miércoles, 24 de febrero de 2021

Las madres y Greta Garbo

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Patio de San Gregorio. Las columnas neoclásicas donde apoyaba su delgado brazo, bellísima de cuerpo, Greta Garbo. Siempre seria en las fotos, como yo.» Estas palabras escribió Paco Umbral en su libro El hijo de Greta Garbo y las recita Aitana Sánchez-Gijón en el documental Anatomía de un Dandy que se puede ver en Filmin. Es un buen documental porque si bien no consigue que el escritor te caiga especialmente simpático, cosa que dudo mucho que él tuviera el más mínimo interés en conseguir, te hace descubrirlo, entenderlo un poco más y sobre todo compadecerlo muchísimo. La compasión no tiene porque provocar simpatía pero sí entendimiento. 

Umbral adoraba a su madre, la quería muchísimo. Estaban los dos solos, y él cuenta que cuando ella se estaba muriendo creyó volverse loco del dolor de perderla  pero, al mismo tiempo, se alegraba porque con su muerte desaparecería lo único que se interponía ante él para ser escritor. 

«Mi madre era guapísima, la confundían con Greta Garbo». Comenta Sofía Loren con su voz cantarina y su leve acento italiano al hablar inglés en una entrevista en el podcast Desert Islands de la BBC. «Mi madre nunca supo quién era. Fue un alma perdida, tenía muchísimas ganas de hacer cosas pero le faltó la fuerza y la energía para sobreponerse al pesimismo y hacer lo que de verdad quería. Pero era una buena persona y una buena madre»

Ni Paco Umbral ni Sofía Loren conocieron apenas a sus padres. El de Umbral le dio su segundo nombre, Alejandro, en plan "te reconozco pero de refilón" y el de Sofía fue una presencia ausente, la actriz comenta que solo lo vio dos veces en su vida. Los dos nacieron de madres solteras, cuando ser madre soltera era algo tan fuera de la común como encontrarte un Unicornio (madre soltera reconocida, escondidas las había a miles) y que mantuvieron esa condición para siempre; jamás se casaron. Solteronas, madres y, para sus hijos, tan guapas como Greta Garbo y casi tan desconocidas como la actriz sueca. Llevo días pensándolo, quizá meses; leo sobre madres en artículos, en novelas, en libros de memorias, escucho recuerdos sobre ellas en podcasts, en documentales. Leo dolorosos posts por madres súbitamente ausentes o recordadas en su ya larga ausencia y siempre me viene a la cabeza el mismo recuerdo de mi madre y la misma sensación.  

Enero de 2004. Vivo en la calle Viriato de Madrid, en un edificio construido por Antonio Palacios. Es un piso diáfano con paredes, suelos y ventanas de un color gris arquitecto, elegante y sobrio. He sido muy feliz en esa casa que me encanta pero, ahora, en esa mañana de enero, no lo soy. Estoy sobrepasada por la presencia de mi hija María nacida tres semanas antes. Estoy cansada, triste, aburrida y desbordada, siento que no quiero estar ahí, que no quiero ser madre, que no me interesa, que ojalá se acabara y, claro, al mismo tiempo, siento una culpabilidad tan enorme que temo que llene el piso hasta el techo y reviente la enorme ventana que da al  improbable jardincillo en medio de Madrid que tiene esta casa. Estoy asomada allí, con el bebé en brazos, como un náufrago. Espero que mi madre venga a salvarme, que llegue cuanto antes, porque no puedo más. Aparece por la calle, caminando deprisa, directa a la puerta del jardincillo. No veo su cara, solo su cabeza, cuando todavía llevaba el pelo oscuro, y pienso: este es el momento que más recordaré cuando ya no esté, cuando ella muera. Aquel día, en aquella mañana, supe que ese sería el recuerdo que tendría de ella, el más significativo. Un momento que ella, seguramente, no recuerda. 

Las madres son las personas que menos conocemos, son misteriosas e imposibles de conocer. Por eso cuando mueren, cuando se van, cuando desaparecen, nos encontramos con un hueco más grande de lo que pensábamos, porque el vacío de la presencia desconocida pero reconfortante siempre es inabarcable.  Mi madre no se parece a Greta Garbo pero sí que es un misterio, como todas. Como yo lo soy para mis hijas aunque siempre sonría en las fotos.  

martes, 16 de febrero de 2021

Aquí no hay nada para ti, mujer normal


Soy muy fan de Celeste Barber
"Ana, ¿no tienes ningún pantalón negro decente? No, ese no vale. Te está fatal. De hecho, tíralo". 

