domingo, 7 de febrero de 2016

Despelleje Goya 2016

Sábado por la mañana. Recibo un mail de los libros de colores "Si vas a los Goya, te veo esta noche".  ¿Los Goya? ¿son hoy? pero ¿no son en domingo siempre? Un momento, ¿hoy es domingo?

Por suerte era sábado, yo no iba a los Goya y pude ver la gala desde mi sofá. Bueno, esto último no fue tanta suerte porque la gala fue aburridísima. Mientras se empeñen en no contratar guionistas, racanear medios y que cada speech sea una exaltación de su trabajo tenemos tostón para rato. 

Vamos a los trapos. 

Igual que digo una cosa, digo otra. En general, la media de elegancia ha subido bastante desde aquella primera y remota gala que despellejé. En ellas y, sobre todo, entre ellos que, por fin, han comprendido que cualquier hombre vestido con traje gana puntos. OS LO DIJE. 

El amarillo es un color arriesgado. En febrero, en Madrid, sobre alfombra roja y con el mismo tono de piel que un folio es un error garrafal.  Añadirle un escote hasta el ombligo tampoco es buena idea. Y ponerle piedritas marcando el camino rollo "caminito hasta mi obligo" es horripilante. 

Un buen lema de la gala de ayer fue "No hay canalillo para tanto escote". 

Sobre el color visillo sucio de contaminación que hay gente que llama nude ya lo he dicho todo. A Silvia Abascal y su supuesto misterio lánguido le encaja a la perfección. A mí esta chica siempre me da la sensación de que va a derretirse hasta desaparecer. Eso sí, va bien peinada que en esta gala tiene mucho mérito.

"Ay, Mari, se casa mi hijo y yo voy de madrina y ya tengo una edad para ir de colorinchis pero no me gustaría ir de negro que es muy soso". "Pues nada, ponte un azulón verdoso". De eso iba Clara Lago, de madrina de boda con un vestido que a Rocío Jurado le hubiera dislocado. El toque "juvenil" de enseñar pierna le da un toque Norma Duval. Ruth iba de consuegra. 

- A lo Goya este año quiero ir original.
- Pues oye, vete de blanco que es un color neutro, básico y que se lleva poco en trajes de noche. 

Hordas de actrices de blanco. Mal vestidas. 

Marta Hazas con algo blanco sucio con demasiadas cosas pegadas 
Ana Álvarez de bloqueo creativo, de pesadilla de escritor, de folio en blanco. 
Mabel Lozano con una sábana fruncida. 
Nerea Barros de blanco enfurruñado y arrugado. 

Natalia de Molina iba de blanco con flores. Un poco cursi pero me gusta. Eso sí, la había peinado su peor enemigo. No entiendo esa moda de llevar el pelo como si te hubieras teñido con los restos de tinte que quedan de otra persona. Aprovecho pare decir que su Goya es merecídismo, he visto Techo y Comida y ella está espectacular. 

Inma Cuesta de despropósito con un peinado homenaje a Flash Dance

Irene Escolar llevaba un vestido verde complicado pero que le quedaba de lujo. Estaba estilosa, habló maravillosamente y fue muy natural. 

Isabel Presyler va vestida de hipnotizadora. "Marioooo...mira aquí...mira a mi ombligo. Déjate llevar por el vórtice de pasión". No sé si no confía en sus poderes o si Mario tiene tendencia escapista pero Isabel lo lleva amarrado más fuerte que a su bolso. Es una chica lista. 

Úrsula Corberó de "soy explosiva porque el mundo me ha hecho así".  Y Miriam Díaz Aroca de "¡explota, explotame, explo, explota, explota mi corazón!" (poneos a cubierto). 

En mi mundo sencillo y confortable hay dos tipos de rosa: el de los chicles cheiw de fresa ácida y el fucsia. En el mundo exterior, complejo y absurdo, por lo visto hay un rosa que se llama rosa cuarzo. Me encantan estos nombres que no dicen nada: azul apolo, blanco roto, rosa cuarzo. Me encantaría saber cuánta gente que dice "mi vestido es rosa cuarzo" distinguiría el cuarzo de un ladrillo. Amaia Salamanca va despeinada con un vestido de un color indefinido a medio camino entre el rosa y el color carne. Lleva una pulsera unida a un anillo por una cadenita que debe costar dos o tres veces mi sueldo anual y que a mi me parece una macarrada muy muy hortera. 

