viernes, 26 de marzo de 2021

Podcasts encadenados: Todos estamos bajo la influencia




«Cuando mis hijos eran pequeños, cuando mi marido estaba ya durmiendo y yo conseguía meterme en la cama necesitaba hacer algo que me sacara de mi vida, que me distrajera e Instagram me lo daba. Era además, algo que podía mirar con una sola mano mientras con la otra sujetaba un bebé. No quiero pensar, ni saber las horas que he pasado mirando instagra, mirando fotos perfectas, de madres perfectas, con casas limpias, ordenadas, con niños sonrientes y felices y bizcochos y pasteles perfectamente horneados y colocados. Si levanto la vista de mi teléfono veo mi dormitorio todo blanco, con adornos, muebles y cosas que he comprado directamente en instagram.»

Una introducción más o menos como esta es la que hace la periodista Jo Piazza al empezar el primer episodio de su podcast Under the influence, el podcast que me ha tenido enganchada esta última semana  y que recomiendo encarecidamente. 

Empecemos por el principio. Jo Piazza es periodista, tiene una carrera de más de veinte años escribiendo en revistas y tabloides, sobre todo sobre celebrities, sociedad, etc. Su artículo más famoso, y por el que todavía recibe comentarios, es Why I bought myself an engament ring que escribió en 2014, cuando con treinta y cuatro años y soltera se compró un anillo que parecía de compromiso y explicó su idea sobre la soltería y no estar casada. El artículo no es nada del otro mundo pero da la pista sobre como ha enfrentado Jo Piazza su primera incursión en el podcast: en primera persona. 

En 2021 (2020, que fue cuando empezó con la idea del podcast), Jo tiene ahora cuarenta años, pareja estable, dos niños muy pequeños y muy pocos encargos de artículos. Las revistas, los medios escritos ya no son lo que eran en 2014 y es complicado ganarse la vida escribiendo mientras cuidas a dos bebés. Jo pasa mucho tiempo en Instagram y se pregunta como lo hacen esas madres perfectas, quienes son, cuánto dinero ganan y como han llegado a estar ahí. ¿Podría ser ella una madre influencer? ¿Podría contarlo en un podcast? 

Under the influence es el camino que emprende Jo Piazza para saber que hay que hacer para ser una madre influencer, alguien de ganar en USA entre 70.000 y 400.000 $ al año y en ese camino investiga la historia de las madres influencers. ¿Quiénes son? ¿Cómo empezaron? ¿Cómo trabajan? ¿Son sus vidas como aparecen en las redes? ¿Cuánto hay de "auténtico" y cuanto es marca? 

Reconozco que yo empecé a escucharlo pensando en encontrar algo que sustentara mis prejuicios hacia todo tipo de influencers, no solo las madres (que por otro lado a mí, ahora mismo, me afectan cero porque esa etapa la dejé atrás hace tiempo) sino cualquiera. Esperaba encontrar un desenmascaramiento de todo lo que hay de engaño, de actuación, de mercantilismo en esas cuentas y lo he encontrado pero sumado a muchas otras reflexiones que no me había planteado y que son interesantísimas. Las primeras madres blogueras, por ejemplo, eran todas de la comunidad mormona, una sociedad centrada en la familia y que por mandato religioso deben divulgar la vida en familia, la crianza de los hijos y el cuidado del hogar. Cuando llegó internet, sus propios pastores les invitaban a usar internet para dar a conocer esa parte de su cultura. ¿Cómo te quedas? También me he enterado que en Australia, hay una zona específica con una comunidad muy potente de madres influencers, ahora ya en Instagram más que en blogs, que ganan una pasta gansa mediante sus marcas personales, que son sus familias. 

