viernes, 19 de marzo de 2021

Aunque nadie diga nada

                                    Inbar Luisa Algazi
«Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo caléndulas". Me encanta esta frase, "aunque nadie diga nada». Me gustan los libros que empiezan con una frase sencilla que, sin embargo, sé que no olvidaré. Una frase que apunto en mi cuaderno y que quizá me sirva para empezar un post que no va sobre nada. Me gusta la vista de Siete Picos que se alcanza justo al llegar al cambio de rasante en la carretera de Los Molinos, cuando llego allí, ver los Picos al fondo hace que todo sea casa y barre cualquier desasosiego que tenga. Unas veces los picos están increíblemente cerca, casi parece que van a desplomarse sobre el pueblo. Otras veces se difuminan en la bruma del verano y parecen lejanísimos pero allí están, justo en el cambio de rasante. El viento del norte suena distinto y huele diferente, anuncia el invierno o un parón en esa prisa que la primavera siempre tiene por llegar, como si luego no fuera eterna, absurda y previsible y, para mí, prescindible. La luz de septiembre y el reflejo de la luz de marzo en las cortinas de mi cuarto cuando me despierto de la siesta. Por supuesto, la siesta calmada sin nadie que me hable al despertar. El desayuno en silencio. La vela de Zarahome que huele a bergamota. Las nubes y las fresas y los cuadernos. Los buzones que se abren con llave pero en los que me cabe la mano para sacar el correo sin abrirlos. Conocer a mi cartero, me hace sentirme en Cicely. Tener calcetines que llevan conmigo veinte años. Los pies pequeños y las manos de mi hija Clara. El chocolate blanco del Lidl que tiene algo de bourbon, algo de vainilla y seguro que droga. Mis mancuernas de dos kilos. Los libros desordenados. Los mensajes de María Jesús. Salir de Madrid dejando la ciudad a mi espalda y sintiendo que escapo. Refugiarme en mi casa de Madrid con un suspiro nada más cruzar la entrada del portal. Saber que no tengo que salir de casa en dos días o más. Los dibujos de Ximena Maier y la lista de música que Marta Fernández ha hecho para acompañar el lanzamiento de su nuevo libro: No te enamores de cobardes. (A buenas horas, Marta). Mi hija María con su capucha con orejas. Mi libreta amarilla de páginas rayadas que al abrirla me lleva automáticamente a creerme Tom Cruise haciendo de abogado en Todos los hombres buenos. (O eran ¿algunos?) Las rayas de colores y las mantas suaves. Creerme un poco Cayo porque sé por el sonido del viento y la dirección de las nubes el tiempo que va a hacer en Los Molinos. La distribución de los cuadros y las fotos en la pared de mi cuarto. Que última hora ya no signifique nada, quita mucha presión a la necesidad de seguir las noticias. Abrir las cortinas del salón por la mañana y las cafeteras italianas. Isa Calderón y Lucia Litjmaier. Las patatas La Montaña y el yogur griego del mercadona. Los stickers de Pocoyo, las preguntas de Juan y que mi sobrino pelirrojo me llame a contarme los chistes que ha encontrado en Asterix El Galo. Los cuadros de Amalia Avia y la revista Slightly Fox. El acento escocés y el mes de octubre. Las frases bomba de mi hija Clara y que Juan me tenga por su Alexa. El teletrabajo, el silencio, los pistachos. Cenar huevo duro con guisantes. Esta frase de Bolaño «Era bastante sincero pero de esa sinceridad que tú no sabes si sentirte ofendida o halagada.»  Tener Cosas que (me) pasan para, de vez en cuando, hacer listas de cosas que me gustan y me hacen feliz y  no tener que dar explicaciones.  


miércoles, 10 de marzo de 2021

Como polvo en el viento: un deslumbrante tostón


Resumen del contenido de este post por si no queréis leer casi dos mil palabras: no leáis Como polvo en el viento. 