Esto por lo visto es "rosa empolvado".  Yo lo veo ideal como disfraz de "mujer invisible". Cayetana, por lo visto, también iba de "rosa empolvado" y supongo que lleva celo de doble capa. Las ridículas hombreritas que le hacen pico en los hombres se las he debido poner para no perder el vestido, lo mismo lleva unas escarpias para sujetarlo. 

- ¿Te gusta tu vestido Bárbara?

Pues me parece un horror. 

Macarena Gómez. Reciclando. Cogió una pelusa de esas históricas que todos tenemos debajo del sofá de casa, se la puso de peinado y la sacó a pasear. Si perdisteis algo ayer por la noche es muy probable que esté en su cabeza. 

Cristina Brondo de faja reductora. 

Vamos a ver, vamos a ver, vamos a ver. Hombres con traje siempre es buena idea. Brocados de flores siempre es mala y en chaquetas de esmoquin es horripilante. ¿Qué necesidad tenías, Miguel Ángel Muñoz? (Los de Hola dicen que es verde...)

Ni una gala sin su vestido de bolsa de basura. Verónica Echegui con los pies saliéndose de las sandalias. 

Natalie Seseña de arabesco lateral. 

Elvira Lindo con el jardín colgante del Caixa Forum en la pechera. 

Goya Toledo, como siempre bien. Lleva un vestido homenaje a Escarlata O´Hara precioso. Nunca pensé que supiera coser pero  en la tienda de telas de debajo de mi casa tienen colgadas unas cortinas exactas. ¡Qué apañada Goya! 

Nieves Álvarez de fuego purificador con un vestido que en cualquier otra hubiera sido de bruja del mar. Sobre la laca de uñas negra, siempre que la veo pienso "¿por qué se ha pintado las uñas de negro? ¿para que me fije en sus uñas? y ¿por qué quiere que me fije? Ah claro porque ha dejado de comérselas y está orgullosa". No os pintéis las uñas de negro si no sois Alaska o Mario Vaquerizo. 

Juana Acosta de super diva. Aplaudo en pié las sandalias sin plataforma aunque supongo que hoy tendrá una bonita pulmonía. El bolso caja me espanta. 

Juliette Binoche de despropósito francés con prisas. 

Victoria Abril va de Actor Secundario Bob. (esto lo leí ayer en tuiter, no se me ocurre nada más acertado)

Hablemos de pajaritas. Con las pajaritas tengo la misma teoría que con el pelo largo en los hombres. Sólo si eres increíblemente guapo E increíblemente estiloso puedes llevar pajarita. Sólo si cumples las dos condiciones (guapo y estiloso) puedes ponerte pajarita tranquilamente. En caso contrario no serás un hombre con pajarita, serás una pajarita con un hombre pegado.  Un paquete regalo. 

Lamentablemente  ayer, hubo pocos hombres guapos y estilosos y muchos hombres que pensaron "la corbata es de viejunos y clásica y yo soy "moderno". ¿Resultado? Muchos parecían niños de San Ildefonso y otros tantos cantantes de la orquesta "Pasiones" en el cotillón de Nochevieja del polígono industrial de Cobo Calleja. 

Jan Cornet tiene los brazos cortos. A Javier Cámara le falta camisa para esa pajarita y le sobra contorno para esa chaqueta. Pajarita caída en acto de servicio. Disfraz de mayordomo de Drácula.

Para llevar un esmoquin azul con pajarita y no parecer ridículo hay que ser muchísimo más guapo que Hugo Silva. 

Oscar Jaenada disfrazado de extra de Águila Roja. De extra cutre en plano general de títulos de crédito. No se puede ser más ridículo. 

A Jesús Castro alguien le ha debido decir que es guapo y atractivo y se lo ha creído. Pues NO. 

Premio jaboneras de este año para Paz Vega con su vestido camiseta y su homenaje a los gigantes porque iba a trepada en unos tacones con plataforma de 20 cm. Si sigue sin comer es posible que el año que viene también homenajee a los cabezudos. 