Mi hermana se enfrentó la semana pasada a mi armario con muchísimo interés. A pesar de su ímpetu, salió desfondada y muy desmoralizada. Con la ropa que tengo es complicado sacar algún conjunto decente. Sintiéndome culpable por haber derrotado a mi hermana en su intento de hacerme estilosa, llevo dos días navegando las rebajas de Zara y Mango para intentar comprarme unos pantalones negros y un par de camisas. Odio ir de compras, siempre lo he odiado, desde que ni me atrevía a decirle a mi madre que quería unos vaqueros nevados y ella me acababa convenciendo para comprarme un traje de chaqueta amarillo con botones dorados hasta el momento de ir con mis hijas adolescentes y en el pasillo de los probadores fantasear con una vida de soltería sin descendencia. No me gusta la ropa ni ir de compras. Dicho esto, ir de compras online es bastante más llevadero pero igual de frustrante. 

Vamos a ver, Sr. Amancio Ortega, Consejo de Administración de Inditex, Director General de Zara y de Mango, jefes de línea de producto, responsables de marca, de marketing, comerciales y fotógrafos ¿Juntáis entre todos un cerebro? Uno que funcione, no uno decorativo. ¿De verdad que en una empresa con miles de trabajadores y muchos responsables muy listos a nadie se le ha ocurrido que si la gente está comprando mayoritariamente online necesita saber, por lo menos aproximadamente, como le quedaría la ropa? Ni una sola de las modelos que he estado viendo en estas dos webs pesa más de 50 kg. Ni una sola  mide menos de 1,70. Ni una sola tiene una talla de pecho mayor de la 85B. Eso sí, por algún misterioso proceso evolutivo, todas tienen un 40 de pie. 

Estaba acostumbrada a ir a Zara, mirar vaqueros y sacar de la mesa de "jeans de mujer" una talla 32 que es algo que básicamente le sirve a las patas de las sillas de mi comedor. Si tienes algo más que huesos y tendones es imposible que eso te entre. Ayer vi a una influencer en IG, decir que para saber si unos vaqueros te sirven sin probártelos lo que tienes que hacer es rodearte el cuello con la cinturilla y si te abrochan es que te están perfectos. Lo sé, yo sigo estupefacta con semejante dato. Bien, pues según esta teoría tan científica, si te valen esos vaqueros de la talla 32 es imposible que en la garganta te quepan las cuerdas vocales, la faringe y el esófago. 

Pero bueno, yo iba a Zara, como el que en una peli francesa en blanco y negro pasea por la orilla del Sena mirando al horizonte y rozando con la mano ligeramente las ramas de los árboles... y me marchaba con la única camiseta básica L que había encontrado en toda la tienda. 

Ahora no voy de tiendas, ¡Lord Jesus, thank you! y solo quería comprarme unos putos pantalones negros decentes en rebajas. Mi loquísima idea era mirar unos cuantos, ver como quedan, hacerme a la idea y comprarlos. Un proceso sencillo, rápido e ¡ilusa de mí! pensaba que indoloro. Nada de eso. Como mido 1,60, peso 56 kg y camino normalmente sin desconyuntar la cadera, dislocarme los hombros para lucir jaboneras y sin meter tripa, no tengo manera de saber cómo me quedará la ropa. ¿Me apretará la cinturilla? ¿El largo de las perneras arrastrará por el suelo? ¿Podré meter mis tetas en esa camisa fluida tan ideal que le queda como un guante a la modelo de 1,80 completamente plana? NO LO SÉ. Es imposible saberlo. Cuando en un ataque de ingenuidad pincho en la foto, mi gozo en un pozo. Las fotos  están hechas directamente para que no veas la ropa, para que te la imagines. Son una especie de aviso: mira, mujer normal que quieres comprarte ropa, no nos molestamos en enseñarte la ropa bien porque como clienta te despreciamos así que ni te la enseñamos. Es una especia de táctica de la dependienta de Pretty Woman pero en versión online y sin ni siquiera verte la cara. No te desprecian por ordinaria, te desprecian por ser normal. (Leggins estampado animal. Si alguien consigue ver los leggins, le doy un gallifante)

