Mientras no tienes hijos, puedes opinar de todo sin tener ni puta idea, y fingir que sabes de algo cuando charlas. Al fin y al cabo la persona con la que hablas, la mayoría de las veces no te escucha, tiene una opinión tan idiota como la tuya de la que no piensa apearse, y además lo que tú le dices le entra por un oído y le sale por el otro.
Cuando tienes hijos preadolescentes la cosa cambia:
- Tú sabes de todo.
- Es imposible que no sepas de algo.
- Lo que les dices se queda grabado en su cerebro a fuego.
Ejemplo práctico. Cuando yo era pequeña y me dolían las piernas, se lo decía a mi madre, que por supuesto también tenía el superpoder médico, y ella contestaba: eso es que estás creciendo. Es una respuesta completamente imbécil pero qué cumple su sentido, te deja tranquilo y creyendo que creces. Jamás lo olvidé. El otro día se lo dije a M. porque se quejó y el ingeniero todavía va por la casa descojonándose.
Entre las cosas que enseñas hay varios grupos:
Las que molan. No sirven para nada, pero mola enseñarlas y ellos están deseosos de aprenderlas. Cosas como qué es un árbol de hoja caduca, cual es perenne, qué es una almena, las señales de tráfico, porqué el tío J. es de color chocolate, cómo funciona un motor (obsérvese que yo no enseño casi nada), cosas de esas. Este tipo de enseñanzas además, las aprenden a la primera. No hay que repetirlas y te sientes colmado de amor maternal cuando vas por la calle y dicen: es un pino de hoja perenne y piensas: ¡ qué lista es mi hija! O ¡ Papá, un mini Cooper! Estas cosas además, las aprenderían en el colegio y podrías declinar tamaña responsabilidad en los profesores: eso, pregúntaselo a Fulanita. Pero no, cómo molan..los padres queremos enseñarlas.
Las que no molan. Sirven para toda la vida. Ellos no entienden su importancia y tú la verdad es que tampoco, pero deben inoculártelas en el polvo concebidor, porque pones mucho empeño en que las aprendan.
Cuando tienes hijos preadolescentes la cosa cambia:
- Tú sabes de todo.
- Es imposible que no sepas de algo.
- Lo que les dices se queda grabado en su cerebro a fuego.
Ejemplo práctico. Cuando yo era pequeña y me dolían las piernas, se lo decía a mi madre, que por supuesto también tenía el superpoder médico, y ella contestaba: eso es que estás creciendo. Es una respuesta completamente imbécil pero qué cumple su sentido, te deja tranquilo y creyendo que creces. Jamás lo olvidé. El otro día se lo dije a M. porque se quejó y el ingeniero todavía va por la casa descojonándose.
Entre las cosas que enseñas hay varios grupos:
Las que molan. No sirven para nada, pero mola enseñarlas y ellos están deseosos de aprenderlas. Cosas como qué es un árbol de hoja caduca, cual es perenne, qué es una almena, las señales de tráfico, porqué el tío J. es de color chocolate, cómo funciona un motor (obsérvese que yo no enseño casi nada), cosas de esas. Este tipo de enseñanzas además, las aprenden a la primera. No hay que repetirlas y te sientes colmado de amor maternal cuando vas por la calle y dicen: es un pino de hoja perenne y piensas: ¡ qué lista es mi hija! O ¡ Papá, un mini Cooper! Estas cosas además, las aprenderían en el colegio y podrías declinar tamaña responsabilidad en los profesores: eso, pregúntaselo a Fulanita. Pero no, cómo molan..los padres queremos enseñarlas.
Las que no molan. Sirven para toda la vida. Ellos no entienden su importancia y tú la verdad es que tampoco, pero deben inoculártelas en el polvo concebidor, porque pones mucho empeño en que las aprendan.
No las enseñan en el cole, pero nos molaría que lo hicieran, pero te jodes porque es deber de los padres.
Hay que repetirlas n número de veces, siendo n un número que tiende mucho más allá de infinito.
Acaban con tu paciencia y además te hacen sentirte mala persona. Un asco, vamos.
