consciente de ello es el puto infierno.

Las desilusiones pasado el primer momento de quedarse desinflado y como sin ganas de nada dejan un poso dulce. Cuando las recuerdas pasado el tiempo, puedes obviar el momento concreto de la desilusión, el momento en que se te pinchó el globo de esa ilusión concreto, ir más atrás y sonreír al recordar ese momento en que ibas feliz cual perdiz con tu globo de ilusión tan feliz. Puedes recordarlo con humor negro y pensando “que bobo fui al ilusionarme con aquello pero bueno moló”.

Las decepciones no son así. Las decepciones no te pinchan un globo, te quitan el suelo bajo tus pies. Las decepciones siempre dejan un poso amargo y duelen siempre. Permanecen activas eternamente y hay que tener mucho cuidado con su manejo, hay que intentar arrinconarlas y no tocarlas ni con un palo porque el simple roce de su recuerdo puede hacerte caer fulminado. La decepción no permite el recuerdo dulce, no hay lugar para el humor negro, solo permiten algo como “como pude ser tan gilipollas” y duelen en el alma.

Por todo esto, no puedes desilusionarte a ti mismo, pero si decepcionarte, cuando destrozas una certeza que otro tenía sobre ti y que tu habías asumido como propia o cuando descubres que no eres como pensabas, que eres peor de lo que creías,  te decepcionas a ti mismo y jode infinito. 

 Decepcionarte a ti mismo es entrar en el foso de la desesperación., y solo saldrás si alguien que te aprecie mucho, que sobreviva a tus decepciones te ayuda.

Lo que se aprende con la Princesa Prometida.

jueves, 11 de abril de 2013

ELLAS Y SU LENCERIA.


Ya he hablado por aquí de sujetadores, tangas y pijamas. Hoy el tema es otro, el tema es ellas y la lencería y las etapas en la compleja relación que se establece entre ambas.

Indiferencia.

Al principio, como con casi todo, no tienes criterio y tu madre manda. De hecho le prestas la misma atención a tus braguitas que a los calcetines o la camisa. Tu madre tampoco se complica (bastante tiene con relacionarse con su lencería como para pensar en la tuya) así que te pone braguitas blancas o de colorines si están de oferta. Si las hay de esas de que pone “lunes”, “martes”, “miércoles”...también te las pone y comprueba que es imposible que coincida el día y las braguitas, es una máxima universal. De canija para ti las braguitas son invisibles menos las que pican, a esas te resistes muchísimo. (En mi tiempo de ser cani, esas eran unas que me hacía mi abuela)

Consciencia

Cuando llega esa época atroz, oscura y muy desagradable que se llama adolescencia de repente las tías somos conscientes de nuestra ropa interior. Ya no vale cualquier cosa que haya en el cajón. El criterio para comprarlas es que te gusten y sean lo que se lleva y que no sean ni de “niña” como las que te compraba tu madre, ni de “señora” como las que lleva tu madre. Las quieres “monas” y como las que llevan tus amigas o las que no son tus amigas pero molan en el colegio. Ahora hay todo un mundo de posibilidades de ropa interior y mil tiendas, así que te lanzas (con tu madre) a comprar: de algodón, con superhéroes, con hello kitty, de colorines, de rayitas, con distintos modelos. Hay bragas, tangas, culotes, pantaloncillos, de tiro bajo, de tiro alto, sujetadores con aros, sin aros, con tirantes, sin tirantes, con foam, sin, balconet…todo un mundo de posibilidades a tu alcance (o eso te crees tú) pero tu criterio es que sean monas.

Batalla.
Pasada la primera inseguridad adolescente, ellas son conscientes de que el tema de la lencería hay que currárselo. Hay muchas posibilidades pero ya sabes que no todas son para ti, pero no es tan fácil como saber qué es lo que no te va. La lencería es traicionera y atractiva y se muestra con todos sus encantos y aunque sabes que hay cosas que no te van, que no te encajan o que son increíblemente incómodas acabas cayendo una y otra vez en los mismos errores. Lo ves en la tienda, ves el precio y dices: Jo...esto es mono, me lo voy a comprar. Vas a casa, te lo pones y efectivamente es mono...pero en la tienda, a ti te queda como el culo, te aprieta o te está grande. Dices, bueno...pues para algún día de vez en cuando y lo metes en el cajón. Y se queda en el cajón…hasta que un día dices “ey...esto era mono, me lo voy a poner hoy”. Y sales a la calle con ello y estás incómoda hasta el infinito y más allá y vuelve al cajón y ahí se queda criando polvo hasta que un día lo tiras. (Hombres que me leéis: creéis que vuestras chicas tienen mucha ropa y que no tiran nada…que sepáis que lo peor está en el cajón de la lencería...ahí hay braguitas desde el año 97 y sujetadores ideales que solo tienen una puesta...pero no se tiran jamás)

