martes, 13 de junio de 2017

Dublín y las puertas de colores

El primer beso de mi vida fue con un irlandés. Tenía un nombre impronunciable que a mí me parecía mitad rusa, mitad nombre de mujer. Aquel irlandés besaba muy bien y se me llenó la camiseta de arena fría de playa irlandesa. 

Aquel irlandés era moreno y con los ojos marrones y, por lo que he comprobado este fin de semana, eso es bastante peculiar. En mi búsqueda de "frescos", mientras paseaba por Dublín, he observado que la mayor parte de la población tiene los ojos azules. He comprobado también que ellos, los hombres, han crecido mucho en estos últimos treinta años, son todos grandes, algunos demasiado, con cuerpo de estibadores de película de los años cincuenta. Con un traje parecerían fornidos gansterns y creo que podrían llevarme bajo el brazo como el que carga una barra de pan. 

Dublín es pequeño, es una de esas ciudades que se terminan. Caminas por una calle y, de repente, ves campo. Es tan pequeña que el plano turístico que te dan parecen haberlo hecho para impresionar, lo que en el plano parece estar a una distancia considerable se convierte en un «¿ya hemos llegado»? cuando coges una bici y te pones a pedalear. 

En Dublín las puertas son de colores y eso me ha parecido maravilloso. ¿Qué criterio sigues para pintar tu puerta de rosa, verde, azul o morado? Las casas se parecen todas y es, quizás, por eso por lo que las puertas brillan para saber cual es la tuya. 

En Dublín en cuanto te paras en una esquina con cara de despistado se te acercan cuatro o cinco personas para ofrecerse a ayudarte. Parecen desilusionados cuando les contestas que no hace falta, que sabes dónde estás y a dónde vas. 

En Dublín todo está húmedo por defecto. De partida, su estado vital es mojado y creo que por eso motivo parecen inmunes a la lluvia. El viernes de madrugada, al salir del concierto de Eddie Veder en un estado de euforia rayando el amor verdadero jarreaba en Dublin. Nosotros llevábamos jersey, calcetines, zapatillas y ¡tachan! chubasquero. Los irlandeses, por contra, miraban la lluvia consternados y sorprendidos «It´s raining» decían ellas en sandalias de tiras y ellos en pantalón corto. ¿En serio les sorprende que llueva en Dublín a las mil de la noche cuando llevaba todo el día cubierto de nubes grises? Fascinante negación de la realidad la suya. Tras observarlos atentamente he elucubrado la teoría de que por alguna extraña razón, los irlandeses tienen arraigado en su Adn más primigenio querencias de nuestros ancestros africanos y, a pesar de llevar milenios viviendo en una isla en la que jarrea sin cesar, cuando llega el mes de junio se quitan los calcetines, se ponen pantalones cortos y van en sandalias aunque haga 12 grados y jarree a cántaros. He comprobado también que según van haciéndose mayores y a base, supongo, de superar media docena de pulmonías en la edad adulta, a partir de los cincuenta años se visten de acuerdo con el tiempo que hace. Eso sí, les puede el amor a las sandalias de brillis aunque sean para pisar charcos. 

En Dublín hay pocos árboles en las calles pero muchos parques muy verdes, paseando por ellos y admirando sus praderas perfectas que invitan a tumbarte a retorzar, mi absurda mente se iba a Asterix en Gran Bretaña «Creo que con 2.000 años más de cuidados esmerados, el césped estará aceptable» 

A Dublín he ido a ver a Eddie Vedder y ha merecido la pena. Fue una noche mágica en un sitio de conciertos estupendo y hubiera sido muchísimo mejor si los irlandeses no bebieran como auténticas máquinas de succionar. Un ejército de curris alcohólicos yendo y viniendo a por cervezas continuamente, como lemmings hipnotizados mientras Eddie y Glen cantaban y me ponían los pelos de punta. Yo no bebí nada, cuando voy a un concierto me concentro tanto que no tengo ninguna necesidad fisiológica; suspendo el hambre, la sed, la necesidad e ir al baño, todo, estoy a lo que estoy y más con Eddie. Es bajito, canijo al lado de los irlandeses estibadores, y toca la guitarra regularmente, pero qué voz, madre mía, qué voz. Hay hombres con voces para el sexo y Eddie tiene una de esas. No hace falta ni que me toque. 

