martes, 15 de junio de 2021

La litera

Recuerdo vagamente la primera vez que me subí a la litera. Como siempre fui una niña repelente y muy obediente, descolgué la barandilla, la puse en posición de escalerita y trepé a la cama de arriba. Fue la primera y la única vez. (Los que no han dormido nunca en litera no lo saben pero por mucho que los fabricantes de literas creen escaleritas e ingeniosos elementos para subir a la de arriba, el usuario siempre encuentra un camino alternativo para trepar que no implica ninguna de las ideas pensadas por el equipo creativo.) Esa primera noche, estrenábamos litera y mesas de estudio y nuevos armarios y nos encantaba la tela de flores con la que habían entelado las paredes de la habitación. (Lo aviso aquí, el ciclo de la vida de la decoración es: pintura, papeles pintados, paredes enteladas y vuelta a pintura...por lo que veo en Instagram estamos a dos temporadas de lo de las telas porque los papeles están ahora en su apogeo). Nos creíamos, mi hermana y yo, muy mayores. Calculo que yo tendría unos ocho o nueve años y ella seis y ese movimiento de cuarto suponía el final de la existencia del cuarto conocido como la "leonera", un cuarto que teníamos solo para jugar donde podíamos construir cabañas que duraran semanas, montar teatrillos con todos los peluches, organizar ciudades de los clics atacadas por los madelman de mi hermano o utilizar las herramientas del banco de carpintero de juguete como si fuéramos carpinteros de verdad con el consiguiente enfado de mi madre. La leonera moría y nosotros tres dejábamos de dormir juntos: éramos mayores y necesitábamos mesas de estudio. 

Los siguientes veinte años los pasé trepando cada noche a la cama de arriba (sin usar la escalerita). Un pie en el tablón a los pies de la cama de abajo, otro en el cubre radiador y arriba. Algunos de esos años cuando me acostaba miraba un poster de Bruce Springsteen que había pegado al techo de la habitación. Durante todos esos años una estantería soportaba el peso de mis lecturas justo encima de mi cama. Varias veces no lo soportó y fui reprendida por "poner demasiados libros". ¿No ves que la estantería no aguanta tanto peso? me decían. No, no lo veía, ni se me había ocurrido. 

En esa litera he pasado unas cuantas resacas, grandes disgustos,  grandes lloros y grandes ilusiones (Nunca una noche de lujuría, para eso okupaba la cama de mi hermana). Las noches sin dormir antes de los Reyes, el día antes de mi cumpleaños, el día antes de empezar el cole. Las grandes vomitonas infantiles me las ahorré porque con todo mi morro, si me encontraba tan mal como para vomitar asomaba la cabeza por la barandilla y vomitaba hacia el suelo o hacia mi hermana. Nunca me lo ha perdonado. Durante todos esos años, según iba creciendo, pensaba: cuando pasé a BUP ya no podré dormir en la cama de arriba, cuando cumpla dieciocho ya no dormiré ahí, cuando esté en la Universidad seguro que ya no trepo por el radiador, cuando empiece a trabajar no podré dormir ahí. Imaginaba con antelación  esos hitos, a personas mayores que yo durmiendo en litera y era incapaz. Me parecía que no pegaba dormir en litera si tenías catorce o eras mayor de edad, o estabas en la carrera o ganabas un sueldo. Dormir en litera era de pequeños. Dormí en esa litera, trepé por ese radiador y  hasta los veintiocho años, hasta la víspera de mi boda. 

Después de casarme, la litera y yo nos separamos durante cinco años. Ella hizo su vida con mi hermana y yo me dediqué a las camas de dos por dos y luego a las cunas. Pasado ese tiempo nos volvimos a juntar, la desmontamos, la trajimos a nuestra casa para que la disfrutaran mis hijas. Durante los últimos quince años María ha dormido en la de arriba y Clara en la de abajo. Han dormido en ella como ceporros, han jugado a las cabañas, a los teatros, a lanzarse al suelo, han usado la escalerita una sola vez y han trepado. Por supuesto, también han vomitado en ella. 

Era una litera estupenda, una gran litera. No era un mamotreto de esos que en la tienda parecen monísimos y en tu casa parece que has aparcado un submarino en la habitación, ni tan pequeña que fuera ridícula. Tenía el tamaño perfecto, era la que hubiera elegido Ricitos de Oro. Permitía hacer la cama de arriba con comodidad sin tener que trepar y sentarte en la de abajo a leer cuentos o charlar sin darte con la cabeza con la de arriba. Era perfecta, no ha habido nunca una litera mejor. 