Con la edad además, ellas deciden de vez en cuando comprarse algo “especial”, algo que no sea para todos los días, algo para seducir…Una completa memez porque todo el mundo sabe que cuando más se liga es el día que vas en vaqueros mugrientos, sudadera de NY del 95 y te has puesto la ropa interior que primero ha salido del cajón…pero en fin, es imposible no caer en la tentación. Tu lado “femenino” absurdo te dice: podías comprarte ese body o ese conjunto para un día especial. Te resistes pero acabas cayendo y gastándote una pasta. Y llegas a casa y dices: ¡¡mierda!! Te aprieta o te pica o no te sujeta o es incomodísimo o te hace parecer un putón…o una sabia combinación de todos esos factores.

Lo metes en el cajón y dices…”bueno, para una ocasión especial…sin salir de casa”. Esa ocasión no aparece nunca, porque estando en casa qué pereza ponerse eso si total ya estás a lo que estás.

Serenidad

Por fin llega una época en la que conoces lo que te va y lo que no te va. No te equivocas de talla, ni de modelo y sabes evitar la lencería absurda de muñequitos “mira qué joven soy y que naif ” que dan ganas de darte una leche con una piruleta  y la lencería de señora mayor. Incluso has aprendido que lo más importante es el tacto y que los brillos son horribles.Tienes la lencería que te mola y sabes cuándo usarla. Lo elegante es el negro y casi siempre es acierto, mola tener algo blanco y aunque a ellos les horripile hace falta algo color carne para que no transparente. Por fin tienes una relación de amor con tus bragas y tus sujetadores, las conoces, te conocen, se ajustan a lo que quieres y necesitas y cuando hace falta te hacen triunfar. Todo es perfecto.

Triunfo absoluto.

Feliz con tu lencería, ya ha dejado de ser una preocupación y estás satisfecha con ella. De repente un día ves en una tienda, en un catálogo, en una venta por internet algo que se sale de lo corriente: un conjunto especial, un body completo.

Lo ves, lo miras y dices: paso no me hace falta.

Lo vuelves a ver, lo vuelves a mirar y miras el precio para que su escandaloso coste te desanime porque ves que te estás animando. Mierda, 20 euros…está tirado. Vuelves a decir: paso no me hace falta.

Lo vuelves a ver, lo vuelves a mirar, compruebas el precio y dices bueno venga...hace mucho que no hago la gilipollez de comprarme algo que no me voy a poner y total son 20 euros.

Cuando por fin lo tienes en casa, decides probártelo. Vas exactamente con cero expectativas y pensando que estará regular pero que seguro que en algún momento te lo puedes poner y total son 20 euros.

Y te lo pones y flipas. Te está perfecto, te está tan increíblemente perfecto que no das crédito. Aún así, no te confías y como ya sabes cómo funciona esto de la lencería, empiezas a moverte, saltas, cabeza abajo, cabeza arriba, te mueves tanto que piensas...joder si me viera alguien pensaría que estoy loca.

Y te sigue estando perfecto. Flipas.

Pero luego viene la prueba de fuego. Decides ponértelo y salir a la calle, un día cualquiera, nada de un día especial, un día porque sí para probarlo.

Al día siguiente, te lo pones, te vistes y sales a la calle y sigues flipando. Has triunfado completamente, esa es la pieza de lencería perfecta, la has encontrado: es cómoda,  es especial y te sienta tan increiblemente bien que  hasta te molas a ti misma.

Sonríes y decides que hay que usarla con criterio. Sabes de uno que va a flipar.


De la siguiente etapa si es que la hay...no puedo hablar porque no he llegado...


martes, 9 de abril de 2013

UNA MADRE SIN SUPERPODERES. MIS DEBERES Y LOS VUESTROS.

Ha llegado el día.

Hoy, 9 de abril de 2013, hemos publicado un libro. “Cosas que le pasan a Una madre SIN superpoderes”.