Paseando en bici por Dublin, descubriendo sus callejas que casi parecen decorados abandonados de televisión, haciendo fotos a sus mil puertas de colores, entrando en los pubs a comprobar que los irlandeses salen a ligar sin disimulos, visitando la impresionante cárcel, descubriendo graffitis callejeros o los retratos de Lucien Freud en una exposición en la que estábamos solos, paseando por el Trinity College he recordado a aquel chaval irlandés de nombre impronunciable que me dio mi primer beso. Quizás ahora haya crecido, quizás lleve sandalias cuando llueve a cántaros y quizás se acuerde de mí y mi camiseta llena de arena cuando oye hablar de España. 


jueves, 8 de junio de 2017

Pequeños detalles con importancia


En mi casa nos escurrimos cuando nos resbalamos y nos esnaframos cuando nos tropezamos. Las cuestas son pindias y tenemos sitios fijos para sentarnos a comer en la mesa de la cocina, el que está debajo de la ventana es el mejor y nos peleamos por él cuando su ocupante habitual no está. A la hora de la cena y en el desayuno somos más de jugar a las sillas musicales. En mi casa las judías pintas se comen con arroz y el pisto con huevo frito y patatas o no se comen. En mi casa no bebemos agua mineral y el agua del grifo jamás se mete en la nevera. En mi casa decimos «están locos estos romanos» y «comprad, comprad mis hermosos jabalíes». La alfombrilla del baño se cuelga siempre en su sitio y la noche de Reyes cantamos «niños buenos, niños buenos, juguetes les traerán. Niños malos, niños malos, carbones les traerán» poniendo voz grave de asustar. En mi casa los perros no entran en la casa y cuando llegamos todos metemos la mano en la abertura del buzón para intentar sacar lo que hay dentro, cuando hay algo dentro. Las patatas fritas siempre son de La Montaña y el tomate para freír Apis. Decimos archiperres y trastos y sabemos quienes son Juanito y Juanita los de "la pequeña" y Juanito el niño diabólico de la playa. En mi casa hay mantas de avión dobladas en cada brazo de los sofás y todos tenemos una manta favorita. En mi casa yo tengo fama de exagerar y mi madre de contar las cosas en tiempo real, tan real que sientes como te crece el pelo. En mi casa la mermelada siempre es casera y en la estantería de la escalera hay siempre una camiseta huérfana que no es de nadie y que nadie sabe como ha llegado hasta allí. En mi casa el pestillo del baño se atasca y hay que gritar «Ehhhhh» cuando te estás duchando y alguien se pone a fregar en la cocina. El café del desayuno se toma en tazón grande pero el te de la tarde en juego de té.  En mi casa hacemos reír a los bebes diciendo «Bobito, baboso, bobaina» con un gesto muy tonto con los labios y hasta hace muy poco, para dormir a los bebés,  cantábamos una canción muy macabra en la que Antón Carolina mataba a su mujer, la metía en un saco y la llevaba a moler, el molinero le descubría y decía «esto no es harina, esto es la mujer de Antón Carolina». En mi casa discutimos a gritos como cuando éramos adolescentes y podemos pasarnos días sin hablarnos; a veces damos miedo pero nos funciona, nada se encona tanto como para hacer crecer un bosque de resentimiento incompatible con la convivencia. Tomamos papilla de frutas y la llamamos «frutitas».En mi casa todos hemos leído Konrad el niño que salio de una lata de conservas y cuando alguien dice «ticket» contestamos «to ride». En mi casa se entra siempre por la puerta de la cocina, se cuelgan las llaves en una casita-llavero que hizo mi hermano cuando estaba en el colegio y se grita: Hola, ¿hay alguien?

domingo, 4 de junio de 2017

Hasta el último momento


«Lean... un tipo fantástico», sin razón, por impulso, pinché en el enlace y leí «Una derrota triste. Porque no era ninguna decisión, era una nueva renuncia, una prueba más de que no tienes la vida bajo control. Otro aprendizaje en la aceptación de la nueva realidad».

¿Quién había escrito esto? Pinché en el perfil, reconocí al autor y al ver que había publicado un artículo tres días antes pensé que debía estar mejor, que el tratamiento que seguía había funcionado. Al volver a twitter descubrí que acababa de morir, que había muerto ese mismo día y una extraña sensación de incongruencia empezó a invadirme. Volví a ver la charla por la que le conocí hace años, bucee en su cuenta de twitter, y la incómoda sensación fue creciendo y creciendo hasta ser una bola enorme en mi interior. 

«Vaya, parece que me han sentado mal los churros del desayuno, los tengo clavados aquí» fue lo último que dijo mi padre antes de desplomarse muerto en el acto. Esa frase me persigue desde hace veinte años ¿quién elegiría esa frase como sus últimas palabras? Mi padre no sabía que iba a morir y esas palabras son la prueba de que seguía vivo hasta el último momento. Estás y, en un instante,  dejas de estar.   