Desarrollo de mi consejo: 

2021 se está revelando como un año de lecturas malas, regulares o mal escogidas. Algo así como cuando todos los tíos que te gustaban resultaban ser al final un fiasco, idiotas o simplemente aburridos. Pues así voy, en el caso de este último desastre literario, el tío, perdón, el libro en cuestión me apetecía muchísimo, lo compré con todo el cariño del mundo y lo reservé para empezarlo con ganas, con expectativas, dispuesta a rendirme a él porque con Padura ya había tenido otra cita, en El hombre que amaba a los perros, que me había gustado muchísimo. Era un buen plan seguro. 

Pues no. Siguiendo con el símil, El hombre que amaba a los perros había sido una primera cita en el restaurante, con gran conversación, buena compañía y un buen vino que terminó con la promesa de ser mejor la segunda vez y Como polvo en el viento, a pesar de su prometedor título, ha sido como una segunda cita en la que vas a casa del tío, la tiene llena de mierda, con las persianas bajadas, te habla de su ex y encima es eyaculador precoz. No ves el momento de marcharte pero no quieres ser maleducada y te quedas hasta la mañana siguiente, hasta que llegas a la última palabra de la página seiscientos sesenta y cinco. 

El gran gramatizador automático es un cuento de Roal Dahl en el que el protagonista, desesperado porque no consigue vender ningún relato, inventa una máquina que escribe los relatos.  

«Con mi máquina, gracias a un coordinador adaptado entre la sección de "memoria de argumentos" y la de "memoria de palabras", puede producir cualquier tipo de relato que quiera, simplemente apretando el botón correspondiente. [...] Los argumentos los introducimos nosotros. No hay ningún problema. En esta carpeta de la izquierda hay unos doscientos o trescientos argumentos.»

Sospecho que Padura ha usado esa máquina y además para no andarse con chiquitas, ni quedarse a medias, al pulsar las teclas dijo: «Dale, que en esta novela salgan los trescientos argumentos». Y ahí están, todos, absolutamente todos. 

¿Exilio cubano? Check. ¿Pandilla de amiguísimos que se jode por algo misteriosísimo que al lector le importa un pepino? Check. ¿Mujer misteriosa con secretitos? Check. ¿Gays? Check. ¿Lesbianas puede que si, puede que no, y luego definitivamente sí? Check. ¿Hijas que descubren que su padre no es su padre y su madre no es su madre? Check. ¿Exmaridos? Check. ¿Hambre y buscarte la vida? Check. ¿Palizas? Check ¿España? Check. ¿Estados Unidos? Check. ¿Francia? Check. ¿Italia? Check. ¿Drogas? Check. ¿Alcohólicos? Check. ¿Alcohólicos que se rehabilitan? Check. ¿Hombres estériles? Check. ¿Folladores con grandes pollas? Check.  ¿Asesinatos? Check. ¿Infidelidades? Check. ¿Casualidades cósmicas de las que aparecían en las novelas rosas de los años cuarenta cuando la hija de la cocinera era en realidad la heredera de un imperio? Check. ¿Cubano que llega a España y se vuelve catalanista independiente? Check. ¿Madre puta? Check. ¿Padre poderoso que acaba traficando con droga? Check. ¿Amiga buenísima, buenísima, buenísima a la que todos quieren? Check. ¿Vieja sabia que cambia la vida de alguien? Check.  ¿El Retiro? Check. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, hay muchísimos más argumentos en la máquina de Padura y los ha metido todos en la novela, no se ha dejado ni uno. Ha decidido ser ambicioso y vago. Lo más difícil de escribir no es, como mucha gente cree, ponerte a inventar una historia y escribirla entera en un cuaderno. Lo más difícil es que la historia tenga sentido, que conmueva, que interese. Lo más complicado es deshacerse de lo superfluo, de lo que no encaja, de lo que da vergüenza ajena, de lo que chirría. Uno se enamora de lo que escribe y cuesta mucho borrarlo pero hay que hacerlo. Padura y sus editores han decidido que lo de borrar era innecesario, que si la máquina era tan buena, lo que escupiera estaría bien. 