Somos unos campeones. Podemos darnos abrazos de machotes, de esos de palmearse la espalda. Saltar de alegría. Bailar en círculos en las praderas o en sus despachos los que los tengan o en casa mientras plancha y pasan el mocho los que estén disfrutando de las tareas del hogar. Podemos sonreír felices en el coche, el metro o el bus pensando...”joder...el blog que escribo/leo ha publicado un libro”.

Hoy es un día para estar contentos, muy contentos pero no hay que dormirse en los laureles. Como diría el Sr. Lobo.."No vamos a empezar a...", pues eso. 

Tenemos trabajo.

Como todo el mundo sabe soy asquerosamente organizada (o lo parezco) y he elaborado una lista de deberes.

Primero los míos. Deberes del escritor del blog.

1.- No dar la brasa con “Comprad, comprad mi hermoso libro”. No voy a ser cansina ni nada por el estilo. El enlace está ahí, en la columna lateral y todos lo sabéis.  El blog no es solo el libro, entiendo perfectamente que haya gente que lo compre, que le apetezca y otros que ni de coña y por eso no voy a dar la brasa con el tema. Al que lo compre le estaré eternamente agradecida, y al que no lo compre pero sea lo suficientemente comprensivo para saber que me hace mucha ilusión haberlo publicado también.

2.- Dejemos claro los conceptos. Obviamente publicar un libro me pone cara y nombre, pero no vale empezar a llamarme aquí por mi nombre. Teniendo en cuenta que puedo contar con los dedos de una mano y media la gente que me llama por mi nombre real…prefiero seguir siendo Molinos aquí. Yo soy Molinos y vosotros descerebrados y todos tan amigos.

2.-Ensayar para firmar como “Molinos”. Resulta que a algunos os hace ilusión que os firme el libro en caso de ser posible y esto, aparte de sorprenderme, me obliga a practicar una nueva firma porque obviamente en mi vida no firmo como Molinos. ¿Y cómo firmo? ¿Molinos, Moli, Mo? Esto me lleva a otro problema, yo siempre escribo con pluma… ¿firmo con pluma? ¿Qué pluma llevo? ¿Quedará muy friki tener que parar a cargar la tinta? ¿Me paso al siempre fiable pilot?

3.- Seguir escribiendo el blog. Publicar el libro ha molado mucho pero el blog me gusta muchísimo más, así que no pienso dejarlo. Nunca escribí el blog pensando en publicar un libro, eso ha sido una especie de meta volante…el blog no tiene más finalidad que la de que me encanta y me entusiasma escribirlo. Seguiré.

4.- Avisar de los eventos a los que me lleven para que los descerebrados a los que les apetezca puedan acercarse para ponerme cara, para poder desilusionarse o para poder decir: pues vaya..sí que es como me la imaginaba.

5.- Dar las gracias hasta el infinito más allá: a la lectora anónima que me escribió el mail, a Mónica y Berenice mis editoras y a todo el equipo de la Esfera, a José Luis Ágreda, a Rudy de la Fuente, a Doc y a todos los descerebrados que habéis pasado por aquí y que estáis tan contentos como yo o más.

Ahora lo vuestros. Deberes de los descerebrados.

1.- Comprar el libro el que quiera/pueda. Entiendo perfectamente que haya gente que lea el blog y que pase millas del libro porque no tenga pasta, porque no le apetezca o sencillamente porque no le dé la gana.

2.- Si lo compráis y lo leéis, lo que ya es muchísimo suponer, molaría que dejarais una valoración o una reseñita en Amazon. Si no os ha molado, cosa que también es posible, molaría también un despelleje, me parece lo justo. Yo despellejo libros, pues que despellejen el mío. Además, siempre es bueno que hablen de ti aunque sea mal y yo no soy rencorosa (para algunas cosas). Mirad la Esfera, despellejé uno de sus libros y me han fichado…pues yo igual. Si despellejáis el libro con estilo y gracia seguro que me mola.

3.- Si lo compráis, lo leéis y vais a querer que os lo dedique en caso ser posible, id pensando si queréis la dedicatoria con vuestro nombre o vuestro nick. Ja. No lo habíais pensado. Esto es un tema complejo. Si llegáis y decís “Hola Moli...Soy Hermano Electrón” yo sabré quienes sois y podré identificaros y lo mismo puedo pensar una dedicatoria ocurrente. Pero claro esto tiene un problema. Le dejáis el libro a alguien que no sabe que tenéis una identidad secreta en la red y dice “¿Quién es Hermano Electrón? Y ¿Por qué tienes tu su libro?¿Eres tú? ¿ Y por qué te escondes en internet?” Si decidís entonces vuestro nombre real y llegáis y me decís: “Hola Moli, soy Pedro” no tendré ni idea de quienes sois y pondré algo como “Para Pedro de Moli”, más soso pero no será susceptible de preguntas raras. Pensadlo.