Estoy hartísima, hasta el coño como dicen las chicas de Deforme Semanal, de esta mierda de marketing de las tiendas de ropa. Estoy asqueada de esa cultura de la barrera de los 50 kg es la frontera que marca la obesidad y de la lógica de "si tienes tetas, lo sentimos, haber nacido plana". A mí me da igual, tengo ya edad para pasar pero me dan arcadas de rabia y ganas de prender fuego a las barrigas de los consejeros delegados de estas empresas pensar en todas las adolescentes que se miran al espejo y solo quieren adelgazar y lloran porque jamás podrán crecer 15 cm más o deshacerse de sus, por lo visto, despreciables tetas. ¿Algún pantalón de hombre del planeta está pensando para que si tienes los huevos grandes no te entren? ¿A qué no? Es que es alucinante.  Y no, no pasa en todas las marcas, daos una vuelta por Nike online y veréis modelos de todos los tamaños.

Sois idiotas y unos catetos jefes de marketing, estilistas y directivos de moda, tenéis la misma visión de negocio que las dependientas de Pretty Woman. "Aquí no hay nada para ti. Me da igual que tengas dinero". 

Lo que me he ahorrado me lo voy a gastar en quesos y anchoas, que se cómo me sientan. Y los pantalones, que me los preste mi hermana. 

lunes, 15 de febrero de 2021

Vivir en un borrador

El otro día, no sé a cuento de qué, se me ocurrió la idea de que vivimos en un borrador, en un primer intento de todo. La sociedad, el ciclo de noticias, las ciudades, las comunicaciones, nosotros mismos tenemos muchísima prisa, todo el tiempo, y todo lo que hacemos es un primer borrador que damos por válido y lanzamos al mundo sin revisar y sin que pase de ahí. 

Ya he hablado mil veces de que ya nadie escribe cartas pero enviamos y recibimos cientos, miles de mensajes ya sea en tweets, mensajes de texto o correos electrónicos. Nada de todo eso tiene la más mínima elaboración, (la mayoría de las veces) y los enviamos sin pensarlo, sin revisar, sin reflexionar que quizás, si lo pensáramos más, si le diéramos un par de vueltas más, si lo reposáramos estaría mejor, sería más exacto, más concreto, reflejaría mejor lo que queremos o no queremos decir. Lo mismo nos ocurre con las fotografías, mil millones de fotografías porque total, son gratis, no importan, ahí se quedan, guardadas en el teléfono hasta que este te dice que ya no caben más borradores más, que todos esos ensayos ocupan demasiado espacio. Nada de esto puede corregirse después, mejorarse, matizarse.

El problema de vivir en un mundo que es un primer borrador de todo es que no hay espacio para la mejora, la corrección o, peor aún, el cambio de idea. Lanzas un tuit, mandas un mensaje de texto, te haces una foto y queda grabado como las tablas de la Ley. Lo has hecho sin pensar pero la sociedad se lo toma como una verdad absoluta que has pronunciado en un determinado momento y que jamás podrás cambiar. Podrás intentarlo pero esos mensajes, esas fotos, incluso esos titulares de noticias que salieron sin pensar, forzados por la prisa en la que vivimos, volverán a ti como un boomerang. 

Nuestros primeros borradores son, además, replicables. Antes, cuando escribías en un cuaderno o en servilletas o en folios sueltos, nada de eso podía llegar a mucha gente porque se necesitaba una fotocopiadora, sellos. Dar publicidad y difusión a un primer borrador exigía una trabajera que casi nadie estaba dispuesto a hacer. Con la era del copia/pega y el reenviar, los borradores además de definitivos se han convertido en algo que puede compartirse hasta el infinito, multiplicando tu error, tu tontería, tu acto espontáneo tonto o tu arranque pasional en algo completamente fuera de control, que escapa de tus manos como jamás pudo hacerlo un cuaderno, una carta garabateada en un arranque pasional o una foto disfrazada de Carmen Miranda con frutas de plástico pinchadas en la cabeza. 