Y no lo está. Esta es una novela en la que efectivamente pasan muchísimas cosas, doscientas o trescientas, todo el tiempo. Es una novela en la que los personajes van, vienen, piensan, hablan, se encuentran, se van, viajan, vuelven, se pelean, cuentan mentiras, piensan en las mentiras, las discuten, preparan comida, follan, huyen, se encuentran, descubren, hacen fiestas, son infieles, cambian de pareja...muchas cosas pero ninguna te interesa. Esta novela es muy aburrida, aburridísima. No voy a contar la trama porque me entra sueño y se me cierran los ojos del sopor de intentar recordarla. En la página treinta ya te das cuenta de que nada de lo que Padura te está contando te interesa. Ningún personaje tiene enjundia, son todos clichés con su papel dentro de la pandilla y la continua sucesión de cosas pasando te va resbalado por la vista porque nada de te interesa. El supuesto misterio de la novela sobre la que en teoría gira la tensión narrativa es menos interesante que verte crecer las uñas. TE ABURRES y eso es imperdonable en una novela en la que pasan cosas (doscientas o trescientas cosas). 

Además de que la novela es un tostón infumable que se lee igual que si estuvieras viendo un maratón de pelis alemanes de mediodía con mucha resaca, (en mi caso llegué al final para poder escribir esto) Padura, que es un grandísimo escritor, capaz de retratar la vida en Cuba con muchísima viveza y de manejar el tiempo narrativo con mucha maestría, en esta novela deja que la máquina escriba algunos párrafos que son una cumbre de la vergüenza ajena. 

«Ella era como el águila que, en función de su lugar en el orden natural, vio bajar hasta el agua y salir volando con un enorme salmón entre sus garras. ¿O ella era el salmón atrapado? ¿la afectaba el potente sortilegio del lugar? ¿Su madre también habría sido beneficiaria de ese sentimiento en el rincón apacible del mundo que consideró su paraíso encontrado y donde resultaba tan fácil caer en tales trances de comunicación con la naturaleza y lo eterno? ¿Qué le había pasado a Elis Correa, cuales eran sus pena, cargas y culpas, el infierno personal del cual llevaba veintiséis años huyendo, procurando liberarse?»

La "ella" que está siendo tan cursi que su lado Blancanieves es un camionero de Idaho, es Adela que por historias que nos importan un pepino ha descubierto que su misteriosa madre, Loreta*, en realidad se llama Elisa y se ha ido a buscarla a ese "paraíso encontrado" que es un rancho de caballos en Tacoma. 

Elisa-Loreta estaba allí en Tacoma cuidando caballos (¿Mujer que susurra a los caballos? Check) y allí, resulta que a sus más de cincuenta años descubre o le apetece probar sus inclinaciones lésbicas. Chapó por Elisa-Loreta pero claro, Padura lo cuenta mal. 

«En la intimidad, desnudas sobre el elegante lecho inglés king size del aposento de Miss Miller, las dos mujeres se sintieron plenas y activas, compartieron cigarros de marihuana, se excitaron con películas porno, experimentaron con penes de goma en consistente erección, se lubricaron con mantequilla, aceite de oliva griego, escupitajos y hasta se untaron mermeladas que se lamían. Ambas se confesaron que jamás habían tenido tan intensos orgasmos ni explorado estrategias tan radicales y reconocieron que los hombres de sus vidas quizás habían sido potentes, fuertes, resistentes, pero poco creativos, hombres, al fin y al cabo.»

Dejando de lado que si este párrafo lo mando yo a una editorial me lo devuelven diciendo "aprende a escribir", lo siento por Padura y su máquina pero lo que él cuenta como "estrategias radicales" tiene pinta de ser de primero de relaciones sexuales de cualquier tipo salvo quizás lo del aceite de oliva griego. Por otro lado yo hubiera dicho "lubricarse con saliva" y no con escupitajos que tiene otra connotación y, por último,  Padura, los penes de plástico para jugar en la cama siempre están en consistente erección. Si no lo estuvieran serían globos o pollas, perdón, penes normales. 