Hace veinte años no había redes sociales, ni internet, ni móviles, la muerte tenía menos resonancia. Alguien moría y podías, de hecho pensabas, creías, que cuando  se había ido apagando poco a poco, que el proceso lógico que te lleva a la muerte es un progresiva y más o menos lenta desconexión  de la vida. Inconscientemente creemos que te vas preparando, que te vas dando cuenta, que te vas muriendo poco a poco.  En la época de la tecnología, cosas como tuitear, colgar un post en Facebook, una foto en instagram o escribir un artículo están al alcance de casi cualquier enfermo hasta el último momento, convierten la muerte en algo incongruente, inoportuno, casi imposible. 

¿Cómo ha muerto hoy si ayer escribió un artículo? Porque te aferras a la vida, porque no sabes que es tu último momento, porque estás vivo hasta el último momento. 


jueves, 1 de junio de 2017

Lecturas encadenadas. Mayo

Un mes espectacular de lecturas, uno tras otro se han encadenado libros que me han enganchado. Este mes los recomiendo todos.

No tengo ni la más remota idea de como El Señor Maní, de A.B. Yehoshua ha llegado a mi estantería. Sé que fue un regalo pero no he conseguido saber de quién, he preguntado a unos y otros pero no he conseguido averiguarlo. Un libro de procedencia misteriosa con una historia desconocida y de un autor del que no había oído hablar en mi vida y que me ha encantado.

La historia de la familia Maní se organiza sobre cinco diálogos que van de delante atrás en el tiempo; el primer transcurre en los años 80 y el último en 1848. Cadaa uno sucede en una ciudad distinta y está protagonizado por personajes muy diferentes, a todos los une que a través de sus palabras rastreamos la historia de la familia Mani. Esta estructura narrativa exige al lector un esfuerzo para ir siguiendo el hilo entre un diálogo y otro,  para recordar los detalles y a la vez meterse en la piel de cada narrador y su propia historia.  Yehoshua es un grandísimo escritor que va cambiando de registro, lenguaje, tono y vocabulario en cada diálogo: una joven del siglo XX, un soldado alemán de la II Guerra Mundial, un soldado judío del ejército británico en la I Guerra Mundial, un pediatra polaco de finales del siglo XIX y un estudioso vendedor de especias en 1848. En cada diálogo, como es evidente e imprescindible, hay un interlocutor pero no oímos sus palabras. El talento de Yehoshua permite que el lector las imagine por las réplicas del único personaje que habla.

No es una lectura sencilla pero me ha gustado muchísimo. Yehoshua es un grandísimo escritor, reconociblemente judio, como Oz, pero distinto.
«-Aguarda... Antes fue aquella cena a la que nos habíamos visto obligados a participar: una cena muy  frugal consistente en pequeños platos de manzana, verdura hervida, granadas y sesos fritos; unos platitos de los que cada uno no es más que un símbolo de algo, una súplica, una barrera contra los enemigos, un deseo, una fantasía, aunque ninguno de ellos bastaba para saciar el hambre sino que no hacían más que abrirnos cada vez más el apetito».

El síndrome lector de Elena Rius  es un libro al que tengo un cariño muy especial. Hace dos veranos, su autora me envío el manuscrito en primicia. Recuerdo con especial cariño aquellos días de playa, mar, piscina y siestas disfrutando por segunda vez los textos de este libro. ¿Por segunda vez? Sí porque El síndrome lector es una recopilación, reordenación y reescritura de muchas de las anécdotas librescas que sobre libros, leer, lectores y lecturas Elena Rius (alias de la estupenda editora María Antonia de Miquel) lleva años escribiendo en su blog Notas para lectores curiosos  y que se agrupan en el libro bajo cuatro epígrafes: maneras de leer, el síndrome lector, curiosidades librescas y galería de bibliómanos.

Lo mejor que se puede decir de este libro es que desprende amor por la lectura y los libros. Al comenzar a leer te sientes en casa, o mejor dicho, o parte de un club «Hola, me llamo Moli y me encantan los libros» «Bienvenida Moli, pasa, todos te queremos aquí».