La litera que me ha acompañado durante cuarenta años  ha desaparecido de mi vida. La hemos desmontado y ha salido de nuestra casa para siempre. Su desaparición se debe a que en la guerra por tener un cuarto para cada una, mis hijas, finalmente, han ganado. Ha sido más que la Guerra de los Siete Años pero no hemos llegado a los Treinta aunque sin pandemia, puede que, nosotros hubiéramos aguantado más. Mis hijas se independizan la una de la otra y la litera ha sido el daño colateral.

En el cuarto de mis hijas ha quedado un hueco enorme, ahora la habitación parece muchísimo más grande. ¿Veis como no es un dormitorio pequeño? aprovecho para decirles. No les digo que además del hueco de la litera, yo veo el hueco que ha dejado su infancia. Mientras escribo este pequeño homenaje a esa litera, ellas montan su nueva cama. Ojalá las acompañe cuarenta años y no la vomiten mucho. 

jueves, 10 de junio de 2021

Adiós, Nan.

 

Adiós, Nán. 

Adiós, Nán. Adiós, maravilloso amigo. Adiós, recomendador de libros maravilloso y animador de todos mis intentos de escribir. Adiós a uno de los amigos más fieles, cariñosos y generosos que he tenido y tendré nunca. 

Hoy ha muerto Nán y escribo esto anestesiada, sintiéndome de corcho porque no puedo creerlo, porque me parece imposible que no vaya a estar al otro lado. Que no participe más en nuestro grupo  de whasap con Di, "La broma infinita",  comentado el día a día, compartiendo los éxitos de su hijo o alegrándose y emocionándose al ver crecer a las mías. 

No quiero decir que los amigos de las redes son como los amigos en la vida real porque para mí no hay distinción y me parece una estupidez. Los amigos llegan a tu vida por las redes, por el trabajo, por casualidad o en el gimnasio (no en mi caso, por supuesto). Nán llegó a la mía por Cosas que (me) pasan. Apareció en mi blog, leyó y comentó. Creo que es el mejor comentarista que he tenido nunca. No solo leía lo que yo escribía, también veía mi intención y lo que había dejado fuera. Era crítico cuando no le había gustado algo y el más entusiasta de los fans cuando algo le había impresionado. Para mí que Nan aprobara mis textos era un honor porque he conocido pocos lectores más atentos, más perspicaces y sobre todo, que traten con tanto cariño las palabras tanto al leerlas como al escribirlas. 

El primer correo que me envío es de 2010, casi lo más importante de mi vida ha pasado desde entonces y él  ha estado conmigo en todo momento. Tengo cientos y cientos de sus correos, siempre interesantes, siempre escritos llenos de generosidad y de cosas a compartir. He aprendido tanto, tantísimo con él. Nos hemos contado nuestra vida, nuestros secretos. Me llevó de la mano durante la depresión compartiendo conmigo como se había sentido él cuando atravesó la suya. Fue uno de los primeros lectores de Los días iguales y su sonrisa el día que presenté Una madre sin superpoderes era aún más grande que la mía. Durante un tiempo fue también el corrector de mis posts, yo se los mandaba y él me los devolvía corregidos y enseñándome a puntuar y demás. Si algo he mejorado es gracias a él. Se sentía orgulloso de mí y esa sensación me encantaba. 

Nán era el mejor amigo,  no le gustaba salir de su área de confort, de su Malasaña querido. Lo más lejos que quedamos nunca de su casa fue en el Retiro pero le encantaba que Di y yo le pasáramos fotos de nuestras vacaciones lejanas, con nuestras hijas en playas, ciudades o pueblos que él ni se planteaba conocer. Por él viajaba Lola, su mujer, su gran amor y la mejor compañera. Por él viajaba Luis, su hijo, del que siempre hablaba con un orgullo que le brotaba en las palabras, en los ojos, por la piel. 

"Inspiras una gran confianza. Si alguna vez lo necesito, gritaré ¡Moli!" me escribió hace muchos años. 

¡Nán! 

Adiós, Nán. Ya nadie me llamará Molinillos. Nos dejas huérfanos. 

lunes, 7 de junio de 2021

Lecturas encadenadas. Mayo


Este mes voy tarde con este post porque junio ha entrado atropellando y empujando y me ha costado encontrar el momento, el lugar y la conexión para escribir sobre las lecturas de mayo. Ahora mismo, sin mirar mi cuaderno, no sé si he leído mucho o poco, si me ha gustado o no… a lo mejor es por la primavera, por estar ya en edad de que me vacunen o porque estoy perdiendo memoria. 


Al lío.