Penélope con vestizado y flequillo postizo. 

Verónica Sánchez de faldillas de mesa camilla. 

Belen Rueda en camisón de noche de bodas de los años 50 y peinado para guardar cosas. Da miedo. 

Esmoquin de brilli brilli y pajarita del tamaño de un aguila. NO. Esmoquin de terciopelo con pajarita tímida, tampoco. Parece que lleva el batín de sentarse a tomar el cognac. 

Y dejo para el final, lo mejor. Lo único por lo que mereció la pena la gala. 

Tim, Tim, Tim. Sin pajarita y con mucha clase. 

Alex García. Madre mía, madre mía, madre mía. ¿Por qué nadie me había dicho nada de este hombre? Guapo y con clase. Lleva la pajarita como nadie. 

Se puede ser guapo, se puede ser atractivo, se puede ser interesante y se puede tener clase, pero solo hay un Darin.





miércoles, 3 de febrero de 2016

Ensayo sobre el chicle

©Michael Massaia Ghost Nightmares
- Moli, ¿quieres un chicle?
- Venga, vale. 

Un par de veces al año lo intento. Acepto un chicle para ver si por fin le encuentro la gracia a masticar plástico. Intento saber qué encanto tiene mantener las mandíbulas funcionando en balde. Quiero saber cuál es el interés de masticar chicle y no, por ejemplo, las hojas de un ficus. 

En mi infancia comía chicle, más por pandillismo y aburrimiento que por gusto, pero lo hacía. Eran otros tiempos. Los chicles tenían personalidad, eran robustos, de tamaño extragrande y de fiar. 

Añoro los chicles Cheiw. Ladrillos duros que había que ablandar a base de producir litros y litros de saliva. Un tocho de goma que te ocupaba toda la boca y que imposibilitaba cualquier comunicación hablada comprensible. (Puede que por eso las amistades duraran más que ahora: pasábamos mucho rato mirándonos mascar sin intercambiar palabra).

Mi chicle favorito era el de fresa ácida, con su precioso papel rosa por encima y por debajo el papel plateado que envolvía una explosión de fresa ácida que me hacía guiñar los ojos intentando no llorar. Me encantaba esa acidez dulzona. 

Lamentablemente poco después, al ser el chicle una bola de goma, el sabor explosivo se le quedó pequeño. Y empezó, poco después, a sofisticarse. Se hizo ambicioso, quería más. 

Primero pensó: ¿Y si me meto en un chupachups? Así surgieron los míticos Kojac. He de reconocer que tenían su encanto, pero la química entre las dos partes de la chuchería no estaba bien conseguida, era obvio que caramelo y chicle no se llevaban bien. El caramelo se hacía pedacitos y corrompía el chicle. No hay nada peor que un chicle con tropezones (por eso no se puede comer chicle con pan, pipas, patatas fritas, galletas... etc.). 

El chicle, además, quería mayor protagonismo. Estar encerrado dentro de una bola de caramelo era humillante. Surgieron entonces los primeros atisbos de los agoreros antiazúcares: uhhh, el azucar es malísimo, es un invento del demonio, uhhhh, uhhh... arrepentíos. 

El chicle, atento a las circunstancias, aprovechó el nicho y lanzó la versión saludable: el Trident. 

Por supuesto, la “saludabilidad” no iba a salirnos gratis. A cambio de creernos que el chicle era bueno, se convirtió en una finísima lámina, una sabanita de goma ridícula, triste como una loncha de jamón en la nevera de un soltero. Y ¿qué pasó con el sabor? La explosión de sabor que te dejaba sordo y mudo se transformo en un ligerísimo recuerdo. Pasados los primeros 30 segundos de duración del sabor te afanabas en masticar y masticar fabricando litros de saliva que consiguieran rescatar algún resto del sabor que, según el envoltorio, aquello que tenías en la boca debía tener: mint. 

Para mi el trident fue muy saludable: dejé de comer chicle. 

El chicle, ya sin mi, siguió con su proceso. Desde la distancia observé cómo de lámina finúscula pasaba a casi imperceptible pastillita en envase gigante. Sospecho que porque para conseguir una mijita de sabor hay que masticar media docena de golpe. 