Lorenzo Silva lo explica mucho mejor que yo en el maravilloso prólogo del libro:
«Puede que no sean mucho, esos lectores. Puede que con el tiempo, el deterioro de la educación y la proliferación de las distracciones secan cada vez menos. Pero son los que hacen que escribir merezca la pena. Son ellos, aquejados del síndrome, los que sabrán valorar este libro, y darle (como a todos los demás que en el mundo son, fueron y serán) vida, belleza y sentido».
El cómic del mes ha sido Oscuridades programadas. Crónicas desde Turquía, Irak y Siria, de Sarah Glidden. En el año 2010, la autora, viajó con dos amigos  periodistas y un ex marine de los Estados Unidos por Turquía, Siria e Iraq. El propósito de su viaje era tratar de conocer, comprender y posteriormente reflejar, a través de su libro y sus dibujos, el papel del periodismo en la actualidad. Han pasado siete años desde aquel viaje de dos meses y la situación en los tres países visitados ha cambiado por completo: Turquía se ha convertido en una dictadura sin libertades y con el periodismo bajo sospecha y amenaza continua, Siria está completamente destrozada por una guerra civil que ha convertido a la mayor parte de su población en refugiados o muertos, e Iraq, que en el libro parece el sitio más peligroso, se recupera aún muy poco a poco de la invasión americana, la inestabilidad política y los ataques del estado islámico.

El mayor valor de Oscuridades programadas está en su presentación del papel del periodista, un papel muy alejado de todos aquellos tópicos que lo han empañado en los últimos años. No hay periodismo triunfalista, ni periodistas erigidos en salvadores de la democracia, los valores supremos ni la humanidad, no hay periodistas aleccionando sobre la importancia de su trabajo, ni periodistas protagonistas, no hay victimismo ni industria. En Oscuridades programadas hay dudas, hay interés, hay obsesión por contar historias pero sin prometer soluciones, hay interés en ser lo más objetivo posible y empeño en encontrar el mejor enfoque para contar la historia y, también, para conseguir venderla. Se persigue ver la realidad para poder contarla y se reflexiona sobre los errores al ejercer el periodismo.

En El Buscalibros he hecho una reseña muchísimo más extensa, pero Oscuridades programadas es un cómic muy interesante para reflexionar sobre el papel del periodismo, lo que debe y no debe ser, lo que puede y no puede conseguir y sobre cómo está cambiando su ejercicio y también su percepción. Debo añadir que los dibujos de Glidden, tan limpios, delicados y delineados producen un curioso choque con lo que se está contando. Al leerlo tenía en mente el enfoque que del mismo tema tiene Joe Sacco pero sus dibujos no pueden ser más diferentes.

Retrato de un matrimonio, de Nigel Nicolson me ha encantado. Otro libro al que llegué por una recomendación «Te va a encantar» y el recomendador acertó de pleno. El matrimonio que se retrata es el de Vita Sackville-West y Harold Nicolson, padres del autor del libro en realidad coautor porque de las cinco partes que componenen el retrato, dos son transcripciones de los textos que Vita escribiendo contando su vida y su historia de amor con Violet, la única de sus aventuras que puso en peligro su relación. Vita y Harold tuvieron un matrimonio increíble, duradero y, sobre todo, feliz para ellos dos.

Me ha conmovido su honestidad brutal con el otro y su sinceridad consigo mismos, también el consciente egoísmo sin límites de Vita y la compresión inteligente de Harold y me ha sorprendido la capacidad de ambos para construirse una relación, una vida, una familia a su medido, a salvo del qué dirán y de lo políticamente correcto. Los dos eran increíblemente inteligentes  y, su amor era más intelectual y de afinidad que físico, a pesar de que tuvieron dos hijos. NO fueron padres ejemplares ni pretendieron serlo ( y menos para lo que se estila ahora) pero su hijo habla de ellos con amor absoluto y completa admiración.

Vita escribe sobre su infancia.

«Creo que tenía plena conciencia de que, si no podía ser popular, sería inteligente; y conseguí labrarme una reputación de persona inteligente, nada merecida, porque está claro que no lo soy, pero duradera como todas las reputaciones. No creo que haya desparecido aún; la gente dice «Oh, sí, escribe, ¿verdad?», como si hubiera que ser inteligente para escribir. Nadie me odiaba en el colegio, o al menos eso creo; incluso me parece que muchas me apreciaban. Pero me importaba bien poco que me quisieran o no. Fueron mis años más rebeldes. Me empeñé en el estudio y llegué a ser más pedante que nunca. Conseguí aspecto de profesional del intelecto. Dejadme que me enfrente a esa condenada verdad».
Harold le escribe a su hijo cuando éste está en la universidad:
«No tiene sentido tratar de ser original. Esto conduce a meras contradicciones... y la gente contradictoria produce la peor especie de aburrimiento. Has de pensar las cosas por ti mismo. No empieces discrepando por principio de lo que piensan los demás. Quizá tengan razón. Pero elabora lenta, cuidadosa y silenciosamente tus propias ideas acerca de todas las cosas».
Me ha encantado.

Y con esto, y un bizcocho, hasta los encadenados de junio que ha empezado genial.