Otra reflexión interesante es ¿por qué se menosprecia a las madres influencers, en su día blogueras y ahora en instagram? Porque es un trabajo de mujeres. En los primeros 2000 hubo una presión muy fuerte para convertir la maternidad en algo que ocupara todo tu día, no se trataba ya de cuidar a tus hijos sino de convertirlos en lo único en tu vida. Ser la mejor madre, la que más equilibrado cocinaba, la que jugaba más, la que contaba más cuentos, todo. Esa presión se tradujo para muchas en abandonar sus carreras profesionales y quedarse en casa... y a partir de ahí y por la soledad de estar en casa y la necesidad de buscar una comunidad con la que compartir inquietudes surgieron los blogs de madres. Pronto, las marcas se dieron cuenta de que eran un nicho de público muy susceptible a las recomendaciones y empezaron a ofrecerles regalarles productos para que los publicitaran (Esto lo viví yo en España). Y pronto esas madres, o algunas, dijeron: «Eh, un momento, yo no voy a hacerte publicidad gratis. Si quieres que pruebe tu bañera absurda y la recomiende, págame». De ahí surgió un negocio de mujeres y para mujeres que ha generado a muchísima gente millones y millones de euros pero se desprecia en cierta manera en la sociedad y en los medios. Jo Piazza hace un comentario que lo resumen: los hombres que hacen negocio en redes salen en las secciones de negocios de los medios, las mujeres que hacen lo mismo en la sección de estilo o bienestar. 

No quiero contar mucho más porque es mejor escucharlo. Jo Piazza es divertida, inteligente, ingeniosa, tiene mucha capacidad para reírse de sí misma y para reconocer sus errores, las cosas que ha hecho mal en el pasado, en otra época, cuando escribía cotilleos y columnas de sociedad metiéndose con celebrities y además hace una reflexión seria y concienzuda del mundo de las influencers y de cómo, en realidad, no sabemos que va  a pasar. Hay un episodio dedicado a los niños de esas madres, a las consecuencias que la sobre exposición puede tener en ellos que es terrorífico, aunque ese impacto es el mismo que el de los niños actores o, algo tan de moda ahora, los niños en espantosos concursos de talentos. 

La narración de Jo Piazza es muy personal, siguiendo su investigación y sus sentimientos pero cuenta con muchísimas voces que dan textura y riqueza a la historia. Esas voces van desde su mejor amiga, hasta su productora, pasando por muchas madres influencers, investigadores universitarios del mundo online, un coach de creativos, un psicólogo inglés maravilloso que explica que todos necestamos editar nuestra vida para librarnos de lo que no nos hace falta (como aspirar a loq ue se anuncia en instagram) e historiadores de la cultura ¿Sabíais que la primera madre influencer a la que se pagó por product placement fue Lucille Ball? 

En fin, que escuchéis Under the influence. Os sorprenderá y os interesará. 


Siguiendo con este tema, recomiendo este episodio de Sway en el  Kara Swisher  entrevista a Glennon Doyle, una mujer que yo no sabía quién era hasta escuchar la entrevista. Ella se define como escritora y activista y es una mega influencer aunque ella detesta la palabra en Estados Unidos. Es religiosa, madre de tres hijos y hace unos años se divorció de su marido al comenzar una relación amorosa con Abby Wambach, una futbolista retirada con la que se ha casado. Dejando a un lado los detalles de cotilleo sobre su vida, la conversación es interesantísima porque entra, como Piazza, en como la percepción de lo que hacen las mujeres es completamente distinta a logros exactamente iguales conseguidos por hombres. Además, Kara y Glennon, hablan de lo importante que es no permanecer en una relación porque sí y del momento de decirle a tus hijos que te divorcias. Es muy interesante como todas las que hace Kara Swisher de la que he me convertido en fan absoluta por su estilo de entrevistar completamente diferente al que estamos acostumbrados. Es inquisitiva, inteligente e incansable.  Y muy muy perspicaz. 

Para terminar y para que no protestéis, un podcast en español: La brega de WNYC y Futuro Studios con Alana Casonova-Burgess a la cabeza. Este es un podcast bilingue, de siete episodios, que puedes encontrar tanto en español como en inglés y trata sobre Puerto Rico. El primer episodio, La brega, intenta explicar qué significa ese término, a qué se refieren los puertoriqueños cuando lo usan y como está asociada a lidiar con los problemas de la vida diaria y marca muy bien el tono de lo que vas a encontrar después, en los otros seis. Es un podcast interesante, aparte de por el hecho de lanzar los episodios de manera doble, porque da una imagen de Puerto Rico desde dentro hacia fuera, son los propios puertoriqueños los que se explican, los que tratan de explicarse para ser entendidos en su idiosincrasia desde fuera. 