Comprobé también que cada vez vendían más “saludabilidad”: limpian los dientes, combaten la placa, el mal aliento; un catálogo completo de razones tontas para masticar chicle. 

Al mismo tiempo, la sencillez de los viejos sabores pasó a la historia y, como en el mundo de la cocina, la sofisticación ridícula se hizo fuerte: frutas tropicales, splash, water melon sunrise, mega mistery blue dream, rainforest. Confieso que a veces no sé si son chicles o geles de ducha. He comprobado que saben por el estilo. 

Últimamente los chicles se han vuelto más canallas. Agotadas las posibilidades de la saludabilidad, y supongo que también agotados los nombres absurdos para sabores inexistentes, han vuelto a lo que de verdad vende, a lo que engancha. Y lo han conseguido. Miles de adictos al chicle pueblan nuestras ciudades. 

Son fáciles de detectar. Superan la cuarentena, parecen normales, tranquilos, centrados, serios, pero si pasas con ellos más de media hora notarás algo raro. Mientras hablan contigo, sin cambiar el gesto, ni el tono, ni la pose, una de sus manos se pone en marcha en busca de un bolsillo. Notas un casi imperceptible alivio en el susodicho cuando esa mano que subrepticiamente ha ido hasta el bolsillo agarra algo. La otra mano, en un movimiento veloz se suma a la escondida en las profundidades del bolsillo y, a la velocidad del rayo, lleva a la boca de tu interlocutor algo que parece una pastilla. 

Como tenemos una edad, te callas y no dices nada. Lo mismo esa pastillita es un medicamento: un ansiolítico, sintrón, un anticonceptivo... y continúas la charla. Cuando pasada media hora, el susodicho vuelve a repetir los mismos movimientos; es cuando piensas: o le va a dar un infarto o se droga. 

Y se droga. 

Los chicles de nicotina son un triunfo sin precedentes de la industria del mascar. He visto a exfumadores atizarse el equivalente a 4 cajetillas de tabaco en esas pequeñas pastillitas. He visto a hombres hechos y derechos palparse todo el cuerpo en busca de sus chicles, en una danza digna de la niña del exorcista. Los brazos moviéndose sin parar, los ojos en blanco, la mirada perdida, la saliva borboteando al no encontrar su droga. 

- Te has dejado los chicles en el coche. 
- ¿De verdad? ¿Seguro? ¿Cómo lo sabes?
- Sí, de verdad. Lo sé porque los he visto en la guantera. 
- ¿No te importa que vaya a por ellos? ¿Aunque estemos en el cine a mitad de la película?
- No me importa. Prefiero que vayas a drogarte a que sigas moviéndote como si estuvieras infestado de piojos y ladillas

Sobre besar a estos adictos, ni hablamos. Debería haber comprado toneladas de chicles cheiw de fresa ácida.

*La foto es Ghost Nightmares de M. Massaia. Sí, es un chicle mascado por el artista. Más aquí.

lunes, 1 de febrero de 2016

Lecturas encadenadas. Enero.

Tatsuro Kiuchi at 20x200.com.
He empezado el año fuerte. Seis libros han caído en el mes de enero: un comic, tres ensayos y dos novelas. Dos escritos por mujeres, bueno... uno no se sabe.

¿Quién Robó l Cerebro De JFK? de José Ramón Alonso fue el libro elegido para comenzar el año lector. José Ramón es un amigo muy querido y además un pozo sin fondo de sabiduría. Sabe tanto de todo que es capaz de hilar las más increíbles historias. Escucharle es un placer que no se puede describir con palabras, en una charla te deja con la boca abierta, en un paseo por Salamanca no puedes creer que no se haya empollado todo antes de salir a pasear y en un libro, en este libro en concreto, piensas "pero, pero, pero....¡sigue contándome!". A José Ramón le he dicho mil veces que en su blog escribe posts muy largos y con este libro le he dicho que escribe capítulos muy cortos. Siempre te deja con ganas de más; empiezo a sospechar que es estrategia. José Ramón es un tipo listo. (Para saber más sobre este libro os dejo la reseña que escribí para El Buscalibros).