Jazz de Toni Morrison, sacado de la biblioteca de mi barrio, ha sido mi segundo acercamiento a la autora americana y otro acierto. Me gustó muchísimo. Morrison es una de esas escritoras que, cuando las lees, te hace pensar en cómo tienes el valor de encadenar tres frases seguidas por escrito. Cada frase, cada giro temporal, cada expresión me hace preguntarme ¿cómo funciona su cabeza para llegar a esto? Y ¿por qué la mía no funciona igual? Jazz es una novela que transcurre en Nueva York en los años veinte pero también en otros mil lugares y momentos. El manejo de Morrison del punto de vista es impresionante, el salto de narrador omnisciente al narrador situado en los personajes, los saltos hacia delante y hacia detrás, conectando acontecimientos del pasado, el presente y el futuro a través de los anhelos, ideas y sufrimientos que se repiten. El anhelo de felicidad, la búsqueda de las raíces, el deseo de ser amado, de compañía. Por supuesto, en la novela, tiene un papel fundamental la exploración del lugar que ocupan las mujeres negras en la sociedad americana, como se perciben a sí mismas y como se relacionan entre ellas y con los hombres. 


Es una novela de escritura compleja pero que no puedes dejar de leer. El acontecimiento del que surge la trama se cuenta en la primera página y de ahí se expande al pasado y al futuro en busca de su origen y su resultado. Las páginas finales son un espectáculo. 


Hay que leer a Toni Morrison. 

«Todos necesitamos muchos periódicos: para desplegar un par de hojas y pelar patatas encima, para atender a las necesidades del cuarto de baño, para envolver basura. Pero no como Alice Manfred. Ella debía leerlos y releerlos varias veces, pues, si no, ¿para qué los guardaba? Y si resulta que leía algo en el periódico un par de veces sabía demasiado poco sobre demasiadas cosas. Si tienes secretos que guardar, si pretendes deducir cuáles son los que tienen otras personas, un periódico puede trastornarte la mente.»


Hamnet de Maggie O´Farrell fue una de mis compras en La Lumbre por el Día del Libro. De esta novela había visto todo tipo de loas, halagos, fanfarrias y demás así que me daba un poco de miedo pero me tiré a la piscina. De O´Farrell leí hace años La primera mano que sostuvo la mía que a todo el mundo le enloqueció y a mí me dejó bastante fría y de la que apenas recuerdo nada.  Hamnet me ha gustado mucho y además sé que no se me olvidará. La historia que cuenta O´Farrell se sitúa en el siglo XVI en el pueblo de Shakespeare, la protagonista es Agnes, una madre, la mujer del escritor que, por supuesto, es una mujer misteriosa dotada de un poder casi de hechicera. Lo mejor que consigue O´Farrell es la creación del ambiente de un pequeño pueblo inglés, con un lenguaje casi cinematográfico (me apuesto una mano a que ya hay ofertas por los derechos audiovisuales). O´ Farrell realiza una magistral descripción del luto, de la locura, de la incongruencia existencial a la que nos enfrenta la muerte.


Es una novela entretenida y recomendable para cualquier tipo de lector perfecta para la tumbona y las vacaciones. 

«Con qué facilidad, piensa Agnes mientras recoge platos, nos pasan desapercibidos el sufrimiento y la angustia de una persona si esa persona guarda silencio, si se lo guarda todo para si, como una botella con un tapón muy ajustado; la presión aumenta en el interior hasta que…¿qué? Agnes no lo sabe.»


Uno de los tebeos del mes ha sido Trazo de tiza de Miguelanxo Prado. Una historieta de dibujo precioso con una delicadeza impresionante y una historia circular con un toque misterioso que te va envolviendo según vas leyendo y se queda contigo al cerrar el tebeo y recordarlo días después. Es un poco Lost y un poco Lady Halcón, ahí lo dejo. 


La nariz de Cleopatra de Judith Thurman. Este libro llevaba años en mi lista después de que Bárbara Ayuso me lo recomendara tras leer una entrevista que hizo a Thurman en Mallorca (la entrevista es de obligada lectura). El libro recoge veintiséis artículos del New Yorker que tratan fundamentalmente sobre moda, diseñadores o tienen a mujeres como protagonistas como Jacqueline Kennedy, Madame Pompadour, Maria Antonieta o Yasmina Reza. Hay también un par de ensayos sobre artistas. 


Thurman escribe muy bien con esa erudición, amenidad e ingenio tan propias del estilo New Yorker y que a mí me gusta tanto. He disfrutado mucho de las historietas especialmente las dedicadas a personajes de los que no conocía más que el nombre como Balenciaga, Schiaparelli o Yves Saint Laurent.