Elisa, ante de este festival lésbico, había estado casada con Bruno quince años y antes de eso con Bernardo otros tantos y ahí, mientras estaba casada con él, se quedó embarazada pero no de él (recordad el check en hombre estéril). El bombo le vino de un par de polvos con un amigo, Héctor, con el que usó condón. Ella piensa ¿Cómo puede ser? ¿Héctor pincho los condones o serían condones soviéticos y ya sabemos que los rusos hacen las cosas regulinchis? Pero no, entonces recuerda que después de los polvos con condón, se fue desnuda a ponerle la comida al gato, se agachó, puso el culo en pompa y: 

«Horacio se acercaba a ella por la retaguardia, la tomaba con firmeza por las caderas y, empuñando su miembro todavía endurecido o vuelto a endurecer, delicada pero insistentemente le recorría con el glande cobrizo el perineo húmedo -quita que estoy sucia, había dicho ella; quiero más, reclamaba él, dale a bañarte, insistió ella sonriendo-, en un movimiento deslizante que iba y volvía del ano a la vulva...Un pene descubierto, de cuya uretra podría haberse escurrido una gota remanente de semen, que por un enorme capricho biológico, al ritmo in crescendo del Bolero de Ravel, había iniciado el largo viaje hacia el inicio de una nueva vida. ¿Era posible?»

¿Semen al ritmo del Bolero de Ravel avanzando por la vagina? Claro que sí, Padura...y cuando se encuentra con el óvulo dice: PAMPLONA. 

Según avanza la novela, mejor dicho, según pasan páginas y más páginas parece que el gran gramatizador se aburre y empieza a estar más lujurioso y sin control. Cositas como "En las playas como las de Segur de Calafell la potencia del sol y la plenitud del verano difuminan las inhibiciones y sacan al aire las tetas de las mujeres, desde jovencitas con senos turgentes y puntiagudos hasta ancianas con bolsas pendientes, con pezones como teteras mustias»

Pezones como teteras mustias. Sin comentarios, Padura. 

O esta joya:

«Su iniciación se habrá concretado con una novia, de igual edad, y con la aceleración en el aprendizaje aportado por la hermana mayor de esa novia, una contundente trigueña de dieciocho años que se templaba hasta los pepinos, por delante y por detrás, como le demostró un día al adolescente (y luego se comía esos mismos pepinos, lavados con esmero y rociándolos con sal, pues en Cuba no estaban como para botar comida)»

Meses fregando la comida con lejía para que luego llegue Padura y te cuente que te puedes comer los pepinos que te has metido por el culo si los lavas bien. 

Ninguno de estos párrafos me produce asco (lo de los pepinos un poco) o me escandaliza, lo que me provocan es muchísima vergüenza ajena, porque están mal escritos, porque no transmiten ninguna emoción, porque son propios de una malísima novela pseudoerótica pensada para alimentar pensamientos lujuriosos abocados a la masturbación. ¿Estoy en contra de esas novelas? No,  pero, Padura, ¿qué es esto? ¿Qué despropósito de novela has escrito? ¿Por qué nadie te ha dicho que le sobran doscientas cincuenta páginas? ¿Qué le dieras una vuelta? Que, quizás, sería buena idea quitar algún topicazo, que pasaran menos cosas pero más interesantes. ¿Por qué nadie te dijo que Como polvo en el viento es aburridísima? Que es mala, que no necesitabas publicarla. 

Padura, qué decepción pero mándame un pin porque he aguantado el deslumbrante tostón hasta el final. 

*Yo leo Loreta y pienso en los Monty Phyton y en "quiero tener útero" y la verdad es que un giro en el que Loreta hubiera sido un hombre con útero, creado a partir de un ser llegado de Raticulín me hubiera interesado más que cualquier otra cosa pero Padura capó los argumentos de ciencia ficción, por lo visto. No se atrevió.  

jueves, 4 de marzo de 2021

Y tenía que llegar: mi primer directo en Instagram


Un día de mayo de 2014 tras una noche de terror llena de ataques de ansiedad e insomnio llegué a trabajar sin parar de llorar. Me senté en mi sitio, lloré y lloré y lloré queriendo morirme y sin que me importaran las miradas de preocupación de mis compañeros. Cuando creí que me ahogaba, llamé a Mónica y entre hipidos le dije: 

—No sé que me pasa, estoy muy triste.