4.- Si voy a vuestra ciudad con más miedo que vergüenza a presentar el libro o firmar o lo que sea, haced el favor de hacer un poco el frikifan. No me dejéis con cara de perro abandonado en una gasolinera…porque me conozco y a la segunda que me hagáis de esas voy con una botella de Martin Miller metida en una bolsa de papel marrón y me dedico a ser Sue Ellen en serio.

5.- Los que no lo vais a comprar ni leer. Un poquito de paciencia y comprensión si de vez en cuando...pongamos una vez a la semana hay un post sobre algo del libro. El blog se llama Cosas que (me) pasan y ahora mismo me pasa el libro…y todo lo que conlleva.

Ah...se me olvidaba mi último deber: no morir de un infarto consumida por mis propios nervios, esto va a ser con mucho lo más complicado.

Moláis mil.

Gracias una vez más.

  Enlace para comprar en La Casa del Libro.

lunes, 8 de abril de 2013

ENSAYO COMPLETAMENTE SUBJETIVO SOBRE EL 1.

El 1 es ser el primero en algo. Se puede ser el primero, el número 1 de una manera completamente involuntaria, por ejemplo el primer hijo. Uno es primogénito, el número 1 entre los hermanos y lo es sin haber hecho ningún mérito y lo será para siempre. O cuando eres el 1 en la lista de clase en el colegio, lo eres por algo que tampoco tiene que ver contigo, la letra por la que empieza tu apellido. Abad y vas directo a ser el 1 en la lista toda tu vida. Involuntario es también el número 1 en la fila por alturas del colegio, pero en este caso el estirón está al acecho y en cualquier momento puedes retroceder puestos.

Otras veces, ser el número 1 se busca y se busca y se trabaja hasta conseguirlo. El 1 es el campeón, el que llega primero, el que salta más, el que corre más rápido, el que nada más veloz, el que lanza algo más lejos. El mejor patinando, esquiando, jugando al ajedrez o haciendo castillos en la arena. El número 1 vendiendo discos, camisetas, libros o perritos pilotos. El primero de la promoción.  Este número 1 es efímero y no dura para siempre, en algún momento se acabará, llegará otro con el mismo interés que tú en conseguir el 1 y acabará lográndolo.

El 1 es también estrenar algo. El 1 es enero. El primer día del año, un año nuevo, una semana, un mes. La primera página del cuaderno nuevo es el 1, es la página que abres y dices “voy a escribir con cuidado”.

El 1 es la primera página del libro que empiezas, en la que viene el título.


El 1 es el dedo índice.

El 1 es el primero de algo también. Marca el comienzo de una sucesión, habrá más, pero ese es el primero. El primer amigo, el primer novio, el primer polvo, la primera borrachera, el primer viaje en solitario, el primer coche, la primera bici. 

El 1 es el primer curso, el cambio de ciclo. Primero de párvulos, primero de egb, primero de bup…primero de carrera. Cada primero de algo en los estudios se ve con miedo antes de llegar, se ve como un cambio, como un inicio nuevo, como una etapa en la que te vas a hacer mayor. El 1 antes de llegar parece difícil, parece duro…y una vez que lo has pasado sin embargo cambia completamente y el 1 pasa a ser lo fácil, lo accesible, aquello con lo que puede todo el mundo.

El 1 es ser hijo único.

El 1 es vivir solo. Un plato, un vaso, un tenedor, una cucharilla, una taza.

El 1 es la unicidad, aquello de lo que solo tienes uno: una nariz, un corazón, un bazo.

El 1 es tu libro, tu cantante, tu canción, tu peli favorita.

El 1 es la hora del aperitivo. Y por la noche el 1 es un poco tarde pero no demasiado tarde.

El 1 es la carretera de Burgos y un bus que va a Cibeles. Es la línea azul de metro.

El 1 es dormir solo en una cama de 80 con cabecero de barrotes. Dormir solo en una cama grande es 2-1, pero no es 1, es otra cosa.

El 1 soy yo entre mis hermanos.

El 1 es el cumpleaños de Molimadre.

El 1 es M.

El 1/11 es mi padre.

El 1 es lo que eres tú solo, sin nadie más.

El 1 es el comienzo de algo. El primer paso.

El 1 es rojo, es impar y pasa.