La espontaneidad es una cualidad muy valiosa que hace la vida más animada, más sorprendente pero que, como todo en  la vida, hay que manejar con cuidado. Un exceso de espontaneidad conduce a la dejadez, al desprecio al detalle o a la exactitud. ¡Qué más da que esto que digo sea una majadería si soy espontánea y chupi! Pues no, Mari Carmen, la línea que separa el ser espontáneo de ser bobo es finísima. Hace cincuenta años o veinte, tu exceso de espontaneidad no tenía consecuencias y, con suerte, solo te hacia pasar por ser un ser pizpireto y gracioso,  pero ahora conviene frenar esos arranques, pensar si estás siendo espontáneo o simplemente dejado y pararte un segundo a reflexionar si dentro de dos días, tres semanas, seis meses o dos años esa espontaneidad verborreica que vas a dejar por escrito te va a hacer sonreír o querer convertirte en ermitaño en Los Monegros. 

Es complicado salir del mundo borrador. Hay que pararse, comprar un cuaderno, escribir sin control ni medida y luego releerse, corregirse, exigirse, desechar. Es complicado no caer en la tentación de hacer mil fotos innecesarios, estúpidas, absurdas. Es difícil no pulsar el micrófono y grabar un audio que envías casi sin pensar y que podría llegar a dar la vuelta al mundo si eres tan espontáneo como para llegar a ser estúpido. 

Desechemos el primer borrador de todo. Apaguemos el primer impulso, reservemos la espontaneidad para la distancia corta (si es que algún día vuelve) y volvamos a escribir una primera versión de todo que solo sea para nosotros. 

viernes, 12 de febrero de 2021

12 de febrero. Cuarenta y ocho años

Mis cuarenta y siete años han sido los de la pandemia, el coronavirus, el confinamiento, la distancia de seguridad, el gel hidroalcóholico y las mascarillas. Ha sido un año de enfermedad, miedo, incertidumbre y muerte. Ha sido el año de ver la muerte de los demás, de muchos demás y de pensar en la de los nuestros, incluso en la nuestra. 

En mis cuarenta y siete el mundo se ha parado y ahora solo avanzamos a rastras y hay días que ni eso. El mundo nos ha descolocado y estamos todavía intentando no marearnos. Tratamos de saber si tenemos que acostumbrarnos a vivir boca abajo o seguimos esperando a que todo gire de nuevo y vuelva a su posición original. Ha sido el año de sentirnos como en la peli Cube; despertarnos súbitamente sin saber cómo hemos llegado ahí y pasarnos el día buscando la salida, volver atrás. 

Pero en mis cuarenta y siete han pasado más cosas. Ha sido el año que decidí que era el momento perfecto para, por fin, dejarme el pelo blanco. En medio de tanto caos, dolor y vida casera ¿qué importancia tenía el aspecto? ¿qué sentido tenía teñirme, ocultar mis infinitas canas? Para mí, ninguno y claro, sin nadie que te mire a la raíz del pelo mientras te habla es mucho más fácil hacerlo. Ha sido el año de Ibiza, Valladolid y Salamanca. Volví a Sos y subí el Pico Cerler mientras le contaba a Antonio Tal como éramos para sobrevivir a la súbita pájara que me atacó por sorpresa. Subí a los ibones del Valle de Estós y me comí uno de los mejores bocadillos de jamón serrano de mi vida. Ha sido el año de hablar de Delibes y de hacer un casting para un programa de televisión. El año de volver a tomar "droguitas" antes de que fuera demasiado tarde. El año de hacerme experta en podcasts y fracasar haciendo pulled pork. Ha sido el año que menos kilómetros he hecho en los últimos veinte años; casi olvido aparcar. Ha sido el año de ver la mejor serie que he visto en muchísimo tiempo y de sentirme huérfana meses después de terminarla. Ojalá no haberla visto y poder descubrirla una y mil veces. Ha sido el año de releer a Sebald y a Delibes. Ha sido el año de los selfies, convivir con mi madre, la ropa de estar en casa y las videollamadas. El año de Biden, Trump y aprenderlo todo de política americana. El año de los paseos, el huerto y las tablas de ejercicio en casa. 

 En mis cuarenta y siete años he llorado mucho pero también ha sido el año de las flores, la familia, los amigos más cercanos, mis hijas y los «cuando esto termine a ver si nos vemos, ya queda menos».

Entro en el cuarenta y ocho simplemente que al llegar al cuarenta y nueve estemos todos ahí.