—No estás triste. Esto es mucho más. Llama a tu centro de salud y vete ahora mismo al médico. Cuéntale que te pasa y luego hablamos.

Hablamos ese día y muchos más en mis días iguales.  Hablamos muchísimo, mis hijas la llaman "Mónica que hace el tonto" porque cuando eran pequeñas y venía a vernos, según le abría la puerta, se ponía a correr persiguiéndolas por toda la casa y llevándolas a un estado de excitación incompatible con acostarlas durante las siguientes tres horas. Ella, por entonces, no tenía hijos pero esperé un tiempo prudencial y, ahora, cuando veo a sus hijos no corro detrás de ellos pero les dejo comer patatas, tirarse a lo bruto en la piscina y correr medio enloquecidos por el jardín.   

En octubre la volví a llamar llorando desde el coche y me dijo: ven a casa. Nos sentamos en un sofá a hablar, me abrazó y  me dijo: hemos vuelto a los días iguales, al  médico, a las pastillas y a terapia pero, no te preocupes, esta vez va a ser mejor.  

Mónica siempre está ahí para mí y el sábado voy a hacer con ella mi primer directo ¡chispas! para hablar de depresión y de como viene contarlo e ir al médico y sentirte comprendida. Hablaremos de muchas cosas más y seguro que nos reímos y a lo mejor lloramos. 

Los directos de instagram son el mal pero... por si os apetece.  

lunes, 1 de marzo de 2021

Lecturas encadenadas. Febrero


Me siento a escribir este post y tengo la sensación de que no estoy escogiendo bien las lecturas, que los libros que elijo leer o que llegan a mis manos, las recomendaciones que sigo, las novela que compro no están siendo todo lo satisfactorias que deberían. Vuelvo a mi cuaderno, repaso lo que escribí al terminar cada uno de los libros y veo que no están tan mal pero no me puedo quitar la sensación de fracaso lector. No me había pasado nunca. ¿Es por mi culpa? Un amigo me dice que soy demasiado crítica. ¿Es el momento? A lo mejor, en este momento de desasosiego permanente,  le estoy pidiendo demasiado a la lectura, a los libros; como esa gente que le pide a su pareja que le solucione la vida, que aguante todo, que cargue con todas sus penas. ¿Estoy eligiendo mal? No sé pero espero que el año remonte, por lo menos en cuanto a lecturas. 

El infinito es viajar de Claudio Magris esperaba en mi estantería desde mayo de 2019, cuando lo compré en la Cuesta Moyano. Casi dos años viéndolo y pensando que ganas tenía de que llegara el momento de sumergirme en el ritmo de viaje de Magris, erudito, tranquilo y pausado. En su día (madre mía, hace seis años), leí El Danubio  y me apetecía volver ahí, a un lugar tranquilo. Fracaso. Lo dejé a la mitad aburrida, hastiada, completamente desinteresada por lo que Magris cuenta de sus viajes por Europa entre los 80 y los primeros dos mil. Creo que hay dos tipos de libros de viajes: los que envejecen bien y los que se quedan totalmente desfasados, los que se enrancian.. Del primer tipo se me ocurren por ejemplo, Viajes con Charlie de Steinbeck o la travesía europea de Patrick Leigh Fermor. Con olor a naftalina estaría este de Magris o algunos de los artículos de viajes de Delibes que leí el año pasado. 

A pesar de esto, Magris siempre es Magris. 

«Casi siempre se tienen demasiadas razones para esperar que nuestra existencia pase lo más rápidamente posible, que el presente se convierta lo más deprisa posible en futuro, que el mañana llegue cuanto antes, porque se espera con ansia el diagnóstico del médico, el comienzo de las vacaciones, la ultimación de un libro, el resultado de una actividad o una iniciativa, y así se vivía no por vivir, sino para haber vivido ya, para estar más cerca de la muerte, para morir.» 

