miércoles, 23 de marzo de 2022

¿De quién aprendes?

Primero los puños, por un lado y por el otro. Después se estira la manga con cuidado, despacio, intentando que el pliegue quede igual pero sin acercase demasiado a él para que no quede marca. Igual que con los puños, primero por un lado y luego por otro. Entre gesto y gesto, humedecer. Después el hombro, esta parte es importante, marcará la diferencia. Repetir la operación con la otra manga. Después la zona de los botones, la pechera y la espalda. Una vez terminado, colgar en una percha. 

Mi abuela Victoria me enseñó a planchar. A veces, pasaba temporadas con nosotros en Los Molinos. Mi madre, desde muy pequeños, había repartido las tareas de la casa y no sé si porque lo pedí o porque me tocó, yo planchaba. Un buen día mientras yo cogía la enésima camisa de mi padre para planchar, mi abuela apareció, me miró y me dijo: «Así no» y me explicó paso por paso cómo debía hacerlo.  

Treinta y cinco años y cientos de camisas después sigo haciéndolo tal cual me lo enseñó y me acuerdo de ella cada vez que saco la tabla, enchufo la plancha y coloco la primera manga. Murió hace catorce o quince años, no lo sé, no me acuerdo, hacia tiempo que había dejado de gustarme y de importarme junto con el resto de mi familia paterna y reposaban todos en el fondo del barranco de la indiferencia.

Mi abuela dejó de gustarme pero mi querencia por la plancha sigue conmigo. Es una de las actividades que más tranquilidad me dan. Planchar me permite escuchar podcasts, ver series o simplemente pensar mientras consigo que algo que está arrugadísimo salga de mis manos en perfecto estado de revista. Consigo algo. Hay pocas cosas que me den tanta satisfacción con tan poco esfuerzo y casi ninguna que me de tanta calma mental. 

Hoy he llegado a casa y me he puesto a planchar. Al acordarme de mi abuela y de aquella tarde en Los Molinos he pensado que se pueden aprender cosas de gente a la que detestas, de personas que te hicieron daño, de muchos de los que no recuerdas nada más que aquello que te enseñaron. No voy a decir que todo el mundo merece la pena y que de todo se puede aprender porque no, eso es mentira. 

¿Importa de quién aprendes? Una de mis más exitosas habilidades laborales la aprendí de un examante cobarde (y no, no implica nada sexual) y de mi madre aprendí que tener un hijo favorito y no reconocerlo es ridículo y que los guisos de cuchara hay que hacerlos el día antes. De mi hija Clara he aprendido a no preocuparme por lo que puede pasar "mamá, eso es un problema de Ana del futuro", de una excompañera de trabajo completamente inepta aprendí a contestar "sí, claro, yo me encargo" y luego hacerme la muerta y de Juan he aprendido que cuando estás subiendo una cuesta, lo mejor es hacerlo despacio, llegarás arriba igual pero más descansado. (Él lo aprendió del vigilante de una gran cueva en Italia) 

Quiero creer que alguien aprenderá algo de mi. Algo útil como planchar pero tengo claro que no serán mis hijas. 

4 comentarios:

Cris dijo...

Me has dejado intrigada con lo de tu abuela. Esa historia la has contado aquí?

Anónimo dijo...

Post sobre los hijos favoritos, y reconocerlo.

jota dijo...

Hijos favoritos, para mi es imposible. Son absolutamente iguales en mi corazón y en mi mente.

mgsay dijo...

Y el cuello?? Es lo primero o es lo último??