El periodista y el asesino de Janet Malcom fue la siguiente lectura. Sobre él hablé en este post y tengo poco más que decir. Durante la semana pasada he estado viendo "Making a murderer" una serie de Netflix de 10 episodios que recomiendo a todo el mundo. Es una serie documental que narra un hecho real, la historia de Steve Avery, un hombre  acusado de una violación por la que pasó 18 años en la cárcel antes de que se supiera que era inocente. Cuando salió, en 2003, y tras un año en libertad fue acusado de otro crimen. Las dos directoras de la serie, Moira Demos y Laura Riccardi, han dedicado 10 años de su vida a grabar todo lo relacionado con el caso. ¿Intentan ser imparciales? Si, supongo que sí. ¿Lo consiguen? Tampoco. Ellas no aparecen en el documental en ningún momento, ni siquiera actúan como voz en off, pero la elección de las imágenes, los cortes y el montaje nos lleva a una conclusión. ¿Acertada? ¿Verdadera? No lo sabemos. En cualquier caso, recomiendo "Making a Murderer" es una serie que marca una época en la televisión.
"Cuando escribimos regularmente a alguien comenzamos a anhelar sus cartas. Pero si somos honestos con nosotros mismos reconoceremos que el principal placer de la correspondencia está más en la respuesta que damos que en el mensaje que recibimos. De quien nos enamoramos es de nuestra propia persona epistolar antes que de la del corresponsal de nuestra pluma; lo que hace que la llegada de una carta sea un suceso importante es la ocasión que ofrece de que uno escriba para contestarla antes que la ocasión de leerla." 
El primer cómic del año ha sido El árabe  del  futuro de Riad Sattouf.  En noviembre leí un artículo sobre Riad Sattouf y me llamó la atención su historia. Riad es francés de padre sirio y madre francesa; durante su infancia se crió en París, Libia y el pequeño pueblo sirio del que era originario su padre. Más adelante volvió a Francia donde se convirtió en dibujante, trabajó en Charlie Hebdo y después ha publicado varios cómics. El árabe del futuro es su autobiografía en forma de cómic. Una idea parecida a Persépolis o Fun Home. Riad, en este primer tomo que comprende su más tierna infancia, comentaba en la entrevista que se había obligado a tomar el punto de vista de su yo de niño, contar solo aquello que recordaba y tal y como lo recordaba. Es un buen enfoque aunque yo creo que es imposible no hacer trampas con él. ¿De verdad con dos, tres años recuerdas las cosas así o las historias que te han contado y que tú te has contado a ti mismo han construido ese recuerdo? Más allá de esa "pega", El árabe del futuro me ha gustado mucho. Sattouf consigue transmitir la desconexión cultural entre sus padres y las tensiones internas de su padre que se define como laico e independiente y, sin embargo,  va defendiendo cada vez  más las ideas más religiosas de su país natal. Sattouf consigue que sintamos la angustia y la tensión con la que su madre y él viven en Siria y la libertad y relajación que experimentan cuando vuelven a Francia.



El Relojero Ciego de Richard Dawkins me miraba desde la estantería desde verano. Por fin le llegó el turno y me he aburrido como una ostra. ¿Por qué? Pues porque Dawkins tiene una gran idea que contar pero la cuenta fatal.

El problema con Dawkins es que sabe pensar pero escribe regular. Escribe como piensa y eso, en divulgación científica, es un error. Cada idea, cada pensamiento, cada supuesta hipótesis errónea o acertada, cada pensamiento lateral que se le ocurre, cada pequeño "pero" que otro pudiera ponerle aparece en las páginas. Con esta verborrea mitad personal, mitad científica lo único que consigue Dawkins es que el lector pierda el hilo, se aburra y tenga ganas de zarandearlo y decirle "me he enterado a la primera, pasa a lo siguiente, ya!"

¿Qué quiere contarnos Dawkins? Pues que el hecho de que estemos aquí hoy, escribiendo, leyendo, con dos brazos, dos piernas, nuestros cromosomas y todas nuestras cositas es un hecho asombroso que no responde a ningún plan preestablecido sino que es el resultado de la "precisión de un asombroso relojero ciego".  Es una gran idea porque además (casi) todos decimos "ah si, la evolución, venimos del mono" y pasamos a otra cosa. Dawkins lo ha pensado todo sobre la evolución y lo sabe todo, cosas asombrosas seguro, pero lo cuenta fatal.