Es un libro interesante que recomiendo para leer a traguitos, degustando cada historia y buscando las fotos en internet para comprenderlo todo. Thurman tiene, además, mucha mala leche y mucha ironía así que, en muchas ocasiones, no deja títere con cabeza. En el perfil de Jacqueline Kennedy, a la que conoció en su propia casa cuando la ex primera dama la invitó a cenar explica con gran agudeza lo que es el carisma en los personajes públicos:

«Y cuando la figura carismática es o parece ser sincera en su muestra de respeto hacia los que están por debajo de ella en la jerarquía, lo cual es bastante inusual, despierta en los destinatarios de su benevolencia una gratitud que excede con creced el verdadero alcance de sus buenas acciones. La afabilidad con los inferiores se interpreta como una comunión y esa es la esencia del carisma, su truco mágico: que humilla y exalta a la vez.»


Terminé el mes con otro tebeo, Asterios Polyp de David Mazzucchelli, que me dejó que ni fu ni fa. El estilo de dibujo es muy chulo, el uso de las dos tintas, la historia del destino que podía ser diferente pero a mí no me ha gustado. Me he quedado ¿y? Si lo encontráis en la biblioteca de vuestro barrio echadle un vistazo pero no creo que merezca la pena comprarlo. 

En fin, tarde y un poco a destiempo aquí os dejo los encadenados de mayo. Y con esto y el calor asqueroso llegando a nuestras vidas, hasta los encadenados de junio. 



miércoles, 2 de junio de 2021

La casa y la perspectiva


Cinta Vidal
Ahora que hay una palabra para casi todo, una definición para cualquier cosa que nos pasa y una palabra en inglés para todas las majaderías que quieren vendernos, yo soy una persona caracol. Vivo con mi casa a cuestas. En mi caso lo que acarreo, cada fin de mes a mis espaldas, es mi ordenador, mis medicinas, el jersey favorito de esos días y, por un miedo ridículo a no tener lectura, dos o tres libros y seis o siete New Yorkers. Ah, y dos tinteros y tres plumas. 

Un mes soy madre y otro soy hija. Un mes cocino y otro me siento a la mesa. Mis hijas no me llaman, yo no llamo a mi madre. Yo llamo a mis hijas, mi madre me llama a mí. Todas nos llamamos cuando necesitamos algo y nos desesperamos porque las demás no nos cogen el teléfono. Un mes organizo y reordeno y hago mejoras, otro sigo órdenes y contesto con un "me parece estupendo" a las sugerencias. Un mes ceno yogur y queso y otro a las nueve me siento a la mesa sin saber a que hora terminará la sobremesa. Un mes veo series con mi madre, otro mes con mis hijas. Un mes paso mucho tiempo sola porque mis hijas tienen planes y otro soy yo la de los planes y es mi madre la que disfruta la soledad. Un mes escucho "voy" y otro soy yo la que contesta "voy" cuando no tengo intención de moverme, por lo menos, hasta la segunda o tercera llamada impaciente. Las tres me sacan de quicio y y yo las exaspero a todas. "No seas pesada" vuela en todas nuestras conversaciones. 

Ser hija y ser madre a la vez no es nada exclusivo y especial, nos pasa a muchos. En mi caso, el cambio mensual me provoca un reseteo completo en la cabeza. No en lo esencial ni en lo importante pero, igual que al subir o bajar una escalera, al cruzar una calle o al mirar hacia atrás la perspectiva cambia, mi vida de caracol me obliga a ver las cosas de forma diferente o, mejor dicho, a verlas. Veo a mi madre envejecer, veo a mis hijas hacerse mayores. Disfruto del placer de saberme más paciente para comprender a mi madre y de la satisfacción de disfrutar de mis hijas con tranquilidad y asombro. Ninguna de las tres cambia radicalmente de mes en mes, ni siquiera de semana en semana, pero mi cambio de posición descubre en ellas cosas nuevas, detalles minúsculos inapreciables en el día a día. 

Mi amiga Rosa tiene la teoría de que para disfrutar de las pequeñas cosas, de la rutina de la vida diaria, de las calles que estás harta de ver, hay que "pensar en guiri". Intentar mirarlo todo como si no fuera tu vida, como si no fuera a ser para siempre, como si el tiempo en el que fueras a disfrutarlo estuviera fijado por una reserva de avión. Mi vida de caracol es una versión del "piensa en guiri", cada cambio de mes, cojo mis bártulos y me marcho. Siempre siento nostalgia por dejar a quien he sido ese mes y pereza por enfrentarme a quién seré el mes siguiente, pero según pongo el pie en mi casa de ese mes, lo contemplo todo como si fuera nueva, con una ilusión absurda pero bastante motivadora. 

Más pronto que tarde dejaré de ser caracol, serán  ellas las que se moverán y seré yo la que las reciba. Mi perspectiva volverá a cambiar, se volverá estable, un punto fijo del que no moverme. Espero aprender a pensar en guiri cuando ellas vuelen y mi madre se convierta en una vecina y dejemos de ser Sofia y Dorothy de Las chicas de oro.