Como curiosidad os dejo el enlace a un episodio del podcast Vacunas del Extraordinario en el que salgo, por primera vez, haciendo un cameo e interpretando a un personaje fundamental en la historia de las vacunas. Toda la serie está muy bien, con Mar Abad y Ricardo Cubedo explicando todo, absolutamente todo, sobre las vacunas pero entiendo que queráis ir a ir reíros de mi interpretación. 

Esto es todo por ahora, si escucháis algo venid a contármelo. 

martes, 23 de marzo de 2021

Los personajillos y las señoras

Hace muchísimos años, dieciséis para ser exactos, un tipo entró en mi despacho. Me levanté para saludarle y nada más verme de pie me dijo: «¿pero dónde tienes tú el niño? ¿En las tetas? Porque vaya tetazas se te han puesto.»

Han pasado dieciséis años y todavía recuerdo la sensación de indignación y bochorno que me provocaron aquellas palabras. ¿Qué tipo de personajillo de mierda eres para hacer ese comentario? ¿Qué falla en tus conexiones neuronales para que tu cerebro piense esas palabras y nada en tu mente te haga echar el freno? 

Recordé estas palabras y estas sensaciones al ver, ayer, a otro personajillo, pequeño, minúsculo, diminuto en su capacidad cerebral, un Tiñoso en toda regla leyendo en unos papelitos una supuesta ocurrencia machista dirigida a la ministra Yolanda Diaz. A mi personajillo le puedo reconocer que, por lo menos, improvisó. Su imbecilidad, mala educación y falta de respeto fueron improvisadas. Él era siempre así y le salía solo. El personajillo de ayer tuvo que apuntarse la gracieta machista porque ni siquiera era capaz de improvisarla. Se puede ser machista, pero ser machista a propósito, habiendo estudiado para serlo y encima tener que leerlo es de una incompetencia suprema. Apuesto a que cuando sale del baño, ese personajillo, muchas veces se echa mano a la bragueta porque no se acuerda de si se ha cerrado la cremallera. No puede dejar nada al azar, bastante tiene con respirar sin atorarse. 

Mi personajillo y el de ayer esperaban éxito después de sus intervenciones. ¿Qué éxito?  Mi personajillo probablemente una sonrisa por mi parte o, quién sabe, quizás una carcajada y un «Ay, como eres». El personajillo de ayer esperaba un coro de risas, un «José Luis, qué ocurrente», en sus más locos sueños imaginó que la Ministra se enfadara y en sus fantasías más lujuriosas que la Ministra llorara. El personajillo de ayer quería la fama, sus minutitos de gloria que para eso se había pasado el domingo sentadito delante del ordenador escribiendo con dos dedos, imprimiendo y subrayando en fosforito sacando la lengua para no torcerse. Casi me enternece pensar como se acostó con los folios metiditos en su folder, y al cerrar los ojos, con sus manitas sobre su edredón y el pijamita de botoncitos y cuello,  pensó: mañana me van a felicitar todos. Angelito. 

Mi personajillo se encontró con que yo me giré, le miré y le dije: sal de aquí ahora mismo. Se sorprendió mucho, vociferó algo sobre que iba a hablar con mi jefe y le cerré la puerta en las narices. Nunca más volví a dirigirle la palabra. Si llamaba a mi teléfono, al descolgar y escuchar su voz, le colgaba. Si, por una casualidad me lo cruzaba por un pasillo o en su ciudad, miraba a través de él, como si fuera transparente. Aún hoy, lo sigo haciendo. 

