Pensé que agosto iba a ser un mes tranquilo. Teletrabajo, veraneo franquista, tardes tranquilas e incluso un par de escapadas por ahí en las que seguro que leía muchísimo y me ponía al día de lecturas pendientes. No hay nada como tener expectativas para darte de bruces con la realidad. Agosto ha sido agotador y muy poco tranquilo. He leído lo que he podido. No ha estado mal pero en vez de leer para relajarme y disfrutar del lento paso de las horas, he leído como si me aferrara a un salvavidas, he leído para mantenerme a flote.
Vamos a ello.
Nada más empezar el mes vislumbré que no iba a ser un mes fácil y al elegir mis lecturas para Cicely decidí que necesitaba algo que fuera "casa". Recorrí mis estanterías y me encontré con El temblor de la falsificación de Patricia Highsmith que había comprado en mayo en la Feria del Libro Antiguo. Pocas cosas más "casa" y más seguras que la Highsmith. Acerté de lleno. El temblor de la falsificación transcurre en Tunez, un escritor de novelas con cierto éxito es contratado por un amigo para escribir el guión de una pelícua que transcurre en el país norteafricano, para documentarse y empaparse del ambiente se instala en un hotel a esperar a que su amigo vuele a encontrarse con él. No sé si Patricia estuvo en Tunez alguna vez pero digamos que la descripción del país está un poquito contaminada de tópicos pero eso importa poco. En unas pocas páginas consigue, como siempre, meterte en la historia y, en este caso, en el tempo y el calor africano. Howard, el protagonista, hace lo que todos los personajes de la Highsmith, se pasea, almuerza, toma una copa, escribe cartas, se pasea, abre el correo, toma una copa, se pasea, duerme un poquito, cena y se toma mil quinientas copas. Por supuesto conoce y traba cierta amistad con gente rara, con personajes que hacen lo mismo que él (sobre todo lo de beber y cenar) y que también se ven poco a poco inmersos en el tempo africano. ¿Pasa algo más en la novela? Alguna cosa que no quiero destripar pero es que, además, da igual. Las novelas de Patricia Highsmith atrapan desde el principio, absorben al lector entre sus páginas haciéndole vivir en los ambientes que retrata y mano a mano con sus persojanes que casi nunca son admirables ni casi respetables pero con los que el lector se identifica aunque no quiera.
Cuando puse una foto de este libro en Instagram algunos lectores me dijeron que nunca habían leído a Patricia Highsmith. No me déis disgustos. Hay que leerla siempre, todo. Si queréis empezar con ella, coged Extraños en un tren o El talento de Mrs Ripley. De nada.
Los profesionales de Carlos Giménez fue el tebeo del mes. Me lo dejó A para leer en Cicely en las tardes de tormenta que nos pasamos escuchando la lluvia y leyendo tirados en el sofá. De Giménez ya leí, en primavera, Paracuellos que me gustó muchísimo. Aquí, pensándolo ahora, me doy cuenta de que el fondo del tebeo de la historietas es el mismo. En Paracuellos Giménez contaba su experiencia en las casas de acogida de niños en los años 50 junto con otra pandilla de chavales. Sus aventuras, sus miserias, sus ilusiones, sus trastadas, En Los Profesionales estamos en los años 60 y un grupo de dibujantes de tebeos trabajan de sol a sol en Barcelona. Pablo, el alter ego de Giménez, llega a la ciudad y al estudio y allí se encuentra con toda la pandilla que, como en Paracuellos, son personajes ficticios pero basados en los compañeros que Gimenez tuvo en esos años. Metes a diez hombres de edades variadas en un estudio a dedicarse a lo que más les gusta mientras cobran una miseria y fuman y beben y lo que tienes es, como en Paracuellos, un retrato de las aventuras, miserias, ilusiones, bromas y trastadas que llevaron a cabo. Gimenez tiene un talento especial para retratar a esos personajes y hacerlos entrañables, fáciles de querer y de entender. Siempre hay uno que es tu favorito, claro pero todos tienen un peso que los hace creíbles, verosímiles, ciertos. Es impresionante las putadas que se hacían unos a otros y el cariño inmenso que, disfrazado de bromas y "no te soporto", se tenían entre ellos. MI historieta favorita es una en la que uno de ellos se recorre Barcelona,bajo un aguacero impresionante, buscando trabajo en todas las editoriales de la ciudada. Es rechazado en todas, una tras otra, mientras sus compañeros que al principio se alegran de perderle de vista se van preocupando cada vez más sin querer reconocerlo. En esa historieta está todo el amor y la complejidad de su relación.