Cuando un sábado por la tarde dejé a Magris de lado porque me moría de aburrimiento y miré a mi alrededor, pensé: ¿Qué puedo hacer ahora? Y me fui a comprar libros. ¿Los necesitaba? No ¿No tenía nada pendiente de leer por casa? Tengo muchísimos pero el cuerpo me pedía droga fresca, así que me fui a La lumbre y me compré tres libros, los tres de autoras aunque eso no lo pensé hasta que llegue a casa. Sánchez de Esther García Llovet fue el primero que escogí. A García Llovet me la había recomendado Juan Tallón y yo no sabía quién era, ni qué escribía (jamás leo las contraportadas) así que me adentré en esta breve novela totalmente a ciegas. 

Las ciento treinta páginas de Sánchez se leen en un suspiro y se viven como una película. Nada más empezar te sientes dentro de una película, una que se parece a Jo que noche de Scorsese pero ambientada en la noche madrileña, con un toque de cine quinqui. Hay coches, hay búsquedas de personajes en bares y lugares reconocibles de la noche de Madrid, hay personajes propios de la noche que podrían resultar increíbles pero que García Llovet consigue retratar de una manera totalmente creíble, hay mentiras y medias verdades, y futuros llenos de cuentos de la lechera y pasados turbios que parecen mejores cuando se ven desde el presente y partidas de cartas y mentirosos y tramposos. Todo ocurre en una sola noche que parece no terminar nunca, una noche de agosto en Madrid que casi puedes oler y sentir. 

Corred a leer Sánchez para que cuando hagan la película, que la harán, podáis decir: yo ya he leído la novela. 

«Las cinco de la mañana existen aunque no las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez.»

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró fue la segunda adquisición en La Lumbre, también por recomendación de un amigo. Este es otro de esos libros de auto ficción que se han puesto tan de moda, y no lo digo como crítica. Que sea auto ficción sobre un hecho traumático no lo hace bueno directamente y digo un hecho traumático porque es curioso como la necesidad de contar la propia vida casi nunca, de hecho ahora mismo no se me ocurre ningún ejemplo, surge de un momento de felicidad, nace con la idea de contar un buen momento, una buena relación, algún momento feliz. Creo que el dolor necesita ser expresado para dejar de doler mientras que con la felicidad sentimos que debemos no exponerla demasiado para que no se extinga, para que se no se evapore en nuestras palabras. No sé. 

Belén López Peiró cuenta en este breve volumen los años durante los cuales sufrió abusos sexuales por parte de uno de sus tíos. En realidad no cuenta esos años sino la reacción que se produce a su alrededor: su madre, su padre, el novio de su madre, la mujer de su tío, la hija de su tío, sus otras primas, su abuela, su novio cuando ella lo cuenta, cuando lo dice en alto y presenta una denuncia. La reacción de cada uno de ellos a la noticia del abuso está contada en primera persona mezcladas con las declaraciones judiciales de los implicados. Me ha parecido original la manera de contarlo, la única posible para poder mirarlo con distancia pero resulta reiterativo, casi machacón después de unas cuantas páginas. A lo mejor ese es el efecto buscado, un abuso es algo que, una vez formulado en voz alta, señalado, mostrado, denunciado, no desaparece nunca, permanece en la vida de las personas implicadas y es  una presencia constante, machacona, agotadora. 

Los abusos sexuales son casi siempre realizados por una persona de confianza, alguien que se aprovecha del entorno de cariño, seguridad y convivencia para desde una posición de poder abusar de un menor sabiendo que ese menor está bajo su control y que guardará silencio por miedo al principio y para no enturbiar la vida familiar después. Cuando se denuncia, cuando se verbaliza, no es solo el abuso lo que sale a la luz, se descompone la seguridad, la confianza y la familia. Están los que no quieren creerlo, los que lo niegan y los padres y su culpabilidad por no haberlo visto y por no haber sabido proteger a sus hijos. 

«Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?"

Por mi cumpleaños pedí Muerte con pingüino de Andrei Kurkov y lo encontré al final de mi caminito de chuches. Necesitaba una novela así, una novela que no fuera autobiográfica (espero que no lo sea, ahora que lo pienso), que todo fuera ficción, casi alocada y esto justo lo es. 