Es un libro que solo recomiendo para muy muy fanáticos de este tema y con mucho tiempo libre.
"Si uno pasea un buen rato por una playa pedregosa, observará que las piedras no están ordenadas al azar. Las más pequeñas tienden a encontrarse en zonas segregadas que discurren a lo largo de la playa, mientras que las más grandes están en zonas o franjas diferentes. Las piedras han sido clasificadas, ordenadas, seleccionadas. Una tribu que viviese cera de la cosa podría maravillarse ante esta prueba de clasificación u ordenamiento del mundo, y desarrollar un mito para explicarlo, quizás atribuyéndolo a un Gran Espíritu celestial con una mente ordenada y gran sentido del orden. Tal vez sonríamos con indiferencia ante esta idea supersticiosa, mientras explicamos que el ordenamiento se debe a las fuerzas ciegas de la física, en este caso a la acción de las olas. Las olas no tienen ninguna finalidad, ni intención, ni una mente ordenada, no tienen ni mente. Simplemente, empujan las piedras con energía, y según éstas sean grandes o pequeñas responderán de manera diferente a tal empuje, de forma que terminarán a diferentes niveles de la playa. A partir de un gran desorden se origina un poco de orden, sin que lo planifique ninguna mente.
La amiga estupenda de Elena Ferrante. Un día del pasado mes de noviembre, el nombre de Elena Ferrante me saltó en algún artículo. Ese mismo día recibí un mail de Nán hablándome de sus libros y a partir de ahí no podía entrar en ningún blog cultural, ninguna revista, escuchar cualquier programa de radio sin encontrarme con Elena Ferrante. Todas las críticas eran buenísimas y decidí pedir el primer tomo de la tetralogía napolitana a los Reyes.

Me esperaba una obra maestra, algo que me dejara descolocada y del revés y me he encontrado con una novela que podría ser perfectamente el guión de una película. La novela cuenta en flashback desde la madurez de una de las protagonistas, la infancia y amistad de dos niñas en un barrio pobre del Nápoles de la posguerra. He leído muchas reseñas alabando la historia de amistad que se cuenta y, no sé como continuará en las siguientes entregas, pero para mí lo que se cuenta no es una amistad, es una adicción. Entre las dos niñas no hay una amistad, ni siquiera una relación infantil de juego y confraternización, de compañía y familiaridad. Desde el minuto 1 es una relación de dependencia, con una de las niñas anulada y la otra convertida en una especie de diosa que consciente de su poder utiliza a todo el mundo en su beneficio. Es una especie de camello que suelta su dosis de droga a su amiga en cuanto percibe que ésta se está desintoxicando.

La amiga estupenda no es la historia de una amistad, es la historia de una relación completamente enfermiza y dependiente. Además, me ocurre como con el comic de Sattouf, me resulta muy poco creíble los pensamientos e ideas que se ponen en la cabeza de niños de 8, 9 años. Me resultan artificiales y destinados a impresionar al lector con la supuesta profundidad emocional de los personajes.

Leyendo esta  novela me ha ocurrido una cosa curiosa. Toda la he imaginado en blanco y negro, como una película italiana de los años 50...sólo ha sido en color cuando las dos amigas se separaban y la influencia de la dominante casi desaparecía de la trama. Veremos como evoluciona.
"A la espera del mañana, los mayores se mueven en un presente detrás del que están el ayer y el anteayer o, como mucho la semana pasada; no quieren pensar en el resto. Los pequeños desconocen el significado del ayer, del anteayer, del mañana, todo se reduce a esto, al ahora: la calle es esta, el portón es este, las escaleras son estas, esta es mamá, este es papá, este es el día, esta es la noche."
Flowers for Algernon de Daniel Keyes. Con este libro se han dado una serie de casualidades cósmicas de las que me gustan. Hace diez días tuitee una lista de "Tontos de libro". Inmediatamente, tres tuiteros de prestigio me dijeron ¡Tenías que haber incluido a Charlie! ¿Qué Charlie? pregunté yo. "El de Flores para Algernon, no puede ser que no lo hayas leído", me contestaron.