Un verano con Homero de Sylvain Tesson no sé cómo llego a mi estantería ni quien me lo recomendó ni donde lo compré. Es un misterio pero me pareció adecuado también para Cicely a pesar de que el mar pilla un poquito a desmano. Tampoco sabía quien era Sylvain Tesson, hasta que abrí el libro y vi la foto de la solapa pensaba que era una mujer. Es un hombre que solo tiene un año más que yo pero que en esa fotografía parece nacido en 1915 y amigo de Hemingway. Se define como "escritor y viajero" y tiene un programa de radio en Francia. De hecho, al comienzo del libro, explica que los textos que componen este volumen «son las transcripciones de su programa. Uno no se dirige a los oyentes como a los lectores. Hablar no es escribir. [...] espero que sepas perdonar los bandazos».
Pues regular Sylvain, porque la verdad es que hubiera estado bien que no fueras tan vaguete, o que tu editorial se lo hubiera currado un poquito más y los textos se hubieran reescrito para que se entendiera mejor, para que no fuera tan acelerado, para evitar las repeticiones de ideas y conceptos hasta agotarme.
La primera parte del libro es una especie de narración de la Iliada y la Odisea muy entretenida, trufada de reflexiones sobre como Homero y los conceptos que trata siguen vigentes en nuestra época. ¿Esto es cierto? Pues supongo que sí porque la traición, el amor, el hogar, la valentia, la fidelidad son conceptos universales pero yo no puedo evitar pensar que, a lo mejor, Homero penso: voy a escribir un par de historietas de aventuras, sin pensar en que se convertiría en una especie de autoridad moral para los siglos de los siglos en la civilización occidental. La segunda parte es una mera repitición de ideas que acabé leyendo en diagonal porque estaba aburriendo muchísimo. A pesar de estas carencias he doblado muchísimas esquinas.
«El mensaje de Homero para los tiempos presentes es: la civilización se da cuando uno tiene todo que perder; la barbarie, cuando uno tiene todo que ganar. Deberíamos acordamos de Homero cada mañana al leer el periódico».
Libro de familia de Galder Reguera me lo regaló mi hija María por mi cumpleaños y llevaba esperando en mi mesilla desde febrero. Galder nació en agosto de 1975, el día de Nochevieja de 1974 su madre llamó a Luis, su marido, para contarle que estaban embarazados de su segundo hijo. De camino a casa para la cena de fin de año, Luis se mató en un accidente de coche. Con esta primera escena del anuncio de la futura vida de Galder y el final muy traumático de la vida de su padre empieza Libro de familia que es una búsqueda por parte del autor de su padre. Quien fue, cómo murió, cómo fue su vida hasta ese momento, qué le gustaba, quienes eran sus amigos, cómo era su letra o qué música escuchaba. En esta búsqueda de la figura paterna Galder descubre quien es en realidad su madre porque al estudiar su historia la ve como Carmen, como una joven, no como una madre. Descubre también quién es él o mejor dicho porque es de una cierta manera y quien es y no es su familia.