El personajillo de ayer se encontró con la Ministra tratándole como si tuviera once años y fuera el gracioso de la clase. «Manolito, pide perdón porque eso no tiene maldita la gracia». Y cuando Manolito pidió perdón pero su pequeño orgullo testicular le hizo acompañarlo de un «pero», la Ministra le volvió a tratar como si necesitara que le cogieran la manita para pintar palotes: «Manolito, puedes hacerlo mejor, tus amiguitos y tus padres se merecen que seas mejor»

Yo estoy muy orgullosa de mi reacción con aquel personajillo y aplaudo a dos manos, en pie, a la ministra por la suya. Lo que se merecían ambos era un sonoro insulto, uno contundente y poderoso, ese que sonaba en nuestras cabezas, en la mía y en la de la ministra, a gritos y con luces de colores, pero a un personajillo lo que más le revienta es el desprecio ,que subrayes su insignificancia, su patetismo, su pequeñez. 

Pero como yo no soy la ministra voy a decirlo: el personajillo de ayer es un gilipollas integral. 

viernes, 19 de marzo de 2021

Aunque nadie diga nada

                                    Inbar Luisa Algazi
«Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo caléndulas". Me encanta esta frase, "aunque nadie diga nada». Me gustan los libros que empiezan con una frase sencilla que, sin embargo, sé que no olvidaré. Una frase que apunto en mi cuaderno y que quizá me sirva para empezar un post que no va sobre nada. Me gusta la vista de Siete Picos que se alcanza justo al llegar al cambio de rasante en la carretera de Los Molinos, cuando llego allí, ver los Picos al fondo hace que todo sea casa y barre cualquier desasosiego que tenga. Unas veces los picos están increíblemente cerca, casi parece que van a desplomarse sobre el pueblo. Otras veces se difuminan en la bruma del verano y parecen lejanísimos pero allí están, justo en el cambio de rasante. El viento del norte suena distinto y huele diferente, anuncia el invierno o un parón en esa prisa que la primavera siempre tiene por llegar, como si luego no fuera eterna, absurda y previsible y, para mí, prescindible. La luz de septiembre y el reflejo de la luz de marzo en las cortinas de mi cuarto cuando me despierto de la siesta. Por supuesto, la siesta calmada sin nadie que me hable al despertar. El desayuno en silencio. La vela de Zarahome que huele a bergamota. Las nubes y las fresas y los cuadernos. Los buzones que se abren con llave pero en los que me cabe la mano para sacar el correo sin abrirlos. Conocer a mi cartero, me hace sentirme en Cicely. Tener calcetines que llevan conmigo veinte años. Los pies pequeños y las manos de mi hija Clara. El chocolate blanco del Lidl que tiene algo de bourbon, algo de vainilla y seguro que droga. Mis mancuernas de dos kilos. Los libros desordenados. Los mensajes de María Jesús. Salir de Madrid dejando la ciudad a mi espalda y sintiendo que escapo. Refugiarme en mi casa de Madrid con un suspiro nada más cruzar la entrada del portal. Saber que no tengo que salir de casa en dos días o más. Los dibujos de Ximena Maier y la lista de música que Marta Fernández ha hecho para acompañar el lanzamiento de su nuevo libro: No te enamores de cobardes. (A buenas horas, Marta). Mi hija María con su capucha con orejas. Mi libreta amarilla de páginas rayadas que al abrirla me lleva automáticamente a creerme Tom Cruise haciendo de abogado en Todos los hombres buenos. (O eran ¿algunos?) Las rayas de colores y las mantas suaves. Creerme un poco Cayo porque sé por el sonido del viento y la dirección de las nubes el tiempo que va a hacer en Los Molinos. La distribución de los cuadros y las fotos en la pared de mi cuarto. Que última hora ya no signifique nada, quita mucha presión a la necesidad de seguir las noticias. Abrir las cortinas del salón por la mañana y las cafeteras italianas. Isa Calderón y Lucia Litjmaier. Las patatas La Montaña y el yogur griego del mercadona. Los stickers de Pocoyo, las preguntas de Juan y que mi sobrino pelirrojo me llame a contarme los chistes que ha encontrado en Asterix El Galo. Los cuadros de Amalia Avia y la revista Slightly Fox. El acento escocés y el mes de octubre. Las frases bomba de mi hija Clara y que Juan me tenga por su Alexa. El teletrabajo, el silencio, los pistachos. Cenar huevo duro con guisantes. Esta frase de Bolaño «Era bastante sincero pero de esa sinceridad que tú no sabes si sentirte ofendida o halagada.»  Tener Cosas que (me) pasan para, de vez en cuando, hacer listas de cosas que me gustan y me hacen feliz y  no tener que dar explicaciones.  


miércoles, 10 de marzo de 2021

Como polvo en el viento: un deslumbrante tostón


Resumen del contenido de este post por si no queréis leer casi dos mil palabras: no leáis Como polvo en el viento. 