Por supuesto no lo había leído. Uno de esos tuiteros tuvo la gentileza de envíarmelo en inglés porque en castellano está descatalogado. Gracias Dani. El día que llegó a mis manos, entré en el despacho de mi jefe y allí, encima de la mesa, había un ejemplar de Flores para Algernon en castellano. Ese es el ejemplar que he leído. Gracias jefe.

La historia que cuenta Flores para Algernon es un poquito de fantasía, unas gotitas de fantasía y un par o tres de toneladas de argumento de tv movie de sobremesa. Charlie, un hombre con un CI menor de 70 y problemas para relacionarse y sociales, un "retrasado" como se suele decir despectivamente, es seleccionado por un comité de científicos para un nuevo experimento; una operación que reactivará sus enzimas cerebrales permitiéndole aprender y convertirse en alguien "normal" si es que eso tiene algún sentido. Sobre esta premisa se construye la historia de Charlie, reconstruyendo su infancia, su adolescencia y su pasado. No voy a desvelar la trama que, por otro lado, es bastante obvia y que deja un poso de tristeza.

El mensaje obvio puede ser que la inteligencia no da la felicidad, pero yo me quedo con que aparentar lo que no somos en esencia puede funcionar durante un tiempo más o menos largo pero al final sólo acarrea infelicidad.

Y con esto y un bizcocho a por las lecturas de febrero.




jueves, 28 de enero de 2016

Ocho años de Cosas que (me) pasan

"¿Cuando seas vieja (con suerte) y estés en tu lecho de muerte y mires hacia atrás, ¿de qué estarás orgullosa?"

De Cosas que (me) pasan. 

No es perfecto, ni el mejor, ni es mundialmente famoso, ni es un prodigio de diseño, inteligencia, conocimiento o ingenio pero estoy completa y absurdamente orgullosa de él y de mí por escribirlo. 

Autotélico. 

Dícese de la actividad que no se realiza por la expectativa de un beneficio futuro porque la recompensa es el hecho mismo de realizarla. 

Cosas que (me) pasan es autotélico. Lo escribo con fascinación, con empeño, a duras penas, sufriendo, disfrutando. Riendo, llorando. Emocionándome. Muriéndome de pena y llorando de la risa. Pensando en cosas que ni siquiera sabía que existían y recordando otras que creía haber olvidado. Dejándome llevar por lo más frívolo y tonto o intentado decir algo con un mínimo de sentido y criterio. Descubriendo y descubriéndome. Con ingenio o sin él. Sintiendo con palabras. Analizando las cosas hasta descomponerlas en piezas. Montando ideas como si fueran un mueble de Ikea, se parece al folleto pero no es exactamente igual. Encajando las piezas o destrozando a golpes las ideas. Dejando un rastro escrito de mi vida por si acaso me pierdo.  Con ideas tontas, divertidas, estúpidas, inteligentes, nuevas, frívolas, profundas, absurdas. Haciendo con ellas lo que quiera: armarlas, desarmarlas, darles la vuelta, plancharlas, recoserlas, hacer una colcha, trocearlas, pegarlas, unirlas, separarlas, pintarlas de colores o en blanco y negro. 

Me sirve para conocer(me) y para querer(me). 

Escribir Cosas que (me) pasan es una recompensa en sí mismo pero, además, tengo la suerte inmensa de que una cantidad increíble de gente llegue hasta aquí y pierda minutos de su vida en leer lo que escribo. Gracias. A todos. 

Gracias por leer, por comentar, por haber llegado hasta aquí, por buscar si he actualizado, por compartir lo que escribo, por hacerme reír, por descubrirme cosas nuevas o hacer que me de cuenta de que no me he explicado bien o directamente lo he hecho fatal. Gracias por cabrearme y por hacer que me reafirme en mis días. Gracias por explicarme que me he equivocado. Gracias por apoyarme, preocuparos y reíros conmigo. 

No sé dónde estabais hace 8 años, sé dónde estaba yo y sé que he llegado hasta aquí gracias a Cosas que (me) pasan y todo lo que me ha dado, incluidos vosotros. 

Soy una chica con suerte. Celebrémoslo.