Cuando somos canijos, todos somos de plastilina. Todo lo que te pasa te va dejando una huella, una marca. Algunas duelen más y otras duelen menos, algunas dejarán una marca para siempre y otras se borrarán casi al instante. Poco a poco vas formando una especie de cuerpo con el que te enfrentarás al mundo.
Más adelante se deja de ser de plastilina y en mi teoría hay dos opciones…pasas a ser de plástico o de metal. Eres Heidi o su abuelo.
Al contrario de lo que se pudiera pensar de primeras, los de metal son los extremadamente sensibles. Adoptan ese material porque saben que cualquier cosa les afecta. Son muy observadores, muy empáticos y le dan muchas vueltas a la cabeza. Les gustaría poder abstraerse del entorno para percibirlo menos, para sufrirlo menos...pero como eso no es posible...optan por ser de metal.
A un metálico todo lo que pasa le afecta...le deja bollo. Una abolladura que deja marca. Un golpe que nunca recobrará su apariencia primera. Como se conoce y sabe que esto es así, intenta dimensionar las cosas importantes, que deben afectarle, de las chorradas. Esas chorradas pueden ser cosas que para la gente sensible sin más son un drama, pero para el fuerte no pueden serlo porque si le afectaran esas nimiedades iría por la vida completamente abollado. Esto no quiere decir que cosas que los Heidis son importantes a él le parezcan chorradas. No. A los de plástico tooodoo les deja marca, pero se recuperan enseguida, muy rápidamente vuelven a cómo estaban. Los fuertes no, por eso tienen que esforzarse en que algunas cosas simplemente les reboten. Ejemplo práctico: padres para los que dejar a su niño en la guardería es un drama de proporciones cósmicas, madres que sufren al terminar su baja de maternidad…etc., Lloran y sufren y las pasan putas. Para alguien con una sensibilidad extrema…eso no puede causar un drama vital…tiene que relativizarlo y decir: vamos a ver, eso es una chorrada, no puedo dejar que me afecte. Necesita reservar su fuerza para cosas más graves.
Los que son de plástico son como Heidi. Van por el mundo alegremente, sin muchas preocupaciones, disfrutando de todo y llorando de amor, felicidad, por el color de las margaritas, porque Pichi se ha roto un ala o Niebla casi se lo come. Son sensibles y se les nota, cualquier cosita superficial les afecta mucho, se doblan, se abomban y se les nota. Todo el mundo considerará que son personas con mucha sensibilidad, adorables, queribles, achuchables y necesitados de cariño. Heidi se considera a sí misma una persona buena y encantadora. Amable al trato y sin dobleces.
El abuelo de Heidi es de metal. Camina por la vida pesadamente, un paso detrás de otro. Cada paso que da le cuesta porque es consciente de cada vez que pone un pie delante de otro. Nada de saltar alegremente sin pensar, recogiendo flores y olisqueando. No. Cada paso que da lo disfruta y lo sufre de igual manera. No es que sepa lo que hace, no es más listo que Heidi, pero sabe que cada paso que da le acerca a algo y le aleja de otra cosa. Si decide ir por aquí, sabe que deja de ir por allá...aunque también sabe que en algunas ocasiones podrá volver a atrás, pero eso será duro. El, que va andando con zapatos pesados, disfruta como Heidi. Puede incluso disfrutar más y es más consciente de todo lo que pasa a su alrededor.
Por eso mismo, la felicidad del abuelo de Heidi es mucho más acojonante que la de Heidi. El extremadamente sensible sabe ser feliz y lo que es mejor sabe CUANDO es feliz. Aprecia ese minuto, ese momento, ese día, ese mes…ese instante de felicidad. Y se le nota mogollón. Toda su chapa brilla y refleja lo feliz que está. Si lo tocas...incluso quema.
Un extremadamente sensible es siempre muy empático. Aprende que no mola ver como sufren los demás. Como no le mola ver a los demás sufrir (quedan excluidos los sufrimientos de gente a la que le tengan mucha manía), hace lo posible porque los demás no sean conscientes de su sufrimiento. Nada de efusiones emocionales de llanto, pena o dolor…que dejen a los demás con cara de póker y sin saber qué hacer. Este mecanismo es un arma de doble filo...porque los demás que no son como él...no piensan: oh vaya…lo está pasando tan mal que ni siquiera se le nota. Normalmente piensan: oh vaya, que fuerte, es que nada le afecta y si le afecta tiene los cojones de tirar para adelante...voy a llorar yo para que me ayude a mí.
Por eso se traga su pena, su dolor y su sufrimiento. Cuando algo le hace daño...le llega dentro. Traspasa la chapa y la agujerea...ese hueco no se cerrará jamás. Los bordes nunca volverán a unirse y se quedarán para siempre al aire…con el tiempo puede que esas aristas se pulan un poco...por el paso de los años y porque a base de repasarlos con la memoria, el extremadamente sensible consigue que se le haga callo en el alma y le duela menos...pero jamás deja de dolerle. Los agujeros en la chapa jamás se curan. Y siempre duelen.
No hay nada que acojone más que el llanto de un abuelo de Heidi. Las lágrimas de un fuerte acojonan muchísimo. Incluso a él mismo le dan miedo.
El humor negro es vital para la existencia de un extremadamente sensible. Cualquier cosa, tomada con humor negro duele menos. Para esto hay que ser inteligente…lo siento pero es así. La gente simple no entiende el humor negro. Sufre menos eso sí, .pero la gracia del humor negro se la suele perder con frases del tipo: “yo creo que con la muerte de un padre no se puede bromear”…
Y por último, un extremadamente sensible siempre desconfía. Desconfía. Sabe perfectamente cómo es y de lo que es capaz. Para lo bueno y para lo malo, sobre todo para lo malo. No se hace ilusiones sobre su buenismo y por supuesto tampoco se lo hace sobre el de los demás, aunque lo vayan vendiendo como Obelix: comprad comprad...mi buenismo. Un extremadamente sensible jamás se fía de primeras, ni de segundas…y siempre siempre estará a la defensiva. No es que no quiera dejarte entrar…es que sabe que si entras es muy probable que le hagas daño.
Por todas estas cosas los abuelos de Heidi pueden resultar antipáticos, fríos o dar miedo. Sin embargo, si consigues que te permitan rozar el frío metal, quedarás atrapado como si fueran un imán.
Fin de la chapa.