Desarrollo de mi consejo: 

2021 se está revelando como un año de lecturas malas, regulares o mal escogidas. Algo así como cuando todos los tíos que te gustaban resultaban ser al final un fiasco, idiotas o simplemente aburridos. Pues así voy, en el caso de este último desastre literario, el tío, perdón, el libro en cuestión me apetecía muchísimo, lo compré con todo el cariño del mundo y lo reservé para empezarlo con ganas, con expectativas, dispuesta a rendirme a él porque con Padura ya había tenido otra cita, en El hombre que amaba a los perros, que me había gustado muchísimo. Era un buen plan seguro. 

Pues no. Siguiendo con el símil, El hombre que amaba a los perros había sido una primera cita en el restaurante, con gran conversación, buena compañía y un buen vino que terminó con la promesa de ser mejor la segunda vez y Como polvo en el viento, a pesar de su prometedor título, ha sido como una segunda cita en la que vas a casa del tío, la tiene llena de mierda, con las persianas bajadas, te habla de su ex y encima es eyaculador precoz. No ves el momento de marcharte pero no quieres ser maleducada y te quedas hasta la mañana siguiente, hasta que llegas a la última palabra de la página seiscientos sesenta y cinco. 

El gran gramatizador automático es un cuento de Roal Dahl en el que el protagonista, desesperado porque no consigue vender ningún relato, inventa una máquina que escribe los relatos.  

«Con mi máquina, gracias a un coordinador adaptado entre la sección de "memoria de argumentos" y la de "memoria de palabras", puede producir cualquier tipo de relato que quiera, simplemente apretando el botón correspondiente. [...] Los argumentos los introducimos nosotros. No hay ningún problema. En esta carpeta de la izquierda hay unos doscientos o trescientos argumentos.»

Sospecho que Padura ha usado esa máquina y además para no andarse con chiquitas, ni quedarse a medias, al pulsar las teclas dijo: «Dale, que en esta novela salgan los trescientos argumentos». Y ahí están, todos, absolutamente todos. 

¿Exilio cubano? Check. ¿Pandilla de amiguísimos que se jode por algo misteriosísimo que al lector le importa un pepino? Check. ¿Mujer misteriosa con secretitos? Check. ¿Gays? Check. ¿Lesbianas puede que si, puede que no, y luego definitivamente sí? Check. ¿Hijas que descubren que su padre no es su padre y su madre no es su madre? Check. ¿Exmaridos? Check. ¿Hambre y buscarte la vida? Check. ¿Palizas? Check ¿España? Check. ¿Estados Unidos? Check. ¿Francia? Check. ¿Italia? Check. ¿Drogas? Check. ¿Alcohólicos? Check. ¿Alcohólicos que se rehabilitan? Check. ¿Hombres estériles? Check. ¿Folladores con grandes pollas? Check.  ¿Asesinatos? Check. ¿Infidelidades? Check. ¿Casualidades cósmicas de las que aparecían en las novelas rosas de los años cuarenta cuando la hija de la cocinera era en realidad la heredera de un imperio? Check. ¿Cubano que llega a España y se vuelve catalanista independiente? Check. ¿Madre puta? Check. ¿Padre poderoso que acaba traficando con droga? Check. ¿Amiga buenísima, buenísima, buenísima a la que todos quieren? Check. ¿Vieja sabia que cambia la vida de alguien? Check.  ¿El Retiro? Check. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, hay muchísimos más argumentos en la máquina de Padura y los ha metido todos en la novela, no se ha dejado ni uno. Ha decidido ser ambicioso y vago. Lo más difícil de escribir no es, como mucha gente cree, ponerte a inventar una historia y escribirla entera en un cuaderno. Lo más difícil es que la historia tenga sentido, que conmueva, que interese. Lo más complicado es deshacerse de lo superfluo, de lo que no encaja, de lo que da vergüenza ajena, de lo que chirría. Uno se enamora de lo que escribe y cuesta mucho borrarlo pero hay que hacerlo. Padura y sus editores han decidido que lo de borrar era innecesario, que si la máquina era tan buena, lo que escupiera estaría bien. 