Vicktor es escritor y periodista. Mientras anda decidiendo si empieza su gran novela, recibe el encargo de escribir necrológicas de personas que todavía están vivas. El director del periódico le manda directamente la información de esas personas y él tan solo tiene que redactarlas para cuando esas personas mueran. Es un buen trabajo, con buen sueldo y  lo acepta sin sospechar, ni el lector tampoco, todo lo que va a desencadenarse. Vicktor, además, vive con Misha, un pingüino que decidió acoger en su casa cuando el año anterior el zoo de su ciudad al no poder atenderlos, empezó a regalar animales. Tengo la teoría de que todo es siempre mejor con pingüinos y esta novela lo es. Es entretenida, divertida, tierna, alocada, interesante, enigmática y melancólica. Se lee con placer, muchas veces con una sonrisa y con la felicidad que solo procura una buena ficción. 

«Todo le iba bien, al menos en apariencia. Cada época tenía su normalidad. Lo que antes era una monstruosidad ahora era moneda corriente y la gente lo aceptaba como normal y seguía viviendo en lugar de angustiarse demasiado. Para ellos, igual que para Vicktor, lo esencial era seguir vivos, al precio que fuera»

Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos de Natalia Ginzburg fue el tercer libro que compré en La Lumbre. El resumen rápido es no compréis este volumen porque sinceramente no merece la pena. Entiendo que Acantilado quiera exprimir el éxito que ha tenido Ginzburg en los últimos años. Un éxito merecidísimo porque casi toda la obra de la autora italiana merece ser leída y releída y comentada y conocida. Y digo casi porque hay cosas que no son tan buenas, que son malas y que no hay porque sacar del cajón. En este brevísimo volumen se recogen relatos, crónicas y recuerdos. En mi opinión los relatos son bastante reguleros y prescindibles. Además, uno de ellos titulado "El paso de los alemanes por Era" es una ligera ficcionalización de un recuerdo, El miedo,  que aparece más adelante en el volumen, son prácticamente idénticos. A esto se suma que otros de los recuerdos como La casa ya ha sido publicado en otros volúmenes, lo que nos deja que Domingo es un libro completamente prescindible. Si ya conoces a Ginzburg no vas a encontrar nada nuevo ni mejor de lo que ya has leído de ella y si no la conoces no es un buen lugar para empezar. 

Salvo de la quema, un par de crónicas de carácter social que no conocía. una sobre las mujeres y su trabajo y otro sobre la condición de inválidos de muchos obreros expulsados de sus trabajos y el recuerdo Via Pallamagio del que rescato este extracto:

«Las ciudades están hechas de estratos superpuestos de las distintas épocas en que las hemos habitado. Es famoso eso que dijo Proust "Las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años". Nuestra memoria permanece a veces en un estrato y otras en otro. Se posa sobre ellos como un pájaro. Pero en las ciudades en las que hemos crecido, en los lugares que hemos observado en la adolescencia o en la infancia, nuestra memoria se detiene más a menudo y con más detenimiento. Reencuentra intacta la curiosidad, la impaciencia, la aversión y la expectación de esa primera mirada.» 

El Ángelus de Homs y Giraud ha sido el tebeo del mes. Otro tebeo de hombre de mediana edad que tiene la crisis de los cuarenta y da un giro en su vida. Clovis es un hombre gris: un trabajo aburrido, una familia normal con una mujer con la que lleva mil años y dos hijos adolescentes que piensan que él es aburrido, una madre distante, pocos amigos... gris. Un buen día , entra en el Museo de Orsay, llega delante del Ángelus de Millet y sufre una epifanía que lleva a cambiar su vida. Es un tebeo bonito, el dibujo es maravilloso, los colores son fantásticos e imprimen mucho sentido a la historia pero el guión, en fin, es un poquito peli de sobremesa. ¿Importa mucho? No, El ángelus es un tebeo que se disfruta con agrado pasando por alto algunos agujeros de guión que tampoco importan tanto. No lo compréis pero sacadlo de la biblioteca si tenéis ocasión. 

Leed a Esther García Llovet y leed a Kurkov. 

Y con esto y con la impresión de que la decepción libresca va a ser una constante este año, hasta los encadenados de marzo.