Veamos unos sencillos ejemplos:
- Saludar. Los niños opinan que saludar a la gente es una pérdida de tiempo y que si no te caen bien porqué hay que decir nada. Tú compartes tan sabia opinión, pero como estás corrompido por la sociedad ( y por algo qué te paso en el polvo concebidor), tienes que meterles en la cabeza que hay que decir hola y adiós al portero por las mañanas, al vecino en el ascensor, al panadero cuando entras en la tienda..etc. Puede parecer fácil pero no lo es y te encontrarás repitiendo hasta la saciedad: ¿ queréis hacer el favor de decir hola que os lo he dicho mil veces?
- Dar las gracias y pedir por favor. ¿ Qué se diceeeeeeeeee?
- Sentarse bien en la mesa. Ellos creen que con tener una parte muy pequeña del culo apoyada en la mesa mientras cogen la cuchara con uno de los agujeros de la nariz es más que suficiente. Pasada la etapa en que aprenden a comer te pasas el día: siéntate bien, coge el tenedor, C. no sorbas la sopa, C. no tires la sopa, C. quieres hacer el favor de no comer con el camisón por la cabeza, C. no es gracioso que te peines con el tenedor. Agotador porque al día siguiente vuelves a empezar de cero.
- Baja la tapa.
- Tira de la cadena.
- ¿ te has lavado las manos?
Es muyyy frustrante.
Cada vez que se lo dices, te miran con cara de: te juro que no sé de qué me hablas.
Cuando gritas como un energúmeno algo tan lamentable y que creíste que nunca dirías como: ¿ cuantas veces tengo que decir qué…..? Se giran y te miran con cara de, “ es la primera noticia que tengo….”
Quieres asesinarlos.
Y si en ese momento viene algún incauto, y no miro a nadie, y dice: “niñas, mamá está perdiendo la paciencia”, te planteas en qué momento de tu vida decidiste qué esto era lo que querías.
En un tercer grupo están las cosas que no quieres enseñarles pero se te escapan. Como salir de copas y pasar a ser un vegetal, como puedes pasar en 2 nanosegundos de madre educada a camionera verdulera mientras conduces, y cosas así de educativas.
Ala, reproducíos y divertíos.
Hay que repetirlas n número de veces, siendo n un número que tiende mucho más allá de infinito.
Acaban con tu paciencia y además te hacen sentirte mala persona. Un asco, vamos.
Veamos unos sencillos ejemplos:
- Saludar. Los niños opinan que saludar a la gente es una pérdida de tiempo y que si no te caen bien porqué hay que decir nada. Tú compartes tan sabia opinión, pero como estás corrompido por la sociedad ( y por algo qué te paso en el polvo concebidor), tienes que meterles en la cabeza que hay que decir hola y adiós al portero por las mañanas, al vecino en el ascensor, al panadero cuando entras en la tienda..etc. Puede parecer fácil pero no lo es y te encontrarás repitiendo hasta la saciedad: ¿ queréis hacer el favor de decir hola que os lo he dicho mil veces?
- Dar las gracias y pedir por favor. ¿ Qué se diceeeeeeeeee?
- Sentarse bien en la mesa. Ellos creen que con tener una parte muy pequeña del culo apoyada en la mesa mientras cogen la cuchara con uno de los agujeros de la nariz es más que suficiente. Pasada la etapa en que aprenden a comer te pasas el día: siéntate bien, coge el tenedor, C. no sorbas la sopa, C. no tires la sopa, C. quieres hacer el favor de no comer con el camisón por la cabeza, C. no es gracioso que te peines con el tenedor. Agotador porque al día siguiente vuelves a empezar de cero.
- Baja la tapa.
- Tira de la cadena.
- ¿ te has lavado las manos?
Es muyyy frustrante.
Cada vez que se lo dices, te miran con cara de: te juro que no sé de qué me hablas.
Cuando gritas como un energúmeno algo tan lamentable y que creíste que nunca dirías como: ¿ cuantas veces tengo que decir qué…..? Se giran y te miran con cara de, “ es la primera noticia que tengo….”
Quieres asesinarlos.
Y si en ese momento viene algún incauto, y no miro a nadie, y dice: “niñas, mamá está perdiendo la paciencia”, te planteas en qué momento de tu vida decidiste qué esto era lo que querías.
En un tercer grupo están las cosas que no quieres enseñarles pero se te escapan. Como salir de copas y pasar a ser un vegetal, como puedes pasar en 2 nanosegundos de madre educada a camionera verdulera mientras conduces, y cosas así de educativas.
Ala, reproducíos y divertíos.