Y no lo está. Esta es una novela en la que efectivamente pasan muchísimas cosas, doscientas o trescientas, todo el tiempo. Es una novela en la que los personajes van, vienen, piensan, hablan, se encuentran, se van, viajan, vuelven, se pelean, cuentan mentiras, piensan en las mentiras, las discuten, preparan comida, follan, huyen, se encuentran, descubren, hacen fiestas, son infieles, cambian de pareja...muchas cosas pero ninguna te interesa. Esta novela es muy aburrida, aburridísima. No voy a contar la trama porque me entra sueño y se me cierran los ojos del sopor de intentar recordarla. En la página treinta ya te das cuenta de que nada de lo que Padura te está contando te interesa. Ningún personaje tiene enjundia, son todos clichés con su papel dentro de la pandilla y la continua sucesión de cosas pasando te va resbalado por la vista porque nada de te interesa. El supuesto misterio de la novela sobre la que en teoría gira la tensión narrativa es menos interesante que verte crecer las uñas. TE ABURRES y eso es imperdonable en una novela en la que pasan cosas (doscientas o trescientas cosas). 

Además de que la novela es un tostón infumable que se lee igual que si estuvieras viendo un maratón de pelis alemanes de mediodía con mucha resaca, (en mi caso llegué al final para poder escribir esto) Padura, que es un grandísimo escritor, capaz de retratar la vida en Cuba con muchísima viveza y de manejar el tiempo narrativo con mucha maestría, en esta novela deja que la máquina escriba algunos párrafos que son una cumbre de la vergüenza ajena. 

«Ella era como el águila que, en función de su lugar en el orden natural, vio bajar hasta el agua y salir volando con un enorme salmón entre sus garras. ¿O ella era el salmón atrapado? ¿la afectaba el potente sortilegio del lugar? ¿Su madre también habría sido beneficiaria de ese sentimiento en el rincón apacible del mundo que consideró su paraíso encontrado y donde resultaba tan fácil caer en tales trances de comunicación con la naturaleza y lo eterno? ¿Qué le había pasado a Elis Correa, cuales eran sus pena, cargas y culpas, el infierno personal del cual llevaba veintiséis años huyendo, procurando liberarse?»

La "ella" que está siendo tan cursi que su lado Blancanieves es un camionero de Idaho, es Adela que por historias que nos importan un pepino ha descubierto que su misteriosa madre, Loreta*, en realidad se llama Elisa y se ha ido a buscarla a ese "paraíso encontrado" que es un rancho de caballos en Tacoma. 

Elisa-Loreta estaba allí en Tacoma cuidando caballos (¿Mujer que susurra a los caballos? Check) y allí, resulta que a sus más de cincuenta años descubre o le apetece probar sus inclinaciones lésbicas. Chapó por Elisa-Loreta pero claro, Padura lo cuenta mal. 

«En la intimidad, desnudas sobre el elegante lecho inglés king size del aposento de Miss Miller, las dos mujeres se sintieron plenas y activas, compartieron cigarros de marihuana, se excitaron con películas porno, experimentaron con penes de goma en consistente erección, se lubricaron con mantequilla, aceite de oliva griego, escupitajos y hasta se untaron mermeladas que se lamían. Ambas se confesaron que jamás habían tenido tan intensos orgasmos ni explorado estrategias tan radicales y reconocieron que los hombres de sus vidas quizás habían sido potentes, fuertes, resistentes, pero poco creativos, hombres, al fin y al cabo.»

Dejando de lado que si este párrafo lo mando yo a una editorial me lo devuelven diciendo "aprende a escribir", lo siento por Padura y su máquina pero lo que él cuenta como "estrategias radicales" tiene pinta de ser de primero de relaciones sexuales de cualquier tipo salvo quizás lo del aceite de oliva griego. Por otro lado yo hubiera dicho "lubricarse con saliva" y no con escupitajos que tiene otra connotación y, por último,  Padura, los penes de plástico para jugar en la cama siempre están en consistente erección. Si no lo estuvieran serían globos o pollas, perdón, penes normales. 