Es un libro, además, que solo puedes escribir cuando tienes más de cuarenta años y tienes tus propios hijos, ese es el momento en el que eres capaz de entender a tus padres como personas independientemente de su faceta de progenitores y de valorar que tuvieron una vida con unos anhelos, unas inquietudes y unos intereses antes de convertirse en tus padres. Otra cosa que entiendes al tener hijos es que tus padres pueden tener unos horizontes vitales que van más allá de querer a sus hijos y que no haber visto todo esto antes se debe al egoismo sin límites que todos los hijos practicamos hasta que somos muy muy mayorcitos. (Y algunos no lo abandonan nunca)
A mi las historias de familias me gustan porque yo tengo una gran familia materna con un arraigo muy importante en Los Molinos, con casas que llevan generaciones entre nosotros y que peleamos por mantener. Galder dedica tiempo a hablar de una de esas casas, la de su familia en Haro y del dolor que siente cuando se pone a la venta.
«No puedo concebir que el mayor símbolo de mi familia sea susceptible de ser cambiado por dinero, que los hermanos de mi madre no hayan sido capaces de mantener aquello que los une, lo único que queda de todo lo que Aitite, su padre, había erigido a su alrederdor. Me duele pensar que cualquier persona que pague, que ponga dinero sobre la mesa, puede diponer a placer del hogar de mi familia. Es como prostituirse. Peor aún, prostituir no el cupor, sino la memoria, el pasado, lo que fuimos, nuestro común apellido».
Me identifico también con Galder en su cercanía con su familia materna y su total desconexión con su familia paterna que, tras la muerte de su padre, no tuvo ningún interés en ellos, ni en su madre ni en Galder y su hermano. Su madre, como la mía, disculpa siempre a esa familia rabiosa que te rechaza. Galder se enfada, para mi directamente no existen.
Es un libro entretenido porque se lee como se atiende a un buen cotilleo de una familia que conoces o de unos vecinos. «Y entonces, fulanita que era viuda conoció a uno que blablabla y no te vas a creer que pasó después porque antes, de jóvenes habian hecho blablablabla». Al final resulta un poquito repetitivo y demasiado yoista pero esto no es un reproche, las historias de hijos sobre padres son siempre yoistas porque no hay nada más personal que la intima relación, buena o mala, que tienes con las personas que te trajeron al mundo.
En mayo, Juan Tallón me regaló Mis amigos de Emmanuel Bove. Arriesgó mucho porque él no lo había leído, se lo habían recomendado en Tipos Infames. Podía haber salido muy mal pero ha salido muy bien. Emmanuel Bove publicó Mis amigos, su primera novela, en 1924 y fue recibida con gran éxito en Francia. Los críticos la adoraron, los lectores también, luego con la guerra y la muerte de Bove en 1945 cayó en el olvido hasta que en los años ochenta empezó a recuperarse.
Es una novelita estupenda compuesta por una serie de relatos que comparten un personaje, Vicent Baton, un veterano de la I Guerra Mundial que vive con una pensión por haber perdido una mano en combate. Baton está solo y no le gusta, quiere compañía, amigos, amor, sentirse apreciado, querido, quiere ser visto. Cada relato cuenta su relación con algún personaje que él ansía hacer su amigo y que, por una razón u otra, acaba marchándose. Baton es un personaje tierno, entrañable, irritante, exasperante y cansino a partes iguales. Bove cosntruye un Baton de carne y hueso con el que el lector pasa frío en su camastro, se emborracha en los bares, pasea por las calles de Paris y siente dudas sobre casi todo lo que hace o piensa. Bove consigue también con una prosa sencilla pero muy personal y eficaz crear imágenes que permiten al lector sentir los adoquines de las calles de Paris, oler el humo de las tabernas, el ruido de los cabarets y la luz de las farolas cuando, cada noche, Baton vuelve a casa eufórico y con grandes planes o apagado y torturado por una nueva decepción.
«Por la tarde, me paseé por un jardín. Como conozco los números romanos me entretenía en calcular la edad las estatuas. Una vez tras otra me decepcionaron: ninguna tenía más de cien años. El plvo no tardó en deslustrarme los zapatos. Los aros de los niños giraban sobre sí mismos antes de caer. En los bancos había personas sentadas, de espaldas unas a otras».
Me ha gustado muchísimo y lo recomiendo con entusiasmo. Corred a comprarlo.
Y con esto y el cambio de luz que anuncia que el final del verano, por fin, se acerca hasta los encadenados de septiembre.