Elisa, ante de este festival lésbico, había estado casada con Bruno quince años y antes de eso con Bernardo otros tantos y ahí, mientras estaba casada con él, se quedó embarazada pero no de él (recordad el check en hombre estéril). El bombo le vino de un par de polvos con un amigo, Héctor, con el que usó condón. Ella piensa ¿Cómo puede ser? ¿Héctor pincho los condones o serían condones soviéticos y ya sabemos que los rusos hacen las cosas regulinchis? Pero no, entonces recuerda que después de los polvos con condón, se fue desnuda a ponerle la comida al gato, se agachó, puso el culo en pompa y: 

«Horacio se acercaba a ella por la retaguardia, la tomaba con firmeza por las caderas y, empuñando su miembro todavía endurecido o vuelto a endurecer, delicada pero insistentemente le recorría con el glande cobrizo el perineo húmedo -quita que estoy sucia, había dicho ella; quiero más, reclamaba él, dale a bañarte, insistió ella sonriendo-, en un movimiento deslizante que iba y volvía del ano a la vulva...Un pene descubierto, de cuya uretra podría haberse escurrido una gota remanente de semen, que por un enorme capricho biológico, al ritmo in crescendo del Bolero de Ravel, había iniciado el largo viaje hacia el inicio de una nueva vida. ¿Era posible?»

¿Semen al ritmo del Bolero de Ravel avanzando por la vagina? Claro que sí, Padura...y cuando se encuentra con el óvulo dice: PAMPLONA. 

Según avanza la novela, mejor dicho, según pasan páginas y más páginas parece que el gran gramatizador se aburre y empieza a estar más lujurioso y sin control. Cositas como "En las playas como las de Segur de Calafell la potencia del sol y la plenitud del verano difuminan las inhibiciones y sacan al aire las tetas de las mujeres, desde jovencitas con senos turgentes y puntiagudos hasta ancianas con bolsas pendientes, con pezones como teteras mustias»

Pezones como teteras mustias. Sin comentarios, Padura. 

O esta joya:

«Su iniciación se habrá concretado con una novia, de igual edad, y con la aceleración en el aprendizaje aportado por la hermana mayor de esa novia, una contundente trigueña de dieciocho años que se templaba hasta los pepinos, por delante y por detrás, como le demostró un día al adolescente (y luego se comía esos mismos pepinos, lavados con esmero y rociándolos con sal, pues en Cuba no estaban como para botar comida)»

Meses fregando la comida con lejía para que luego llegue Padura y te cuente que te puedes comer los pepinos que te has metido por el culo si los lavas bien. 

Ninguno de estos párrafos me produce asco (lo de los pepinos un poco) o me escandaliza, lo que me provocan es muchísima vergüenza ajena, porque están mal escritos, porque no transmiten ninguna emoción, porque son propios de una malísima novela pseudoerótica pensada para alimentar pensamientos lujuriosos abocados a la masturbación. ¿Estoy en contra de esas novelas? No,  pero, Padura, ¿qué es esto? ¿Qué despropósito de novela has escrito? ¿Por qué nadie te ha dicho que le sobran doscientas cincuenta páginas? ¿Qué le dieras una vuelta? Que, quizás, sería buena idea quitar algún topicazo, que pasaran menos cosas pero más interesantes. ¿Por qué nadie te dijo que Como polvo en el viento es aburridísima? Que es mala, que no necesitabas publicarla. 

Padura, qué decepción pero mándame un pin porque he aguantado el deslumbrante tostón hasta el final. 

*Yo leo Loreta y pienso en los Monty Phyton y en "quiero tener útero" y la verdad es que un giro en el que Loreta hubiera sido un hombre con útero, creado a partir de un ser llegado de Raticulín me hubiera interesado más que cualquier otra cosa pero Padura capó los argumentos de ciencia ficción, por lo visto. No se atrevió.